2 nov 2019

Santo Evangelio 2 de noviembre 2019



Día litúrgico: 2 de Noviembre: Conmemoración de todos los fieles difuntos

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».


«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos. 

Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.

Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».

Mira mi nada y ve mi cercanía



Mira mi nada y ve mi cercanía

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Mira mi nada y ve mi cercanía
Yo soy el todo escondido en la simiente.
Yo soy el soplo cálido en tu mente.
Yo soy la santa faz de tu alegría.

Mira mi rostro manso y luminoso
toca, sereno el cántico en el lago,
suena una nota, un místico recado,
es la voz acrisolada del Esposo.

Soy el río escondido en el arroyo
y el suspiro enigmático que anida
tu corazón en busca de guarida
si a la intemperie vaga sin apoyo.

Mira mis ojos, piérdete en mi vida
Yo soy el rayo de luz que te ilumina,
Yo soy la senda de aquel que peregrina,
tu música y canción, tu melodía.

Mira mi luz presente en tu misterio
mi corazón radiante y amoroso
mira la llama de vida en que reposo
en que quiero dejarte en cautiverio.

1 nov 2019

Santo Evangelio 1 de Noviembre 2019



Día litúrgico: 1 de Noviembre: Todos los Santos

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12a): En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».


«Alegraos y regocijaos»

Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida 
(Lleida, España)

Hoy celebramos la realidad de un misterio salvador expresado en el “credo” y que resulta muy consolador: «Creo en la comunión de los santos». Todos los santos, desde la Virgen María, que han pasado ya a la vida eterna, forman una unidad: son la Iglesia de los bienaventurados, a quienes Jesús felicita: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Al mismo tiempo, también están en comunión con nosotros. La fe y la esperanza no pueden unirnos porque ellos ya gozan de la eterna visión de Dios; pero nos une, en cambio el amor «que no pasa nunca» (1Cor 13,13); ese amor que nos une con ellos al mismo Padre, al mismo Cristo Redentor y al mismo Espíritu Santo. El amor que les hace solidarios y solícitos para con nosotros. Por tanto, no veneramos a los santos solamente por su ejemplaridad, sino sobre todo por la unidad en el Espíritu de toda la Iglesia, que se fortalece con la práctica del amor fraterno.

Por esta profunda unidad, hemos de sentirnos cerca de todos los santos que, anteriormente a nosotros, han creído y esperado lo mismo que nosotros creemos y esperamos y, sobre todo, han amado al Padre Dios y a sus hermanos los hombres, procurando imitar el amor de Cristo.

Los santos apóstoles, los santos mártires, los santos confesores que han existido a lo largo de la historia son, por tanto, nuestros hermanos e intercesores; en ellos se han cumplido estas palabras proféticas de Jesús: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,11-12). Los tesoros de su santidad son bienes de familia, con los que podemos contar. Éstos son los tesoros del cielo que Jesús invita a reunir (cf. Mt 6,20). Como afirma el Concilio Vaticano II, «su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (Lumen gentium, 49). Esta solemnidad nos aporta una noticia reconfortante que nos invita a la alegría y a la fiesta.

Mira mi nada...



Mira mi nada...

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Mira mi nada que todo dignifica
la pequeñez infinita del misterio
el Amor plenificante en el cauterio
que te abre mi presencia y santifica.

Mira la barca del Amor ardiente
el don magnificente en que te creo.
Mira la casa de Amor en que te espero
los ojos santos del Amor paciente.

Mira el profundo misterio en que palpita
la música sagrada de mi templo
el dulce instante en que tu bien contemplo,
el corazón amante en el que habita.

Mira mi carne en pan anonadada,
amasada de trigo y sufrimiento
la escucha que recoge tu lamento
la paz que se te ofrece acrisolada.

Mira mi sangre y bébete mi vida
Soy el racimo del cielo triturado,
Yo soy tu Dios, Esposo enamorado,
que me hago, por tu bien, dulce bebida.


31 oct 2019

Santo Evangelio 31 de Octubre 2019



Día litúrgico: Jueves XXX del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Lc 13,31-35): En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

»¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».


«¡Jerusalén, Jerusalén! (...) ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos (...) y no habéis querido!»

Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez 
(Barcelona, España)

Hoy podemos admirar la firmeza de Jesús en el cumplimiento de la misión que le ha encomendado el Padre del cielo. Él no se va a detener por nada: «Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana» (Lc 13,32). Con esta actitud, el Señor marcó la pauta de conducta que a lo largo de los siglos seguirían los mensajeros del Evangelio ante las persecuciones: no doblegarse ante el poder temporal. San Agustín dice que, en tiempo de persecuciones, los pastores no deben abandonar a los fieles: ni a los que sufrirán el martirio ni a los que sobrevivirán, como el Buen Pastor, que al ver venir al lobo, no abandona el rebaño, sino que lo defiende. Pero visto el fervor con que todos los pastores de la Iglesia se disponían a derramar su sangre, indica que lo mejor será echar a suertes quiénes de los clérigos se entregarán al martirio y quiénes se pondrán a salvo para luego cuidarse de los supervivientes.

En nuestra época, con desgraciada frecuencia, nos llegan noticias de persecuciones religiosas, violencias tribales o revueltas étnicas en países del Tercer Mundo. Las embajadas occidentales aconsejan a sus conciudadanos que abandonen la región y repatríen su personal. Los únicos que permanecen son los misioneros y las organizaciones de voluntarios, porque les parecería una traición abandonar a los “suyos” en momentos difíciles.

«¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa» (Lc 13,34-35). Este lamento del Señor produce en nosotros, los cristianos del siglo XXI, una tristeza especial, debida al sangrante conflicto entre judíos y palestinos. Para nosotros, esa región del Próximo Oriente es la Tierra Santa, la tierra de Jesús y de María. Y el clamor por la paz en todos los países debe ser más intenso y sentido por la paz en Israel y Palestina.

Me toca un lote hermoso

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Me toca un lote hermoso

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Me toca un lote hermoso
un predio entre los montes escogido
morada del Esposo
que en llamas me ha elegido
estando en su presencia sumergido.

Y hasta un bosque nevado
de una blancura pura, inmaculada,
en alas me ha llevado,
del águila dorada,
que enciende la mañana en su mirada.

Allí su canto puro,
en acordes de alerces milenarios,
es el canto seguro
del himno trinitario
que se anida en mi seno solitario.

Allí su voz proclama
desde el nítido trino del silencio
el Amor que derrama
quemándose mi incienso
bordándose en la urdimbre de mi lienzo.

Oh místico santuario
corazón en que habita su Amor Santo
se esconde en ti el sagrario
que abriga con su manto
el dios que te inhabita con su encanto.



30 oct 2019

Santo Evangelio 30 de Octubre 2019



Día litúrgico: Miércoles XXX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».


«Luchad por entrar por la puerta estrecha»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés 
(Tarragona, España)

Hoy, camino de Jerusalén, Jesús se detiene un momento y alguien lo aprovecha para preguntarle: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23). Quizás, al escuchar a Jesús, aquel hombre se inquietó. Por supuesto, lo que Jesús enseña es maravilloso y atractivo, pero las exigencias que comporta ya no son tan de su agrado. Pero, ¿y si viviera el Evangelio a su aire, con una “moral a la carta”?, ¿qué probabilidades tendría de salvarse?

Así pues, pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Jesús no acepta este planteamiento. La salvación es una cuestión demasiado seria como para resolverla mediante un cálculo de probabilidades. Dios «no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan» (2Pe 3,9).

Jesús responde: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’» (Lc 13,24-25). ¿Cómo pueden ser ovejas de su rebaño si no siguen al Buen Pastor ni aceptan el Magisterio de la Iglesia? «¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Lc 13,27-28). 

Ni Jesús ni la Iglesia temen que la imagen de Dios Padre quede empañada al revelar el misterio del infierno. Como afirma el Catecismo de la Iglesia, «las afirmaciones de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión» (n. 1036).

Dejemos de “pasarnos de listos” y de hacer cálculos. Afanémonos para entrar por la puerta estrecha, volviendo a empezar tantas veces como sea necesario, confiados en su misericordia. «Todo eso, que te preocupa de momento —dice san Josemaría—, importa más o menos. —Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves».

Me envuelve tu mirada...



Me envuelve tu mirada...

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Me envuelve tu mirada
tan llena de clemencia
profunda, la oración, al contemplarte
y queda cautivada
el alma en tu presencia
postrada ante tu rostro al adorarte.

Tu rostro cautivante
ungido en óleo puro
semblante del que emana la inocencia
mi espíritu anhelante
traspasa urgente el muro
levantado en las horas de la ausencia.

Tu rostro humilde y manso
sereno y misterioso
ofrece su solaz al alma herida
que implora su descanso
y se entrega al Esposo;
golondrina que busca su guarida.

Tu santa faz reclama
la cálida respuesta
del Amor peregrino que ha encontrado
en tu serena flama
la fe que lo recuesta
en la llaga de luz de tu costado.


29 oct 2019

Lectura Breve 1 Pe 2, 4-5




LECTURA BREVE 1Pe 2, 4-5

Acercándoos al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Santo Evangelio 29 de Octubre 2019



Día litúrgico: Martes XXX del tiempo Ordinario


Texto del Evangelio (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».


«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»

+ Rev. D. Francisco Lucas MATEO Seco 
(Pamplona, Navarra, España)

Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).

El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

Me duelen tus ausencias

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Me duelen tus ausencias

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

Me duelen tus ausencias
amarte en el exilio
buscarte entre la hiedra de la noche,
me duele la inclemencia
lo oscuro de tu auxilio
mi impaciencia cautiva y mi reproche.

Me duele la mortaja
de un cielo encapotado
que cierra el horizonte a mi mirada
la vida que no encaja
con el amor deseado
el amor que me tienes y mi nada.

Me duele la pobreza
la infinita distancia
el anhelo de verte y mi ceguera
mi indómita flaqueza
la hiel de mi arrogancia
y el frío del invierno en primavera.

Me duele estar cautivo
de un tiempo inacabado
y el límite de un mundo prisionero
pensar que te has dormido
y estar enamorado
de un Dios que es Vida, muerte y carcelero.

Sólo pido clemencia
que un sol nuevo se encienda
y darte, en la batalla, mi suspiro
que no dure la ausencia
que acabe la contienda
volar hasta tu templo, estar contigo.



LECTURA BREVE 1Pe 1, 15-16



LECTURA BREVE   1Pe 1, 15-16

Como es santo el que os llamó, sed también santos en toda vuestra conducta, porque está escrito: «Sed santos, porque yo soy santo.»

28 oct 2019

Santo Evangelio 28 de Octubre 2019



Día litúrgico: 28 de Octubre: San Simón y san Judas, apóstoles

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.


«Jesús se fue al monte a orar»

+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas 
(Barcelona, España)

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

La traición y el abandono



La traición y el abandono

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv



Me duelen la traición y el abandono,
pasión en soledad, dolor de muerte
el pueblo se amontona para verte
y tú cargas el mal que no perdono.

Tu cargas con la llaga de mi herida
con mi miedo reseco en soledades
y cargas con el miedo a las verdades
que liberan mi amor para la vida.

Cargas dolor, pasión, resentimiento,
cargas venganzas, golpes, sinsabores
la triste vacuidad de mis amores
la noche y tantas horas de tormento.

La cobardía infiel de la perfidia
la avaricia del hambre injusta y ciega
el puñal que se clava en la refriega
los celos traicioneros y la envidia.

Cargas el precio de frívolos honores,
las tramoyas del mal que se desliza,
la muerte del infiel en que agoniza
tu paz entre la guerra y sus horrores.

Todo por mí, Señor, para que vea
la verdadera vida que me ofreces,
un camino de Amor que me estremece
testimonio de fe para que crea.

27 oct 2019

Santo Evangelio 27 de Octubre 2019



Día litúrgico: Domingo XXX (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 18,9-14): En aquel tiempo, a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 

»El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. 

»En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


«¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí...»

Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu 
(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy leemos con atención y novedad el Evangelio de san Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida para desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!»: Lc 18,13), y en la misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»: Lc 18,14).

La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una necesidad para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora de Dios en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para que la Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer de ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el amor y la sensatez (cf. 2Tim 1,7). 

La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días, hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude».

El amor, para mirar con ojos de ternura —es decir, con la mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos delante. San Juan Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la comunión», que —entre otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».

Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta Verdad con el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en nuestra vida: «Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan Crisóstomo).

Humildad es andar en Verdad

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HUMILDAD ES ANDAR EN VERDAD

Por Gabriel González del Estal

1.- Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás. Yo creo que la frase de Santa Teresa, en su libro de las Moradas y en algunos sitios más, define bien lo que realmente es la verdad. Precisamente, los dos errores mayores que cometía el fariseo de la parábola eran precisamente esos: que se consideraba justo y que despreciaba a los demás porque los consideraba “ladrones, adúlteros e injustos”. Ante Dios ninguno podemos considerarnos justos, porque todos nacemos con inclinaciones al mal y todos morimos habiendo hecho más de una vez lo que no era justo. El acierto, en cambio, del publicano consistía en que él se consideraba pecador ante Dios y, por eso, le pedía compasión. Humildad es no considerarnos ni mejores, ni peores de lo que somos. Debemos saber ver nuestras buenas cualidades y saber darle gracias a Dios por ello; debemos, además, saber explotar nuestras buenas cualidades en beneficio propio y en beneficio de los demás. Igualmente, debemos ver nuestros defectos y luchar todos los días contra ellos, pidiendo a Dios que nos ayude a conseguirlo. Para andar en verdad, pues, deberemos hacer todos los días un buen examen de conciencia, tratando de ser sinceros y verdaderos con nosotros mismos. Lo que no debemos hacer nunca es despreciar a los demás, porque nosotros no conocemos a los demás suficientemente, las causas de su comportamiento, ni su interior; a los demás dejemos que sea Dios el que los juzgue, porque es el único que los conoce suficientemente. Lo mejor, pues, siempre es eso: no considerarnos a nosotros mismos ni mejores, ni peores de lo que somos, y no despreciar nunca a nadie. Eso, creo yo, es “nadar en verdad”.

2.- El Señor es juez, para él no cuenta el prestigio de las personas en el juicio de los pobres… la oración del humilde atraviesa las nubes… el Señor no tardará. Tal como se nos dice en este pasaje del libro del Eclesiástico, el Señor no mira tanto el prestigio o fortaleza exterior y social de las personas, sino que el Señor mira sobre todo al corazón. El ser personal y socialmente fuerte y de buena posición no depende muchas veces de los méritos personales de una persona, sino de las circunstancias sociales en las uno ha nacido y se ha criado. Una persona que nace de padres pobres y psicológicamente débiles y enfermos difícilmente podrá ser él fuerte y con una posición social alta y bien considerada. Miremos también nosotros el corazón de las personas y ayudemos en lo que podamos a los más débiles y necesitados de ayuda. Dios no dejará nunca abandonado al que tiene un corazón humilde y sincero, aunque sus obras externas nos parezcan criticables. Hagamos nosotros lo mismo.

3.- He combatido bien mi combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. San Pablo le dice a su discípulo Timoteo que su vida ha sido difícil y que se ha visto abandonado por muchos de sus discípulos, a los que él había predicado el evangelio de Cristo, pero que él nunca perdió la fe y combatió con fortaleza hasta el final. Por eso, le dice, “el Señor, juez justo, me dará la corona de la justicia”. También nosotros, cuando tengamos dificultades, o nos veamos incomprendidos y abandonados, mantengamos firme nuestra esperanza y nuestra fortaleza interior, sabiendo que Dios nunca nos abandonará y premiará nuestra fe y nuestras buenas obras.