9 mar 2013

Una Iglesia viva, joven y alegre







Una Iglesia viva, joven y alegre
Porque nace de Cristo, porque vive de Cristo, porque camina hacia Cristo, desde la fuerza del Espíritu Santo
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net



Lo dijo en la misa con la que iniciaba su servicio como Vicario de Cristo. Lo ha repetido en su última audiencia general: la Iglesia está viva.

Sí: para el Papa Benedicto XVI hay en la Iglesia una vida especial, una fecundidad, una energía, que vienen directamente de Dios. Por eso ni los pecados, ni las tormentas, ni las guerras, ni las crisis, ni el relativismo, ni el consumismo, ni el bienestar, ni la miseria, han podido destruirla.

Es cierto que a lo largo del camino ha habido momentos de oscuridad. Basta con repasar algunas páginas de la historia de estos 2000 años para reconocer la fragilidad humana, para tocar la fuerza del mal. Pero también es cierto que Cristo ha mantenido su palabra y, sobre todo, su presencia. "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Por eso Benedicto XVI comenzó a caminar como obispo de Roma y pastor de toda la Iglesia con la mirada puesta en Cristo, en su victoria, en su presencia.

"Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. (...) Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque Él ha resucitado verdaderamente" (homilía de inicio de Pontificado, 24 de abril de 2005).

Por eso también, en su discurso de despedida ante miles de personas en la Plaza de San Pedro, volvió a recordarlo: "Os doy las gracias por haber venido en tan gran número para mi última audiencia general. ¡Gracias de corazón! ¡Estoy realmente conmovido! ¡Y veo que la Iglesia está viva!" (Audiencia general, 27 de febrero de 2013).

La Iglesia está viva, de modo especial, en tantas personas que se expresan con sencillez y que mantienen encendida la lámpara de su fe. Recordando a esas personas, representadas por miles de bautizados que hacían llegar sus cartas a un Papa anciano y lleno de esperanza, Benedicto XVI añadía en su última audiencia:

"Aquí se puede tocar con la mano qué es la Iglesia -no una organización, una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo, y poder casi llegar a tocar con la mano la fuerza de su verdad y de su amor, es motivo de alegría, en un tiempo en que tantos hablan de su declive. ¡Pero vemos cómo la Iglesia hoy está viva!"

Sí: la Iglesia está viva, es joven y alegre, porque nace de Cristo, porque vive de Cristo, porque camina hacia Cristo, desde la fuerza del Espíritu Santo, con la certeza de que tenemos, en el cielo, un Padre misericordioso que protege y acompaña a cada uno de sus hijos.

Benedicto XVI nos lo recordará también el tiempo que Dios le conceda de vida, después de casi 8 años de servicio como sucesor de Pedro, ahora que empieza a ser "Papa emérito". Porque seguirá a nuestro lado, como dijo en sus últimas palabras, pocos minutos antes de dejar de ser Papa:

"Soy, simplemente, un peregrino que empieza la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quisiera todavía, con mi corazón, con mi alma, con mis oraciones, con mis reflexiones, con toda mi fuerza interior, trabajar por el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Vayamos adelante con el Señor, por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias, y ahora os imparto, de todo corazón, mi bendición" (palabras al llegar a Castel Gandolfo, 28 de febrero de 2013).

Santo Evanelio 9 de Marzo de 2013





Autor: H. Marco Antonio de la Cruz | Fuente: Catholic.net
La confesión es pedir perdón a Dios
Lucas 18, 9-14. Cuaresma. Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados.
 

Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

Oración introductoria

Señor, contemplando el amor que nos has tenido y con el que nos has amado, queremos reconocer que sin tu gracias no podemos realizar la buenas obras. Ayudándonos y guiándonos por el camino del amor. Deseamos caminar en este día de tu mano y valorar cada vez más todo lo que haces por nosotros.

Petición

Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados. Invoco el auxilio de tu gracia para ser cada día mejor cristiano e imploro tu divina misericordia ante mis caídas y debilidades.

Meditación del Papa

Esta mañana hemos dejado el aula del Sínodo y hemos venido "al templo para orar"; por esto, nos atañe directamente la parábola del fariseo y el publicano que Jesús relata y el evangelista san Lucas nos refiere. Como el fariseo, también nosotros podríamos tener la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estos días. Pero, para subir al cielo, la oración debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por tanto, también nosotros, al concluir este acontecimiento eclesial, deseamos ante todo dar gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de él y que sólo con su gracia se realizará lo que el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos "volver a casa" verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las sendas del Señor. (Benedicto XVI, 24 de octubre de 2010).

Reflexión

El escriba, conocedor de las escrituras, se dirige a Dios con orgullo y vanidad. Le ha faltado humildad para reconocerse necesitado de la gracia de Dios. Es necesario tener una clara conciencia de que somos creaturas frágiles para vivir, con sinceridad, de cara a Dios. A nosotros no nos corresponde juzgar y criticar a los demás, pues eso es algo que sólo le compete a Nuestro Señor.

Muy diferente es la actitud publicano. Se queda en la esquina y sin el valor de elevar los ojos a Dios. Es humilde y se reconoce pecador, necesitado de la misericordia de Dios. Los humildes agradan inmensamente a Dios. La humildad del publicano consiste en reconocer sus faltas, pedir perdón y realizar un sincero propósito de enmienda.

Reflexión 

¡Qué es la confesión sino un acercarnos a Dios con la misma actitud del publicano!
En el sacramento de la penitencia buscamos con humildad la misericordia de Dios. Cuando reconozco mis pecados y le pido perdón a Dios en la confesión estoy formando, al mismo tiempo, un corazón más comprensivo y bondadoso para no juzgar ni criticar a los demás. A través de la confesión obtengo, con toda certeza, el perdón de mis pecados y puedo regresar a mi vida diaria con paz y tranquilidad de conciencia porque le he dado el primer lugar a Dios en mi vida.

Propósito

Me confesaré si llevo largo tiempo sin hacerlo y promoveré la participación a este sacramento entre mis familiares y amigos.

Diálogo con Cristo

Jesús, reconozco que tengo muchas carencias y que, en algunas ocasiones, el egoísmo forma parte de mis pensamientos y juicios. Dame el valor y la gracia de prepararme y realizar una buena confesión. Ayúdame, Dios mío, a ser misericordioso y bondadoso con los demás. Te pido que me des la fuerza para no criticar ni juzgar al prójimo. Señor, si mil veces caigo, que mil veces esté dispuesto a levantarme y seguir luchando por Ti.

No queremos otro don que Jesús, no suspiramos por otro amor que por el suyo. Mons. Luis María Martínez

8 mar 2013

San Juan de Dios






8 de marzo



SAN JUAN DE DIOS

(† 1550)



Que sin arrebatos de divina locura no se puede llegar a la santidad, es evidente. Los cuerdos, según el mundo, jamás llegarán a la santidad heroica. La vida sin complicaciones, sin exabruptos de generosidad, la vida atiborrada de cálculos egoístas —burguesa—, se opone diametralmente a la de los santos. No hay compatibilidad entre los santos y los que jamás abandonan sus cómodas casillas; lo mismo que no la hay entre el volcán y la llanura esteparia, ni entre los héroes —hombres de arranques— y los adocenados.

Se explica que los santos tengan que ser locos, locos de remate, para el mundo. Porque ¿no es la doctrina evangélica la más disparatada locura de tejas abajo y la sabiduría más sublime para los que están tocados de Dios? Los santos —como los genios o los héroes— rompen moldes, los moldes de la vulgar ramplonería humana, y por eso chocan con la realidad monótona. Tienen dinamita en el alma y su generosidad les hace estallar hacia lo imprevisto e inédito.

Pero, ¿qué hacen sino seguir las huellas de Aquel que dio en la cresta a la sabihonda cordura humana, provocando ante la humanidad el más sonado de los escándalos: el de su muerte en una cruz? No cabe duda, con este hecho comenzó la era de la locura. ¡Bienvenida! En pos de Él siguieron legiones de "chiflados": los que se dejaron descabezar por amor de Dios, los que abandonaron su patria —¡con lo bien que se está en casita!— para difundir el Evangelio entre caníbales, los que maltrataron sus cuerpos hasta convertirlos en piltrafas humanas, los que se abrazaron a los apestados —¡uf, qué asco!-, los que dijeron mil veces no cuanto todos dicen sí, y sí cuando la mayoría dice no...

Ahondad en la vida de los santos y veréis cómo, bajo las apariencias más normales, existe el contagio. Todos están tocados por la locura de la cruz.

San Juan de Dios fue uno de esos locos. La venada le dio fuerte. Lo vais a ver.

Era el día de San Sebastián de 1537. En la histórica ermita del Santo de la ciudad de Granada predicaba el Beato Maestro Juan de Avila, que, cual otro Pablo de Tarso, se había hecho célebre por sus infatigables correrías apostólicas por Andalucía. Durante su sermón, atacó duramente contra los vicios y predicó sobre las virtudes y el amor de Dios.

Un hombre de cuarenta y dos años le escuchaba absorto sin perder sílaba. Era conocido en la ciudad por su tenderete de libros, y en toda la comarca, porque lo veían con frecuencia vendiendo libros, estampas e imágenes por los pueblos.

De repente se oyó un grito en la pequeña ermita abarrotada de fieles: "¡Misericordia, Señor!" Todos quedaron pasmados ante el hombre que había gritado, y mucho más cuando le vieron darse cabezadas en el suelo, mesarse las barbas y cejas y dar muestras de un profundo dolor y pesar de sus pecados.

Salió de la ermita y se dirigió precipitado hacia su tenducho, ¡Pobrecito, se había vuelto loco! Sus gestos y sus gritos lo manifestaban bien a las claras. Ya en su casa, rompió cuantos libros de caballerías tenía en venta, distribuyó los devotos entre los curiosos que le habían seguido y se despojó de sus vestidos quedándose con lo imprescindible. ¡Hecho una facha! ¡Le fallaban los cascos! Así pensaba la gente.

Nuestro hombre se confesó, entre lágrimas, con el padre Ávila. Posiblemente, incluso este mismo santo varón sospechó que su penitente estaba perturbado. Pero sus sospechas hubieron de desvanecerse ante las palabras del hombre que tenía a sus pies. Lo consoló y le animó a seguir las inspiraciones de Dios.

Pero el Beato Maestro Avila tenía que ausentarse de Granada y aquí tenemos a Juan Ciudad (que este era el nombre del extraño converso) comenzando una vida nueva.

Los vecinos de Granada vieron que las locuras de Juan Ciudad seguían en aumento: se metía en los lodazales y daba saltos por las calles haciéndose el demente. Quería el desprecio. Deseaba que le tuvieran por mentecato. Y lo consiguió.

Unos días después, Juan Ciudad era internado en el Hospital Real de Granada, donde eran cuidados los que habían perdido el juicio. No podía estar libre por las calles aquel hombre que era la irrisión de chicos y grandes, que le corrían e insultaban gritando: "¡Al loco, al loco!".

En el Hospital Real estuvo algún tiempo. Los loqueros le trataron mal. Incluso quisieron volverle el juicio a base de azotainas. Porque era, por lo visto, un remedio muy socorrido en la época éste de los azotes para curar la locura.

Sobre las flacas carnes de Juan Ciudad cayeron frecuentemente los látigos y los cordeles de los loqueros, si bien veían en él una demencia singular: se alegraba de los malos tratos que le daban, mientras que reprendía severamente a los enfermeros por la dureza con que se comportaban con los pobres dementes. Cierto, aquel hombre era un caso clínico sin precedentes...

Años más tarde, toda Granada se conmovería ante la muerte de aquel que fue tenido por loco. Y después de lustros y de siglos, cuantos leyeran la vida de Juan sentirían tal vez que las mejillas se les humedecían ante tanto heroísmo.

Pero queremos interrumpir el proceso de la santa locura de Juan para plantarnos de golpe ante su fase más aguda. Era cuando Juan estaba maduro ya en la santidad y cuando se apellidaba "de Dios". Ya no tenía curación; el amor de Dios y del prójimo se había apoderado totalmente de su ser.

Juan se pasó los últimos años de su vida en medio de la podre humana. ¿Quién sino un loco por Dios hubiera soportado lo que él soportó?

Del breve, pero interesante, epistolario del Santo entresacamos algunos párrafos que valen más que todas las descripciones que pudiéramos hacer del ambiente en que derrochaba amor Juan de Dios. Dice en una ocasión: " ... en esta casa (en el hospital por él fundado) se reciben generalmente de todas enfermedades y suerte de gentes, ansí que aquí ay tollidos, mancos, leprosos, mudos, locos, perláticos, tiñosos y otros muy viejos y muy niños..". Y en otra ocasión: "...cada día se me recresen las necesidades y angustias y en demás hagora y de cada día mucho más ansí de deudas como de pobres que vienen muchos desnudos y descalzos y llagados y llenos, de piojos, que ha menester un hombre o dos que no hagan más que escaldar piojos en una caldera hirviendo y este trabajo será de aquí adelante todo el invierno...".

Ante estas y otras miserias, que sólo de contarlas dan náuseas, se derretía el alma de Juan de Dios. Y no había privación, dolor, trabajo o humillación que Juan no aceptara contento para remediarlas.

San Juan de Dios fue un santo extraordinario. Comparable a San Francisco de Asís por su sencillez, pobreza y humildad y también por su encendido amor de Dios y del prójimo. Ninguno de los dos fue sacerdote. Y, sin embargo, uno y otro conmovieron profundamente a sus contemporáneos y fueron verdaderos padres de las almas.

Es lástima que no se pueda resumir la vida de nuestro Santo en unas breves páginas. Merecería la pena, ya que es hondamente edificante. Sobre todo, desde el período de su ruidosa conversión (que rápidamente hemos transcrito), su vida fue una entrega heroica ininterrumpida a Dios y al prójimo. A todos extendía su ardorosa caridad: a los enfermos, a las viudas, a los huérfanos, a los pobres, a los ancianos, a los labradores arruinados por las cosechas, a las mujeres de mala vida, a los obreros sin trabajo, a los soldados que no recibían sus pagas, a los estudiantes que se encontraban en apuros, etc., etc. Se podrían escribir páginas y páginas con un sabrosísimo anecdotario sobre la caridad de San Juan de Dios.

Como botón de muestra de lo que venimos diciendo, queremos traer unas líneas de uno de los primeros biógrafos del Santo en la que se nos describe uno de los últimos rasgos de caridad del Santo, en el remate ya de su divina locura. Dice así: "Eran tantos los trabajos en que Ioan de Dios se ocupaba por dar remedio a los de todos, así de caminos y salidas que hacía, en que padecía muchas frialdades, como del trabajo ordinario de la ciudad, que se desvencijó (¡se hizo polvo! diríamos en nuestra época), y de esta enfermedad, como él le hacía poco regalo, padecía gravísimos dolores, y disimulaba cuanto él podía, por no darlo a entender y dar pena a sus pobres en vello malo, mas estaba ya tan flaco y debilitado y sin fuerzas, que no lo podía ya disimular. Y sucedió a esta sazón, que el río Genil vino aquel año muy crecido por las grandes aguas que había llovido; y dixéronle a loan de Dios' que el río con la corriente traía mucha leña y cepas. Y él determinóse, con la gente sana que había en casa, de illa a sacar, porque el invierno era muy fuerte de nieves y fríos, para que los pobres hiciesen lumbre y se calentasen. De meterse en el río en tal tiempo, cobró tanta frialdad, sobre la enfermedad que tenía, que aquexándole más gravemente el dolor que solía, cayó muy malo; y la causa de meterse tanto en el río fue que, de la gente pobre que venía a sacar leña, un mozuelo entró incautamente en el río más de lo que se sufría, y la corriente arrebatólo y llevábalo; y loan de Dios, por socorrelle, entró mucho, y al fin se ahogó, que no pudo asille. Y desto cobró mucha pena; de manera que su enfermedad se iba agravando cada día más..."

Juan de Dios siguió "desvencijado", como dice su biógrafo, pero infatigable en sus extremadas penitencias y en sus trabajos por los pobres y enfermos. Hasta que le tocó caer en la brecha. Fue el 8 de marzo de 1550. Tenía cincuenta y cinco años.

Presintiendo la hora de su muerte, ya en su última enfermedad, pidió que le trajeran el Santísimo. Antes se había confesado con gran fervor. Comulgar no pudo, por no resistir su estómago ningún alimento. Habiendo llamado a Antón Martín, a quien tiempo atrás había convertido y hecho su colaborador más fiel, le recomendó atendiera en lo sucesivo a sus pobres y enfermos. Y viendo que se moría, se levantó de la cama, se puso de rodillas y, abrazando un crucifijo, dijo: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo". Momentos después, entregaba su alma a Dios, quedando su cadáver de rodillas, con suma admiración de todos los que estaban presentes a su muerte.

Su entierro fue uno de los más solemnes que jamás conociera la ciudad de Granada. El que doce años antes había sido corrido por las calles como loco, era proclamado por todos unánimemente como santo. Pero era igual. ¿No había sido realmente loco, loco por el amor de Dios?

Había nacido Juan en Montemayor el Nuevo, pequeña ciudad de la diócesis de Evora (Portugal) en el año 1495 en el seno de una familia hondamente cristiana. Sus padres, Andrés Ciudad y Teresa Duarte, lo educaron en el temor de Dios. Sus biógrafos aseguran que hubo presagios maravillosos de lo que había de ser, desde el momento de su nacimiento. Aunque la hipercrítica los rechazara, da igual, ya que su vida —sobre todo desde su conversión definitiva— fue un prodigio continuo.

A los ocho años, no se sabe a punto fijo por qué motivos, abandonó la casa paterna para trasladarse a España. Un sacerdote lo atendió en los primeros días hasta que vino a parar a Oropesa, en la provincia de Toledo. Aquí lo prohijó un tal Francisco Mayoral, hombre probo y de excelente corazón. En esta ciudad fue durante algún tiempo pastor de los rebaños de su protector. Pasados los años, el carácter de Juan cautivó a su bienhechor, hasta el punto de que quiso casarlo con su hija. Pero él rehusó tal propuesta haciéndose soldado.

Juan comenzaba una vida nueva llena de peripecias y de peligros. Se alistó de momento en las tropas que guerreaban contra Francisco I de Francia. En 1521 se encuentra en Fuenterrabía, que el francés había sitiado. Tal vez se extravió algo entre la soldadesca. Por lo menos su fervor inicial. Hasta que, salvado por la Virgen providencialmente de la horca, a la que le había condenado uno de sus jefes por haberse dejado arrebatar un botín que a su custodia había sido confiado, decidió cambiar de vida y regresar a Oropesa. Cuatro años estuvo esta vez con su protector, que le había recibido con gran alegría. Hubo nuevas propuestas de matrimonio con su hija, y él huyó de nuevo.

Por segunda vez se alistó en el ejército. Ahora había de luchar por tierras de Austria-Hungría contra el gran turco Solimán II, que había puesto en apuro al hermano de Carlos V, Fernando.

Rechazados los turcos de las cercanías de Viena, Juan regresó a España por mar, desembarcando en Coruña. Desde allí se dirigió a su pueblo natal. Allí se enteró de que sus padres habían muerto, la madre poco después de su salida de Portugal y el padre años más tarde como religioso en un convento. Con honda pena abandonó su tierra pasando a Ayamonte, en cuyo hospital se dedicó al servicio de los enfermos. Poco después llega a Sevilla, donde se acomodó de pastor durante una temporada.

Poco después se dirige a Ceuta en compañía del caballero portugués D. Luis Almeyda, su esposa y cuatro hijas. La enfermedad postra en la cama a casi todos los miembros de esta familia, agotando todos sus recursos económicos.

Entonces, Juan trabaja en las fortificaciones de la ciudad para sostener a aquellos amigos suyos que se encontraban en un duro trance. Iba ya madurando en su alma aquella caridad que no había de conocer límites. Por evitar peligros para su alma con el contacto de los infieles, Juan pasó a la Península quedándose en Gibraltar, donde comenzó su pequeño negocio de ventas de estampas y libros piadosos. Aunque más que negocio era apostolado lo que hacía. Su alma estaba cada vez más preparada para dar el vuelco definitivo. Si sus biógrafos aseguran que Juan fue siempre muy buen cristiano, muy sencillo, caritativo y devoto de la Virgen María, hay que reconocer que es en esta época de su vida donde se va viendo más claramente que Dios le iba preparando para lo que sería después. Los historiadores hablan de una aparición del Niño Jesús en forma de pequeño mendigo, el cual, como hubiera sido atendido con inmensa caridad por Juan, le dijo que fuera a Granada, donde tendría su cruz, manifestándosele después como el Hijo de Dios. Lo cierto es que ya había dado pruebas Juan hasta estas fechas de una exquisita caridad.

Hemos hablado un poco de la conversión definitiva a Dios de Juan a poco de llegar a Granada, donde llevaba unos meses dedicado a la venta de estampas y libros piadosos, lo mismo que había hecho en Gibraltar.

También lo hemos visto tenido por loco y recluido en un manicomio. Salió por fin de allí, habiendo dejado muestras de una humildad a toda prueba y de un espíritu de sacrificio extraordinario.

A partir de este momento ' encontramos a Juan completamente enloquecido por Dios y soñando únicamente en servirle cada vez mejor. Para ello eligió como director de su conciencia al ya mencionado padre maestro Juan de Avila, gran santo y gran conocedor de las ciencias teológicas. Habiendo pedido consejo Juan a este santo varón, le confirmó en sus deseos de entregarse al cuidado de los enfermos. Para ello, después de haber peregrinado a Guadalupe, Juan alquila una casa y la convierte en hospital. Poco a poco va acomodando a cuantos enfermos encuentra, dando muestras, en aquella Granada que le había tenido por loco unos meses hacía, de una santidad extraordinaria.

Juan pedía limosna para sus pobres a todas horas y sin el más mínimo respeto humano, así como recogía y llevaba a hombros a los enfermos más repugnantes para cuidarlos en su hospital. Era frecuente que cambiara sus vestidos por los harapos de los indigentes. De tal modo que, para que en adelante no lo hiciera, el arzobispo de Túy, don Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la cancillería de Granada, mandó hacerle una especie de hábito religioso, que él mismo le impuso, cambiándole a la vez su nombre de Juan Ciudad por el de Juan de Dios.

Las virtudes que Juan de Dios practicó durante los trece años que vivió a partir de su conversión son admirables. Dios premió su generosidad con hechos extraordinarios. Obtuvo conversiones increíbles y fue mucho mayor el bien que hizo a las almas que a los cuerpos. Sus dos colaboradores más íntimos y primeros religiosos de su Orden fueron dos enemigos irreconciliables que se odiaban a muerte y que fueron subyugados enteramente por las virtudes del Santo. Nos referimos a Antón Martín y a Pedro Velasco, que murieron con fama de santidad siendo hermanos de San Juan de Dios.

Fueron también notables los viajes del Santo, siempre a pie y descalzo, buscando limosnas para sus enfermos. Uno de sus viajes, ya al fin de la vida, lo hizo a la corte, que se encontraba a la sazón en Valladolid. Felipe II y sus cortesanos quedaron maravillados de la santidad del siervo de Dios.

No es extraño que a este bendito varón le colmara el Señor con toda clase de bendiciones. Una vez se le apareció el mismo Jesucristo en forma de pobre.

Entre los hechos más notables de su vida se cuenta que, habiéndose originado un incendio en el Hospital Real de Granada, estuvo sacando enfermos del mismo en medio del fuego sin que las llamas le tocasen.

Por fin, extenuado por sus innumerables trabajos y penitencias, entregó su alma al Señor, con una muerte envidiable, como hemos visto.

La estela de sus virtudes fue imborrable y este humilde servidor de Jesucristo dejó a la Santa Iglesia una legión de hijos, émulos de sus virtudes, los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII, por un breve del 21 de septiembre de 1630 y canonizado por Inocencio XII el 15 de julio de 1691.

Esta es la historia de Juan de Dios, un "loco a lo divino", como lo han sido todos los santos.

¡Que él y ellos nos contagien de su locura! 

FAUSTINO MARTÍNEZ GO

Santo Evangelio 8 de Marzo de 2013




Autor: Rodrigo Parra | Fuente: Catholic.net
¡Amor a Dios es amor al prójimo!
Marcos 12, 28-34. Cuaresma. Cuando falta Dios, desaparece la paz dentro y fuera del hombre,


Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34 

En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Oración introductoria

Señor Jesús, amigo y creador mío, te agradezco por permitirme una vez más encontrarme contigo; te agradezco por todos los dones que me concedes. Te pido por todos aquellos que buscamos acercarnos más a ti y por aquellos que quieren encontrar un sentido a la vida. Pongo en tus manos todas las intenciones de mi corazón para que por intercesión de nuestra Madre, María, se cumpla tu amorosa Voluntad en mi vida.

Petición

Señor que al escuchar tu palabra abra mi corazón para ponerte al centro de mi vida y que te exprese mi amor con actos concretos de caridad a mi prójimo.

Meditación del Papa

La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho de que Él mismo "llena" los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en Él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por este motivo, todo precepto se hace verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un mandamiento único: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. "El amor es la plenitud de la Ley", escribe san Pablo. Ante esta exigencia, por ejemplo, el triste caso de los cuatro niños gitanos, fallecidos la pasada semana en las afueras de esta ciudad, en su barraca quemada, exige preguntarnos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir, más cristiana, no habría podido evitar esta tragedia. Y esta pregunta es válida para otros muchos acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que acontecen cotidianamente en nuestras ciudades y en nuestros países. (Benedicto XVI, 13 de febrero de 2011). 

Cristo nos invita a que le amemos con toda nuestra vida; con todo nuestro corazón, inteligencia y ser. Impulsados por ese amor al Señor le podremos encontrar y ver, también, en nuestros hermanos. De esta forma lograremos amar a Dios en nuestros hermanos seguros de que eso vale más que mil sacrificios y renuncias. Esa es la mejor forma de estar más cerca del Reino de los cielos.

Reflexión 

Es necesario iluminar y transformar nuestra vida diaria a través de la luz que nos brinda la verdad de la Palabra de Cristo. Ser cristiano significa vivir con plenitud nuestra vocación al amor, pues como decía el apóstol San Juan: “si alguno dice que ama a Dios a quien no ve, pero odia a su hermano a quien ve, es un mentiroso” (cf. 1Jn 4, 20). Vivamos estos días cercanos a la Semana Santo acompañando a Cristo con nuestra oración y caridad. Demostrémosle a Cristo nuestra Fe con el amor a nuestro prójimo.

Propósito

Ofreceré a Dios un pequeño sacrifico en la mesa por aquellas personas con las que he podido tener algún tipo de problema.

Diálogo con Cristo

Gracias Jesús porque una vez más iluminas con tu Palabra mi vida. Te pido que yo no sea sordo a tu voz, ni egoísta en mi vida; que sepa en todo momento tenerte a ti como único centro de mi vida para vivir en el servicio a mis hermanos.

El amor cristiano al prójimo, puro y universal, surge de su misma esencia del amor a Cristo que ha entregado su vida por nosotros» Card. Joseph Ratzinger, Cooperadores de la Verdad, Meditación del día 24 de mayo


7 mar 2013

Saber que Dios está con nosotros




Saber que Dios está con nosotros
Miércoles tercera semana Cuaresma. El Señor ha querido venir a nuestra vida, es una presencia viva. 
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net


"Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley". Jesucristo cumple siempre lo que promete. El esfuerzo, el interés y la búsqueda que Cristo realiza en nuestra alma es algo que Él hace en todo momento. No pasará el cielo y la tierra sin que se cumpla lo que Dios nuestro Señor tiene planeado para cada uno de nosotros. Esto tiene que dar a cada uno de nuestros corazones una gran tranquilidad, una gran paz. Tiene que darnos la tranquilidad y la paz de quien sabe que Dios está apoyándole, de quien sabe que Dios está buscándole, de quien sabe que Dios está a su lado.

Hay veces que los caminos de nuestro Señor pueden ser difíciles de seguir. Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué el Señor nos lleva por este camino, por qué el Señor nos conduce por este sendero? Cristo vuelve a repetirnos que Él es la garantía. Su Palabra misma es la garantía de que efectivamente Él va a estar con nosotros: "No pasará el cielo y la tierra".

Cuántas veces, cuando nosotros vamos en el camino de nuestra existencia cristiana, podríamos encontrarnos con dudas y obscuridades. La Escritura habla del pueblo que está a punto de entrar a la tierra prometida, y en el momento en que va a entrar, Dios le vuelve a decir lo mismo: Yo voy a entrar contigo. Yo voy a estar contigo a través de los Mandamientos, a través de tu vida interior, a través de la iluminación. 

Nosotros tenemos también que encontrar que Dios está con nosotros, que el Señor ha querido venir a nuestra vida, ha querido venir a nuestra alma, ha querido encontrarse con nosotros. Su presencia es una presencia viva. Y el testimonio espiritual de cada uno de nosotros habla clarísimamente de la presencia viva de Dios en nosotros, de la búsqueda que Dios ha hecho de nosotros, de cómo el Señor, de una forma o de otra, a través de los misteriosos caminos de su Providencia, nos ha ido acompañando, nos ha ido siguiendo. Si el Señor hubiera actuado como actuamos los hombres, ¡cuánto tiempo hace que estaríamos alejados de Él! Dios actúa buscándonos, Dios actúa estando presente, porque sus palabras no van a pasar.

¿Tengo yo esta confianza? ¿Mi alma, que en todo momento, de una forma o de otra, está iluminada por el Espíritu Santo para que cambie, para que se transforme, para que se convierta, está encontrando esa confianza en Dios, está poniendo a Cristo como garantía? ¿No nos estaremos poniendo a nosotros mismos como garantía de lo que Dios va a hacer en nuestra vida y que vemos muy claro lo que hay que cambiar, pero como garantía nos ponemos a nosotros mismos, con el riesgo -porque ya nos ha pasado muchas otras veces-, de volver a caer en la misma situación? 

Aprendamos a ponernos en las manos de Dios. Aprendamos a confiar en la garantía que Cristo nos dé, pero, al mismo tiempo, aprendamos también a corresponder a nuestro Señor. 

"El que quebranta uno de estos preceptos menores y los enseña así a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos". La responsabilidad de escuchar la Palabra de Dios hasta en las más pequeñas cosas, es una responsabilidad muy grande que el Señor ha querido depositar sobre nuestros hombros, dentro de nuestra concreta vocación cristiana. El Señor es muy claro y dice que no podemos darnos el lujo ni de quebrantar, ni de enseñar mal los preceptos, incluso los menores. Así como la garantía que Él nos da es una garantía de cara a la perfección cristiana, Él también quiere que nuestra correspondencia sea de cara a la perfección cristiana. El Señor nos llama a la perfección.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a escucharlo, a tenerlo a nuestro lado, a tenerlo como garante de nuestros propósitos y de nuestras luchas. Pero, al mismo tiempo, vamos a pedirle que nos ayude a corresponder hasta en los preceptos menores. Que no haya nada que nos aparte del amor de Jesucristo. Que no haya nada que nos impida ser grandes en el Reino de los Cielos, que no es otra cosa sino tener en nuestra alma el amor vivo de nuestro Señor, de ser capaces de tenerlo siempre muy cerca a Él, y al mismo tiempo, de ser profundamente entregados a todo lo que Él nos va pidiendo.



Santo Evangelio 7 de Marzo de 2013




Autor: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net
El poder sobre los demonios
Lucas 11, 14-23. Cuaresma. De nosotros depende abrir el corazón a la luz verdadera para que ilumine nuestro interior.
 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 14-23

En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: Por Belcebú, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios. Oros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino? Porque decís que yo expulso los demonios por Belcebú. Si yo expulso los demonios por Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. 

Oración introductoria

Señor, quiero estar siempre unido a Ti, por eso hoy quiero tener este encuentro contigo en la oración. Dame la luz y fortaleza para acallar todo lo que pueda ser factor de distracción o de evasión. Creo, espero y te amo.

Petición

Dios mío, dame la gracia de saber acogerte en mi corazón para vivir siempre unido a Ti.

Meditación del Papa

¿En qué consiste esta profunda sanación que Dios obra a través de Jesús? Se trata de una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona con sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo. En efecto, el Diablo siempre está tratando de arruinar la obra de Dios, sembrando la división en el corazón humano, entre el cuerpo y el alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, e incluso entre el hombre y la creación. El mal siembra la guerra; Dios crea la paz. De hecho, como dice san Pablo: Cristo “es nuestra paz: el que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, a través de su carne”. Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical Jesús, el Buen Pastor, ha debido convertirse en Cordero, "el Cordero de Dios… que quita el pecado del mundo". Sólo así ha podido llevar a cabo la maravillosa promesa del Salmo: "Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa de Yahvé / un sinfín de días". (Benedicto XVI, 22 de julio de 2012). 

Reflexión

A Jesús algunos tampoco le escuchan ni le hacen caso. Para no tener que prestar atención a lo que dice porque es incómodo buscan excusas. Hoy el evangelio nos presenta una que es realmente poco razonable: quien expulsa demonios está en conveniencia con el mismo Satanás.

La respuesta de Jesús está llena de sentido común: un reino divido no podrá subsistir. Lo que pasa es que sus adversarios no quieren reconocer lo evidente, que ya llega el Reino prometido. Sin embargo, si aceptan esto tendrían que aceptar a Jesús como el Mesías de Dios y por lo tanto hacer caso del testimonio que está dando.

Es triste, pero observamos que aquellos que se quejan de Jesús son precisamente algunos del pueblo elegido, los que oficialmente se consideran los mejores. No obstante, vemos que no hay sinceridad. No quieren ver la luz. Jesús les acusaría en otras ocasiones de pecar contra el Espíritu Santo, es decir, de pecar contra la luz que es evidente: no quieren verla.

En nuestra vida, ¿vemos y aceptamos esta luz como venida de Dios? Esta luz se nos revela de manera especial en la cuaresma. O, por el contrario, ¿Cristo también se quejará de nosotros por no aceptarla? De nosotros depende abrir nuestro corazón a la luz verdadera para que ilumine plenamente nuestro interior.

Propósito

Crecer mi sentido de vigilancia a través de una vida de oración y sacramentos, para no caer en la tentación.

Diálogo con Cristo

Señor, quiero vivir desde la perspectiva del amor: que por amor a Ti, sea caritativo; que por amor a Ti, sea auténtico; que por amor a Ti, sea humilde. Que el amor a Ti me lleve a la misión con un espíritu exigente, decidido y audaz, sabiendo que las crisis y tentaciones del mal no podrán hacer mella, si vivo unido a Ti.

6 mar 2013

La fuerza milagrosa de compartir



La fuerza milagrosa de compartir
Cada uno podemos poner alguna de nuestras virtudes al servicio de los demás y el resultado puede ser espectacular




Cierto día, llegó a un pueblo un hombre y pidió por las casas para comer, pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una mujer para que le diese algo de comer. 

- "Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor?"

- "Lo siento, pero en este momento no tengo nada en casa", dijo ella.

- "No se preocupe - dijo amablemente el extraño -, tengo una piedra en mi mochila con la que podría hacer una sopa. Si Ud. me permitiera ponerla en una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo.

- ¿Con una piedra va a hacer Ud. una sopa? ¡Me está tomando el pelo!

- En absoluto, Señora, se lo prometo. Deme un puchero muy grande, por favor, y se lo demostraré"

La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El extraño preparó el fuego y colacaron la olla con agua. Cuando el agua empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada exclamando: 
- ¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas". 

Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne. 

Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y sal. Por fin pidió: "¡Platos para todo el mundo!". 

La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas. Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida. 

Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.

Moraleja: Con la cooperación se alcanzan resultados notables, aun cuando se parta de contribuciones pequeñas, o incluso insignificantes. Esta es la fuerza milagrosa que tiene el COMPARTIR. Cada uno podemos poner alguna de nuestras virtudes al servicio de los demás y el resultado puede ser espectacular.

Salmo 1




Salmo 1
Los dos caminos del hombre


Dichoso el hombre 
que no sigue el consejo de los impíos, 
ni entra por la senda de los pecadores, 
ni se sienta en la reunión de los cínicos; 
sino que su gozo es la ley del Señor, 
y medita su ley día y noche. 

Será como un árbol 
plantado al borde de la acequia: 
da fruto en su sazón 
y no se marchitan sus hojas; 
y cuanto emprende tiene buen fin. 

No así los impíos, no así; 
serán paja que arrebata el viento. 
En el juicio los impíos no se levantarán, 
ni los pecadores en la asamblea de los justos; 
porque el Señor protege el camino de los justos, 
pero el camino de los impíos acaba mal. 

Santo Evangelio 6 de Marzo de 2013


Autor: Miguel Ángel Andrés | Fuente: Catholic.net
Jesús ante la Ley
Mateo 5, 17-19. Cuaresma. Juzgar con bondad y benevolencia las acciones de los demás.


Del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

Oración introductoria

Señor, quiero cumplir y enseñar tu preceptos a los demás. Abre mi mente y mi corazón para que sepa guardar el silencio que me permita escucharte en mi interior para saber cuál es el mejor camino que debo seguir para que mi deseo sea una realidad.

Petición

Creo en Ti, espero y confío en tu Palabra y bondad y, sobre todo, te amo, ¡ven, Señor Jesús!

Meditación del Papa

Dios le ha dado sabiduría. La ley es sabiduría. Sabiduría es el arte de ser hombres, el arte de poder vivir bien y poder morir bien. Y se puede vivir y morir bien solamente cuando se ha recibido la verdad y cuando la verdad nos indica el camino. Ser agradecidos por el don que nosotros no hemos inventado, pero que nos fue dado como don y vivir en la sabiduría: aprender, gracias al don de Dios, a ser hombres de manera recta. El Evangelio nos muestra entretanto que existe un peligro -como se dice hoy directamente en el inicio del párrafo del Deuteronomio: "No agregar, no quitar nada". Nos enseña que con el pasar del tiempo, al don de Dios se añadieron aplicaciones, obras, costumbres humanas, que creciendo esconden lo que es propio de la sabiduría donada por Dios, al punto de volverse un verdadero vínculo que es necesario romper, o lleva a la presunción: ¡nosotros lo hemos inventado! (Benedicto XVI, 10 de agosto de 2012).

Reflexión

Si es recomendable hacer revisiones médicas periódicas, no lo es menos hacer también revisiones espirituales más a menudo, puesto que es muy fácil enfermar. Y, ¿De qué enfermedades debemos examinarnos?

La primera que nos propone examinar el gran médico de almas es la de los malos pensamientos y homicidios interiores: ¿sabemos juzgar con bondad y benevolencia las acciones de los demás conservando siempre su imagen positiva? ¿engrandecemos sin motivo los pequeños fallos del prójimo e incluimos maldad donde no existe matando en el interior su buena fama? Reflexionemos, y si encontramos síntomas negativos el remedio inmediato es perdonar lo que realmente vemos de maldad sin engrandecerlo y sobre todo saber encontrar las virtudes y las buenas intenciones de los demás.

La segunda es la del pudor interior: ¿respetamos la intimidad e integridad de las personas con las que tratamos y nos topamos diariamente o por el contrario, creamos una serie de imaginaciones, intenciones y deseos en que las películas indecentes se quedan cortas? Juzgue usted. En este caso el jarabe más eficaz es el de no permitir que nuestra mente, imaginación y corazón sea el escenario de tan nocivas proyecciones, sino respetar la integridad de los demás y la mía. Todo lo que se cultive ahí saldrá de una u otra manera a relucir.

Por esta ocasión es suficiente con el análisis de esas dos infecciones. Lo que nos queda es conservar la salud o recuperarla cuanto antes, apoyándose siempre en Aquel que lo puede todo.

Propósito

Como la Ley, más que una imposición, es un don, me prepararé en conocerla en el Catecismo.

Diálogo con Cristo

Jesús, hoy no está de moda hablar de mandamientos, por lo que parece difícil cumplir la exhortación para esta Cuaresma, de tu Vicario el Papa, que nos recuerda la responsabilidad de la corrección fraterna. Qué fácil me lleva el respeto humano a dejar pasar tantas oportunidades que pones en mi camino… por eso hoy, humildemente, te suplico me des la prudencia y la caridad para saber decir lo que Tú me inspires, para que otros conozcan, comprendan y vivan el más importante mandamiento, el del amor.

5 mar 2013

Una buena oración de sanación para Cuaresma



Una buena oración de sanación para Cuaresma
Cuando hagamos oración por las personas que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos sentimientos. 
Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com

Ayer me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a Jesucristo?"

A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo: cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.

Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio. También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien del otro antes que en el propio.

Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn 10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner amor y poner el mayor amor posible.

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2647.

¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión (cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.

Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.

"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar por los que le hacen mal". (Catecismo 2635)

Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta persona se muera cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner amor, como Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5,7-9).

¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables, por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen cristiano.

Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir. Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo que hace al hombre amable entre los seres.

Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de cuaresma sería lo mejor.

Dios te salve, María, llena de dolores



Dios te salve, María, llena eres de dolores; Jesús crucificado está contigo; digna eres de llorada y compadecida entre todas las mujeres, y digno es de ser llorado y compadecido Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Santa María, Madre del Crucificado, da lágrimas a nosotros crucificadores de tu Hijo, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

¿Contarle mis pecados a un sacerdote?




Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
¿Contarle mis pecados a un sacerdote?
El sacerdote está haciendo un servicio, que es actuar en nombre de Cristo


¿Contarle mis pecados a un sacerdote?
Cristo, durante su vida pública hizo muchos actos públicos de perdón de los pecados y en ninguno aparece que pidiera la lista de pecados del pecador.

No hay que olvidar que la Sagrada Escritura es sólo uno de los caminos por los que llegamos a la Revelación de Cristo. El otro es la Tradición de la Iglesia, es decir, lo que aprendió la Iglesia a partir del testimonio directo de los apóstoles que vivieron junto a Jesús. De hecho, el Nuevo Testamento lo escriben los mismos apóstoles y discípulos que o bien vivieron junto a Jesús, como es el caso de Mateo y de Juan, o bien escucharon el testimonio de aquellos Apóstoles que vivieron en la intimidad con Él, como es el caso de Lucas y Marcos, por ejemplo. Y la Tradición ha sido siempre muy fiel a las enseñanzas de Jesucristo, fiel hasta dar la vida con tal de no modificar sus enseñanzas.

La primera Iglesia vivía una forma de confesión en la que se decían los pecados en privado al Obispo de la comunidad y luego se recibía la penitencia. En esto veía la Iglesia una forma de ser fiel a la dinámica de la Encarnación, que buscaba siempre la salvación del hombre a través de la naturaleza humana y al mismo tiempo respondía a una constante del corazón humano, que es la necesidad se saberse objetivamente perdonado, de escuchar "te perdono".

No se trata de confiar en el perdón, sino de tener la certeza de que Dios está actuando a través de medios humanos, según Él ha querido actuar siempre, desde su encarnación (Cf Mateo 18,18; Juan 20,23; Mateo 28,18-29). El sacerdote no está ahí por morbo, sino como conducto humano entre Dios y el hombre. Él olvida todo y no puede hacer uso de lo que tú le dices pues le obliga el secreto sacerdotal, que por gracia de Dios, nunca ha sido violado por ningún sacerdote en toda la historia de la Iglesia.

El sacerdote está haciendo un servicio, que es actuar en nombre de Cristo. Jesús podía conocer directamente al alma e incluso no hacía falta que hiciese público que perdonaba los pecados. Bastaba con su deseo y ya estaba. Que Él quisiera decir en público que los perdonaba era otra cosa, pero hoy no puede hacerlo. Necesita servirse de la Iglesia, que no tiene el poder de conocer el alma del pecador de modo intuitivo. Por eso escucha el pecado y da el perdón. Es una simple tarea de intermediario.


¿Cómo lo hacían en otras épocas en que no existía esta forma de confesión?

En todas las épocas de la vida de la Iglesia ha habido siempre una confesión individual. Hay muchos libros publicados por autores que se han dedicado a estudiarlo a fondo sobre documentos históricos y todos recogen siempre alguna forma de confesión individual. Es cierto que la forma de confesar los pecados que ahora vivimos fue instituida por los monjes irlandeses, pero antes, cuando se imponía públicamente la penitencia y se absolvía en público al penitente después de cumplirla, siempre la imposición de la penitencia estaba precedida de una exposición rigurosa de los pecados al obispo, cosa que se hacía en particular. También, muchas veces, la imposición de la penitencia solía hacerse en particular, excepto cuando se trataba de pecados públicos.


¿Se puede exigir al hombre de hoy esta única forma de confesión?

Sí. El hombre es una unidad psicosomática, es decir, compuesto de cuerpo y alma. Es claro que el perdón de los pecados es algo que se refiere al alma, pero también es claro que el ser humano necesita escuchar ese "te perdono" que da tanta tranquilidad. Seguramente, tú has tenido dificultades en tu trato con alguna persona a la que aprecias mucho. Siempre pasa en las relaciones humanas. ¿No es verdad que cuando quieres "arreglar las cosas" necesitas escuchar que la otra persona te perdona"? Si no, no te quedas tranquilo.


¿Debemos de dar tantas vueltas al tema, cuando creemos de verdad en la misericordia y el perdón de Dios?

No, si se las damos es porque nos cuesta aceptar que con un acto simple como exponer nuestros pecados y recibir la absolución de un sacerdote se nos perdone algo tan grave como es una ofensa a Dios. O también se las damos porque nuestra naturaleza herida por el pecado no quiere humillarse delante del confesor y prefiere arreglarse de otra forma.


¿No es mucho más importante el arrepentimiento sincero que el cumplimiento de una norma de la Iglesia?

Efectivamente, tanto que sin él no hay perdón de los pecados porque es la condición para alcanzarlo. Pero una cosa no quita la otra. El arrepentimiento, si es sincero, se expresa aceptando humildemente las normas de la Iglesia que no son inventadas, sino basadas en la Tradición de la Iglesia.

Convertíos y creed en el Evangelio.






Nueva evangelización y sacramento de la penitenciaEl grito de Cristo sigue vivo hoy como hace 2000 años: Convertíos y creed en el Evangelio.

Autor: P.Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net



El grito de Cristo sigue vivo hoy como hace 2000 años: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15).

La escucha de esa invitación se concreta de modo particular en un sacramento que tiene un papel clave para la vida cristiana: el sacramento de la penitencia.

Lo explicaba el Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado el 9 de marzo de 2012. Tras preguntarse en qué sentido la confesión sacramental es el camino para la nueva evangelización, respondía:

"En primer lugar, porque la nueva evangelización toma su linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino diario de conversión personal y comunitaria para conformarse de modo cada vez más profundo a Cristo. Y existe una estrecha trabazón entre santidad y sacramento de la reconciliación, testimoniada por todos los santos de la historia".

En la confesión, continuaba el Papa, "el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado, abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo".

Desde la renovación que produce la gracia es posible vivir y transmitir el Evangelio. Lo había dicho ya el beato Juan Pablo II, en la Carta apostólica "Novo millennio ineunte" (n. 37), al recordar cómo el sacramento de la penitencia permite redescubrir el rostro misericordioso de Cristo. Lo repite su sucesor, Benedicto XVI, que no duda en gritar, en el discurso antes citado: "Por lo tanto, ¡la nueva evangelización inicia también desde el confesionario!"

Son palabras que muestran la urgencia de una pastoral más viva, más convencida, más creyente, de un sacramento que permite el encuentro entre la necesidad del hombre herido por el pecado y la gracia salvadora de un Dios que busca a cada uno de sus hijos. Son palabras que abren un horizonte magnífico a la nueva evangelización, que será posible sólo desde corazones convertidos y curados gracias a ese milagro de la misericordia que se produce en cada confesión bien hecha.

Santo Evangelio 5 de Marzo de 2013


Autor: Miguel García | Fuente: Catholic.net
Perdona no sólo siete veces, sino setenta veces siete
Mateo 18, 21-35. Cuaresma. Te pido, Señor, la gracia de tener un corazón como el tuyo, que sepa amar y perdonar.


Del santo Evangelio según Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola: el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido.
Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.

Oración introductoria

Jesús mío, Tú me has amado tanto que has querido dar tu vida por mí. Tú has amado a cada hombre hasta el punto de morir por nosotros, a través del sacrificio de la cruz. Padre bueno, bendícenos a nosotros, a nuestros padres, a nuestras familias y nuestros amigos. Te ofrezco esta meditación por todos mis parientes, especialmente por aquellos que están más alejados de tu gracia y de tu amor. Por aquellos que están peleados o tienen riñas dentro del hogar. Abre nuestros corazones, para que hagamos siempre lo que tú nos pides y te descubramos en el prójimo, para saber perdonarlo de corazón.

Petición

Señor, que a ejemplo tuyo, perdone al que me ofenda. Que tenga paciencia con aquellos que son más ásperos o que pueden ser un poco duros, que te vea en mis hermanos y en ellos te ame con corazón magnánimo.

Meditación del Papa

Al soplo, al don del Espíritu Santo, el Señor une el poder de perdonar. Hemos escuchado antes que el Espíritu Santo une, derriba las fronteras, conduce a unos hacia los otros. La fuerza, que abre y permite superar Babel, es la fuerza del perdón. Jesús puede dar el perdón y el poder de perdonar, porque él mismo sufrió las consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor. El perdón viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz. (Homilía del santo padre Benedicto XVI domingo 15 de mayo de 2005solemnidad de pentecostés)

Reflexión 

La entrega de Jesucristo en la cruz por nosotros, no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos particularmente por perdonar a nuestro prójimo y sobre todo saber pedir perdón a Dios. Necesito salir de mí mismo; que mi alma vaya cambiando y creciendo en amor a los demás. Que con mi testimonio anime aquellos que están lejos del amor a Dios y que les acerque al sacramento de la confesión.

Propósito

Tendré paciencia y perdonaré a aquél que sea ofensivo conmigo; a ejemplo de Cristo que perdonó a todos los que le crucificaban.

Diálogo con Cristo

Jesús, me alegra tanto saber que Tú siempre estas allí para enseñarme a perdonar y sobre todo que me enseñas tu perdón; cuando yo peco también te estoy condenando y ofendiendo nuevamente, al igual que tus verdugos. Cuando ofendo a mi hermano también te hago daño a ti. Pero a pesar de ser así, me queda el consuelo más grande de mi fe: ¡Dios me ama! Te pido, Señor, la gracia de tener un corazón como el tuyo, que sepa amar y perdonar a pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida.


"Que la Santa Madre de Dios, que nos indica a su Hijo, nuestro hermano, nos recuerde a los cristianos de todo lugar el deber de amar a nuestro prójimo, de ser constructores de paz y los primeros en perdonar a quien ha pecado contra nosotros, así como nosotros hemos sido perdonados" ) (Benedicto XVI, 22 de marzo de 2009)



4 mar 2013

Oración a Jesús Crucificado




Mi Señor Jesús crucificado, vengo humildemente ante ti, eterna fuente de sanación y de vida, Poderosa fuente de nuestra Resurrección, alimento para nuestras almas en la Sagrada Eucaristía, refugio eterno de la Luz Divina, puerta a la Majestad y Gloria del Padre y de nuestra única esperanza y salvación.

Salmo 2






SALMO 2

El rey davídico, figura del Mesías
La rebelión de los reyes vasallos
2:1 ¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos hacen vanos proyectos?
2:2 Los reyes de la tierra se sublevan,
y los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Ungido: 
2:3 "Rompamos sus ataduras,
librémonos de su yugo". 

El Señor, defensor de su Ungido
2:4 El que reina en el cielo se sonríe;
el Señor se burla de ellos.
2:5 Luego los increpa airadamente
y los aterra con su furor:
2:6 "Yo mismo establecí a mi Rey
en Sión, mi santa Montaña". 

Los privilegios del Rey
2:7 Voy a proclamar el decreto del Señor:
Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.   
2:8 Pídeme, y te daré las naciones como herencia,
y como propiedad, los confines de la tierra.
2:9 Los quebrarás con un cetro de hierro,   
los destrozarás como a un vaso de arcilla".

Advertencia contra los rebeldes
2:10 Por eso, reyes, sean prudentes;
aprendan, gobernantes de la tierra.
2:11 Sirvan al Señor con temor;
2:12 temblando, ríndanle homenaje,
no sea que se irrite y vayan a la ruina,
porque su enojo se enciende en un instante.
¡Felices los que se refugian en él!

El Señor protege el camino de los justos



El Señor protege el camino de los justos

1:1 ¡Feliz el hombre

que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,

1:2 sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!

1:3 Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas, 
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien. 

1:4 No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento. 

1:5 Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos; 

1:6 porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.

Santo Evangelio 4 de Marzo de 2013



Autor: Roberto Villatoro | Fuente: Catholic.net
Ninguno es profeta en su tierra
Lucas 4, 24-30. Cuaresma. Señor, que no sea sordo a tu voz. Que sepa encontrar momentos, para poder escucharte y descansar.


Del santo Evangelio según san Lucas 4, 24-30


En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medios, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempo del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria".

Oración introductoria

Señor, que no sea sordo a tu voz. Que sepa encontrar momentos, para poder escucharte y descansar. Que el ruido, tan presente en casa, en el trabajo y en todos lados, no me impiden escucharte y sepa aceptarte como profeta y amigo.

Petición

Señor, que me deje sorprender por tu amor. Que seas buen profeta en la tierra de mi alma.

Meditación del Papa

Durante estos días podréis recobrar la experiencia vibrante de la oración como diálogo con Dios, del que sabemos que nos ama y al que, a la vez, queremos amar. Quisiera decir a todos insistentemente: Abrid vuestro corazón a Dios. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el "derecho a hablaros" durante estos días. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. En la Iglesia y mediante la Iglesia llegaréis a Cristo, que os espera.

Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: "Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera" (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes, XX jornada mundial de la juventud en Colonia, jueves 18 de agosto de 2005).

Reflexión 

Jesucristo, fácilmente puede ser un profeta mal recibido en nuestra alma. Lo es en muchas personas y ambientes. Nos cuesta cederle el mando de nuestra vida porque no sabemos lo que hará con nosotros. Sin embargo Jesús es amigo, es de los nuestros. En Él sí podemos confiar. "En Él somos fuertes, en Él somos poderosos". Sólo hace falta abrirnos a su amor y dejarnos sorprender por Él.
Tal vez no lo pensamos mucho, pero Cristo ya se ha abierto a nosotros. Nos ha abierto su Corazón, nos ha compartido sus sentimientos. Él confía en nosotros sabiendo que será correspondido. De esa manera, abrirnos a Él será sólo un beneficio, una experiencia de sus sentimientos y de su misericordia. Como la confianza entre dos "mejores" amigos.

Propósito

Guardaré silencio en mi alma, para estar atento a lo que el Señor me pida, a través de sus luces o del ejemplo de los demás.

Diálogo con Cristo

Señor, ayúdame a abrirte las puertas de mi alma. Que al abrírtela, me asombre por lo que haces por mí. Que no sea indiferente a tus consejos. A veces me dan ganas de decirte que nos cuesta mucho seguirte, que no queremos. Pero sabiendo que quieres ser nuestro Amigo, y al verte clavado en la cruz por nosotros, es más fácil.


Queréis decir muy alto a todos que es hermoso tener a Jesús como amigo y es hermoso ser amigos de Jesús. (Benedicto XVI, 30 de octubre de 2010)

3 mar 2013

Venid a mi todos lo que estais cansados y agobiados

Oración a María Dolorosa


Señora y Madre nuestra: tu estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo.

Lo perdías, en cierto sentido, porque El tenía que estar en las cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la vida por sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús: "Ahí tienes a tu hijo", "ahí tienes a tu Madre".

¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Amén.

Santo Evangelio 3 de Marzo de 2013




Autor: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Invitación a la penitencia
Lucas 13, 1-9. Tercer Domingo de Cuaresma. Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y amor, nuestros dolores. Él los premiará.
 

Del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9

En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo». Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»

Oración introductoria

Señor, te pido perdón por no hacer el suficiente esfuerzo para dar mayores frutos apostólicos, confío en que tu misericordia me proteja del desaliento y dilate mi corazón para corresponder generosamente a las innumerables gracias con las que colmas mi vida.

Petición

Señor, dame una fuerza de voluntad recia para cumplir siempre tu voluntad.

Meditación del Papa

Jesús, como hemos escuchado, evoca dos episodios de crónica: una represión brutal de la policía romana dentro del templo y la tragedia de los dieciocho muertos por el derrumbe de la torre de Siloé. La gente interpreta estos hechos como un castigo divino por los pecados de esas víctimas, y, considerándose justa, se cree a salvo de estos accidentes, pensando que no tiene que convertirse de nada en su propia vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo". E invita a reflexionar sobre aquellos hechos para vivir un mayor compromiso en el camino de la conversión, porque es precisamente la cerrazón al Señor, el no recorrer el camino de la conversión, lo que lleva a la muerte, la del alma. En Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio a su propia existencia pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algo en nuestra forma de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. (Benedicto XVI, 7 de marzo de 2010).

Reflexión

San Lucas, el evangelista "historiador", se mete hoy de reportero. Los hechos que nos narra el Evangelio de este domingo parecen más noticias de "crónica", y perfectamente podrían haber sido publicadas en la primera página de todos los diarios del país. Y, si me permite el bueno de Lucas, incluso hasta adquiere un tono un poco "amarillista". Perdón, Lucas, pero lo digo con todo respeto y sin ningún afán de ser irreverente.

Hoy se nos cuenta que algunos vecinos anónimos se presentaron a Jesús a referirle la tragedia "de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían". Nosotros no conocemos detalles de lo sucedido ni se nos reportan datos cronológicos. Tampoco sé si el historiador judío más famoso de la época, Flavio Josefo, diga algo al respecto en sus annales. Lo cierto es que se trataba de un hecho bastante conocido por todos y que tal vez debió haber ocurrido en fechas cercanas a esa conversación con nuestro Señor.

Y bien, Jesús toma enseguida la palabra y los interpela directamente –"a quemarropa", podríamos decir-: "Bueno, y pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás, porque acabaron así? ¡Pues no!". Y, no contento con comentar este hecho, trae a colación otro más, también trágico, y que sus interlocutores no se habían atrevido a mencionar: "Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? ¡Pues yo os digo que no!". Aquí nuestro Señor está abordando un tema bastante candente para su auditorio: el sufrimiento del inocente.

En todas las épocas de la historia ésta ha sido una pregunta acuciante que ha sacudido la conciencia de los hombres. Más de cinco mil años de civilización -desde que surgieron las "grandes culturas"- y dos mil años de cristianismo no han sido suficientes para hacer "desaparecer" este problema, que hunde sus raíces en lo más profundo del espíritu humano y que constituye como una parte esencial de su misterio. Los espíritus más grandes de todos los tiempos -líderes religiosos, pensadores, filósofos, genios de la ciencia, talentos artísticos y literarios- han meditado en la realidad del sufrimiento, y aún hoy continúa siendo un misterio casi impenetrable.

Nos preguntamos con frecuencia, por ejemplo, por qué tantos seres humanos inermes e indefensos tienen que ser víctimas inocentes de las guerras y de las injusticias, de la opresión, del odio y la prepotencia, a veces ciega y brutal, de otros hombres como ellos. O por qué esas catástrofes naturales –terremotos, ciclones, volcanes, sequías, inundaciones, epidemias— que, para colmo, parece como si se abatieran precisamente sobre los más pobres y desprovistos de toda protección; o las tremendas tragedias ligadas, en cierta medida, a descuidos humanos más o menos dolosos –accidentes aéreos o ferroviarios, o de civiles que participan en eventos masivos de carácter social, deportivo, político o religioso y que terminan víctimas de la violencia, del terrorismo o de revueltas populares.

También a los contemporáneos de Jesús les impactó aquella tragedia de los galileos y el accidente de la torre de Siloé. Y se preguntaban el porqué de aquella desgracia. Los mismos apóstoles, cuando vieron a aquel ciego de nacimiento, le preguntaron a nuestro Señor: "Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" (Jn 9, 2). A simple vista, la pregunta no era demasiado inteligente –¿cómo podía pecar si todavía no había nacido?- pero refleja muy bien la mentalidad y el sentir de su tiempo: el sufrimiento era siempre la consecuencia del pecado. Y, por tanto, era considerado como un castigo de Dios que se desencadenaba sobre los malos.

Ésta era, por lo demás, la creencia tradicional varios siglos antes de Cristo. El libro de Job nos retrata perfectamente esta situación. Y Dios, por boca del autor sagrado, trata de hacer ver que no es el pecado ni la culpa personal la causa del dolor y de las desgracias del justo. Dios tiene sus caminos, muchas veces oscuros e incomprensibles, para la pobre mente humana. Y uno de estos misterios es el sufrimiento.

¿Cuántas veces no hemos pensado así también nosotros, y nos hemos sentido "castigados" por Dios o tratados injustamente por Él cuando sufrimos? Muchas veces he escuchado esta frase en labios de algunas personas en la hora de la prueba: "¿Qué le he hecho yo a Dios para que me castigue de esta manera?".

Juan Pablo II, en su encíclica "Salvifici doloris" afronta de un modo muy profundo el misterio del sufrimiento. Y trata de ofrecer una posible respuesta, a nivel humano y teológico, a este desconcertante enigma. Pero, sin dejar de ser un misterio, éste se ilumina con la luz del Crucificado y se vence con la fuerza única del verdadero amor.

Pero sigamos adelante con el Evangelio. Nuestro Señor ha negado rotundamente la idea de que el dolor es un castigo de Dios. Y al final concluye con esta sentencia: "Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera". Es una llamada directa a nuestra conciencia. Las desgracias ajenas han de ser para nosotros como una voz de alerta y una invitación a la conversión interior. Sobre todo en este período de Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión.

Sería muy interesante, a este propósito, detenernos en la segunda parte del Evangelio de hoy, en la parábola de la higuera. Jesús cuenta esta historia para ilustrar la idea precedente. Pero se haría muy larga esta meditación. Baste, por ello, una sola palabra: Dios espera de nosotros frutos de buenas obras, de caridad y de misericordia. Si no producimos frutos de auténtica vida cristiana, seremos cortados y echados al fuego, como la higuera. Una de las finalidades más importantes del sufrimiento, en la pedagogía divina, es ayudarnos a dar frutos de santidad a los ojos de Dios.

Propósito

No nos rebelemos, pues, ni desfallezcamos. Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y amor, nuestros dolores. Él los premiará.

Diálogo con Cristo

Señor, que la higuera de nuestra vida se llene de flores y de frutos para la vida eterna. Yo estoy plenamente convencido de ello. Así nos lo enseñaste, Señor, con tu cruz y resurrección.