7 mar 2015

Santo Evangelio 7 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Sábado II de Cuaresma

Santoral 7 de Marzo: Santas Perpetua y Felicidad, mártires

Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».


Comentario: Rev. D. Llucià POU i Sabater (Granada, España)

Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti

Hoy vemos la misericordia, la nota distintiva de Dios Padre, en el momento en que contemplamos una Humanidad “huérfana”, porque —desmemoriada— no sabe que es hija de Dios. Cronin habla de un hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos.

Nos recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre...

«Padre, he pecado» (cf. Lc 15,21), queremos decir también nosotros, y sentir el abrazo de Dios en el sacramento de la confesión, y participar en la fiesta de la Eucaristía: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,23-24). Así, ya que «Dios nos espera —¡cada día!— como aquel padre de la parábola esperaba a su hijo pródigo» (San Josemaría), recorramos el camino con Jesús hacia el encuentro con el Padre, donde todo se aclara: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Concilio Vaticano II).

El protagonista es siempre el Padre. Que el desierto de la Cuaresma nos lleve a interiorizar esta llamada a participar en la misericordia divina, ya que la vida es un ir regresando al Padre.

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Santas Perpetua y Felicidad, 7 de Marzo



7 de marzo

LECTIO DIVINA


SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD
MÁRTIRES


Los nombres de las Santas Perpetua y Felícitas figuran de antiguo en el canon de la misa. Habían muerto en el anfiteatro de Cartago el año 203. En el calendario filocaliano de Roma del tiempo de San Dámaso, aparece su fiesta el 7 de marzo. Después se perdió la memoria de su celebración, que a principios de este siglo restauró San Pío X. Fue con motivo de las excavaciones que se realizaban cerca de Túnez, en el emplazamiento de la vieja Cartago. Aparecieron los restos de una basílica paleocristiana y fue hallado el epitafio de estas célebres mártires. Mas como el día siete estaba ocupado por Santo Tomás de Aquino se anticipó la fiesta un día.

Las actas auténticas del martirio de las célebres santas es uno de los documentos más realistas y emocionantes que se conocen. Habremos de contentarnos con espigar algunos de sus más bellos párrafos.

Las Actas constan de tres partes, dos autobiográficas y una narrativa. La primera escrita por la pluma de la misma mártir protagonista: Santa Perpetua; la segunda débese a Sáturo, compañero de martirio de la misma, y lo restante —preámbulo y epílogo— corresponde al armonizador de toda la pieza literaria, tal vez Tertuliano, que la debió ofrecer al público en griego y latín.

Como consecuencia del edicto de Septimio Severo contra los cristianos, promulgado el 202, fueron apresados al año siguiente varios cristianos de Cartago, todavía catecúmenos: Revocato y Felícitas, que eran de condición servil, o sea, esclavos, y Saturnino y Secúndulo. Con ellos estaba Vibia Perpetua, de ilustre cuna, de exquisita formación, casada con la dignidad de las matronas, a quien vivían sus padres y dos hermanos y un niño de pecho. Tendría como veintidós años.

A estos mártires se les agregó después espontáneamente Sáturo, diácono, que había sido su maestro de catecumenado y fue quien después les sostuvo en la larga lucha, Santa Perpetua nos va narrando los incidentes del proceso. Primero fueron detenidos en una casa particular, con guardias de vista. Allí comenzaron las luchas con su padre, que era pagano. Estando en esta custodia atenuada recibieron el bautismo y a los pocos días fueron metidas en la cárcel pública.

Quien haya visto la cárcel mamertina de Roma puede imaginarse lo que era una cárcel de los tiempos del Imperio.

"Me horroricé —dice la Santa—, jamás había sentido sensación de tal oscuridad. ¡Terrible día!, insoportable estrechez por el hacinamiento; pero mi mayor preocupación era por el chiquitín".

Entonces intervinieron dos diáconos ante los carceleros y trasladaron a los presos a las celdas del piso superior, desde donde podía verse el mar. Y dice la Santa con una frase muy meridional: "sentimos un refrigerio".

Porque, además, le permitieron tener consigo al niño. "Yo daba el pecho al niño, que estaba esmirriado por no haber mamado nada". Mas la preocupación por su familia no la dejaba sosegar. "Me consumía viendo lo que ellos se consumían por lo que me querían.

Cuando al fin, tras algunas gestiones, logró que le dejaran consigo al niño, "noté como si la cárcel se me hubiese convertido en pretorio", y ya prefería estar allí a ningún otro sitio. Sí, el pretorio era el palacio del procónsul o gobernador, algo equivalente a nuestras capitanías generales.

Aquellos días Santa Perpetua tiene una visión. Sube por una larga escalera, a cuyos lados aparecen innumerables instrumentos de suplicio y cuyo primer peldaño, custodia un terrible dragón. El diácono Sáturo la anima y hollando la cabeza del dragón sube hasta lo alto. "Y ante mis ojos —dice— se abrió como un inmenso jardín".

La Santa nos hace la más bella descripción del paraíso, llena de alusiones a la representación iconográfica de Cristo en la primitiva Iglesia y a los ritos de la Eucaristía. "En medio del jardín estaba sentado un hombre alto, como en traje de pastor, y ordeñaba las ovejas. Y a su alrededor, millares de personas vestidas de blanco. Y levantando la cabeza fijó los ojos en mí y me dijo: "Bienvenida, hija". Y pronunciando mi nombre, me dio a comer un bocado de queso que estaba cuajando. Yo lo recibí con las manos juntas y lo comí. Y todos los circunstantes dijeron: Amén. Al ruido de las voces volví en mí y todavía me quedaba no sé qué saboreo de dulcedumbre".

La Santa comprendió que la esperaba el martirio, que no se reduciría exclusivamente a dar la vida por la fe, sino a sufrir antes mucho por el dolor de su padre pagano.

La escena que se desarrolla ante el tribunal, al tiempo del interrogatorio, es de un patetismo conmovedor.

Subió mi padre a donde yo estaba (el tablado del tribunal) para hacerme cambiar y me dijo: "Hija mía, ten compasión de mis canas; ten compasión de tu padre, si es que merezco de ti el nombre de padre. Y, pues, he hecho con el trabajo de estas manos que llegases hasta la flor de la edad, e incluso te he mejorado sobre todos tus hermanos, no seas al fin mi baldón a los ojos de los hombres. Mira a tu madre, mira a tus hermanos, mira a tu madre y a tu tía materna, mira a tu hijito que no podrá sobrevivir a tu muerte. No seas empedernida ni la ruina de todos nosotros. ¿Quién de nosotros osará abrir la boca con libertad si te cae esta pasión?"

"Estas palabras poníale en los labios su corazón de padre. Me besaba las manos, se echaba a mis pies, y con lágrimas me suplicaba, llamándome no hija, sino señora suya. Yo era la primera en sentir el trance de mi padre, y veía que él sería el único de toda la parentela que no se alegraría de mi martirio".

La Santa le dio ánimos como pudo y el padre se apartó del tribunal entristecido.

Al día siguiente, con motivo del interrogatorio en el foro, en que todos confesaron ante el procurador Hilariano su fe cristiana, el padre volvió a la carga.

"Y como mi padre insistiera para que yo renegase, Hilariano, cansado, mandó que le echasen fuera y le golpearon con una vara. Sentí los varazos como si me los hubieran dado a mí. Entonces Hilariano falló sentencia contra todos nosotros, condenándonos a las fieras. Y todos, alegres, bajamos a la cárcel".

—Como ya el niño se había habituado a tomarme el pecho y sentía placer en estar conmigo, mandé aprisa al diácono Pomponio para que se lo pidiese a mi padre. Este se negó a darlo. Pero gracias a Dios resultó que el niño no tenía más ganas de mamar, con lo que me sentí aliviada al verme libre de la preocupación del pequeño y de la molestia de los pechos".

Se acercaba el aniversario de Geta, hijo del emperador, en cuyo honor se darían unos juegos, siendo el número fuerte del programa el martirio de los encarcelados. La víspera les permiten recibir la visita de los parientes, y, por última vez, el padre de Perpetua quiere disuadirla. "Decía tales cosas que ablandarían a los peñascos. A mí me afligía tan infeliz vejez".

La víspera del combate Perpetua volvió a tener otra visión. Se encontró en medio del anfiteatro ante la expectación de la muchedumbre. Le tocaba luchar contra un atleta de proporciones ciclópeas, un egipcio de mala catadura. En los escritos primitivos el demonio es representado en tipo de egipcio, quizás por el color negro de la piel. La Santa logró vencerle y recibir de manos del presidente del combate un ramo con manzanas de oro, al tiempo que la besaba, diciendo: "Hija, la paz contigo". "En esto desperté. Y conocí que mi lucha acabaría no con las bestias, sino contra el diablo. Pero no dudaba de la victoria". Y termina así su relación: "Esto lo he anotado yo misma hasta la víspera de la lucha: si alguno quiere, escriba lo que ocurrirá el mismo día del "juego".

El diácono Sáturo dejó la reseña de otra visión, que venía a confirmar la victoria por el martirio, mas la relación de éste se la debemos a un autor anónimo, a quien todos identifican como Tertuliano.

Él nos refiere cómo Felícitas, la esclava, que estaba encinta de ocho meses y temía no poder acompañar al suplicio a sus compañeros por causa del embarazo, dio finalmente a luz merced a las oraciones de todos los mártires, que unánimemente lo pidieron.

Y como se quejase por los dolores del alumbramiento, díjole uno de los guardianes:

—Pues si ahora sientes esos dolores, ¿qué será echada a las fieras?

—Ahora soy yo la que sufro —replicó ella—, pero allí otro será quien sufrirá por mí, ya que yo sufriré por Él.

Dio a luz una niña, encargándose una hermana, esto es, una cristiana, de su crianza y educación.

Perpetua lleva hasta el último momento la dirección del pequeño grupo. Ella se enfrenta con dignidad con el tribuno de la cárcel, que en los últimos días extrema su rigor con los detenidos.

—¿Cómo no miras un poco más por nuestro bien para que aparezcamos lustrosos en las luchas del aniversario del César?

El tribuno se ruboriza y les permite la visita de amigos y parientes.

La víspera de los juegos se les concede la "cena líbera", como era uso en tales casos. Una comida que ellos convierten en ágape cristiano. Sáturo reprende la curiosidad de los paganos que acuden a la cárcel a contemplar las víctimas del día siguiente. Muchos marchan confusos, otros se convierten a la fe.

Brilla por fin el día del sacrificio. Van todos al anfiteatro "como en viaje al cielo, alegres, con los rostros bañados de satisfacción. Perpetua marcha llena de majestad, como matrona de Cristo, resplandeciente el semblante. Cerca Felícitas, jubilosa por haber dado ya a luz".

Llegadas a la puerta, quieren vestirles con ornamentos que recuerden los juegos paganos: los hombres como los sacerdotes de Saturno; las mujeres como las sacerdotisas de Ceres.

Perpetua se opone al atropello y al fin les ahorran tal injuria.

Tuvieron suerte los mártires en morir de la muerte que habían deseado. Ellos, a zarpazos y dentelladas de las fieras. Perpetua y Felícitas, envueltas en redes, fueron expuestas a las embestidas de una vaca, que las derribó.

Perpetua, digna hasta el fin, "apenas cayó, más preocupada del pudor que del dolor, atrajo la túnica al lado de la rasgadura para tapar el muslo. Después —bello rasgo femenino—, tomando una horquilla, se sujetó los cabellos desordenados, pues no era decoroso que una mártir diera en el momento de su gloria sensación de plañidera".

Los santos mártires no murieron del todo a causa de las heridas de las bestias. Fueron llevados a la puerta sanavivaria, donde antes de recibir el golpe de gracia, "se besaron mutuamente para completar así su martirio con el signo litúrgico de la paz".

Allí todavía Perpetua tuvo que asir la mano vacilante del verdugo y guiarla hacia su propio cuello. "Tal vez una mujer tan varonil y tan temida por el diablo no podía, morir de otro modo sino queriéndolo ella. Este es el relato de la "pasión" de los que Tertuliano llama "fortísimos y bienaventurados mártires". Una página tiernísima de la historia de la Iglesia. Él, contemporáneo del suceso, dice que "estos maravillosos ejemplos de nuestros días, no menos que los antiguos, sirven para edificación de la Iglesia". Ciertamente, y su fondo familiar y humano nos parece recordar hechos de las persecuciones que actualmente ocurren. El heroísmo martirial que sin cesar se repite.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

6 mar 2015

Santo Evangelio 26 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Jueves V de Cuaresma

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.


Comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró

Hoy nos sitúa san Juan ante una manifestación de Jesús en el Templo. El Salvador revela un hecho desconocido para los judíos: que Abraham vio y se alegró al contemplar el día de Jesús. Todos sabían que Dios había hecho una alianza con Abraham, asegurándole grandes promesas de salvación para su descendencia. Sin embargo, desconocían hasta qué punto llegaba la luz de Dios. Cristo les revela que Abraham vio al Mesías en el día de Yahvé, al cual llama mi día.

En esta revelación Jesús se muestra poseyendo la visión eterna de Dios. Pero, sobre todo se manifiesta como alguien preexistente y presente en el tiempo de Abraham. Poco después, en el fuego de la discusión, cuando le alegan que aún no tiene cincuenta años les dice: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8,58) Es una declaración notoria de su divinidad, podían entenderla perfectamente, y también hubieran podido creer si hubieran conocido más al Padre. La expresión “Yo soy” es parte del tetragrama santo Yahvhé, revelado en el monte Sinaí.

El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero. «Perfecto Dios y perfecto Hombre», dice el Símbolo Atanasiano. San Hilario de Poitiers escribe en una bella oración: «Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y los Apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre y al único Señor Jesucristo, podamos también celebrarte a ti como Dios, en quien no hay unicidad de persona, y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

Santo Evangelio 6 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Viernes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 21,33-43.45-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».

Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta.


Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)

La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido

Hoy, Jesús, por medio de la parábola de los viñadores homicidas, nos habla de la infidelidad; compara la viña con Israel y los viñadores con los jefes del pueblo escogido. A ellos y a toda la descendencia de Abraham se les había confiado el Reino de Dios, pero han malversado la heredad: «Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos» (Mt 21,43).

Al principio del Evangelio de Mateo, la Buena Nueva parece dirigida únicamente a Israel. El pueble escogido, ya en la Antigua Alianza, tiene la misión de anunciar y llevar la salvación a todas las naciones. Pero Israel no ha sido fiel a su misión. Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, congregará a su alrededor a los doce Apóstoles, símbolo del “nuevo” Israel, llamado a dar frutos de vida eterna y a anunciar a todos los pueblos la salvación.

Este nuevo Israel es la Iglesia, todos los bautizados. Nosotros hemos recibido, en la persona de Jesús y en su mensaje, un regalo único que hemos de hacer fructificar. No nos podemos conformar con una vivencia individualista y cerrada a nuestra fe; hay que comunicarla y regalarla a cada persona que se nos acerca. De ahí se deriva que el primer fruto es que vivamos nuestra fe en el calor de familia, el de la comunidad cristiana. Esto será sencillo, porque «donde hay dos o más reunidos en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos» (Mt 18,20).

Pero se trata de una comunidad cristiana abierta, es decir, eminentemente misionera (segundo fruto). Por la fuerza y la belleza del Resucitado “en medio nuestro”, la comunidad es atractiva en todos sus gestos y actos, y cada uno de sus miembros goza de la capacidad de engendrar hombres y mujeres a la nueva vida del Resucitado. Y un tercer fruto es que vivamos con la convicción y certeza de que en el Evangelio encontramos la solución a todos los problemas.

Vivamos en el santo temor de Dios, no fuera que nos sea tomado el Reino y dado a otros.

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San Olegario, 6 de Marzo


6 de marzo

San Olegario
Obispo


Autor: Archidiócesis de Madrid

En lo religioso es Nicolás II quien dirige y en lo civil Enrique IV administra el Sacro Imperio Romano cuando nace en el año 1060 Olegario. Sus padres fueron Olaguer –válido de D. Ramón Berenguer, conde de Barcelona– y Guilia. En su tiempo se condena a Berengario por sus errores sobre la Eucaristía y Godofredo de Buillón conquista Jerusalén, nombrándosele defensor del Santo Sepulcro.

Fue canónigo de la iglesia Catedral de Barcelona y D. Ramón Beltrán, obispo de la ciudad lo ordenó sacerdote. Pero, pensando que agradaba más a Dios de otra manera, Olaguer –que así le conocen en Barcelona y Tarragona– renuncia a la prebenda catedralicia, entra en el monasterio de san Adrián del que llega a ser prior y pasa a ser abad del de san Rufo hasta que se le nombra obispo en el año 1115. No pocos apuros costaron ponerle sobre su cabeza la mitra de Barcelona y en su mano el báculo por no quererlos aceptar el frailecito pensando que eran gran dignidad y pocos sus méritos; incluso llegó a escaparse por la noche y el clero tuvo que "atraparle" en Perpiñán; y dicen que hasta el mismo D. Rodrigo suplicó al papa Pascual II para que le obligara a aceptarla. Puede que el dato sea leyenda o puede que sea verdad por su humildad; pero ciertamente hoy –los tiempos cambiaron– no cuesta tanto aceptar un nombramiento episcopal. Aquellas buenas gentes apreciaban bien su calidad. Como obispo hace su labor con creces; pasó el tiempo reconstruyendo monasterios e iglesias, predicando de ordinario –cosa poco usual en su época– y preocupándose de los pobres, dándoles en limosna los dineros que él recibía.

Cuando muere el papa Pascual y se elige a Gelasio II, va Olegario a Roma a besar los pies de Pedro y prestarle juramento como acto protocolario del tiempo. A su vuelta se ha recuperado Tarragona de los moros, se restituye su condición de sede metropolitana y Olaguer es nombrado su arzobispo el 21 de marzo de 1118. El papa lo nombra además legado suyo para toda España. Tiene que vivir en Barcelona cuya sede mantiene porque quedó arrasada Tarragona y sin bienes propios; ocho años tardará Olegario en terminar de reedificar las murallas de esta ciudad y en llevar a ella gente aguerrida que esté en condiciones de poder defenderla.

Cumpliendo la misión de metropolitano y legado ad latere hubo de tomar parte en diversos concilios y anatematizó al antipapa Anacleto.

A su regreso de Tierra Santa se preocupa de que se restituyan a la iglesia los bienes que algunos se habían injustamente apropiado, bendice y repara las iglesias desacralizadas por los sarracenos, e interviene en Zaragoza en la reconciliación entre don Alonso de Castilla y don Ramiro de Aragón.

Este hombre celoso, incansable, con don de gobierno y mucho amor a Dios no pudo ver reconstruida su iglesia metropolitana por falta de recursos económicos antes de morir el 6 de marzo del 1136. Fueron sepultados sus restos en su iglesia de Barcelona y canonizado a la antigua usanza, es decir, por veneración popular y consentimiento del Romano Pontífice.
 

5 mar 2015

Santo Evangelio 5 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Jueves II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 16,19-31): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.

»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.

»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».



Comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Castelldefels, España)

Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite

Hoy, el Evangelio es una parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado.

El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.

Podemos pensar, ¿dónde estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.

Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.

Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16,26).

San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados.

San Eusebio Palatino, 5 de Marzo


5 de marzo

 San Eusebio Palatino
Mártir


Autor: Archidiócesis de Madrid

Es uno de los innumerables mártires anónimos. Voy a ver si consigo explicarme. El Martirologio Romano lo menciona junto con Pedro, Rústico, Herabo, Mario Palatino y ocho compañeros más de martirio cuyos nombres ni siquiera se mencionan. Le doy el calificativo de «anónimo» o desconocido por no tener noticia de ninguna circunstancia que nos hable del lugar, tiempo o clase de padecimientos que tanto él como sus compañeros sufrieran por la fe. Sólo conocemos sus nombres. A lo más que podemos llegar -y esto como suposición- es que padecieron por Jesucristo en África, por el relato concordante, aunque dependientes entre sí por las fuentes que utilizan, de hagiógrafos que se inclinan por este probable detalle.

El Hagiologio lusitano de Pedro Cardoso, la Crónica de España de Martín Carrillo y Moreno Vargas en su Historia de Mérida sostienen que sufrieron martirio en la Bética, en un lugar llamado Medellín, cerca de Mérida.

En este caso no se ha dado paso a la fábula; la imaginación popular no pudo poner aditamentos posteriores y postizos a la figura humana de estos héroes cristianos; el genio no ha sabido describir minuciosamente, como en otros muchos casos, gestas sobreaumentadas con afanes ejemplarizantes pero ajenos a la estricta realidad histórica. Esta influencia de la fantasía disculpable y bienintencionada hizo mucho bien a generaciones de lectores y de oyentes cristianos; muchos se sintieron animados a la fidelidad más estrecha a la fe y a la paciencia en los momentos duros. Otro tipo de lectores no corrieron la misma suerte; por tener un espíritu más crítico en asuntos históricos, o por estar imbuidos de una mentalidad racionalista cerrada a todo lo sobrenatural, el estilo anteriormente descrito les llevó a un apartamiento de la Iglesia en cualquiera de sus manifestaciones y la tildaron de arcaica y demasiado crédula. Como sucede en todos los asuntos, hay para todos los gustos y nunca llueve a gusto de todos.

A la muerte de estos mártires, por razones ignotas para nosotros y que sólo Dios conoce, no siguió un culto martirial posterior que mantuviera viva su memoria hasta el fin del tiempo; nos queda la noticia escueta de su entrega hasta la muerte y la heroicidad de la paciencia.

Hacen bien las sociedades cultas en mostrar agradecimiento a los héroes -aunque éstos sean anónimos- que en épocas difíciles fueron quienes sostuvieron la patria con su cultura, su libertad y las tradiciones de los mayores que, una vez pasada la situación de crisis, luego siguen disfrutando las generaciones futuras, cada una «actual» en su época. No se les atribuyen gestas concretas reconocidas ni están avalados por triunfos personales; simplemente dieron su vida ¿se les puede pedir más? Juntos forman una masa anónima y son los más y probablemente los más importantes. Hicieron posibles los bienes presentes que son su herencia. Probablemente este sea el lógico y noble intento de las sociedades cultas actuales cuando levantan en lugares preferentes monumento al «Soldado Desconocido», queriendo expresar de algún modo -y dejarlo testimoniado a las generaciones futuras- su agradecimiento.

Eusebio Palatino fue uno de estos personajes anónimos que supo personar la fidelidad a Jesucristo y la fortaleza hasta el fin con el tesón de los que entienden valer la pena su entrega. Mi testimonio agradecido a él y a sus compañeros anónimos.
 

4 mar 2015

“He aquí que vamos a subir a Jerusalén.”

“He aquí que vamos a subir a Jerusalén.”

“Es en vano que madruguéis...” (cf sal 126,2) ¿Qué quiere decir? ... Cristo, nuestro Día, ha amanecido. Es bueno levantarse después de Cristo y no antes. ¿Quiénes son los que se levantan antes de Cristo?... Aquellos que quieren ser ensalzados en este mundo donde él fue humilde. Que sean humildes en este mundo si quieren ser ensalzados donde Cristo fue ensalzado. En efecto, Cristo dijo de los que se adherían a la fe en él: “Padre, quiero que los que me has dado estén donde yo estoy.” (cf Jn 17,25) Un don magnífico, una gracia grande, una promesa gloriosa... ¿Queréis estar donde está él? Sed humildes donde él fue humilde.


“El discípulo no es más que el maestro.” (Mt 10,24) ... Y no obstante, los hijos   de Zebedeo, antes de haber sufrido la humillación, en conformidad con la pasión del Señor, ya se habían escogido sus puestos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Querían levantarse “antes de la aurora”. Por esto caminaban en vano. El Señor les recordó la humildad preguntándoles: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Seguidme, dijo, por el camino que voy yo. Porque si queréis llegar por un camino diferente, caminaréis en vano.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Comentario al salmo 126

Santo Evangelio 4 de Octubre de 2015

Día litúrgico: Miércoles II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».


Comentario: Rev. D. Francesc JORDANA i Soler (Mirasol, Barcelona, España)

El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor

Hoy, la Iglesia —inspirada por el Espíritu Santo— nos propone en este tiempo de Cuaresma un texto en el que Jesús plantea a sus discípulos —y, por lo tanto, también a nosotros— un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.

Nuestras inclinaciones naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y a las personas, mandar y dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone es el opuesto: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo» (Mt 20,26-27). “Servidor”, “esclavo”: ¡no podemos quedarnos en el enunciado de las palabras!; las hemos escuchado cientos de veces, hemos de ser capaces de entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad con nuestras actitudes y comportamientos.

El Concilio Vaticano II ha afirmado que «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los demás». En este caso, nos parece que damos la vida, cuando realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo —el hombre plenamente hombre— pues «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).

Ser servidor, ser esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear intensamente que se nos concedan esos dones. La Cuaresma y sus prácticas cuaresmales —ayuno, limosna y oración— nos recuerdan que para recibir esos dones nos debemos disponer adecuadamente.

San Casimiro, 4 de Marzo



4 de marzo
SAN CASIMIRO, REY

(† 1484)


 Cuando nació San Casimiro el día 3 de octubre de 1458 en el castillo de Wawel, en Cracovia, habían pasado setenta y dos años desde que su abuelo, el célebre Jaguelón, gran duque de Lituania, se posesionara del trono de Polonia con el nombre de Ladislao II. Amenazados continuamente por los asaltos de los caballeros de la orden teutónica y por las incursiones de los tártaros y los rusos, lituanos y polacos, aunque tan dispares en lengua y estirpe, habían resuelto, al fin, unir su suerte creando una federación o "república", como entonces se decía, la cual sería regida por un jefe único, pero conservando ambos estados sus derechos y sus prerrogativas, con ejército, parlamento y cargas civiles propias.

Jaguelón solamente tuvo hijos de su cuarta espesa, la princesa lituana Sofía de Alsenai; entre éstos se encontraba el padre de nuestro Santo, llamado también Casimiro, que fue desde 1440 gran duque de Lituania v desde 1447 rey también de Polonia. Casó con la princesa austríaca Isabel de Habsburgo, de la cual tuvo trece hijos, siendo el segundo San Casimiro.

Las familias numerosas son consideradas en los salmos como una bendición: "Tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa". Y a menudo los santos han salido de estas familias con mucha prole; y en la actualidad demuestran las estadísticas que de estas familias salen las mejores vocaciones religiosas y sacerdotales.

Volviendo a nuestro Santo hemos de decir que, como sus hermanos y hermanas, tuvo una educación sólida y profundamente cristiana.

Por lo que toca a su madre no puede dudarse. Era una de las princesas más piadosas de su siglo. Pero, además, tenemos un testimonio excepcional. Una carta de la propia Isabel de Habsburgo, escrita en 1502 a su hijo Ladislao, rey de Bohemia y Hungría, en la cual describe minuciosamente cómo deben los padres educar a sus propios hijos. Y sin duda que los sabios consejos que da la madre son sencillamente la exposición de su experiencia personal.

A esta labor básica e insustituible de los padres se juntó la obra de excelentes maestros.

En primer lugar, la del humanista polaco Juan Dlugosz, conocido entre los contemporáneos con el nombre latinizado de Joannes Longinus senior. Fue canónigo de Cracovia y consejero del obispo y por su defensa de los derechos de la Santa Sede mereció el destierro, que pronto le levantó el rey Casimiro para encargarle de la educación de sus hijos. Rechazó el arzobispado de Praga y posteriormente aceptó el de Lemberg, en 1479, muriendo antes de ser consagrado. Su fama literaria le viene de haber escrito una Historia polónica, en que hermana sabiamente el amor a la patria y a la religión. Pero haber sido preceptor de San Casimiro le sigue mereciendo mayores citaciones y probablemente también mayor gloria en el cielo.

Con él compartió la grave responsabilidad de educar a los príncipes el humanista italiano Filippo Bonaccorsi, llamado "Calímaco". En los tiempos de Pío II llegó a ser miembro de la célebre Academia Romana; pero a la muerte del papa Piccolómini, sospechoso de haber tomado parte en la conjuración contra Paulo II, hubo de huir de Roma y refugiarse en el extranjero. Fue bien acogido en la corte polaca, al servicio de la cual perduró treinta años. Calímaco debió enseñar a sus regios discípulos el latín y la retórica y para San Casimiro tuvo el preceptor italiano una frase que lo canonizaba en vida, pues le llamaba divus adolescens, joven divinizado. Opinión que concuerda con la del propio Dlugosz, que le definió como "mancebo maravilloso, de raras dotes y espléndida instrucción".

Claro está que ni los cuidados exquisitos de sus padres ni la competencia de sus maestros alcanzaran gran cosa si el príncipe Casimiro no hubiera correspondido generosamente a la gracia. Porque sus otros hermanos, a pesar de haber recibido la misma educación y criarse en circunstancias semejantes, no sólo no llegaron a su mismo grado de perfección, sino que su vida dejó bastante que desear en cuanto a ejemplaridad cristiana.

El primer biógrafo del Santo fue otro humanista italiano, enviado a Polonia por León X, a los pocos años de su muerte, con el fin de que recopilara los datos para su vida, por ser tan general la fama de su santidad. Zacarías Ferreri nos describe en la vida de San Casimiro, en un latín de corte clásico, sus virtudes eminentes. Nos habla de su piedad, de su mortificación, de las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, y de las cuatro cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza... Hemos de confesar que tal enumeración de virtudes se nos antoja un tanto convencional. Ferreri hizo el esquema y después lo fue aplicando al piadoso príncipe. Pero lo cierto es que los hechos revelan un alma de santidad no común.

El continuo esfuerzo del jovencito de agradar a Dios y estar siempre unido a él denotaba una conducta muy por encima de lo ordinario. Para domar su cuerpo y evadir los peligros de la corte renacentista, tan poco propicia a la abnegación, se ejercitaba en las mortificaciones más austeras. Usaba cilicio, se azotaba con disciplinas, practicaba el ayuno corporal, dormía en la dura tierra...

De la mortificación de los sentidos no hay que decir. Ni los vestidos ricos, ni los regalos de palacio, ni los pasatiempos frívolos, ni las fiestas mundanas conseguían atraerle. No podía concebirse mayor inocencia, mayor compostura, mayor devoción en tan tierna edad, En el templo, sobre todo, sobrecogía por su actitud piadosa y recogida, olvidado de todo y arrebatado a Dios.

Principalmente fue devoto de la pasión de Cristo.

A lo largo de toda la Edad Media las almas religiosas habían ido penetrando en el misterio insondable de la redención, y una ascética pujante llevaba a los espíritus a conformarse con Cristo crucificado.

Del hieratismo de los crucifijos bizantinos se pasó a la humanización del arte gótico. Fue una exaltación continua de los sufrimientos del Salvador, que llega a su ápice en las tablas de los maestros flamencos y de los primitivos italianos.

Las cruzadas primero y las peregrinaciones después fomentaron el mismo sentimiento de devoción a Cristo crucificado. Los grandes místicos medievales, Santa Matilde, Santa Brígida, Santa Catalina de Siena, San Francisco de Asís, crucifijo viviente, adornado de los sagrados estigmas, Ruysbroeck, con los místicos alemanes y más cercanos a nuestro santo, Gerardo Groot y los religiosos de Windesheim... todos exaltan la meditación sobre temas de la pasión de Cristo.

Nuestro joven príncipe se abismaba en la contemplación del Crucificado, y al oír hablar de los dolores y agonías que se le presentaron al Redentor en el huerto, de los escarnios que padeció en el atrio de los sumos sacerdotes, de las befas y ludibrios de la flagelación y la coronación de espinas, así como de las caídas del terrible itinerario y de la crucifixión y muerte a la hora de nona, las lágrimas brotaban de sus ojos compasivos y el corazón se le desmayaba en deliquios amorosos.

Embebido en pensamientos tan divinos, ninguna otra cosa le apetecía, y por su gusto todo su tiempo lo pasara en oración tan sabrosa.

Y no siendo esto posible, por los deberes ineluctables de su alto rango, aprovechaba las noches para tan piadosa ocupación y para visitar las iglesias, pues tan grande como su piedad hacia la pasión de Cristo era su amor al Santísimo Sacramento.

Y como no puede haber amor divino sin caridad para con el prójimo, San Casimiro socorría a manos llenas a los necesitados, amparaba a los débiles, ejercitaba su influencia en favor de los oprimidos, de los prisioneros, de los enfermos y angustiados. Vida tan santa resulta más admirable en una corte del cuatrocientos, en un ambiente poco propicio a la abnegación y a la virtud.

Esta santidad del príncipe Casimiro nos la atestigua su propia madre, en carta que escribe a su hijo primogénito Ladislao. En ella le recuerda el ejemplo edificante de su hermano, como digno de toda imitación. Le presenta como un hombre ocupado singularmente en las cosas divinas, que buscaba en todo la verdad, concluyendo que su memoria perdura a través de los siglos. Expresiones de este género en la carta de una madre que escribe al hijo que ha sido compañero de juego y testigo de la vida cotidiana de su mismo hermano, deben asentarse en la sólida realidad.

Pero no concluyamos de aquí que Casimiro, entregado a sus devociones, se desentendiese de sus obligaciones de príncipe o rehuyese el trato social.

La historia nos lo presenta como un muchacho alegre y emprendedor, de extraordinarias cualidades para el estudio, sumamente despierto. A los trece años tuvo un breve discurso latino en presencia del legado pontificio, el cardenal Marco Barbo. Dos años más tarde saludaba igualmente en latín al embajador veneciano Ambrosio Contarini.

Pero lo más admirable es la campaña, que emprendió el 2 de octubre de 1471, a los trece años, para la conquista del reino de Hungría.

Los nobles húngaros, cansados del gobierno irregular de Matías Corvino, hicieron gestiones ante el rey de Polonia para que les enviase al joven Casimiro, al cual no faltaban títulos dinásticos por parte de su madre para aspirar a la corona de San Esteban. Al último momento no prevaleció su candidatura, porque Sixto IV intervino para poner paz entre Matías y sus vasallos, y porque el peligro turco aconsejaba no fomentar disensiones entre los reyes cristianos.

Sin embargo, San Casimiro continuó titulándose "señor natural por derecho de nacimiento del reino de Hungría", y no perdió las esperanzas de ocupar en la ocasión propicia aquel trono; si bien nunca llegó a realizarse aquel proyecto, que nos habla de las legítimas aspiraciones del valiente príncipe.

Lo que hizo fue asociarse al gobierno paterno, y desde los diecisiete años le encontramos continuamente en viaje, ya con su padre, ya haciendo de lugarteniente suyo cuando se ausentaba.

Así fue como en 1475 se acercó por vez primera a Lituania, a la que tan profundo afecto profesaba su padre, que, después de haber sido por siete años gran duque de aquella provincia, no consintió en ocupar el trono de Polonia sin asegurarse primero que podría conservar íntegramente sus derechos al ducado de Lituania y la libertad de movimiento para acudir a la misma siempre que lo desease. Desde entonces su hijo, todos los años, pasaba largos períodos de tiempo en Lituania. En 1483, estando en Vilna, se ocupó de la administración del gran ducado.

Por aquella fecha su padre manifestó su voluntad de que contrajese matrimonio con una hija del emperador Federico III. Los cronistas contemporáneos nos refieren que el rey intentaba la boda de su hijo por razones de estado, pero, además, porque según el dictamen de los médicos palatinos, la salud vacilante del príncipe, que por entonces había contraído la tuberculosis, padecería grave riesgo si no se casaba.

Este peregrino consejo de los doctores, que juzgaban ser la vida austera y continente del Santo la causa de su mal, no tuvo efecto, pues él prefirió ser fiel a su voto de castidad, aunque ello le acarrease la muerte.

Efectivamente, la enfermedad se agravó y el Santo moría de tisis el día 4 de marzo de 1484, a los veinticuatro años de edad, como otros santos que tanto se le parecen: San Luís Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, Santa Teresita del Niño Jesús.

Que su muerte fue edificante nos lo abona la santidad de su vida, pero también el hecho de que supo esperarla serenamente, habiendo recibido los santos sacramentos, y con sus ojos clavados en la imagen del crucifijo e invocando a su dama, la Virgen María. Testigos hubo que aseguraron haber visto su alma, llena de gran claridad, ascender hasta el cielo, donde era recibida por los coros de los ángeles.

Murió en Gardinas (Grodno), pero su cuerpo fue enterrado en la catedral de Vilna, capital de Lituania, en la capilla de Nuestra Señora, lugar escogido por el santo doncel para ser fiel hasta la muerte a tan buena madre.

Cuando ciento veinte años después, en 1604, fue abierta su sepultura para el reconocimiento de sus reliquias, fue hallado entero y sin corrupción su sagrado cuerpo, así como sus vestidos, a pesar de la humedad del enterramiento. Y sobre el pecho del Santo se encontró una copia del himno latino Omni die dic Mariae meae laudes animae. No contento con haberlo rezado diariamente, para demostrar así su devoción a la Virgen, quiso el Santo llevarlo consigo al sepulcro. Este himno se compone de sesenta estrofas rimadas, de seis versos cada una:

Cada día,
alma mía,
di a María
alabanzas.

A sus fiestas,
a sus gestas,
tú les prestas
culto y prez.

Durante mucho tiempo se creyó que el propio San Casimiro había sido el autor de este himno que el juglar de la Virgen cantaba en las iglesias de Cracovia ante sus imágenes. Mas la crítica moderna ha demostrado que se trata de una composición medieval, más de cien años anterior, que algunos atribuyen a San Anselmo de Cantorbery. Con todo, queda el hecho de que el Santo fue quien la propagó, y a su gran devoción mariana se debe el que no se perdiera. Por eso hicieron muy bien los monjes de Montserrat, en la reciente decoración del camarín de la Virgen morenita, el poner la efigie de San Casimiro entre los amantes de María, pronunciando las estrofas del Omni die.

Entre las virtudes de San Casimiro hay que mencionar su celo por promover la fe católica. Tal vez no sea del todo exacta la noticia de las lecciones del segundo nocturno del breviario, donde se dice que consiguió de su padre una ley prohibiendo a los cismáticos rutenos levantar nuevas iglesias o reparar las ruinosas. Esta prohibición estaba ya en vigor cincuenta años antes, desde los tiempos de su abuelo; lo que sí hizo el joven príncipe fue favorecer por todos los medios la extensión del catolicismo y luchar decididamente contra las herejías y movimientos subversivos que en el siglo XV, época de hussitas y wiclefitas, tenían en conmoción al centro de Europa.

Este joven, dulce y amable, es para lituanos y polacos un santo guerrero, algo así como un Santiago del Este, que hace cara a las embestidas moscovitas.

El padre Sarbieswski, famoso latinista, celebró en versos de corte clásico las dos victorias milagrosas que el débil ejército lituano reportó de los rusos en 1518 junto a Polock, y posteriormente en 1654, cuando el general Seremetieff avanzaba con el intento de invadir el gran ducado. San Casimiro se aparece cabalgando un corcel blanco como la nieve y vestido de roja púrpura, dando a los suyos el triunfo.

La canonización de San Casimiro se fija el año 1521, habiendo compuesto su oficio litúrgico el propio Ferreri, su primer biógrafo. Su culto se extendió con rapidez por su tierra natal, congregándose el 4 de marzo millares de fieles junto a su tumba en Vilna. Desde el siglo XVIII se tiene en esta ciudad la mayor feria del año, llamada "kaziukes", corrupción popular de Casimiro. En tal ocasión se vendían hierbas medicinales y golosinas en forma de corazón. De manera tan ingenua la gente sencilla pone bajo la protección de San Casimiro la salud de los enfermos y el amor de los novios.

Los campesinos polacos y lituanos acostumbran a colocar estatuillas de madera del Santo para guardas de sus heredades, y son muchas las poblaciones que han puesto su imagen en los cuarteles de su escudo.

La opresión de la época zarista sobre Lituania y Polonia y después el comunismo soviético han obligado a la emigración a masas enormes de los habitantes de ambos países, lo que ha contribuido a extender por todo el mundo el culto a San Casimiro. En Estados Unidos, en Canadá, en Argentina, Venezuela y aun en Australia hay muchas parroquias, instituciones, organizaciones y círculos de juventudes puestos bajo la protección del glorioso Santo. El arzobispo metropolita monseñor Skvireckas alcanzó en 1943 de Pío XII que San Casimiro fuese proclamado patrón principal de la juventud lituana, "en cualquier parte del mundo que se encuentre".

Bien lo necesita el martirizado pueblo lituano. Y San Casimiro no abandona a los suyos. Precisamente, en mayo de 1953 los soviéticos convirtieron la catedral de Vilna y la capilla donde reposaban sus reliquias en museo antirreligioso. Hubo que transportar aquellos restos sagrados a un lugar más modesto, a una parroquia de los suburbios de la capital. Así, en esta hora de prueba, el Santo duque de Lituania vuelve en medio de sus hijos más humildes para sostener su fe y su esperanza.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

3 mar 2015

Santo Evangelio 3 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Martes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí".

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores", porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


Comentario: Pbro. Gerardo GÓMEZ (Merlo, Buenos Aires, Argentina)

Uno solo es vuestro Maestro; (...) uno solo es vuestro Padre; (...) uno solo es vuestro Doctor

Hoy, con mayor razón, debemos trabajar por nuestra salvación personal y comunitaria, como dice san Pablo, con respeto y seriedad, pues «ahora es el día de la salvación» (2Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es una oportunidad sagrada dada por nuestro Padre para que, en una actitud de profunda conversión, revitalicemos nuestros valores personales, reconozcamos nuestros errores y nos arrepintamos de nuestros pecados, de modo que nuestra vida se vaya transformando —por la acción del Espíritu Santo— en una vida más plena y madura.

Para adecuar nuestra conducta a la del Señor Jesús es fundamental un gesto de humildad, como dice el Papa Benedicto: «Que [yo] me reconozca como lo que soy, una creatura frágil, hecha de tierra, destinada a la tierra, pero además hecha a imagen de Dios y destinada a Él».

En la época de Jesús había muchos "modelos" que oraban y actuaban para ser vistos, para ser reverenciados: pura fantasía, personajes de cartón, que no podían estimular el crecimiento y la madurez de sus vecinos. Sus actitudes y conductas no mostraban el camino que conduce a Dios: «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3).

La sociedad actual también nos presenta una infinidad de modelos de conducta que abocan a una existencia vertiginosa, alocada, debilitando el sentido de trascendencia. No dejemos que esos falsos referentes nos hagan perder de vista al verdadero maestro: «Uno solo es vuestro Maestro; (…) uno solo es vuestro Padre; (…) uno solo es vuestro Doctor: Cristo» (Mt 23,8.9.10).

Aprovechemos la cuaresma para fortalecer nuestras convicciones como discípulos de Jesucristo. Tratemos de tener momentos sagrados de "desierto" donde nos reencontremos con nosotros mismos y con el verdadero modelo y maestro. Y frente a las situaciones concretas en las que muchas veces no sabemos cómo reaccionar podríamos preguntarnos: ¿qué diría Jesús?, ¿cómo actuaría Jesús?


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen

Hoy, Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los maestros de la Ley y a los fariseos, nos dice: «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). ¡Es una acusación terrible!

Todos tenemos experiencia del mal y del escándalo —desorientación de las almas— que causa el “antitestimonio”, es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». En definitiva, «hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II).

Y una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es la falta de coherencia de vida. Un apóstol del tercer milenio, que se encuentra llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de tener presente que «sólo la relación entre una verdad consecuente consigo misma y su cumplimiento en la vida puede hacer brillar aquella evidencia de la fe esperada por el corazón humano; solamente a través de esta puerta [de la coherencia] entrará el Espíritu en el mundo» (Benedicto XVI).

Finalmente, Jesús se lamenta de quienes «todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios, para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la Iglesia, «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». He aquí nuestra grandeza: ¡servir a Dios como hijos suyos!

Santa Catalina María Drexel, 3 de Marzo




3 de Marzo

SANTA CATALINA MARÍA DREXEL
Virgen, fundadora de las HH. del Santísimo
Sacramento para los Indios y los Negros


El 1 de octubre de 2000 fue una jornada histórica que reflejó para el mundo la catolicidad de la Iglesia: Juan Pablo II canonizaba a ciento veinte mártires de China -entre ellos varios misioneros españoles, como española es la primera santa vasca, Santa María Josefa del Corazón de Jesús (-18 de mayo)-, a una africana, Josefina Bakhita (-8 de febrero), y a Catalina María Drexel, de los Estados Unidos de América. Sin embargo, el reflejo de la catolicidad quedó nublado por las sombras de infundadas intenciones del Vaticano contra China, que los medios informativos airearon ampliamente. Y el mundo apenas se enteró de las palabras que el papa pronunció sobre esta santa americana:

La madre Catalina María Drexel nació en una familia acomodada de Filadelfia, en los Estados Unidos. Pero aprendió de sus padres que los bienes familiares no eran sólo para ellos, sino que debían compartirlos con los menos favorecidos por la fortuna. Cuando ya era joven, quedó profundamente impresionada por la pobreza y la condición desesperada de muchos nativos americanos y afroamericanos. Y entonces comenzó a destinar sus bienes a tareas misionales y educativas entre las capas más pobres de la sociedad. Más tarde vio que se necesitaba más, y con increíble valentía y confianza en la gracia de Dios, decidió no dar sólo sus bienes, sino dar su vida entera al servicio total de Dios.

A su comunidad religiosa, la de las Hermanas del Santísimo Sacramento, le enseñó una espiritualidad basada en la unión orante con el Señor en la Eucaristía, y en un servicio alegre a los pobres y a las víctimas de la discriminación racial. Su apostolado contribuyó a crear una mayor conciencia de la necesidad de combatir toda forma de racismo mediante la educación y los servicios sociales. Catalina Drexel constituye un excelente ejemplo de esa caridad práctica y de solidaridad generosa para con los menos afortunados, que desde hace mucho tiempo ha sido el signo distintivo de los católicos estadounidenses.


HIJA DE BANQUERO, HUÉRFANA DE MADRE

Catalina nació en Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos de América), el 26 de noviembre de 1858, hija del rico banquero Francisco Drexel, pero no conoció a su madre, que murió cuando la niña sólo tenía un mes. El padre contrajo segundas nupcias con Emma Bouvier, que hizo de verdadera madre de Catalina. La familia era rica, pero el dinero no era su mayor riqueza: por encima de los bienes materiales, en aquella casa estaba la religión católica y la caridad cristiana. De hecho, Francisco Drexel presidía varias instituciones sociales católicas a favor de los pobres. Y el apelativo de matrona de bondad, que la gente dedicó a Emma Bouvier, define bien el talante de la que, más que madrastra con toda la carga negativa de la palabra, fue madre y maestra de Catalina. Emma abandonaba con frecuencia la alta sociedad para acudir a socorrer a los marginados en sus barracones de los suburbios. Y Catalina, como sus dos hermanas, que acompañaban a Emma en sus visitas a los pobres, conocieron así la miseria en que vivían hombres, mujeres y niños, y aprendieron el significado de las palabras de Jesús: Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis. las obras de caridad, junto con la enseñanza de la religión, serán dos constantes en la vida de Catalina.


ENTREGA TOTAL A DIOS Y A LOS POBRES

La vida de piedad, la frecuencia de los sacramentos y el ejercicio de la caridad ayudaron decididamente a que Catalina hiciera grandes progresos en su vida espiritual. Vivía en la abundancia, y no es fácil renunciar a un alto nivel de vida para abrazar otro género de vida más pobre y austero. A la joven Catalina le parecía lo más normal, a la vista del estilo de vida que Jesús eligió para sí y para su familia de Nazaret. Y comunicó a su director espiritual, padre James O'Connor, su intención de consagrarse a Dios en la vida religiosa. El padre O'Connor, ca-librando las dificultades que aquella decisión podrían ofrecer a la joven, le sugirió la conveniencia de permanecer en el mundo: fuera del convento también podría hacer muchísimo bien a los más necesitados, y ayudar mucho a las misiones de indios y negros, que tanto le preocupaban.

Catalina, en principio, obedeció a su director espiritual. Por el momento continuaría viviendo fuera del convento, pero estaba tan segura de que, antes o después, se consagraría plena-mente a Dios, que hizo voto de virginidad. De este modo garantizaba la consagración de su vida a Dios y aseguraba su dedicación plena a los pobres y marginados. De momento, había descubierto que, además de alimentos y vestido, los indios y los negros tenían una apremiante necesidad para salir de su situación marginal: la formación integral. Y Catalina no dudó en poner remedio, abriendo docenas de escuelas.


RELIGIOSA Y FUNDADORA

La joven estaba contenta con aquella obra educadora que había puesto en marcha. Pero no bastaba con construir las es-cuelas. Hacían falta maestros y educadores en la fe católica. Y, con esa inquietud solicitó audiencia al papa León XIII. Fue a Roma y pidó al papa que enviara misioneros católicos a los Estados Unidos. El gran papa de la Rerum novarum, tan sensible a los problemas sociales de su tiempo, escuchó complacido las inquietudes de aquella joven americana. Y su respuesta, la que en aquel momento pudo darle, fue ésta: Usted puede ser misionera.

Para Catalina, la voz del papa era la mejor pista para conocer el camino que Dios le señalaba. Ella iba a ser misionera. Y, a su regreso a Filadelfia, solicitó el ingreso en las Hermanas de la Misericordia de Pittsburgh: por encima de su director espiritual estaba la autoridad del papa. Y en 1899, a sus treinta y un años, inició su año de noviciado.

No llegaron a dos años los que Catalina permaneció en las Hermanas de la Misericordia. El 12 de febrero de 1891, acompañada de algunas hermanas que compartían sus mismas inquietudes, iniciaba lo que llegaría a ser una nueva congregación religiosa. El nombre original es la mejor síntesis de lo que desde muy joven había sentido Catalina Drexel: Sisters of the Blessed Sacrament for Indians and Colored People (Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y los Negros). Como en tantas ocasiones en la historia de la Iglesia, intentaba compaginar, por una parte, la contemplación -en su caso, concretado en la adoración al Santísimo Sacramento-, y por otra, la acción, dirigida especial-mente a los indios y negros de los Estados Unidos.

El proyecto fundacional fue bien acogido, en principio, por las autoridades eclesiásticas de Filadelfia, y por la Santa Sede cuando acababan de cumplirse los seis años de la fecha fundacional: el 16 de febrero de 1897. El Decretum laudis de Roma era la inicial aceptación oficial. Luego debería presentar el libro de las Constituciones para su aprobación, que fue en 1907. Y, finalmente, el 25 de mayo de 1913 quedaba definitivamente aprobada por la Iglesia la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y Negros.


LARGA VIDA DE ACCIÓN Y DE CONTEMPLACIÓN

La madre Catalina María sabía muy bien que se encontraba en un país de misión, en el que miles de indígenas y de negros permanecían alejados de la mesa común del pan y de la cultura. Y para ellos fundó su congregación.

Como era de esperar, a la muerte de su padre fue mucha la parte de herencia que le correspondió. Y todo lo dedicó a continuar –ahora de un modo estable y comunitario, y contando con maestras y catequistas– la obra de su juventud: pudo fundar sesenta colegios, tres casas de asistencia social y un centro misional. Pero los niños crecían y no siempre podían continuar su educación en las universidades estatales de aquel tiempo. Nueva necesidad y nueva respuesta: creó la Universidad Xavier de Nueva Orleáns, especialmente destinada para la formación superior de jóvenes negros, marginados por el color de su piel.

Durante cuarenta y seis años, la madre Catalina María gobernó la congregación, manteniendo encendido el fuego sagrado del carisma fundacional, y procuró visitar y estar al corriente del funcionamiento de todos y cada uno de sus colegios e instituciones.

A sus setenta y nueve años ya podía pasar el testigo a otras manos. En 1937, renunció al gobierno de la congregación y determinó dedicarse más a lo que tanto deseaba y no siempre pudo dedicar todo el tiempo que hubiera querido: la oración, la contemplación, la adoración al Santísimo Sacramento, de donde había sacado cada día las fuerzas necesarias para las grandes empresas que llevó a cabo. En una intensa vida de oración, esperaría vigilante la llegada del Señor para entrar con él a las bodas eternas: esto ocurrió el 3 de marzo de 1955. Catalina tenía noventa y seis años de edad: una muy larga vida de oración y contemplación.

El 20 de noviembre de 1988 era beatificada por Juan Pablo II, quien antes de que se cumplieran los dos años de la beatificación, el 1 de octubre de 2000, año del gran Jubileo, canonizaba a la Beata Catalina Maria Drexel, la santa norteamericana defensora de los derechos de los indios y de los negros. Para el hombre del siglo XXI ahí queda el mensaje de la santa del siglo XX: el amor cristiano es incompatible con el racismo y la xenofobia.

JOSÉ A. MARTÍNEZ PUCHE, O.P.

2 mar 2015

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso

«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso»

Cristo es una sola persona en dos naturalezas; una, por la que siempre existió; la otra, por la que empezó a vivir en el tiempo. Por su ser eterno conoce siempre todas las cosas; por su realidad histórica, aprendió muchas cosas en el tiempo. Así como históricamente empezó a vivir en el cuerpo, del mismo modo empezó a conocer las miserias de los hombres con ese género de conocimiento propio de la debilidad humana.

¡Cuánto más sabios y felices habrían sido nuestros primeros padres ignorando este género de ciencia, que no podían lograr sin hacerse necios y desdichados! Pero Dios, su Creador, buscando lo que se había perdido, continuó, compasivo su obra; y descendió misericordiosamente adonde ellos se habían abismado en su desgracia. Quiso experimentar en sí lo que nuestros padres sufrían con toda justicia por haber obrado contra él; pero se sintió movido, no por una curiosidad semejante a la de ellos, sino por una admirable caridad; y no para ser un desdichado más entre los desdichados, sino para librar a los miserables haciéndose misericordioso.

Cristo se hizo misericordioso, pero no con aquella misericordia que, permaneciendo feliz, tuvo desde siempre; sino con la que encontró, al hacerse uno como nosotros envuelto en la miseria.

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Los grados de la humildad y del orgullo, cap. 12

Santo Evangelio 2 de Marzo de 2015




Día litúrgico: Lunes II de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 6,36-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».


Comentario: + Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

Dad y se os dará

Hoy, el Evangelio de Lucas nos proclama un mensaje más denso que breve, ¡y eso que es muy breve! Lo podemos reducir a dos puntos: un encuadramiento de misericordia y un contenido de justicia.

En primer lugar, un encuadramiento de misericordia. En efecto, la consigna de Jesús sobresale como una norma y resplandece como un ambiente. Norma absoluta: si nuestro Padre del cielo es misericordioso, nosotros, como hijos suyos, también lo hemos de ser. Y el Padre, ¡es tan misericordioso! El versículo anterior afirma: «(...) y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos» (Lc 6,35).

En segundo lugar, un contenido de justicia. En efecto, nos encontramos ante una especie de “ley del talión” en las antípodas de (inversa a) la rechazada por Jesús («Ojo por ojo, diente por diente»). Aquí, en cuatro momentos sucesivos, el divino Maestro nos alecciona, primero, con dos negaciones; después, con dos afirmaciones. Negaciones: «No juzguéis y no seréis juzgados»; «No condenéis y no seréis condenados». Afirmaciones: «Perdonad y seréis perdonados»; «Dad y se os dará».

Apliquémoslo concisamente a nuestra vida de cada día, deteniéndonos especialmente en la cuarta consigna, como hace Jesús. Hagamos un valiente y claro examen de conciencia: si en materia familiar, cultural, económica y política el Señor juzgara y condenara nuestro mundo como el mundo juzga y condena, ¿quién podría sostenerse ante el tribunal? (Al volver a casa y leer el periódico o al escuchar las noticias, pensamos sólo en el mundo de la política). Si el Señor nos perdonara como lo hacen ordinariamente los hombres, ¿cuántas personas e instituciones alcanzarían la plena reconciliación?

Pero la cuarta consigna merece una reflexión particular, ya que, en ella, la buena ley del talión que estamos considerando deviene de alguna manera superada. En efecto, si damos, ¿nos darán en la misma proporción? ¡No! Si damos, recibiremos —notémoslo bien— «una medida buena, apretada, remecida, rebosante» (Lc 6,38). Y es que es a la luz de esta bendita desproporción que somos exhortados a dar previamente. Preguntémonos: cuando doy, ¿doy bien, doy mirando lo mejor, doy con plenitud?

Santa Inés de Praga, 2 de Marzo


2 de Marzo

Inés de Praga o de Bohemia, Santa


Autor: P. Ángel Amo


Inés, hija de Premisl Otakar I, rey de Bohemia y de la reina Constancia, hermana de Andrés I, rey de Hungría, nació en Praga en el año 1211. En 1220, prometida en matrimonio a Enrique VII, hijo del emperador Federico II, fue llevada a la corte del duque de Austria, donde vivió hasta el año 1225, manteniéndose siempre fiel a los deberes de la vida cristiana. Rescindido el pacto de matrimonio, volvió a Praga, donde se dedicó a una vida de oración más intensa y a obras de caridad; después de madura reflexión decidió consagrar a Dios su virginidad.

A través de los franciscanos, que iban a Praga como predicadores itinerantes, conoció la vida espiritual que llevaba en Asís la virgen Clara, según el espíritu de San Francisco. Quedó fascinada y decidió seguir su ejemplo. Con sus propios bienes fundó en Praga entre 1232 y 1233 el hospital de San Francisco y el instituto de los Crucíferos para que los dirigieran. Al mismo tiempo fundó el monasterio de San Francisco para las “Hermanas Pobres o Damianitas”, donde ella misma ingreso el día de Pentecostés del año 1234. Profesó los votos de castidad, pobreza y obediencia, plenamente consciente del valor eterno de estos consejos evangélicos, y se dedicó a practicarlos con fervorosa fidelidad, durante toda su vida.

La virginidad por el Reino de los cielos siguió siendo siempre el elemento fundamental de su espiritualidad, implicando toda la profunda afectividad de su persona en la consagración del amor indiviso y esponsal a Cristo. El espíritu de pobreza, que ya la había inducido a distribuir sus bienes a los pobres, la llevó a renunciar totalmente a la propiedad de los bienes de la tierra para seguir a Cristo pobre en la Orden de las “Hermanas Pobres”. El espíritu de obediencia la condujo a conformar siempre su voluntad con la de Dios, que descubría en el Evangelio del Señor y en la regla de vida que la Iglesia le había dado. Trabajó junto con santa Clara para obtener la aprobación de una Regla nueva y propia que, después de confiada espera, recibió y profesó con absoluta fidelidad. Constituida, poco después de la profesión, abadesa del monasterio, conservó esta función durante toda la vida y la ejerció con humildad, sabiduría y celo, considerándose siempre como “la hermana mayor”.

Amó a la Iglesia, implorando para sus hijos los dones de la perseverancia en la fe y la solidaridad cristiana. Se hizo colaboradora de los Romanos Pontífices, que para el bien de la Iglesia solicitaban sus oraciones y su mediación ante los reyes de Bohemia, sus familiares. Amó a su patria, a la que benefició con las obras de caridad individuales y sociales y con la sabiduría de sus consejos, encaminados siempre a evitar conflictos y a promover la fidelidad a la religión cristiana de los padres. En los últimos años soportó inalterable los dolores que la afligieron a ella, a la familia real, al monasterio y a la patria.

Murió santamente en su monasterio el 2 de marzo de 1282. El culto tributado desde su muerte y a lo largo de los siglos a la venerable Inés de Bohemia, tuvo el reconocimiento apostólico con el decreto aprobado por el Papa Pío IX el 28 de noviembre de 1874.
 

Beato Carlos el Bueno, mártir, 2 de Marzo



Beato Carlos el Bueno, mártir

En Brujas, en Flandes, beato Carlos Bono, mártir, que, siendo príncipe de Dinamarca y después conde de Flandes, se mostró paladín de la justicia y defensor de los pobres, hasta que fue asesinado por unos soldados a los que buscaba en vano inducir a la paz.

Hijo de San Canuto, rey de Dinamarca. Al  llegar  a la mayoría de edad fue proclamado Conde de Flandes  y de Amiens. Su gobierno sabio y benéfico y su santidad  personal le ganaron el título de "el Bueno".

A raíz de  un invierno muy largo y frio, comenzó a escasear los  alimentos para la población.  Carlos tomó medidas extraordinarias para  que a los pobres no les faltara de comer. Algunas de  esas medidas perjudicaron a los especuladores quienes tramaron su  muerte.

Una  mañana de 1127, cuando el conde oraba ante el altar  de Nuestra Señora los conspiradores cayeron sobre él y lo  decapitaron. Sus restos están en la Catedral de Brujas, Bélgica.

Su  culto  fue confirmado por León XIII en 1883.

1 mar 2015

Yo, pecador


Yo, pecador

Señor!.
Cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol,
ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tu,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada
y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón, de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido
El amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.
Que yo vuelva a ver (Lc 18, 41)
a verte, a verles,
a ver tus cosas
a ver tu vida,
a ver tus hijos....
Y que empiece a hablar,
como los niños,
-balbuceando-,
las dos palabras más redondas
de la vida:
¡PADRE NUESTRO!

Ignacio Iglesias, sj

Santo Evangelio 1 de Marzo de 2015

Día litúrgico: Domingo II (B) de Cuaresma


Texto del Evangelio (Mc 9,2-10): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.

Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.


Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)

Se transfiguró delante de ellos

Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.

Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.

El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.

«La espiritualidad cristiana -ha escrito Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.