19 may 2018

Santo Evangelio 19 de mayo 2018


Día litúrgico: Sábado VII de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 21,20-25): En aquel tiempo, volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga». 

Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.


«Las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero»

Rev. D. Fidel CATALÁN i Catalán 
(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy leemos el final del Evangelio de san Juan. Se trata propiamente del final del apéndice que la comunidad joánica añadió al texto original. En este caso es un fragmento voluntariamente significativo. El Señor Resucitado se aparece a sus discípulos y los renueva en su seguimiento, particularmente a Pedro. Acto seguido se sitúa el texto que hoy proclamamos en la liturgia.

La figura del discípulo amado es central en este fragmento y aun en todo el Evangelio de san Juan. Puede referirse a una persona concreta —el discípulo Juan— o bien puede ser la figura tras la cual puede situarse todo discípulo amado por el Maestro. Sea cual sea su significación, el texto ayuda a dar un elemento de continuidad a la experiencia de los Apóstoles. El Señor Resucitado asegura su presencia en aquellos que quieran ser seguidores.

«Si quiero que se quede hasta que yo venga» (Jn 21,22) puede indicar más esta continuidad que un elemento cronológico en el espacio y el tiempo. El discípulo amado se convierte en testigo de todo ello en la medida en que es consciente de que el Señor permanece con él en toda ocasión. Ésta es la razón por la que puede escribir y su palabra es verdadera, porque glosa con su pluma la experiencia continuada de aquellos que viven su misión en medio del mundo, experimentando la presencia de Jesucristo. Cada uno de nosotros puede ser el discípulo amado en la medida en que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo, que nos ayuda a descubrir esta presencia.

Este texto nos prepara ya para celebrar mañana domingo la Solemnidad de Pentecostés, el Don del Espíritu: «Y el Paráclito vino del cielo: el custodio y santificador de la Iglesia, el administrador de las almas, el piloto de quienes naufragan, el faro de los errantes, el árbitro de quienes luchan y quien corona a los vencedores» (San Cirilo de Jerusalén).

Salmo 92 Gloria del Dios creador

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Salmo 92

Gloria del Dios creador


El Señor reina, vestido de majestad, 
el Señor, vestido y ceñido de poder: 
así está firme el orbe y no vacila. 

Tu trono está firme desde siempre, 
y tú eres eterno. 

Levantan los ríos, Señor, 
levantan los ríos su voz, 
levantan los ríos su fragor; 

pero más que la voz de aguas caudalosas, 
más potente que el oleaje del mar, 
más potente en el cielo es el Señor. 

Tus mandatos son fieles y seguros; 
la santidad es el adorno de tu casa, 
Señor, por días sin término. 

18 may 2018

Santo Evangelio 18 de mayo 2018


Día litúrgico: Viernes VII de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 21,15-19): Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos y comiendo con ellos, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». 

Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».


«‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas’»

Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart 
(Tarragona, España)

Hoy hemos de agradecer a san Juan que nos deje constancia de la íntima conversación entre Jesús y Pedro: «‘Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos’» (Jn 21,15). —Desde los más pequeños, recién nacidos a la Vida de la Gracia... has de tener cuidado, como si fueras Yo mismo... Cuando por segunda vez... «le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas’», Él le está diciendo a Simón Pedro: —A todos los que me sigan, tú los has de presidir en mi Amor, debes procurar que tengan la caridad ordenada. Así, todos conocerán por ti que me siguen a Mí; que mi voluntad es que pases por delante siempre, administrando los méritos que —para cada uno— Yo he ganado.

«Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’» (Jn 21,17). Le hace rectificar su triple negación y, solamente recordarla, le entristece. —Te amo totalmente, aunque te he negado..., ya sabes cómo he llorado mi traición, ya sabes cómo he encontrado consuelo solamente estando con tu Madre y con los hermanos.

Encontramos consuelo al recordar que el Señor estableció el poder de borrar el pecado que separa, mucho o poco, de su Amor y del amor a los hermanos. —Encuentro consuelo al admitir la verdad de mi alejamiento respecto de Ti y al sentir de tus labios sacerdotales el «Yo te absuelvo» “a modo de juicio”.

Encontramos consuelo en este poder de las llaves que Jesucristo otorga a todos sus sacerdotes-ministros, para volver a abrir las puertas de su amistad. —Señor, veo que un desamor se arregla con un acto de amor inmenso. Todo ello, nos conduce a valorar la joya inmensa del sacramento del perdón para confesar nuestros pecados, que realmente son “des-amor”.

Salmo 91 Alabanza del Dios creador


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Salmo 91

Alabanza del Dios creador 


Es bueno dar gracias al Señor 
y tocar para tu nombre, oh Altísimo, 
proclamar por la mañana tu misericordia 
y de noche tu fidelidad, 
con arpas de diez cuerdas y laúdes, 
sobre arpegios de cítaras. 

Tus acciones, Señor, son mi alegría, 
y mi júbilo, las obras de tus manos. 
¡Qué magníficas son tus obras, Señor, 
qué profundos tus designios! 
El ignorante no los entiende 
ni el necio se da cuenta. 

Aunque germinen como hierba los malvados 
y florezcan los malhechores, 
serán destruidos para siempre. 
Tú, en cambio, Señor, 
eres excelso por los siglos. 

Porque tus enemigos, Señor, perecerán, 
los malhechores serán dispersados; 
pero a mí me das la fuerza de un búfalo 
y me unges con aceite nuevo. 
Mis ojos despreciarán a mis enemigos, 
mis oídos escucharán su derrota. 

El justo crecerá como una palmera, 
se alzará como un cedro del Líbano: 
plantado en la casa del Señor, 
crecerá en los atrios de nuestro Dios; 

en la vejez seguirá dando fruto 
y estará lozano y frondoso, 
para proclamar que el Señor es justo, 
que en mi Roca no existe la maldad. 

17 may 2018

Santo Evangelio 17 de mayo 2018



Día litúrgico: Jueves VII de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. 

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».


«Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí»

P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. 
(Barcelona, España)

Hoy, encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.

La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.

En el recuerdo de la última visita de San Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?» (San León Magno).

Salmo 90 A la sombra del Omnipotente

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Salmo 90

A la sombra del Omnipotente 


Tú que habitas al Amparo del Altísimo, 
que vives a la sombra del Omnipotente, 
di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío, 
Dios mío, confío en Ti". 

El te librará de la red del cazador, 
de la peste funesta. 
Te cubrirá con sus plumas, 
bajo sus alas te refugiarás: 
Su brazo es escudo y armadura. 

No temerás el espanto nocturno, 
ni la flecha que vuela de día, 
ni la peste que se desliza en las tinieblas, 
ni la epidemia que devasta a mediodía. 

Caerán a tu izquierda mil, 
diez mil a tu derecha; 
a ti no te alcanzará. 

Nada mirar con tus ojos, 
verás la paga de los malvados, 
porque hiciste del Señor tu refugio, 
tomaste al Altísimo por defensa. 

No se acercará la desgracia, 
ni la plaga llegará hasta tu tienda, 
porque a sus ángeles ha dado órdenes 
para que te guarden en tus caminos; 

te llevará en sus palmas, 
para que tu pie no tropiece en la piedra; 
caminarás sobre áspides y víboras, 
pisotearás leones y dragones. 

"Se puso junto a mí: lo libraré; 
lo protegeré porque conoce mi nombre, 
me invocará y lo escucharé. 

Con él estaré en la tribulación, 
lo defenderé, lo glorificaré, 
lo saciaré de largos días 
y le haré ver mi salvación

16 may 2018

Santo Evangelio 16 de Mayo 2018



Día litúrgico: Miércoles VII de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. 

»Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad».


«Que tengan en sí mismos mi alegría colmada»

Fr. Thomas LANE 
(Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos)

Hoy vivimos en un mundo que no sabe cómo ser verdaderamente feliz con la felicidad de Jesús, un mundo que busca la felicidad de Jesús en todos los lugares equivocados y de la forma más equivocada posible. Buscar la felicidad sin Jesús sólo puede conducir a una infelicidad aún más profunda. Fijémonos en las telenovelas, en las que siempre se trata de alguien con problemas. Estas series de la TV nos muestran las miserias de una vida sin Dios. 

Pero nosotros queremos vivir el día de hoy con la alegría de Jesús. Él ruega a su Padre en el Evangelio de hoy «y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada» (Jn 17,13). Notemos que Jesús quiere que en nosotros su alegría sea completa. Desea que nos colmemos de su alegría. Lo que no significa que no tengamos nuestra cruz, ya que «el mundo los ha odiado, porque no son del mundo» (Jn 17,14), pero Jesús espera de nosotros que vivamos con su alegría sin importar lo que el mundo pueda pensar de nosotros. La alegría de Jesús nos debe impregnar hasta lo más íntimo de nuestro ser, evitando que el estruendo superficial de un mundo sin Dios pueda penetrarnos. 

Vivamos pues, hoy, con la alegría de Jesús. ¿Cómo podemos conseguir más y más de esta alegría del Señor Jesús? Obviamente, del propio Jesús. Jesucristo es el único que puede darnos la verdadera felicidad que falta en el mundo, como lo testimonian esas citadas series televisivas. Jesús dijo, «si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis» (Jn 15,7). Dediquemos cada día, por tanto, un poco de nuestro tiempo a la oración con las palabras de Dios en las Escrituras; alimentémonos y consumamos las palabras de Jesús en la Sagrada Escritura; dejemos que sean nuestro alimento, para saciarnos con la su alegría: «Al inicio del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida» (Benedicto XVI).

Salmo 89 Baje a nosotros la bondad del Señor


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Salmo 89

Baje a nosotros la bondad del Señor


Señor, tú has sido nuestro refugio 
de generación en generación. 

Antes que naciesen los montes 
o fuera engendrado el orbe de la tierra, 
desde siempre y por siempre tú eres Dios. 

Tú reduces el hombre a polvo, 
diciendo: "retornad, hijos de Adán". 
Mil años en tu presencia 
son un ayer, que pasó; 
una vela nocturna. 

Los siembras año por año, 
como hierba que se renueva: 
que florece y se renueva por la mañana, 
y por la tarde la siegan y se seca. 

¡Cómo nos ha consumido tu cólera 
y nos ha transtornado tu indignación! 
Pusiste nuestras culpas ante ti, 
nuestros secretos ante la luz de tu mirada: 
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera, 
y nuestros años se acabaron como un suspiro. 

Aunque uno viva setenta años, 
y el más robusto hasta ochenta, 
la mayor parte son fatiga inútil, 
porque pasan aprisa y vuelan. 

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, 
quién ha sentido el peso de tu cólera? 
Enséñanos a calcular nuestros años, 
para que adquiramos un corazón sensato. 
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando? 
Ten compasión de tus siervos; 
por la mañana sácianos de tu misericordia, 
y toda nuestra vida será alegría y júbilo. 

Danos alegría, por los días en que nos afligiste, 
por los años en que sufrimos desdichas. 
Que tus siervos vean tu acción 
y sus hijos tu gloria. 

Baje a nosotros la bondad del Señor 
y haga prósperas las obras de nuestras manos. 

15 may 2018

Santo Evangelio 15 de mayo 2018



Día litúrgico: Martes VII de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 17,1-11a): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. 

»Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. 

»Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti».


«Padre, ha llegado la hora»

Rev. D. Pere OLIVA i March 
(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio de san Juan —que hace días estamos leyendo— comienza hablándonos de la “hora”: «Padre, ha llegado la hora» (Jn 17,1). El momento culminante, la glorificación de todas las cosas, la donación máxima de Cristo que se entrega por todos... “La hora” es todavía una realidad escondida a los hombres; se revelará a medida que la trama de la vida de Jesús nos abra la perspectiva de la cruz.

¿Ha llegado la hora? ¿La hora de qué? Pues ha llegado la hora en que los hombres conozcamos el nombre de Dios, o sea, su acción, la manera de dirigirse a la Humanidad, la manera de hablarnos en el Hijo, en Cristo que ama.

Los hombres y las mujeres de hoy, conociendo a Dios por Jesús («las palabras que tú me diste se las he dado a ellos»: Jn 17,8), llegamos a ser testigos de la vida, de la vida divina que se desarrolla en nosotros por el sacramento bautismal. En Él vivimos, nos movemos y somos; en Él encontramos palabras que alimentan y que nos hacen crecer; en Él descubrimos qué quiere Dios de nosotros: la plenitud, la realización humana, una existencia que no vive de vanagloria personal sino de una actitud existencial que se apoya en Dios mismo y en su gloria. Como nos recuerda san Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva». ¡Alabemos a Dios y su gloria para que la persona humana llegue a su plenitud!

Estamos marcados por el Evangelio de Jesucristo; trabajamos para la gloria de Dios, tarea que se traduce en un mayor servicio a la vida de los hombres y mujeres de hoy. Esto quiere decir: trabajar por la verdadera comunicación humana, la felicidad verdadera de la persona, fomentar el gozo de los tristes, ejercer la compasión con los débiles... En definitiva: abiertos a la Vida (en mayúscula).

Por el espíritu, Dios trabaja en el interior de cada ser humano y habita en lo más profundo de la persona y no deja de estimular a todos a vivir de los valores del Evangelio. La Buena Nueva es expresión de la felicidad liberadora que Él quiere darnos.

Salmo 87 Oración de un hombre gravemente enfermo

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Salmo 87

Oración de un hombre gravemente enfermo



Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, 
de noche grito en tu presencia; 
llegue hasta tí mi súplica, 
inclina mi oído a mi clamor. 

Porque mi alma está colmada de desdichas, 
y mi vida está al borde del abismo; 
ya me cuentan con los que bajan a la fosa, 
soy como un inválido. 

Tengo mi cama entre los muertes, 
como los caídos que yacen en el sepulcro, 
de los cuales ya no guardas memoria, 
porque fueron arrancados de tu mano. 

Me has colocado en lo hondo de la fosa, 
en las tinieblas del fondo; 
tú cólera pesa sobre mí, 
me echas encima todas tus olas. 

Has alejado de mí a mis conocidos, 
me has hecho repugnante para ellos: 
encerrado, no puedo salir, 
y los ojos se me nublan de pesar. 

Todo el día te estoy invocando, 
tendiendo las manos hacia ti. 
¿Harás tú maravillas por los muertos? 
¿Se alzarán las sombras para darte gracias? 

¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, 
o tu fidelidad en el reino de la muerte? 
¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, 
o tu justicia en el país del olvido? 

Pero yo te pido auxilio, 
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica. 
¿Por qué, Señor, me rechazas, 
y me escondes tu rostro? 

Desde niño fui desgraciado y enfermo, 
me doblo bajo el peso de tus terrores, 
pasó sobre mí tu incendio, 
tus espantos me han consumido: 

me rodean como las aguas todo el día, 
me envuelven todos a una; 
alejaste de mí amigos y compañeros: 
mi compañía son las tinieblas. 

14 may 2018

Santo Evangelio 14 de mayo 2018



Día litúrgico: 14 de Mayo: San Matías, apóstol


Texto del Evangelio (Jn 15,9-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 

»Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 

»No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».


«Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado»

+ Rev. D. Josep VALL i Mundó 
(Barcelona, España)

Hoy, la Iglesia recuerda el día en el que los Apóstoles escogieron a aquel discípulo de Jesús que tenía que sustituir a Judas Iscariote. Como nos dice acertadamente san Juan Crisóstomo en una de sus homilías, a la hora de elegir personas que gozarán de una cierta responsabilidad se pueden dar ciertas rivalidades o discusiones. Por esto, san Pedro «se desentiende de la envidia que habría podido surgir», lo deja a la suerte, a la inspiración divina y evita así tal posibilidad. Continúa diciendo este Padre de la Iglesia: «Y es que las decisiones importantes muchas veces suelen engendrar disgustos».

En el Evangelio del día, el Señor habla a los Apóstoles acerca de la alegría que han de tener: «Que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,11). En efecto, el cristiano, como Matías, vivirá feliz y con una serena alegría si asume los diversos acontecimientos de la vida desde la gracia de la filiación divina. De otro modo, acabaría dejándose llevar por falsos disgustos, por necias envidias o por prejuicios de cualquier tipo. La alegría y la paz son siempre frutos de la exuberancia de la entrega apostólica y de la lucha para llegar a ser santos. Es el resultado lógico y sobrenatural del amor a Dios y del espíritu de servicio al prójimo.

Romano Guardini escribía: «La fuente de la alegría se encuentra en lo más profundo del interior de la persona (...). Ahí reside Dios. Entonces, la alegría se dilata y nos hace luminosos. Y todo aquello que es bello es percibido con todo su resplandor». Cuando no estemos contentos hemos de saber rezar como santo Tomás Moro: «Dios mío, concédeme el sentido del humor para que saboree felicidad en la vida y pueda transmitirla a los otros». No olvidemos aquello que santa Teresa de Jesús también pedía: «Dios, líbrame de los santos con cara triste, ya que un santo triste es un triste santo».

Salmo 86 Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos

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Salmo 86

Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos


El la ha cimentado sobre el monte santo; 
y el Señor prefiere las puertas de Sión 
a todas las moradas de Jacob. 

¡Qué pregón tan glorioso para tí, 
ciudad de Dios! 
"Contaré a Egipto y a Babilonia 
entre mis fieles; 
filisteos, tirios y etíopes 
han nacido allí". 

Se dirá de Sión: "uno por uno 
todos han nacido en ella; 
el Altísimo en persona la ha fundado". 

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: 
"Este ha nacido allí". 
Y cantarán mientras danzan: 
"todas mis fuerzas están en ti" 

13 may 2018

Santo Evangelio 13 de mayo 2018


Día litúrgico: Ascensión del Señor (B)


Texto del Evangelio (Mc 16,15-20): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien». 

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.


«El Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios»

Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet 
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy en esta solemnidad, se nos ofrece una palabra de salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor Jesús no solamente ha resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que, además, ¡ha sido llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al Padre, aquel camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de Navidad, ha quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que Cristo se haya dado totalmente al Padre en la Cruz.

¿Ofrecido? Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes de ser llevado al cielo, ha enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a invitar a todos los hombres a creer en Él, para poder llegar allá donde Él está. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará» (Mc 16,15-16).

Esta salvación que se nos da consiste, finalmente, en vivir la vida misma de Dios, como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Pero aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el amor para poder ser recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos visto, quiere que le ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que recibimos escuchando la palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y sentir. «Nosotros creemos en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado aquellos que le han visto. (...) Quien ha prometido es fiel y no engaña: no faltes en tu confianza, sino espera en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la caridad.

¡Ofrezcamos, pues, al Señor nuestra fe!

La hora de la responsabilidad de los creyentes

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LA HORA DE LA RESPONSABILIDAD DE LOS CREYENTES

Por José María Martín OSA

1.- La extensión del Reino de Dios. La Ascensión de Jesús a los cielos es la última de sus apariciones. Es narrada por el Libro de los Hechos para confirmar la fe de los que han de ser sus testigos en todo el mundo, los apóstoles. Lo que importa es la instrucción acerca del Reino de Dios que reciben los apóstoles. Jesús no les instruye acerca de la organización de la iglesia, sino que les habla del Reino de Dios, que debe ser extendido por todo el mundo No debe confundirse el Reino de Dios con la iglesia, que lo proclama en el mundo. El Reino de Dios es la “civilización del amor” de la que hablaba Pablo VI. La Iglesia tiene la misión de establecer y hacer posible el Reino de Dios ya en este mundo. No estamos solos en esta tarea. Jesús ordena a sus discípulos que se queden en Jerusalén hasta que sean "bautizados con Espíritu Santo", esto es, hasta que descienda sobre ellos el Espíritu Santo, que es la fuerza de Dios. El Espíritu les dará la energía para trabajar en la obra de la extensión del Reino de Dios, mediante el anuncio de la compasión, de la ternura y del amor de Dios a todos y cada uno de los hombres, en especial los más débiles.

2.- Una nueva vida llena de esperanza. El apóstol Pablo ruega para que los suyos alcancen el conocimiento, la experiencia de la fe y del amor, a fin de que comprendan la grandeza de su vocación. La oración de Pablo se convierte en una gran afirmación acerca del poder y la riqueza de Dios, que se ha mostrado en Cristo. Es Dios quien ha resucitado de la muerte a Cristo, le ha dado la gloria celestial y lo ha hecho cabeza de la Iglesia y de todo. La Iglesia es también el lugar de la presencia de Jesucristo en el mundo, su expresión terrenal. Junto a su Señor glorificado, los creyentes han comenzado a vivir en una nueva creación, en un nuevo mundo, en una nueva vida. Por eso hace Pablo hincapié en el conocimiento de la esperanza que de esto se desprende, en la riqueza de la herencia, etc.; conocimiento que deben alcanzar los creyentes con la ayuda de Jesucristo y por los que Pablo ora.

3.- Comienza nuestra misión en el mundo. La ascensión de Jesús es un misterio, un acontecimiento para la fe. Lo que importa no es su descripción a manera de un acontecimiento visible sino la realidad significada en esa descripción. Ha terminado la obra de Jesús y debe comenzar ahora la misión en el mundo la comunidad de Jesús. Se abre un paréntesis para la responsabilidad de los creyentes. Entre la primera y la segunda venida del Señor, se extiende la misión de la iglesia. No podemos quedarnos con la boca abierta viendo visiones. Terminada la misión de Jesús en el mundo, ha de comenzar la misión de sus discípulos. Estos han de predicar y hacer lo mismo que su Maestro. Aparece aquí la fórmula "Señor Jesús", que constituye el núcleo más originario del símbolo de la fe cristiana. En esta fórmula se confiesa que Jesús, el hijo de María, que padeció bajo Poncio Pilato, es el Señor resucitado. Él nos envía a la misión de continuar su obra en la tierra, poniendo nuestra mirada en el cielo. Es el “ya, pero todavía no” del Reino de Dios. Así lo expresa San Agustín: “La necesidad de obrar seguirá en la tierra; pero el deseo de la ascensión ha de estar en el cielo. Aquí la esperanza, allí la realidad”