18 sept 2024

Santo Evangelio 18 de septiembre 2024

  


Texto del Evangelio (Lc 7,31-35):

 En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».



«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación?»


Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer

(Sabadell, Barcelona, España)

Hoy, Jesús constata la dureza de corazón de la gente de su tiempo, al menos de los fariseos, que están tan seguros de sí mismos que no hay quien les convierta. No se inmutan ni delante de Juan el Bautista, «que no comía pan ni bebía vino» (Lc 7,33), y le acusaban de tener un demonio; ni tampoco se inmutan ante el Hijo del hombre, «que come y bebe», y le acusan de “comilón” y “borracho”, es más, de ser «amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7,34). Detrás de estas acusaciones se esconden su orgullo y soberbia: nadie les ha de dar lecciones; no aceptan a Dios, sino que se hacen su dios, un dios que no les mueva de sus comodidades, privilegios e intereses.

Nosotros también tenemos este peligro. ¡Cuántas veces lo criticamos todo: si la Iglesia dice eso, porque dice aquello, si dice lo contrario...!; y lo mismo podríamos criticar refiriéndonos a Dios o a los demás. En el fondo, quizá inconscientemente, queremos justificar nuestra pereza y falta de deseo de una verdadera conversión, justificar nuestra comodidad y falta de docilidad. Dice san Bernardo: «¿Qué más lógico que no ver las propias llagas, especialmente si uno las ha tapado con el fin de no poderlas ver? De esto se sigue que, ulteriormente, aunque se las descubra otro, defienda con tozudez que no son llagas, dejando que su corazón se abandone a palabras engañosas».

Hemos de dejar que la Palabra de Dios llegue a nuestro corazón y nos convierta, dejar cambiarnos, transformarnos con su fuerza. Pero para eso hemos de pedir el don de la humildad. Solamente el humilde puede aceptar a Dios, y, por tanto, dejar que se acerque a nosotros, que como “publicanos” y “pecadores” necesitamos que nos cure. ¡Ay de aquél que crea que no necesita al médico! Lo peor para un enfermo es creerse que está sano, porque entonces el mal avanzará y nunca pondrá remedio. Todos estamos enfermos de muerte, y solamente Cristo nos puede salvar, tanto si somos conscientes de ello como si no. ¡Demos gracias al Salvador, acogiéndolo como tal!


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Jaculatoria

 


QUE NADIE BUSQUE SUS INTERESES PERSONALES, SINO LOS DE CRISTO JESÚS

 


Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 6-7: CCL 41, 533-534)


QUE NADIE BUSQUE SUS INTERESES PERSONALES, SINO LOS DE CRISTO JESÚS


Ya hemos explicado lo que significa beber la leche, veamos ahora lo que quiere decir cubrirse con la lana. Quien ofrece leche ofrece alimento, quien ofrece lana ofrece honores. Y son precisamente estas dos cosas las que desean del pueblo aquellos que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas. Buscan el dinero con que remediar sus necesidades y la aureola del honor con que cubrirse de alabanzas.


En efecto, por medio de la imagen del vestido queda bien significado el honor, pues el vestido sirve para cubrir la desnudez. Y como todo hombre es débil y está desnudo, también son débiles y están desnudos vuestros pastores. ¿Quiénes son, en realidad, los que os presiden, sino hombres semejantes a vosotros? Como vosotros están revestidos de carne, como vosotros son mortales, como vosotros comen, duermen, se levantan del sueño; como vosotros nacieron y como vosotros morirán. Si, pues, piensas un poco en lo que son de sí mismos los pastores, verás que son simplemente hombres. Si, pues, les das un honor superior al que corresponde a un hombre es como si cubrieras su desnudez.


Ved sino cómo Pablo considera el honor que recibió del pueblo santo de Dios como si fuera un vestido de esta índole, cuando dice: Me recibisteis como a un enviado de Dios. Porque puedo aseguraros que, de haberos sido posible, los ojos mismos os habríais arrancado para dármelos. Pero a pesar de ser tan grande el honor que de ellos había recibido, ¿acaso para que no menguara este honor o disminuyeran sus alabanzas, dejó de reprenderlos cuando se apartaron del buen camino? Si hubiera obrado de esta forma, también hubiera sido de aquellos pastores que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. En este caso se hubiera dicho a sí mismo: «¿Qué me importa a mí esto? Que cada cual obre según le plazca. Mi vida y mi sustento están a salvo, mi honor no peligra; tengo leche y tengo lana; esto me es suficiente. Que cada cual se arregle como pueda.» ¿Puedes decir que lo tienes ya todo si cada cual debe arreglarse como pueda? En este caso no puedo yo hacerte obispo y te admitiré solamente como uno del pueblo: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él.


Por tanto, el Apóstol, después de haber recordado cómo se comportaron con él, para que no pareciera que ya se había olvidado del honor que recibió, da testimonio de que lo habían recibido como a un enviado de Dios, y que, de haberles sido posible, se hubieran arrancado los mismos ojos para dárselos. Pero, a pesar de ello, no deja de acercarse a la oveja enferma y corrompida, no deja de limpiar sus heridas, no rehúsa curar su podredumbre. Así que —dice—, ¿me he convertido en enemigo vuestro por deciros la verdad? He aquí, pues, que bebió de la leche de las ovejas como hemos recordado más arriba, y se vistió con su lana, pero ello sin descuidar el bien de las ovejas. No buscaba, en efecto, sus intereses personales, sino los de Cristo Jesús.


17 sept 2024

Santo Evangelio 17 de septiembre 2024

 



 Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.



«Joven, a ti te digo: levántate»


Rev. D. Joan SERRA i Fontanet

(Barcelona, España)

Hoy, dos comitivas se encuentran. Una comitiva que acompaña a la muerte y otra que acompaña a la vida. Una pobre viuda, seguida por sus familiares y amigos, llevaba a su hijo al cementerio y de pronto, ve la multitud que iba con Jesús. Las dos comitivas se cruzan y se paran, y Jesús dice a la madre que iba a enterrar a su hijo: «No llores» (Lc 7,13). Todos se quedan mirando a Jesús, que no permanece indiferente al dolor y al sufrimiento de aquella pobre madre, sino, por el contrario, se compadece y le devuelve la vida a su hijo. Y es que encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe confortarnos, porque volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».

Con la lectura del fragmento del Evangelio que nos habla de la resurrección del joven de Naím, podría remarcar la divinidad de Jesús e insistir en ella, diciendo que solamente Dios puede volver un joven a la vida; pero hoy preferiría poner de relieve su humanidad, para que no veamos a Jesús como un ser lejano, como un personaje tan diferente de nosotros, o como alguien tan excesivamente importante que no nos inspire la confianza que puede inspirarnos un buen amigo.

Los cristianos hemos de saber imitar a Jesús. Debemos pedir a Dios la gracia de ser Cristo para los demás. ¡Ojalá que todo aquél que nos vea, pueda contemplar una imagen de Jesús en la tierra! Quienes veían a san Francisco de Asís, por ejemplo, veían la imagen viva de Jesús. Los santos son aquellos que llevan a Jesús en sus palabras y obras e imitan su modo de actuar y su bondad. Nuestra sociedad tiene necesidad de santos y tú puedes ser uno de ellos en tu ambiente.

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Jaculatoria

 


GRACIAS, SEÑOR POR EL DÍA



Himno

 GRACIAS, SEÑOR POR EL DÍA


Gracias, Señor, por el día,

por tu mensaje de amor

que nos das en cada flor;

por esta luz de alegría,

te doy las gracias, Señor.


Gracias, Señor, por la espina

que encontraré en el sendero,

donde marcho pregonero

de tu esperanza divina;

gracias, por ser compañero.


Gracias, Señor, porque dejas

que abrase tu amor mi ser,

porque haces aparecer

tus flores a mis abejas,

tan sedientas de beber.


Gracias por este camino,

donde caigo y me levanto,

donde te entrego mi canto

mientras marcho peregrino,

Señor, a tu monte santo.


Gracias, Señor, por la luz

que ilumina mi existir;

por este dulce dormir

que me devuelve a tu cruz.

¡Gracias, Señor, por vivir! Amén.


16 sept 2024

Santo Evangelio 16 de septiembre 2024

 


Texto del Evangelio (Lc 7,1-10):

 En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.



«Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande»


Fr. John A. SISTARE

(Cumberland, Rhode Island, Estados Unidos)

Hoy, nos enfrentamos a una pregunta interesante. ¿Por qué razón el centurión del Evangelio no fue personalmente a encontrar a Jesús y, en cambio, envió por delante algunos notables de los judíos con la petición de que fuese a salvar a su criado? El mismo centurión responde por nosotros en el pasaje evangélico: Señor, «ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado» (Lc 7,7).

Aquel centurión poseía la virtud de la fe al creer que Jesús podría hacer el milagro —si así lo quería— con sólo su divina voluntad. La fe le hacía creer que, prescindiendo de allá donde Jesús pudiera hallarse, Él podría sanar al criado enfermo. Aquel centurión estaba muy convencido de que ninguna distancia podría impedir o detener a Jesucristo, si quería llevar a buen término su trabajo de salvación.

Nosotros también estamos llamados a tener la misma fe en nuestras vidas. Hay ocasiones en que podemos ser tentados a creer que Jesús está lejos y que no escucha nuestros ruegos. Sin embargo, la fe ilumina nuestras mentes y nuestros corazones haciéndonos creer que Jesús está siempre cerca para ayudarnos. De hecho, la presencia sanadora de Jesús en la Eucaristía ha de ser nuestro recordatorio permanente de que Jesús está siempre cerca de nosotros. San Agustín, con ojos de fe, creía en esa realidad: «Lo que vemos es el pan y el cáliz; eso es lo que tus ojos te señalan. Pero lo que tu fe te obliga a aceptar es que el pan es el Cuerpo de Jesucristo y que en el cáliz se encuentra la Sangre de Jesucristo».

La fe ilumina nuestras mentes para hacernos ver la presencia de Jesús en medio de nosotros. Y, como aquel centurión, diremos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo» (Lc 7,6). Por tanto, si nos humillamos ante nuestro Señor y Salvador, Él viene y se acerca a curarnos. Así, dejemos a Jesús penetrar nuestro espíritu, en nuestra casa, para curar y fortalecer nuestra fe y para llevarnos hacia la vida eterna.

¡¡¡ VIVA JESÚS SACRAMENTADO !!!

 


Jaculatoria

 


LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO

 


De las Disertaciones de san Andrés de Creta, obispo

(Disertación 10, Sobre la Exaltación de la santa cruz: PG 97, 1018-1019. 1022-1023)


LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO

Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz, y junto con el Crucificado nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ya ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él, y Dios a su vez lo revestirá de su misma gloria. Y también: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre.» Y, de improviso, se dejaron oír del cielo estas palabras: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.

También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Yo, cuando sea levantado en alto, atraeré a mí a todos los hombres. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.


15 sept 2024

Santo Evangelio 15 de septiembre 2024

 



 Texto del Evangelio (Mc 8,27-35):

 En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo».

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».



«Si alguno quiere venir en pos de mí (…) tome su cruz y sígame»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy día nos encontramos con situaciones similares a la descrita en este pasaje evangélico. Si, ahora mismo, Dios nos preguntara «¿quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc 8,27), tendríamos que informarle acerca de todo tipo de respuestas, incluso pintorescas. Bastaría con echar una ojeada a lo que se ventila y airea en los más variados medios de comunicación. Sólo que… ya han pasado más de veinte siglos de “tiempo de la Iglesia”. Después de tantos años, nos dolemos y —con santa Faustina— nos quejamos ante Jesús: «¿Por qué es tan pequeño el número de los que Te conocen?».

Jesús, en aquella ocasión de la confesión de fe hecha por Simón Pedro, «les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él» (Mc 8,30). Su condición mesiánica debía ser transmitida al pueblo judío con una pedagogía progresiva. Más tarde llegaría el momento cumbre en que Jesucristo declararía —de una vez para siempre— que Él era el Mesías: «Yo soy» (Lc 22,70). Desde entonces, ya no hay excusa para no declararle ni reconocerle como el Hijo de Dios venido al mundo por nuestra salvación. Más aun: todos los bautizados tenemos ese gozoso deber “sacerdotal” de predicar el Evangelio por todo el mundo y a toda criatura (cf. Mc 16,15). Esta llamada a la predicación de la Buena Nueva es tanto más urgente si tenemos en cuenta que acerca de Él se siguen profiriendo todo tipo de opiniones equivocadas, incluso blasfemas.

Pero el anuncio de su mesianidad y del advenimiento de su Reino pasa por la Cruz. En efecto, Jesucristo «comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho» (Mc 8,31), y el Catecismo nos recuerda que «la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios» (n. 769). He aquí, pues, el camino para seguir a Cristo y darlo a conocer: «Si alguno quiere venir en pos de mí (…) tome su cruz y sígame» (Mc 8,34).

¡¡¡ VIVA JESÚS SACRAMENTADO !!!

 


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