16 mar 2019

Santo Evangelio 26 Marzo 2019



Día litúrgico: Sábado I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

«Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan»

Rev. D. Joan COSTA i Bou 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito San Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». 

El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).

Momento de encuentro con el Señor


MOMENTO DE ENCUENTRO CON EL SEÑOR

Por Francisco Javier Colomina Campos

Nos encontramos en el penúltimo domingo del año litúrgico, ya que dentro de dos domingos comenzaremos el tiempo de Adviento. Llegados a este tiempo, la Iglesia nos ofrece en la liturgia de la palabra textos que nos hablan del final de los tiempos, un futuro descrito de forma un tanto desconcertante debido al uso de un lenguaje apocalíptico. Sin embargo, lejos de interpretaciones erróneas acerca de catástrofes y de desgracias, son textos que nos hablan de esperanza.

1. “En aquellos días…”. Es importante hacer aquí alguna aclaración acerca del lenguaje que escuchamos en las lecturas de este domingo. La literatura apocalíptica, que encontramos tanto en la primera lectura del libro de Daniel como en el pasaje del Evangelio, puede parecernos un tanto desconcertante, pues usa imágenes y símbolos que hoy nos resulta difícil de interpretar. Muchas veces se han interpretado erróneamente como una serie de catástrofes cósmicas y de desastres naturales. Sin embargo, hemos de caer en la cuenta que la palabra “apocalipsis”, que viene del griego, significa “revelación”. Por tanto, con este lenguaje, la Palabra de Dios nos habla de lo que está por venir, nos revela cómo será el final de los tiempos. No hemos de quedarnos simplemente en una serie de desgracias descritas en los textos, sino que hemos de entender a través de éstos lo que el texto quiere revelarnos, que es un futuro lleno de esperanza. Por tanto, estas catástrofes y desgracias descritas tanto en la primera lectura como en el Evangelio de hoy nos están hablando del tiempo presente, en el que vivimos rodeados de luchas y de sufrimientos. Quizá el evangelista, al recoger estas palabras de Cristo, estaba describiendo cómo era la vida de los primeros cristianos, que vivían en tiempo de persecución. Quizá también nosotros podemos ver en estas imágenes los sufrimientos de nuestra vida, las luchas que llevamos cada día.

2. “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. La descripción apocalíptica con la que empieza Jesús su discurso en el pasaje del Evangelio de hoy da paso a una esperanza: después de todo ello vendrá Cristo de nuevo, lleno de poder y majestad. “Pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta”. Y vendrá para salvar a los justos. Es el anuncio que hemos escuchado en la profecía de Daniel en la primera lectura: “Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para la ignominia perpetua”. Se trata por tanto del anuncio que hace Jesús del juicio final. A veces nos parece que esto del juicio final y del cielo y del infierno es un cuento que nos hemos inventado para los niños, para hacer que se porten bien si no irán al infierno. Sin embargo, es Jesús el que nos habla de esto en el Evangelio de hoy. Jesús ha de venir de nuevo, como afirmamos en el Credo, y vendrá para juzgar. No nos tiene que dar miedo esto, pues ya sabemos de qué nos juzgará Dios: si hemos cumplido su voluntad viviendo de verdad el amor a Dios y al prójimo, cumpliendo los mandamientos y viviendo las bienaventuranzas. Será entonces cuando los justos, los que buscan cumplir la voluntad de Dios, recibirán el premio de la Vida eterna. Esta es la promesa de Jesús en las bienaventuranzas. Nuestra vida por tanto, entre las luchas de cada día, ha de ser una preparación para este día que Cristo nos anuncia hoy.

3. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. También el autor de la carta a los Hebreos nos habla en la segunda lectura de esta venida de Cristo. Él está sentado a la derecha del Padre, y espera el día en que ha de venir a juzgarnos, aunque ya nos advierte en el Evangelio que nadie sabe ni el día ni la hora. Cristo por tanto es la clave de la historia y el centro de esta esperanza futura. Él es el quicio que une el pasado con el futuro. En el misterio pascual de Cristo, en su muerte y resurrección, se cumplen las promesas del pasado y se empiezan a cumplir las esperanzas futuras. El mismo Señor lo dice en el Evangelio de hoy: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Queda por tanto que, lejos de asustarnos o de hacer adivinaciones absurdas sobre cuándo será le final de los tiempos, nos unamos más aún a Cristo, a su muerte y resurrección, especialmente a través de los sacramentos.



Que la Eucaristía de este domingo sea un momento de encuentro con el Señor, que Él nos llene de esperanza en este tiempo final del año litúrgico, que Él nos llene de esperanza en este tiempo final del año litúrgico, y que nuestro corazón esté dispuesto a aceptar la voluntad de Dios con alegría.

15 mar 2019

Santo Evangelio 15 de Marzo 2019



Día litúrgico: Viernes I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 5,20-26):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. 

»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».


«Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano»

Fr. Thomas LANE 
(Emmitsburg, Maryland, Estados Unidos)

Hoy, el Señor, al hablarnos de lo que ocurre en nuestros corazones, nos incita a convertirnos. El mandamiento dice «No matarás» (Mt 5,21), pero Jesús nos recuerda que existen otras formas de privar de la vida a los demás. Podemos privar de la vida a los demás abrigando en nuestro corazón una ira excesiva hacia ellos, o al no tratarlos con respeto e insultarlos («imbécil»; «renegado»: cf. Mt 5,22).

El Señor nos llama a ser personas íntegras: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24), es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar por nuestros enemigos, como Jesús solicita. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar y revivir en nuestra imaginación a Jesucristo muriendo por aquellos que nos disgustan. Si hemos sido seriamente dañados por otros, roguemos para que cicatrice el doloroso recuerdo y para conseguir la gracia de poder perdonar. Y, a la vez que rogamos, pidamos al Señor que retroceda con nosotros en el tiempo y lugar de la herida —reemplazándola con su amor— para que así seamos libres para poder perdonar.

En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentarnos ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».


«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos llama a ir más allá del legalismo: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20). La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia; pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno del Espíritu Santo, ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Los maestros de la Ley y los fariseos eran cumplidores estrictos de los mandamientos; al repasar nuestra vida, ¿quién de nosotros podría decir lo mismo? Vayamos con cuidado, por tanto, para no menospreciar su vivencia religiosa. 

Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a Dios, como hacían los maestros de la Ley y los fariseos. Más bien debemos poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más allá de la fría Ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión sincera.

Hay quien dice: ‘Yo soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie’; pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de otro, podemos menospreciar al prójimo, anularlo o dejarlo marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual.

A lo largo de la vida, podemos encontrar muchos adversarios, pero el peor de todos es uno mismo cuando se aparta del camino del Evangelio. Por esto, en la búsqueda de la reconciliación con los hermanos hemos de estar primero reconciliados con nosotros mismos. Nos dice san Agustín: «Mientras seas adversario de ti mismo, la Palabra de Dios será adversaria tuya. Hazte amigo de ti mismo y te habrás reconciliado con ella».

14 mar 2019

Santo Evangelio 14 de Marzo 2019


Día litúrgico: Jueves I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 7,7-12): 
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas».


«Todo el que pide recibe; el que busca, halla»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos habla de la necesidad y del poder de la oración. No podemos entender la vida cristiana sin relación con Dios, y en esta relación, la oración ocupa un lugar central. Mientras vivimos en este mundo, los cristianos nos encontramos en un camino de peregrinaje, pero la oración nos acerca a Dios, nos abre las puertas de su amor inmenso y nos anticipa ya las delicias del cielo. Por esto, la vida cristiana es una continua petición y búsqueda: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7,7), nos dice Jesús.

Al mismo tiempo, la oración va transformando el corazón de piedra en un corazón de carne: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7,11). El mejor resumen que podemos pedir a Dios se encuentra en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (cf. Mt 6,10). Por tanto, no podemos pedir en la oración cualquier cosa, sino aquello que sea realmente un bien. Nadie desea un daño para sí mismo; por esto, tampoco no lo podemos querer para los demás.

Hay quien se queja de que Dios no le escucha, porque no ve los resultados de manera inmediata o porque piensa que Dios no le ama. En casos así, no nos vendrá mal recordar este consejo de san Jerónimo: «Es cierto que Dios da a quien se lo pide, que quien busca encuentra, y a quien llama le abren: se ve claramente que aquel que no ha recibido, que no ha encontrado, ni tampoco le han abierto, es porque no ha pedido bien, no ha buscado bien, ni ha llamado bien a la puerta». Pidamos, pues, en primer lugar a Dios que haga bondadoso nuestro corazón como el de Jesucristo.

13 mar 2019

Santo Evangelio 13 de Marzo 2019



Día litúrgico: Miércoles I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 11,29-32): 

En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, Jesús comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».


«Así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación»

Fr. Roger J. LANDRY 
(Hyannis, Massachusetts, Estados Unidos)

Hoy, Jesús nos dice que la señal que dará a la “generación malvada” será Él mismo, como la “señal de Jonás” (cf. Lc 11,30). De la misma manera que Jonás dejó que lo arrojaran por la borda para calmar la tempestad que amenazaba con hundirlos —y, así, salvar la vida de la tripulación—, de igual modo permitió Jesús que le arrojasen por la borda para calmar las tempestades del pecado que hacen peligrar nuestras vidas. Y, de igual forma que Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena antes de que ésta lo vomitara sano y salvo a tierra, así Jesús pasaría tres días en el seno de la tierra antes de abandonar la tumba (cf. Mt 12,40).

La señal que Jesús dará a los “malvados” de cada generación es su muerte y resurrección. Su muerte, aceptada libremente, es la señal del increíble amor de Dios por nosotros: Jesús dio su vida para salvar la nuestra. Y su resurrección de entre los muertos es la señal de su divino poder. Se trata de la señal más poderosa y conmovedora jamás dada.

Pero, además, Jesús es también la señal de Jonás en otro sentido. Jonás fue un icono y un medio de conversión. Cuando en su predicación «dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,4) advierte a los ninivitas paganos, éstos se convierten, pues todos ellos —desde el rey hasta niños y animales— se cubren con arpillera y cenizas. Durante estos cuarenta días de Cuaresma, tenemos a alguien “mucho más grande que Jonás” (cf. Lc 11,32) predicando la conversión a todos nosotros: el propio Jesús. Por tanto, nuestra conversión debiera ser igualmente exhaustiva. 

«Pues Jonás era un sirviente», escribe san Juan Crisóstomo en la persona de Jesucristo, «pero yo soy el Maestro; y él fue arrojado por la ballena, pero yo resucité de entre los muertos; y él proclamaba la destrucción, pero yo he venido a predicar la Buena Nueva y el Reino».

La semana pasada, el Miércoles de Ceniza, nos cubrimos con ceniza, y cada uno escuchó las palabras de la primera homilía de Jesucristo, «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (cf. Mc 1,15). La pregunta que debemos hacernos es: —¿Hemos respondido ya con una profunda conversión como la de los ninivitas y abrazado aquel Evangelio?

12 mar 2019

Santo Evangelio 12 de Marzo 2019



Día litúrgico: Martes I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».


«Al orar, no charléis mucho (...) porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis»

Rev. D. Joaquim FAINÉ i Miralpech 
(Tarragona, España)

Hoy, Jesús —que es el Hijo de Dios— me enseña a comportarme como un hijo de Dios. Un primer aspecto es el de la confianza cuando hablo con Él. Pero el Señor nos advierte: «No charléis mucho» (Mt 6,7). Y es que los hijos, cuando hablan con sus padres, no lo hacen con razonamientos complicados, ni diciendo muchas palabras, sino que con sencillez piden todo aquello que necesitan. Siempre tengo la confianza de ser escuchado porque Dios —que es Padre— me ama y me escucha. De hecho, orar no es informar a Dios, sino pedirle todo lo que necesito, ya que «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8). No seré buen cristiano si no hago oración, como no puede ser buen hijo quien no habla habitualmente con sus padres.

El Padrenuestro es la oración que Jesús mismo nos ha enseñado, y es un resumen de la vida cristiana. Cada vez que rezo al Padre nuestro me dejo llevar de su mano y le pido aquello que necesito cada día para llegar a ser mejor hijo de Dios. Necesito no solamente el pan material, sino —sobre todo— el Pan del Cielo. «Pidamos que nunca nos falte el Pan de la Eucaristía». También aprender a perdonar y ser perdonados: «Para poder recibir el perdón que Dios nos ofrece, dirijámonos al Padre que nos ama», dicen las fórmulas introductorias al Padrenuestro de la Misa.

Durante la Cuaresma, la Iglesia me pide profundizar en la oración. «La oración, el coloquio con Dios, es el bien más alto, porque constituye (...) una unión con Él» (San Juan Crisóstomo). Señor, necesito aprender a rezar y a sacar consecuencias concretas para mi vida. Sobre todo, para vivir la virtud de la caridad: la oración me da fuerzas para vivirla cada día mejor. Por esto, pido diariamente que me ayude a disculpar tanto las pequeñas molestias de los otros, como perdonar las palabras y actitudes ofensivas y, sobre todo, a no tener rencores, y así podré decirle sinceramente que perdono de todo corazón a mis deudores. Lo podré conseguir porque me ayudará en todo momento la Madre de Dios.

11 mar 2019

Santo Evangelio 11 de Marzo 2019



Día litúrgico: Lunes I de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 25,31-46): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’. Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’. 

»Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis’. Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’. Y él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo’. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna».


«Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo»

Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart 
(Tarragona, España)

Hoy se nos recuerda el juicio final, «cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles» (Mt 25,31), y nos remarca que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo.

Dice san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu propia condición». No hacer una cosa que hay que hacer, en servicio de los otros hijos de Dios y hermanos nuestros, supone dejar a Cristo sin estos detalles de amor debido: pecados de omisión.

El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, al explicar las exigencias de la caridad cristiana, que da sentido a la llamada asistencia social, dice: «En nuestra época, especialmente urge la obligación de hacernos prójimo de cualquier hombre que sea y de servirlos con afecto, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un niño nacido de ilegítima unión que se ve expuesto a pagar sin razón el pecado que él no ha cometido, o del hambriento que apela a nuestra conciencia trayéndonos a la memoria las palabras del Señor: ‘Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40)».

Recordemos que Cristo vive en los cristianos... y nos dice: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El Concilio Lateranense IV define el juicio final como verdad de fe: «Jesucristo ha de venir al fin del mundo, para juzgar a vivos y muertos, y para dar a cada uno según sus obras, tanto a los reprobados como a los elegidos (...) para recibir según sus obras, buenas o malas: aquellos con el diablo castigo eterno, y éstos con Cristo gloria eterna».

Pidamos a María que nos ayude en las acciones de servicio a su Hijo en los hermanos.

10 mar 2019

Santo Evangelio 10 de Marzo 2019



Día litúrgico: Domingo I (C) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Lc 4,1-13): 

En aquel tiempo, Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le respondió: «Esta escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’». 

Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya». Jesús le respondió: «Está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto’». 

Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará para que te guarden’. Y: ‘En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna’». Jesús le respondió: «Está dicho: ‘No tentarás al Señor tu Dios’». Acabada toda tentación, el diablo se alejó de Él hasta un tiempo oportuno.


«Era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo»

P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat 
(Montserrat, Barcelona, España)

Hoy, Jesús, «lleno de Espíritu Santo» (Lc 4,1), se adentra en el desierto, lejos de los hombres, para experimentar de forma inmediata y sensible su dependencia absoluta del Padre. Jesús se siente agredido por el hambre y este momento de desfallecimiento es aprovechado por el Maligno, que lo tienta con la intención de destruir el núcleo mismo de la identidad de Jesús como Hijo de Dios: su adhesión sustancial e incondicional al Padre. Con los ojos puestos en Cristo, vencedor del mal, los cristianos hoy nos sentimos estimulados a adentrarnos en el camino de la Cuaresma. Nos empuja a ello el deseo de autenticidad: ser plenamente aquello que somos, discípulos de Jesús y, con Él, hijos de Dios. Por esto queremos profundizar en nuestra adhesión honda a Jesucristo y a su programa de vida que es el Evangelio: «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4).

Como Jesús en el desierto, armados con la sabiduría de la Escritura, nos sentimos llamados a proclamar en nuestro mundo consumista que el hombre está diseñado a escala divina y que sólo puede colmar su hambre de felicidad cuando abre de par en par las puertas de su vida a Jesucristo Redentor del hombre. Esto comporta vencer multitud de tentaciones que quieren empequeñecer nuestra vocación humano-divina. Con el ejemplo y con la fuerza de Jesús tentado en el desierto, desenmascaremos las muchas mentiras sobre el hombre que nos son dichas sistemáticamente desde los medios de comunicación social y desde el medio ambiente pagano donde vivimos.

San Benito dedica el capítulo 49 de su Regla a “La observancia cuaresmal” y exhorta a «borrar en estos días santos las negligencias de otros tiempos (...), dándonos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia (...), a ofrecer a Dios alguna cosa por propia voluntad con el fin de dar gozo al Espíritu Santo (...) y a esperar con deseo espiritual la Santa Pascua».

Jesús es fiel a la Misión que ha recibido



JESÚS ES FIEL A LA MISIÓN QUE HA RECIBIDO

Por José María Martín OSA

1.- La palabra de Dios ayuda a vencer la tentación. Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. En el desierto Jesús es tentado. En la primera tentación, el diablo pretende que Jesús resuelva sus propios problemas, el hambre, utilizando para sí el poder que ha recibido del Padre. Es la tentación de bajar de la cruz y no beber el cáliz que el Padre le ha preparado: "A otros ha salvado y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él". Jesús vence con la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Toma su argumento y su defensa del Deuteronomio. La palabra de Dios, expresión de la voluntad del Padre, es poderosa para mantener al hombre en la verdadera vida. Ella es el auténtico alimento de Jesús. En la segunda tentación el diablo muestra a Jesús fantásticamente, "en un instante", todos los reinos del mundo. Se vanagloria de que todos le pertenecen y se los ofrece con tal de que se haga su esclavo. Si hubiera cedido a la tentación del poder, Jesús no hubiera muerto en la cruz. Pero Jesús prefirió luchar contra esa tentación, recurriendo también a la palabra de Dios. La tercera tentación enlaza mejor con la primera. Pues el diablo toma pie en la confianza de Jesús en la palabra de Dios: Si se vive de la palabra de Dios, ¿por qué ha de temer la muerte el que confía en esa palabra? El diablo quiere inducir a Jesús a un abuso de confianza en la palabra de Dios, que promete proteger al justo. Es la tentación de disponer a ultranza de Dios y de tomarle la palabra, en vez de ponerse confiadamente a su disposición. Jesús responde de nuevo con otra cita bíblica.

2.- Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras: el hambre, que simboliza todas las “reivindicaciones” del cuerpo; la necesidad de seguridad y fama, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo; la sed de poder, el temible instinto de dominación. Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio, lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

3.- Dios nos acompaña en la tribulación. Dios no quiere exponernos al mal, sino que es cada uno el que es probado por la concupiscencia que le arrastra y le seduce. Dios es el que nos da la fuerza para vencer la tentación y salir victoriosos sobre nuestros instintos. El no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; antes bien, “con la prueba dará también la salida”. La gran tentación es “pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar”. Está bien que pongamos en juego los medios de nuestra inteligencia y voluntad, pero no debemos olvidar que sin Cristo no podemos hacer nada. Así lo pedimos en el Salmo: “Acompáñame, Señor, en la tribulación”.

3.- La hora de la conversión. Hoy se nos hace una llamada a la conversión, entendida como “metanoia” (cambio de mente y de corazón). Es el momento de ahondar en nuestra experiencia de encuentro con Cristo. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable, nos dice el Papa en su mensaje de Cuaresma: “Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagamos prójimos a nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación”.