23 ago 2014

Santo Evangelio 23 de Agosto de 2014


Día litúrgico: Sábado XX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente y a los discípulos: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”. 

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Guías”, porque uno solo es vuestro Guía: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado

Hoy, Jesucristo nos dirige nuevamente una llamada a la humildad, una invitación a situarnos en el verdadero lugar que nos corresponde: «No os dejéis llamar “Rabbí” (...); ni llaméis a nadie “Padre” (...); ni tampoco os dejéis llamar “Guías”» (Mt 23,8-10). Antes de apropiarnos de todos estos títulos, procuremos dar gracias a Dios por todo lo que tenemos y que de Él hemos recibido.

Como dice san Pablo, «¿qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7). De manera que, cuando tengamos conciencia de haber actuado correctamente, haremos bien en repetir: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10).

El hombre moderno padece una lamentable amnesia: vivimos y actuamos como si nosotros mismos hubiésemos sido los autores de la vida y los creadores del mundo. Por contraste, causa admiración Aristóteles, el cual —en su teología natural— desconocía el concepto de la “creación” (noción conocida en aquellos tiempos sólo por Revelación divina), pero, por lo menos, tenía claro que este mundo dependía de la Divinidad (la “Causa incausada”). Juan Pablo II nos llama a conservar la memoria de la deuda que tenemos contraída con nuestro Dios: «Es preciso que el hombre dé honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de Él ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer».

Además, pensando en la vida sobrenatural, nuestra colaboración —¡Él no hará nada sin nuestro permiso, sin nuestro esfuerzo!— consiste en no estorbar la labor del Espíritu Santo: ¡dejar hacer a Dios!; que la santidad no la “fabricamos” nosotros, sino que la otorga Él, que es Maestro, Padre y Guía. En todo caso, si creemos que somos y tenemos algo, esmerémonos en ponerlo al servicio de los demás: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11).

Santa Rosa de Lima, 23 de Agosto

23 de Agosto

SANTA ROSA DE LIMA

(+ 1617)


El honrado y humilde hogar limeño de Gaspar Flores y María de Oliva, en el cual nació, el 20 de abril de 1586, la niña a quien en el bautismo llamaron Isabel, pero que desde la infancia había de recibir el sobrenombre de Rosa, nos parece, en el gran día del nacimiento de la Santa, un trasunto de Belén y de la humilde gruta en que vino a este mundo el Hijo de Dios. Belén, porque allí nació la primera flor de santidad que perfumó al Nuevo Mundo; Belén, por la pobreza de sus moradores, que pertenecían a la modesta clase media; Belén, por el ambiente bucólico que se respiraba y aún se respira en el huerto que circunda la histórica morada, el humilde aposento hoy convertido en oratorio, en donde vino al mundo Santa Rosa de Lima.

Además, si en mirada de conjunto se abarca el agitadísimo mundo de aquellos tiempos, si se contempla la tragedia del Occidente cristiano, que, con la defección de las naciones protestantes y con la crisis y guerras de religión de las católicas, queda dividido en dos bandos que luchan encarnizadamente por la hegemonía; si en el terreno intelectual, moral, disciplinario, se sigue con atención el duelo a muerte de la Reforma y Contrarreforma, y se admira la oportunidad con que la Providencia divina saca, por decirlo así, de la nada toda un mundo nuevo, toda una familia de futuras naciones, y pone casi todo su peso del lado de la fe tradicional, inclinando así en favor de ésta la balanza de los destinos: en este cuadro de grandiosidad mundial y de trascendencia histórica incalculable, la pequeña Lima del siglo xvi, perdida en las lejanías del Perú colonial, evoca espontáneamente el recuerdo de Belén, y la estrella que en su cielo se levanta nos aparece como el signo del gran Rey y del advenimiento de tiempos mejores, en que acabará por imponerse la fe católica contra la herejía. "A la Ciudad de los Reyes, como se suele llamar a Lima -dice la bula de canonización, de Clemente X-, no le podía faltar su estrella propia que guiara hacia Cristo, Señor y Rey de Reyes" : "Civitati enim regum, qualis dicitur Lima, suum debebabur sydus, quod ad Christum Dominum regem regum dux esset" (a.1671).

Es una delicia para el historiador católico y para todo cristiano sincero contemplar el despliegue de fuerza que la Iglesia emplea en el mundo recién descubierto para ensanchar las fronteras del Reino de Cristo, para consolidar su posesión con el establecimiento de la jerarquía y para ganar. mediante nuevas conquistas en América, la batalla que libraba contra el protestantismo en Europa.

Su misión consiste en ganar el mundo para Cristo mediante un testimonio multiforme. "Seréis mis testigos hasta los confines del mundo" (Act. 1,8). Este multiforme testimonio no faltaba, sino sobreabundaba en América.

Testimonio de la palabra, por boca de los incontables misioneros que se repartían por doquier, con éxito creciente, los campos de la evangelización.

En tiempos de Santa Rosa más de dos mil habían atravesado el Atlántico y habían recorrido el nuevo continente en todas direcciones, realizando el inaudito portento de convertirlo, en menos de un siglo, de pagano en cristiano.

Testimonio de la sangre, vertida con abundancia por tantos mártires de que nos hablan las crónicas de aquellos tiempos, para que con este milagroso riego germinara y fructificara la semilla de la evangelización.

Testimonio de la luz, que brilló en la sabiduría de sus concilios, en la institución de sus universidades, en las obras inmortales de cronistas, historiadores y escritores. en las admirables Leyes de Indias, en la organización, multiplicación y disposición inteligente de las nuevas sedes episcopales.

Clarísima aurora llena de promesas que las misionólogos comparan con la que iluminó al mundo romano en la predicación de los apóstoles.

Testimonio de la santidad, que alumbró a todo el continente a través de la vida ejemplar de tantos prelados y misioneros, enviados a estas tierras por la Madre Patria para admiración y edificación de las nuevas cristiandades. Son muchos los nombres que registra la historia, y cada país honra de modo especial a quienes directamente lo santificaron con su presencia y acción; pero no cabe duda que entre todos descuellan, para gloria de la patria de Santa Rosa, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, "la mayor lumbrera del episcopado en América", "totius episcopatus americani luminare maius", al decir del Concilio Plenario de la América Latina, y San Francisco Solano, el taumaturgo y figura misionera de mayor relieve en los tiempos coloniales.

Pero al finalizar el siglo xvi algo faltaba a este múltiple y glorioso testimonio y era que, al lado de los santos oriundos de España y que se habían santificado en América, surgieran santos nacidos en este continente y del todo identificados con él. Y Dios en su infinita bondad otorgó al Nuevo Mundo ese precioso don. Muchos santos y santas ocultos debe haber habido en este privilegiado continente desde los días de su descubrimiento y primera evangelización, puesto que una de las notas de la verdadera Iglesia es el florecimiento de la santidad bajo todos los cielos y todas las latitudes; pero sólo tres han alcanzado hasta ahora el honor de la canonización: el contemporáneo de Santa Rosa, San Felipe de Jesús, originario de la Nueva España y protomártir del Japón, donde murió crucificado y atravesado con triple lanza (+ 1597); Santa Mariana de Jesús Paredes, llamada "la azucena de Quito" por su pureza angelical unida a una heroica penitencia, y Santa Rosa de Lima, cuyo perfume podemos decir que ha embalsamado al mundo entero, al insertarse su fiesta en el calendario universal. El primero es una florecilla rubicunda de la Orden seráfica; la segunda es un retoño de la Compañía de Jesús, de cuya recia espiritualidad se nutrió, y la tercera es una gloria de la Orden dominicana, de la cual fue terciaria y cuyo espíritu poseyó con plenitud.

Santo Rosa vino al mundo cuando ya tocaba a su ocaso el gran siglo de España, el siglo xvi. Su vida, breve, interior, escondida, carece del movimiento y dramatismo que llama la atención en las vidas de los grandes apóstoles, de los grandes misioneros, de los personajes epónimos que llevan el sobrenombre de "magnos" y que hacen época en la historia de la Iglesia y del mundo.

Así resume el Breviario Romano—"pro festo simplificato"—su vida admirable, apegándose con fidelidad a la verdad histórica, según consta en los procesos: "La primera flor de santidad de la América meridional, Santa Rosa, virgen, nacida en Lima, de padres cristianos, ya desde la cuna empezó a resplandecer con los indicios de su futura santidad, porque su rostro infantil, tomando la apariencia de una rosa, dio ocasión a que se le diera este nombre. Para no verse obligada por sus padres a contraer matrimonio, cortó ocultamente su bellísima cabellera. Su austeridad de vida fue singular. Tomado el hábito de la Tercera Oden de Santo Domingo, se propuso seguir en su arduo camino a Santa Catalina de Sena. Terriblemente atormentada, durante quince años, por la aridez y desolación espiritual, sobrellevó con fortaleza aquellas agonías más amargas que la misma muerte. Gozó con admirable familiaridad de frecuentes apariciones de su Angel Custodio, de Santa Catalina de Sena y de la Virgen Madre de Dios, y mereció escuchar de los labios de Cristo estas palabras: "Rosa de mi corazón, sé mi esposa". Famosa por sus milagros antes y después de su muerte, el papa Clemente X la colocó en el catálogo de las santas vírgenes". Hasta aquí el Breviario Romano.

Pero esta vida humilde y oculta entraña un mensaje de gran trascendencia que bien podemos calificar de providencial y actualísimo. Providencial para su tiempo, y de perenne actualidad, porque contiene la quintaesencia del Evangelio y va directamente contra el espíritu que anima al renacimiento pagano, que es una de las características de los tiempos modernos.

Ateniéndonos a lo principal y considerando la necesidad des los tiempos, señalaremos cuatro renglones en este mensaje realmente completo y ecuménico: Amor, oración, pureza y sacrificio.

El mundo de aquel entonces, mundo del Renacimiento y de la Reforma, que exaltaba exageradamente los valores naturales y paganos y subestimaba todo lo sobrenatural, necesitaba, además del anatema fulminado contra sus errores y de la palabra de los heraldos de la verdad, el lenguaje contundente de los hechos, la doctrina de Cristo vivida en toda su integridad, y eso tuvo en los numerosos santos suscitados por Dios en el siglo xvi y lo vio admirablemente confirmado en aquel retoño del Nuevo Mundo que fue Santa Rosa, alma que desde la más tierna edad supo valorar las realidades sobrenaturales, alma totalmente abrasada en divina caridad, que a los cinco años se consagraba íntegramente al Esposo inmaculado, que para Él sólo vivía y que mereció al fin de su carrera escuchar de labios de Cristo esta declaración de amor, incomprensible para el mundo: "Rosa de mi corazón, sé tú mi esposa". Ese amor  con el cual nuestra Santa se esforzaba en corresponder a Cristo, y Cristo Crucificado, es clave que nos explica el sesgo heroico de su vida: su fuga del mundo sin dejar de vivir en medio de él; su vida eremítica en minúscula celda construida con sus manos; su rompimiento con toda vanidad; el tanto furor con que armaba su brazo y flagelaba su carne inocente en anhelo insaciable de asemejarse más y más a su Amado divino; su fina sensibilidad para descubrir la presencia y vestigio de Dios en todas las cosas.

Aún se conserva y se visita con mucha edificación, al lado de su casa, un cuarto que la caridad de la Santa convirtió en pequeño hospital, al cual ella conducía a enfermas encontradas en extrema miseria y que tenían la dicha de recibir de las manos de nuestra Santa una atención cuya delicadeza y heroísmo rayan en lo increíble. Cosa parecida acontecía tratándose de las necesidades de orden moral, a cuyo remedio acudía solícita nuestra Santa en cuanto de ella dependía, preocupándose por la evangelización y atención espiritual de los indios, de los negros, de los infieles, y, al no poder ocuparse de esto por sí misma, recomendándolo a quienes podían y contribuyendo con limosnas que ella misma colectaba al sostenimiento de algún seminarista pobre, como verdadera precursora de la Obra de Vocaciones.

Esta divina caridad, de flama tan seráfica al elevarse hacia Dios y de sentido tan humano al extenderse hacia el prójimo, encendió en el alma de Rosa la luz de la contemplación, y ciertamente en grado eminente. Así lo persuaden sus hechos, sus escritos y el testimonio unánime de quienes la conocieron y trataron, tal como aparece en los Procesos y en el amplio estudio de los Bolandistas. Aquel amor a la soledad; aquella asiduidad con que frecuentaba y pasaba largas horas en su celdita de anacoreta, que aún subsiste; aquella fervorosa vida eucarística, tan rara en su tiempo; aquella filial devoción a la Madre de Dios; aquel espíritu de penitencia y amor apasionado a la cruz, son indicios ciertos de la intimidad con Dios y de la elevación habitual en que vivía su alma. El padre Villalobos asegura en su declaración que "había alcanzado una presencia de Dios tan habitual, que nunca, estando despierta, lo perdía de vista". El doctor Castillo, íntimo y autorizado confidente y examinador de la Santa, asegura que desde los cinco años empezó a practicar la oración mental y que a partir de los doce hasta su muerte su oración fue la que los autores místicos llaman unitiva. Y, en general, como asevera L. Hansen, O. P., el testimonio de sus directores, los padres de la Orden de Santo Domingo y de los varios padres de la Compañía de Jesús que largamente la conocieron y trataron, es unánime al reconocer los dones extraordinarios de oración con que el Señor la regaló, elevándola hasta los más altos grados de la vida mística.

Es también la divina caridad en que se abrasaba aquella alma santa la que explica los dos rasgos que la oración litúrgica de su fiesta señala como característicos de su espiritualidad: la pureza y el sacrificio: "Virginitatis et patientiae decore Indis florescere voluisti". Porque el amor, o encuentra parecidos a los que se aman, o los hace tales. Enamorada de Jesús Crucificado, Santa Rosa se aplicó con invencible constancia a reproducir en sí misma la imagen del Divino Modelo de quien proféticamente se dice en el Cantar de los Cantares 5,10: "Dilectus meus candidus et rubicundus": mi amado es cándido y rubicundo. Es blanco, dicen los sagrados intérpretes, por su pureza y santidad sin límites, y es rojo por su sacrificio de redención.

La contemplación de esa pureza y santidad hizo nacer en Santa Rosa el anhelo de la imitación y la movió a realizarlo en forma extraordinaria. Conserva hasta la muerte su inocencia bautismal; hace a los cinco años voto de virginidad; rechaza sin vacilaciones toda proposición de matrimonio, aun cuando sea su propia madre quien porfiadamente la haga; afea con varias industrias su natural hermosura; corta sin miramientos su blonda cabellera; se niega a aceptar el nombre de Rosa, por parecerle llamativo y peligroso, hasta que la Santísima Virgen completa y santifica ese hombre, llamándola Rosa de Santa María; únese a Cristo con el vínculo del matrimonio espiritual, vínculo inefable que transporta a la tierra el misterio de los desposorios inmaculados de la Patria eterna, y sigue hasta el fin de su vida las huellas luminosas de aquella Virgen que la toma por suya y le comunica un reflejo de su pureza singular.

Pero, para que la semejanza con Jesús Crucificado sea perfecta, Rosa tendrá que ser para Él "lirio entre espinas", y a este fin afligirá su carne inocente con toda suerte de maceraciones: ayunos, vigilias, cilicios, disciplinas, austeridades que llenan de asombro y que más son para admirarse que para imitarse.

Configurada así con la Divina Víctima durante su vida, sólo faltaba el rasgo supremo de la muerte para que la semejanza fuera perfecta, y la muerte vino con sus terribles angustias y dolores a convertirla en un acabado retrato del "Varón de dolores", si bien esta colmada medida de dolor no pudo impedir, 'ni siquiera a la hora de la agonía, aquel gozo íntimo que la había acompañado durante la vida, escondido en la parte superior de su alma y que se exteriorizó en alguna forma, momentos antes de morir, en el jubiloso canto de amor que, al son de la vihuela, entonó por indicación suya una de sus más fieles discípulas, Luisa de Santa María, que la acompañaba en aquel angustioso trance.

Así consumaba su sacrificio y preludiaba el cántico nuevo de la bienaventuranza la admirable virgen Santa Rosa, exhalando el último suspiró en la fecha que ella misma había anunciado, 24 de agosto de 1617, fiesta de un santo a quien ella honró durante su vida con una devoción especial y sin duda con luz profética, el apóstol San Bartolomé.

La oportunidad del mensaje de la gran Santa limeña con relación a las necesidades de su .tiempo, el interés permanente de sus grandes lecciones sobre puntos esenciales de la espiritualidad cristiana, las dotes naturales y sobrenaturales con que Dios la adornó a fin de que pudiera transmitir al mundo un mensaje de tanta trascendencia, explican la aceptación general y entusiasta del mismo, su rápida difusión a través de las muchas obras escritas sobre la Santa, la extensión de su culto a todo el continente ya desde los tiempos coloniales, y asegura una creciente gloria, una supervivencia real en el porvenir a la que justamente ha sido declarada por la Santa Sede Patrona de América e incluida en el catálogo de los santos, cuya fiesta anualmente celebra la Iglesia universal. Traducimos a continuación la expresiva y devota oración litúrgica con que se la invoca en el mundo entero: "Oh Dios Todopoderoso, fuente de todo bien, que has querido que Santa Rosa floreciera en las Indias con el encanto de su virginidad y paciencia, y para ello la preveniste con el rocío de tu gracia: concédenos a nosotros tus siervos, que corriendo en pos de sus perfumes suavísimos, merezcamos ser el buen olor de Jesucristo. Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo Dios por todos los siglos. Así sea".

FÉLIX M. ALVAREZ, M. Sp. S.

San Felipe Benicio, 23 de Agosto

23 de agosto

SAN FELIPE BENICIO

(† 1285)


Al llegar el siglo XIII todas las rutas de Europa se llenan de rumores. El comercio, las peregrinaciones y las universidades lanzan a los hombres a los caminos. Hay un ir y venir de gentes, un entremezclarse de pueblos, un rebullir de ideas, una eclosión de fe.

 Superada la crisis del feudalismo, surgen pujantes y boyantes las ciudades libres, con su vida gremial y su activo comercio. La gente trabaja, rinde y gasta. Circulan los productos, se organizan las ferias, las naves surcan el Mediterráneo hay griterío en los puertos y mercados.

 Los hombres quieren conocer nuevas tierras, divisar otros horizontes, ponerse en contacto entre sí, organizarse.

 Se organizan los pequeños artesanos, y nacen los gremios; se organiza el comercio, y nace la Hansa; se organizan los estudios, y nacen las universidades; se organiza la piedad, y nacen las cofradías; se organizan las formas ascéticas, y surgen las órdenes religiosas.

 Hay un deseo indefinible de orden y agrupación. Piedra a piedra van elevándose, ágiles y airosas, las catedrales. Son obras anónimas, multitudinarias. No conocemos los arquitectos que las proyectaron, no conocemos los donantes que las costearon. Son obra de la ciudad entera, son fruto de la fe y de la situación próspera de que gozaba Europa.

 Las Ordenes mendicantes nacen cuando pueden vivir de las limosnas de unos países en cierto modo ricos. El monasterio se hace convento. No tiene que buscar el valle o la montaña. Se levanta en el mismo recinto urbano, junto a las casas y palacios. Los frailes no se ligan a un determinado lugar. Van y vienen, infatigables, de un sitio a otro. Predicando, catequizando, dirigiendo, enseñando en las universidades o estudiando en las mismas. Como ahora en las líneas aéreas, también en los siglos medios un buen contingente de viajeros vestían hábito.

 Las Ordenes mendicantes —fratres minores, fratres praedicatores— se entregan al apostolado popular y el pueblo los sostiene gustosamente con sus limosnas.

 La fe se renueva. Nacen las grandes devociones populares que todavía perduran: el oficio parvo, el rosario, el escapulario, el vía crucis, el Angelus, las devociones marianas, el culto a la Pasión del Señor.

 Dentro de esta línea están los servitas, aquellos piadosos caballeros florentinos que el día 15 de agosto de 1233 fundaban la Orden de la Santísima Virgen para dedicarse a la contemplación de sus dolores y consolarla con sus penitencias de lo mucho que sufrió acompañando a su Hijo en la cruz.

 Y ese mismo día, el 15 de agosto de 1233, nacía también en Florencia un niño, hijo de Jacobo, de la noble familia de los Benizi, que pertenecía a la corporación de los apothecarios, y de Albanda, de la rama de los Frescoboldi, una de las más ilustres de la ciudad.

 Los dos esposos, profundamente cristianos, vivieron durante largo tiempo con la tristeza de no tener hijos. Al fin el cielo les consoló concediéndoles a Felipe. El niño fue educado durante dos años por un preceptor, y oportunamente enviado a París para cursar estudios.

 París era entonces un hervidero de ideas. Jóvenes de todas partes coincidían en la bella capital del Sena. Los estudiantes se entendían en el "bajo latín", una lengua ágil y flexible en la que los clérigos vagantes componían también bellas y expresivas canciones.

 Los catedráticos usaban este mismo lenguaje, que era el vehículo normal de la ciencia antigua.

 Felipe supo mantenerse honesto y piadoso, mérito grande en una urbe tan llena de peligros. Los Frescoboldi tenían relaciones comerciales con Francia y no perdían el contacto con el hijo amado.

 Debe creerse que, aun tratándose de una familia tan piadosa, la causa de enviar al hijo a la universidad de País, además de que siguiera la carrera del padre estudiando medicina, era apartarle de la naciente Orden de los siervos de María. El joven hubiera preferido hacer los estudios teológicos, pero se plegó a los deseos paternos.

 Volvió a su país, y en Padua continuó sus estudios, obteniendo el grado de doctor. En septiembre de 1253 regresaba a Florencia, y, lejos de dejarse deslumbrar por las brillantes esperanzas que le lisonjeaban, sus inclinaciones seguían siendo las mismas. Visitaba con asiduidad la capilla de los servitas del barrio florentino de Cafaggio, donde se venera una imagen de la Virgen que diríase pintada por manos de ángeles.

 El 16 de abril, jueves de Pascua, deliberando sobre el estado que debería tomar, penetró en la abadía de Fiésole, la pintoresca ciudad cercana a Florencia. Se celebraba la misa. La epístola del día estaba tomada del libro de los Hechos, donde se narra la conversión del mayordomo de la reina de Etiopía. La liturgia hace vivas las palabras de la Escritura al proclamarlas delante de la asamblea cristiana. Y así al llegar al texto: "El Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a este carro" (Act. 8, 29), parecióle, por la conformidad del nombre, que iban dirigidas a él. Obsesionado con tal pensamiento marchó a su casa y estuvo en oración hasta la medianoche. En sueños se vio abandonado en un paraje desierto, entre precipicios, rocas escarpadas, lodazales, serpientes y alimañas peligrosas. Atemorizado con tan espantosa representación, empezó a dar gritos, aunque sin volver del rapto. Entonces mostrósele la Virgen con el hábito de los servitas, sobre un carro resplandeciente, rodeada de ángeles y bienaventurados, que le repetía las palabras de la misa: "Felipe, acércate y júntate a este carro." Comprendió entonces los deseos de la Señora y al día siguiente llamó al convento de Cafaggio, preguntando por el prior, que era Bonfiglio Bonaldi, uno de los siete fundadores de la Orden. El 17 de abril recibió el hábito negro de los hermanos conversos. El joven y brillante médico escogió el silencio y la humildad. Como las visitas no le dejaban en paz ni sosiego, fue trasladado al monte Senario, a 13 kilómetros de Florencia. Allí vivió desconocido de todos y, para entregarse con más libertad y sosiego a la oración, pidió residir en una gruta natural, que ahora se conoce con el nombre de "fuente de San Felipe". Un día quiso tentar su virtud una mujer infame. El Santo la despidió con energía y después se tendió largo rato sobre la nieve. Desde entonces toda concupiscencia carnal desapareció de él.

 El Santo hubiera sido feliz en aquella vida de trabajo y obscuridad, ocupado solamente en sus deberes de lego y en la contemplación de los dolores de la Virgen. Pero a fines de 1259 fue destinado a Siena, para que atendiese al cuidado de una nueva fundación de la Orden. Por el camino tuvo un encuentro casual con dos padres dominicos, que bien pronto quedaron maravillados por la modestia del converso, tan docto y piadoso. Pareciéndoles que tener bajo el celemín tan gran lumbrera era daño que hacían a su propia Orden y aun a la misma Iglesia, dieron cuenta a sus superiores de las extraordinarias cualidades de Felipe, persuadiéndoles a que tratasen de elevarle al sacerdocio. Fácilmente descubrieron ellos mismos este tesoro después de examinarle, y, sin dar oídos a la resistencia del Santo, ni a sus lágrimas, ni a los ruegos, consiguieron dispensa de Roma y en el Sábado Santo 12 de abril de 1259 fue ordenado sacerdote. A fin de prepararse tranquilamente, hasta Pentecostés no dijo la primera misa.

 A partir de entonces la carrera del Santo conoció todos los ascensos. En 1262 fue nombrado maestro de novicios y definidor general. Al año siguiente llegó a socius o asistente del padre general y, por fin, el 5 de junio de 1267 fue elegido general de la Orden. Ninguno mereció mejor tales nombramientos y ninguno se tuvo por menos digno de ellos. Trató por todos los medios de eximirse de tales cargos, pero no fue oído. Conoció entonces que había otra voluntad superior a la suya, y se rindió a la disposición de la divina Providencia, a la que no era lícito oponerse.

 Cuando el Santo llegó a general de los servitas, la Congregación sólo llevaba treinta y cuatro años de existencia. El panorama político, por la lucha entre güelfos y gibelinos, era embrollado y la competencia entre las Ordenes mendicantes exacerbábase cada día, por todo lo cual la situación de los servitas era muy comprometida. Aunque ya en 1267 contaban con 15 casas en Italia y con fundaciones en Francia y Alemania. Los papas, impresionados con la floración de tantas Ordenes nuevas, mostrábanse indecisos respecto de ellos. Inocencio IV les retiró sus privilegios. Alejandro IV se mostró más benévolo. En mayo de 1268 las constituciones de la Orden tomaron por base la regla agustiniana. En agosto del mismo año, en el capítulo general de Pistoya, San Felipe intentó dimitir el generalato; pero le hicieron comprender el daño que causaría su dimisión. Y tan cierto es esto que, aun siendo el quinto de los generales, es considerado fundador de la Orden, por el impulso que le dio.

 Con sus portentos crecía la fama de santidad de Felipe, y no es extraño que cuando el largo cónclave de Viterbo, después de la muerte de Clemente IV, pensasen los cardenales en elegirle Papa. Mas él, que lo supo, huyó a las más ásperas montañas de Siena, estando escondido en las concavidades de los riscos hasta que se hizo pública la elección de Gregorio X. Por cierto que tal soledad fue gratísima a nuestro Santo, por dejarle tiempo abundante para la oración. Otro milagro acompañó su retiro. Habiéndose secado el manantial que le proveía de agua, dícese que dio tres golpes con su bastón en el suelo, brotando un chorro tan copioso que formó una especie de laguna, que aún lleva el nombre de "Baños de San Felipe", en el monte de Montagrate, y se atribuyen a tales aguas virtudes milagrosas.

 En aquel retiro entendió que el Señor le llamaba a extender el culto y singular devoción que profesa su Orden a la Santísima Virgen por otros países.

 Durante los años 1270 y 1271 visitó las casas de Francia y Alemania. En 1272 volvió a Italia, donde logró apaciguar las disensiones políticas. Estuvo en el concilio de Lyón, terminado el 17 de julio de 1274, prosiguiendo su visita a los conventos franceses y alemanes. El papa Gregorio X había aprobado los servitas, pero no por escrito. Vuelto a Italia, en 1276 Felipe nuevamente ejerció su papel de pacificador en Bolonia, Florencia y Pistoya, gritando por todas partes: "Esto es una Babilonia maldita, donde no reina Jesucristo, sino el impío Nabucodonosor, el demonio, donde vuestras manos cada día sacrifican muchas vidas humanas." El 18 de enero de 1280 la paz fue proclamada y ratificada con solemne juramento en Florencia.

 En 1276 la Orden estuvo amenazada de supresión por Inocencio V; pero Juan XXI, en 1277, la volvió a sostener. Nicolás III le concedió un cardenal protector en 1278.

 A fines de 1282 estuvo nuestro Santo en Forli, donde sus predicaciones no fueron del gusto de ciertos jóvenes depravados. Capitaneados por Peregrino Latiosi arremetieron contra él, le desnudaron vergonzosamente y le azotaron, arrojándole de la ciudad. Sin embargo, tanta paciencia alcanzaría su fruto, porque el propio Latiosi, arrepentido de su infame acción, volvió a buscar al Santo, pidiéndole con toda humildad que le admitiera en su Orden, donde, por cierto, llegó a ser religioso ejemplar.

 En 1284 San Felipe recibió en la tercera Orden de las "mantellatas" —así llamadas a causa de su vestido—, a Santa Juliana de Falconieri, acto que se celebró en la iglesia de la Anunciación de Florencia. A dicha Orden se agregó también una hermana del Santo.

 Por aquellos tiempos fundó una casa para arrepentidas en Todi, siendo las dos primeras novicias dos pobres mujeres que quisieron tentarle.

 Debilitada extraordinariamente su salud por el peso de su trabajo y el rigor de la penitencia, el Santo conoció que estaba cercana su muerte; pero, animoso hasta el final, no renunció a sus viajes, exigidos por lo numeroso de una congregación que contaba entonces diez mil religiosos. Mas, como no podía caminar a pie, hacíalo montado en un borriquillo que le compraron.

 Por entonces pasó de Florencia a Siena y de allí a Perusa, para recibir la bendición del papa Honorio IV, del que consiguió muchos privilegios para los suyos. Encaminóse a Todi, saliendo a recibirle sus habitantes con ramos de olivo y aclamaciones. Entró en la iglesia de su convento, y, postrado ante el altar de la Virgen, pronunció aquellas palabras de la Escritura, presintiendo su fin: "Este será para siempre el lugar de mi reposo." Cayó con fiebre en el lecho el 15 de agosto de 1285, Asunción de Nuestra Señora, hacia las tres de la tarde, después de haber estado predicando toda la mañana. Pasó toda la octava en continuos actos de amor de Dios, de afectos a la Santísima Virgen y de dolor de sus pecados. El último día de la octava pidió que le administrasen los sacramentos, y después cayó en un desmayo en que perdió el sentido por tres horas. Vuelto en sí, rogó que le diesen su libro. Los asistentes le fueron ofreciendo el salterio, el oficio de la Virgen, las constituciones de los servitas... Al fin comprendieron que se trataba del pequeño crucifijo de marfil que él conservaba desde su juventud, como recuerdo de sus padres. Besándolo tiernamente dijo: "Este es mi libro. Aquí es donde yo he aprendido el camino del cielo." Y aplicándolo al corazón murió en la noche del 22 de agosto de 1285, octava de la Asunción de la Virgen. Desde el primer momento se rechazó la idea de celebrar misa de negro. Se cantó la misa Gaudeamus ("alegrémonos"), de blanco, con Gloria y Credo. El responso fue sustituido por otros cánticos. Para satisfacer la devoción de los fieles su cuerpo estuvo expuesto hasta el día 28, incorrupto y como perfumado, a pesar del calor. Los florentinos hicieron dos tentativas para robar este cuerpo santo, aunque sin resultados.

 León X beatificó a Felipe Benicio. En 1586 el cardenal Baronio le incluyó en el martirologio romano con el título de "fundador" de los servitas, que no es totalmente exacto. Fue canonizado por Clemente X en 1671, aunque el acta de canonización no fue promulgada hasta Benedicto XIII en 1724. Inocencio XII, en 1694, le incluyó en el calendario litúrgico de la Iglesia universal.

 CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA


Felipe Benizi

Autor: Aciprensa


El hijo más ilustre y el más ardiente propagador de la congregación de los servitas en Italia nació en el seno de una noble familia de Florencia el 15 de agosto de 1233. A los 13 años fue a vivir a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua donde a los 19 años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía, regresando a su ciudad natal y ejerciendo por un año su profesión. Durante ese tiempo, estudió las Sagradas Escrituras y, frecuentaba las iglesias de su ciudad natal, especialmente La Anunciata, que estaba a cargo de la Orden de los Servitas (siervos de María), así llamados por la gran devoción que tenían a nuestra Señora, que allí era particularmente reverenciada.

Una epístola de la semana de pascua refiere que uno de los discípulos y diácono de la primitiva comunidad de Jerusalén, llamado FeIipe, recibió de Dios el encargo de acercarse al carruaje del mayordomo de la reina de Etiopía e intentar convertirla a la fe católica. Dijo el Espíritu Santo: "Acércate y sube a este carro".

Pues bien, estando Felipe Benicio, el l6 de abril de 1254, jueves de pascua, oyendo la misa conventual en la cercana ciudad de Fiésole, al proclamarse aquellas palabras: "Felipe, acércate y sube a este carro", tomadas de los Hechos de los apóstoles, interpretó que iban dirigidas a él. Y después en su casa, orando, tuvo una visión en medio de un éxtasis: vio venir a su encuentro a la Virgen, Madre de Dios, quien mostrándole el hábito negro de los servitas, le sonrió diciéndole: "Felipe, acércate y sube a este carro". Comprendió entonces que la reina del cielo lo invitaba a ponerse bajo su protección.

Ocultando su condición de noble y su profesión, Felipe pidió la admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de los hermanos lego. Los superiores le ordenaron trabajar en el huerto, pedir limosna y algunas faenas duras y difíciles del campo. El santo se entregó por completo a dichas labores, orando incansablemente durante todas ellas. En 1258 fue enviado al convento de Siena, y durante el camino intervino en una polémica discusión sobre los dogmas de la fe, en la cual Felipe supo intervenir brillantemente aclarando y dando el verdadero sentido sobre lo dicho. Dos miembros de su congregación, que viajaban con él, dieron cuenta al prior general, quien al constatar la sabiduría del santo, lo ordenó sacerdote, y en 1262, fue nombrado maestro de novicios del convento de Siena, y Vicario asistente del prior general. En 1267, por voto unánime, el santo fue elegido prior general de la orden religiosa. Como primera labor, visitó todos los conventos de la orden que estaban en el norte de Italia invitando a las gentes a convertirse y someterse a la protección de la Virgen Madre. Luego, y al finalizar un intenso y largo retiro espiritual, San Felipe decidió visitar los conventos de Alemania y Francia.

En el Concilio de Lyon, San Felipe impresionó a todos por su sabiduría y don de las lenguas, don que fue utilizado por el santo para la conversión de los pecadores y reconciliación de los cismáticos de muchos lugares del mundo a donde iba a predicar el Evangelio; sin embargo, toda su fama no era suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos de María.

En 1284, San Alejo puso bajo la dirección de San Felipe a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente, algunos de ellos, derramaron su sangre por mantenerse firmes en su fe a Cristo.

Cuando comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe decidió retirarse descansar al convento más sencillo y humilde de la orden religiosa, donde pasó sus últimos días, orando y postrado ante la imagen de la Virgen María. Falleció durante el angelus vespertino, y en 1761 fue canonizado. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.

22 ago 2014

Yo creo en los milagros


Yo creo en los milagros

Podemos estar rodeados de verdaderos milagros pero no nos damos ni cuenta de la mayoría de ellos... 
Autor: Marcelino de Andrés | Fuente: Catholic.net


No sé cuántos de mis lectores crean aún en los milagros. Espero que sean la mayoría. Aún recuerdo la definición que me dieron de milagro cuando comenzaba a estudiar Teología: milagro es un prodigio religioso (espacio-temporal-visible) que expresa en el orden cósmico una especial intervención gratuita de la potencia y del amor de Dios, que dirige a los hombres un signo de la presencia ininterrumpida en el mundo de su palabra de salvación. Antes de conocer esa definición yo ya creía en los milagros; y después de conocerla, creo más aún y estoy seguro de que se dan muchos más de los suele pensarse o imaginarse.

Lo normal cuando se habla de milagros, es que le vengan a uno a la mente hechos como el que un ciego recupere la vista, o un leproso quede limpio de su mal, o un muerto resucite. Pero entiendo que restringir sólo a ese tipo de acontecimientos las intervenciones gratuitas de Dios y los signos de su presencia, de su potencia y de su amor, sería algo injusto. Porque Dios no para de enviar a los hombres signos de su permanencia en el mundo y entre nosotros. Sí, también hoy Dios sigue obrando innumerables prodigios. Lo que ocurre es que no nos damos ni cuenta de la mayoría de ellos. Podemos estar (y de hecho lo estamos muchas veces) rodeados de verdaderos milagros sin percatarnos de ello.

De vez en cuando los periódicos y los medios de comunicación nos dan la agradable sorpresa de hacerse eco de algunos de estos prodigios. Suele tratarse de hechos extraordinarios, inesperados, sensacionales. De esos que tanto ansían encontrar los periodistas, pero que, curiosamente, rara vez se atreverán a llamar milagros.

No hace mucho, aquí en Italia, uno de los principales diarios del país recogía la noticia de que una rica señora, dueña de varios hoteles y grandes propiedades en Roma, había entrado a la edad de 61 años en el convento de las carmelitas en Belén (Tierra Santa). Y en otro periódico, esta vez de España, contaban cómo no era cosa de todos los días que un Oficial de la Marina Mercante, Inspector Jefe del Cuerpo Superior de Policía, juez por oposición, doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, Magistrado especialista del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y licenciado en Estudios Eclesiásticos, haya sido ordenado sacerdote. 

No, ciertamente no parece que ninguno de esos dos acontecimientos sea cosa de todos los días. Pero los protagonistas de ambos son sólo una mínima parte de los miles y miles de hombres y mujeres que en el mundo hoy día siguen cada año dejándolo todo para consagrarse a Dios en el sacerdocio o en la vida religiosa. Son sólo dos de los muchos brotes producidos por esa copiosa lluvia de intervenciones de Dios que con su potencia y amor continúa refrescando el barro partido de nuestro planeta, haciendo despuntar en él montones de almas que se entregan totalmente a su servicio y al de los demás. Y es indudable que cada una de ellas es un verdadero prodigio del amor de Dios, único capaz de arrancar tanto amor y de tantas almas que por Él son capaces de todo. Cada una es un auténtico signo visible de la presencia de Dios en este mundo que da la fuerte impresión de querer prescindir tanto de Él.

Creo que nunca dejaré de maravillarme lo suficiente ante la generosidad de quien encontrándose con Cristo y mirándole a los ojos, se deja conquistar por su amor y se le rinde. Eso para mí es y será siempre un milagro. No importa que ese alguien haya sido rico o pobre, letrado o ignorante, famoso o desconocido. Cada vez que en la tierra se repite ese misterio de llamada y respuesta, ese intercambio de amor entre Dios y el hombre, vuelvo a experimentar la necesidad de proclamar convencido que yo creo en los milagros.

Santo Evangelio 22 de agosto de 2014

Día litúrgico: Viernes XX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 22,34-40): En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».


Comentario: Rev. D. Pere CALMELL i Turet (Barcelona, España)
Amarás al Señor, tu Dios... Amarás a tu prójimo

Hoy, el maestro de la Ley le pregunta a Jesús: «¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22,36), el más importante, el primero. La respuesta, en cambio, habla de un primer mandamiento y de un segundo, que le «es semejante» (Mt 22,39). Dos anillas inseparables que son una sola cosa. Inseparables, pero una primera y una segunda, una de oro y la otra de plata. El Señor nos lleva hasta la profundidad de la catequesis cristiana, porque «de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,40).

He aquí la razón de ser del comentario clásico de los dos palos de la Cruz del Señor: el que está cavado en tierra es la verticalidad, que mira hacia el cielo a Dios. El travesero representa la horizontalidad, el trato con nuestros iguales. También en esta imagen hay un primero y un segundo. La horizontalidad estaría a nivel de tierra si antes no poseyésemos un palo derecho, y cuanto más queramos elevar el nivel de nuestro servicio a los otros —la horizontalidad— más elevado deberá ser nuestro amor a Dios. Si no, fácilmente viene el desánimo, la inconstancia, la exigencia de compensaciones del orden que sea. Dice san Juan de la Cruz: «Cuanto más ama un alma, tanto más perfecta es en aquello que ama; de aquí que esta alma, que ya es perfecta, toda ella es amor y todas sus acciones son amor».

Efectivamente, en los santos que conocemos vemos cómo el amor a Dios, que saben manifestarle de muchas maneras, les otorga una gran iniciativa a la hora de ayudar al prójimo. Pidámosle hoy a la Virgen Santísima que nos llene del deseo de sorprender a Nuestro Señor con obras y palabras de afecto. Así, nuestro corazón será capaz de descubrir cómo sorprender con algún detalle simpático a los que viven y trabajan a nuestro lado, y no solamente en los días señalados, que eso lo sabe hacer cualquiera. ¡Sorprender!: forma práctica de pensar menos en nosotros mismos

Maria Reina, 22 de Agosto

MARÍA REINA
Fiesta: 22 de agosto

María es reina de los ángeles y de todos los hombres que son del Señor.

El título de Reina se le da a María Santísima desde los primeros siglos como indicación de su preeminencia y poder que los recibe de aquel que es el Todopoderoso: Su Hijo, Jesucristo. 

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Efeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

"La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida".

RAZON: Las Sagradas Escrituras nos enseñan que los que son de Cristo reinarán con El y la Virgen María es ciertamente de Cristo. 

Romanos 5:17
          "En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo!"

II Timoteo 2:12
         "si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará"

María Santísima es reina de todo lo creado

Si bien todos reinaremos con Cristo, María Santísima participa de Su reinado de una forma singular y preeminente. Esto significa que Dios le ha otorgado Su poder para reinar sobre todos los hombres y los ángeles, y para vencer a Satanás. 

Razones por las que María Santísima es Reina de todos:

1- Por ser la madre de Dios hecho hombre, El Mesías, El Rey universal. (Col 1, 16).  

Santa Isabel, movida por el Espíritu Santo, hace reverencia a María, no considerándose digna de la visita de la que es "Madre de mi Señor" (Lc 1:43).  Por la realeza de su hijo, María posee una grandeza y excelencia singular entre las criaturas, por lo que Santa Isabel exclamó: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1:42).

El ángel Gabriel le dijo a María que su Hijo reinaría.  Ella es entonces la Reina Madre. 

Su reino no es otro que el de Jesús, por el que rezamos "Venga tu Reino".   Es el Reino de Jesús y de María. Jesús por naturaleza, María por designio divino.

En 1 Reyes 2,19 vemos que la madre del Rey se sienta a su derecha.

2- Por ser la perfecta discípula que acompañó a Su Hijo desde el principio hasta el final, Cristo le otorga la corona. Cf. Ap. 2,10  En María se cumplen las palabras: " el que se humilla será ensalzado".   Ella dijo "He aquí la esclava del Señor". 

3- Por ser la corredentora. El papa JPII, en la audiencia del 23-7-97 dijo que "María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque (...) cooperó en la obra de la redención del género humano. (...). Asunta al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo".

Ella participa en la obra de salvación de su Hijo con su SI en el que siempre se mantuvo fiel, siendo capaz de estar al pie de la cruz (Cf. Jn 19:25)  

María Santísima, reinando con su hijo, coopera con El para la liberación del hombre del pecado. Todos nosotros, aunque en menor grado, debemos también cooperar en la redención para reinar con Cristo. 

4- Por ser el miembro excelentísimo de la Iglesia: por su misión y santidad.
La misión de María Santísima es única pues solo ella es madre del Salvador.

Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar." -Génesis 3:15  

Características del reinado de María Santísima:

a) Preeminencia: "su honor y dignidad sobrepasan todo la creación ; los ángeles toman segundo lugar ante tu preeminencia." San Germán.

b) Poder Real: que la autoriza a distribuir los frutos de la redención. La Virgen María no solo ha tenido el más alto nivel de excelencia y perfección después de Cristo, pero también participa del poder de Su Hijo Redentor ejercita sobre las voluntades y mentes.

c) Inagotable eficacia de Intercesión con su Hijo y el Padre: Dios ha instituido a Maria como Reina del cielos y tierra, exaltada sobre todos los coros de ángeles y todos los santos. Estando a la diestra de su Hijo, ella suplica por nosotros con corazón de Madre, y lo que busca, encuentra, lo que pide, recibe".

d) Reinado de Amor y Servicio: Su reinado no es de pompas o de prepotencia como los reinos de la tierra.  El reino de María es el de su Hijo, que no es de este mundo, no se manifiesta con las características del mundo. María  tiene todo el poder como reina de cielos y tierra y a la vez, la ternura de ser Madre de Dios.

En la tierra ella fue siempre humilde, la sierva del Señor. Se dedicó totalmente a su Hijo y a su obra. Con El y sometida con todo su corazón con toda su voluntad a El, colaboró en el Misterio de la Redención. Ahora en el Cielo, ella continúa manifestando su amor y su servicio para llevarnos a la salvación. 

Respuesta a los hermanos separados 

Hay quienes rechazan el reinado de María Santísima alegando que ella no puede ser reina ya solo Jesús es rey.

Estos hermanos no comprenden la naturaleza del Reino. El reino de María Santísima no es un reino aparte al de su Hijo. Es el mismo reino. Donde Jesús reina, María Su Madre reina también.  Se trata de dos corazones eternamente unidos en el amor divino. Dios ha dispuesto que así fuese.  María, lejos de quitarle al reinado de su Hijo, lo propicia. Ella es la mas sumisa, la mas fiel en el reino y por eso también la mas exaltada.

Lucas 1:48  " porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada"

La Fiesta Litúrgica

Pío XII en 1954, instituyó la fiesta Litúrgica del Reinado de María al coronar a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma. En esta ocasión el Papa también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y realeza de Maria, la Encíclica Ad coeli Reginam (Oct 11, 1954). 

JPII: Junio 19, 1983 en Polonia

"Al Reino de el Hijo está plenamente unido el Reino de su Madre.. su Reino y el de ella, no son de este mundo. Pero están enraizados en la historia humana, en la historia de toda la raza humana, por el hecho de que el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, se hizo hombre por el poder del ES en el vientre de María. Y esa reino es definitivamente enraizado en la historia humana a través de la Cruz, al pie de la cual estaba la Madre de Dios como corredentora. Y es en ese evento de la Cruz y Maria al pie de su hijo, que el Reino se funda y permanece. Todas la comunidades humanas experimentan el reino maternal de María, que les trae mas de cerca el reino de Cristo."

-SCTJM

21 ago 2014

Dime quién eres y te diré cómo te valoras

Dime quién eres y te diré cómo te valoras

El valor del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y hoy... no sabe qué lleva dentro. 
Autor: P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net

Los derechos y la dignidad del hombre están fundamentados en última instancia en Dios creador, que nos ha hecho a su imagen y semejanza y que ha dado a cada uno la inteligencia y la libertad. Si el hombre prescinde de este modo de fundamentar su vida, la dignidad y los derechos del hombre se debilitan, pues pierden su fundamento sólido .

Vivimos en una sociedad de consumo, relativista, convenenciera, que camina según sus caprichos, gusto e intereses. Aceptar esta jerarquía de valores nos obliga a buscar en todo momento el poseer como única meta de la vida. El hombre no debe medirse por lo que tiene sino por lo que es. La persona es más importante a los ojos de Dios que el oro.

Lo que da valor al hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. El creador ha dado capacidad a los mortales de conocer el bien y amarlo. La persona es feliz cuando ama y es amado porque el hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente(Redemptor hominis, 10). 

¿Cómo te defines? , Esta ha sido la pregunta de los filósofos durante miles de años. La respuesta es vital, porqué los seres humanos tenemos una necesidad básica de comportarnos según la opinión que tengamos de nosotros mismos, por eso dime como te valoras y te diré quien eres.

Les voy a contar un cuento. Había un alacrán que debía cruzar un río, pero como los arácnidos no saben nadar, se le acercó a una rana y le propuso: "Tú que sabes nadar muy bien, ¿Me puedes llevar al otro lado? El batracio lo miró con recelo. ¡Jamás! Los alacranes pican a las ranas, no me voy a exponer a un peligro letal . El alacrán argumento: ¿Cómo crees que te voy a picar en medio del río? si fuera así, tú morirías y yo también porque no sé nadar. Prometo no lastimarte y estar eternamente agradecido. 

Después de meditarlo un poco, la rana aceptó la petición del alacrán permitiéndole subir a su espalda mientras avanzaba por el agua. Pero exactamente a la mitad del trayecto, sintió un piquete en el cuello y gritó: ¿Qué has hecho? ¡Me picaste, ahora los dos moriremos! Él tranquilamente le contestó: Yo soy un alacrán, y esto es lo que hacen los de mi especie, pican a las ranas. "

El hombre es el centro de todo lo creado y la creatura más amada por Dios; tanto amó Dios al hombre que hasta él mismo quiso hacerse hombre. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre (Gaudium et spes, 22).

Hoy, con mucha frecuencia, el hombre no sabe qué lleva dentro, en la profundidad de su espíritu, de su corazón. Muchas veces se siente incierto sobre el sentido de su vida en esta tierra. Está dominado por la duda, que se convierte en desesperación. El hombre ha perdido su definición, y la perderá, siempre que saque a Dios de en medio..... El alacrán tenía su identidad y la tenía clara, hoy el hombre está incierto y confuso.. de ahí ese espectáculo triste que nos toca ver de muertes e violaciones a los derechos de las personas. Nosotros como cristianos tenemos el deber de llevar al mundo la antorcha de la dignidad, es decir, la luz de la vida, que Cristo ha depositado en nuestras manos

Santo Evangelio 21 de agosto de 2014

Día litúrgico: Jueves XX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 22,1-14): En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».


Comentario: Rev. D. David AMADO i Fernández (Barcelona, España)
Mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda

Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).

La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.

Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.

La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12).

San Pio X, Pontífice 21 de agosto

San Pio X,
Pontífice

21 de agosto



 San Pio X, PapaJosé Sarto, después Pío X, nació en Riese, poblado cerca de Venecia, Italia en 1835 en el seno de una familia humilde siendo el segundo de diez hijos.

Todavía siendo niño perdió a su padre por lo que pensó dejar de estudiar para ayudar a su madre en los gastos de manutención de la familia, sin embargo ésta se lo impidió y pudo continuar sus estudios en el seminario gracias a una beca que le consiguió un sacerdote amigo de la familia.

Una vez ordenado fue vicepárroco, párroco, canónigo, obispo de Mantua y Cardenal de Venecia, puestos donde duró en cada uno de ellos nueve años. Bromeando platicaba que solamente le faltaban nueve años de Papa.

Muchas son las anécdotas de este santo que reflejan tanto su santidad como su lucha por superar sus defectos, entre ellas destacan tres:

Siendo Cardenal de Venecia se encontró con un anciano al que la policía le había quitado el burro que tenía para trabajar; al enterarse el Cardenal se ofreció a pagar la multa que le cobraban y a acompañarlo a recoger el burro porque exigían al anciano que lo respaldara una persona de confianza. Ante la negativa del anciano para que lo acompañara el Cardenal afirmó que si una obra buena no costaba no merecía gran recompensa

Cuando era un sacerdote joven, José Sarto, estando con su hermana se quejó de dolor de muelas lo que provocó que ella lo criticara y lo tachara de quejoso y flojo respondiéndole con una bofetada. Sintiéndose avergonzado se disculpó por ser tan violento, defecto que fue corrigiendo. Asimismo, una vez de visita en el Colegio de San Juan Bosco fue invitado a almorzar en la pobreza de ese colegio, donde al salir buscó un mejor lugar para comer, aunque después se volvió más y más sacrificado.

En 1903 al morir León XIII fue convocado a Roma para elegir al nuevo Pontífice. En Roma no era candidato para algunos por no hablar francés y él mismo se consideraba indigno de tal nombramiento.

Durante la elección los Cardenales se inclinaron en principio y por mayoría por el Cardenal Rampolla, sin embargo el Cardenal de Checoslovaquia anunció que el Emperador de Austria no aceptaba al Cardenal Rampolla como Papa y tenía el derecho de veto en la elección papal, por lo que el Cardenal Rampolla retiró su nombre del nombramiento. Reanudada la votación los Cardenales se inclinaron por el Cardenal Sarto quien suplicó que no lo eligieran hasta que una noche una comisión de Cardenales lo visitó para hacerle ver que no aceptar el nombramiento era no aceptar la voluntad de Dios. Aceptó pues convencido de que si Dios da un cargo, da las gracias necesarias para llevarlo a cabo. 

 Escogió el nombre de Pío inspirado en que los Papas que eligieron ese nombre habían sufrido por defender la religión.

Tres eran sus más grandes características: La pobreza: fue un Papa pobre que nunca fue servido más que por dos de sus hermanas para las que tuvo que solicitar una pensión para que no se quedaran en la miseria a la hora de la muerte de Pío X; la humildad: Pío X siempre se sintió indigno del cargo de Papa e incluso no permitía lujos excesivos en sus recámaras y sus hermanas que lo atendían no gozaban de privilegio alguno en el Vaticano; la bondad: Nunca fue difícil tratar con Pío X pues siempre estaba de buen genio y dispuesto a mostrarse como padre bondadosos con quien necesitara de él.

Una vez que fue elegido Papa decretó que ningún gobernante podía vetar a Cardenal alguno para Sumo Pontífice.

Dentro de sus obras destaca el combate contra dos herejías en boga en esa época: Modernismo, la cual la combatió en un documento llamado Pascendi estableciendo que los dogmas son inmutables y la Iglesia si tiene autoridad para dar normas de moral; la otra herejía que combatió fue la del Jansenismo que propagaba que la Primera Comunión se debía retrasar lo más posible; en contraposición Pío X decretó la autorización para que losn iños pudieran recibir la comunión desde el momento en que entendía quien está en la Santa Hostia Consagrada. Este decreto le valió ser llamado el Papa de la Eucaristía.

Fundó el Instituto Bíblico para perfeccionar las traducciones de la Biblia y nombró una comisión encargada de ordenar y actualizar el Derecho Canónico. Promovió el estudio del Catecismo.

Murió el 21 de agosto de 1914 después de once años de pontificado.

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20 ago 2014

Santo Evangelio 20 de agosto 2014

Día litúrgico: Miércoles XX del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 20,1-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’. Dícenle: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Díceles: ‘Id también vosotros a la viña’.

»Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor’. Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Los últimos serán primeros y los primeros, últimos

Hoy, la Palabra de Dios nos invita a ver que la “lógica” divina va mucho más allá de la lógica meramente humana. Mientras que los hombres calculamos («Pensaron que cobrarían más»: Mt 20,10), Dios —que es Padre entrañable—, simplemente, ama («¿Va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?»: Mt 20,15). Y la medida del Amor es no tener medida: «Amo porque amo, amo para amar» (San Bernardo).

Pero esto no hace inútil la justicia: «Os daré lo que sea justo» (Mt 20,4). Dios no es arbitrario y nos quiere tratar como hijos inteligentes: por esto es lógico que haga “tratos” con nosotros. De hecho, en otros momentos, las enseñanzas de Jesús dejan claro que a quien ha recibido más también se le exigirá más (recordemos la parábola de los talentos). En fin, Dios es justo, pero la caridad no se desentiende de la justicia; más bien la supera (cf. 1Cor 13,5).

Un dicho popular afirma que «la justicia por la justicia es la peor de las injusticias». Afortunadamente para nosotros, la justicia de Dios —repitámoslo, desbordada por su Amor— supera nuestros esquemas. Si de mera y estricta justicia se tratara, nosotros todavía estaríamos pendientes de redención. Es más, no tendríamos ninguna esperanza de redención. En justicia estricta no mereceríamos ninguna redención: simplemente, quedaríamos desposeídos de aquello que se nos había regalado en el momento de la creación y que rechazamos en el momento del pecado original. Examinémonos, por tanto, de cómo andamos de juicios, comparaciones y cálculos cuando tratamos con los demás.

Además, si de santidad hablamos, hemos de partir de la base de que todo es gracia. La muestra más clara es el caso de Dimas, el buen ladrón. Incluso, la posibilidad de merecer ante Dios es también una gracia (algo que se nos concede gratuitamente). Dios es el amo, nuestro «propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña» (Mt 20,1). La viña (es decir, la vida, el cielo...) es de Él; a nosotros se nos invita, y no de cualquier manera: es un honor poder trabajar ahí y podernos “ganar” el cielo.

San Bernardo, 20 de Agosto

San Bernardo de Claraval (Clairvaux))

Fiesta: 20 de agosto 
(1090-1153)

Cisterciense, Doctor de la Iglesia
Etim. de Bernardo: "Batallador y valiente". (Bern=batallador; Nard=valiente)

Nacido en Borgoña, Francia. Llamado "Mellifluous Doctor" (boca de miel) por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María. Compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros.


San Bernardo es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que mas impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090.  Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura.

Personalidad de Bernardo

Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo.  Amable, simpático, Inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor juvenil le causaba un reto en las tentaciones contra la castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.

A grandes males grades remedios.

Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.  S

Una visión cambia su rumbo: 

Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.

La familia que se fue con Cristo. 

Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y  31 compañeros. Dicen que cuando llamaron a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso.  

Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar al convento para  prepararlos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister.  Mas tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa.  Vemos en la historia la gran influencia de las relaciones tanto para bien como para mal. 

En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa. 

Fundador de Claraval. En el convento del Cister demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos. 

La Predicación de santo. 

Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor. 

Su amor a la Virgen Santísima. 

Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y el amor con que habla de ella. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir". El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. 

Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial. 

Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho. 

Viajero incansable

El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le dañó la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos. Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pasaría luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación). 

De carbonero a Pontífice

Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, lo cual hizo de muy buena voluntad. Llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: 

"Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo
a la oración y a la meditación". 

Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por Ej., Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: 

"Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia. 

San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima: pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea.

Nota interesante: San Bernardo escribió la vida de San Malaquías quién murió en sus brazos camino a Roma.

NO ERES MAS SANTO PORQUE NO ERES MAS DEVOTO DE MARÍA.
(San Bernardo)