9 may 2015



Virgen de Fátima  
(1917)

HOMILÍAS
 

 Nuestra Señora de FátimaDesde el 13 de mayo de 1917 la Sma. Virgen María se apareció por seis veces en Fátima (Portugal) a tres pastorcitos: Lucía, Francisco y Jacinta. En un hermoso libro titulado "Memorias de Lucía" (cuya lectura recomendamos) la que vio a la Virgen cuenta todos los detalles de esas apariciones. 
El 13 de mayo se produjo el siguiente diálogo:

- ¿De dónde es su merced? 

- Mi patria es el cielo.

- ¿Y qué desea de nosotros? 

- Vengo a pedirles que vengan el 13 de cada mes a esta hora (mediodía). En octubre les diré quién soy y qué es lo que quiero.

- ¿Y nosotros también iremos al cielo?

- Lucía y Jacinta sí.

- ¿Y Francisco? 

Los ojos de la aparición se vuelven hacia el jovencito y lo miran con expresión de bondad y de maternal reproche mientras va diciendo:

- El también irá al cielo, pero antes tendrá que rezar muchos rosarios.

Y la Sma. continuó diciéndoles: 

- ¿Quieren ofrecerse al Señor y estar prontos para aceptar con generosidad los sufrimientos que Dios permita que les lleguen y ofreciéndolo todo en desagravio por las ofensas que se hacen a Nuestro Señor?

- Sí, Señora, queremos y aceptamos.

Con un gesto de amable alegría, al ver su generosidad, les dijo:

- Tendrán ocasión de padecer y sufrir, pero la gracia de Dios los fortalecerá y asistirá.

Segunda aparición: 13 de Junio de 1917.

La Sma. Virgen le dice a los tres niños: "Es necesario que recen el rosario y aprendan a leer".

Lucía le pide la curación de un enfermo y la Virgen le dice: "Que se convierta y el año entrante recuperará la salud".

Lucía le suplica: "Señora: ¿quiere llevarnos a los tres al cielo?".

- Sí a Jacinta y a Francisco los llevaré muy pronto, pero tú debes quedarte aquí abajo, porque Jesús quiere valerse de ti para hacerme amar y conocer. El desea propagar por el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.

Videntes de Fátima.- ¿Y voy a quedarme solita en este mundo?

- ¡No hijita! ¿Sufres mucho? Pero no te desanimes, que yo no te abandonaré. Mi corazón inmaculado será tu refugio y yo seré el camino que te conduzca a Dios.

Tercera aparición: 13 de julio de 1917.

Ya hay 4,000 personas. Nuestra Señora les dice a los videntes: "Es necesario rezar el rosario para que se termine la guerra. Con la oración a la Virgen se puede obtener la paz. Cuando sufran algo digan: ‘Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores’".

La Virgen abrió sus manos y un haz de luz penetró en la tierra y apareció un enorme horno lleno de fuego, y en él muchísimas personas semejantes a brasas encendidas, que levantadas hacia lo alto por las llamas volvían a caer gritando entre lamentos de dolor. Lucía dio un grito de susto. Los niños levantaron los ojos hacia la Virgen como pidiendo socorro y Ella les dijo:

- ¿Han visto el infierno donde van a caer tantos pecadores? Para salvarlos, el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Si se reza y se hace penitencia, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. Pero si no se reza y no se deja de pecar tanto, vendrá otra guerra peor que las anteriores, y el castigo del mundo por sus pecados será la guerra, la escasez de alimentos y la persecución a la Santa Iglesia y al Santo Padre. Vengo a pedir la Consagración del mundo al Corazón de María y la Comunión de los Primeros Sábados, en desagravio y reparación por tantos pecados. Si se acepta lo que yo pido, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Pero si no una propaganda impía difundirá por el mundo sus errores y habrá guerras y persecuciones a la Iglesia. Muchos buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá que sufrir mucho. Varias naciones quedarán aniquiladas. Pero al fin mi Inmaculado Corazón triunfará.

Y añadió Nuestra Señora: Cuando recen el Rosario, después de cada misterio digan: "Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia".
Cuarta aparición: Agosto 1917.

La 4ª. Aparición no fue posible el 13 de agosto, porque en este día el alcalde tenía prisioneros a los 3 niños para tratar de hacerlos decir que ellos no habían visto a la Virgen. Aunque no lo logró. La aparición sucedió unos días después.

La Sma. Virgen les dijo en la 4ª. Aparición: "Recen, recen mucho y hagan sacrificios por los pecadores. Tienen que recordar que muchas almas se condenan porque no hay quién rece y haga sacrificios por ellas". (El Papa Pío XII decía que esta frase era la que más le impresionaba del mensaje de Fátima y exclamaba: "Misterio tremendo: que la salvación de muchas almas dependa de las oraciones y sacrificios que se hagan por los pecadores).

Desde esta aparición los tres niños se dedicaron a ofrecer todos los sacrificios posibles por la conversión de los pecadores y a rezar con más fervor el Rosario.
Quinto aparición: 13 de Septiembre 1917.

Ya hay unas 12,000 personas. Nuestra Señora les recomienda a los videntes que sigan rezando el Rosario y anuncia el fin de la guerra. Lucía le pide por varios enfermos. La Virgen le responde que algunos sí curarán, pero que otros no, porque Dios no se confía de ellos, y porque para la santificación de algunas personas es más conveniente la enfermedad que la buena salud. E invita a todos a presenciar un gran milagro el próximo 13 de octubre.
Sexta y última aparición. 13 de octubre de 1917.

En este día hay 70,000 personas. La aparición dice a los tres niños: "Yo soy la Virgen del Rosario. Deseo que en este sitio me construyan un templo y que recen todos los días el Santo Rosario".

Lucía les dice los nombres de bastantes personas que quieren conseguir salud y otros favores muy importantes. Nuestra Señora le responde que algunos de esos favores serán concedidos y otros serán reemplazados por favores mejores. Y añade: "Pero es muy importante que se enmienden y que pidan perdón por sus pecados".
Y tomando un aire de tristeza la Sma. Virgen dijo estas sus últimas palabras de las apariciones: QUE NO OFENDAN MAS A DIOS QUE YA ESTA MUY OFENDIDO (Lucía afirma que de todas las frases oídas en Fátima, esta fue la que más le impresionó).

La Sma. Virgen antes de despedirse señaló con sus manos hacia el sol y entonces los 70,000 espectadores presenciaron un milagro conmovedor, un espectáculo maravilloso, nunca visto: la lluvia cesó instantáneamente (había llovido desde el amanecer y era mediodía) las nubes se alejaron y el sol apareció como un inmenso globo de plata o de nieve, que empezó a dar vueltas a gran velocidad, esparciendo hacia todas partes luces amarillas, rojas, verdes, azules y moradas, y coloreando de una manera hermosísima las lejanas nubes, los árboles, las rocas y los rostros de la muchedumbre que allí estaba presente. De pronto el sol se detiene y empieza a girar hacia la izquierda despidiendo luces tan bellas que parece una explosión de juegos pirotécnicos, y luego la multitud ve algo que la llena de terror y espanto.

Ven que el sol se viene hacia abajo, como si fuera a caer encima de todos ellos y a carbonizarlos, y un grito inmenso de terror se desprende de todas las gargantas. "Perdón, Señor, perdón", fue un acto de contricción dicho por muchos miles de pecadores. Este fenómeno natural se repitió tres veces y duró diez minutos. No fue registrado por ningún observatorio astronómico porque era un milagro absolutamente sobrenatural.

Luego el sol volvió a su sitio y los miles de peregrinos que tenían sus ropas totalmente empapadas por tanta lluvia, quedaron con sus vestidos instantáneamente secos. Y aquel día se produjeron maravillosos milagros de sanaciones y conversiones.


Y nosotros queremos recordar y obedecer los mensajes de la Sma. Virgen en Fátima: "Rezar el Rosario. Hacer oración y sacrificios por la conversión de los pecadores y NO ofender más a Dios, que ya esta muy ofendido".

Santo Evangelio 9 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Sábado V de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 15,18-21): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado».


Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)
Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado

Hoy, el Evangelio contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto, Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Karol Wojtyla nos exhortaba a «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».

Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos; somos nosotros quienes hemos de transformar nuestras vidas en Jesús. «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre». Esto nos ha de hacer pensar. Cuando nuestra sociedad secularizada pide ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a Cristo y a su mensaje. Dice san Ireneo: «Dios no tiene necesidad de nada; pero el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios».

Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). No hemos de tener miedo de la persecución; más bien hemos de temer no buscar con suficiente deseo cumplir la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!

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Santa Catalina de Bolonia, 9 de Mayo


9 de Mayo

SANTA CATALINA DE BOLONIA
Virgen clarisa

 
Bolonia (Italia), 8-septiembre-1413
+ Bolonia, 9-marzo-1463 
C. 22-mayo-1712
 

Catalina Vigri, excepcional maestra y mística franciscana, «de muy fino ingenio y totalmente ordenada», nació en Bolonia el 8 de septiembre de 1413. Durante 5 años recibió una esmerada educación humanística en la corte de Ferrara, aprendiendo retórica, letras, poesía, canto, pintura y miniatura, de modo que leía y escribía con elegancia en latín. Fueron años determinantes. Ferrara era por entonces un centro importante de creación en el arte, las letras, la filosofía y la espiritualidad. Era apreciada en los ambientes de la aristocracia ferrarense, hasta el punto de que muchas señoras deseaban retenerla en sus casas, aun a costa de sacarla del monasterio. A pesar de ello, dejó el lujoso ambiente cortesano no por desprecio o desilusión, sino porque no podía satisfacer en él sus inmensas exigencias de amor y de gloria, atraída por una realidad más consistente y preciosa que las perspectivas que le ofrecía la señorial ciudad, y guiada por el instinto del cielo, lo mismo que les sucedió a Francisco y a Clara de Asís. Así, después de clarificar ciertas cuestiones sobre qué espiritualidad seguir y qué forma de vida quería elegir, tomó la firme decisión de dedicarse a Dios en el monasterio de Ferrara, muy unido a San Bernardino y a los franciscanos de la Observancia.

Suele establecerse un paralelismo entre Santa Catalina y San Bernardino de Siena, almas gemelas y complementarias en su misión y en la vivencia del carisma, semejante al que se dio entre San Francisco y Santa Clara. Ante Bernardino profesó Catalina la regla de Santa Clara de Asís el 1432, distinguiéndose pronto por la humildad y la delicadeza para con las hermanas enfermas, a la vez que estrechaba su unión con Cristo. Lo dice ella así: Cuando salí del siglo, mi único objeto fue hacer la voluntad de Dios y para quererlo amar con amor perfectísimo, y día y noche no pensaba ni pedía otra cosa, sino que pudiera, supiera y tratara de amar y conocer a Dios.

En el convento del «Corpus Domini», de Ferrara, ejerció de hornera, portera, maestra de novicias, hermana pobre con todas, consolando llena de piedad a las atribuladas con toda reverencia. Aquí comenzó su nueva experiencia íntima, el descubrimiento de la presencia del Amado en la interioridad, sentida como encuentro de la criatura con su Dios, y la necesidad de conservar el secreto ante la dificultad de expresarlo con palabras. Aquí tuvo que vencer dificultades, pues Dios no siempre reserva dulzura y suavidad de espíritu y paz mental a sus siervos fieles, y tuvo la terrible experiencia de tener que luchar con el demonio durante cinco años, sufriendo diversas tentaciones bajo forma de apariciones diabólicas, que la pusieron al borde de la desesperación, si no fuera porque sabía que el pecado más grande es el de la desesperación. Superadas las pruebas con la ayuda de la gracia y con la práctica de la ascesis y del discernimiento racional, le produjeron un gozo profundo en su espíritu, convirtiéndola en alma eminentemente contemplativa, hasta disfrutar de éxtasis, visiones y predicciones del futuro. Hasta esto llega la capacidad y la dignidad de la persona humana, como brilla de forma particular en los santos.

Salió de Ferrara, junto con otras 14 hermanas y con su madre, el 22 de julio de 1456, destinada al monasterio del «Corpus Domini», de Bolonia, construido ese año. Fueron recibidas con gran alborozo del pueblo y de las máximas autoridades, y con su vida lograron pronto la simpatía de todos. Dios le reveló que era su voluntad que aceptara el oficio de abadesa. Tenía entonces 43 años y no muy buena salud. Ejerció el cargo santamente hasta su muerte, ayudándose del consejo de las hermanas en la solución de los problemas, dando un significativo desarrollo al monasterio durante su mandato y dejando un ejemplo de magisterio para sus sucesoras. Vivió el último año de su vida más como ciudadana del cielo que de la tierra, y, purificada por los dolores y la enfermedad, murió el 9 de marzo de 1463, a los 50 años de edad, diciendo a sus hermanas: Mi fin ha llegado y me marcho alegremente; siempre me ha sido grato padecer por Cristo. Yo os dejo la paz de Cristo; os doy mi paz; amaos mutuamente y así conseguiréis que yo sea siempre vuestra abogada ante Dios. Cerrando los ojos, se durmió susurrando tres veces: ¿Jesús, Jesús, Jesús! Su rostro se volvió luminoso y hermosísimo; su cuerpo, incorrupto, es objeto de gran veneración. Se la representa sentada en una cátedra con el libro y el crucifijo en las manos.

 

SANTA CATALINA, MÍSTICA FRANCISCANA

Santa Catalina nos ha dejado por escrito su doctrina y su experiencia espiritual. En sus escritos se percibe el genio creador humanístico en el campo espiritual, que libra al espíritu de las servidumbres conceptuales puramente exteriores; sus escritos nos adentran en el corazón de esta mujer, en su amor vivo y palpitante, expresado en ese salir de sí ante la bondad de Dios, ante el misterio de la Encarnación: el misterio del Dios hecho hombre. Esa condición de hombre es el lugar donde Catalina lo puede hallar, amar, abrazar, y unirse a él con todo su corazón. Le importa también la salvación del mundo y del hombre. Considera el nacimiento de Jesús, su pasión y su amor humano por el hombre, por ella misma, y queda conquistada, deseosa de unirse a él con amor personal y esponsal. Este amor personal se hace voluntad apasionada para con todas las criaturas y principalmente para con sus hermanas; la propia clausura no será fuga del mundo, sino celosa atención por el propio mundo interior, medio para estar vacías de sí y recogidas en Cristo Jesús para vivir la propia elección de amor. La generosidad y la bondad de Dios, que quiere hacer al hombre partícipe de su divinidad, y la consiguiente grandeza y dignidad del hombre, son los ejes sobre los que gira su enseñanza.

El ambiente humanista en que fue educada la llevó a centrar su pensamiento y su corazón sobre el hombre, sobre su dignidad y sobre su cuidado, como buena conocedora y seguidora del pensamiento de San Francisco, que dijo: «Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, porque te creó y formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el espíritu» (Adm V,1). Así, pues, su concepción del hombre, y de su experiencia es netamente franciscana. En el hombre, varón y mujer, cuerpo y alma, habita la divinidad; y, si el cuerpo se rebela contra el espíritu, sin embargo «nos ha sido dado para servir al espíritu, siguiendo la jerarquía de la creación, tan querida para San Buenaventura: el espíritu se someta a Dios, la carne al alma, la sensualidad a la razón, la lengua a la conciencia, para que el alma, elevada sobre sí misma, acoja las iluminaciones divinas. Obrando en consecuencia con esta su dignidad, podrá el hombre ofrecer su propio cuerpo como sacrificio vivo.

El seguimiento de Jesús le enseña a comprender la pobreza y la obediencia como la renuncia a la posesión de cualquier cosa, de modo que no pueda disponer ni de las cosas ni de sí misma más allá de la voluntad de la superiora. De esta forma redimen el varón y la mujer la codicia y el aprovechamiento, raíces de todo mal. Por su amor encendido a Jesús descubre que en la cumbre del amor están presentes también el dolor y el sufrimiento, como carga inherente a la condición del hombre sobre esta vida, que es exilio y no patria, y consecuencia también del deseo que sentimos de felicidad y del gozo eterno que seguirá al llanto temporal. Fruto de su formación humanista son sus obras, en las que nos dejó sus pensamientos, directamente escritos por su mano, sin intermediarios, de los que se conservan algunos autógrafos originales, además de otras obras pictóricas. Tengamos presente que van dirigidas a sus novicias y hermanas.

Veamos un resumen de su doctrina en las obras conocidas bajo el título de Las siete armas espirituales y Los doce jardines. En la primera, que es una mezcla de diario, confesión, autobiografía y tratado, de teoría y experiencia, expone para sus hermanas el itinerario del espíritu, que no es el mismo para todas, sino que sugiere vías diversas, según su experiencia y su temperamento. Dividida en dos partes, la primera trata de las siete armas que ha de usar la verdadera sierva de Cristo para poder ser transformada en digna esposa del Amor y subir hasta el trono del Esposo. Las armas son las siguientes: la primera es la diligencia (o sea, la solicitud en el bien obrar, con verdadera discreción); la segunda es la desconfianza de sí (siguiendo las palabras de Jesús: Sin mí nada podéis hacer, por lo mismo, seguir el consejo de personas experimentadas); la tercera es la confianza en Dios, en su gracia y ayuda en la lucha contra los tres enemigos; la cuarta es el recuerdo de la vida, pasión y muerte, que es remedio para nuestras heridas, refugio en las adversidades, alimento, espejo, escudo, maná, escala, fuente, olivo; la quinta es memoria de nuestra muerte, pues el tiempo presente es tiempo de misericordia para que nos enmendemos y preparemos a comparecer ante el juez divino; la sexta es la memoria de la gloria divina (o sea, de los bienes que Dios ha preparado para los que hacen el bien, o como decía San Francisco: Tanto es el bien que espero, que toda pena me da consuelo); la séptima es la autoridad de la Sagrada Escritura, que debemos llevar con nosotros en la mente y el corazón, como maestra y recurso para defendernos, diciendo con el Maestro: Escrito está.

Para llegar al triunfo en la lucha hay que usar las siete, sin descuidar ninguna; de este modo, la práctica de la disciplina ascética, bajo la guía de la obediencia, conduce a la mística. Es una parte de carácter predominantemente didáctico, no excesivamente sistemática ni lógica, cuyo centro está en la atención que se ha de prestar a la Escritura, que es madre fidelísima de la que se ha de tomar consejo y ejemplo para actuar, por cuanto muestra la vía de la obediencia, la vía de la cruz y la vía de la santa religión. La segunda parte es de carácter autobiográfico, y refiere la serie de visiones o apariciones diabólicas en formas diversas, revelaciones y tentaciones a que se vio sometida, a pesar de haber logrado un estado de perfección, y que le hicieron sufrir lo indecible, hasta la victoria final.

La segunda obra, Los doce jardines, es un tratado sobre el camino de perfección en el que pone por escrito su experiencia mística, resultando una biografía fundada en esa experiencia, siguiendo la gradualidad del ascenso espiritual. La lectura de Las siete armas da el complemento natural a la de Los doce jardines. El título de «jardines» es una metáfora con la cual logra integrar acción y contemplación, la acción de la criatura con la del creador, en la sinergia de un único efecto, como en el jardín la acción de la naturaleza y del hombre que lo cultiva. El jardín es una flor, la flor una virtud, la virtud un estilo de vida. Hay también una referencia al jardín del Edén y de Getsemaní. Y como fondo subyace el simbolismo usado por San Buenaventura en sus obras Itinerarium y Lignum vitae. Mientras San Buenaventura habla de tres misterios y doce frutos (cuatro por cada misterio), Santa Catalina habla de tres días y doce jardines o flores (cuatro por cada día), de forma que se alcanza el número «doce», tan usado en la teología de los números para indicar la perfección o la sabiduría.

Siguiendo la división de la «triple vía», clásica en la teología espiritual, expone el camino de los principiantes en los cuatro primeros jardines y el primer día; los ocho jardines restantes, el camino de los proficientes y los perfectos, en los días segundo y tercero. Todo el camino de tres días y tres etapas está concebido a la luz de la salida del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, según Éxodo 5, 3: Tenemos que hacer una salida de tres días por el desierto y ofrecer sacrificios al Señor. De todas formas, la distinción de los tres días resulta más pedagógica que sustancial. Su contenido puede resumirse de la siguiente manera: la ardua tarea que siente el alma (o la esposa) por «saciar el apetito de afecto amoroso» hace preciso un proceso de purificación. Éste comienza con el hisopo de la humildad (primer jardín), vaso vacío, como cimiento del edificio espiritual que se proyecta, y necesita súplicas y penitencia (segundo jardín: rosas de compunción), hasta que comiencen a florecer las flores marinas de la purgación (tercer jardín) y los lirios de la renovación (cuarto jardín). Sigue una reflexión acerca de la necesidad de la concordia, la armonía y la unidad que es preciso promover incluso contando con la diversidad de costumbres y de reglas. Comienza el segundo día del camino, que comprende los jardines quinto (violetas de ocultamiento), sexto (claveles de conocimiento de sí), séptimo (girasoles de iluminación o flores de medio verano), y octavo (rosas rojas de inflamación). Es el camino que lleva a la luz meridiana. Es el empeño de la esposa en su progresiva capacidad de movimiento y armonía interior y de reconciliación con la realidad material y espiritual. El tercer día de camino, que lleva al esplendor meridiano, comprende los jardines noveno (oliva de unción en misericordia), décimo (naranjas de amor unitivo), undécimo (granadas de divina ansiedad), y duodécimo (flor y fruto: la esposa; virtud, el Espíritu). Es la parte construida a base del magisterio de su experiencia personal: el avance experimentado por la esposa confiere a ésta una especial familiaridad y seguridad en su propia belleza y en el deseo que de ella tiene el Esposo; y, puesto que se trata de llegar a esconderse en el nido del Amado, no vale para ello cualquier forma, sino que conviene vestirse de fiesta, con galas de reina, consciente, con santa soberbia, de la propia dignidad (la imagen en que fuimos creados); para expresar todo esto recurre a una serie de oposiciones, como multitud/soledad, vacío/plenitud, nada/todo.

A lo largo de todo este proceso la esposa tendrá que afrontar la prueba del abandono; para enseñarla y prepararla recurre al símbolo del espejo, en el que la esposa se ve como vil (ínfima bajeza) ante la mirada divina, y al mismo tiempo usa la metáfora de la abeja, que busca libar el néctar de las flores en el encuentro amoroso con el Amado. Así, cuanto más humillada, tanto más atractiva aparecerá la esposa para el Esposo, progresivamente transformada hasta resplandecer con el vigor de las virtudes y gozar de alegría, poseída por la energía divina

en el encuentro inefable, cuando el alma (la esposa) habrá logrado la más preciada libertad, la última flor que florece en el jardín. Así, en un cuadro de amorosa intimidad esponsal, concluye el itinerario.

Luis PÉREZ SIMÓN, O.F.M.

8 may 2015

Santo Evangelio 8 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Viernes V de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 15,12-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».


Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado

Hoy, el Señor nos invita al amor fraterno: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12), es decir, como me habéis visto hacer a mí y como todavía me veréis hacer. Jesús te habla como a un amigo, pues te ha dicho que el Padre te llama, que quiere que seas apóstol, y que te destina a dar fruto, un fruto que se manifiesta en el amor. San Juan Crisóstomo afirma: «Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacería de él una infinidad de bienes».

Amar es dar la vida. Lo saben los esposos que, porque se aman, hacen una donación recíproca de su vida y asumen la responsabilidad de ser padres, aceptando también la abnegación y el sacrificio de su tiempo y de su ser a favor de aquellos que han de cuidar, proteger, educar y formar como personas. Lo saben los misioneros que dan su vida por el Evangelio, con un mismo espíritu cristiano de sacrificio y de abnegación. Y lo saben religiosos, sacerdotes y obispos, lo sabe todo discípulo de Jesús que se compromete con el Salvador.

Jesús te ha dicho un poco antes cuál es el requisito del amor, de dar fruto: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). Jesús te invita a perder tu vida, a que se la entregues a Él sin miedo, a morir a ti mismo para poder amar a tu hermano con el amor de Cristo, con amor sobrenatural. Jesús te invita a llegar a un amor operante, bienhechor y concreto; así lo entendió el apóstol Santiago cuando dijo: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz, calentaos y hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (2,15-17).

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Beato Luis Rabata, 8 de Mayo


BEATO LUIS RABATA
confesor (+ 1490)
8 de mayo

La iconografía suele pintar o esculpir a nuestro beato de pie y con una palma en la mano y en la frente clavada una flecha que le causó la muerte.

Nació en Erice (Trápani-Italia) en el año 1443. No sabemos muchas cosas de su nacimiento, niñez y juventud. Dicen los Procesos de su Beatificación de los años 1533 y 1573 que sus padres eran muy buenos cristianos y de humilde posición. Educaron a Luis y a todos sus demás hijos en el santo temor de Dios. Sobre todo su santa madre influyó en su alma inspirándole una tierna devoción a Jesús Eucaristía y a la Virgen María. Fueron siempre estas dos devociones las que mayormente vivió y desplegó en su celo sacerdotal.

De muy tierna edad, ingresó en la Orden del Carmen en el convento de la Anunciación de Trápani.

Hizo su noviciado con grandes anhelos de perfección, entregándose más tarde por su profesión, al servicio de dios con admirable generosidad.
Allí permanecían vivos los ejemplos maravillosos de San Alberto que, como él, había abrazado, siendo aún muy niño, la vida religiosa y que había gozado de tiernas apariciones de Jesús Niño. El joven Luis procuró imitar las virtudes de este gran Santo y, a decir de sus superiores y compañeros, parecía un doble del Santo tal como había llegado hasta ellos la historia de su vida.

Su humildad sufrió dura prueba cuando los superiores le mandaron se ordenara de sacerdote, pues, en su anonadamiento, nunca se juzgó digno de tan excelsa dignidad.

Una vez ya sacerdote, fue encargado por los superiores de la misión de predicar la palabra de Dios. Fuego eliano ardía en su corazón y no se daba descanso. Recorrió la mayor parte de los pueblos de Sicilia dejando en todos destellos de santidad. Ruidosas conversiones se realizaron por medio de su ardorosa palabra. Los milagros le acompañaban por todas partes. Muchos pecadores abandonaron sus caminos de perversión y no pocos incluso llegaron a abrazar la vida religiosa.

Su prudencia y santidad de vida eran tan notorias que los superiores sometieron de nuevo su humildad a prueba nombrándole prior del convento de Randazzo,  que era uno de los conventos llamados "reformados", en los que se vivía con rigurosidad en la observancia regular: mortificación, silencio, oración... Luis era modelo para todos sus hermanos a pesar de que todos allí emulaban la más elevada virtud y luchaban por cumplir con la máxima fidelidad la Regla carmelita.

Los Procesos de canonización (1533 y 1573) documentan la santa vida de nuestro Beato como ferviente religioso, que supo conciliar los deberes de una observancia impecable con los de su amor al prójimo, al que le obligaba su deber sacerdotal siempre iluminado por la caridad.

Al ver tanta santidad en un humilde religioso lleno de celo apostólico contra el vicio, un hombre perverso, Antonio Cataluccio, aprovechando la ocasión de que el Beato volvía de su postulación le arrojó una saeta a la cabeza, que lo dejó gravemente herido.

Malamente pudo llegar a su convento y aunque pidieron al Beato que denunciara al agresor, nunca quiso decirlo sino que de todo corazón lo perdonó e hizo por él especial oración.

Sufrió durante algunos meses fuertes dolores, que no le impidieron dedicarse a la más subida contemplación.

El Señor le reveló su cercano fin y el término de sus trabajos. Recibidos los últimos sacramentos sin perder la paz y su total conformidad con la voluntad de Dios, exhaló su último suspiro el 8 de mayo de 1490.

El papa Gregorio XVI, el 1842, aprobó su culto.

7 may 2015

Santo Evangelio 7 de Mayo de 2015


Día litúrgico: Jueves V de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 15,9-11): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado».


Comentario: Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)
Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros

Hoy escuchamos nuevamente la íntima confidencia que Jesús nos hizo el Jueves Santo: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros» (Jn 15,9). El amor del Padre al Hijo es inmenso, tierno, entrañable. Lo leemos en el libro de los Proverbios, cuando afirma que, mucho antes de comenzar las obras, «yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos ama a nosotros y, anunciándolo proféticamente en el mismo libro, añade que «jugando por el orbe de su tierra, mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).

El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7).

Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él».

Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11).

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Santa Fablia Domitila, 7 de Mayo


7 de mayo

SANTA FLAVIA DOMITILA

 (s. I)

La hagiografía de los primeros siglos cristianos presenta la enorme dificultad de una numerosa serie de escritos apócrifos en los que es necesario descubrir los escasos pormenores históricos sin dejarse engañar por la exuberancia de literatura fantástica que la piedad de los fieles añadió a manera de novela edificante. La personalidad de los santos queda a veces diluida en esos relatos bizantinos; se llega a arrancar al protagonista de su tiempo y de su espacio para situarlo en un ambiente distinto del suyo; se llegaba a desdoblar una figura, para fabricar con ella dos personajes distintos. De una manera semejante, en novelas y películas de nuestro tiempo se describe aquel primer período del cristianismo entremezclando lo sucedido con lo imaginado, sin pretensión de engañar, sino de lograr un relato agradable con un fondo innegablemente histórico.

 Las narraciones apócrifas de mártires y vírgenes pretenden, además, edificarnos, como la novela Fabiola inspirada en ellas, insistiendo más en el espíritu que en la historia, como las Florecillas de San Francisco de Asís.

 Aún no había empezado la “era de los mártires", iniciada por Diocleciano, que sirvió de referencia cronológica antes de usarse la llamada "Era cristiana", equivocada esta última en la fijación de su año de origen. Pero Nerón había desencadenado ya la primera persecución local contra los cristianos. Muerto aquel monstruo sádico, la Iglesia vivió una época de deseada tranquilidad. Galba, Otón, Vitelio; dejaron a los cristianos en paz. Y los primeros emperadores Flavios; Vespasiano y Tito, tampoco mostraron enemistad contra aquella nueva religión. El cristianismo, que había seguido haciendo sus conquistas con la conversión de gentes humildes, escaló entonces las alturas de la sociedad imperial. El movimiento de conversión del paganismo al cristianismo invadió inconteniblemente las clases altas y la aristocracia romana.

 Mientras filósofos y retóricos ponían su inteligencia y su palabra al servicio de la nueva religión que abrazaban, las familias que ingresaban en la Iglesia, con todas sus riquezas, no sólo facilitaron el incremento de algunas obras de caridad y el embellecimiento de varios cementerios cristianos, sino que hicieron posible la formación de un patrimonio eclesiástico. Gobernaba entonces la Iglesia de Roma un hombre de origen oscuro. Parece ser que el papa San Clemente, lejos de ser un aristócrata, como los de aquella nueva constelación de cristianos, era solamente un esclavo liberto. Entre las familias consulares que entonces abrazaron el cristianismo han dejado huella los Pomponios, los Acilios y los Flavios, todos ellos emparentados con los emperadores.

 Aunque los Flavios habían hecho la guerra contra los judíos —Vespasiano había comenzado el sitio de Jerusalén que cayó en manos de Tito—, no sentían odio antisemita y no dudaron en rodearse de figuras del judaísmo, como la princesa Berenice y el historiador Josefo. Esta conducta favoreció la rápida difusión del cristianismo, considerado por los paganos como una secta judía, en los círculos de la aristocracia senatorial. El cónsul Flavio Clemente, sobrino de Vespasiano y primo hermano de Tito y de Domiciano, se convirtió al cristianismo juntamente con su mujer Flavia Domitila. Según el derecho romano, sus dos hijos, que eran discípulos de Quintiliano, debían suceder a Tito y a Domiciano, que carecían de hijos. De haberse efectuado esta sucesión, malograda por el desastre final de Domiciano, el Imperio romano hubiese sido regido por príncipes cristianos doscientos años antes de Constantino.

 Fue el inhumano Domiciano quien desencadenó la segunda persecución contra el cristianismo. Tertuliano compara su crueldad con la de Nerón. Y el libro con que se termina el Nuevo Testamento, el Apocalipsis, parece ser una ensambladura de dos apocalipsis distintos del mismo autor, escrito el primero durante la persecución de Nerón y el segundo cuando la de Domiciano. Este libro inspirado nos da así el ambiente cristiano, de sufrimiento y de esperanza, en que vivió aquella generación de mártires. Domiciano veía mal aquella infiltración de personajes y costumbres judías en su corte, y decidió extirparla. Escudándose en sus dificultades económicas empezó exigiendo rigurosamente el impuesto de la didracma que los judíos pagaban para el Templo de Jerusalén, y que, desde la destrucción del mismo, se recaudaba para el emperador.

 La recaudación alarmó a Domiciano, pues le hizo ver cuán numerosos eran los judíos que se habían infiltrado en su derredor, y decidió perseguirlos y aniquilarlos. Para Domiciano y para el paganismo, tan judíos eran los que seguían la religión de Moisés como los que seguían la de Jesús. Todos, sin distinción, fueron acusados de ateísmo. No debe extrañarnos esta acusación lanzada contra el judaísmo y el cristianismo, tan profundamente religiosos, ya que el hecho de no dar culto a ninguna imagen les hacía a los ojos de los idólatras vivamente sospechosos de ateísmo. Los cristianos de entonces, como los judíos de siempre, no daban culto a las imágenes, siguiendo en esto el segundo mandamiento del Decálogo dado por Dios a Moisés, tal como figura en la Biblia. Se condenó a muerte a judíos y cristianos, y fueron confiscados sus bienes. Flavia Domitila, mujer del cónsul Flavio Clemente y sobrina del emperador Domiciano, fue desterrada a la isla de Pandataria, en atención a su dignidad de miembro de la familia imperial. Según documentos menos seguros, habría habido entonces una segunda Flavia Domitila, virgen, sobrina de Flavio Clemente, desterrada también, por cristiana, a la isla Poncia. Es casi cierto que en la tradición ha habido un desdoblamiento legendario. No hay razón para admitir más de una Flavia Domitila, la mujer del cónsul, desterrada por cristiana a una isla que aparece como residencia de los personajes imperiales condenados al exilio.

 La leyenda, consignada en los documentos apócrifos de las Actas, nos cuenta que la virgen Domitila, prometida de un joven gentil llamado Aureliano, tenía como esclavos a Nereo y Aquileo, a los cuales había convertido al cristianismo el apóstol San Pedro. Estos siervos veían muy mal que su señora se adornase para agradar a un pagano. Los argumentos que en las Actas aducen estos dos esclavos para disuadir a Domitila de esa boda son, ciertamente, desorbitados. Al hablar de la vida de matrimonio no se contentan con mostrarla inferior al estado de virginidad, sino que la presentan como positivamente aborrecible, por la brutalidad de los esposos, la ingratitud de los hijos y la serie innumerable de aflicciones y humillaciones que supone para la mujer. En cambio, dicen, la virginidad hace semejante al mismo Dios, y es la mejor corona a que puede aspirar una joven. La virginidad es un don concedido por Dios desde el nacimiento, y en el matrimonio es necesario renunciar a ella, prefiriendo un esposo mortal al Esposo inmortal. Llevados indudablemente de un celo excesivo, Nereo y Aquileo describen el matrimonio como algo muy distinto de lo que es en realidad, olvidando que la Iglesia tiene para el matrimonio un sacramento instituido por Cristo.

 Y esas razones exageradas terminan por convencer a la joven, y ellos acuden gozosos al papa San Clemente, sobrino del cónsul Clemente, para que imponga a Domitila el santo velo de las vírgenes. Verificada la ceremonia religiosa, el resultado, previsto por el Papa, no se hace esperar. Aureliano, considerándose engañado, consigue sin dificultad que el emperador Domiciano destierre a su antigua prometida a una isla. Al llegar a ésta, con sus dos esclavos, encuentran a sus habitantes pervertidos por las predicaciones de dos discípulos de Simón Mago, Furio y Prisco. Para contrarrestarlas Nereo y Aquileo piden a Marcelo, hijo del prefecto Marco, discípulo de San Pedro, que cuente el fracaso de Simón Mago ante San Pedro. Pero llega Aureliano, que, no pudiendo corromper a los dos esclavos, los hace desterrar a Terracina, donde éstos son ejecutados. Con la esperanza de que Domitila llegue a ser su esposa Aureliano le envía dos amigas, Teodora y Eufrosina, que van a casarse también con Sulpicio y Serviliano. Pero Domitila convence a las dos jóvenes de las excelencias de la virginidad, y sus dos pretendientes, renunciando a ellas y convertidos también a la verdad de la religión cristiana, pasan a aumentar el número de los fieles. Aureliano muere desesperado después de una bacanal de dos noches, en la que intenta olvidar su derrota. Martirizados Nereo y Aquileo, caen también los dos cristianos de última hora, Sulpicio y Serviliano. Las tres vírgenes, Domitila, Teodora y Eufrosina, son encerradas en una casa en Terracina, a la cual prenden fuego. Las tres mueren, y sus cuerpos intactos son depositados por un santo diácono, llamado Cesáreo, en un sepulcro nuevo.

 CARLOS MARÍA STAEHLIN, S. I.

San Juan de Beverley, 7 de Mayo


SAN JUAN DE BEVERLEY

7 de mayo

San Juan de Bevérley, obispo de York, 1721. Puede ser considerado como un precursor del benedictino Pedro Ponce de León, inventor del método de hacer hablar a los sordomudos. También él fue monje, después de haber estudiado letras divinas y humanas en el monasterio de Whitby, gobernado por una monja princesa, Santa Hilda. Gobernó primero la diócesis de Hexam, de donde pasó a la de York. Cuenta de él su biógrafo que llegó a hacer hablar a un sordomudo, enseñándole la vocalización paciente e ingeniosamente. Murió en 721.

 

Monje de Whitby, Inglaterra, y después obispo de York; en su afán de caridad, llega para sanar a un sordomudo, a descubrir un modo de paciente vocalización. Aunque muerto el año 721, ha sido considerado por ello como un precursor del sabio benedictino Ponce de León.

También en el siglo XX recibirá el nombre de "El sacerdote de los tartamudos"  el autor del método de convergencia ortofónica, de renombre general, muerto con fama de santidad en Madrid en 1963.

Uno de los más bonitos regalos que podemos hacemos a nosotros mismos es el de un día libre. No porque sea una vacación o una ocasión especial, sino porque sí.

Tanto entonces como ahora, los obispos no disponían de mucho tiempo libre. San Juan, sin embargo, lo robaba tanto como podía para su recreo espiritual. Pasaba sus días libres en un bosque.

Los días libres son simplemente eso: libres. No has de pagar por ellos haciendo recados o limpiando los roperos, o pagando las visitas debidas a familiares más viejos. Son días para dejar que el pequeño niño que hay en ti salga y juegue. ¿Recuerdas cuando eras pequeño y te apetecía jugar? Llamabas a un amigo y decías, ¿puedes salir? No te preocupaba que tu amigo pudiera considerarte tonto o irresponsable o molesto. Simplemente preguntabas ¿puedes salir? Y si podía, lo hacía.

Una vez que crecemos, suponemos que nuestros amigos son demasiado sofisticados para simplemente jugar. Así que hacemos planes y comemos juntos, y hacemos otras cosas importantes. Bajo la superficie lo que se esconde es el temor a que si decimos que lo único que realmente queremos hacer es arrojar piedras a un arroyo y escalar un árbol y hablar, nuestro amigo se reirá de nosotros y nos dejará. Así que ya no preguntamos. Y ya no jugamos.

6 may 2015

Santo Evangelio 6 de Mayo de 2015


Día litúrgico: Miércoles V de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Permaneced en mí, como yo en vosotros

Hoy contemplamos de nuevo a Jesús rodeado por los Apóstoles, en un clima de especial intimidad. Él les confía lo que podríamos considerar como las últimas recomendaciones: aquello que se dice en el último momento, justo en la despedida, y que tiene una fuerza especial, como de si de un postrer testamento se tratara.

Nos los imaginamos en el cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar, les ha transmitido el mandamiento del amor fraterno y los ha consolado con el don de la Eucaristía y la promesa del Espíritu Santo (cf. Jn 14). Metidos ya en el capítulo decimoquinto de este Evangelio, encontramos ahora la exhortación a la unidad en la caridad.

El Señor no esconde a los discípulos los peligros y dificultades que deberán afrontar en el futuro: «Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). Pero ellos no se han de acobardar ni agobiarse ante el odio del mundo: Jesús renueva la promesa del envío del Defensor, les garantiza la asistencia en todo aquello que ellos le pidan y, en fin, el Señor ruega al Padre por ellos —por todos nosotros— durante su oración sacerdotal (cf. Jn 17).

Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y al faltar a la unidad con la Cabeza de este Cuerpo. La recomendación es clara: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer unidos por la caridad. He aquí el testimonio de un Padre de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». He aquí también la indicación de Santa María, Madre de los cristianos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).

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Santo Domingo Savio, 6 de Mayo


Santo Domingo Savio
Patrono de los coros de niños, monaguillo. 
Fiesta: 6 de mayo 
En 1950, el mismo año en que fue canonizada la jovencita María Goretti, mártir de la castidad, tuvo lugar la beatificación de Domingo Savio, confesor, de catorce años de edad. Su canonización tuvo lugar en 1954.

Domingo entra a formar parte de la familia de Don Bosco

Domingo, que significa: "el que está consagrado al Señor", nació en Riva del Piamonte, Italia, en 1842. Era hijo de un campesino y desde niño manifestó deseos de ser sacerdote. Cuando San Juan Bosco empezó a preparar a algunos jóvenes para el sacerdocio, con objeto de que le ayudaran en su trabajo en favor de los niños abandonados de Turín, el párroco de Domingo le recomendó al chico. San Juan Bosco, en el primer encuentro que tuvieron los dos, se sintió muy impresionado por la evidente santidad de Domingo, quien ingresó en octubre de 1854 en el Oratorio de San Francisco de Sales de Turín, a los doce años de edad.

Uno de los recuerdos imborrables que dejó Domingo en el Oratorio fue el grupo que organizó en él. Se llamaba la Compañía de María Inmaculada. Sin contar los ejercicios de piedad, el grupo ayudó a Don Bosco en trabajos tan necesarios como la limpieza de los pisos y el cuidado de los niños difíciles. En 1859, cuando Don Bosco decidió fundar la Congregación de los Salesianos, organizó una reunión; entre los veintidós presentes se hallaban todos los iniciadores de la Compañía de la Inmaculada Concepción, excepto Domingo Savio, quien había volado al cielo dos años antes.

Poco después de su llegada al Oratorio, Domingo tuvo oportunidad de impedir que dos chicos se peleasen a pedradas. Presentándoles su pequeño crucifijo, les dijo: "Antes de empezar, mirad a Cristo y decid: ‘Jesucristo, que era inocente, murió perdonando a sus verdugos; yo soy un pecador y voy a ofender a Cristo tratando de vengarme deliberadamente’. Después podéis empezar arrojando vuestra primera piedra contra mí". Los dos bribonzuelos quedaron avergonzados. 

Mucho bien hizo a Domingo la guía de Don Bosco

Domingo observaba escrupulosamente el reglamento; por supuesto, algunos de sus compañeros llevaban a mal que el santo quisiese que ellos observasen el reglamento en la misma forma. Le llamaban chismoso y le decían: "Corre a acusarnos con Don Bosco"; con lo cual no hacían sino mostrar cuán poco conocían al fundador del Oratorio, que no soportaba a los chismosos. Muy probablemente Santo Domingo reía de buena gana en esas ocasiones, pues era de un espíritu muy alegre, cosa que algunas veces le creó dificultades. 

Si Domingo no tenía nada de chismoso, era en cambio muy hábil para contar cuentos; ello le daba gran ascendiente con sus compañeros, sobre todo con los más jóvenes.

Fue en verdad una feliz providencia de Dios que Domingo cayese bajo la dirección de un director tan experimentado como Don Bosco, pues de otro modo se habría convertido fácilmente en un pequeño fanático. Don Bosco alentaba su alegría, su estricto cumplimiento del deber de cada día y le impulsaba a participar en los juegos de los demás niños. Así, Santo Domingo podía decir con verdad: "No puedo hacer grandes cosas. Lo que quiero es hacer aun las más pequeñas para la mayor gloria de Dios." 

"La religión debe ser como el aire que respiramos; no hay que cansar a los niños con demasiadas reglas y ejercicios de devoción" -solía decir Don Bosco-. Fiel a sus principios, prohibió a Domingo que hiciese mortificaciones corporales sin permiso expreso, diciéndole: "La penitencia que Dios quiere es la obediencia. Cada día se presentan mil oportunidades de sacrificarse alegremente: el calor, el frío, la enfermedad, el mal carácter de los otros. La vida de escuela constituye una mortificación suficiente para un niño". 

Una noche Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana. "¿Te has vuelto loco? -le preguntó- Vas a coger una pulmonía." Domingo respondió: "No lo creo. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén."

Don Bosco escribe la biografía de Santo Domingo Savio

La fuente más importante sobre la corta vida de Santo Domingo Savio es el relato que escribió el mismo Don Bosco. El santo se esforzó por no decir nada que no pudiese afirmar bajo juramento, particularmente por lo que se refiere a las experiencias espirituales de Domingo, tales como el conocimiento sobrenatural del estado espiritual del prójimo, de sus necesidades y del futuro. 

En cierta ocasión, Domingo desapareció durante toda la mañana hasta después de la comida. Don Bosco le encontró en la iglesia, arrebatado en oración, en una postura muy poco confortable; aunque había pasado seis horas en aquel sitio, Domingo creía que aún no había terminado la primera misa de la mañana. El santo joven llamaba a esas horas de oración intensa "mis distracciones": "Siento como si el cielo se abriera sobre mi cabeza. Tengo que hacer o decir algo que haga reír a los otros."

San Juan Bosco relata que las necesidades de Inglaterra ocupaban un lugar muy especial en las oraciones de Domingo y cuenta que en "una violenta distracción", Domingo vio sobre una llanura cubierta de niebla a una multitud que avanzaba a tientas; entonces se acercó un hombre cubierto con una capa pontificia y llevando en la mano una antorcha que iluminó toda la llanura, en tanto que una voz decía: "Esta antorcha es la fe católica, que iluminará a Inglaterra." A instancias de Domingo, Don Bosco relató el incidente al Papa Pío IX, quien declaró que eso le confirmaba en su resolución de prestar especial atención a Inglaterra.

Muere el joven santo

La delicada salud de Domingo empezó a debilitarse y en 1857, fue enviado a Mondonio para cambiar de aire. Los médicos diagnosticaron que padecía de una inflamación en los pulmones y decidieron sangrarlo, según se acostumbraba en aquella época. El tratamiento no hizo más que precipitar el desenlace. Domingo recibió los últimos sacramentos y, al anochecer del 9 de marzo, rogó a su padre que recitara las oraciones por los agonizantes. Ya hacia el fin, trató de incorporarse y murmuró: "Adiós, papá ... El padre me dijo una cosa ... pero no puedo recordarla . . ." Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de gozo, y exclamó: "¡Estoy viendo cosas maravillosas!" Esas fueron sus últimas palabras.

La causa de beatificación de Domingo se introdujo en 1914. Al principio despertó cierta oposición, por razón de la corta edad del santo. Pero el Papa Pío X consideró, por el contrario, que eso constituía un argumento en su favor y su punto de vista se impuso. Sin embargo, la beatificación no se llevó a cabo sino hasta 1950, dieciséis años después de la de Don Bosco.

Fuente bibliográfica:

"Vidas de los Santos de Butler", vol. I, excepto algunas adaptaciones hechas por las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, y partes en letra itálica, procedentes de: "Vidas de Santos (2)", del Padre Eliécer Sálesman, (Santafé de Bogotá: Editorial 

5 may 2015

Santo Evangelio 5 de Mayo de 2015



Día litúrgico: Martes V de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 14,27-31a): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado».


Comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo

Hoy, Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos dejará la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Hoy leemos sus palabras dichas antes del sacrificio de la Cruz y que fueron escritas después de su Resurrección. En la Cruz, con su muerte venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo» (cf. Jn 14,27), sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano.

En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad.

¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Jesucristo sufre con serenidad porque complace al Padre celestial con un acto de costosa obediencia, mediante el cual se ofrece voluntariamente por nuestra salvación.

Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».

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San Hilario, 5 de Mayo

5 de mayo

San Hilario

Un santo curioso este que hoy celebramos y que pudo causar hasta un cisma llevado por su celo apostólico. Nació Hilario a principios del siglo V, en una noble familia, y era pariente de san Honorato.

Este santo varón, había buscado la soledad y el silencio en la abadía de Lerins, por el fundada, y era su deseo que su pariente Hilario siguiese su misma vida. Ni corto ni perezoso, Honorato dejó su abadía para intentar convencer a nuestro santo de que lo siguiese. Pero Hilario no estaba por la labor y no hizo caso a esta propuesta. Sin embargo, las palabras de Honorato hicieron huella en Hilario, que empezó a pensar en que, a lo mejor, el Señor lo estaba llamando. Después de un tiempo de reflexión, se decidió a seguir a su pariente Honorato, y se presentó en la abadía de Lerins, donde abrazó la vida monástica. En el año 429 lo eligieron como arzobispo de Arles, pese a su oposición, en sustitución de Honorato. Desplegó entonces una actividad frenética por toda su archidiócesis, visitando monasterios y obispados. Su ardor era tal que exasperaba a muchos, y le causó no menos problemas, como la vez que nombró un obispo para una sede que aun no estaba vacante, sólo porque el obispo titular estaba enfermo, cuando este se repuso, tuvo que intervenir el papa para quitar a uno, el nombrado por Hilario, y así evitar el cisma.

A pesar de todo, nuestro santo dio toda su vida testimonio de una amor entregado y apasionado a Jesucristo, hasta su muerte en el año 449.

 

4 may 2015

Santo Evangelio 4 de Mayo de 2015


Día litúrgico: Lunes V de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».


Comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho

Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría).

Jesús asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere prescindir de nosotros. 

«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».

La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en lo alto de la tierra. Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida familiar.

Toda la luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir el don de la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.

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San José María Rubio, 4 de Mayo


SAN JOSÉ MARÍA RUBIO
Presbítero jesuita
4 de Mayo

Dalías (Almería), 22-julio-1864 
+ Madrid, 2-mayo-1929
B. 6-octubre-1985 
C. 4-mayo-2003


«San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando largas horas al confesonario y dirigiendo numerosas tandas de ejercicios espirituales en las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España». Con estas palabras sintetizaba Juan Pablo II la trayectoria de santidad y apostolado del padre Rubio, cuando lo canonizó en Madrid, el 4 de mayo de 2003.

Sencillo y profundo al mismo tiempo, de temperamento retraído, serio y hasta tímido o débil, la vida del apóstol de Madrid, José María Rubio, puede sintetizarse en su famosa frase: «Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace». Andaluz de origen, vio la luz en la villa almeriense de Dalias el 22 de julio de 1864. Hijo de una familia numerosa (13 hermanos de los que quedaron sólo seis) vivió una infancia campesina. De él dijo su abuelo: «Yo me moriré, pero el que viva verá que este niño será un hombre importante y que valdrá mucho para Dios. Aún niño, se lo llevó un tío canónigo a Almería y luego al Seminario de Granada, donde otro canónigo, Joaquín Torres Asensio, se convertiría en su autoritario protector y se lo llevará consigo a Madrid, donde José María celebró su primera misa, el 8 de octubre de 1887, en la colegiata de San Isidro.

Destinado como coadjutor a la localidad de Chinchón, donde el joven sacerdote comienza a tener fama de santo, y más tarde como párroco de Estremera, se caracteriza por su vida de oración y ayuda a los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Débil de carácter, en contra de su voluntad, se deja convencer por don Joaquín para presentarse a oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió. Pero su protector obtuvo entonces que le nombraran profesor de latín del Seminario de Madrid. Ya entonces confiesa en secreto a sus amigos su deseo de ser jesuita.

Capellán de las religiosas Bernardas, comienza su fama como excelente confesor y de su austeridad y horas de entrega generosa al trabajo, además de sus catequesis a niñas pobres, su entrega a los traperos o sus tandas de ejercicios. Ya era conocido en Madrid, pues durante el estreno de la escandalosa Electra, de Galdós, cuando el público gritó contra el padre Carreño, incluyó en los insultos al «jesuita Rubio», cuando aún no había ingresado en la Compañía de Jesús.

Muerto don Joaquín, en 1908 comenzó su noviciado en Granada, siendo luego destinado a Sevilla y Manresa, donde realizó su año de Tercera Probación. Cuando los superiores le dicen que su lugar de trabajo apostólico será Madrid, pide por favor que le manden a un sitio donde nadie le conozca. Llegado a la capital, su madre acababa de morir: «Me he abrazado con la santísima voluntad de Dios, que así lo ha querido», escribió.

Su extraordinaria actividad apostólica, desde la residencia jesuítica de la calle de la Flor, le hizo en seguida buscado y admirado por todo el mundo, a pesar de carecer de las cualidades humanas de sus brillantes compañeros, como el predicador padre Alfonso Torres. Revestido de sobrepelliz y con el bonete sobre su cabeza ligeramente ladeada, despedía una luz especial, un aura invisible, un magnetismo sobrenatural. Humanamente hablando su elocuencia era un desastre, pero sus sermones cautivaban a la gente. Y es que vivía cuanto predicaba. Mientras, seguía atendiendo a algunos pueblos pequeños de la provincia de Madrid con sus provechosas misiones. Incorporado definitivamente a la Compañía con sus últimos votos, el 2 de febrero de 1917, no obtuvo el grado de profeso de cuatro votos o «estado mayor» de los jesuitas, sino el de «coadjutor espiritual». No hizo valer que era doctor en Derecho Canónico, ni habló nunca de esta humillación, debida a que no había hecho el examen ad gradum, que exigía la orden para pertenecer al grupo selecto de los profesos. Acosado por una temporada de escrúpulos, fue tomado a broma por fundar los discípulos de San Juan e incluso sometido a un registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. El caso es que los superiores le prohibieron este ministerio. «No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios», repetía. También le quitaron de director de las Marías de los Sagrarios y de director de un boletín del Sagrado Corazón. «Debo ser tonto. No me cuesta obedecer», añadía.

Mientras, hasta tres horas había de permanecer en la fila el pueblo de Madrid para confesarse con él. Hacía esperar a las marquesas, si estaba atendiendo a una mujer pobre. Gozaba de dones místicos e incluso de capacidades sobrenaturales o insólitas como bilocación, telepatía, profecía y videncia. A veces pronosticaba el futuro, estaba a la vez en el confesonario y visitando a un enfermo, o escuchaba una llamada de socorro a distancia y hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo incrédulo.

Se hizo famoso el suceso de un día de carnaval en que, llamado a llevar los últimos sacramentos a un enfermo, un grupo de juerguistas le habían preparado una trampa en una casa de citas. Uno de ellos pretendía en una cama hacer el papel de moribundo para burla y regocijo de los demás y dar ocasión de fotografiar al incauto sacerdote. Al entrar José María en el prostíbulo con la intención de atender al enfermo, descubrió que éste estaba realmente muerto. El pánico y la impresión fue tal que dos personas se hicieron religiosos poco después, entre ellos el famoso radiofonista padre Venancio Marcos.

Sin embargo, su principal labor la ejerció en los suburbios más pobres de Madrid, particularmente en La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían ya a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la palabra de Dios y fue formador de cristianos que llegarían a morir mártires años después. Fue consejero también de Luz Rodríguez-Casanova (-8 de enero), fundadora de las Apostólicas de Jesús, empeñadas como él en la solidaridad y evangelización de los más pobres.

Su testamento fue una charla a las «Marías de los Sagrarios», en la que les exhortó a realizar una «liga secreta» de personas que busquen la perfección en medio del mundo, con lo que se adelantaba a su tiempo y a los institutos y movimientos laicales. Presintió su propia muerte y llegó a despedirse de sus amigos. En la enfermería de los jesuitas en Aranjuez, tras haber partido en pedazos sus apuntes espirituales por humildad y después de decir «si el Señor quiere llevarme ahora, estoy preparado», «abandono, abandono» y «ahora me voy», falleció sentado en una butaca y con los ojos puestos en el cielo, el jueves 2 de mayo de 1929. En todo Madrid se repetía: «¡Ha muerto un santo!» Miles de personas asistieron a su entierro y ulterior traslado al templo del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja, donde reposan sus restos en el claustro, que no han dejado de ser visitados por el pueblo de Madrid. Fue beatificado por Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985.

No habían pasado ocho años, cuando, en la luminosa mañana del 4 de mayo de 2003, el mismo Juan Pablo II, en su quinta visita apostólica a España, canonizaba en la madrileña plaza de Colón, al padre Rubio, junto con otros cuatro beatos españoles: Ángela de la Cruz (-5 de noviembre), Pedro Poveda (-28 de julio), Maravillas de Jesús (-11 de diciembre) y Genoveva Torres (-4 de enero).

«Los nuevos santos —dijo el papa— se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección.»

PEDRO MIGUEL LAMET, S J.