25 feb 2017

Santo Evangelio 25 de Febrero 2017


Día litúrgico: Sábado VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,13-16): En aquel tiempo, algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.


«Dejad que los niños vengan a mí»
Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera 
(Badalona, Barcelona, España)


Hoy, los niños son noticia. Más que nunca, los niños tienen mucho que decir, a pesar de que la palabra “niño” significa “el que no habla”. Lo vemos en los medios tecnológicos: ellos son capaces de ponerlos en marcha, de usarlos e, incluso, de enseñar a los adultos su correcta utilización. Ya decía un articulista que, «a pesar de que los niños no hablan, no es signo de que no piensen».

En el fragmento del Evangelio de Marcos encontramos varias consideraciones. «Algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13). Pero el Señor, a quien en el Evangelio leído en los últimos días le hemos visto hacerse todo para todos, con mayor motivo se hace con los niños. Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘No se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).

La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado. ¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño? Todo el mundo tiene derecho a acercarse a Jesús; el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).

Pero notemos que, al acoger a los más necesitados, los primeros beneficiados somos nosotros mismos. Por esto, el Maestro advierte: «Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Y, correspondiendo al talante sencillo y abierto de los niños, Él los «abrazaba (...), y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10,16).

Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien es como un niño —como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que todo es don, todo es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y contemplar con “silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...). Aquel que posee la palabra de Jesús puede también, de verdad, escuchar el silencio de Jesús».

Eucaristía y Sagrario



Eucaristía y Sagrario

Dios está en el Sagrario para nosotros, para hacer compañía, fortalecer, iluminar, consolar y para llenar la vida.

Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 


El Sagrario es como un imán.

¿Han visto ustedes un imán? ¿Qué hace un imán? Atrae el hierro. Pues así como el imán atrae al hierro, así el Sagrario atrae los corazones de quienes aman a Jesús. Y es una atracción tan fuerte que se hace irresistible. No se puede vivir sin Cristo eucaristía.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando un imán no atrae al hierro? ¿De quién es la culpa, del imán o del hierro? Del imán ciertamente no.

San Francisco de Sales lo explicaba así: “cuando un alma no es atraída por el imán de Dios se debe a tres causas: o porque ese hierro está muy lejos; o porque se interpone entre el imán y el hierro un objeto duro, por ejemplo una piedra, que impide la atracción; o porque ese pedazo de hierro está lleno de grasa que también impide la atracción”.

Y continúa explicando San Francisco de Sales:

- “Estar lejos del imán significa llevar una vida de pecado y de vicio muy arraigada”.
- “La piedra sería la soberbia. Un alma soberbia nunca saborea a Dios. Impide la atracción”.
- “La grasa sería cuando esa alma está rebajada, desesperada, por culpa de los pecados carnales y de la impureza”.

Y da la solución:

- “Que el alma alejada haga el esfuerzo del hijo pródigo: que vuelva a Dios, que dé el primer paso a la Iglesia, que se acerque a los Sacramentos y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es misericordia”.
- “Que el alma soberbia aparte esa piedra de su camino, y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es dulzura y bondad”.
- “Que el alma sensual se levante de su degradación y se limpie de la grasa carnal y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es pureza y santidad”.

Así es también Cristo eucaristía: un fuerte imán para las almas que lo aman. Es una atracción llena de amor, de cariño, de bondad, de comprensión, de misericordia. Pero también es una atracción llena de respeto, de finura, de sinceridad. No te atrae para explotarte, para abusar de ti, para narcotizarte, embelesarte, dormirte, jugar con tus sentimientos. Te atrae para abrirte su corazón de amigo, de médico, de pastor, de hermano, de maestro. Si fuésemos almas enamoradas, siempre estaríamos en actitud de buscar Sagrarios y quedarnos con ese amigo largos ratos, a solas.

Si fuésemos almas enamoradas, no dejaríamos tan solo a Jesús eucaristía. Las iglesias no estarían tan vacías, tan solas, tan frías, tan desamparadas. Serían como un continuo hormigueo de amigos que entran y salen.

Tengamos la costumbre de asaltar los Sagrarios, como dice san Josemaría Escrivá. Es tan fuerte la atracción que no podemos resistir en entrar y dialogar con el amigo Jesús que se encuentra en cada Sagrario.

Y para los que trabajan en la iglesia, pienso en los sacristanes, esta atracción por Jesús Eucaristía les lleva a poner cariño en el cuidado material de todo lo que se refiere a la eucaristía: Limpieza, pulcritud, brillantez, gusto artístico, orden, piedad, manteles pulcros, vinajeras limpias, purificadores relucientes, corporales almidonados, pisos como espejos, nada de polvo, telarañas o suciedades. Estas delicadezas son detalles de alguien que ama y cree en Jesús eucaristía.

Pero, ¿por qué a veces el Sagrario, que es imán, no atrae a algunos? Siguen vigentes las tres posibilidades ya enunciadas por san Francisco de Sales, y yo añadiría algunas otras.

No atrae Cristo eucaristía porque tal vez hemos sido atraídos por otros imanes que atraen nuestros sentidos y no tanto nuestra alma. Pongo como ejemplo la televisión, el cine, los bailes, las candilejas de la fama, o alguna criatura en especial, una chica, un chico. Lógicamente, estos imanes atraen los sentidos y cada uno quiere apresar su tajada y saciarse hasta hartarse. Y los sentidos ya satisfechos embotan la mente y ya no se piensa ni se reflexiona, y no se tiene gusto por las cosas espirituales.

A otros no atrae este imán por ignorancia. No saben quién está en el Sagrario, por qué está ahí, para qué está ahí. Si supieran que está Dios, el Rey de los cielos y la Tierra, el Todopoderoso, el Rey de los corazones. Si supieran que en el Sagrario está Cristo vivo, tal como existe – glorioso y triunfante – en el Cielo; el mismo que sació a la samaritana, que curó a Zaqueo de su ambición, el mismo que dio de comer a cinco mil hombres....todos irían corriendo a visitarlo en el Sagrario.

Naturalmente echamos de menos su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de acariciar a los niños. Nos gustaría volver a mirarle de cerca, sentado junto al pozo de Jacob cansado del largo camino, nos gustaría verlo llorar por Lázaro, o cuando oraba largamente. Pero ahora tenemos que ejercitar la fe: creemos y sabemos por la fe que Jesús permanece siempre junto a nosotros. Y lo hace de modo silencioso, humilde, oculto, más bien esperando a que lo busquemos.

Se esconde precisamente para que avivemos más nuestra fe en Él, para que no dejemos de buscarlo y tratarlo. ¡Que abajamiento el suyo! ¡Qué profundo silencio de Dios! Está escondido, oculto, callado. ¡Más humillación y más anonadamiento que en el establo, que en Nazaret, que en la Cruz!

Señor, aumenta nuestra fe en tu eucaristía. Que nos acostumbremos a visitarte en el Sagrario. Que seas Tú ese imán que nos atraiga siempre y en todo momento. Quítanos todo aquello que pudiera impedirnos esta atracción divina: soberbia, apego al mundo, placeres, rutina, inconsciencia e indiferencia.

¡El Sagrario!

“El Maestro está aquí y te llama”, le dice Marta a su hermana.

Nuestra ciudad está rodeada de la presencia Sacramental del Señor. Tomen en sus manos un mapa de la ciudad y vean cuántas iglesias tienen, señaladas con una cruz. Esas cruces están señalando que ahí está el Señor, son como luceros o como constelaciones de luz, visibles sólo a los ángeles y a los creyentes, diría Pablo VI.

¡Seamos más sensibles, menos indiferentes! ¡Visitemos más a Cristo Eucaristía en las iglesias cuando vamos de camino al trabajo o regresamos! Asomemos la cabeza para decirle a Jesús: ¡hola! Dejemos al pie del Sagrario nuestras alegrías y tristezas, nuestras miserias y progresos.

Imaginen unos novios que se aman. Trabajan los dos. El trabajo de uno está a dos calles del otro. ¿Qué no haría el amado para buscar ocasiones para ver a la amada, llamarla por teléfono, saludarla, aún cuando fuera a distancia?

¿Pequeñeces? Son cosas que solamente entienden los enamorados. Con el Señor hemos de hacer lo mismo. Si hace falta, caminamos dos, tres o más calles para pasar cerca de Él y tener ocasión de saludarlo y decirle algo. Con una persona conocida, pasamos y la saludamos brevemente. Es cortesía. ¿Y con el Señor no?

En cada Sagrario se podría poner un rótulo “Dios está aquí” o “Dios te llama”. Es el Rey, que nos concede audiencia cuando nosotros lo deseamos. Abandonó su magnífico palacio del Cielo, al que tú ni yo podíamos llegar, y bajó a la tierra y se queda en el Sagrario y ahí nos espera, paciente y amorosamente.

El mismo que caminó por los senderos de Palestina, el que curó, el que fundó la iglesia, es el mismo que está en el Sagrario.

¿Para quién y para qué está ahí? Para nosotros, para hacer compañía al solo, para fortalecer al débil, para iluminar al que duda, para consolar al triste, para llenar la vida de jugo, de alegría, de sentido.


24 feb 2017

Santo Evangelio 24 de Febrero 2017


Día litúrgico: Viernes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,1-12): En aquel tiempo, Jesús, levantándose de allí, va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde Él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre». 

Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».


«Como acostumbraba, les enseñaba»
Rev. D. Miquel VENQUE i To 
(Barcelona, España)


Hoy, Señor, quisiera hacer un rato de oración para agradecerte tu enseñanza. Tú enseñabas con autoridad y lo hacías siempre que te dejábamos, aprovechabas todas las ocasiones: ¡claro!, lo entiendo, Señor, tu misión básica era transmitir la Palabra del Padre. Y lo hiciste.

—Hoy, “colgado” en Internet te digo: Háblame, que quiero hacer un rato de oración como fiel discípulo. Primero, quisiera pedirte capacidad para aprender lo que enseñas y, segundo, saber enseñarlo. Reconozco que es muy fácil caer en el error de hacerte decir cosas que Tú no has dicho y, con osadía malévola, intento que Tú digas aquello que a mí me gusta. Reconozco que quizá soy más duro de corazón que aquellos oyentes.

—Yo conozco tu Evangelio, el Magisterio de la Iglesia, el Catecismo, y recuerdo aquellas palabras del papa Juan Pablo II en la Carta a las Familias: «El proyecto del utilitarismo asentado en una libertad orientada según el sentido individualista, es decir, una libertad vacía de responsabilidad, es el constitutivo de la antítesis del amor». Señor, rompe mi corazón deseoso de felicidad utilitarista y hazme entrar dentro de tu verdad divina, que tanto necesito.

—En este lugar de mirada, como desde la cima de la cordillera, comprendo que Tú digas que el amor matrimonial es definitivo, que el adulterio —además de ser pecado como toda ofensa grave hecha a ti, que eres el Señor de la Vida y del Amor— es un camino errado hacia la felicidad: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla» (Mc 10,11). 

—Recuerdo a un joven que decía: «Mossèn el pecado promete mucho, no da nada y lo roba todo». Que te entienda, buen Jesús, y que lo sepa explicar: Aquello que Tú has unido, el hombre no lo puede separar (cf. Mc 10,9). Fuera de aquí, fuera de tus caminos, no encontraré la auténtica felicidad. ¡Jesús, enséñame de nuevo!

Gracias, Jesús, soy duro de corazón, pero sé que tienes razón.

Eucaristía y visitas eucarísticas



Eucaristía y visitas eucarísticas

Cuando te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí está Jesús”. Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te ama.


Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 

En una Iglesia de España entraron unos estudiantes de arte y le preguntaron al cura párroco:

- ¿Qué es lo que hay de más valor en esta Iglesia, digno de visitar?
- ¡Vengan!,- les respondió el cura.

Algunos de los chicos iban exclamando: ¡qué linda iglesia! ¡qué columnas! ¡fijaos qué rosetones! ¡qué capiteles!

Cuando el sacerdote llegó al presbiterio saludó al Señor con una genuflexión.

- Aquí tienen. Esto es lo de más valor que tenemos en la Iglesia. ¡Aquí está el Señor y Dios!

Esos chicos tardaron unos segundos en reaccionar. No sé si les parecía que el cura les tomaba el pelo, el caso es que se fueron arrodillando uno tras otro. Después el sacerdote les explicó otros valores artísticos de la iglesia. Junto a la lección de arte, aquellos turistas recibieron una sencilla y maravillosa lección de fe y piedad.

De aquella visita eucarística, este buen sacerdote se sirvió para inculcarles el respeto y veneración ante lo sagrado y para descubrirles, de un modo gráfico, que en un templo católico a quien hay que darle la primacía es al Señor en el Sagrario.

Cuando te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí está Jesús”. Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te ama.

El arte debe estar en función de la belleza de Dios y de la presencia real de Cristo. Por eso, para un cristiano, la visita a una iglesia no debería ser nunca ni exclusiva ni principalmente “artística”. Primero hay que visitar y saludar al Señor de la casa, y secundariamente se podrán visitar las muestras de arte, hechas con cariño por generaciones de cristianos que han dejado allí signos de su amor y de su adoración.

Por eso la costumbre de los cristianos, tan recomendada hoy y siempre por la iglesia, de visitar a Jesús en el Sagrario, es una finura de amor que contrasta con la actitud irreverente que algunos adoptan ante el Santísimo. Incomprensión, ¡no saben quién está ahí! Indiferencia, ¡no les importa! Irreverencia, ¡hablando, riendo, comiendo en la iglesia!

Si nos fijamos, por ejemplo, en cómo se comportan los fieles que acuden a una iglesia, ya sea en el modo de vestir, de estar, de sentarse, de hacer la genuflexión, podemos deducir en buena medida el grado de fe de esas personas, aunque a veces sólo es falta de la mínima cultura religiosa. No se sabe responder. Se ponen de pie cuando hay que arrodillarse. Están con la gorrita en la cabeza. Distracciones. Se habla durante la misa. Novios que se están besando, abrazando, tocando, mirando. ¡Qué desubicados!

¿De qué tenemos que hablar en esas visitas eucarísticas?

Abrir el corazón. Dejarnos quemar, calentar por los rayos de Cristo. Hablarle de nuestras cosas. Encomendar tantas necesidades. Pedirle fuerzas. Alabarlo. Adorarlo. Darle gracias.

¿Cómo tenemos que hablarle?

Con sencillez, sin palabras rebuscadas: “Él me mira y yo le miro”. Con la humildad del publicano, reconociendo su grandeza y nuestra miseria. Con la confianza de un amigo. Con la fe del centurión, de la hemorroisa. Con mucha atención, sin distracciones.



23 feb 2017

Santo Evangelio 23 de febrero 2017


Día litúrgico: Jueves VII del tiempo ordinario

Santoral 23 de Febrero: San Policarpo, obispo y mártir

Texto del Evangelio (Mc 9,41-50): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros».

«Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa»
Rev. D. Xavier PARÉS i Saltor 
(La Seu d'Urgell, Lleida, España)


Hoy, el Evangelio proclamado se hace un poco difícil de entender debido a la dureza de las palabras de Jesús: «Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela (...). Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo» (Mc 9,43.47). Es que Jesús es muy exigente con aquellos que somos sus seguidores. Sencillamente, Jesús nos quiere decir que hemos de saber renunciar a las cosas que nos hacen daño, aunque sean cosas que nos gusten mucho, pero que pueden ser motivo de pecado y de vicio. San Gregorio dejará escrito «que no hemos de desear las cosas que sólo satisfacen las necesidades materiales y pecaminosas». Jesús exige radicalidad. En otro lugar del Evangelio también dice: «El que quiera ganar la vida, la perderá, pero el que la pierda por Mí, la ganará» (Mt 10,39).

Por otro lado, esta exigencia de Jesús quiere ser una exigencia de amor y de crecimiento. No quedaremos sin su recompensa. Lo que dará sentido a nuestras cosas ha de ser siempre el amor: hemos de llegar a saber dar un vaso de agua a quien lo necesita, y no por ningún interés personal, sino por amor. Tenemos que descubrir a Jesucristo en los más necesitados y pobres. Jesús sólo denuncia severamente y condena a los que hacen el mal y escandalizan, a los que alejan a los más pequeños del bien y de la gracia de Dios.

Finalmente, todos hemos de pasar la prueba de fuego. Es el fuego de la caridad y del amor que nos purifica de nuestros pecados, para poder ser la sal que da el buen gusto del amor, del servicio y de la caridad. En la oración y en la Eucaristía es donde los cristianos encontramos la fuerza de la fe y del buen gusto de la sal de Cristo. ¡No quedaremos sin recompensa!

Eucaristía y peregrinación



Eucaristía y peregrinación

Jesús es el eterno peregrino del Padre que viene al encuentro del hombre que también peregrina hacia Dios.

Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 


Jesús nos ha dejado este Sacramento para nosotros que peregrinamos a la Patria del cielo.

El camino es largo y fatigoso. Jesús lo hace más suave y amable porque lo camina con nosotros. El camino es arriesgado y peligroso. Por momentos aparecen las tentaciones, las dudas, el enemigo. Jesús es refugio y defensa. El camino es, a veces, oscuro y con nubarrones. Jesús Eucaristía lo ilumina con su sol espléndido. En el camino nos puede invadir, a veces, la tristeza, la desesperanza, el desencanto, como les pasó a los discípulos de Emaús. Pero Jesús Eucaristía hará arder nuestro corazón.

Jesús Eucaristía se quiere arrimar a nosotros, se hace también Él peregrino y se pone a caminar junto a nosotros, alentándonos, abriéndonos su corazón, explicándonos las Escrituras. ¡Qué calor nos infunde! En el camino nos amenaza la tarde, se hace tarde, se oscurece la vida. Y Jesús enciende la luz de su eucaristía y nuestras pupilas se abren, se dilatan en Emaús.

Con Jesús nunca es tarde, nunca anochece, siempre es eterna primavera, es mediodía. En el camino no vemos el momento de sentarnos a descansar a la vera, o entrar a una casa para reponer fuerzas, y Jesús Eucaristía es ese descanso del peregrino.

En el camino sentimos hambre y sed. Por eso Cristo Eucaristía se hace comida y bebida para el peregrino. En el camino experimentamos el deseo de hablar con alguien, que nos haga agradable la subida, la monotonía de ese camino. Y Jesús Eucaristía quiere entablar con nosotros diálogos de amistad.

En este camino hacia la Patria Celestial nos pesa nuestra vida pasada, nuestros pecados gravan sobre nuestra conciencia y ponen plomo sobre nuestros pies, hasta el punto de inmovilizarlos. Y Jesús Eucaristía nos abre su corazón misericordioso, como a esa mujer de Samaria o como a ese Zaqueo de Jericó, y nuestros pecados se derriten y Él nos da alas ligeras para volar por ese camino.

Dios mismo se ha hecho peregrino en su Hijo Jesús. Ha atravesado el umbral de su trascendencia, se ha echado a las calles de los hombres y lo ha hecho a través de la eucaristía. Jesús es el eterno peregrino del Padre que viene al encuentro del hombre que también peregrina hacia Dios. Entonces resulta que ya no sólo nosotros somos peregrinos hacia Dios sino que el mismo Dios en Jesús peregrina hacia nosotros haciéndose Él mismo el camino de esta peregrinación y el alimento para el camino y la compañía.

¿Cómo viene Jesús peregrino hacia nosotros?

Con un inmenso amor de hermano y ternura, con una entrañable compasión por nosotros y, sobre todo, con el corazón de Buen Pastor para subirnos y ponernos en sus hombros, contento y feliz, y darnos su alimento.

Y todo esto lo hace a través de su eucaristía. En la eucaristía Jesús es Pastor, que con sus silbos amorosos nos despierta de nuestros sueños, es Hermano mayor, que nos comprende y nos acoge como somos; es Vianda, que nos alimenta y fortalece.

Ahora entendemos por qué, cuando nos llega el momento de nuestra muerte, el sacerdote, junto con la unción de los enfermos, nos da la comunión como Viático para el camino al Padre, después de nuestra muerte.

¿Qué cosas no hay que hacer durante la peregrinación al Padre?

No debemos detenernos con las bagatelas del borde del camino, que nos atrasarían mucho el encuentro con Jesús. No debemos sestear en la pereza y comodidad de nuestros caprichos. No debemos desistir de caminar y volver atrás, desviándonos del camino recto, para volver al Egipto seductor que me ofrece sus cebollas, a la plaza de los placeres, a la vida libertina. No debemos echarnos a un lado y encerrarnos en nuestra propia tienda de campaña, en nuestra bolsa de dormir, despreciando la compañía de nuestros hermanos que nos animan con sus cantos.

Hagamos de la eucaristía nuestra parada técnica durante la peregrinación para reponer fuerzas, cambiar las llantas, descansar, alimentarnos. Sí, la eucaristía es solaz, es refugio, es hostal, es puesto de socorro y de primeros auxilios para todos los que peregrinan hacia la Patria del Padre Celestial.


22 feb 2017

Santo Evangelio 22 de febrero 2017


Día litúrgico: 22 de Febrero: La Cátedra de san Pedro, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». 

Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».


«Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).

Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a sus hermanos.

Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).

Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus servorum Dei.

Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.

Eucaristía y unión solidaria



Eucaristía y unión solidaria

Manos que se unen en su esfuerzo para hacer posible ese pan; sudores y fatigas se esconden detrás de esos racimos de uva que producen vino suave.


Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 


¿Cuántos granos de trigo se esconden detrás de ese pan que traemos para que sea consagrado y convertido en el Cuerpo de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden detrás de ese pan ya blanco? El que sembró el grano, el que lo regó, lo escardó, lo limpió, lo segó, lo llevó al molino, lo molió, lo volvió a limpiar, lo preparó, lo metió en el horno, lo hizo cocer. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias para hacer posible ese pan que se convertirá en el Cuerpo Sacratísimo de Jesús.

La eucaristía invoca la unión solidaria de manos que se unen en su esfuerzo para hacer posible ese pan.

¿Cuántos racimos de uvas se esconden detrás de ese poco de vino que acercamos al altar para que sea consagrado y convertido en la Sangre de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden detrás de esos racimos de uva que producen vino suave, dulce, oloroso, consistente, espeso? El que injertó la parra, limpió los sarmientos, vendimió, los pisó en el lagar, esperó pacientemente la fermentación, la conversión del mosto en vino, con todo lo que esto supuso. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias, y cuántos pies pisaron esos racimos para hacer posible ese vino que se convertirá en la Sangre Preciosísima de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía!

Manos juntas, manos solidarias, manos unidas que hacen posible la realidad del pan y del vino. Sudores y trabajos, soles tostadores, fríos inclementes. Pero al fin pan y vino para la mesa del altar, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

¿Qué relación hay, pues, entre eucaristía y la unión solidaria?

En la eucaristía sucede también lo mismo. Todos venimos a la eucaristía, a la santa misa, y traemos nuestros granos de trigo y nuestros racimos de uva, que son nuestras ilusiones, fatigas, proyectos, problemas, pruebas, sufrimientos. Y todo eso lo colocamos, unidos, en la patena que sería como el molino que tritura y une los granos de trigo de diferentes espigas o como la prensa que exprime esos racimos de parras distintas. Juntos hacemos la eucaristía. Sin la aportación de todos, no se hace el pan y el vino que necesitamos para la eucaristía. Como tampoco, sin la unión de esos granos se obtiene ese pan, o sin la unión de esos racimos se obtiene ese vino.

Por eso la eucaristía nos tiene que comprometer a vivir esa unión solidaria entre todos los hermanos que venimos a la eucaristía. No trae cada quien su propio pedazo de pan y sus racimitos para comérselos a solas. Sólo si juntamos los pedazos de pan y los racimos de los demás hermanos, se hará posible el milagro de la eucaristía en nuestra vida.

Esto supondrá prescindir ya sea de nuestra altanería presumida “he traído el mejor pedazo de pan y el mejor racimo de uva,¡ que se me reconozca!”. ¡Es ridícula esa actitud!

Pero también debemos prescindir de ese pesimismo depresivo: “mi pedazo de pan es el más pequeño y mi racimo el más minúsculo y raquítico, ¿para qué sirve?”. ¡Ni aquella ni esta actitud es la que Cristo quiere, cuando venimos a la eucaristía!, sino la de unir y compartir lo que uno tiene y es, con generosidad, con desprendimiento, con alegría.

El niño traerá a la eucaristía su inocencia y su mundo de ensueño y de juguetes, sus amigos, papás y maestros. El adolescente traerá a la eucaristía sus rebeliones, sus dudas, sus complejos. El joven traerá a la eucaristía sus ansias de amar y ser amado, tal vez su desconcierto, sus luchas en la vida, sus tropiezos, su fe tal vez rota.

Esa pareja de casados traerá sus alegrías y tristezas, sus crisis y desajustes propios del matrimonio. Esos ancianos traerán el otoño de su vida ya agotada, pero también dorada. Esos enfermos traerán su queja en los labios, pero hecha oración. Esos ricos, sus deseos sinceros de compartir su riqueza. Esos pobres, su paciencia, su abandono en la Providencia. Ese obispo, sacerdote, misionero, religiosa, sus deseos de salvar almas, sus éxitos y fracasos, su anhelo de darse totalmente a Cristo en el prójimo.

Y todo se hará uno en la eucaristía. Todo servirá para dorar ese pan que recibiremos y para templar ese vino.

Si vinimos con todo lo que somos y traemos, podemos participar de esa eucaristía que se está realizando en cualquier lugar del planeta y saborear nosotros también los frutos suculentos y espirituales de esa eucaristía. Y al mismo tiempo, haremos participar de lo nuestro a otros, que se beneficiarán de nuestra entrega y generosidad en la eucaristía.

Invitemos a María a nuestro Banquete. Ella trae también una vez más su mejor pan y su mejor vino: la disponibilidad de su fe y de su entrega, para que vuelva a realizarse una vez más, hoy, aquí, el mejor milagro del mundo: la venida de su Hijo Jesús a los altares, que Ella nos entrega envuelto en unos pañales muy sencillos y humildes, un poco de pan y unas gotas de vino.

María, ¡gracias por darnos a tu Hijo de nuevo en cada misa!

21 feb 2017

Santo Evangelio 21 de febrero 2017


Día litúrgico: Martes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. 

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».


«El Hijo del hombre será entregado»
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)


Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que «le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.

Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando. 

Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.

20 feb 2017

Santo Evangelio 20 de febrero 2016


Día litúrgico: Lunes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido». 

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!». 

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».


«¡Creo, ayuda a mi poca fe!»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).

¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!

«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).

La oración es el diálogo “intimista” con Dios. Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.

Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!

El Cuerpo y la Sangre de Jesús Resucitado.



El Cuerpo y la Sangre de Jesús Resucitado.

Qué mejor que prepararnos para la Fiesta de Corpus Christi con algunos pensamientos de SS Benedicto XVI.

Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Catholic.net 

La Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús y el pensamiento de SS Benedicto XVI, el papa teólogo.

Qué mejor que prepararnos para la Fiesta de Corpus Christi con algunos pensamientos de SS Benedicto XVI:

CORPUS CHRISTI: EL SEÑOR ESTE PRESENTE EN NUESTRA VIDA

El Santo Padre afirma que en esta fiesta, la Iglesia revive el misterio del Jueves Santo a la luz de la Resurrección. También en el Jueves Santo hay una procesión eucarística, con la que la Iglesia repite el éxodo de Jesús del Cenáculo al Monte de los Olivos. (...)

Jesús entrega realmente su cuerpo y su sangre. Atravesando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos.

La carne se convierte en “pan de vida". En la fiesta del Corpus Christi –continúa el Papa-, reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y nos precede. (...) Jesús nos precede ante el Padre, sube a la altura de Dios y nos invita a seguirle.
(...) La verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios.

El Sumo Pontífice señala que en el sacramento de la Eucaristía el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística está presente en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad.
¡Que nuestras calles sean calles de Jesús!
¡Que nuestras casas sean casas para él y con él!
Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia.
Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida.
La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo.
¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros!".

Refiriéndose al mandato de Cristo: "Tomad y comed... Bebed todos de él", SS Benedicto XVI subraya que no se puede "comer" al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo.

Esta comunión, este acto de "comer", es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor.
El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato:

"Tomad y comed".

El Vicario de Cristo concluye poniendo de relieve que "nuestra procesión acaba ante la basílica de Santa María la Mayor, en el encuentro con la Virgen, llamada por el querido Papa Juan Pablo II "mujer eucarística". María, la Madre del Señor, nos enseña realmente lo que es entrar en comunión con Cristo. (...) Pidámosle que nos ayude a abrir cada vez más todo nuestro ser a la presencia de Cristo; que nos ayude a seguirle fielmente, día tras día, por los caminos de nuestra vida. ¡Amén!".

LA HOSTIA CONSAGRADA ES REALMENTE EL PAN DEL CIELO

En otra circunstancia relativa al Corpus, el Papa Benedicto afirma que la Hostia consagrada es "el alimento de los pobres" y "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Sin embargo, "el pan no es simplemente y solo un producto nuestro, algo hecho por nosotros; es fruto de la tierra y por tanto, un don. (...) Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones del cielo, es decir, del sol y de la lluvia".
"En un período en que se habla de la desertificación y oímos denunciar cada vez más el peligro de que hombres y bestias mueran de sed en las regiones que no tienen agua, nos damos cuenta de la grandeza del don del agua y de que somos incapaces de conseguirla por nosotros mismos.

Entonces, mirando desde más cerca este pequeño trozo de Hostia blanca, este pan de los pobres, es como una síntesis de la creación". El Santo Padre pone de relieve que "cuando al adorar miramos la Hostia consagrada, nos habla el signo de la creación. Entonces encontramos la grandeza de su don; pero también encontramos la Pasión, la Cruz de Jesús y su resurrección".
"En la fiesta del Corpus Christi vemos sobre todo el signo del pan, que nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto.

La Hostia es nuestro maná, con el que el Señor nos nutre; es realmente el pan del cielo, mediante el que se dona a sí mismo.
En la procesión seguimos este signo y así le seguimos a El mismo.

SS Benedicto XVI pide al Señor:

¡Guíanos por los caminos de nuestra historia!
¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el justo camino!
¡Mira a la humanidad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre físico y psíquico que la tormenta!
¡Da a los seres humanos pan para el cuerpo y para el alma!
¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo!
¡Purifícanos y santifícanos!.
Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión, mediante el "sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que nos impones, nuestra vida puede madurar y alcanzar su verdadero cumplimiento.
¡Reúnenos de todos los confines de la tierra! ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada!
¡Danos tu salvación!.


Adaptación de Gustavo Daniel D´Apice
Profesor Universitario de Teología
Pontificia Universidad Católica

_______________________

19 feb 2017

Santo Evangelio 19 de febrero 2017


Día litúrgico: Domingo VII (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5, 38-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.



»Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»
Rev. P. José PLAZA Monárdez 
(Calama, Chile)


Hoy, la Palabra de Dios, nos enseña que la fuente original y la medida de la santidad están en Dios: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Él nos inspira, y hacia Él caminamos. El sendero se recorre bajo la nueva ley, la del Amor. El amor es el seguro conductor de nuestros ideales, expresados tan certeramente en este quinto capítulo del Evangelio de san Mateo. 

La antigua ley del Talión del libro del Éxodo (cf. Ex 21,23-35) —que quiso ser una ley que evitara las venganzas despiadadas y restringir al “ojo por ojo”, el desagravio bélico— es definitivamente superada por la Ley del amor. En estos versículos se entrega toda una Carta Magna de la moral creyente: el amor a Dios y al prójimo. 

El Papa Benedicto XVI nos dice: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama». Jesús nos presenta la ley de una justicia sobreabundante, pues el mal no se vence haciendo más daño, sino expulsándolo de la vida, cortando así su eficacia contra nosotros. 

Para vencer —nos dice Jesús— se ha de tener un gran dominio interior y la suficiente claridad de saber por cuál ley nos regimos: la del amor incondicional, gratuito y magnánimo. El amor lo llevó a la Cruz, pues el odio se vence con amor. Éste es el camino de la victoria, sin violencia, con humildad y amor gozoso, pues Dios es el Amor hecho acción. Y si nuestros actos proceden de este mismo amor que no defrauda, el Padre nos reconocerá como sus hijos. Éste es el camino perfecto, el del amor sobreabundante que nos pone en la corriente del Reino, cuya más fiel expresión es la sublime manifestación del desbordante amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo (cf. Rom 5,5).

Te adoramos, Señor, presente en el Sacramento del altar



Te adoramos, Señor, presente en el Sacramento del altar

Homilía en la Misa de Nochebuena. Viernes 24 de diciembre de 2004.


Por: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net 


1. “Adoro Te devote, latens Deitas”.

En esta Noche resuenan en mi corazón las primeras palabras del célebre himno eucarístico, que me acompaña día a día en este año dedicado particularmente a la Eucaristía.

En el Hijo de la Virgen, “envuelto en pañales” y “acostado en un pesebre” (cf. Lc 2,12), reconocemos y adoramos “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41.51), el Redentor venido a la tierra para dar la vida al mundo.

2. ¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea, significa “casa del pan”. Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35.48).

En Belén nació Aquél que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.

3. Te adoramos, Señor, presente realmente en el Sacramento del altar, Pan vivo que das vida al hombre. Te reconocemos como nuestro único Dios, frágil Niño que estás indefenso en el pesebre. “En la plenitud de los tiempos, te hiciste hombre entre los hombres para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios” (cf. S. Ireneo, Adv. haer., IV,20,4).

Naciste en esta Noche, divino Redentor nuestro, y, por nosotros, peregrino por los senderos del tiempo, te hiciste alimento de vida eterna.

¡Acuérdate de nosotros, Hijo eterno de Dios, que te encarnaste en el seno de la Virgen María! Te necesita la humanidad entera, marcada por tantas pruebas y dificultades.

¡Quédate con nosotros, Pan vivo bajado del Cielo para nuestra salvación! ¡Quédate con nosotros para siempre! Amén.