11 ene 2014

Santo Evangelio 11 de Enero de 2014

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,12-16):

Una vez, estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» 
Y Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio.» Y en seguida le dejó la lepra. 

Jesús le recomendó que no lo dijera a nadie, y añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste.» 
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado para orar.

Palabra del Señor


Comentario al Evangelio del Sábado 11 de Enero del 2014


Francisco Javier Goñi, cmf
En medio de toda su frenética actividad, Jesús siempre saca tiempo para quedarse a solas con su Padre Dios. El evangelio de hoy nos habla de una curación concreta, la de un enfermo de lepra. Pero se nos dice también que cada vez eran más y más los que acudían a él para escucharle y para que les curara de sus enfermedades. Nos imaginamos a Jesús con grupos de gente cada vez más grandes, a los que anunciaba el Evangelio, curaba sus enfermedades, les atendía personalmente y les invitaba a la conversión. Pero hiciera lo que hiciera, siempre buscaba un tiempo para orar. A veces de noche, a veces en medio de su actividad diaria, a veces en despoblado, a veces a la orilla del lago, a veces en el desierto, a veces en la montaña. Toda su actividad y hasta su mismo ser manan como de una fuente de su relación con el Padre. Y Jesús, al parecer, la mantenía y alimentaba todos los días.

Su relación es tan profunda que Jesús llegará a decir que el Padre y él son uno. Su unión con el Padre no es sólo una unión ontológica en el seno de la Trinidad, es una verdadera relación personal vivida por Jesús en toda su profundidad día tras día. No podía ser de otra manera: él es el Hijo del Padre. Por su Encarnación consecuente, Jesús necesita historificar y existencializar su unidad ontológica con Dios en una relación interpersonal vivida en el tiempo. Gracias a eso podemos contemplar en Jesús la realización más plena de una relación profundamente humana y temporal con Dios, hacia la que estamos llamados a avanzar. Podemos encontrarnos con el Padre, podemos vivir una verdadera relación de amor interpersonal con él, podemos vivir y percibir nuestra filiación divina en Jesús, por él y con él: él es el camino hacia el Padre.

Si para Jesús fue importante y necesario vivir esta relación en tiempos concretos de su día a día, ¡cuánto más lo será para nosotros! Sea cuál sea nuestra situación, nuestras actividades, nuestro tiempo disponible o nuestras posibilidades, es vital para nuestra vida de fe y de seguimiento encontrar momentos concretos para vivir una relación personal con él y, a través de él, con nuestro Padre Dios.

San Teodosio 11 de Enero

11 de Enero

San Teodosio

Su nombre significa: "Regalo de Dios".

Nació en Turquía en el año de 423.

Sus padres lo acostumbraban desde jovencito a leer cada día con atención una página de la Sagrada Escritura, lo cual le sirvió muchísimo para llegar a la santidad.

Al leer en el Génesis que Abraham agradó a Dios al dejar su patria y su familia para irse a la Tierra Santa a servir al verdadero Dios, dispuso hacer él otro tanto, y dejando sus grandes riquezas y su familia, se fue a Jerusalén.

Antes que todo se fue a visitar al famoso San Simeón el Estilita, el cual le anunció muchas de las cosas que le iban a suceder durante su vida y le dio consejos muy prácticos para saber comportarse bien.

Después de visitar en peregrinación a Jerusalén, Belén y Nazaret, se propuso dedicarse a vivir como un religioso solitario. Pero luego, el temor de tener que vivir sin un director espiritual y por lo tanto quedar expuesto a graves equivocaciones, lo hizo quedarse cerca de Belén, donde vivía el más sabio director de religiosos de esas regiones, el abad Longinos.

Después de ser ordenado sacerdote, recibió de Longinos la orden de encargarse del culto de una iglesia que estaba en el camino entre Jerusalén y Belén. Después de los actos de culto en la iglesia se iba a una cueva solitaria a meditar y rezar.

Pronto vinieron muchos jóvenes a pedirle ser admitidos como religiosos. El recibía a todos aquellos que demostraban estar dispuestos sinceramente a hacer penitencia y convertirse. A uno de sus discípulos, el que después fue obispo de Petra, le debemos los datos que vamos a narrar en seguida.

A sus jóvenes religiosos les hacía cavar ellos mismos su propia sepultura (una pala cada noche cada uno, antes de acostarse diciendo: "Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo so sé cómo; pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre"). Esto para que recordaran que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir y que "a la hora menos pensada vendrá el Hijo de Dios a tomarnos cuentas y que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora".

Cuando terminaron de cavar la primera sepultura, el abad Teodosio, les dijo: "La sepultura ya está lista; ¿quién desea ocuparla?". Un sacerdote llamado Basilio se adelantó y dijo: "Padre, si al buen Dios le parece bien así, yo acepto ser el primero en morir. Pero rezad por mí y dadme la bendición". Teodosio mandó que rezaran por Basilio las oraciones por los moribundos. A los cuatro días el sacerdote cayó muerto de repente, sin haber estado enfermo antes. Pero estaba bien preparado para la muerte.

Un día de pascua no había nada con qué almorzar. Los monjes empezaron a murmurar pero Teodosio les recomendó que tuvieran fe en la Divina Providencia. A medio día llegó una recua de mulas cargadas con alimentos. Nadie supo de dónde llegaron ni quién las envió.

Como la fama de santidad de Teodosio atraía muchos jóvenes que venían a vivir como religiosos, tuvo que hacer tres conventos: uno para los que hablaban griego, otro para los que hablaban idiomas eslavos y el tercero para los de idiomas orientales como hebreo, árabe y persa. Todos cerca de Belén. Los salmos los rezaba cada convento en su propio idioma, pero la Eucaristía la celebraban todos juntos en el templo.

También construyó Teodosio cerca de Belén tres hospitales: uno con ancianato, otro para los que sufrían toda clase de enfermedades, y el tercero para los que padecían enfermedades mentales. Esta idea era muy nueva en esos tiempos y poco frecuente en el mundo.

Eran tantos los enfermos que venían a ser atendidos, que los historiadores de ese tiempo cuentan que hubo días en que llegaron cien enfermos a ser curados. Cuando no había alimentos o medicinas, Teodosio ponía a sus monjes a rezar con toda fe y las ayudas llegaban de las maneras más inesperadas.

Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba por tratar a los demás como deseaba ser tratado por ellos. El silencio era perfecto. Todos estaban obligados a dedicar varias horas del día a trabajos manuales para conseguir lo necesario para alimentar a tanta gente. El Arzobispo de Jerusalén quedó tan admirado de aquel orden y seriedad, que nombró a Teodosio "Superior de todos los religiosos que vivían en Tierra Santa".

El emperador de Constantinopla apoyaba una herejía que le negaba algunas cualidades de Jesucristo, y para que Teodosio lo apoyara le envió una gran cantidad de dinero. Teodosio recibió el dinero y lo repartió entre los pobres pero recorrió toda Palestina diciéndole a la gente cristiana: "El que enseñe algo acerca de Jesucristo, contrario a lo que enseña la Santa Iglesia Católica, sea maldito". Y los sermones de este santo producían efectos maravillosos en los oyentes.

También obtenía milagros de Dios. Una vez una mujer que tenía un tumor maligno incurable, tocó con fe el manto de Teodosio y quedó curada instantáneamente.

El emperador se disgustó porque el abad no apoyaba sus herejías y lo desterró. Pero enseguida murió el emperador, y él que lo reemplazó mandó a nuestro santo que volviera inmediatamente a sus conventos de Belén.

Teodosio enfermó de una afección dolorosísima. Como el había curado a tantos enfermos con su oración, un discípulo le aconsejó que le pidiera a Dios que le quitara la enfermedad. El santo le respondió: "Eso sería falta de paciencia; eso sería no aceptar la santa voluntad del Señor". ¿No sabes que "Todo redunda en bien de los que aman a Dios?".

Cuando sintió que se iba a morir mandó reunir junto a su lecho a sus religiosos y les recomendó vivir de tal manera bien que cada día estuvieran prontos para presentarse ante el Juicio de Dios. Y anunció varios hechos que sucedieron después.

Murió a los 105 años, en el año 529. Era admirable su vigor en la ancianidad, a pesar de que ayunaba y empleaba muchas noches en la oración. De él se pudo decir lo que la S. Biblia afirma de Moisés: "Conservó su robustez y vigor hasta la más avanzada ancianidad".

El Arzobispo de Jerusalén y muchísimos cristianos de esa Ciudad Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros.

Lo sepultaron en la cueva en la cual escamparon los Reyes Magos cuando viajaban de Jerusalén a Belén.

Señor Dios: gracias por darnos ejemplos tan maravillosos en tus santos. Te suplicamos que a imitación de San Teodosio vivamos de manera tan santa cada día, que a cualquier hora que vengas a llamarnos a la eternidad nos puedas decir aquellas palabras del evangelio: "Bien siervo bueno y prudente: has sido fiel en lo poco, ahora te constituiré sobre lo mucho". Amen.

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10 ene 2014

Santo Evangelio 10 de Enero de 2014



Lectura del santo evangelio según San Lucas (4,14-22a):

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. 

Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

Palabra del Señor


comentario al Evangelio del Viernes 10 de Enero del 2014

Francisco Javier Goñi, cmf
A lo largo de esta segunda semana del tiempo de Navidad, el Evangelio de cada día nos ha ido mostrando los primeros pasos del ministerio público de Jesús según los tres evangelistas sinópticos. Hoy es Lucas el que nos cuenta el inicio de la misión de Jesús. Y lo hace con el episodio de Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Según Lucas, Jesús comenzó sus andares misioneros enseñando en las sinagogas de Galilea, y señala como especialmente significativo su discurso en Nazaret.

Curiosamente debe ser el discurso más breve que Jesús dirigió. Le bastó con una frase de ocho palabras. No necesitaba de largas homilías para convencer: en su vida, en sus gestos, en su persona se estaba realizando lo que los profetas habían anunciado. ¿Para qué más? Se contentó con leer el pasaje de Isaías y hacer ver a los que escuchaban asombrados que esas profecías sobre el Mesías se estaban cumpliendo ya en su propia persona.

Sorprende que hoy día, los que hablamos de Jesús y somos sus testigos tengamos que hablar tanto para anunciar la Buena Noticia del Reino. Más sorprende aún que la mayor parte de nuestros discursos no estén dirigidos a hablar precisamente del Reino, de su justicia, de la alegría ante su cercanía o de la transformación que provoca, en las personas y en las sociedades; parece que nos preocupa más la imagen que tiene la Iglesia ante la sociedad, o la moral de los fieles, y no fieles, o los “ataques” que sufrimos contra nuestras ideas, convicciones e instituciones.

Jesús, más que hablar, hacía; y en sus gestos, actos y valores mostraba lo que quería transmitir. Por eso necesitaba de pocas palabras. Y su tema era siempre el mismo: la Buena Noticia de la cercanía del Reino y la llamada a convertirse a él. Pero entonces, los continuadores de su misión tenemos que hacernos preguntas muy importantes: ¿qué o a quién ponemos en el centro de nuestra predicación?; ¿a quiénes va especialmente dirigida?; ¿quiénes son nuestros preferidos?, ¿los pobres?; ¿qué muestran nuestros gestos, acciones, manera de vivir, valores?, ¿somos testimonio vivo del evangelio de Jesús?

Beato Gregorio X, Papa, 10 de Enero

10 de enero

Beato Gregorio X
(† 1276)


El papa Beato Gregorio X (1271-1276) es uno de los Romanos Pontífices más insignes del siglo XIII que constituye el apogeo de la Iglesia medieval. Con Inocencio III (1198-1216) se puede decir que la Iglesia y el Pontificado llegaron al cenit de su prestigio y significación, siendo los papas verdaderos árbitros de las coronas de los reyes, y los motivos religiosos los que guiaban en sus empresas a los hombres más eminentes del tiempo. En este estado de florecimiento religioso continuó la sociedad europea a través de todo el siglo XIII. Entre sus principales manifestaciones podemos notar el gran esplendor de las universidades y estudios medievales, en París, Oxford, Bolonia, Salamanca y otros importantes centros, y con figuras tan prominentes, como Alejandro de Hale y San Buenaventura, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Lo mismo podríamos decir del gran apogeo del arte religioso, que nos presenta las grandes catedrales góticas de París, Reims, Chartres y Amiens, Milán, Burgos, León y Toledo, por no citar más que las principales.

Pues bien, el gran mérito de Gregorio X estriba en haber sabido mantener este prestigio extraordinario de la Iglesia en un tiempo en que, debido a una serie de dificultades, existió un gravísimo y persistente peligro de decadencia eclesiástica. Sus extraordinarias cualidades naturales y, sobre todo, el esfuerzo de su virtud y espíritu eclesiástico fueron los que realizaron una obra tan trascendental para la Iglesia.

Llamábase Teobaldo Visconti y pertenecía a una ilustre familia italiana. Nacido en Piacenza en 1210, distinguióse desde sus primeros años por su aplicación y constancia en el estudio, que fue coronado con extraordinarios éxitos. Dedicóse de un modo especial al Derecho canónico, que cultivó en Italia y, más tarde, en París, donde tanto florecían a la sazón los estudios escolásticos. Pero, a la par que en sus estudios, brilló particularmente por el temple de su virtud y por su espíritu eminentemente eclesiástico. Por esto, ya en estos primeros tiempos, se mostraba siempre dispuesto a toda clase de sacrificios que el servicio de Dios le exigiera, y no había dificultad capaz de detenerlo en las empresas que juzgaba de la gloria de Dios.

Conociendo sus superiores eclesiásticos la extraordinaria erudición, relevantes cualidades y profunda virtud que lo distinguían, nombráronlo, primero, canónigo de Lyon, y poco después archidiácono de Lieja. Más aún. Inocencio IV (1243-1254) le ofreció el obispado de Piacenza; pero él renunció a tan elevado honor. Sin embargo, sus cualidades naturales y el temple de su virtud se pusieron cada vez más de manifiesto. Durante el concilio I de Lyon. que fue el XIII ecuménico, fue celebrado por Inocencio IV y significa uno de los momentos cumbres de la Iglesia en el siglo XIII, el arzobispo de Lieja quiso tenerle a su lado como acreditado canonista. Poco después, siendo archidiácono de Lieja, y mientras pasaba algunas temporadas en París, dedicado a profundizar en los estudios canónicos, San Luis, rey de Francia, le dio testimonios de muy particular veneración. Más aún. El cardenal Ottoboni tomó consigo a Teobaldo, de cuya virtud y prestigio se sirvió en su legación a Inglaterra.

De esta manera Teobaldo Visconti se fue preparando para las grandes empresas, para las que Dios lo destinaba. Apenas terminada esta legación, recibió del Papa la orden de predicar la cruzada por la reconquista de Tierra Santa, con lo que comenzó a entusiasmarse por uno de los problemas que más debían preocuparlo en lo sucesivo. Entregóse, pues, de lleno a esta gran empresa, y, para poder realizarla, procuró establecer la unión y buena inteligencia entre los príncipes cristianos, y tanto llegó a entusiasmarse con este ideal, que se dirigió a Palestina con el objeto de consolar y alentar a los caballeros cruzados, a cuya Cabeza se hallaba entonces el príncipe Eduardo de Inglaterra. Fueron innumerables los sufrimientos que tuvo que arrostrar en esta peligrosa peregrinación y en la realización de su empresa; pero su alma de apóstol y su eximia caridad le comunicaban fuerzas para todo.

Hallábase, pues, en Ptolemaida, entregado en cuerpo y alma a obra tan sacrificada y apostólica, cuando recibió la noticia de haber sido elegido como Papa el primero de septiembre de 1271. En efecto, a la muerte de Clemente IV en 1268, después de tres años enteros de sede vacante, debido a las enormes dificultades y a la gran desunión reinante, los cardenales no habían podido entenderse para la elección del nuevo Papa, hasta que al fin pusieron los ojos en Teobaldo Visconti, simple archidiácono de Lieja y ausente entonces en Palestina, cuyas relevantes cualidades y eximia virtud les eran bien conocidas, y convinieron en su elevación al solio pontificio. En realidad era la mejor elección que pudieron haber realizado. Al recibir tan inesperada noticia, Teobaldo aceptó la pesada carga que Dios le imponía, tomó el nombre de Gregorio X y se dispuso a volver a Italia.

Naturalmente, los cristianos de Tierra Santa, aunque sentían la partida de tan eminente apóstol, experimentaron una satisfacción inmensa, con la seguridad de que el nuevo Papa les enviaría los socorros que tanto se necesitaban. Él mismo, según se refiere, al despedirse del Oriente, terminó su emocionante alocución con estas palabras: "Que mi lengua se pegue a mi paladar, si yo no pongo a Jerusalén a la cabeza de todas mis alegrías."

Llegado a Roma en marzo de 1272, recibió la Orden del presbiterado, pues era únicamente diácono: luego fue consagrado obispo y coronado como Papa el 27 del mismo mes. Como era de suponer, su ideal desde un principio fue enviar el socorro necesario a los cristianos de Tierra Santa y renovar la cruzada para su definitiva liberación. En realidad se puede decir que en él revivió por algún tiempo el espíritu de cruzada. Por esto se dirigió rápidamente por medio de una célebre carta al rey Felipe de Francia, hijo de San Luis.

Esta idea de cruzada iba en él íntimamente unida con el más intenso esfuerzo por la unión con los griegos, quienes pocos años antes (en 1261), con la reconquista de Constantinopla, habían puesto término al imperio latino oriental; pero en aquellas circunstancias eran favorables a la unión. Es cierto que su emperador, Miguel Paleólogo, se movía a ello más bien por motivos políticos, pues suponía con buen fundamento que esta unión apartaría a Carlos de Anjou de sus peligrosos planes de conquista en el Oriente a costa de los griegos; pero, de todos modos, la voluntad de unión existía en los orientales, y Gregorio X trató de aprovechar en sus planes de cruzada y de unificación general de la Iglesia.

Penetrado, pues, de esta idea, y con el objeto de promover juntamente en la Iglesia occidental la paz y la reforma de costumbres, dirigió una importante carta a los obispos de toda la cristiandad, anunciándoles la celebración de un concilio ecuménico que debería abrirse en mayo de 1274. Hecho esto, dedicóse con infatigable celo a la preparación de tan importante asamblea.

Como primer paso para su realización, puso el Papa todo su empeño en la pacificación de los espíritus en toda la. Europa cristiana. Así, trabajó intensamente para apaciguar los pueblos del norte de Italia, ensangrentados entonces por las luchas entre los güelfos y gibelinos. Por otra parte, introdujo en muchas partes medidas de reforma y, sobre todo, en medio de la división existente en Alemania sobre la sucesión al imperio, dirigió en octubre de 1273 una exhortación a los príncipes electores para que procedieran a la elección, y al recaer ésta sobre Rodolfo de Habsburgo, el Papa lo reconoció solemnemente.

En lo tocante a la preparación inmediata del gran concilio que debía reunirse en Lyon, invitó a los más célebres teólogos a presentar sus observaciones sobre el estado de la Iglesia. Creó cardenales al dominico Pedro de Tarantasia y a San Buenaventura; invitó al más célebre de los teólogos de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, quien murió mientras se dirigía al concilio. Finalmente, partió el Papa desde Orvieto, y a su llegada a Lyon recibió la visita del rey de Francia, quien le entregó definitivamente el condado del Venaissin.

Finalmente, el 7 de mayo de 1274 se pudo celebrar en la catedral de San Juan la primera sesión del concilio II de Lyon y XIV ecuménico, en presencia del rey Juan I de Aragón, unos quinientos obispos y gran número de abades, así como también los representantes de algunos príncipes seculares. Con su sermón, basado sobre el texto "Desiderio desideravi..." el mismo Papa, que lo presidía, dio comienzo al concilio, en el que propuso con toda claridad los tres fines que en él se pretendían: ayuda a Tierra Santa, unión con los griegos y reforma de la Iglesia.

Dios premió los innumerables trabajos que Gregorio X realizó en aquella memorable empresa. Es cierto que, por la antipatía existente entre los orientales y los occidentales, la cuestión de la unión era poco popular entre los griegos. quienes le hicieron la mayor oposición; pero al fin se impusieron sus partidarios. El 24 de junio se presentaron en Lyon los representantes del emperador bizantino, Miguel Paleólogo, y tras difíciles discusiones, en la sesión IV del 6 de julio, se proclamó la unión. Los griegos reconocieron el Primado de Roma y admitieron la fórmula del "Filioque". En cambio se les concedió poder conservar el símbolo usado desde antiguo en sus iglesias, así como también sus antiguos ritos. A la cabeza de los partidarios decididos de la unión estaba el nuevo patriarca Juan Bekkos. Aunque sincera, esta unión fue muy poco duradera. Según se refiere, Gregorio X, que tanto amaba a la Iglesia griega, derramó lágrimas de alegría al ver realizada la unión.

Por lo que se refiere a los demás objetivos del concilio, decretóse destinar a la cruzada durante seis años los diezmos de la Iglesia; pero, no obstante los abnegados esfuerzos del santo Pontífice, la cruzada no llegó a realizarse. Por otra parte, ya en la sesión segunda, se proclamaron varios principios dogmáticos, y en la tercera, algunos decretos disciplinares en orden a la reforma eclesiástica. Entre tanto, antes de la sesión quinta del 16 de julio, murió San Buenaventura en el mismo concilio. El Papa asistió a sus funerales, celebrados en la iglesia de los franciscanos de Lyon. Luego, con el objeto de evitar la repetición de una sede vacante de tres años, como la anterior, publicó Gregorio X la constitución Ubi periculum, por la que se introducía el sistema del conclave, en el que los electores quedaban encerrados hasta que se verificaba la elección. Mas, como se tomaban ciertas medidas bastante rigurosas respecto de los cardenales, hubo de parte de éstos una enconada oposición, hasta que al fin pudo ser proclamada.

Tal fue la obra fundamental realizada en la Iglesia por el insigne papa Beato Gregorio X. Después del concilio, entregóse de lleno a poner en práctica las medidas de reforma que se habían ordenado, particularmente las que se referían a los eclesiásticos. Con no menor intensidad trabajó en reunir socorros para los cristianos de Tierra Santa y para mover a los caballeros de Occidente a realizar la cruzada; pero ésta no llegó a realizarse por las divisiones existentes en la cristiandad. Con todo esto, el Romano Pontífice y la Iglesia volvieron a recobrar el antiguo prestigio y continuaron en su apogeo medieval.

En su vida privada, Gregorio X dio durante su pontificado los más edificantes ejemplos de caridad, humildad y fervor religioso, que le conquistaron la opinión general de gran santidad y la más profunda simpatía del pueblo cristiano. Así, se nos refiere que, diariamente, lavaba los pies de algunos pobres; enviaba a algunos empleados en busca de las personas más necesitadas y repartía entre ellas abundantes limosnas. Por otra parte, observaba la mayor austeridad consigo mismo, no tomando alimento más que una vez al día y entregándose a la oración todo el tiempo posible. Pero, aunque tenía un corazón tan blando y caritativo con los pobres y desgraciados, era sumamente enérgico con los malvados y delincuentes. Es célebre en este punto el caso de Guido de Monfort, el asesino de Enrique de Alemania. Habiéndose presentado al Papa para obtener la absolución de su crimen, éste lo hizo encerrar primero en una fortaleza, y sólo un año después permitió al patriarca de Aquilea lo admitiera en la comunión con los fieles.

Pero los trabajos que tuvo que sufrir Gregorio X durante el concilio y después de él, unidos a la austeridad de su vida ascética, lo habían agotado por completo. Dios no le concedió ver de nuevo a Roma. Mientras volvía de Lyon, después de pasar por Milán y Florencia, se vio obligado a detenerse en Arezzo de Toscana, donde, víctima de una pleuresía, murió el 10 de enero de 1276. Según se refiere, al sentir la proximidad de la muerte, pidió un crucifijo, y mientras lo besaba con la mayor devoción y recitaba la Salutación angélica, entregó su alma a Dios. Incluido por la Iglesia en el número de los beatos, Benedicto XIV, en su célebre obra Sobre la Canonización, dedica largo espacio a la relación de su vida y milagros, tal como lo encontró en el archivo del tribunal de la Rota. 

BERNARDINO LLORCA, S.I.

9 ene 2014

Empieza el nuevo año, Señor, y vuelvo a buscar tu compañía



Empieza el nuevo año, Señor, y vuelvo a buscar tu compañía

Tenemos las alforjas vacías y las vamos a ir llenando de cosas buenas, de cosas santas, de perdones y mucho amor. 
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net


Ya estamos en el mes de enero.

Empieza el nuevo año, Señor, y vuelvo a buscar tu compañía. Hoy es jueves y de nuevo ante Ti, todavía un poco agitada de tanto correr, de tanto ajetreo, de tantos abrazos y felicitaciones,... unos alegres, otros... con las mismas penas y preocupaciones. Ya pasó todo y ahora vamos a empezar la "cuesta de enero".

Ya se fueron las fiestas. Ya se fueron los abrazos, los bailes, el chocar de las copas, los convivios y el jolgorio. Supimos tener la excelancia en esos momentos de gozo. Ahora la excelancia nos tiene que acompañar en el trabajo y en el esfuerzo.

Pero ahora las caras son serias, el entrecejo fruncido, los labios apretados y el andar cansino para subir "la cuesta de enero".
El dinero se gastó y el bolsillo está vacío. Los buenos propósitos...¡cómo cuesta poderlos cumplir! levantarse temprano, no fumar, no comer golosinas, no extralimitarse en la bebida, ser amable, no irritarse por cualquier cosa, estar en paz, no criticar, hacer ejercicio, saludar con una sonrisa al vecino, ser generosos, trabajar con honestidad y buen ánimo, pagar deudas, etcétera, etcétera, y así este mes de enero, serio y formal, se nos antoja un Everest cuya cima es casi inalcanzable. Visto así es normal que esto nos desanime y nos desaliente pero hay que buscarle un truco, algo que nos de ánimo en el desaliento, algo que nos de fuerza para poder alcanzar la meta que nos propusimos. 

Al mirar el horizonte y juntar estos doce meses que nos esperan, si Tu nos das vida, nos sentimos abrumados, es demasiado. 

Es muy dificil, es verdad. Pero si pensamos: Solo por hoy...va a ser más fácil. El hoy, el ahora que es el presente nos da la fuerza que necesitamos. El plazo breve para vencer las tentaciones es más efectivo que la cadena de días en el mismo esfuerzo. Solo por hoy. Solo por este momento, solo en este momento si puedo hacerlo y lo voy a hacer. Así momento tras momento, día tras día.

Y al llegar la noche, en la hora íntima de estar a solas con uno mismo, cuando realmente somos auténticos, repasar nuestro día que termina y hacer un buen balance.

Si en el día caímos, si no tuvimos voluntad suficiente, pedirte Señor perdón y fuerzas para el nuevo día. Y así con el -SOLO POR HOY, el camino se allana, el sendero se endulza y pierde su aridez, nuestros pasos son más seguros y firmes en ese Hoy que será el mañana de días y meses que nos darán la victoria al cabo del año andado.

Empezamos el año con las alforjas vacías y las vamos a ir llenando de cosas buenas, de cosas santas, de perdones, de sonrisas, de ternura, de generosidad, de alegría, de buenos modos, de fe, de ilusiones, de esperanza, de trabajo y de mucho amor. 

Con todo esto iremos caminando por el nuevo año y seguro que siempre, en los días de sol y en los días grises, tal vez de llanto, buscaremos en nuestra alforja y vamos a encontrar todo aquello que será vital para esos momentos y que nos darán la fuerza para ser felices con Tu bendición. 

Invítanos todos los dias a visitarte en la Eucaristía, frente a Ti, de rodillas ante en el Santísimo Sacramento, nuestro camino este año será lleno de alegría y paz.

Santo Evangelio 9 de Enero de 2014



Día litúrgico: 9 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)

Texto del Evangelio (Mc 6,45-52): Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra. 

Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada.


Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)
Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar

Hoy, contemplamos cómo Jesús, después de despedir a los Apóstoles y a la gente, se retira solo a rezar. Toda su vida es un diálogo constante con el Padre, y, con todo, se va a la montaña a rezar. ¿Y nosotros? ¿Cómo rezamos? Frecuentemente llevamos un ritmo de vida atareado, que acaba siendo un obstáculo para el cultivo de la vida espiritual y no nos damos cuenta de que tan necesario es “alimentar” el alma como alimentar el cuerpo. El problema es que, con frecuencia, Dios ocupa un lugar poco relevante en nuestro orden de prioridades. En este caso es muy difícil rezar de verdad. Tampoco se puede decir que se tenga un espíritu de oración cuando solamente imploramos ayuda en los momentos difíciles.

Encontrar tiempo y espacio para la oración pide un requisito previo: el deseo de encuentro con Dios con la conciencia clara de que nada ni nadie lo puede suplantar. Si no hay sed de comunicación con Dios, fácilmente convertimos la oración en un monólogo, porque la utilizamos para intentar solucionar los problemas que nos incomodan. También es fácil que, en los ratos de oración, nos distraigamos porque nuestro corazón y nuestra mente están invadidos constantemente por pensamientos y sentimientos de todo tipo. La oración no es charlatanería, sino una sencilla y sublime cita con el Amor; es relación con Dios: comunicación silenciosa del “yo necesitado” con el “Tú rico y trascendente”. El gusto de la oración es saberse criatura amada ante el Creador.

Oración y vida cristiana van unidas, son inseparables. En este sentido, Orígenes nos dice que «reza sin parar aquel que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos considerar realizable el principio de rezar sin parar». Sí, es necesario rezar sin parar porque las obras que realizamos son fruto de la contemplación; y hechas para su gloria. Hay que actuar siempre desde el diálogo continuo que Jesús nos ofrece, en el sosiego del espíritu. Desde esta cierta pasividad contemplativa veremos que la oración es el respirar del amor. Si no respiramos morimos, si no rezamos expiramos espiritualmente.

Santos Julián y Basilisa, 9 de Enero



9 de enero

Santos Julián y Basilisa
(† ca. 304)


La familia de Julián vivía en la ciudad de Antioquía, durante el siglo IV. El recibió una formación esmerada en la ciencia y en la piedad, dirigida a constituir una continuación de la vida noble de sus antepasados. Lo cual incluía el contraer un matrimonio digno de su rango.

Al insistir sus padres que contraiga desposorios y matrimonio, se le cierran a Julián los caminos de la virginidad que un día había prometido al Señor. Ante esta actitud paterna, Julián pide unos días para deliberar calmadamente una decisión tan seria en la que se ventila la cuestión de seguir a Jesús o desobedecer a sus padres. En este punto dice la leyenda que Julián conoce por revelación del cielo la esposa con la que podrá guardar la anhelada virginidad.

Con un suave olor de flores - y seguimos copiando la leyenda - los novios Julián y Basilisa son arrastrados hacia el amor de la virginidad, apareciéndoseles Nuestro Señor Jesucristo aprobando la determinación de conservarse intactos. Acompañan a Cristo un cortejo interminable de santos y santas vírgenes, entre cuyo desfile grandioso y ante la expectación de los celestes ejércitos ven sus nombres como en un letrero inmenso.

Esta aparición fue para Basilisa y Julián como una jura de bandera, con estruendo de clarines y con sonar de armonías inolvidables. Al poco tiempo mueren los padres de Julián y ambos recién casados se retiran y fundan sendos monasterios.

El sitio donde se apartó Julián era un campo árido; pero allí se reunirían gran cantidad de personas deseosas de recogimiento. El espíritu los lanzaba al desierto, como sucederá en todas las épocas de la historia. Piedra a piedra fueron levantando el edificio donde reposar el cuerpo mientras trabaja la mente en sublimes y divinos pensamientos. La finalidad que estos monjes perseguían al venir en torno a San Julián era imitar a Cristo en su cuaresma, hasta que el hambre mordiese sus entrañas, aun cuando su imaginación les sugiere convertir milagrosamente las piedras en panes, venciendo así al eterno tentador con la irrefutable contestación de que el hombre vive también de las palabras salidas de la boca de Dios.

A escuchar esas conversaciones divinas dichas al oído de las almas se encaminó Julián hasta los desiertos, abandonando el estrépito de las aguas torrenciales, de los bullicios callejeros y huyendo de las gentes, de los pequeños imperios y de las propias glorias tan tremendamente seductoras, consiguiendo subir así al monte alto de los siete círculos. San Julián fue a encontrar el ambiente recogido y ensimismado en un monasterio fabricado con el sudor suyo y de sus infatigables monjes, marchó buscando esa ciudad santa, donde los espíritus no tropiezan contra las piedras con tanta facilidad.

Este apartarse del ruido y del nerviosismo es propio de la actividad desbordante también hoy día. Asombra constatar esta tendencia a vivir como ermitaños en el centro mismo de las ingentes poblaciones, donde cada cual queda aislado, silencioso, leyendo o revisando el semanario gráfico a falta de Evangelio. No podemos negar que somos esencialmente ermitaños y monjes.

Julián. en su monasterio cercano a Antioquía, tuvo personal vigilancia de todos los quehaceres de la comunidad y con este motivo la autoridad del santo abad tendría que abarcar a todos los monjes con cariño y con prudencia, distribuyendo equitativamente las cargas y los duros trabajos entre los componentes del monasterio. Era Julián uno más que realizaba lo de su incumbencia con la misma exactitud con que hacía ejecutar lo que ordenaba, no reprendiendo con encono ni con altanería, sino con frases amables, comprensivas y alentadoras, cargadas de amor, que llegaban hasta lo más profundo del súbdito.

Había en el monje Julián una mezcla de bronco y dulce, de amable y de áspero. Corregía, consolaba, entusiasmaba y admiraba a los monjes a quienes gobernaba con una paz y una tranquilidad tan grande, que parecían estar solos en el más solitario de los desiertos.

Tampoco nos causa asombro que su esposa Basilisa se asociase a otras compañeras en una vida conventual. Dice la leyenda que Basilisa y las demás vírgenes que residían en el monasterio no lejano al de Julián conocieron por revelación divina el tiempo de su muerte. Basilisa, que durante toda su vida había exhortado siempre con su ejemplo y sus palabras a la práctica de la santidad monástica, les pone delante el cielo, superabundante premio de sus mortificaciones, austeridades y renuncias. Y al poco de morir aquellas vírgenes, se aparecen a Basilisa, notificándola la fecha de su muerte; ella se acuerda de la visión primera que tuvo en compañía de Julián mientras eran novios, cuando decidieron consagrar a Dios a perpetuidad su virginidad.

Siguiendo la leyenda, encontramos a Julián, a quien habíamos visto al cargo de una comunidad de monjes a las afueras de Antioquía. Julián da sepultura a Santa Basilisa, cuando todavía reinaba la paz en la ciudad; sobre su cadáver virgen el santo esposo imploró a Dios perpetuo descanso para ella.

En la película titulada "La túnica sagrada" se oye repetir al centurión romano que presenció impertérrito la crucifixión del Señor una frase: "¿Estuviste allí?". Mientras los martillazos de las trirremes que vuelven de Palestina a Roma le recuerdan en su locura cómo clavaron y asesinaron al Mártir primero de la cristiandad en una cálida tarde frente a la populosa Jerusalén, señora del mundo. Aquel vestido sagrado sobre el que echaron suertes a los dados, mientras la sangre púrpura caía sobre la tierra oscurecida, no se le borra de la mente al centurión.

Quisiera preguntar al autor del libro donde leí los datos la vida y martirio de San Julián, si había presenciado el suceso y si había sentido un ramalazo escalofriante al ver a los verdugos y a los cuerpos martirizados, pero me respondió un silencio en la vacía biblioteca.

Sobre Antioquía un día vinieron los conflictos y las persecuciones contra la Iglesia; y todas las saetas y tormentos empezaron a funcionar con furor y saña. A mares eran martirizados los cristianos y los muertos se amontonaban en la tierra antioquena como impasibles escombros.

El presidente de Antioquía, Marciano, ordena apresar y encarcelar a Julián y a los que con él residían en el monasterio apacible.

Pero Julián no se amedrenta y valientemente profesa su fe en la persecución. Innumerables personas mueren quemadas por declararse cristianas. La hoguera estuvo encendida para tronchar y aniquilar las vidas, como siglos más tarde rodeará e iluminará el atormentado rostro de Santa Juana de Arco.

Hay expectación en la gente cuando Marciano increpa con solemnidad a Julián.

-Adora a los dioses.

-No hay más Omnipotente que Dios, el Padre nuestro.

-Obedece los decretos del emperador.

-Jesucristo es mi único Cesar.

-¿Crees en un Crucificado?

-Él tiene escuadrones inmortales.

-Marcharás a la muerte.

-El emperador de Roma también es polvo y en polvo se convertirá.

Dios ayuda a los mártires y coloca en los labios de sus escogidos palabras arrolladoras que confunden y vencen a los tiranos.

- ¿Te ríes de nuestros dioses y de nuestro emperador? Ante los tormentos no habrá bromas ni réplicas.

El presidente Marciano cambia ahora de táctica, cosa frecuente en los hombres astutos que no quieren conocer las derrotas propias.

-Tus padres, Julián, fueron nobles. Te daremos honores.

-Desde el cielo me miran y me alientan a permanecer en mi religión.

-El cristianismo es religión de esclavos y adoran a un crucificado. Los nobles no van a la cruz.

-Mi Dios tiene la nobleza de haber derramado toda la sangre por el bien y la salvación de los hombres.

-Basta, Julián. Que te abran dolorosos y profundos surcos sobre tu carne cristiana.

Durante la flagelación sucede un milagro, ese argumento irrefutable y enorme que tiene Dios para los incrédulos de todos los siglos.

Un verdugo daba demasiado fuerte y araba en el cuerpo de Julián con notorio encono, cuando de un latigazo flagelante le saltó un ojo. El mártir, que no se cura a si mismo y que deja sangrar a sus martirizados miembros, implora el milagro para el mismo verdugo despiadado.

-Que le den una loción.

Se perfuma el ambiente cargado de sangre con un olor como de muchos bálsamos orientales. Después de que Julián con su sangrante brazo hace la señal de la cruz, el sayón recobra el ojo perdido. Pero en los criminales no hay piedad, ni ternura, ni compasión.

La espada no fallará y una cabeza que había siempre pensado en Cristo cae sonando débilmente como testimonio mudo de cristiandad, para un día resucitar con una gloria inmensa por el martirio sufrido.

Las sangres de los mártires riegan las tierras más ásperas, y Julián; con su inmolación cruenta, convierte a Celso, el hijo del presidente Marciano. Ha asistido al juicio, escuchando el fallo de su padre y ha contemplado impávido la ejecución terrible de la absurda sentencia, el milagro y la muerte del santo Julián.

Es el último triunfo terreno del mártir. Celso convertido, bautizado y valiente, muere recibiendo el galardón del martirio.

VALENTÍN SORIA

8 ene 2014

Santo Evangelio 8 de Enero de 2014

Día litúrgico: 8 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)

Texto del Evangelio (Mc 6,34-44): En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».

Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron de los panes y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.


Comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Sant Boi de Llobregat, Barcelona, España)
Porque eran como ovejas que no tienen pastor

Hoy, Jesús nos muestra que Él es sensible a las necesidades de las personas que salen a su encuentro. No puede encontrarse con personas y pasar indiferente ante sus necesidades. El corazón de Jesús se compadece al ver el gran gentío que le seguía «como ovejas que no tienen pastor» (Mc 6,34). El Maestro deja aparte los proyectos previos y se pone a enseñar. ¿Cuántas veces nosotros hemos dejado que la urgencia o la impaciencia manden sobre nuestra conducta? ¿Cuántas veces no hemos querido cambiar de planes para atender necesidades inmediatas e imprevistas? Jesús nos da ejemplo de flexibilidad, de modificar la programación previa y de estar disponible para las personas que le siguen.

El tiempo pasa deprisa. Cuando amas es fácil que el tiempo pase muy deprisa. Y Jesús, que ama mucho, está explicando la doctrina de una manera prolongada. Se hace tarde, los discípulos se lo recuerdan al Maestro y les preocupa que el gentío pueda comer. Entonces Jesús hace una propuesta increíble: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6,37). No solamente le preocupa dar el alimento espiritual con sus enseñanzas, sino también el alimento del cuerpo. Los discípulos ponen dificultades, que son reales, ¡muy reales!: los panes van a costar mucho dinero (cf. Mc 6,37). Ven las dificultades materiales, pero sus ojos todavía no reconocen que quien les habla lo puede todo; les falta más fe.

Jesús no manda hacer una fila de a pie; hace sentar a la gente en grupos. Comunitariamente descansarán y compartirán. Pidió a los discípulos la comida que llevaban: sólo son cinco panes y dos peces. Jesús los toma, invoca la bendición de Dios y los reparte. Una comida tan escasa que servirá para alimentar a miles de hombres y todavía sobrarán doce canastos. Milagro que prefigura el alimento espiritual de la Eucaristía, Pan de vida que se extiende gratuitamente a todos los pueblos de la Tierra para dar vida y vida eterna.

San Severino, Abad, 8 de Enero

8 de enero

San Severino, Abad
(†482)


Al considerar un poco a fondo cada época de la historia, primera consecuencia es de una curiosa humildad: todos los momentos históricos aparecen claves, críticos, decisivos. Objetivamente hay que acabar opinando así pese a que filósofos de la historia de talla actualmente han caído en creer nuestros años como especialmente distintos y de limite. Y es que, así como el individuo se sitúa en el centro de su mundo y su ambiente pequeño y todo interpreta como circunstancia personal, de igual forma cada generación y cada siglo se ha colocado en el centro de dos épocas y ha tenido la petulancia y el egotismo de juzgarse históricamente en el umbral de una nueva edad.

También puede nacer esta postura y opinión de un sentido de responsabilidad loable, de la conciencia de saberse protagonista del rumbo de su tiempo y querer redimir a la humanidad y su historia del pecado original y sus secuelas, constante lastre, constante anticristo frente al que es preciso plantarse. En realidad, todas las épocas fueron cruciales de una manera semejante. Nuestro siglo XX es decisivo para la divinización del mundo como lo fue el XIX - con todas las locuras de sus libertades sin freno-, lo fue el siglo llamado de "las luces" por su laicización general y su cultura antirreligiosa, lo fue el XVII con la universal resquebrajadura de la unidad religiosa europea, y el XVI por el neopaganismo renacentista que afectó a la misma Roma. Los siglos de la Edad Media fueron tan críticos el nacimiento de las naciones que su catalogación mereció el nombre preciso de "Media", de borrón y nueva cuenta. La etapa anterior se llama "Edad de Hierro" de Iglesia, lo que era decir de la humanidad y la cultura por ser todo lo humano y culto prácticamente eclesiástico. Y el derrumbamiento del Imperio latino tuvo iguales categorías de crucial.

Siempre ha sido nuestra Iglesia la conciencia del mundo. Siempre ha llevado ella la responsabilidad y la tarea de educar y dignificar a los hombres, de lavar heridas y levantar otra vez los muros y las instituciones, el idealismo y la espiritualidad de cada momento.

Por eso hablar de la Iglesia es hablar de la continuidad de la obra educadora de la humanidad.

Todo esto nace de la simple consideración del ambiente que rodeó y justificó la figura de San Severino quien, por vivir la inquietud de la Iglesia de su tiempo, puede ser escogido como figura tipo de su época. Entonces anticristo se llamó Atila, como después se llamaría Lutero, Voltaire, más tarde Napoleón, Hitler y Stalin.

El ambiente del santo abad fue bronco, decisivo, de universal naufragio y de anuncio de un nuevo mundo. Si su silueta histórica es de ejemplar, sus coordenadas geográficas también resultan asimismo muestra de la tónica general del momento. El origen de Severino es un misterio; pero más importa su obra que su fuente. A su estío austero y tan poco de este mundo, conviene maravillosamente este pasado en nieblas. Por su trato exquisito, su lenguaje escogido y su cultura hizo sospechar cuna italiana. Con ello seria una vez más Roma la madre de los pueblos.

Severino había llegado hasta la provincia romana del Nórico - entre las actuales Baviera y Hungría - cuando aquella región inhóspita se conmovía trágicamente contra las embestidas en aluvión de los pueblos bárbaros en las últimas resistencias imperiales. Corría el ano 453 a grupas del corcel de Atila, el huno, ya sin jinete al haber muerto entre los coros salvajes de sus hombres que cabalgaron hasta días entre trompas de guerra en torno de su tienda en homenaje póstumo.

Los herederos de Atila se disputaban el reino húngaro y los confines del Danubio ante la temerosa expectativa, de las guarniciones romanas debilitadas por el rigor invernal, Era ésta una de las primeras versiones de la gran defensa del Asia frente a la Europa culta: el hielo. Contrasta con el escenario abigarrado de violencia, la figura de Severino el monje que llevaba una vida pobre. casta, pacífica. los hielos, ni las distancias, ni los peligros de caer en manos de las partidas guerreras incontroladas, pusieron freno a su caridad, que era larga como cruel la barba de los invasores.

El primer campo de su acción fue la ciudad de Astura, en una de las orillas del Danubio. Vivió allí una existencia retirada hasta que se le vio llamando a penitencia a sacerdotes y pueblo. Les habla de la necesidad de mudar de vida como medio de desarmar al Señor en su ira antes de que sufran la invasión que vaticina inminente. Pero fue en vano. Todas las insistencias del Santo siguieron inútiles por lo que, después de señalar a un buen anciano que le hospedó el día y la hora en que se cumplirían sus predicciones, partió para Cumana, plaza fuerte cercana a Astura. Cumana ya había caído en manos bárbaras, pero otros pueblos amenazaban con nuevo sitio y matanza. Por ello también les amonestó al cambio de vida y, cuando empezaban los oyentes a discutir las razones del Santo, un hombre, huido de la destrucción de la vencida Astura, les testimonio del cumplimiento de las palabras de Severino. "Nada de esto hubiera sucedido de haber dado oídos al santo varón que nos lo anunciaba". Y señaló al monje predicador: "Este es el que quiso librarnos".

Se resolvieron a tres días de oración que terminaron la ayuda del cielo por un terremoto que hizo huir a los bárbaros. La fama del Santo corrió y de nuevo encontró motivo en los prodigios que obró en Fabiena que, bloqueada por los hielos la navegación fluvial, perecía de hambre. También con la oración y penitencia logró Severino que fundieran los ríos, y desde la Retia llegaron los navíos salvadores.

La crítica histórica se estrella ante el misterio de esta existencia. Ya sus contemporáneos, concretamente los habitantes de Cumana, deseosos de conocer la naturaleza de su salvador, fracasaron. La única fuente de conocimiento de esta vida pintoresca es la Vita Sancti Severini de discípulo Eugipio. Este escrito tiene toda la candidez suficiente para averiguar un fondo indudable de veracidad y lograr una abundancia de detalles capaces de dibujar en el santo abad una talla de ejemplar de la Iglesia de su siglo.

Era suyo un criterio fundamental sobre las relaciones entre los desastres y la justicia vindicativa de Dios. Sí Atila había dejado nombre y fama de "azote de Dios", azotes divinos sabía ver Severino en todas las calamidades que desde la guerra, llovían sobre los territorios y los hombres de aquel imperio corrompido.

Aunque su vida transcurrió en olor de multitudes, su temperamento era inclinado a la soledad monacal. Para ella fundaba monasterios a su paso sin arraigarse en ninguno de ellos, pero buscando en todos esa vida retirada en Dios. Pese a esta vocación contemplativa, señala Eugipio que "cuanto más ardientemente deseaba darse a la soledad, tantas más revelaciones le movían a no negar su presencia a los pueblos afligidos". Por eso seguía su predicación evangélica por aquellas llanuras heladas, descalzo. ayunando, mientras se hacia respetar por romanos y bárbaros, los que, incluso siendo arrianos, le veneraban como a santo en la más universal acepción.

En campo abierto, predica y sana enfermos. Siempre a cambio de la penitencia que predicaba, de la limosna a los pobres deportados por las huidas en masa que empujaba la guerra, de la confianza en Dios.

Odoacro había hecho del Nórico puente de sus incursiones en las propias tierras de Italia y. cuando se decidió a la aventura definitiva, oyó de labios de Severino una profecía que no había de olvidar jamás: "Hijo mío, pasa a Italia. Si ahora vas vestido de pieles, te verás después en situación de dispensar grandes beneficios a tus semejantes". Este reyezuelo de un pueblo mínimo acabó, en el 476, venciendo las postreras resistencias imperiales y depuesto Rómulo Augústulo, sentándose en el trono de Italia.

El prestigio del Santo crecía y le fue pedido aceptara una silla episcopal. Su reacción reveló de nuevo su ahondado deseo de solitario: "Bastante es haberme privado de la soledad para mezclarme con las multitudes". Y quedó en abad de los dos monasterios que fundó.

La misión de paz. educación y espiritualismo de la Iglesia está siempre alumbrando en la historia figuras como la de Severino. Las comunidades religiosas suelen ser la herencia que estos hombres dejan para extensión y continuidad de su estilo y su labor. Severino fundó dos monasterios de importancia y otros muchos auxiliares. Boetro - la actual Instadt -, Fabiena. También Batavia, a la que arrancó de la rapiña de Giboldo, rey de los alamanos. por quien era extraordinariamente apreciado y de quien logró el canje de prisioneros. En Instadt su fundación persiste en basílica y en ella se conserva la celda del santo abad.

Le pidieron los bátavos que fuera a solicitar del rey Flava de los susos permiso para comerciar. El Santo respondió: "Llega tiempo en que esta ciudad sea un desierto como con otras ha sucedido. ¿Para qué proveer de comercio un lugar en que ningún comerciante podrá comprar ni vender?" La rudeza de la contestación provocó a un sacerdote a increparle diciendo: "Vete, te ruego, vete deprisa y, con tu marcha, descansemos un poco de ayunos y vigilias". Estas palabras levantaron un clamoreo burlesco entre el pueblo en contra de Severino, quien marchó de la ciudad prediciendo el castigo. Poco después Curimundo invadió el lugar y el sacerdote poco amigo de las austeridades murió en el mismo sitio en que pronunciara sus palabras hirientes.

Cuenta Eugipio que en la ciudad de Tulnam había surgido una secta secreta cuyo culto califica de "nefando" el biógrafo. El Santo predicó al pueblo según su costumbre y los sacerdotes hicieron ayuno por tres días. Entonces ordenó Severino repartir cirios por las casas que después llevarían los fieles al templo con ocasión de los divinos oficios. Suplicó allí el hombre de Dios que se mostrara la luz del Espíritu Santo para que fueran descubiertos los herejes, pese al secreto en que se escondían. Después de su oración, la mayor parte de los cirios se encendieron de súbito milagrosamente mientras permanecían apagados los de los inficionados por error. Fue en esta misma ciudad donde hubo de intervenir con ocasión de una desoladora plaga de langosta. Reunió como de costumbre al pueblo para oración y penitencia. Acudió al templo "todo sexo y edad, incluso los que con la voz aún no podían rezar" y, cuando todos estaban entregados a estas prácticas, uno dejó el resto y estuvo en su campo de mies combatiendo la plaga. Sólo después volvió a la iglesia. Su cosecha quedo devorada en medio de la abundante mies de los demás.

Esta rudeza de los medios - rezos, ayunos, penitencias - y de las reacciones justicieras, es nota que colorea la vida de San Severino de un tinte especial un tanto apocalíptico, muy propio del ambiente violento y de límite que trae consigo todo período de guerra y crueldad.

También alumbra un franciscanismo adelantado como ocurrió en Kuntzing, donde el Danubio hacía tremendos destrozos con sus riadas, y su iglesia, edificada extramuros de la ciudad, sufría aún mayor daño. Ordenó Severino grabar la señal de la cruz en el pavimento del templo y habló así al río: "No te deja mi Señor Jesucristo traspasar este signo" Y el Danubio obedeció siempre desde entonces. Sólo una fe evangélica - la que traslada montes y tuerce ríos - es capaz de plantarse ante el caudal turbulento y correr el riesgo de esta orden tan expuesta al fracaso más público. 1

En tanto, Odoacro, ya rey de Italia por la caída del Imperio, no olvidó la profecía que de este triunfo le había hecho el santo abad y, en su memoria, él, arriano, no se contentó con no perseguir a los católicos, sino que los protegió deferentemente. Fue el último homenaje de los pueblos bárbaros al Santo y como el adelanto y primera cosecha de la educación que había de hacer la Iglesia a través de toda la Edad Media, sobre estos pueblos.

Severino, sintiéndose próximo a la muerte, llamo al rey Fleteo y a su hermano Federico de Nórica, que acudieron a Fabiena para recoger el testamento del monje. Veo cercana la muerte, les dijo. por eso os conjuro a que respetéis la hacienda de vuestros súbditos y proveáis los monasterios faltos de mi ayuda a causa de mi muerte."

Desde entonces se entregó a la preparación para el trance y a cuantos le visitaban, les anunciaba día y hora que había conocido por revelación. Llegado el momento, abrazando a los monjes y con el salmo 150 en los labios, murió: "Laudate Dominum in sanctis eius..."

Era el 8 de enero del 482. Los hielos del Danubio echaron de menos desde aquel invierno los pies de Severino evangelizando paz, evangelizando bien.

ENRIQUE INNIESTA COULLANT-VALERA, SCH. P.

7 ene 2014

Santo Evangelio 7 de Enero de 2014

Día litúrgico: 7 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)

Texto del Evangelio (Mt 4,12-17.23-25): En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz». 

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.


Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
El Reino de los cielos está cerca

Hoy, por así decirlo, recomenzamos. El «Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz» (Mt 4,16), nos dice el profeta Isaías, citado en este Evangelio de hoy, y que nos remite al que escuchábamos en Nochebuena. Volvemos a comenzar, tenemos una nueva oportunidad. El tiempo es nuevo, la ocasión lo merece, dejemos —humildemente— que el Padre actúe en nuestra vida.

Hoy comienza el tiempo en que Dios nos da una vez más su tiempo para que lo santifiquemos, para que estemos cerca de Él y hagamos de nuestra vida un servicio de cara a los otros. La Navidad se acaba, lo hará el próximo domingo —si Dios quiere— con la fiesta del Bautismo del Señor, y con ella se da el pistoletazo de salida para el nuevo año, para el tiempo ordinario —tal y como decimos en la liturgia cristiana— para vivir in extenso el misterio de la Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones, de manera infalible, su Gracia salvadora que nos encamina, nuevamente, hacia el Reino del Cielo, el Reino de Dios que Cristo vino a inaugurar entre nosotros, gracias a su acción y compromiso en el seno de nuestra humanidad.

Por esto, nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo».

Ahora es el tiempo favorable. No pensemos que Dios actuaba más antes que ahora, que era más fácil creer cerca de Jesús —físicamente, quiero decir— que ahora que no le vemos tal como es. Los sacramentos de la Iglesia y la oración comunitaria nos otorgan el perdón y la paz y la oportunidad de participar, nuevamente, en la obra de Dios en el mundo, a través de nuestro trabajo, estudio, familia, amigos, diversión o convivencia con los hermanos. ¡Que el Señor, fuente de todo don y de todo bien, nos lo haga posible!

Raimundo de Peñafort, Santo Presbítero Dominico, 7 de enero

Autor: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net 

Raimundo de Peñafort, Santo
Presbítero Dominico, 7 de enero

 Raimundo de Peñafort, Santo
Raimundo de Peñafort, Santo
Presbítero Dominico

Martirologio Romano: San Raimundo de Peñafort, presbítero de la Orden de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy acertado sobre el sacramento de la penitencia. Elegido maestro general de la Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones y, llegado a edad muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España. (1275) 

Etimológicamente: Raimundo = Aquel que es protector o buen consejero, es de origen germánico.

Fecha de canoización: 29 de abril de 1601 por el Papa Clemente VIII.

Cuando Gregorio IX, de quien había sido un precioso colaborador, le comunicó su intención de nombrarlo arzobispo de Tarragona, la consternación de Raimundo de Peñafort fue tal que se enfermó. El humilde y docto sacerdote, que había nacido entre el 1175 y el 1180, había siempre rehusado honores y prestigio, pero no lo había logrado. Rechazando una vida cómoda y alegre (era hijo del noble castellano de Peñafort), se había dedicado desde muy joven a los estudios filosóficos y jurídicos; a los veinte años enseñaba filosofía en Barcelona, y a los treinta años, recién graduado, enseñaba jurisprudencia en Bolonia. El sueldo que obtenía por ello lo gastaba todo en socorrer a los necesitados.

Regresó a Barcelona por invitación de su obispo, quien lo nombró canónigo. Pero cuando los dominicos llegaron a esa ciudad, le invitaron a ingresar en sus filas y Raimundo, abandonándolo todo, entró a la Orden. Dieciséis años después, en 1238, fue nombrado Superior General, cargo que no pudo rehusar. Durante dos años visitó a pie los conventos de la Orden, después reunió el Capítulo general en Bolonia y presentó su renuncia. Así, a los setenta años de edad pudo regresar a la enseñanza y a la pastoral.

Nombrado confesor del rey Santiago de Aragón, no dudó en reprocharle su conducta escandalosa durante la expedición a la isla de Mallorca. Una leyenda cuenta que el rey había prohibido que las embarcaciones se dirigieran hacia España, y entonces, Raimundo, para manifestar su desacuerdo con el soberano, extendió su manta sobre el agua y sobre él navegó hasta Barcelona.

Una de sus obras apostólicas dignas de recordar son las misiones para la conversión de los hebreos y los mahometanos que vivían en España. Según la tradición, se le atribuye el mérito de haber invitado a Santo Tomás de Aquino a escribir la Summa contra Gentiles, para que sus predicadores tuvieran un texto seguro de apologética para las controversias con los herejes e infieles. Él mismo redactó importantes obras de teología moral y de derecho, entre ellas la Summa casuum para la administración correcta y eficaz del sacramento de la penitencia. Murió casi a los cien años, el 6 de enero de 1275 y fue canonizado en 1601.

6 ene 2014

Santo Evangelio 6 de Enero de 2014



Texto del Evangelio (Mt 2,1-12): Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’». 

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». 

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.


Comentario: Rev. D. Joaquim VILLANUEVA i Poll (Barcelona, España)
Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron

Hoy, el profeta Isaías nos anima: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1). Esa luz que había visto el profeta es la estrella que ven los Magos en Oriente, con muchos otros hombres. Los Magos descubren su significado. Los demás la contemplan como algo que les parece admirable, pero que no les afecta. Y, así, no reaccionan. Los Magos se dan cuenta de que, con ella, Dios les envía un mensaje importante por el que vale la pena cargar con las molestias de dejar la comodidad de lo seguro, y arriesgarse a un viaje incierto: la esperanza de encontrar al Rey les lleva a seguir a esa estrella, que habían anunciado los profetas y esperado el pueblo de Israel durante siglos.

Llegan a Jerusalén, la capital de los judíos. Piensan que allí sabrán indicarles el lugar preciso donde ha nacido su Rey. Efectivamente, les dirán: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta» (Mt 2,5). La noticia de la llegada de los Magos y su pregunta se propagaría por toda Jerusalén en poco tiempo: Jerusalén era entonces una ciudad pequeña, y la presencia de los Magos con su séquito debió ser notada por todos sus habitantes, pues «el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén» (Mt 2,3), nos dice el Evangelio.

Jesucristo se cruza en la vida de muchas personas, a quienes no interesa. Un pequeño esfuerzo habría cambiado sus vidas, habrían encontrado al Rey del Gozo y de la Paz. Esto requiere la buena voluntad de buscarle, de movernos, de preguntar sin desanimarnos, como los Magos, de salir de nuestra poltronería, de nuestra rutina, de apreciar el inmenso valor de encontrar a Cristo. Si no le encontramos, no hemos encontrado nada en la vida, porque sólo Él es el Salvador: encontrar a Jesús es encontrar el Camino que nos lleva a conocer la Verdad que nos da la Vida. Y, sin Él, nada de nada vale la pena.

La Epifanía del Señor, 6 de Enero


La Epifanía del Señor


La Iglesia en su liturgia considera la obra de la Redención más en su sentido místico que en su sentido demasiado realístico. Más que el simple hecho histórico, le interesa el sacramento, el misterio. En cierto modo, la Iglesia podría decir con San Pablo: "Si conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos". En el sentido: que ahora vemos la razón y el fin de todas sus obras. ¡Cuántas veces confiesan los mismos evangelistas que mientras vivió Jesús no comprendieron el alcance y significación de sus actos! Y el mismo Cristo dice: "Lo que yo hago no lo comprendes ahora, lo verás después".

En esta concepción de la obra de Cristo es donde encuentran muchos fieles la mayor dificultad para vivir liturgia. Atados a la letra, a la historia, al hecho concreto, quedan desorientados ante las visiones panorámicas, totales, completas de la liturgia. Si la fiesta de Navidad está ya llena de contrastes de la visión total del misterio, pues Aquel mismo que considera en el pesebre, se le aparece llevando sobre sus hombros las insignias del poder; esto se acentúa más en la fiesta de la Epifanía.

Al fin y al cabo el objeto de la fiesta de Navidad, de origen occidental, romano concretamente, es único y claro como su mismo nombre latino: "Nativitas". En cambio, en la Epifanía no sólo el nombre griego de esta fiesta - aparecida en Oriente - es misterioso, sino que su mismo objeto es complejo. No es extraño que si Navidad para muchos no pasa de ser una feliz nochebuena con cánticos al Niño Jesús, Epifanía quede reducida a "la fiesta de los Reyes".

Es una tendencia espontánea de los pueblos activos de Occidente el convertir los misterios en devociones que a veces no expresan más que aspectos muy secundarios de los mismos, pero que hablan más al sentimiento que a la razón.

Con todo, fundamentalmente, Navidad y Epifanía celebran un mismo hecho: el advenimiento de Dios en este mundo; solo que la primera de estas festividades lo celebra sobre todo bajo el punto de vista histórico, y la segunda bajo el punto de vista teológico e ideológico. Cuando, a fines del siglo IV, Roma aceptó la fiesta oriental del 6 de enero y el Oriente la romana del 25 de diciembre, ambas pudieron conservar su propio carácter y se completaron mutuamente.

Epifanía representa el desarrollo completo del misterio de Navidad. "El que aquel día nació de la Virgen - dice San León -, hoy ha sido reconocido por el mundo entero". Dios ha aparecido en el mundo no solamente tomando carne mortal, sino manifestándose a los hombres, mostrando sus obras y su poder, y tomando posesión de su: Pueblo al modo que los antiguos reyes la tomaban solemnemente de sus ciudades. Todo esto ha significado en el decurso del tiempo la palabra epifanía – o más tarde teofanía – y algo de esto se encuentra en la rica liturgia de esta festividad. En la adoración de los Magos han visto todos los Santos Padres la manifestación de Cristo a los paganos y al mundo en general, en el milagro de las Bodas de Caná la manifestación de su poder y en el Bautismo del Jordán, la purificación y toma de posesión de su Iglesia y de cada una de las almas.

Este es el triple misterio de la Epifanía, que resume admirablemente la antífona del Benedictus de la fiesta que, al mismo tiempo, nos hace ver la vida sacramental de la Iglesia: "Hoy la Iglesia se ha unido al Esposo celestial, pues en el Jordán Él la lavó de sus crímenes. Los Magos corren con sus presentes a las nupcias reales y los invitados se regocijan del agua convertida en vino".

En esta antífona se nos presenta la aparición de Dios en el mundo bajo el símbolo nupcial, tan usado en el Antiguo y Nuevo Testamento para expresar la unión de Dios con su pueblo. Yavé es el esposo; el pueblo de Israel, la esposa. Cristo el esposo, y la Iglesia la esposa. La esposa de Yavé fue infiel y, por lo tanto, repudiada por Dios. La esposa de Cristo, lavada de sus iniquidades en el Jordán - bautismo - como reina, sin arruga ni mancilla, avanza con los Magos, que son sus primicias, hacia el convite real que le prepara su esposo, y se sienta a su lado en la mesa, donde se alimenta de su cuerpo y se llena de gozo con el vino de su sangre. Todavía quedaba subrayada esta idea de las nupcias reales en la Eucaristía con el milagro de la multiplicación del pan y de los peces, que durante muchos siglos se conmemoraba asimismo el día de la Epifanía.

¡He aquí la idea de la manifestación de Dios en el mundo en toda su extensión y profundidad! Dios, que como esposo divino sale de los tálamos eternos para darse a conocer a la humanidad con su presencia, con su poder y con su gracia sacramental, con la cual penetra en lo más profundo del alma, a la que se une más íntimamente que el esposo a la esposa, encarnándose en cierto modo en ella. Esta unión y transformación son el último desplegamiento de la gracia de Navidad.

No basta celebrar Navidad con alegría, entusiasmo y fervor. Para sacar todas las consecuencias del misterio, hay que vivirlo en lo más íntimo del corazón, meditándolo, revolviéndolo, como lo hacía María en estos días: "María, nos dice San Lucas, conservaba todas estas palabras, meditándolas en su corazón". Como lo hace la Iglesia, que a medida que va alejándose de la festividad parece descubrir más profundas y nuevas perspectivas de aquel "grande y admirable sacramento" de "aquel maravilloso comercio". Todo lo que va de Navidad a Epifanía no es en la liturgia otra cosa que un engolfarse en el misterio.

Imposible exponer aquí todo el riquísimo oficio de la Epifanía; pero sí que tenemos que comentar brevemente la solemne y grandiosa misa de la fiesta que litúrgicamente es de lo mejor que posee nuestro misal romano. En ella encontramos como estereotipada aquella grandeza, aquella sobriedad y aquel orden y lógica de la antigua Roma, pero envuelto todo ello con el carisma de la unción cristiana.

Reunidos espiritualmente en la Basílica de San Pedro - la basílica de la catolicidad - vemos entrar el Papa con toda la esplendidez de ministros, mientras el coro canta la antífona del Introito, canto hoy verdaderamente de entrada. "He aquí cómo viene el Señor dominador y en su mano están el reino, el poder y el imperio".

¿No hemos clamado durante todo el Adviento con aquel fervoroso e impetuoso "ven, Señor"? "He aquí que viene", se nos dice hoy. Y con la fe: en el Papa que entra en la iglesia de la cristiandad, en el obispo que hace su entrada en la catedral, en el párroco en su parroquia o cualquier sacerdote en su iglesia. recibimos nosotros la visita, la concreta epifanía del Señor para cada uno de nosotros. El salmo entero del Introito, cuyos versículos se cantan al avanzar el sacerdote hacia el altar, nos descubre todo el valor profético de la entrada del Señor en este mundo y en su Iglesia.

Como los Magos por la estrella, así nosotros somos conducidos por la fe hacia Dios. Pero la fe debe terminar en la visión de la magnificencia de Dios en su gloria. Es lo que pide la Colecta. La fe fue la primera aparición de Dios en nuestra alma; la fe es la estrella que nos hace hallar a Cristo en nuestra vida - como se lo hizo hallar a los Magos en la suya - y la fe es la que nos conducirá a su plena posesión en la gloria. He aquí la aparición de Cristo en toda su dimensión que nos hace implorar la Colecta.

Esta magnífica aparición de Dios a la humanidad había sido preparada desde todos los siglos y frecuentemente anunciada por los profetas del Antiguo Testamento. La epístola de hoy es una de las más bellas de estas profecías. Con frases de una fuerza y colorido incomparable, nos describe aquí Isaías la gloria y grandeza de la Jerusalén ideal, que espiritualmente se realizan en la Iglesia. La Iglesia ha considerado esta profecía como un himno a su gracia, a su riqueza y a su gloria. Y por eso durante la Edad Media se cantaba esta epístola con una adornada melodía y su canto era envuelto de un rico ceremonial. Si la epístola nos presenta la profecía, el evangelio nos relata su histórica realización.

Como lazo de unión entre las dos lecturas está el canto del gradual y del aleluya. El gradual de hoy es un eco de la epístola, recoge unas frases características de la misma y las medita cantando. El aleluya, en cambio, anticipa, preparándolo, el evangelio, subrayando la idea principal de la fiesta: aparición y adoración, o luz y dones, que es también lo que expresa en otra palabras el gradual.

En el evangelio de hoy se ve claramente el sentido que la Iglesia da a la lectura de la palabra de Dios en la misa. No se trata solamente de escuchar una historia, una doctrina o una exhortación de labios del Señor. Es decir, el evangelio en la misa no es una lección de exégesis, de dogma o de moral, sino una presencia del Señor, el cual, por el sacramental de su palabra, nos prepara al Sacramento de su cuerpo, donde todo lo leído cobra eficacia y una realidad sobrenatural en nuestras almas. "'No digas - decía San Agustín - bienaventurados los que le vieron, oyeron, tocaron..., pues tú lo ves, lo oyes y tocas en su Evangelio". La lectura del evangelio en la misa es una verdadera epifanía del Señor. Por eso la liturgia envuelve esta lectura con un ceremonial tan Solemne como si acompañara al mismo Señor: ministros, incienso, velas, beso y canto solemne.

Hoy no sólo escucharnos la historia de los Magos como sí fuera la de nuestra vocación, sino que con ellos y como ellos nos arrodillamos para adorar al Señor.

Ellos le adoraron en el pesebre, envuelto en pañales, y nosotros le adoramos en el cielo reinando y cubierto de gloria. Y así damos pleno sentido a su adoración y a la nuestra.

Con toda verdad podemos, por lo tanto, cantar en el Ofertorio que no sólo los reyes de Tarsis y de las islas, y los reyes de Arabia o de Saba presentan dones y ofrendas, sino que todos los reyes de la tierra le adoran y las gentes le sirven. Entre esta multitud cósmica, nuestra adoración cobra una proporción y un sentido insospechado. ¡Qué bello seria expresar esta adoración y consagración ofreciendo hoy los dones al altar! Dones - el pan y el vino del sacrificio que, como dice admirablemente la Secreta de hoy, no son ya oro, incienso o mirra, sino los dones de la Iglesia en los cuales Cristo, juntamente con ella, será ofrecido e inmolado para entregarse luego como alimento de su esposa. He aquí el don perfecto.

El Señor apareció en nuestra carne mortal para transe inmortalizarla. Siempre que recibimos la Eucaristía somos restaurados "con la nueva luz de su inmortalidad", como dice el Prefacio. Gracias a la misa, hoy tendrá una realidad sublime para cada uno de nosotros la Epifanía del Señor; aquí no sólo la celebramos y la meditamos. sino que la vivimos. ¡Qué significación tiene así la antífona de la Comunión: "Hemos visto su estrella en Oriente y venimos con dones a adorar al Señor"!

Nuestro corazón - después de la Sagrada Comunión - es el pesebre y el trono del Señor a la vez, allí hemos de ofrecerle el oro de nuestro amor, el incienso de nuestra adoración y la mirra de nuestra mortificación.

"Viene", "aparece", "hemos visto", "venimos", son las palabras que se repiten en la misa de hoy y que suponen una sublime realidad.

Pero para poder ver esta luz, y darse cuenta de esta realidad, se necesita tener los ojos claros.

Moisés temblaba ante la presencia de Dios. Isaías exclamaba: "¡Ay de mí, Señor, que soy hombre de labios impuros!"

Los misterios del Señor exigen la pureza de nuestro corazón. Sólo así podemos comprenderlos y vivirlos en una perpetua epifanía allá en lo íntimo de nuestra alma purificada por la gracia de Dios.

Este es el fruto que nos hace pedir la Poscomunión de hoy "que purificado nuestro espíritu, tengamos la inteligencia del misterio que celebramos".

¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!

 ADALBERTO M. FRANQUESA, O.S.B.