24 ene 2015

Santo Evangelio 24 Enero 2015



Día litúrgico: Sábado II del tiempo ordinario


Santoral 24 de Enero: San Francisco de Sales, obispo

Texto del Evangelio (Mc 3,20-21): En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Está fuera de sí

Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica” a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.

Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas personas que viven a nuestro lado, que las tenemos a nuestro alcance, son luz para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos en el Papa Juan Pablo II: ¿cuánta gente le siguió, y... al mismo tiempo, cuántos le interpretaban como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?

O a la inversa. Si nos esforzamos por configurarnos con Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.

¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el yo mata al amor».

Es por esto que el beato Juan Pablo II nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza».

San Francisco de Sales, 24 Enero



24 de enero

Modelo de humanismo cristiano 

SAN FRANCISCO DE SALES
Patrono de los periodistas y escritores católicos, obispo y doctor;


El visitante que llega hoy a Annecy queda sobrecogido ante la increíble belleza de la ciudad y del paisaje. Si en lugar de quedarse entre calles sube a la colina en la que está edificado el monasterio de la Visitación, su admiración se acrecienta. Todo es bello: los Alpes nevados; el lago, sereno, terso y bruñido; la ciudad tendida a los pies del viajero; la iglesia y el monasterio. Cuando penetra en el templo ve, a los lados del altar mayor, dos preciosas urnas. Y en ellas los cuerpos de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. Ambos a dos parecen estar dormidos, bajo sus mascarillas de cera admirablemente trabajadas. Se diría que de un momento a otro van a abrir sus ojos y a saludar al visitante.

Pero el Annecy que hoy vemos era menos brillante al comenzar el siglo XVII. Ni los hombres de entonces tenían nuestra moderna sensibilidad por el paisaje, ni el turismo había embellecido tantos rincones, ni las circunstancias históricas eran propicias para aquel rincón de Saboya. San Francisco de Sales escribía en 1606 al papa Paulo V dándole cuenta de su diócesis: Annecy era una villa de su diócesis en la que se habían tenido que refugiar sus obispos hace setenta y un años, como consecuencia de la rebeldía de su propia ciudad episcopal: Ginebra. Esta rebeldía había arrastrado en pos de sí ciento treinta parroquias. Y había producido un sin fin de guerras, de rivalidades, de luchas fratricidas que habían empobrecido la diócesis. Refugiados en Annecy los obispos, habían comenzado una labor de lenta reconquista de la que el mismo San Francisco de Sales había de ser maravilloso artífice.

Aún nos parece verle andando por las callejas de la ciudad, que conservan todavía la misma fisonomía que tuvieron mientras el Santo vivía; nos lo imaginamos entrando en la casita de la galería, o ejercitando las funciones pontificales en la pobre y sencilla iglesia que había venido a sustituir a la magnífica catedral ginebrina; nos lo imaginamos subiendo aquellas montañas, visitando los últimos rincones, atendiendo a las gentes que de todas las partes de la diócesis venían a consultarle. Es cierto que la diócesis era pobre, y se encontraba en desgracia. Por eso precisamente la amaba más San Francisco. Un día que Enrique IV, el rey de Francia, le ofrecía un espléndido obispado, él contestó rotundamente: "Majestad, estoy casado; me he desposado con una pobre mujer y no puedo dejarla por otra más rica". El rey no volvió a insistir. Y San Francisco de Sales murió obispo de Ginebra, con residencia en Annecy.

Había nacido, según modernamente parece demostrado, en 1566. De noble familia, pues su padre, el marqués de Sales, había heredado, por su mujer, el rico señorío de Boisy. En el castillo de Thorens, en que sus padres residían, vio la primera luz y en la iglesia del mismo lugar recibió el bautismo. Su educación fue exquisita: primero en el Colegio de La Roche, después en el de Annecy. A los diez años hace su primera comunión y recibe la confirmación, y desde aquel momento solo desea consagrarse a Dios.

Pero el itinerario iba a ser largo. Prácticamente iba a pasar por gran parte de Europa. Primero, a los trece años, a París, desde 1581 a 1588, para estudiar bajo la dirección de los jesuitas del Colegio de Clermont. Después. tras una visita rápida a su familia, a la Universidad de Padua, en la que obtiene los grados en ambos derechos. Después un rápido viaje por Roma y las principales ciudades de Italoa. Al regresar, en el verano de 1592, Francisco de Sales contaba con una formación humanística, filosófica, teológica y jurídica realmente excepcional. No es extraño que su padre concibiera grandes planes sobre él. Sin embargo. en su espíritu continuaba ardiente el deseo de consagrarse a Dios. El conflicto tenía que producirse.

De acuerdo con su primo Luis se ideó la manera de salvarlo. Obtenido en secreto el nombramiento de preboste del cabildo catedral, la primera de todas las dignidades, el padre cedió por fin. El 18 de septiembre recibía el diaconado. Y el 18 de diciembre de 1593 el sacerdocio. Ya tenemos a Francisco de Sales presidiendo el cabildo, y constituido en sacerdote.

 Lo que sigue resultó increíble para sus contemporáneos. El nuevo canónigo se lanza a ejercitar intensamente los ministerio sacerdotales. Predica con una oratoria sencilla, transparente y llena de unción. Se pasa largas horas en el confesionario. Atiende a los pobres y es el paño de lágrimas de todos los desgraciados de Annecy. Y cuando ya empezaba a extrañar esta conducta se produce un auténtico golpe teatral.

La provincia de Chablais, que formaba parte de la diócesis, había sido arrasada por el protestantismo. La coyuntura política se presentaba relativamente favorable para poder restablecer allí el catolicismo. Pero hacía falta un misionero de talla que acometiera la empresa. Francisco de Sales se ofrece. El obispo acepta. En vano el anciano padre protesta. Juntos los dos primos Francisco y Luis salen, un inolvidable 14 de septiembre de 1594, camino del Chablais a pie, sin criados, y casi sin dinero. El 16 de septiembre entraban en Thonon, sede principal de la herejía, e iniciaban su trabajo. Fueron meses muy duros. Sólo en abril de 1595 se produjeron algunas conversiones. Pero el movimiento general no había de producirse hasta mucho más tarde, en 1598, durante la visita del obispo a la región, que ya pudo considerarse recuperada para el catolicismo.

Fue precisamente en esta época de su vida cuando se produjo el episodio que habría de hacer de San Francisco de Sales el patrono de los periodistas católicos. Los protestantes, movidos unos por el miedo y otros por el respeto humano, no acudían a escuchar la predicación de los misioneros. De esta forma los esfuerzos de éstos se estrellaban ante la imposibilidad de hacerse oír. San Francisco se decidió a cambiar de táctica. Ya que no le oían de viva voz, le leerían. Dicho y hecho: durante el día redactaba unas hojas que por la noche se distribuían a las puertas de las casas. Así tenemos sus célebres Controversias, libro maravilloso, escrito en un estilo punzante y vivo, verdadero modelo de periodismo católico, los descubrimientos de los manuscritos han mostrado hasta qué punto fueron estos escritos, mucho más aún que la versión que anteriormente se conocía, auténticos modelos de estilo atractivo, lleno de movimiento y de color. Y el éxito que se obtuvo en la empresa demostró también el acierto con que había sido concebida: quienes no le oían, lo leyeron y terminaron conviniéndose.

De entonces es también el episodio emocionante de sus visitas a Teodoro de Baza. Jugándose la vida, entra Francisco en Ginebra y conversa durante varias horas con el heresiarca, ya viejo y enfermo. Parece cierto que Teodoro llegó a reconocer la verdad del catolicismo. Estaba, sin embargo, demasiado comprometido para poder romper los lazos que le retenían en el protestantismo. Francisco tuvo la pena de no poder lograr que se hiciera pública su conversión, que tanta resonancia hubiera tenido.

Cuando el obispo de Ginebra, monseñor de Granier, celebró la fiesta de las cuarenta horas en Thonon, y se pasó los días recibiendo abjuraciones, bendiciendo iglesias restauradas y confirmando a sus feligreses recobrados, no pudo menos de pensar que nadie mejor que Francisco de Sales para ser su coadjutor. Así se lo dijo al interesado. Este, sin embargo, estaba lejos de poder pensar en tal cosa. Agotado por el trabajo de aquellos años, hubo de retirarse cinco meses a su casa natal para restablecer su salud quebrantada. Hubo un momento en que todo el mundo creyó que iba a morir. Restablecido contra toda esperanza, partió para Roma. Era noviembre de 1598. El Papa confirmo la elección, en una escena emocionante, en la que hizo el elogio público de su gran sabiduría. De regreso a Annecy el obispo electo continuó predicando, mientras llegaban las bulas y se podía celebrar su consagración.

Pero las cosas habían de complicarse aún más. La diócesis tenía territorios de Saboya, territorios en Suiza y territorios en Francia. Era necesario negociar difíciles asuntos en la corte de París. Y a París, ciudad que tan bien conocía por haber hecho allí sus estudios, volvió Francisco de Sales, desarrollando en los meses que hubo de permanecer un admirable apostolado.

Arreglados los asuntos, de regreso a Annecy, se entera en Lyon de la muerte de monseñor de Granier. Rápidamente se prepara para su consagración. Y el 8 de diciembre de 1603, en la iglesia de Thorens, donde había sido bautizado, recibe, entre maravillas celestiales, la consagración episcopal.

Es admirable la actividad que desplegó como obispo, Siguiendo las huellas de San Carlos Borromeo, a quien toda su vida admiró cordialmente y por quien sintió siempre una devoción apasionada, a pesar de las notabilísimas diferencias de carácter y de manera de concebir el gobierno episcopal que le separaba. San Francisco de Sales se constituye en uno de los más significativos representantes de la maravillosa reforma pastoral que se llevó a cabo en Francia durante el siglo XVII.

Ejemplar en el ejercicio de la catequesis. Lo que comenzó dedicado únicamente a los niños, se hizo pronto el punto de cita de todo Annecy los domingos por la tarde. Las explicaciones sencillas y claras del prelado, atraían a los mayores no menos que a los mismos niños. Fue así un maravilloso obispo catequista. Como supo continuar siendo un inimitable orador sagrado. al que se disputaban las más importantes catedrales de Saboya y Francia para predicar la cuaresma. Como supo ser al mismo tiempo admirable administrador de su diócesis, en la reunión de sínodos diocesanos, en la práctica heroica de la visita pastoral, en la admirable compenetración con su clero. Así como fue también restaurador de no pocas casas religiosas que habían decaído de su primitivo fervor.

Y piénsese que su posición era verdaderamente difícil. Gran parte de su diócesis, infestada por la herejía. rodeaba a Ginebra, la ciudad en que más activamente se había desarrollado el pensamiento protestante. Sus circunstancias políticas eran delicadas, por tener el territorio diocesano dividido en tres soberanías, dos de las cuales, en especial. Francia y Saboya, distaban mucho de estar en relaciones cordiales. Con el pesado fardo de unas estructuras religiosas que, pese al terremoto del protestantismo, no acababan de rendirse a los nuevos tiempos. Es agotador ver las luchas que tuvo para lograr la dotación de sus parroquias por parte de los caballeros de San Mauricio; el tiempo que tuvo que consumir en gestiones diplomáticas en las cortes, en especial en París; las dificultades mismas que le proporcionaban gentes de mentalidad cerrada, que incluso llevaron a denunciarle a Roma como amigo de los protestantes.

Sobrio en la legislación, atiende ante todo y sobre todo a la reforma de las personas a quienes esa legislación se dirige. "Quid leges sine moribus?" "porque ¿para qué valen las leyes sin las costumbres?"

Prueba de esta preocupación suya son sus maravillosos escritos. Alcanza San Francisco de Sales a vivir en una época verdaderamente de oro para la lengua francesa. Y aprovechando esta circunstancia, mediante la utilización de su espléndida formación humanística, nos ha dejado unos escritos que todavía hoy conservan toda su frescura y toda su maravillosa unción.

¿Quién osará decir que su Introducción a la vida devota ha perdido en lo más mínimo su actualidad? Es un libro escrito sin querer, simple reedición, retocada y sistematizada, de las cartas a una señorita que en medio del mundo quería santificarse. Y es, sin embargo, uno de los libros que mayor éxito han tenido en la historia de la literatura mundial. Y, lo que es más aún, de los que más profundamente han marcado una huella en la espiritualidad cristiana. Todo es encantador en él: el lenguaje, las comparaciones, los ejemplos. Hasta la misma disposición, tan moderna, en capítulos breves. Y la tersura en la disposición de las ideas, falta por completo de todo artificio.

Tenemos otras obras maestras que brotaron de su pluma. Así, por ejemplo. el soberbio tratado de teología, modelo acabado de controversia dogmática, digno de quien hoy ostenta el título de Doctor de la Iglesia: el primer titulo del Codex Fabrianus. Tenemos el espléndido Tratado del amor de Dios. Y sobre todo contamos con la maravillosa colección de sus cartas. Escribió sin cansarse, a gentes de toda clase, de cualquier condición y cultura. En ellas brilla de manera maravillosa el celo pastoral, el profundo conocimiento de la psicología humana, la caridad sin limites del Santo.

Pero, como a Santa Teresa, a San Francisco de Sales le podemos conocer no sólo por sus obras, sino también por sus hijas. las religiosas de la Visitación. Es una historia maravillosa. Cuando leemos la Historia de las fundaciones o las Vidas de las primeras madres... nos sentimos transportados a un ambiente poético, limpísimo. lleno de jugosa dulzura, similar al de las florecitas de Asís.

Dios puso en el camino de San Francisco de Sales, de manera impensada, un alma excepcional: Santa Juana de Chantal. Ambos se esforzaron por responder a una necesidad que entonces se sentía vivamente: hacer accesible la vida religiosa a quienes por su salud, su educación o sus compromisos en el mundo no tenían acceso a las formas hasta entonces existentes. Así, sin pretensiones ningunas, con absoluta sencillez, nació el 6 de junio de 1610 la Orden de la Visitación.

Hoy no podemos hacernos idea de la revolución que la nueva Orden supuso en la mentalidad de aquel siglo XVII. A pesar de que, por condescendencia con el arzobispo de Lyon, gran parte del primitivo proyecto de San Francisco no llegara a realizarse, las nuevas religiosas aparecían como algo sorprendente. Su difusión fue rapidísima, y puede decirse que en todas partes eran recibidas con entusiasmo. Por otra parte. al difundirse los escritos de San Francisco y extenderse su devoción, era lógico que por todas partes las reclamaran.

La raíz de esta universal aceptación estaba en la sobrehumana sabiduría y prudencia de que el Santo había dado muestra al redactar las constituciones. No cabe un conocimiento más profundo de la psicología humana en general y de la femenina en concreto. Sin austeridades espectaculares, se logra deshacer por completo la propia voluntad y sumergir el alma en un ambiente de caridad, de amor de Dios, de continua oración y mortificación. Ambiente que no está reflejado sólo en las constituciones, sino también en un precioso libro: los "recreos" o "entretenimientos", deliciosa narración de las charlas que el santo obispo mantenía con sus hijas durante el tiempo de esparcimiento. Allí se muestra el Santo cual era, comentando algunas cosas, aclarando dudas, exhortando a la perfección a sus hijas queridisímas. Pero esto, y la narración de mil anécdotas de aquellos primeros tiempos de la Orden, exigiría un espacio de que no disponemos.

Se aproximaba el final de su vida. Fue necesario volver a París para algunos asuntos diplomáticos en la corte. Como había ocurrido antes, también ahora San Francisco se dedicó de lleno a la predicación. Tuvo, además, el gozo de conocer y tratar íntimamente a San Vicente de Paúl, a quien confió el cuidado espiritual del recién creado monasterio de la Visitación.

De regreso de París, pasa por Turín, se desvía hacia Avignon y por fin llega a Lyon, Allí se detuvo unos días. El de San Esteban, después de haber celebrado la misa, despacha diferentes asuntos y por la tarde preside el recreo de sus hijas, las religiosas de la Visitación. Al terminar, da como conclusión esas sencillas palabras: "No deseéis nada, no rehuséis nada, a ejemplo del Niño Jesús en la cuna". Al día siguiente, fiesta de San Juan, vio que se le nublaba la vista, se confesó, celebró la misa, dio la comunión y se despidió de la superiora: "Adiós, hija mía, os dejo mi espíritu y mí corazón"

Todavía el 28 recibió algunas visitas, Pero ya por la tarde le asaltó la muerte. Y con la mayor sencillez, mientras invocaba a los Santos Inocentes, cuya fiesta se estaba celebrando, rindió su alma pura e inocente a Dios, con la misma calma y serena majestad que habían presidido toda su vida. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y llevaba veinte de episcopado. Era el 28 de diciembre de 1622. El 18 de enero siguiente Annecy obtenía para sí su sagrado cuerpo, y, en efecto, el 28 de enero llegaba a su amadísima catedral. No iba a ser fácil, sin embargo, verle en los altares. Su fama de santidad fue clamorosa desde el primer momento. Santa Juana de Chantal trabajó a fondo por conseguir su beatificación. Sin embargo, defectos procesales, minúsculas rivalidades, envidia por parte de unos, nacionalismo por parte de otros..., mil obstáculos habrían de oponerse a su rápida beatificación. Unos querían que fuera una gloria de Saboya; para otros se trataba de una gloria de Francia. Sólo la tenacidad admirable de una mujer excepcional. Francisca Magdalena de Chaugy, habría de conseguir que, por fin, el 28 de diciembre de 1661, el papa Alejandro VII realizara la beatificación.

Pocos años después, en 1665, se examinaban los milagros en orden a su canonización. Ahora la cosa fue rápidamente. Ese mismo año era canonizado y su fiesta se fijaba el 29 de enero. El 16 de noviembre de 1877 Pío IX, por un breve solemne, confirmaba el decreto de la Congregación de Ritos, confiriendo a San Francisco de Sales el título de Doctor de la Iglesia.

Patrono de la prensa católica, doctor de la Iglesia, es al mismo tiempo protector de una de las obras más florecientes de la Iglesia de Dios: la que otro santo, San Juan Bosco, puso bajo su protección al iniciarla en Turín: la obra que justamente por eso se llamaba salesiana.

En la prensa católica, en la inmensa multitud de instituciones de los salesianos y salesianas, en los monasterios de la Visitación de que está sembrado el mundo entero, San Francisco de Sales continúa viviendo y operando entre nosotros. Y muerto hace siglos, aún nos habla, aconseja y estimula.

 LAMBERTO DE ECHEVERRÍA


San Francisco de Sales obispo y doctor de la Iglesia

(1567-1622) San Francisco de Sales "uno de los más fieles trasuntos del Redentor", era hijo de los marqueses de Sales. Nació en Saboya el año 1567. Se educó en Annecy, en París y en Padua. En 1593 es ordenado sacerdote. Pasa largas horas de oración. "Las almas se ganan con las rodillas", confesaba. Atiende sin prisa al confesionario, predica, asiste a todos los necesitados. Su celo apostólico no tenía fronteras. A él se debe la conversión de más de sesenta mil calvinistas. En 1603 fue consagrado Obispo. Multiplicó su tarea apostólica: catequesis, predicación, Sínodos diocesanos.

Era Obispo titular de Ginebra. Un día Enrique IV, rey de Francia, le ofreció un rico obispado. Francisco contestó: "Me he casado con una mujer pobre. No puedo dejarla por otra mas rica".

Uno de sus más fecundos apostolados fue el de la pluma. "Tratado del Amor de Dios". "El rte de aprovechar nuestras faltas". "Cartas". "Controversias". Y quizá su mejor libro, de perenne actualidad, "Introduccion a la Vida Devota", que comprende una serie de normas para santificarse en el mundo.

Francisco se encontró en su camino con un alma excepcional, San Juana de Chantal. Entre los dos surgió una honda amistad, ejemplo típico de equilibrio afectivo entre dos almas que caminan hacia Dios. Juntos fundaron la Orden de la Visitación, que consiguió pronto óptimos frutos.

Su vida era muy intensa. En París se encontró con Vicente de Paúl, que diría después: "¡Que bueno será Dios, cuando tanta suavidad hay en Francisco!". "Santos son aquellos que guardaron toda la agresividad para si mismos", suele decirse. Eso fue Francisco, exigente consigo mismo, y ejemplo de moderación y de equilibrio para los demás. Es el santo de la dulzura, el apóstol de la amabilidad. "El más dulce de los hombres, y el más amable de los santos", a pesar de su fuerte temperamento. Se cuenta que al hacerle la autopsia, encontraron su hígado endurecido como una piedra, explicable por la violencia que se había hecho aquel hombre de fuerte carácter, que era en el trato todo delicadeza y suavidad. "En los negocios más graves derramaba palabras de afabilidad cordial, oía a todos apaciblemente, siempre dulce y humilde", afirma la Cofundadora, que le conocía bien.

La influencia de San Francisco de Sales en la espiritualidad ha sido enorme. Cuando San Juan Bosco buscó un protector para su familia religiosa lo encontró en él, y por eso su obra se llama Salesiana. Murió el 28 de diciembre de 1622, a la edad de 56 años. Sus restos reposan en Annecy, Francia, en el Monasterio de la Visitación.

* Pidamos por ellos para que siempre tengan respeto a la verdad.

San Francisco de Sales 

Vivamos la “devoción” como un amor afectuoso que impregne toda nuestra vida, haciéndonos disponibles ante Dios.
El “amor” no es exclusivo de místicos, de santos, de penitentes, de religiosos. Es vocación de todos, pues Dios a todos ama y de todos quiere ser amado.

San Francisco de Sales ( 1567-1622) es un santo muy popular.

Lo honran especialmente los periodistas, porque dicen que escribía al filo de los acontecimientos e informaba a los hogares. Lo tienen por maestro quienes desean y se proponen modificar sus actitudes haciéndolas más idóneas al servicio de los demás. 

En la literatura, los franceses lo tienen por uno de sus clásicos. En el gobierno, los ginebrinos lo alaban como a un buen obispo. En la Orden de la Visitación, sus miembros lo reconocen como a su fundador (con Juana de Chantal). Y en la espiritualidad, todos le estamos muy agradecidos por libros tan bellos como el de Introducción a la vida devota. Honrémonos de ser sus hermanos en la fe.

23 ene 2015

Santo Evangelio 23 de Enero 2015



Día litúrgico: Viernes II del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.


Comentario: Rev. D. Llucià POU i Sabater (Granada, España)
Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso

Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.

¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría). 

Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.

San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, 23 Enero



23 de enero

SAN ILDEFONSO
ARZOBISPO DE TOLEDO
(† 667)

 
En el año 657 fallecía el arzobispo de Toledo, San Eugenio. La sede vacante fue muy breve. Toledo tenía un plantel de prelados en el monasterio agaliense. Los ojos del clero, que habían de realizar la elección en connivencia con el monarca, luego de recorrer los posibles candidatos, se fijaron en el famoso cenobio con insistencia; la voz del pueblo repetía incesante un nombre que vino finalmente a confirmbarse, Ildefonso.

Todos le conocían: estatura prócer, andar grave y perfil de asceta eran los rasgos indeleblemente impresos en cuantos acudieron alguna vez a las solemnidades religiosas del monasterio o vieron desfilar, curiosos y emocionados, a los miembros de alguno de los tres últimos concilios.

Frisaba apenas en los cincuenta y cinco años y era tal el torrente de su elocuencia que7 cuando predicaba, parece que el Señor hablaba sirviéndose de su lengua dócil.

Prudente y afable siempre, sabia vindicar con energía los derechos conculcados de la justicia. Se había hecho proverbial entre las gentes la firmeza de su vocación monástica. Educado en la escuela isidoriana, fue al regresar de Sevilla cuando manifestó a sus padres el decidido propósito de abrazar la vida religiosa. Los padres se opusieron al proyecto con tenaz resistencia. Escenas ricas de color urdidas por la leyenda áurea, amiga de las figuras cumbres, matizan de episodios este percance y muchos otros de la biografía ildefonsiana. La historia nos dice tan sólo que, rompiendo al fin con los apegos familiares y las halagüeñas promesas de un porvenir brillante, huyó de la casa solariega; que el padre, airado, le buscó por todas partes y que sus pesquisas resultaron providencialmente infructuosas.

Cuando se vio libre de la persecución paterna corrió a los pies del abad agaliense y le pidió de hinojos el hábito monástico con palabras candorosas que el Beneficiado de Ubeda reconstruye en un castellano balbuciente de romance:

 

Señor por Dios e por la vuestra bondat
façetme porçionero en la vuestra santidat...
La vida deste mundo toda es como un rato...;
si yo non guardare mí alma faré mal recabdo...
e para lo complir vengo vos lo a rogar.
Por Dios, que me querades en ello ayudar.

Convocados a toque de esquilón los monjes. apoyaron unánimes la súplica del postulante y

 

...entonçe muy gososo el abat se levanta
e todos los mayores de la compañía santa
vestiéronle el hábito;
todo el convento esperando el fruto desta bendicha planta
levánronle cantando fasta el mayor altar.

Agridulce fue la despedida del monasterio y de los monjes.. Retazos de una larga experiencia monacal quedaban prendidos en todos los lugares. Abad por luengos años, había pulsado día tras día el ritmo de aquella colmena donde se libaban ansias evangélicas de perfección. Solamente en el cenobio deibiense las monjas por él dotadas se alegraron con goces puros sin mezcla de tristezas.

En el marco refulgente de la basílica catedral se celebró la consagración del nuevo metropolitano el domingo, 26 de noviembre.

Ildefonso supo encontrar en las criaturas el apoyo para lanzarse a las alturas místicas. Es en un libro suyo, Caminando por el desierto, escrito para descubrir a los bautizados la senda que conduce a la soledad interior, donde se pone en contacto con los árboles, las plantas, los montes y las aves, encontrando en este escenario de égloga el simbolismo sobrenatural allí encerrado. Viene a ser su exposición, sin pretenderlo, comentario original a los capítulos del Cantar de los Cantares, cuando el Esposo adentra a la esposa en el interior de la selva tras el recorrido bucólico de los seres de la creación. El Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, puesto en versos sublimes nueve siglos después, tiene el mismo ambiente toledano que inspiró la prosa de Ildefonso, rica en paralelismos y transposiciones:

"Oh yermo bienaventurado a donde no se llega con movimiento de pies sino con los deseos del corazón. No se busca allá la ambición terrena sino la reflexión interior; el alma que allá se encamina no se cansa, porque el viaje no se cubrió con ajetreo agotador de piernas. No se inquiere allí cuándo se logrará el descanso, sino cuándo se llegará a la perfección que lo merezca. Y como el premio es allí lo que en algo se estima, ningún trabajo, por arduo que parezca, se regatea para conseguirlo".

Otros escritos precedieron y siguieron a éste. Acostumbrado a sentir las necesidades de las almas, sus obras son eminentemente prácticas. Bastantes se han perdido o han llegado hasta nosotros desconocidas, pero todavía poseemos como documento precioso de valor incalculable para el conocimiento del episcopologio toledano su continuación a los Varones ilustres de San Isidoro, el Tratado sobre el Bautismo y, amén de algunas cartas, composiciones litúrgicas y varias obras apócrifas que se prestigian con su nombre, nos queda de él, como un regalo, el renombrado opúsculo sobre la Perpetua Virginidad de la Madre de Dios. Pero éste recaba para Sí punto y aparte.

Las letras españolas, desde Gonzalo de Berceo (siglo XIII) hasta el maestro Valdivielso († 1638), pasando por el Beneficiado de Ubeda y el insigne Lope de Vega, han glosado con galana antología la devoción de San Ildefonso a la Virgen Santísima.

Tales elogios no son épicas ficciones, sino realidad viva. La aureola mariana circundó en vida la testa noble del arzobispo y la voz que resonó en la Edad Media proclamándole "capellán y fiel notario" de María se prolongó hasta nosotros transformada en piedra y mármoles, forja y pincel.

Debió cundir muy pronto entre los toledanos la noticia de que la fiesta que en honor de la Virgen promulgara el concilio décimo para el 18 de diciembre, había sido establecida a ruegos y propuesta del entonces todavía abad agaliense. Con facundia arrolladora hizo observar a los Padres conciliares que el 25 de marzo, consagrado a celebrar el misterio de la Encarnación, no podía realzarse con las solemnidades debidas por ocurrir siempre este día dentro del tiempo cuaresmal, cargado de ayes y lutos litúrgicos, o en el ciclo absorbente de la Pascua florida.Convenía, por ende, que, sin que desapareciera tal fecha del calendario eclesiástico, se eligiera otra sin agobios ni precedencias rituales en que dignamente pudiera destacarse misterio tan "celebérrimo y preclaro". Insinuó que tal fecha pudiera ser el día octavo antes de la fiesta de Navidad. a la que igualaría en rango cultual.

El concilio aprobó la propuesta y encargó al mismo ponente de la redacción del oficio de la festividad de Santa María, Madre de Dios, festividad que se celebraría todos los años con gran solemnidad litúrgica el día 18 de diciembre.

Para estas fechas ya tenía San Ildefonso compuesto su opúsculo sobre la Perpetua Virginidad de María, tratado indisolublemente unido al nombre de su autor que, perito en todos los estilos literarios, rompió aquí con cánones y moldes para desahogar su corazón en torrencial explosión de afectos. En él, después de rebatir a los herejes que habían negado el singular privilegio de la Madre de Dios, rinde la victoria arrodillado ante la Reina del cielo:

"Concédeme, Señora, estar siempre unido a Dios y a Ti; servirte a Ti y a tu Hijo, ser el esclavo de tu Señor y tuyo. Suyo, porque es mi creador; tuyo, porque eres la Madre de mi Creador; suyo, porque es el Señor Omnipotente; tuyo, porque eres la sierva del Señor de todo; suyo, por ser Dios; tuyo, por ser tú la Madre de Dios (...) El instrumento de que se sirvió para operar mi redención lo tomó de la sustancia de tu ser; el que fue mi Redentor Hijo tuyo era, porque de tu carne se hizo carne el precio de mi rescate; para sanarme de mis llagas con las suyas, tomó de ti un cuerpo vulnerable (...). Soy, por tanto, tu esclavo, pues tu Hijo es mi Señor y eres Tú mi Señora y yo soy siervo tuyo, pues eres la Madre de mi Creador".

La Virgen, Madre y Señora, premió los afanes de su hijo y siervo. Muy pronto el libro De perpetua Virginitate formó parte de la literatura litúrgica partido en siete lecciones. Hacia el final de su vida hizo el autor una nueva distribución de su escrito en seis fragmentos, coronando la obra con un sermón precioso. Se acercaba la fiesta de la Señora.

La noche clara del 17 de diciembre parecía más que nunca un manto para la Virgen, fúlgidarnente matizado de estrellas. En aquella noche, el monarca y el pueblo fiel asistirían juntamente con el clero a los solemnes maitines de la festividad. Antes de la llegada de Recesvinto se abrió el atrio episcopal y, a la luz tenue de las antorchas, salió el cortejo que, presidido por el metropolitano Ildefonso, se dirigía al templo catedralicio. Chirriaron las llaves al hacerlas girar los ostiarios en las pesadas cerraduras y los clérigos penetran en la basílica. De pronto advierten que les envuelve cierto resplandor celeste; sienten todos un pavor inaudito; las antorchas caídas de las manos trémulas dan contra el suelo dejando una estela de humo denso. Mientras los acompañantes del prelado huían despavoridos, Ildefonso, dueño de sí, empujado por un estimulo interior, sigue animoso hasta el altar; postrado ante él estaba cuando, al elevar los ojos, descubre a la Madre de Dios sentada en su misma cátedra episcopal. Alados coros de ángeles y grupos de vírgenes, distribuidos por el ábside, forman modulando salmos la más espléndida corona de la Reina del cielo. Era este el instante en que los clérigos huidizos, envalentonados con la compañía de otros muchos, tornan al templo en busca del prelado. Tampoco pueden sus ojos resistir la presencia de aquel espectáculo y vuelven a huir. Maternalmente la Virgen María invita a Ildefonso a acercarse a Ella y con palabras, recordadas después con gozo inefable, alaba al siervo bueno y le hace entrega, en prenda de la bendición divina, de una vestidura litúrgica traída de los tesoros del cielo.

Envuelta en el mismo fulgor celeste, escoltada de ángeles y vírgenes, torna a la gloria la Reina del cielo. En el templo a oscuras quedó un lugar sacrosanto, una vestidura celestial y el corazón agradecido del hijo bueno premiado por su Madre.

Todavía hoy, junto a la piedra de la Descensión, que se besa con toda reverencia, una inscripción recuerda la singular visita de María Santísima.

 

Cuando la Reina del cielo
puso sus pies en el suelo,
en esta piedra los puso.

De besarla tened uso
para más vuestro consuelo.

 

No fue éste el único hecho milagroso que los testigos coetáneos transmitieron a las generaciones siguientes. En la vida de Santa Leocadia (9 de diciembre) refiérese también otro que tuvo por escenario la basílica martirial de la santa virgen toledana

Ojos que habían visto las lumbres del cielo no pudieron resistir mucho tiempo eclipses terrenales. El 22 de enero del 667 celebró el monarca los dieciocho años cumplidos de su elevación al trono. Al día siguiente expiró Ildefonso después de haber pontificado en la sede regia nueve años y casi dos meses.

Siguiendo una tradición prelacial toledana, el cadáver del metropolitano Ildefonso recibió sepultura en la basílica de Santa Leocadia. Sobre él, como epitafio, se podía haber puesto aquel elogio, escrito por su primer biógrafo, donde se le recuerda como Sol de España. "antorcha encendida, áncora de la fe".

Allí descansó hasta mediados del siglo VIII, en que para poner a salvo sus restos venerables de la persecución de Abderramán I, los mozárabes los trasladaron a Zamora, donde se conservan.

JUAN FRANCISCO RIVERA RECIO

22 ene 2015

Santo Evangelio 22 de Enero 2015



Día litúrgico: Jueves II del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.


Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)
Le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón

Hoy, todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán, deberíamos recordar el talante de conversión de nuestro propio bautismo. Todos fuimos bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad: formar un solo cuerpo, ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.

En el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de Galilea» y también otra mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8) se acercan al Señor. Y Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción. Esto lo hemos de tener muy presente durante el octavario de oración para la unidad de los cristianos.

Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos hemos dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un largo etcétera de confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de las notas esenciales de la Iglesia: la unidad.

Pero aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La de nuestro obispado, la de nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano. ¿Somos realmente una sola cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo de conversión para los alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos vean cómo se relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).

Recordemos que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que la unión de cada uno con Jesús— se ha de manifestar la unidad de la Asamblea, ya que nos alimentamos del mismo Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que los sacramentos significan, y la gracia que contienen, exigen de nosotros gestos de comunión hacia los otros. Nuestra conversión es a la unidad trinitaria (lo cual es un don que viene de lo alto) y nuestra tarea santificadora no puede obviar los gestos de comunión, de comprensión, de acogida y de perdón hacia los demás.

Beata Laura Vicuña, 22 Enero



22 de Enero

Beata Laura Vicuña


La hija que ofreció la vida por salvar a la madre.

Nació en Santiago de Chile, el 5 de abril de 1891 y murió en Argentina el 22 de enero de 1904, a la edad de sólo 13 años. El Papa Juan Pablo II la beatificó el 3 de septiembre de 1988.

Su padre es un alto militar y jefe político de Chile. Una revolución derroca al gobierno y la familia Vicuña tiene que salir huyendo, desterrados a 500 kilómetros de la capital. Allá muere el papá y la familia queda en la miseria. Laura tiene apenas dos años cuando queda huérfana de padre.

La mamá, con sus dos hijas, Laura y Julia, emprende un larguísimo viaje de ocho meses hacia las pampas de Argentina. Allá encuentra un ganadero brutal y matón, y movida por su gran miseria, la pobre Mercedes se va a vivir con él en unión libre. El hombre se llamaba Manuel Mora.

En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes.

Allí, en clase de religión, al oír que la profesora dice que a Dios le disgustan mucho los que viven en unión libre, sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase de religión, cuando la religiosa empieza a hablar otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. La profesora cambia de tema pero consulta el caso con la hermana directora del colegio: "¿Por qué será que Laura Vicuña se asusta tanto cuando se habla del pecado que es el vivir en unión libre?". La superiora le aconseja: "Vuelva a tratar de ese tema, y si ve que la niña se asusta, cambie de tema". Así lo hace.

Laurita se ha dado cuenta de un gravísimo mal: su madre, el ser que ella más ama en el mundo, después de Dios y la Virgen, su mamá Mercedes, vive en pecado mortal y está en grave peligro de condenación eterna. ¡Es terrible!.

Y Laura hace un plan: ofrecerá su vida a Dios, con tal de que la mamá abandone a ese hombre con el cual vive en pecado. Comunica el plan al confesor, el Padre Crestanello, salesiano. El le dice: "Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto". Pero la niña está resuelta a salvar el alma de la mamá a cualquier costo, y ofrece su vida al Señor Dios, en sacrificio para salvar el alma de la propia madre.

En el colegio es admirada por las demás alumnas como la mejor compañera, la más amable y servicial. Las superioras se quedan maravilladas de su obediencia y del enorme amor que siente por Jesús Sacramentado y por María Auxiliadora.

El día de su primera comunión ofrece su vida en sacrificio a Jesús, y al ser admitida como "Hija de María", consagra su pureza a la Sma. Virgen María.

Va a pasar vacaciones a donde vive su madre. Manuel Mora trata de irrespetarla pero ella no lo permite. Prefiere ser abofeteada y azotada brutalmente por él pero no admite ningún irrespeto a su virtud. Manuel aprende a respetarla.

En una gran inundación que invade el colegio, Laura por salvar la vida de las más pequeñas, pasa largas horas de la noche entre las friísimas aguas sacando niñas en peligro, y adquiere una dolorosa enfermedad en los riñones. Dios empieza a aceptar el sacrificio que le ofreció por salvar el alma de su mamá.

Laura empieza a palidecer y a debilitarse. Siente enorme tristeza al oír de los superiores que no la podrán aceptar como religiosa porque su madre vive en concubinato. Sigue orando por ella. Cae a cama. Dolores intensísimos. Vómitos continuos. Se retuerce del dolor. La vida de Laura se está apagando. "Señor: que yo sufre todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve".

Va a entrar en agonía. La madre se acerca. "Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente". Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?

"¡Ay hija mía! Exclama doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida".

Laura manda llamar al Padre Confesor. "Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre". Madre e hija se abrazan llorando.

Desde aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Siente que ya nada le retiene en esta tierra. La Divina Misericordia ha triunfado en el corazón de su amadísma mamacita. Su misión en este mundo ya está cumplida. Dios la llama al Paraíso.

Recibe la unción de los enfermos y su última comunión. Besa repetidamente el crucifijo. A su amiga que reza junto a su lecho de moribunda le dice: ¡Que contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima!.

Lanza una última mirada a la imagen que está frente a su cama y exclama: "Gracias Jesús, gracias María", y muere dulcemente. Era el 22 de enero de 1904. Iba a cumplir los 13 años.

La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.

Laura Vicuña ha hecho muchos milagros a los que le piden que rece por ellos ante Nuestro Señor. Y el Papa Juan Pablo II la declaró Beata en 1988.

Señor Jesús: Tú que concediste a Laura Vicuña la gracia de ofrecer su vida por la salvación del alma de su propia madre, concédenos también a todos nosotros la gracia de obtener buenas obras, la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.

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San Vicente, diácono y mártir, 22 de Enero



SAN VICENTE DIÁCONO Y MARTIR 
22 DE ENERO DE 2004 


1. Huesca, que conserva una iglesia construida en el sitio de su casa natal, Zaragoza, donde estudió y desarrolló su actividad apostólica y Valencia, teatro de sus atroces tormentos y testigo de su glorioso triunfo, son las tres ciudades españolas que se disputan el honor de ser la cuna de Vicente: El relato de su «pasión» leído en las iglesias, excitó la admiración universal. Algunos años después preguntaba Agustín en la Hipona africana: "¿Qué región, qué provincia del Imperio no celebra la gloria del Diácono Vicente? ¿Quién conocería el nombre de Daciano, si no hubiera leído la pasión del mártir?". (Sermón 276). Los papas San León y San Gregorio celebraron al santo mártir en sus panegíricos, y San Isidoro de Sevilla y San Bernardo, en sus escritos.

2. Su padre cónsul y su madre Enola, natural de Huesca, lo confiaron a San Valero, obispo de Zaragoza, bajo cuya dirección hizo rápidos progresos en la virtud. A los veintidós años, el obispo, que era tartamudo, le eligió diácono y le confió el cuidado de la predicación con lo que Valero, quedó en la penumbra.

3. A principios del siglo I, Diocleciano y Maximiano, los dos emperadores romanos reinantes, juraron exterminar la religión cristiana. Siendo procónsul en España, el griego Daciano, que odiaba el cristianismo, arremetió contra los pastores para amedrentar al rebaño. En Zaragoza mandó prender al obispo y al diácono Vicente, pero no quiso entregarlos al suplicio. «Si no empiezo por quebrantar sus fuerzas con abrumadores trabajos, estoy seguro de mi derrota», pensaba. Les cargó con pesadas cadenas, y ordenó conducirlos a pie hasta Valencia, haciéndoles padecer hambre y sed. En el largo viaje, los soldados les afligieron con toda clase de malos tratos.

4. Vicente era bello y aristócrata: Oriundo de una familia consular de Huesca, es un prototipo del ciudadano aragonés. Vienen a Valencia, colonia romana, por la Via Augusta, extendida siguiendo el Mediterráneo, para ser juzgados por Daciano, encargado de ejecutar los Edictos Imperiales. Antes de entrar en la ciudad, los esbirros quisieron pasar la noche en una posada, dejando a Vicente atado a una columna en el patio. Derribada aquella posada, la columna se conserva aún en la parroquia de Santa Mónica, donde es venerada por los fieles. Ya en Valencia se les encerró en prisión oscura y se les dejó sin comer durante varios días. Cuando juzgó que estaban quebrantados, los mandó llamar, y se extrañó de que estuvieran alegres, sanos y robustos. Desterró al obispo, y al rebelde, que le ultrajaba en público, lo sometió al potro, para que aprendiera a obedecer a los emperadores. Le desnudaron, y las cuerdas y ruedas, rompieron los nervios del mártir; le descoyuntaron sus miembros, y desgarraron sus carnes con uñas y garfios de hierro. Hasta el mismo Daciano se arrojó sobre la víctima, y le azotó cruelmente.

5. El grado supremo de la tortura era el lecho candente. La serenidad de Vicente asombraba a Daciano, quien, hastiado de tanta sangre, mandó devolverlo a la cárcel. Prudencio en su Peristephanon, describe el calabozo oscuro donde, sobre cascos de cerámica y piedras puntiagudas, yace Vicente con los pies hundidos en los cepos. Pero, de pronto, la cárcel se ilumina, el suelo se cubre de flores y el ambiente de perfumes extraños. Se rompen los cepos y las cadenas. Todo es como un retazo de gloria. El prodigio conmueve la ciudad. El cruel torturador, ordena que curen las heridas del mártir valeroso. Y mientras le curan, muere Vicente. Es arrojado al mar en Valencia y según la tradición, rescatado del mar en la playa de Cullera. Y entonces pone en sus labios el Eclesiástico 51,1 la oración de la 1ª lectura: "Me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa. Me salvaste de múltiples peligros". El Señor le ha salvado, pero de otra manera... El es "el grano de trigo, que si cae en tierra y muere, da mucho fruto" Juan 12,24. El tirano, despechado, mandó arrojar a un muladar el cadáver de Vicente para que lo devoraran las alimañas. Un cuervo lo defendió de los buitres y de las fieras. Hay un mosaico en la cripta de la actual parroquia de San Vicente Mártir de Valencia, que es el lugar donde fue tirado, que representa al santo diácono muerto, calzado con cáligas romanas, verdaderamente impresionante. Metido en un odre fue arrojado al mar, atado con una rueda de molino, de donde le viene el sobrenombre de San Vicent de la Roda. Las olas lo devolvieron a la playa, donde lo recogió Ionicia, lo enterró y los fieles cristianos comenzaron a venerarlo. Es representado revestido de dalmática sagrada, con la palma del triunfo en la mano y junto al potro y la rueda de su tortura. Por eso en Valencia se le designacomo San ViÇent de la Roda. Es uno de los tres diáconos primeros que confesaron con su sangre la fe: Esteban en Jerusalén, Lorenzo en Roma, Vicente en Valencia.

6. Las Diócesis más antiguas de la España romana, fueron fundadas o por Apóstoles, o por discípulos de los Apóstoles. No así Valencia, que estaba muy poco evangelizada. Dice Lorenzo Ríber: “La ciudad de Valencia, antigua colonia romana, conservó tenazmente el culto de los dioses". La historia guarda silencio absoluto sobre el anuncio del Evangelio en los tres primeros siglos. El martirio de san Vicente en el año 304, es el primer testimonio cristiano de la Iglesia de Valencia, con lo que el joven diácono viene a ser el padre en la fe de Valencia. Como ocurrió en el resto de Hispania, los primeros cristianos en las actuales tierras valencianas debieron ser militares de paso y comerciantes provenientes del África romana, con la que existía una prolija red de comunicaciones comerciales. Alguno de los primeros evangelizadores conocidos, eran africanos. No podemos asegurar que hubiese una Iglesia constituida en torno a un obispo, como en otras ciudades de Hispania, pero no debieron faltar en una urbe tan bien comunicada como Valentia - situada entre Tarraco y Cartago Nova - actividades de evangelización, de reuniones litúrgicas y catequéticas aunque fueran clandestinas, con la asistencia de algún presbítero local o itinerante. La Valencia cristiana entra definitivamente en la historia con el acontecimiento del martirio del diácono san Vicente a comienzos del siglo IV. Durante los tres primeros siglos de la era cristiana no tenemos datos de vida cristiana no sólo en la ciudad de Valencia y sus alrededores sino también en las otras ciudades del territorio desde la desembocadura del Ebro hasta el sur de la actual provincia de Alicante. No sabemos la forma en que las persecuciones de los emperadores romanos durante los tres primeros siglos afectaron a los cristianos de nuestra región. En la medida de su existencia se darían las confiscaciones de lugares de culto, detenciones de los dirigentes de las Iglesias y de otros cristianos, como en otros lugares. La actividad diaconal de Vicente se desarrolló durante una época relativamente serena y pacífica, pues en 270 el emperador Aurelio restableció la unidad del Imperio, y Diocleciano en 284 le dio una nueva organización, que favorecía el impulso expansivo de la Iglesia. Así se pudo cimentar el cristianismo en las regiones ya más evangelizadas y celebrar el Concilio de Elvira, que manifiesta una cierta madurez de la Iglesia en la Bética, ya en el 300. Después se originó una nueva y más sangrienta persecución, decretada por los emperadores Diocleciano y Maximiano. En 303 se publica el primer edicto imperial en este sentido. Para llevar a cabo los edictos persecutorios, llega a España el prefecto Daciano, que permanece en la Península dos años, ensañándose cruelmente en la población cristiana. Daciano hace su entrada en España por Gerona, encargando allí del cumplimiento de los decretos imperiales al juez Rufino, pasando él a Barcelona y después a Zaragoza. De Zaragoza el Prefecto llevó consigo a Valencia al obispo Valerio ya su diácono Vicente. En el año 304, la ciudad de Valentia es el primer lugar de nuestra región que entra documentalmente en la historia del cristianismo con el martirio del diácono de Caesaraugusta, Zaragoza, Vicente, conducido hasta esta ciudad con su obispo san Valero durante la persecución de Diocleciano. El emperador Diocleciano, a finales del siglo III, promovió una gran reorganización del imperio para hacer frente a los peligros exteriores y a la decadencia interna. Todos los pobladores del imperio teían que adorar al “genio” divino de Roma, impersonado en el Cesar.

7. Al pasar Daciano por Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. El cuerpo de Vicente es desgarrado con uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales ofrecimientos. "Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar: un ser libre, sereno. Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios". Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro incandescente. Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse y bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro y fétido "un lugar más negro que las mismas tinieblas", dice Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles que vienen a consolar al mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de flores, y alegran las tinieblas con sus armonías. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a Cristo.

Daciano manda curar al mártir para someterlo de nuevo a los tormentos. Los cristianos se aprestan a curarlo. Pero apenas colocado en mullido lecho, queda defraudado el tirano, pues el espíritu vencedor de Vicente vuela al paraíso. Era el mes de enero del 304. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al mar. Pero más piadosas las olas, lo devuelven a tierra para proclamar ante el mundo el triunfo de Vicente el Invicto. Su culto se extendió mucho por toda la cristiandad. Dios llamó inmediatamente junto a sí a su testigo, teñido aún con la sangre martirial. Del mismo modo los relatos cuentan que el cuerpo fue preservado en el muladar, salvado de las aguas y recogido por los cristianos en la playa hasta ser depositado en un modesto sepulcro junto a la vía Augusta, desde, como dice la Pasión litúrgica, fue llevado a la Iglesia Madre y puesto bajo el altar que se le había consagrado, el “digno sepulcro” que menciona la misa mozárabe del santo. San Vicente llegó a ser el gran mártir de la Iglesia de occidente, como san Lorenzo lo fue de Roma y en Oriente san Esteban, los tres diáconos. Las homilías de san Agustín predicadas en su fiesta difundieron más todavía su memoria. El martirio de san Vicente fue la semilla de la Iglesia en Valencia; en lugar de temor suscitó admiración, de modo que desde entonces su sepulcro fue el centro de la primera comunidad y, cuando esta se institucionalizó y creció, el mártir se convirtió en el patrono de la misma y su valedor durante los años oscuros de la dominación musulmana.

8. El poeta Prudencio, Aurelio Prudencio Clemente, nacido en Calahorra el año 348 en una familia de la aristocracia hispano-romana, había ejercido el cargo de prefecto en importantes ciudades, hasta que el emperador lo eligió para formar parte de su corte. Compatriota y casi contemporáneo de Vicente, compuso un hermoso poema en el que canta su martirio: Es el Peristéphanon, del cual estoy extrayendo datos y sorbiendo inspiración. Prudencio era hombre de gran cultura, profundo conocedor de los poetas clásicos, y heredero de una poesía latina cristiana, que surgida en el siglo IV, fue elevada por él a su punto culminante. En el siglo VII, San Isidoro de Sevilla, escribirá que puede ser considerado como el príncipe de los poetas cristianos: «Este dulce Prudencio de una boca sin igual, tan grande y tan famoso por sus diversas composiciones poéticas". La más amplia, la dedica a exaltar la figura de los mártires, el Peristéphanon o libro De las coronas, en la que sublima el culto literario de los mártires, amplificado ya en prosa en la literatura cada vez más novelada de las Actas y, sobre todo, de las Pasiones. Prudencio despliega en el Peristépfanon el arte de la narración lírica y dramática teñido de cierto sabor popular, afirma J. Fontaine.

9. En el interrogatorio, entre amenazas y coacciones, Vicente tuvo un gran protagonismo, tomando la palabra por Valerio y confesando valientemente su fe: Hay dentro de mí Otro a quien nada ni nadie pueden dañar; hay un Ser sereno y libre, íntegro y exento de dolor. ¡Eso que tú, con tan afanosa furia te empeñas en destruir, es un vaso frágil, un vaso de barro que el esfuerzo más leve rompería. Esfuérzate, en castigar y en torturar a Aquel que está dentro de mí, que tiene debajo de sus pies tu tiránica insania. A éste, a éste, hostígale; ataca a éste, invicto, invencible, no sujeto a tempestad alguna, y sumiso a sólo Dios!

Admirable fue la fortaleza con que Vicente soportó tan terrible prueba. «Con clara reminiscencia virgiliana, dice Prudencio, que Vicente elevó al cielo los ojos porque las ataduras cautivaban sus manos:

Tenditque in altum luminaria

vincla palma presserant.

De este tormento Vicente salió reforzado, y se le echa luego en un antro lúgubre».

La descripción de la cárcel, hecha por Prudencio, sólo pudo ser descrita por un testigo ocular: Hay en lo más hondo del calabozo un lugar más negro que las mismas tinieblas, cerrado y ahogado por las piedras de una bóveda baja y estrecha. Reina allí una noche eterna, que jamás disipa el astro del día; allí tiene su infierno la prisión horrible. Pero Cristo no abandona a su siervo y se apresura a otorgarle el premio prometido a la paciencia, puesta a prueba en tantos y tan duros combates. «Y en este momento el numen de Prudencio se hincha, como una vela, de un soplo pindárico... "Guirnaldas de ángeles ciñen con su vuelo la tenebrosa mazmorra".

10. Se cumplía la profecía de Cristo: "Os entregarán a los tribunales, y os azotarán". Pero "no os preocupéis de lo que vais a decir, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" Mateo 10,17.

11. Hemos de tener coraje para empezar desde cero y paciencia para aguardar a que el grano germine, y vaya creciendo. A nosotros nos toca sembrar, al Dueño de la mies dar el crecimiento (1 Cor 3,7). Dar valor a estas pequeñas cosas que hoy hacemos, y desechar las tentaciones de ir por caminos de espectacularidad, amar la siembra anónima y monótona, no agradecida, o desagradecida, sabiendo que ahí queda la semilla, portadora de germen vivo de vida nueva.

12. Sobre el cuerpo de Vicente enterrado en el surco, se levanta hoy la frondosa Iglesia Diocesana Valentina, que también está necesitando una nueva evangelización. ¿Quién quiere ser ese grano de trigo que cae, es olvidado, se pudre, pero que dará mucho fruto? Ofrecerse a ser grano es fruto de la gracia, porque a la naturaleza le gusta más cosechar que sembrar. Reza Dámaso, papa español y también poeta: "Vicente, que por tus tormentos nos escuche Cristo".

13. Casi siete siglos han de pasar, para que arraigue y se extienda la devoción al protomártir valenciano Vicente, propagada por los reyes de Aragón, que, desde la reconquista de Valencia se han acogido a su intercesión. Ellos fueron los que demostraron particular interés por la basílica sepulcral del santo ubicada junto a la vía Augusta en los aledaños de la ciudad de Valencia, en torno a la que se formaría un poblado mozárabe, el arrabal de Rayosa, que tenía como núcleo la misma basílica de San Vicente de la Roqueta, iglesia matriz y como catedral de los mozárabes valencianos.

14. En 1172 Alfonso II, que pobló y dio fuero a Teruel, sitió a Valencia, y para levantar el cerco, exigió reservarse bajo su dominio la iglesia de San Vicente. También Pedro II demostró su devoción al santo. Y su hijo, el rey D. Jaime I, heredó e incluso superó, la devoción de sus antecesores hacia aquel joven diácono, venerado en toda la Cristiandad, en la “era de los mártires” de la persecución de Diocleciano. Y cuando el rey preparaba su campaña de cruzada, y en los momentos más álgidos y arriesgados, encomendaba a San Vicente la empresa.

15. San Vicente de la Roqueta fue el primer lugar que ocuparon en 1238 las huestes de Jaime I cuando conquistó Valencia. Llegaban desde el campamento del arrabal de Ruzafa. En su iglesia quedaría luego, pendiente de la bóveda del presbiterio, el histórico estandarte del "penó de la Conquesta”, que ondeó en la torre de Ali Bufat o del Temple, como señal de rendición de la ciudad musulmana, y que permaneció allí hasta que fue trasladado a las Casas Consistoriales.

16. El mismo Jaime 1 proclamó al mártir Vicente “el santo protector de la reconquista de Valencia”, como “Santa Maria”, bajo diversas advocaciones, y en Valencia, Nuestra Señora del Puig, lo era para todos los reinos de España. Existe un documento del 16 de junio de 1263 conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, cuyo texto traducido dice: “Estamos firmemente convencidos de que Nuestro Señor Jesucristo, por las oraciones, especialmente del bienaventurado Vicente, nos entregó la ciudad y todo el reino de Valencia y los libró del poder y de las manos de los paganos.” La gratitud del rey Jaime I a San Vicente permanecería viva y encendida hasta el fin de sus días. Mandó construir una iglesia más grande y junto a ella, un nuevo monasterio y un hospital para pobres y enfermos.

17. Valencia, compartiendo estos sentimientos de gratitud, aclamó a San Vicente como a su principal patrón. Y los magistrados de la Ciudad acordaron que el 9 de octubre de 1338, festa de Sant Donís, se celebrase el primer centenario de la Conquista con una processó general, la cual partirá de la Seu e irá a la esglesya del benaventurat mártir San Vicent per fer laors y gracies de la dita victoria. Al acercarnos a hacer hoy la Eucaristía en la solemnidad de San Vicente Mártir, pidamos al Señor que nos haga como él vencedores valientes en el combate. En la Catedral de Valencia se conserva al culto el brazo izquierdo del protomártir, regalado por Pietro Zampieri, de la diócesis de Pádua (Venecia), el 22 de enero de 1970.

18. Centenario de San Vicente Mártir. La Santa Sede declaradó 2003 año santo en Valencia por la celebración de los 1.700 años de su martirio, que termina hoy, 22 de enero de 2004. Es patrón de Valencia, Zaragoza y otras ciudades de España y Portugal, y se le representa con una cruz, un cuervo y una parrilla. Se ha podido obtener indulgencia en la Catedral de Valencia, la parroquia de Cristo Rey, también en Valencia, donde fue inicialmente sepultado; las dos capillas conocidas como «las cárceles de San Vicente», en la calle del mismo nombre y en la plaza de la Almoina; y la iglesia de los Santos Juanes de Cullera.

19. Vicente, se nuestro intercesor ante el trono de la gracia. Haz descender sobre esta asamblea reunida para honrar tu memoria, tu protección con una lluvia de celestiales bendiciones.

20. La autenticidad de sus virtudes, vividas heroicamente en la sencillez de su vida ordinaria, quedó sancionada por su sangre derramada. Y la Iglesia correspondió a su eminente servicialidad con el homenaje de su rápido culto: San León Magno en Roma, San Ambrosio en Milán, San Isidoro en Sevilla y San Agustín en África son testigos de la amplia difusión de su fama. Tres basílicas dedicadas a su culto en la Roma medieval atestiguan la popularidad de su nombre. Es también uno de los pocos mártires mencionados en el Calendario de Polemio Silvio. Por su parte el Liber Sacramentorum contiene una Misa en su honor. Su imagen, en actitud orante, con una gran tonsura, y revestido de la pérula, aparece en un fresco del siglo VI-VII en el cementerio de Ponciano, en Roma. Es honrado especialmente en Zaragoza, en Salona, Sagunto y Tolosa. Reliquias suyas se veneran en Carmona de Sevilla y en algunas ciudades de África. Vicente, el Vencedor, es uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con Lorenzo y Esteban - Corona, Laurel y Victoria - forma el más insigne triunvirato. Cubierto con la dalmática sagrada, ostenta en sus manos la palma de los mártires invictos, Vicente.

JESÚS MARTÍ BALLESTER

21 ene 2015

Poder olvidar, don de Dios



Poder olvidar, don de Dios

¡Dejar el pasado totalmente enterrado! Y viviendo la alegría de los hijos de Dios que se saben perdonados, y acogidos.

Autor: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Mientras miraba una pequeña herida que me hice hace pocos días en mi mano, observaba como el daño en mi piel iba hora a hora desapareciendo, borrándose. Las células de a poco se iban regenerando para dejar mi piel exactamente como era antes del corte. ¿Acaso alguien puede dudar de la existencia de Dios, al observar como se suelda un hueso quebrado, o se cicatriza una herida?. Los médicos, testigos cotidianos de tantos milagros de sanación, debieran ser los primeros evangelizadores, como lo fue San Lucas. ¿Qué extraña fuerza interior puede producir la recomposición de las fibras, la regeneración de lo lastimado, si no es Dios?.

Hoy, meditando con inmenso dolor en muchas cosas no muy buenas que he hecho en mi pasado, he pensado que el poder olvidar es también un Don de Dios, es el equivalente a la cicatrización de las heridas. Es una forma que El nos concede de sanarnos interiormente, para poder seguir viviendo pese a los golpes que sufrimos en el transcurso de los años. Cuando el dolor o la culpa nos arrasan el alma, castigando nuestra mente con recuerdos dolorosos, sentimos una conmoción interior, una necesidad de apretar los dientes, una sacudida que nos dice, nos grita, ¡qué me ha pasado, qué he hecho!. Cuando estas arremetidas del pasado asaltan mi alma, suelo gritarle al Señor en mi interior: ¡piedad, Hijo de David!. Una y otra vez, le pido piedad a Jesús. Siento que estoy a la vera del camino de la vieja Palestina, mientras mi Señor pasa junto a mí, y le grito otra vez, ¡piedad, Hijo de David!. Sé que el dolor es parte de la sanación, pero cuando el Señor nos ha perdonado los pecados en el Sacramento de la Confesión, ¡El si que los ha olvidado!.

Cómo nos cuesta entender y creer que Jesús realmente perdona y olvida nuestros pecados. Solemos confesar una y otra vez el mismo pecado cometido años atrás, demostrando falta de fe en nuestro Dios, que ya ha dado vuelta la página y nos ha lavado con el agua de Su Misericordia. Sin embargo, nosotros, seguimos volviendo a sentir esa espada que atraviesa nuestro corazón con ese recuerdo. Es en ese momento que debemos pedirle a Dios el Don de olvidar, de dejar atrás esa mancha oscura de nuestra alma, borrarla totalmente. Que hermoso es conocer gente que tiene ese Don, esa capacidad de levantarse pese a las más profundas caídas, y puede mirar una vez más el futuro con optimismo y esperanza. ¡Dejando el pasado totalmente enterrado detrás de sí!. Y viviendo la alegría de los hijos de Dios, que se saben perdonados, y acogidos nuevamente en los brazos amorosos de María, nuestra Madre Misericordiosa.

El Señor nos ha dado todo lo que somos, ha impregnado nuestra naturaleza humana de dones, herramientas que debemos llevar por la vida como sostén de nuestro cuerpo y alma. El poder olvidar, dar vuelta la página de las etapas más dolorosas de nuestra vida, es también una herramienta que El nos concede. El poder olvidar es abrir las puertas a la cicatrización de las heridas del pasado, aceptando con fe, esperanza y alegría el perdón de nuestro Buen Dios.

Jesús, como el Gran Médico de las almas, quiere que vivamos de cara al futuro, con esperanza, confiados en Su perdón, felices de tenerlo como Dios y Amigo. Sé que tienes dolores, que los recuerdos te asaltan como un ladrón en la noche, cuando menos los esperas. Que quisieras volver al pasado, y cambiar tu historia. No quisiste vivir tanto dolor, es demasiado fuerte para poder soportarlo. ¡Pero se ha ido!. Mira la luz, mira el día, mira a la Madre de Jesús que te invita a amarla, que te ofrece sus brazos amorosos para cobijarte, para tenerte allí, junto a Ella, como lo hizo Jesús. ¿Acaso no te ha perdonado tu Dios?. Da vuelta la página, ilumina tu rostro con una hermosa sonrisa, para que Jesús pueda mirarte, sonreír, y decirte:

¡Abrázame, dame tu amor, tu amistad, tu afecto, deseo tenerte en Mi, porque te quiero feliz de saber que te amo!

Santo Evangelio 21 de Enero 2015



Día litúrgico: Miércoles II del tiempo ordinario

Santoral 21 de Enero: San Fructuoso, obispo y mártir, y santos Augurio y Eulogio, diáconos y mártires
Texto del Evangelio (Mc 3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.


Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?

Hoy, Jesús nos enseña que hay que obrar el bien en todo tiempo: no hay un tiempo para hacer el bien y otro para descuidar el amor a los demás. El amor que nos viene de Dios nos conduce a la Ley suprema, que nos dejó Jesús en el mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo mismo os he amado» (Jn 13,34). Jesús no deroga ni critica la Ley de Moisés, ya que Él mismo cumple sus preceptos y acude a la sinagoga el sábado; lo que Jesús critica es la interpretación estrecha de la Ley que han hecho los maestros y los fariseos, una interpretación que deja poco lugar a la misericordia.

Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2). Al mismo tiempo que podemos ver la acción de la gracia, constatamos la dureza del corazón de unos hombres orgullosos que creen tener la verdad de su parte. ¿Experimentaron alegría los fariseos al ver aquel pobre hombre con la salud restablecida? No, todo lo contrario, se obcecaron todavía más, hasta el punto de ir a hacer tratos con los herodianos —sus enemigos naturales— para mirar de perder a Jesús, ¡curiosa alianza!

Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo.