26 may 2018

Santo Evangelio 26 de mayo 2018



Día litúrgico: Sábado VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,13-16): En aquel tiempo, algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.


«Dejad que los niños vengan a mí»

Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera 
(Badalona, Barcelona, España)

Hoy, los niños son noticia. Más que nunca, los niños tienen mucho que decir, a pesar de que la palabra “niño” significa “el que no habla”. Lo vemos en los medios tecnológicos: ellos son capaces de ponerlos en marcha, de usarlos e, incluso, de enseñar a los adultos su correcta utilización. Ya decía un articulista que, «a pesar de que los niños no hablan, no es signo de que no piensen».

En el fragmento del Evangelio de Marcos encontramos varias consideraciones. «Algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13). Pero el Señor, a quien en el Evangelio leído en los últimos días le hemos visto hacerse todo para todos, con mayor motivo se hace con los niños. Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘No se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).

La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado. ¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño? Todo el mundo tiene derecho a acercarse a Jesús; el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).

Pero notemos que, al acoger a los más necesitados, los primeros beneficiados somos nosotros mismos. Por esto, el Maestro advierte: «Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Y, correspondiendo al talante sencillo y abierto de los niños, Él los «abrazaba (...), y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10,16).

Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien es como un niño —como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que todo es don, todo es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y contemplar con “silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...). Aquel que posee la palabra de Jesús puede también, de verdad, escuchar el silencio de Jesús».

Salmo 98 Santo es el Señor, nuestro Dios

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Salmo 98

Santo es el Señor, nuestro Dios


El Señor reina, tiemblen las naciones; 
sentado sobre querubines, vacile la tierra. 

El Señor es grande en Sión, 
encumbrado sobre todos los pueblos. 
Reconozcan tu nombre, grande y terrible: 
él es santo. 

Reinas con poder y amas la justicia, 
tú has establecido la rectitud; 
tú administras la justicia y el derecho, 
tú actúas en Jacob. 

Ensalzad al Señor, Dios nuestro, 
postraos ante el estrado de sus pies: 
él es santo. 

Moisés y a Aarón con sus sacerdotes, 
Samuel con los que invocan su nombre, 
invocaban al Señor, y él respondía. 
Dios les hablaba desde la columna de nube; 
oyeron sus mandatos y la ley que les dió. 

Señor, Dios nuestro, tú les respondías, 
tú eras para ellos un Dios de perdón, 
y un Dios vengador de sus maldades. 

Ensalzad al Señor, Dios nuestro, 
postraos ante su monte santo: 
santo es el Señor, nuestro Dios.

25 may 2018

Santo Evangelio 25 de mayo 2018



Día litúrgico: Viernes VII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mc 10,1-12): En aquel tiempo, Jesús, levantándose de allí, va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde Él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre». 

Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».


«Como acostumbraba, les enseñaba»

Rev. D. Miquel VENQUE i To 
(Barcelona, España)

Hoy, Señor, quisiera hacer un rato de oración para agradecerte tu enseñanza. Tú enseñabas con autoridad y lo hacías siempre que te dejábamos, aprovechabas todas las ocasiones: ¡claro!, lo entiendo, Señor, tu misión básica era transmitir la Palabra del Padre. Y lo hiciste.

—Hoy, “colgado” en Internet te digo: Háblame, que quiero hacer un rato de oración como fiel discípulo. Primero, quisiera pedirte capacidad para aprender lo que enseñas y, segundo, saber enseñarlo. Reconozco que es muy fácil caer en el error de hacerte decir cosas que Tú no has dicho y, con osadía malévola, intento que Tú digas aquello que a mí me gusta. Reconozco que quizá soy más duro de corazón que aquellos oyentes.

—Yo conozco tu Evangelio, el Magisterio de la Iglesia, el Catecismo, y recuerdo aquellas palabras del Papa san Juan Pablo II en la Carta a las Familias: «El proyecto del utilitarismo asentado en una libertad orientada según el sentido individualista, es decir, una libertad vacía de responsabilidad, es el constitutivo de la antítesis del amor». Señor, rompe mi corazón deseoso de felicidad utilitarista y hazme entrar dentro de tu verdad divina, que tanto necesito.

—En este lugar de mirada, como desde la cima de la cordillera, comprendo que Tú digas que el amor matrimonial es definitivo, que el adulterio —además de ser pecado como toda ofensa grave hecha a ti, que eres el Señor de la Vida y del Amor— es un camino errado hacia la felicidad: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla» (Mc 10,11). 

—Recuerdo a un joven que decía: «Mossèn el pecado promete mucho, no da nada y lo roba todo». Que te entienda, buen Jesús, y que lo sepa explicar: Aquello que Tú has unido, el hombre no lo puede separar (cf. Mc 10,9). Fuera de aquí, fuera de tus caminos, no encontraré la auténtica felicidad. ¡Jesús, enséñame de nuevo!

Gracias, Jesús, soy duro de corazón, pero sé que tienes razón.

Salmo 97 El Señor juez vencedor

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Salmo 97

El Señor juez vencedor


Cantad al Señor un cántico nuevo, 
porque ha hecho maravillas: 
su diestra le ha dado la victoria, 
su santo brazo. 

El ha Señor da a conocer su victoria, 
revela a las naciones su justicia: 
se acordó de su misericordia y su fidelidad 
en favor de la casa de Israel. 

Los confines de la tierra han contemplado 
la victoria de nuestro Dios. 
Aclama al Señor, tierra entera; 
gritad, vitoread, tocad: 

tañed la cítara para el Señor, 
suenen los instrumentos: 
con clarines y al son de trompetas, 
aclamad al Rey y Señor. 

Retumbe el mar y cuanto contiene, 
la tierra y cuantos la habitan; 
aplaudan los ríos, aclamen los montes 
al Señor, que llega para regir la tierra. 

Regirá el orbe con justicia 
y los pueblos con rectitud.

24 may 2018

Santo Evangelio 24 de mayo 2018



Día litúrgico: Jueves VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,41-50): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros».


«Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa»

Rev. D. Xavier PARÉS i Saltor 
(La Seu d'Urgell, Lleida, España)

Hoy, el Evangelio proclamado se hace un poco difícil de entender debido a la dureza de las palabras de Jesús: «Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela (...). Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo» (Mc 9,43.47). Es que Jesús es muy exigente con aquellos que somos sus seguidores. Sencillamente, Jesús nos quiere decir que hemos de saber renunciar a las cosas que nos hacen daño, aunque sean cosas que nos gusten mucho, pero que pueden ser motivo de pecado y de vicio. San Gregorio dejará escrito «que no hemos de desear las cosas que sólo satisfacen las necesidades materiales y pecaminosas». Jesús exige radicalidad. En otro lugar del Evangelio también dice: «El que quiera ganar la vida, la perderá, pero el que la pierda por Mí, la ganará» (Mt 10,39).

Por otro lado, esta exigencia de Jesús quiere ser una exigencia de amor y de crecimiento. No quedaremos sin su recompensa. Lo que dará sentido a nuestras cosas ha de ser siempre el amor: hemos de llegar a saber dar un vaso de agua a quien lo necesita, y no por ningún interés personal, sino por amor. Tenemos que descubrir a Jesucristo en los más necesitados y pobres. Jesús sólo denuncia severamente y condena a los que hacen el mal y escandalizan, a los que alejan a los más pequeños del bien y de la gracia de Dios.

Finalmente, todos hemos de pasar la prueba de fuego. Es el fuego de la caridad y del amor que nos purifica de nuestros pecados, para poder ser la sal que da el buen gusto del amor, del servicio y de la caridad. En la oración y en la Eucaristía es donde los cristianos encontramos la fuerza de la fe y del buen gusto de la sal de Cristo. ¡No quedaremos sin recompensa!

Salmo 96 Gloria del Señor, rey de justicia

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Salmo 96

Gloria del Señor, rey de justicia


El Señor reina, la tierra goza, 
se alegran las islas innumerables. 
Tiniebla y nube lo rodea, 
justicia y derecho sostienen su trono. 

Delante de él avanza el fuego, 
abrasando en torno a los enemigos; 
sus relámpagos deslumbran el orbe, 
y, viéndolos, la tierra se estremece. 

Los montes se derriten como cera 
ante el dueño de toda la tierra; 
los cielos pregonan su justicia, 
y todos los pueblos contemplan su gloria. 

Los que adoran estatuas se sonrojan, 
los que ponen su orgullo en los ídolos; 
ante él se postran todos los dioses. 

Lo oye Sión, y se alegra, 
se regocijan las ciudades de Judá 
por tus sentencias, Señor; 

porque Tú eres, Señor, 
altísimo sobre toda la tierra, 
encumbrado sobre todos los dioses. 

El Señor ama al que aborrece el mal, 
protege la vida de sus fieles 
y los libra de los malvados. 

Amanece la luz para el justo, 
y la alegría para los rectos de corazón. 
Alegraos, justos, con el Señor, 
celebrad su santo nombre.

23 may 2018

Santo Evangelio 23 de mayo 2018



Día litúrgico: Miércoles VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,38-40): En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros».


«El que no está contra nosotros, está por nosotros»


Rev. D. David CODINA i Pérez 
(Puigcerdà, Gerona, España)

Hoy escuchamos una recriminación al apóstol Juan, que ve a gente obrar el bien en el nombre de Cristo sin formar parte del grupo de sus discípulos: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo porque no viene con nosotros» (Mc 9,38). Jesús nos da la mirada adecuada que hemos de tener ante estas personas: acogerlas y ensanchar nuestras miras, con humildad respecto a nosotros mismos, compartiendo siempre un mismo nexo de comunión, una misma fe, una misma orientación, es decir, caminar juntos hacia la perfección del amor a Dios y al prójimo. 

Esta manera de vivir nuestra vocación de “Iglesia” nos invita a revisar con paz y seriedad la coherencia con que vivimos esta apertura de Jesucristo. Mientras haya “otros” que nos “molesten” porque hacen lo mismo que nosotros, esto es un claro indicio de que todavía el amor de Cristo no nos impregna en toda su profundidad, y nos pedirá la “humildad” de aceptar que no agotamos “toda la sabiduría y el amor de Dios”. En definitiva, aceptar que somos aquellos que Cristo escoge para anunciar a todos cómo la humildad es el camino para acercarnos a Dios.

Jesús obró así desde su Encarnación, cuando nos acerca al máximo la majestad de Dios en la pequeñez de los pobres. Dice san Juan Crisóstomo: «Cristo no se contentó con padecer la cruz y la muerte, sino que quiso también hacerse pobre y peregrino, ir errante y desnudo, quiso ser arrojado en la cárcel y sufrir las debilidades, para lograr de ti la conversión». Si Cristo no dejó pasar oportunidad alguna para que vivamos el amor con los demás, tampoco dejemos pasar la ocasión de aceptar al que es diferente a nosotros en la manera de vivir su vocación a formar parte de la Iglesia, porque «el que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40).

Salmo 95 El Señor, rey y juez del mundo

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Salmo 95

El Señor, rey y juez del mundo



Cantad al Señor un cántico nuevo, 
cantad al Señor, toda la tierra; 
cantad al Señor, bendecid su nombre, 
proclamad día tras día su victoria. 

Contad a los pueblos su gloria, 
sus maravillas a todas las naciones; 
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, 
más temible que todos los dioses. 

Pues los dioses de los gentiles son apariencia, 
mientras que el Señor ha hecho el cielo; 
honor y majestad lo preceden, 
fuerza y esplendor están en su templo. 

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, 
aclamad la gloria y el poder del Señor, 
aclamad la gloria del nombre del Señor, 
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. 

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, 
tiemble en su presencia la tierra toda; 
decid a los pueblos: "el Señor es rey, 
él afianzó el orbe, y no se moverá; 
él gobierna a los pueblos rectamente". 

Alégrese el cielo, goce la tierra, 
retumbe el mar y cuanto lo llena; 
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, 
aclamen los árboles del bosque, 

delante del Señor, que ya llega, 
ya llega a regir la tierra: 
regirá el orbe con justicia 
y los pueblos con fidelidad.

22 may 2018

Santo Evangelio 22 de mayo 2018




Día litúrgico: Martes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. 

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».


«El Hijo del hombre será entregado»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que «le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.

Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando. 

Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.

Salmo 94 Venid, aclamemos al Señor

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Salmo 94

Venid, aclamemos al Señor



Venid, aclamemos al Señor, 
demos vítores a la Roca que nos salva; 
entremos a su presencia dándole gracias, 
aclamándolo con cantos. 

Porque el Señor es un Dios grande, 
soberano de todos los dioses: 
tiene en su mano las simas de la tierra, 
son suyas las cumbres de los montes; 
suyo es el mar, porque El lo hizo, 
la tierra firme que modelaron sus manos. 

Entrad, postrémonos por tierra, 
bendiciendo al Señor, creador nuestro. 
Porque El es nuestro Dios, 
y nosotros su pueblo, 
el rebaño que El guía. 

Ojalá escuchéis hoy su voz: 
"No endurezcáis el corazón como en Meribá, 
como el día de Masá en el desierto; 
cuando vuestros padres me pusieron a prueba 
y me tentaron, aunque habían visto mis obras. 

Durante cuarenta años 
aquella generación me asqueó, y dije: 
"Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino; 
por eso he jurado en mi cólera 
que no entrarán en mi descanso"


21 may 2018

Santo Evangelio 21 de mayo 2018



Día litúrgico: Lunes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido». 

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!». 

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».


«¡Creo, ayuda a mi poca fe!»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).

¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!

«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).

La oración es el diálogo “intimista” con Dios. San Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.

Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!

Salmo 93 Invocación a la justicia de Dios contra los opresores

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Salmo 93

Invocación a la justicia de Dios contra los opresores


Dios de la venganza, Señor, 
Dios de la venganza, resplandece. 
Levántate, juzga la tierra, 
paga su merecido a los soberbios. 

¿Hasta cuándo, Señor, los culpables, 
hasta cuando triunfarán los culpables? 
Discursean profiriendo insolencias, 
se jactan los malhechores; 

trituran, Señor, a tu pueblo, 
oprimen a tu heredad; 
asesinan a viudas y forasteros, 
degüellan a los huérfanos, 
y comentan: "Dios no lo ve, 
el Dios de Jacob no se entera". 

Enteraos, los más necios del pueblo, 
ignorantes, ¿cuándo discurriréis? 
El que plantó el oído ¿no va a oír? 
El formó el ojo ¿no va a ver? 

El que educa a los pueblos ¿no va a castigar? 
El que instruye al hombre ¿no va a saber? 
Sabe el Señor que los pensamientos del hombre 
son insustanciales. 

Dichoso el hombre a quien tú educas, 
al que enseñas tu ley, 
dándole descanso tras los años duros, 
mientras al malvado le cavan la fosa. 

Porque el Señor no rechaza a su pueblo, 
ni abandona su heredad: 
el justo obtendrá su derecho, 
y un porvenir los rectos de corazón. 

¿Quién se pone a mi favor contra los perversos, 
quién se coloca a mi lado frente a los malhechores? 
Si el Señor no me hubiera auxiliado, 
ya estaría yo habitando en el silencio. 

Cuando me parece que voy a tropezar, 
tu misericordia, Señor, me sostiene; 
cuando se multiplican mis preocupaciones, 
tus consuelos son mi delicia. 

¿Podrá aliarse contigo un tribunal inicuo 
que dicta injusticias en nombre de la ley? 

Aunque atenten contra la vida del justo 
y condenen a muerte al inocente, 
el Señor será mi alcázar, 
Dios será mi roca de refugio. 

El les pagará su iniquidad, 
los destruirá por sus maldades, 


los destruirá el Señor, nuestro Dios. 

20 may 2018

Santo Evangelio 20 de mayo 2018



Día litúrgico: Pentecostés (Misa del día)


Texto del Evangelio (Jn 20,19-23): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


«Recibid el Espíritu Santo»

Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa 
(Barcelona, España)

Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.

El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.

El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.

El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.

El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.



MISA DE LA VIGILIA (Jn 7,37-39) «De su seno correrán ríos de agua viva»



Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel 
(Barcelona, España)

Hoy contemplamos a Jesús en el último día de la fiesta de los Tabernáculos, cuando puesto en pie gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: ‘De su seno correrán ríos de agua viva’» (Jn 7,37-38). Se refería al Espíritu.

La venida del Espíritu es una teofanía en la que el viento y el fuego nos recuerdan la trascendencia de Dios. Tras recibir al Espíritu, los discípulos hablan sin miedo. En la Eucaristía de la vigilia vemos al Espíritu como un “río interior de agua viva”, como lo fue en el seno de Jesús; y a la vez descubrimos que también, en la Iglesia, es el Espíritu quien infunde la vida verdadera. Habitualmente nos referimos al papel del Espíritu en un nivel individual, en cambio hoy la palabra de Dios remarca su acción en la comunidad cristiana: «El Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él» (Jn 7,39). El Espíritu constituye la unidad firme y sólida que transforma la comunidad en un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Por otra parte, Él mismo es el origen de la diversidad de dones y carismas que nos diferencian a todos y a cada uno de nosotros.

La unidad es signo claro de la presencia del Espíritu en nuestras comunidades. Lo más importante de la Iglesia es invisible, y es precisamente la presencia del Espíritu que la vivifica. Cuando miramos la Iglesia únicamente con ojos humanos, sin hacerla objeto de fe, erramos, porque dejamos de percibir en ella la fuerza del Espíritu. En la normal tensión entre unidad y diversidad, entre iglesia universal y local, entre comunión sobrenatural y comunidad de hermanos necesitamos saborear la presencia del Reino de Dios en su Iglesia peregrina. En la oración colecta de la celebración eucarística de la vigilia pedimos a Dios que «los pueblos divididos (...) se congreguen por medio de tu Espíritu y, reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas».

Ahora debemos pedir a Dios saber descubrir el Espíritu como alma de nuestra alma y alma de la Iglesia.

Los dones del Espíritu en nosotros hoy

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LOS DONES DEL ESPÍRITU EN NOSOTROS HOY

Por José María Martín OSA

1.- Pentecostés es la fiesta de Espíritu y de la comunidad. Es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo.

¿No nos dijo Jesús el domingo pasado que bajáramos al valle y no nos quedásemos plantados mirando al cielo? También los discípulos estaban dentro con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. Comparten miedos, ilusiones y el recuerdo de Jesús. El Espíritu se presentó como un vendaval y unas llamas de fuego. El viento y el fuego purifican y transforman. Y entonces..., salieron a predicar, sin miedo, sin utilizar la fuerza, sostenidos en su debilidad por el Espíritu. Cuando la Iglesia se encierra en sí misma por miedo a contaminarse con el mundo, cuando la imagen que da es la de una fortaleza firme, no convence. Se convierte en piedra de escándalo para muchos.

2. - "Estaban todos reunidos". No dice el Libro de los Hechos que estaban solo los apóstoles, sino todos, es decir el conjunto de los discípulos, todos los que se proclamaban seguidores de Jesús. Por tanto, los dones del Espíritu lo reciben todos los cristianos, no sólo los que han recibido el orden ministerial. El Espíritu actúa en todo, aunque cada uno reciba un don y una función. A cada carisma o don corresponde un ministerio o servicio. Pero todos somos miembros del cuerpo de Cristo y hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. ¿Reconoces en ti el carisma que has recibido?, ¡sabes cuál es tu misión dentro de la Iglesia! En este momento de la historia más que nunca hay que reconocer la importancia de los ministerios laicales. La Iglesia debe tener una estructura circular y no piramidal.

3.- Realizar las obras del Espíritu. Nos dice la Carta a los Gálatas que andemos según el Espíritu, que no realicemos las obras de la carne. Las obras de la carne que cita San Pablo degradan al hombre y lo someten a esclavitud. Estas obras, están patentes también en nuestro tiempo: fornicación, libertinaje, hechicería, idolatría, sectarismo, rivalidades, violencia, borracheras, orgías. Era aquella una sociedad decadente, ¿no lo será también la nuestra? San Agustín tuvo en sí la experiencia de la lucha de la carne contra el espíritu, cuando leyó este texto se sintió reflejado en él y decidió revestirse de Cristo para saborear los frutos del Espíritu. Este fue el momento de su conversión. Comenzó a vivir con amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad y dominio de sí.

4- Los dones del Espíritu tienen hoy su traducción. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía y vivir en consecuencia. El sabio es aquel que encuentra el secreto de la felicidad: la vida según Cristo. La inteligencia nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la sociedad para el bien común. Tener una mente abierta es señal de inteligencia. El don de consejo nos lleva a indagar bajo lo visible para descubrir las causas ocultas y poder ayudar al que nos lo pide. La piedad nos protege del egoísmo y del materialismo. La ciencia nos marca una dirección consistente en nuestras vidas, nos ayuda a conocer cómo son las cosas. El temor de Dios, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere defraudarle. La fortaleza es necesaria para un verdadero amor, pues nos da valor para asumir un compromiso auténtico y maduro. Con los dones que el Espíritu nos regala todo es posible desde ahora.

2.- EL ESPÍRITU SANTO: DULCE HUÉSPED DE NUESTRA ALMA

Por Gabriel González del Estal

1.- Ven, dulce huésped del alma. Esta oración que leemos en la “secuencia” del domingo de Pentecostés, antes de la lectura del evangelio, es una de las oraciones más bellas y más devotamente rezadas por todos los cristianos a la largo de los siglos. Rezada con devoción y amor, esta oración nos da paz interior, consuelo y descanso en nuestro siempre difícil caminar por este mundo. Cuando el Espíritu Santo se hace nuestro huésped interior y se apodera de nuestra alma, nos ilumina, nos vivifica y nos fortalece. Sí, como decimos cuando rezamos esta bellísima oración, El Espíritu Santo nos fortalece cuando estamos débiles, nos llena interiormente cuando nos sentimos pobres y vacíos, nos da luz y calor cuando estamos apagados y fríos, nos orienta y sana nuestro corazón desorientado y enfermo, sucio o indómito. Por naturaleza somos egoístas, débiles y tornadizos; si nos dejamos arrastrar por nuestros instintos más primarios, caemos fácilmente en actitudes y comportamientos que son más animales que espirituales. Necesitamos la fuerza del Espíritu, la gracia y el calor de lo alto, para sobreponernos a las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Tenemos que pedir hoy con fervor que el Espíritu Santo se haga dulce huésped de nuestra alma, brisa en las horas de fuego, gozo que enjugue las lágrimas, don en sus dones espléndido. Que sea agua viva que riegue nuestro corazón árido y seco, aliento que vivifique y dé vida a nuestra alma, padre amoroso que, con su amor, guíe y llene nuestro corazón que está siempre inquieto e insatisfecho cuando no descansa en Dios.

2.- Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Podríamos decir que, realmente, la Iglesia nació el día de Pentecostés, porque ese día fue cuando los discípulos de Jesús comenzaron a predicar con fuerza y sin miedo el evangelio que les había predicado el Maestro. Hasta ese día, después de la muerte de Cristo, los discípulos se habían mantenido acobardados, encerrados en una casa, con las puertas y el alma bien cerradas por miedo a los judíos. Fue a partir del día de Pentecostés cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo como motor de sus vidas, que les impulsó a predicar, primero a los judíos y después a los gentiles, el evangelio del Reino, tal como lo habían escuchado de boca del mismo Jesús. Predicaron el evangelio de Jesús con el alma llena de alegría, derramando la paz del Espíritu que habían recibido, y con el alma llena de perdón. Así tenemos que hacer los cristianos de hoy; que se nos note la alegría del Espíritu, la paz de Dios y la capacidad de personar siempre con espíritu cristiano. Es decir, que seamos cristianos valientes, alegres, pacíficos y perdonadores.

3. - Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería. La lengua del Espíritu es siempre una lengua ardiente y luminosa, porque enciende e ilumina el alma del que habla y el alma del que sabe escuchar. Las lenguas del Espíritu no son sólo sonidos y voces, son actitudes, gestos, expresiones que salen del fondo del alma, como lava de un volcán irreprimible. Las lenguas del Espíritu son siempre amor, llamaradas, y el lenguaje del amor es universal. Si nos relacionamos con los demás con el lenguaje del verdadero amor, del amor del Espíritu, todos los que estén poseídos por el Espíritu nos entenderán como si les hablásemos en su propia lengua. El lenguaje del misionero cristiano es antes amor que lengua, porque Dios es amor y a Dios sólo se le transmite transmitiendo amor.

4. - Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; en cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común. En muchos casos, la única manera de saber si nuestro lenguaje y nuestros dones son del Espíritu, o no. es mirar si contribuyen al bien común. Porque, evidentemente, no todos los dones que tenemos las personas contribuyen siempre al bien común. Es esta carta a los Corintios, el apóstol Pablo solo recomienda los dones que, procediendo del Espíritu, contribuyen al bien común. Estos son, pues, los dones que hoy cada uno de nosotros debemos pedir al Espíritu Santo, los dones que, procediendo del Espíritu, contribuyen al bien común de los demás. Con palabras de la pidamos ahora al Espíritu Santo que “reparta los siete dones, según la fe sus siervos” y que aumente cada día un poco más en nosotros, sus siervos, nuestra fe.

3.- LOS APÓSTOLES, ATLETAS DE LA FE

Por Antonio García-Moreno

1.- UN VIENTO IMPETUOSO. - Pentecostés era una de las grandes fiestas del pueblo judío. Día de acción de gracias, de recuerdo agradecido por la alianza que Dios concediera a su pueblo en el Sinaí... La ciudad de Jerusalén bullía en sus calles, un gentío multicolor procedente de la Diáspora se movía de un lado a otro. El pueblo, subyugado ahora al poder de Roma, esperaba nuevamente que Dios se apiadara de los suyos y quebrara el yugo férreo e insoportable de la dominación romana.

Los profetas lo habían predicho: vendrían tiempos en los que los prodigios se repetirían. Tiempos en los que el Espíritu se derramará sobre toda carne, tiempos en los que los corazones duros se ablandarán, en los que ese Espíritu nuevo vivificará los cuerpos muertos. El soplo de Dios llenará de fuego la tierra, y de un extremo a otro del orbe resonará la voz del Espíritu, despertará la fuerza de Dios, del Amor.

Tierra fría, tierra olvidada de Dios, tierra muerta, tierra reseca... Ven, ¡oh Santo Espíritu!, envía del cielo un rayo de tu luz. Ven, padre de los pobres, ven dador de todo bien, ven luz de los corazones. Consolador óptimo, dulce huésped del alma, suave refrigerio. Descanso en el trabajo, en el calor fresca brisa, en el llanto consuelo... ¡Oh luz beatísima!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

En el momento en que todo surgía de la nada, el Espíritu de Dios aleteaba sobre el fragor de las aguas. Y cuando los tiempos se cumplen y se verifica la Redención, la nueva y definitiva creación, el Espíritu vuelve nuevamente a la tierra, cubriendo con su sombra a la joven virgen que concibe en su seno al Dios humanado. Y ahora, en Pentecostés, cuando la nueva hija de Sión comienza su historia, cuando la Esposa del Cordero se despierta, cuando la Iglesia toma conciencia clara de su misión, nuevamente actúa el Espíritu, el viento fuerte e imparable de Dios.

Desde entonces está siempre presente en la vida del pueblo elegido, actuando sin descanso, pasando por encima de las miserias de los hombres empujando la barca de Pedro hacia el puerto prefijado por Dios, en medio de las más terribles tempestades, de las más hondas borrascas...

El Gran Desconocido, el Gran Olvidado, el Espíritu Santo. Y sin embargo, el Gran Presente, la Promesa del Padre, el Paráclito, el Santificador de las almas. Sin su luz sólo tinieblas hay en el hombre, nada. Sin él, ni decir Jesús podemos...

Perdona nuestra rudeza, nuestra mísera ignorancia. Y ven: lava lo que está sucio -que es tanto-, riega lo que está seco, sana lo que está enfermo. Dobla nuestra rigidez, calienta nuestra frialdad, endereza lo torcido. Da a tus fieles, a los que en Ti confiamos -¡queremos confiar!- tus siete sagrados dones. Danos el mérito de la virtud, el éxito de la salvación, danos el gozo siempre vivo. Amén.

2.- LA VICTORIA DE LA LUZ. - Las sombras de la muerte oscurecían ya la tarde del día primero después de la Resurrección. El miedo embargaba todavía el corazón de los discípulos. Tenían las puertas cerradas, estaban apiñados unos con otros, asustados ante el menor ruido. Los que crucificaron al Maestro bien podían venir en cualquier momento para castigar también a los discípulos.

Pero la luz avanzaba a pesar de todo, y de forma paulatina, día tras día y siglo tras siglo, las tinieblas irían retrocediendo. Después de muchos años de aquel primer avance de la Luz pentecostal, el evangelista Juan describió de modo lacónico y preciso el duelo cósmico entre el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas: "La Luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la vencieron".

Ni las puertas atrancadas, ni los muros sólidos del Cenáculo cortaron el paso de quien dijo ser la Luz del mundo. Cuando él llegó en medio de los suyos, todos los temores se desvanecieron y la oscuridad de la noche retrocedió. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor que, como siempre, les daba su saludo de paz. Para disipar, además, cualquier duda que pudieran tener, Jesús les muestra sus llagas y heridas, les pide de comer. Detalle muy humano y, en apariencia sin importancia, pero decisivo para convencerles de que realmente estaba vivo.

Los abandonos de la hora crucial de la Pasión estaban perdonados. Jesús les volvía a enviar como antes hiciera, cuando habían curado enfermos y expulsado demonios. Ahora sus palabras tienen mayor solemnidad: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Es una misión única y transcendente: salvar a los hombres de la esclavitud del pecado, sacarlos de las regiones de las sombras y llevarlos al Reino de la Luz.

Para ello les concede unos poderes divinos entre los que destaca el de perdonar los pecados. Prodigio que Jesús operó ante el escándalo de los fariseos y la admiración de las gentes que glorificaban a Dios por haber dado tal poder a los hombres. Como garantía y prenda de todo ello les confiere el Espíritu Santo, la promesa del Padre, el don inefable e inaudito que transformaría a los apóstoles en atletas de la fe, capaces de inundar de luces nuevas el tenebroso mundo romano de entonces. Fue tal la fuerza y el esplendor de aquella primera Luz que sus resplandores llegaron hasta el fin del mundo.