21 jun 2014

Santo Evangelio 21 de Junio de 2014

Día litúrgico: Sábado XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,24-34): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 

»Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».


Comentario: P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)
«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura»

Hoy el Evangelio habla claramente de vivir el “momento presente”: no darle vueltas al pasado, sino abandonarse en Dios y su misericordia. No atormentarse por el mañana, sino confiarlo a su providencia. Santa Teresita del Niño Jesús afirmaba: «Sólo me guía el abandono, ¡no tengo otra brújula!».

La preocupación jamás ha resuelto ningún problema. Lo que resuelve problemas es la confianza, la fe. «Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6,30), dice Jesús.

La vida no es por sí misma demasiado problemática, es el hombre quien carece de fe… La existencia no siempre es fácil. A veces es pesada; con frecuencia nos sentimos heridos y escandalizados por lo que sucede en nuestra vida o en la de los demás. Pero afrontemos todo esto con fe e intentemos vivir, día tras día, con la confianza en que Dios cumplirá sus promesas. La fe nos llevará a la salvación. 

«No os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mt 6,34). ¿Qué quiere decir esto? Hoy, busca vivir de manera justa, según la lógica del Reino, en la confianza, la sencillez, la búsqueda de Dios, el abandono. Y Dios se ocupará del resto…

Día a día. Es muy importante. Lo que nos agota a menudo son todas esas vueltas al pasado y el miedo al futuro; mientras que cuando vivimos en el momento presente, de manera misteriosa, encontramos la fuerza. Lo que tengo que vivir hoy, tengo la gracia para vivirlo. Si mañana debo hacer frente a situaciones más difíciles, Dios incrementará su gracia. La gracia de Dios se da al momento, día a día. Vivir el momento presente supone aceptar la debilidad: renunciar a rehacer el pasado o dominar el futuro, contentarse con el presente.

Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
No os preocupéis del mañana

Hoy, Jesús nos dice: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). Con estas palabras nos enfrenta a nuestra inseguridad, que procuramos paliar con el apoyo en la tranquilidad de tener no sólo lo necesario, sino lo que nos apetece, lo cual nos lleva a consumir y malgastar. 

«Que lo oiga el avaro; que lo oiga el que piensa que, llamándose cristiano, puede servir al mismo tiempo a las riquezas y a Cristo. Sin embargo, no dijo: el que tiene riquezas, sino el que sirve a las riquezas; el que es esclavo de las riquezas y las guarda como un esclavo; pero el que ha sacudido el yugo de la esclavitud, las distribuye como señor» (San Jerónimo).

Como en las bienaventuranzas —o en otro pasaje clave, como el del mandato nuevo (Jn 13,34-35)—, hoy el Señor nos invita a una decisión por la confianza ilimitada en un Padre que se nos da como providencia, por la búsqueda del Reino de justicia, paz y alegría, por una verdadera pobreza interior del alma, que se vuelve una y otra vez con “gemidos inenarrables” (cf. Rom 8,26) a Quien únicamente puede saciar nuestro anhelo de plenitud y eternidad. Desde este desasimiento, desde esta precariedad asumida conscientemente, ponemos toda nuestra esperanza en el seguimiento de Cristo.

Dejando el pasado en el perdón de Dios y ahuyentando temores y preocupaciones por un futuro que todavía no ha llegado, Jesús nos invita a vivir el día de “hoy”, que es lo único que ahora tenemos. Y en este “hoy” Él se nos da como pan que acompaña el día. «Sólo el presente nos pertenece, siendo incierta la esperanza del futuro (...). Bástale a cada día su propia malicia. ¿Por qué angustiarnos por el mañana?» (San Gregorio de Nisa).

21 de junio SAN LUIS GONZAGA

21 de junio

SAN LUIS GONZAGA

 (†  1591)


Fue Luis Gonzaga el mayor de los ocho hijos nacidos del matrimonio de Ferrante Gonzaga, marqueses de Castellón y condes de Tanasentena. Su nacimiento fue grandemente celebrado en la casa solariega de Castellón, a corta distancia de Villafranca y Solferino.

 Lo que había de ser aquel pequeñuelo decíalo su entusiasmo por las armas ya desde la edad de cuatro años. Cubierta la cabeza con un pequeño morrión, defendido el pecho con garbosa coraza, lanza en la mano y espadín en la cintura, gozaba de pasar revista de parada al ejército de su padre.

 Al disparar en Casale de Monferrato pesado arcabuz quemóse el rostro. Más tarde robó pólvora a los soldados del marqués y cargó temerariamente un cañón, cuya cureña, al retroceder por la reacción del disparo, estuvo a punto de aplastar al precoz artillerito.

 En el campamento aprendió a repetir vergonzosas palabrotas que su ayo tuvo prontamente que corregir. El recuerdo de estas que él llamó toda su vida sus faltas le ofreció, de mayor, constante ocasión de humillarse ante Dios.

 Descorazonóse el marqués al volver de su expedición a Túnez, cuando encontró a Luis demasiadamente dado a lo piadoso. Para poner coto al dominio que creía excesivo de la ascética en el corazón de su primogénito decidió enviarle a Florencia con Rodolfo, su segundo hijo, para que el atrayente fausto de la corte de los Médicis le curara.

 Fue allí donde, en la iglesia de los servitas, ofreció con voto su pureza a la reina de la celeste corte y recibió de ella el don de conservarla intacta en sí y en otros. Su misión universal de guardián de la pureza en la juventud tiene allí su raíz. En los medios de defensa y preservación de la virtud angélica va tan adelante como pocos santos. Eran una providencial ayuda para la juventud que apoyada en él le había de seguir.

 Se ha dicho que tanta precaución espiritual logró ensimismarle y convertirle en un misántropo. En contra de tal afirmación ofrecemos pruebas. Las numerosas cartas que en estas fechas escribía a su madre, doña Marta, demuestran con qué ilusión asistía a las corridas en el mismo palco del duque. Sus descripciones tan extraordinariamente minuciosas en los detalles son inexplicables si no gozara vivamente con la asistencia a tales espectáculos.

 Fue más adelante, en Mantua, donde comenzó a sentir los primeros amagos del mal de piedra, que sería un filón más que su sabia técnica espiritual explotaría en orden a lo eterno.

 Vuelto a Castellón, y en la intimidad de la vida familiar, empezó a escalar las cumbres de la unión con Dios. Horas pasaría extasiado en oración. Los criados atisbaban detrás de las puertas sus ratos de ocio a lo divino, puestos sus brazos en cruz y las rodillas sobre el frío mármol, los ojos en el crucifijo.

 Pero no era su piedad pasiva y no más. Ya entonces enseñaba el catecismo a los pobres y atendía con sus visitas y limosnas a los menesterosos.

 San Carlos Borromeo, cuando se encarga de prepararle para tomar por primera vez en sus labios el pan de los ángeles, queda maravillado al descubrir tan honda contemplación y un espíritu de mortificación tan varonil en cuerpo todavía tan joven.

 De nuevo preocupado por las inclinaciones que estimaba demasiado espirituales de Luis, don Ferrante, gobernador entonces de Monferrato, le conduce a Casale para que, bajo su inmediata vigilancia, tome más alegre parte en torneos, festivales, bailes, juegos y paradas militares, tanto a pie como a caballo. Las conversaciones con caballeros y damas conseguirían alejar del corazón de su primogénito, pensaba él, su demasiada inclinación al trato con Dios.

 Nada logró don Ferrante, ya que fue allí donde el ángel de la pureza formuló su decidido propósito de abrazar la vida religiosa, aunque sin decidir todavía en qué instituto. Allí visitaba a los padres capuchinos, el santuario de la Crea y a los padres barnabitas.

 No creyó prudente, con todo, manifestar nada a su padre todavía; pero la decisión de abandonar el mundo fue para él desde este momento definitiva e irrevocable.

 Al volver de Casale a Monferrato la proporción de sus penitencias aterró a su padre. Tres veces por semana se disciplinaba hasta derramar sangre. Fabricóse él mismo un cilicio con las estrellitas de las espuelas para los corceles y metía bajo sus sábanas astillas de madera para mejor martirizarse. Aquí también Luis cumplía una misión de ejemplaridad que había de arrastrar eficazmente a lo mejor de la juventud durante siglos.

 No paró el marqués hasta conducirle a Madrid, corte entonces la más poderosa del mundo, donde esperaba que sus esplendores habían de hacer entrar en razón al fervoroso Luis. Trasladóse a bordo de una galera de Juan Andrés Doria.

 Ofreció la ocasión soñada la invitación por parte de la emperatriz de Austria, hija del emperador Carlos V, viuda de Maximiliano II, a la marquesa de Castellón de que la acompañase como dama de honor. De sus cinco hijos, Luis y Rodolfo fueron escogidos para pajes de honor del príncipe Diego, hijo de Felipe II.

 Placeres, honores, seducciones y glorias no lograron doblar la convencida y férrea voluntad de Luis, de modo que renunciara a su ideal de total entrega a Dios.

 Si un día Luis forzará las puertas de una casa religiosa no habrá sido porque la suave brisa llevara allí su barca sin luchar con temporales.

 Cierto que desde entonces le ayudará la mano en su timón de Nuestra Señora del Buen Consejo, quien el 15 de agosto de 1583, desde su altar, le invita claramente a ingresar en la Compañía de Jesús. Esta devota imagen que se veneraba en la iglesia imperial, hoy catedral, pereció abrasada en las sacrílegas llamas de julio de 1936.

 Ya antes había pesado las razones que podían doblar su voluntad, en la indecisión de qué Instituto abrazar, a favor de la Orden de Ignacio. Dos de ellas más le vencían: la una, su celo por la salvación de las almas; la otra, el encontrar en ella cerrado el camino para cualquier dignidad eclesiástica.

 Apenas tuvo decidido el extremo con su confesor, comunicólo a su piadosa madre, quien, lejos de desanimarle, se propuso ayudarle mediando con don Ferrante.

 No era fácil alcanzar la victoria sobre un carácter tan tesonero como el del marqués, y menos después de haber concebido ilusiones tan numerosas sobre cuánto le había de ayudar su primogénito. Al primer intento de razonar su decisión no logró el joven Gonzaga sino verse arrojado coléricamente de su presencia.

 Pasado algún tiempo creyó el marqués buen camino para el logro de sus ilusiones, sin quebrar totalmente las de Luis, invitarle a que se contentase con entrar en una Orden religiosa que admitiera dignidades eclesiásticas. Con ello no cerraba la puerta a los triunfos humanos que esperaba de las maravillosas cualidades que todos descubrían en el primero de sus ocho hijos.

 La respuesta de Luis fue clara y terminante: "Padre —contestó—, si yo ambicionara honores conservaría el marquesado que Dios, por ser yo el primogénito, me ha dado, y no dejaría lo cierto por lo que no podré apetecer ya en esta vocación. Deseo entrar en la Compañía de Jesús porque, entre otras cosas, me aleja de tales dignidades".

 Nada pudo, ayudando a don Ferrante, su primo fray Francisco Gonzaga, ministro general de los franciscanos, quien, de paso en aquellos días por Madrid, intentó, pero sin éxito, que tomara su sobrino ruta más a gusto del marqués. Es más: convencido, de la divina vocación de Luis, aseguró a don Ferrante que el llamamiento de lo alto era tan claro que nadie debía imprudentemente oponérsele. Ello ayudó a lograr del orgulloso pero siempre cristiano Gonzaga la promesa de que daría pronto su autorización para la entrada en la religión que Luis ansiaba.

 Cuando llegó el momento de cumplir la promesa dada, don Ferrante pensó que, enviándole a Mantua, Ferrara, Parma y Turín, Luis cambiaría sus fervorosos propósitos. Pero todo fue inútil.

 Tampoco lograron domar aquella voluntad hercúlea personalidades movidas por el marqués con el mismo fin. Ni un muy eximio religioso, ni el arcipreste de Castellón, ni un devoto prelado lograron que cediese un palmo en su intento.

 Al fin pudieron sobre la energía del marqués las muchas manchas de sangre sobre el pavimento de la alcoba de su primogénito, señales de sus penitencias.

 Siguiéronse los numerosos expedientes para la renuncia del marquesado a favor de Rodolfo.

 Con todo, hubo de partir Luis para Milán, donde durante ocho meses, con diecisiete años de edad, resolvería difíciles negocios de su padre con tal diplomacia que el marqués volvió de nuevo a la carga, aduciendo su avanzada edad, la inexperiencia de Rodolfo, la libertad que estaba decidido a concederle para cuanto se refiriese a su bien espiritual, y, sobre todo, el bien de todo género que podría hacer a manos llenas con el peso de su categoría social y su espiritual ejemplo.

 Largo sería referir con detalles las muchas batallas que todavía ofrecería don Ferrante a Luis. Decíale que en partiendo dejaría de llamarle hijo, que estando él herido en el lecho terminaba de arrancarle la vida, y así de muchas maneras. Nada pudo contra la coraza de Luis, quien, entre lágrimas, defendía el castillo de un corazón enamorado de ideales altos.

 Cuando el primogénito de los Gonzaga entraba en el noviciado de San Andrés de Roma, el marqués escribía al general, padre Claudio Aquaviva: “Hago saber a vuestra señoría reverendísima que le entrego lo que más quiero en este mundo y la mayor esperanza que tenía para la conservación de esta mi casa..."

 De las industrias que ama la Compañía de Jesús en la formación de sus hijos las preferencias de Luis recayeron en cuanto fuera especialmente humillante. Su categoría social y representación política ofrecían abundante orgullo que poder valientemente pisar por amor de lo eterno.

 Luis manifestó la profundidad de su talento también entre los jesuitas. Muestra de ello fue el haber sido escogido por los superiores para sostener, conforme a la costumbre de entonces, en acto público la defensa de las tesis íntegras de la universa filosofía en presencia de tres cardenales y con general aplauso.

 A la muerte de don Ferrante recurrió doña Marta a los superiores para que Luis acudiera a poner paz entre el duque de Mantua y el hermano de Luis, Rodolfo, a propósito del Estado Solferino. Logrólo a satisfacción de ambos.

 Llevó también entonces a feliz término asunto más delicado. Habíase visto obligada doña Marta a abandonar su palacio, porque Rodolfo vivía en él con Elena Aliprandi, con general escándalo. Luis averiguó que en secreto estaban unidos en legítimo matrimonio y obligó a Rodolfo a que lo hiciera público, alejando de su ánimo los temores que había concebido de que este matrimonio sería desaprobado por los suyos.

 La caridad que ardía en el corazón de Luis le había de llevar al martirio en forma juvenil, arengadora para su seguimiento de la juventud perezosa. Pasando horas y días junto a la cabecera de los apestados que inundaron Roma en el año 1591; cargando sobre sus débiles hombros sus agotados cuerpos; queriendo atender a cuantos necesitaban en aquellos angustiosos días de su maternal solicitud, le prendió en sus garras la enfermedad que terminó consumiéndole. Su amor a la Eucaristía le hizo concebir la idea de alcanzar del cielo su muerte para la fiesta del Corpus. El cielo casi se lo concedió, ya que murió en la madrugada del viernes siguiente.

 De él dijo en su visión Santa María Magdalena de Pazzis: "Asaeteó con dardos de amor al corazón del Verbo".

 El águila valiente de los Gonzaga podía ya desde entonces mecerse con un nuevo vuelo sobre las verdes llanuras de Castiglione sin amedrentarse de superar las altas colinas que les dan sombra.

 Doña Marta podría pronto dejar la airosa torre desde donde, melancólica, contemplaba la riente planicie del marquesado, para acudir a la beatificación en Roma de aquel Luis que la tierra, el papado y el cielo consideraban como la más galana joya de la brillante dinastía de los Gonzaga.

 Durante días repicarían como reinas las campanas de Castiglione, se prolongarían los banquetes entre viejos tapices, los cañones atronarían el aire y las fuentes manarían néctar para los servidores del marquesado.

 Los pórticos renacentistas de la antigua mansión señorial sentiríanse orgullosos de haber visto pasar bajo sus piedras aquel que llevaba al linaje Gonzaga a las máximas alturas de la gloria.

 La ciudad apellidada al par alcázar, santuario y jardín ofrecía para su alcázar un capitán de la juventud; para su santuario, un santo inconfundible, y para su jardín, una flor cuyo aroma de pureza embalsamaría ambientes hasta entonces de repulsiva corrupción y podredumbre.

 Si Luis ha pasado de moda para algunos sectores ¿no será quizá que para ellos no tienen sentido las armas de la fe, la aureola de la santidad y, sobre todo, la azucena de la pureza?

 JOSÉ LUIS DÍEZ O´NEILL, S.I.

20 jun 2014

Santo Evangelio 20 de Junio de 2014

Día litúrgico: Viernes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. 

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».


Comentario: Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)
Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben

Hoy, el Señor nos dice que «la lámpara del cuerpo es el ojo» (Mt 6,22). Santo Tomás entiende que con esto —al hablar del ojo— Jesús se refiere a la intención del hombre. Cuando la intención es recta, lúcida, encaminada a Dios, todas nuestras acciones son brillantes, resplandecientes; pero cuando la intención no es recta, ¡que grande es la oscuridad! (cf. Mt 6, 23).

Nuestra intención puede ser poco recta por malicia, por maldad, pero más frecuentemente lo es por falta de sensatez. Vivimos como si hubiésemos venido al mundo para amontonar riquezas y no tenemos en la cabeza ningún otro pensamiento. Ganar dinero, comprar, disponer, tener. Queremos despertar la admiración de los otros o tal vez la envidia. Nos engañamos, sufrimos, nos cargamos de preocupaciones y de disgustos y no encontramos la felicidad que deseamos. Jesús nos hace otra propuesta: «Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Seamos sinceros con nosotros mismos, ¿en qué empleamos nuestros esfuerzos, cuáles son nuestros afanes? Ciertamente, es propio del buen cristiano estudiar y trabajar honradamente para abrirse paso en el mundo, para sacar adelante la familia, asegurar el futuro de los suyos y la tranquilidad de la vejez, trabajar también por el deseo de ayudar a los otros... Sí, todo esto es propio de un buen cristiano. Pero si aquello que tú buscas es tener más y más, poniendo el corazón en estas riquezas, olvidándote de las buenas acciones, olvidándote de que en este mundo estamos de paso, que nuestra vida es una sombra que pasa, ¿no es cierto que —entonces— tenemos el ojo oscurecido? Y si el sentido común se enturbia, «¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,23).

20 de junio SANTA FLORENTINA

20 de junio

SANTA FLORENTINA


Hace casi dos meses celebramos a san Isidoro de Sevilla, y decíamos que era uno de los músicos de ese cuarteto celestial que formaban él, san Leandro, san Fulgencio y santa Florentina, pues bien, nuestro santa de hoy es precisamente esta última, Florentina, hermana de los otros tres, y la parte femenina de este grupo. Curiosamente, Florentina sería luego la maestra de Isidoro, ya que era mayor que él. A nuestra santa, por su parte, la instruyó Leandro en los estudios clásicos y sagrados. Florentina, al igual que sus hermanos, era de inteligencia muy despierta y, también como ellos, decidió entregar su vida no a quienes la pretendían para el matrimonio, sino a Dios. Se retira entonces al monasterio benedictino de Santa María del Valle, en Ecija, donde su hermano Fulgencio era obispo. Pronto fue elegida superiora, destacando por su espíritu de penitencia y por su constante atención a las jóvenes que, en gran número, se añadían a las monjas del convento. "Utilizó" su amor fraternal con sus hermanos para que estos le escribiesen algunos tratados de gran belleza, como el de Leandro sobre la virginidad y los de Isidoro sobre la fe. Murió ya muy anciana en el año 633.

Santa Florentina, virgen, hermana de los santos arzobispo Leandro e Isidoro y de San Fulgencio, obispo de Cartagena. Recibió el velo de las vírgenes de manos de San Leandro, quien para ella escribió una regla o tratado de las vírgenes. Sevilla, s. VI.

19 jun 2014

Santo Evangelio 19 de Junio de 2014

Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».


Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)
Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial

Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.

Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.

19 de junio SANTA JULIANA DE FALCONIERI

19 de junio

SANTA JULIANA DE FALCONIERI

 († 1341)


Santa Juliana de Falconieri es la fundadora de las religiosas terciarias servitas, organizadas en 1306 en Florencia y designadas comúnmente en Italia con el nombre de Mantellate, o de la mantilla. Deben, pues, distinguirse bien, por un lado, de los servitas, o siervos de María, insigne Orden mendicante que debe su origen a los célebres siete santos fundadores florentinos, y, por otro, de las religiosas servitas, fundadas por San Felipe Benicio, de carácter puramente contemplativo. Sin embargo, Santa Juliana está, en cierto modo, emparentada con ambas Ordenes, pues, por una parte, pertenece a la familia de los Falconieri, de la que procedía su tío, San Alejo Falconieri, uno de los siete fundadores de los servitas, y, por otra, se inició en la vida religiosa con las religiosas servitas y bajo la dirección de su fundador, San Felipe Benicio.

 Nacida del hermano de San Alejo Falconieri, llamado Carisino, recibió en Florencia una educación profundamente cristiana. Su padre, que había reunido con su comercio grandes riquezas, levantó a sus expensas la magnífica iglesia de Nuestra Señora de la Anunciata, y no mucho después murió. Juliana, por su parte, según refieren sus antiguos biógrafos, dio desde sus primeros años las más expresivas muestras de eximia piedad y, sobre todo, de su predilección por la Santísima Virgen y por la virginidad cristiana. Por esto se refiere que San Alejo, su tío, llegó a decir a la madre de Juliana que había traído al mundo, no una niña, sino un ángel.

 Efectivamente, cuando contaba sólo catorce años, en 1284, renunciando al ventajoso matrimonio que se le ofrecía y ansiando consagrar a Dios su virginidad, recibió de San Felipe Benicio el hábito de terciaria de las religiosas servitas por él fundadas, y hasta la muerte de su madre vivió en su propia casa conforme a las normas recibidas del Santo. Su ejemplo fue imitado por algunas damas de la buena sociedad florentina, y aun su propia madre se puso bajo su dirección en la vida de piedad. Un año más tarde recibía San Benito Benicio su profesión religiosa, y al morir poco después confió a Juliana la Orden por él fundada y la alentó de un modo especial en la Congregación de terciarias servitas iniciada por ella, que bien pronto, a causa de la mantilla que todas ellas llevaban, fueron vulgarmente designadas con el epíteto de Mantellate.

 Después de la muerte de su madre su vida de consagración a Dios fue tomando una forma más rigurosa y definitiva. Se impuso ayuno riguroso los miércoles y viernes, no tomando en estos días más que un poco de pan y agua. El sábado lo empleaba entregándose por completo a la contemplación de los dolores de la Virgen, y el viernes lo dedicaba por entero a la meditación de la Pasión, en cuyo obsequio tomaba una sangrienta disciplina. De este modo fue creciendo rápidamente la fama de sus virtudes y de la sublimidad de la vida que llevaba, por lo cual fue aumentando el número de las mujeres que se le iban juntando. Todas ellas llevaban, como ella, en sus propias casas una vida de piedad y de la más absoluta consagración a Dios, sobre todo por medio de su virginidad. Entre las que ya entonces se le juntaron en este genero de vida merecen especial mención una de sus primas, llamada Juana, que se distinguió por su eximia virtud, y una hermana del mismo San Felipe Benicio.

 Sin embargo, todo este significaba únicamente una vida de consagración al Señor puramente individual o privada. Ella y sus compañeras deseaban algo más, es decir, convertirse en Congregación religiosa canónicamente reconocida por la Iglesia. Así, pues, cuando ya estaban todas ellas, habituadas a aquella vida de consagración y penitencia, el año 1306 se establecieron en vida común en una casa preparada para ello en Florencia. Por esto se considera esta fecha como la de la fundación de la Congregación. Ya los papas Honorio IV (1285-1287), Nicolás IV (1288-1292), Bonifacio VIII (1294-1303) y Benedicto XI (1303-1304) habían aprobado su primer género de vida; pero la aprobación definitiva de la Congregación propiamente tal de las servitas terciarias de Santa Juliana de Falconieri se la concedió el papa Martín V (1417-1431) por medio de la bula Sedis Apostolicae providentia.

 La vida de la nueva Congregación, conforme al contenido de la misma bula, se distinguía por un conjunto de prescripciones de una alta perfección y por su austeridad en los ayunos y en otras penitencias. Sin embargo, estas constituciones de las servitas terciarias ya no tienen valor en nuestros días. Las diversas ramas de dicho Instituto tienen actualmente reglas particulares, canónicamente establecidas y acomodadas a los tiempos presentes.

 Una vez, pues, organizada y canónicamente establecida la Congregación, Juliana se vio forzada, bien contra su inclinación natural, a admitir el cargo de superiora general, que mantuvo durante treinta y cinco años, hasta su muerte. Bien persuadida de que, precisamente por ser la organizadora y por estar al frente de la Congregación, tenía más obligación que nadie de observar sus constituciones, procuró desde el principio ser modelo de observancia aun de las más mínimas prescripciones de la regla, pues, como para las demás, también para ella constituía la voluntad de Dios. Por otra parte, sintiendo en su interior un ansia, cada día más intensa, de corresponder a las gracias que había recibido del cielo, entregábase de lleno a la oración y a la práctica de las mayores austeridades. De un modo muy especial se pondera el empeño con que procuró ejercitar la humildad y caridad con los demás, buscando siempre los empleos más humildes y siendo la esclava de todas sus hermanas.

 En estos puntos son interesantes los datos concretos que nos comunican las biografías e historias antiguas de la Orden de los servitas, de la que esta Congregación es considerada como una rama femenina. Algunas de estas prácticas, que en nuestros días nos parecen excesivas y aun extravagantes y desde luego no aconsejables, responden al espíritu de religiosidad y austeridad propios de la Edad Media. Así se refiere que pasaba a veces veinticuatro horas seguidas en oración, sea porque se sentía arrebatada por el espíritu interior, sea porque quería por este medio librarse de graves tentaciones. Por otro lado, dormía con frecuencia sobre la tierra desnuda, y para mortificar su carne usaba disciplinas, cuerdas, cilicios en la cintura; ordinariamente no tomaba más que un poco de alimento cuatro veces por semana. Los demás días solamente la comunión.

 En medio de una vida tan austera, entregada por entero a la contemplación y a la penitencia, es admirable lo que se refiere sobre el influjo que llegó a tener sobre el mundo que la rodeaba. La fama y el aroma de su santidad había trascendido de tal manera fuera de la casa donde habitaba, que producía más provecho espiritual que muchas predicaciones. Así consta que en varias ocasiones obtuvo la conversión de grandes pecadores, y, sobre todo, que logró poner término a enconadas enemistadas, discordias y odios individuales y aun públicos.

 Tanta penitencia y austeridad llegaron, por fin, a causar trastornos en su estómago y producirle agudas enfermedades. Pero ella supo sobrellevarlo todo con la mayor resignación. Próxima ya a morir, según refieren antiguos testimonios más o menos fidedignos, no pudiendo recibir el viático, rogó ella que, al menos, le trajeran el copón y lo depositaran sobre su pecho, sobre el cual se extendieron los corporales. Así se hizo; pero al punto desapareció la Sagrada Forma que en él se contenía. Y añaden las mismas crónicas que, después de su muerte, se encontró grabado sobre el pecho, encima del corazón, un sello a manera de hostia. Precisamente como recuerdo de esta tradición, sus religiosas, las Mantellate, llevan sobre el lado izquierdo de su escapulario la imagen de una hostia. Murió el 19 de junio de 1341 y desde un principio fue sumamente venerada por su eximia santidad.

 BERNARDINO LLORCA, S. I.




18 jun 2014

Santo Evangelio 18 de Junio de 2014

Día litúrgico: Miércoles XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos

Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).

La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.

Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra acción.

Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San Gregorio Magno).

18 de Junio Santos Marcos y Marcelino mártires

18 de Junio


Santos Marcos y Marcelino
mártires


Son mártires y patronos secundarios de la Diócesis de Badajoz 

Un rayo que cayó en el castillo fue la causa del terrible fuego que amenazaba a todas luces alcanzar el polvorín o almacenes de pólvora de la ciudad y cuya explosión hubiera sido una catástrofe tanto en pérdida de vidas humanas como de viviendas y bienes. El apresurado rezo a los santos del día en aquel apuro hizo que milagrosamente se detuvieran las llamas en la misma zona inmediatamente próxima al almacén de munición. Las personas que se supieron protegidas por la intercesión de los santos mártires Marcelino y Pedro pidieron a las autoridades eclesiásticas sea oficialmente reconocida la protección de los santos que les libraron al final de aquella terrible tormente.

Un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos faculta al Deán y Cabildo para elegirlos patronos menos principales de la ciudad de Badajoz. Una vez ejecutado, es aprobado por el Obispo Juan Marín Rodezno, el 13 de junio de 1699.

Su celebración es sólo para la ciudad.

San Marco y Marceliano, mártires, hermanos gemelos, hijos de San Tranqulino y Santa Marcia, convertidos a la fe por San Sebastián, y crucificados por J. C., Roma, 286.

17 jun 2014

Santo Evangelio 17 de Junio de 2014

Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


Comentario: Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Rubí, Barcelona, España)
Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial

Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos? ¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?

Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...

Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.

17 de Junio San Gregorio Barbarigo Obispo. Año 1697

17 de Junio

San Gregorio Barbarigo
Obispo. Año 1697


Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifo negro, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.

El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.

Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.

Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.

Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.

Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.

Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.

Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.

Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.

El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: "ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!".

El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: "Los de Milán tuvieron un obispo santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Mr. Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí".

En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.

El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote.

Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.

Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: "Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo". Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: "para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales".

San Gregorio murió santamente el 17 de junio del año 1697.

Dios nos mande muchos Gregorios más, así de santos y generosos.

Quien generosamente da, generosamente recibirá. S. Biblia, Prv. 11.

16 jun 2014

Oración al Corazón de Jesús



Corazón amantísimo de Jesús. Manantial de todo consuelo. Te pedimos por todos los niños que han sido abortados y por sus papás para que Tú mi Jesús Amado les concedas el perdón y la gracia que necesitan para reconocerte a Tí como nuestro Señor y Salvador

Santo Evangelio 16 de Junio de 2014

Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».


Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
Pues yo os digo: no resistáis al mal

Hoy, Jesús nos enseña que el odio se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la Cruz, intercedió por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».

16 de junio Santos Quirico niño, y Julita su madre mártires

16 de junio

Santos Quirico
niño, y 
Julita
su madre
mártires



Una hermosa historia de amor entre una madre y su hijo es la que hoy recordamos pero que, por desgracia, tuvo un cruento final. Como decía, nuestros santos de hoy eran madre e hijo, naturales de Licaonia (Turquía), pero que por su condición de cristianos terminaron huyendo a Tarso de Cilicia (también en Turquía). En esa ciudad, sin embargo, fue apresada la madre, y con el Quirico, que no era más que un pequeñuelo. Condenada Julita al suplicio, parece ser que hicieron al niño estar presente mientras su madre era azotada. Y tan fuerte era el llanto del niño por los gritos de la madre que uno de los verdugos, enfurecido, le dio un empujón que acabó con el pobre infante, a consecuencia del impacto en el suelo de su tierna cabeza. A pesar del terrible dolor que sintió la Julita, como sólo una madre lo puede sentir, no se retractó de su cristianismo, y terminaron por cortarle la cabeza. Sus cuerpos fueron arrojados juntos a una fosa donde tiraban a los malhechores. De allí los rescataron algunos cristianos que les dieron sepultura, juntos ya madre e hijo para toda la eternidad.

Cuando Domiciano, gobernador de Iconio, Asia Menor, ejecutaba bárbaramente los edictos de Diocleciano y Maximiliano, le presentaron una mujer que llevaba un niño de pecho en sus brazos, y, preguntando Alejandro, lugarteniente de Domiciano, quién era y cómo se llamaba, ella no dio otra respuesta que ésta: "Soy cristiana." Desnuda y tendida en el suelo, azotada con varas de hierro, clamaba: "Soy cristiana"; y el niño, por un prodigio del Cielo, decía: "Soy también cristiano." Enfurecido el juez, cogió de los pies al niño y lo estrelló contra la escalera de su estrado, en presencia de su madre. Constante ella en la fe, en medio del tormento, mandó el juez que le cortasen la cabeza. Era el año 303.

15 jun 2014

Santo Evangelio 15 de Junio de 2014

Día litúrgico: La Santísima Trinidad (A)

Texto del Evangelio (Jn 3,16-18): En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios».


Comentario: Mons. Joan Enric VIVES i Sicília Obispo de Urgell (Lleida, España)
Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

Hoy nos viene bien volver a escuchar que «tanto amó Dios al mundo…» (Jn 3,16) porque, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Dios es adorado y amado y servido, porque Dios es el Amor. En Él hay unas relaciones que son de Amor, y todo lo que hace, activamente, lo hace por Amor. Dios ama. Nos ama. Esta gran verdad es de aquellas que nos transforman, que nos hacen mejores. Porque penetran en el entendimiento, se nos hacen del todo evidentes. Y penetran nuestra acción, y la van perfeccionando hacia una acción toda de amor. Y como más puro, se hace más grande y más perfecto.

San Juan de la Cruz ha podido escribir: «Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor». Y esto es cierto, porque es lo que Dios hace siempre. Él «ha enviado a su Hijo al mundo (…) para que se salve» (Jn 3,17) gracias a la vida y al amor hasta la muerte en cruz de Jesucristo. Hoy le contemplamos como el único que nos revela el auténtico amor.

Se habla tanto del amor, que quizá pierde su originalidad. Amor es lo que Dios nos tiene. ¡Ama y serás feliz! Porque amor es dar la vida por aquellos que amamos. Amor es gratuidad y sencillez. Amor es vaciarse de uno mismo, para esperarlo todo de Dios. Amor es acudir con diligencia al servicio del otro que nos necesita. Amor es perder para recobrarlo al ciento por uno. Amor es vivir sin pasar cuentas de lo que uno va haciendo. Amor es lo que hace que nos parezcamos a Dios. Amor —y sólo el amor— es la ¡eternidad ya en medio de nosotros!

Vivamos la Eucaristía que es el sacramento del Amor, ya que nos regala el Amor de Dios hecho carne. Nos hace participar del fuego que quema en el Corazón de Jesús, y nos perdona y rehace, para que podamos amar con el Amor mismo con que somos amados.

15 de Junio Santa Benilde mártir cordobesa († 853)

15 de Junio


Santa Benilde
mártir cordobesa († 853)


Era bastante anciana ya cuando se desató en su Córdoba natal una persecución califal contra el cristianismo de las que hacen época; nunca mejor dicho: la gran era de los mártires cordobeses. Desde hacía dos años no cesaban los muertos por la fe cristiana.

San Fandila, sacerdote natural de Guadix y gran catequista, fue degollado por su actividad cristiana el 13 de Junio de este año 853 y al día siguiente lo fueron santa Digna, religiosa contemplativa, y san Félix, monje de un convento de la capital y natural de Alcalá de Henares. Es decir, todo cristiano significativo estaba siendo eliminado para desarraigar la fe de Cristo y «evangelizar» Córdoba en el espíritu del Corán.

Como los moros eran bien conocedores de las costumbres cristianas, después de la ejecución, se quemaban los cuerpos de los mártires y sus cenizas las esparcían en el río Guadalquivir para evitar la creación de santuarios en las tumbas de los mártires.

Benilde, a pesar de sus muchos años, se llenó de valentía evangélica, alzó su grito de libertad en contra de la tiranía y proclamó en voz alta que prefería la fe a la vida y la coherencia creyente al silencio cómplice con aquel «terrorismo de estado». Su gesto claro, generoso y valiente le costó el cuello y también fue incinerada para desperdigar sus restos en el río.

Dicen los entendidos que las aguas del Guadalquivir bajan, desde entonces, «contaminadas» por el único barro que, en lugar de ensuciar, fecundan a la Iglesia andaluza: la riada del amor que no puede engañarse ni engañarnos.

No, si ya veréis como los viejos que están cerca de la Iglesia van a poder darnos, al final, más de una lección de vida comprometida con el evangelio.

Al tiempo...



Santa Benilde. Era natural de Córdoba y una dama de muy avanzada edad, cuando "el día siguiente del martirio de los Santos Anastasio, Félix y Digna, se presentó a los jueces", escribe San Eulogio. Decapitada, su cuerpo, colgado en unos palos, estuvo expuesto a vista de toda la ciudad; después de quemado, fueran arrojadas sus cenizas al río. Córdoba, 853.