17 feb 2018

Santo Evangelio 17 de febrero 2018


Día litúrgico: Sábado después de Ceniza

Texto del Evangelio (Lc 5,27-32): En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?». Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

«No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores»

Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido 
(Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)

Hoy vemos cómo avanza la Cuaresma y la intensidad de la conversión a la que el Señor nos llama. La figura del apóstol y evangelista Mateo es muy representativa de quienes podemos llegar a pensar que, por causa de nuestro historial, o por los pecados personales o situaciones complicadas, es difícil que el Señor se fije en nosotros para colaborar con Él. 

Pues bien, Jesucristo, para sacarnos toda duda nos pone como primer evangelista el cobrador de impuestos Leví, a quien le dice sin más: «Sígueme» (Lc 5,27). Con él hace exactamente lo contrario de lo que una mentalidad “prudente” pudiera considerar si quisiéramos aparentar ser “políticamente correctos”. Leví —en cambio— venía de un mundo donde padecía el rechazo de todos sus compatriotas, ya que se le consideraba, sólo por el hecho de ser publicano, colaboracionista de los romanos y, posiblemente, defraudador por las “comisiones”, el que ahogaba a los pobres para cobrarles los impuestos, en fin, un pecador público.

A los que se consideraban perfectos no se les podía pasar por la cabeza que Jesús no solamente le llamara a seguirlo, sino ni tan sólo a sentarse en la misma mesa.

Pero con esta actitud de escogerlo, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que más bien es este tipo de gente de quien le gusta servirse para extender su Reino; ha escogido a los malvados, a los pecadores, a los que no se creen justos: «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). Son éstos los que necesitan al médico, y sobre todo, ellos son los que entenderán que los otros lo necesiten.

Hemos de huir, pues, de pensar que Dios quiere expedientes limpios e inmaculados para servirle. Este expediente sólo lo preparó para Nuestra Madre. Pero para nosotros, sujetos de la salvación de Dios y protagonistas de la Cuaresma, Dios quiere un corazón contrito y humillado. Precisamente, «Dios te ha escogido débil para darte su propio poder» (San Agustín). Éste es el tipo de gente que, como dice el salmista, Dios no menosprecia.

Salmo 15 El Señor es el lote de mi heredad


Salmo 15

El Señor es el lote de mi heredad

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; 
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien". 
Los dioses y señores de la tierra 
no me satisfacen. 

Multiplican las estatuas 
de dioses extraños; 
no derramaré sus libaciones con mis manos, 
ni tomaré sus nombres en mis labios. 

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; 
mi suerte está en tu mano: 
me ha tocado un lote hermoso, 
me encanta mi heredad. 

Bendeciré al Señor, que me aconseja, 
hasta de noche me instruye internamente. 
Tengo siempre presente al Señor, 
con él a mi derecha no vacilaré. 

Por eso se me alegra el corazón, 
se gozan mis entrañas, 
y mi carne descansa serena. 
Porque no me entregarás a la muerte, 
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. 

Me enseñarás el sendero de la vida, 
me saciarás de gozo en tu presencia, 
de alegría perpetua a tu derecha.

16 feb 2018

Santo Evangelio 16 de febrero 2018


Día litúrgico: Viernes después de Ceniza

Texto del Evangelio (Mt 9,14-15): En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán».



«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán»

Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer 
(Barcelona, España)

Hoy, primer viernes de Cuaresma, habiendo vivido el ayuno y la abstinencia del Miércoles de Ceniza, hemos procurado ofrecer el ayuno y el rezo del Santo Rosario por la paz, que tanto urge en nuestro mundo. Nosotros estamos dispuestos a tener cuidado de este ejercicio cuaresmal que la Iglesia, Madre y Maestra, nos pide que observemos, y a recordar que el mismo Señor dijo: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). Tenemos el deseo de vivirlo no sólo como el cumplimiento de un precepto al que estamos obligados, sino —sobre todo— procurando llegar a encontrar el espíritu que nos conduce a vivir esta práctica cuaresmal y que nos ayudará en nuestro progreso espiritual.

Buscando este sentido profundo, nos podemos preguntar: ¿cuál es el verdadero ayuno? Ya el profeta Isaías, en la primera lectura de hoy, comenta cuál es el ayuno que Dios aprecia: «Parte con el hambriento tu pan, y a los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo, cúbrelo; no los rehuyas, que son hermanos tuyos. Entonces tu luz saldrá como la mañana, y tu salud más pronto nacerá, y tu justicia irá delante de tu cara, y te acompañará el Señor» (Is 58,7-8). A Dios le gusta y espera de nosotros todo aquello que nos lleva al amor auténtico con nuestros hermanos.

Cada año, el Santo Padre San Juan Pablo II nos escribía un mensaje de Cuaresma. En uno de estos mensajes, bajo el lema «Hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35), sus palabras nos ayudaron a descubrir esta misma dimensión caritativa del ayuno, que nos dispone —desde lo profundo de nuestro corazón— a prepararnos para la Pascua con un esfuerzo para identificarnos, cada vez más, con el amor de Cristo que le ha llevado hasta dar la vida en la Cruz. En definitiva, «lo que todo cristiano ha de hacer en cualquier tiempo, ahora hay que hacerlo con más solicitud y con más devoción» (San León Magno, papa).

Divina Misericordia





LA CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA
(se reza utilizando el rosario)

Jesús dijo a Sor Faustina (1, 197): Rezarás este rosario de la siguiente forma:

Primero, dirás un PADRENUESTRO, un AVEMARÍA y un CREDO. 

Después, en las cuentas del rosario correspondientes al PADRENUESTRO, dirás las siguientes palabras:

Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y de los del mundo entero.

En las cuentas del AVEMARÍA, dirás las siguientes palabras:

Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.

Para terminar, díganse tres veces estas palabras:

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero.


15 feb 2018

Santo Evangelio 15 de febrero 2018


Día litúrgico: Jueves después de Ceniza

Texto del Evangelio (Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».


«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM 
(Barcelona, España)

Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos fresca la ceniza que la Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos introducía en este tiempo santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en el Evangelio, nos enseña dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y nuestro camino en su seguimiento.

Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero también el de su glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado (...), ser matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro sendero, esencialmente, no es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la manera de seguirlo: «Si alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).

Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre; nosotros, cargándonos la nuestra sobre los hombros, le acompañamos en su Via Crucis.

El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte, resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a nosotros mismos, tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.

Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, quiere afirmarse y ser él mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús. Pero, queriendo salvarla, la perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz, por causa de Jesús, salvará su vida. Es la paradoja del seguimiento de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9,25).

Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy, zarandeó el corazón de san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo hiciera eso que hizo san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que en esta Cuaresma la misma palabra nos ayude también a convertirnos!

El Espíritu Santo empujó a Jesús hacia el desierto

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EL ESPÍRITU SANTO "EMPUJÓ" A JESÚS HACIA EL DESIERTO

Por Antonio García-Moreno

1.- EL ARCO IRIS.- El diluvio había desolado la tierra. Las aguas cayeron sin parar un momento. Poco a poco el nivel de los ríos y de los mares creció hasta borrar los perfiles geográficos de la tierra. Dios se había arrepentido de crear al hombre. La maldad humana había llegado a tal extremo, que el corazón del Creador se había llenado de tristeza.

 Pero Noé era bueno y Dios se fijó en él, y a él le confía la tragedia que se avecinaba: "Veo llegado el fin de toda la carne, porque la tierra está toda llena de iniquidad por causa de los hombres. He aquí que voy a exterminarlos a todos ellos juntamente con la tierra". Y la palabra de Dios se cumple, y todo animal viviente, todo hombre y toda planta se ahogan bajo las aguas del diluvio.

Pero al final aquello pasó y nuevamente pacta Dios con el hombre. Ahora será Noé el que recibirá el perdón y la promesa. Una vez más, Dios se nos presenta incapaz de aniquilar para siempre al hombre sobre la tierra... Corazón de Dios, siempre dispuesto al perdón. Corazón de Dios, incapacitado para el rencor y para el odio. Haz que en medio de este mundo que se colma, también hoy, de pecados, haya muchos hombres como Noé, hombres justos y buenos que te ganen el corazón hasta conseguir tu perdón y tu paz.

Una señal que indicará la benevolencia entrañable de Yahvé, un signo que recordará a los hombres la infinita misericordia del Señor, un símbolo cósmico que encerrará en sí el profundo amor de Dios para con los hombres. Y sobre los cielos, atravesando las nubes, el arco iris se extiende luminoso, ornando con su suave policromía de sol irisado el aire húmedo de la atmósfera.

Dios promete a Noé no exterminar al hombre. Pacta con él una alianza de paz, comprometiéndose a no anegar nunca más la tierra con el torrente de sus aguas. Bajo palabra de Dios, el diluvio no volverá a inundar más a la tierra.

Gracias, Señor, por tu misericordia, por tu promesa, por tu perdón. Y que, cuando el clamor de los pecados del hombre malo llegue a Ti, te fijes en los hombres que son justos y buenos en tu presencia, y no descargues la fuerza de tu brazo airado sobre este nuestro pobre y viejo, caduco mundo. Que nunca se repita una matanza a nivel cósmico, que esas amenazas de horrendas guerras bacteriológicas o atómicas se queden sólo en nubes grises de tormenta. Y que sobre ellas, finalmente, tu arco iris de paz y de perdón brille con su colorido suave de uno al otro confín de nuestro mar y en nuestra tierra.

2.- SECUNDAR AL ESPÍRITU.- Dice el Evangelio que el Espíritu Santo "empujó" a Jesús hacia el desierto. Otros traducen el original griego por "impulsó". De todas formas lo que hay que destacar es que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, actúa en el principio de la vida pública de Cristo, lo mismo que actuó en la Encarnación del Hijo de Dios y actuará más tarde en Pentecostés, cuando la Iglesia empiece su decisiva singladura. Y lo mismo que María secundó con docilidad la acción del Espíritu con un "fíat", un hágase, sin condiciones, así se dejó llevar Jesús en el comienzo de su ministerio, y la Iglesia en los principios de su historia.

El Espíritu Santo habita en nuestro interior, haciendo de nuestro cuerpo un templo sagrado. Él difunde en nuestros corazones el amor y la fe que nos hace exclamar llenos de esperanza: Abbá, Padre. También nos impulsa a querer a todos los hombres como hermanos, nos empuja con mociones internas, con buenos propósitos, con nobles sugerencias... Ojalá seamos dóciles a sus entrañables llamadas y secundemos su acción con una entrega generosa y firme.

Jesús se retira al desierto, al monte llamado de la Cuarentena. Región de vegetación escasa y tierra pedregosa, terreno desértico propio para alimañas. Lugar de silencio y de austeridad donde el Señor se prepara con el ayuno y la oración, para la más grande empresa jamás soñada, la salvación definitiva, íntegra y eterna del hombre. Su conducta, lo mismo que sus palabras, son una enseñanza que nos interpela a quienes le tenemos como Maestro, una llamada clara y urgente para que también nosotros vivamos estos cuarenta días de la Cuaresma en un clima de penitencia y de oración. Busquemos un rato cada día para retirarnos a la soledad íntima de nuestra alma, y escuchemos en silencio las palabras de Dios. Mortifiquemos también nuestros sentidos, cumpliendo con buen espíritu las prácticas penitenciales que la Iglesia nos señala.

Dice el texto sagrado que después de aquellos días, los ángeles le servían. Aquí, lo mismo que en Getsemaní, los ángeles asisten al Señor. Son sus grandes colaboradores. Toda la vida de Jesús está caracterizada por la intervención angélica, sobre todo en los momentos difíciles, como son los de la infancia y los que precedieron y siguieron a la muerte de Jesús. Lo mismo ocurría en los primeros momentos de la Iglesia, según nos narran los Hechos de los Apóstoles. Hoy también los ángeles siguen presentes entre nosotros actuando en silencio y con eficacia. Contemos siempre con su asistencia, de modo particular en los momentos de dificultad, seguros de que no nos fallarán.

14 feb 2018

Santo Evangelio 14 de febrero 2018



Día litúrgico: Miércoles de Ceniza

Santoral 14 de Febrero: San Cirilio, monje, y san Metodio, obispo, Patronos de Europa

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»


Pbro. D. Luis A. GALA Rodríguez 
(Campeche, México)

Hoy comenzamos nuestro itinerario hacia la Pascua, y el Evangelio nos recuerda los deberes fundamentales del cristiano, no sólo como preparación hacia un tiempo litúrgico, sino en preparación hacia la Pascua Eterna: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). La justicia de la que habla Jesús consiste en vivir conforme a los principios evangélicos, sin olvidar que «si vuestra justicia no supera la justicia de los doctores de la ley y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20). 

La justicia nos lleva al amor, manifestado en la limosna y en obras de misericordia: «Cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3). No es que se deban ocultar las obras buenas, sino que no debe pensarse en la alabanza humana al hacerlas, ni desear algún otro bien. En otras palabras, debo dar limosna de tal modo que ni yo tenga la sensación de estar haciendo una cosa buena que merece una recompensa por parte de Dios y elogio por parte de los hombres. 

Benedicto XVI insistía en que socorrer a los necesitados es un deber de justicia, aun antes que un acto de caridad: «La caridad va más allá de la justicia (…), pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es "suyo", lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar». No debemos olvidar que no somos propietarios absolutos de los bienes que poseemos, sino administradores. Cristo nos ha enseñado que la auténtica caridad es aquella que no se limita a "dar" la limosna, sino que lleva a "darse" uno mismo, a ofrecerse a Dios como culto espiritual (cf. Rom 12,1). Ése sería el verdadero gesto de justicia y caridad cristiana, «y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4).

Salmo 14 ¿Quién es justo ante el Señor?



Salmo 14

¿Quién es justo ante el Señor?

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda 
y habitar en tu monte santo? 

El que procede honradamente 
y práctica la justicia, 
el que tiene intenciones leales 
y no calumnia con su lengua, 

el que no hace mal a su prójimo 
ni difama al vecino, 
el que considera despreciable al impío 
y honra a los que temen al Señor, 

el que no retracta lo que juró 
aún en daño propio, 
el que no presta dinero a usura 
ni acepta soborno contra el inocente. 

El que así obra nunca fallará. 

13 feb 2018

Santo Evangelio 13 de febrero 2018




Día litúrgico: Martes VI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».


«Guardaos de la levadura de los fariseos»

Rev. P. Juan Carlos CLAVIJO Cifuentes 
(Bogotá, Colombia)

Hoy —una vez más— vemos la sagacidad del Señor Jesús. Su actuar es sorprendente, ya que se sale del común de la gente, es original. Él viene de realizar unos milagros y se está trasladando a otro sector en donde la Gracia de Dios también debe llegar. En ese contexto de milagros, ante un nuevo grupo de personas que lo espera, es cuando les advierte: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes» (Mc 8,15), pues ellos —los fariseos y los de Herodes— no quieren que la Gracia de Dios sea conocida, y más bien se la pasan cundiendo al mundo de mala levadura, sembrando cizaña. 

La fe no depende de las obras, pues «una fe que nosotros mismos podemos determinar, no es en absoluto una fe» (Benedicto XVI). Al contrario, son las obras las que dependen de la fe. Tener una verdadera y autentica fe implica una fe activa, dinámica; no una fe condicionada y que sólo se queda en lo externo, en las apariencias, que se va por las ramas… La nuestra debe ser una fe real. Hay que ver con los ojos de Dios y no con los del hombre pecador: «¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17). 

El reino de Dios se expande en el mundo como cuando se coloca una medida de levadura en la masa; ella crece sin que se sepa cómo. Así debe ser la autentica fe, que crece en el amor de Dios. Por tanto, que nada ni nadie nos distraiga del verdadero encuentro con el Señor y su mensaje salvador. El Señor no pierde ocasión para enseñar y eso lo sigue haciendo hoy día: «Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy» (Benedicto XVI).

«¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?»

Salmo 13 Corrupción y necedad del impío

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Salmo 13

Corrupción y necedad del impío


Dice el necio para sí: 
"No hay Dios". 
Se han corrompido cometiendo execraciones, 
no hay quien obre bien. 

El Señor observa desde el cielo 
a los hijos de Adán, 
para ver si hay alguno sensato 
que busque a Dios. 

Todos se extravían 
igualmente obstinados, 
no hay uno que obre bien, 
ni uno solo. 

Pero ¿no aprenderán los malhechores, 
que devoran a mi pueblo como pan 
y no invocan al Señor? 

Pues temblarán de espanto, 
porque Dios está con los justos. 
Podéis burlaros de los planes del desvalido, 
pero el Señor es su refugio. 

¡Ojalá venga desde Sión 
la salvación de Israel! 
Cuando el Señor cambie la suerte de su pueblos, 
se alegrará Jacob y gozará Israel. 

12 feb 2018

Santo Evangelio 12 de febrero 2018


Día litúrgico: Lunes VI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 8,11-13): En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.


«Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal»

Rev. D. Jordi POU i Sabater 
(Sant Jordi Desvalls, Girona, España)

Hoy, el Evangelio parece que no nos diga mucho ni de Jesús ni de nosotros mismos. «¿Por qué esta generación pide una señal?» (Mc 8,12). San Juan Pablo II, comentando este episodio de la vida de Jesucristo, dice: «Jesús invita al discernimiento respecto a las palabras y las obras que testifican (son “señal de”) la llegada del reino del Padre». Parece que a los judíos que interrogan a Jesús les falta la capacidad o la voluntad de discernir aquella señal que —de hecho— es toda la actuación, obras y palabras del Señor.

También hoy día se piden señales a Jesús: que haga notar su presencia en el mundo o que nos diga de una manera evidente cómo hemos de actuar nosotros. El Papa nos hace ver que la negativa de Jesucristo a dar una señal a los judíos —y, por tanto, también a nosotros— se debe a que quiere «cambiar la lógica del mundo, orientada a buscar signos que confirmen el deseo de autoafirmación y de poder del hombre». Los judíos no querían un signo cualquiera, sino aquel que indicara que Jesús era el tipo de mesías que ellos esperaban. No aguardaban al que venía para salvarlos, sino el que venía a dar seguridad a su visión de cómo se tenían que hacer las cosas.

En definitiva, cuando los judíos del tiempo de Jesús como también los cristianos de ahora pedimos —de una manera u otra— una señal, lo que hacemos es pedir a Dios que actúe según nuestra manera, la que nosotros creemos más acertada y que de hecho apoye a nuestro modo de pensar. Y Dios, que sabe y puede más (y por eso pedimos en el Padrenuestro que se haga “su” voluntad), tiene sus caminos, aunque a nosotros no nos sea fácil comprenderlos. Pero Él, que se deja encontrar por todos los que le buscan, también, si le pedimos discernimiento, nos hará comprender cuál es su manera de obrar y cómo podemos distinguir hoy sus signos.

Salmo 12 Suplica del justo



Salmo 12

Suplica del justo

¿Hasta cuando, Señor, seguirás olvidándome? 
¿Hasta cuando me esconderás tu rostro? 
¿Hasta cuando he de estar preocupado, 
con el corazón apenado todo el día? 
¿Hasta cuando va a triunfar mi enemigo? 

Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío; 
da luz a mis ojos 
para que no me duerma en la muerte, 
para que no diga mi enemigo: "le he podido", 
ni se alegre mi adversario de mi fracaso. 

Porque yo confío en tu misericordia: 
alegra mi corazón con tu auxilio, 
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. 

11 feb 2018

Santo Evangelio 11 de febrero 2018


Día litúrgico: Domingo VI (B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 1,40-45): En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.


«Si quieres, puedes limpiarme»

Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell 
(Agullana, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar la fe de este leproso. Sabemos que, en tiempos de Jesús, los leprosos estaban marginados socialmente y considerados impuros. La curación del leproso es, anticipadamente, una visión de la salvación propuesta por Jesús a todos, y una llamada a abrirle nuestro corazón para que Él lo transforme.

La sucesión de los hechos es clara. Primero, el leproso pide la curación y profesa su fe: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1,40). En segundo lugar, Jesús -que literalmente se rinde ante nuestra fe- lo cura («Quiero, queda limpio»), y le pide seguir lo que la ley prescribe, a la vez que le pide silencio. Pero, finalmente, el leproso se siente impulsado a «pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia» (Mc 1,45). En cierta manera desobedece a la última indicación de Jesús, pero el encuentro con el Salvador le provoca un sentimiento que la boca no puede callar.

Nuestra vida se parece a la del leproso. A veces vivimos, por el pecado, separados de Dios y de la comunidad. Pero este Evangelio nos anima ofreciéndonos un modelo: profesar nuestra fe íntegra en Jesús, abrirle totalmente nuestro corazón, y una vez curados por el Espíritu, ir a todas partes a proclamar que nos hemos encontrado con el Señor. Éste es el efecto del sacramento de la Reconciliación, el sacramento de la alegría.

Como bien afirma san Anselmo: «El alma debe olvidarse de ella misma y permanecer totalmente en Jesucristo, que ha muerto para hacernos morir al pecado, y ha resucitado para hacernos resucitar para las obras de justicia». Jesús quiere que recorramos el camino con Él, quiere curarnos. ¿Cómo respondemos? Hemos de ir a encontrarlo con la humildad del leproso y dejar que Él nos ayude a rechazar el pecado para vivir su Justicia.

Por ser diferentes

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POR SER DIFERENTES

Por Javier Leoz

Que la fe sana, cuando se cree y se toma como opción de vida, es un hecho irrefutable. Quien se acerca a Cristo –además de empuje hacia el espíritu de las bienaventuranzas- siente que, la fe, reconforta, anima, levanta, cura y dignifica.

1.- La lepra personifica en los tiempos que vivimos a toda persona que se duele y llora por las situaciones de contradicción que se dan en el mundo. Por tanta exclusión e injusticia fruto de la intolerancia o de los intereses que convierten automáticamente a unos en buenos y a otros en malos. Unos son colocados en el escaparate, como referencia y encarnación de los valores que emergen en una sociedad caprichosa, y otros son desterrados porque –sus exigencias o su modo de vida- pueden resultar chocantes o calificados incluso de “peligrosos”.

Hay muchos descartes en nuestra sociedad y muchos intentos ideológicos de silenciar a los que no hacen orfeón o secundan iniciativas amparadas por leyes de turno. Existen muchas iniciativas de apartar a los “nuevos leprosos” porque no dicen lo que la sociedad quiere oír ni actúan como la sociedad dicta.

2.- Una vez más, como en tiempos de Jesús, la perseverancia y la mano de Dios salen al paso de aquellos que saben que, sólo Dios, es capaz de responder con generosidad cuando el mundo rechaza o abandona.

Miremos un poco a nuestro alrededor. ¿Qué se enaltece? ¿Qué se valora? ¿Qué se desprecia? ¿Qué se margina? ¿Qué se recompensa?

--La eucaristía de cada domingo, el encuentro con la Palabra y con el Resucitado, nos inyecta a los cristianos la fuerza necesaria para insertarnos de nuevo, con impulso renovado y claro, en una sociedad donde no siempre predomina el bien común. Recordemos que hemos de ser sal (aunque pique) y luz (aunque deslumbre).

--La oración, personal o comunitaria, nos brinda esa oportunidad para recuperarnos de otros tantos rechazos cuando presentamos, con respeto pero con valentía, nuestra forma de entender el mundo, la sociedad, el hombre, etc., desde la fe.

--El testimonio, de lo que llevamos dentro, de nuestra experiencia de Dios, nos exige pregonar que con Jesús nos sentimos bien. Que haber encontrado a Dios, lejos de ser una preocupación, nos ayuda a llenar huecos peligrosos en nuestra vida. Nos invita a quemarnos, no hacia dentro, y sí hacia fuera, para que otros hermanos nuestros –con abundancia de lepra materialista, hedonista, individualista, pobreza, malos tratos, etc.- puedan salir de ese estadio y reincorporarse de nuevo a la vida o dejar que otros compartan su misma buena suerte. ¿Acaso no merece la pena? Pongamos algo de nuestra parte.