Santa Cecilia, Virgen y Mártir
Noviembre 22
Lirio del cielo
I. EL PALACIO DE LOS CECILIOS. UNA CASA PATRICIA DE LA ROMA IMPERIAL
En un ángulo del campo de Marte, cerca del mausoleo de Augusto y tan próxima al Estadio, que en los grandes días se oyen los gritos de la multitud, se yergue una casa patricia de la roma imperial. Desde allí se ve el Tíber. Detrás, se alza la fachada del Panteón, a la derecha el jardín, y en el interior un patio alegre, poblado de estátuas, pertenecientes a la nobilísima gens de los Cecilios. Pero los mármoles rodaron y el recuerdo se ha olvidado. Aquel palacio aristocrático de la Roma de los Antoninos, es hoy la iglesia de Santa Cecilia, espejo de la nueva Roma, restaurada por Cristo, la abeja industriosa de los panales del Señor, como la llama el pontífice Urbano. Una abeja libadora de flores de virtudes, que atesora en silencio y en oración. En una habitación, en un cofre de plata, se guarda el Evangelio que la joven lee todos los días.
II. LA BODA DE CECILIA
El palacio de los Cecilios se viste de fiesta. Esclavos y esclavas desfilan llevando joyas brillantes, telas preciosas y cestillos de flores, preparando la fiesta nupcial de la boda de Cecilia. Una noche, en las catacumbas, el pontífice había puesto sobre su cabeza el velo de las vírgenes; era la esposa de Cristo, pero no ha podido vencer la voluntad de su padre; y ahora se pone confiada en las manos del Señor. Avanza el cortejo. Van delante un niño adornado con verbenas y una niña coronada de rosas. Describiendo ligeros ritmos de danza, siguen cuatro adolescentes que acaban de vestir la toga pretexta. Cecilia lleva el vestido prescrito por el ritual: una túnica blanca de lana con su ceñidor también blanco y encima un manto color de fuego, símbolos de la inocencia y del amor. Cuando empezaba a brillar el lucero de la tarde, la nueva esposa es conducida a la morada del esposo.
III. HACIA LA CASA DE VALERIANO
La casa de Valeriano estaba al otro lado del Tíber, convertida hoy en la iglesia de Santa Cecilia. Cecilia sonríe con suavidad, pero una angustia infinita le acongoja el corazón. A los pocos pasos apareció la casa de Valeriano. En el pórtico, adornado de blancas colgaduras y guirnaldas de hiedra, aguardaba el esposo feliz. Cambiaron el saludo tradicional: -"¿Quién eres tú?"- preguntó él. Y ella respondió: -"Donde tú Cayo, yo Caya". Cecilia atraviesa el umbral. Una esclava se adelanta y le presenta en un cáliz de plata el agua, figura de la limpieza; otra le entrega una llave, símbolo de la administración que se le confía; y otra, le ofrece un puñado de lana para recordarle las tareas del hogar. Y pasan al triclinio, donde se va a servir el banquete nupcial. Brillan los candelabros, los lirios de Aecio y de Tívoli derraman sus perfumes, caen el chipre y el falerno en las copas de oro, escanciadas por jóvenes efebos, resuena la melodía de las arpas y los címbalos y los comensales aplauden al poeta que canta el epitalamio.
IV. EN EL BANQUETE DE BODA
Cecilia parece enajenada; su corazón está suspendido por una música celeste. "Durante el banquete de bodas, mientras la música sonaba, ella entonaba oraciones en la soledad de su corazón, pidiendo que su cuerpo quedara inmaculado", según se lee en las Actas de santa Cecilia, del año 500: "Que mi corazón y mi carne permanezcan puros". Cecilia iba a dar el último paso hacia el peligro. Dos matronas guiaron sus pasos temblorosos hacia la cámara nupcial. Arden los candelabros, brillan los tapices y fulguran las joyas.
V. EN LA CAMARA NUPCIAL
Llega Valeriano. Se acerca a su esposa radiante de dicha; pero ella le detiene con estas palabras: -"Joven y dulce amigo, tengo un secreto que confiarte; júrame que lo sabrás respetar". Valeriano lo jura sin dificultad, y la virgen añade: -"Cecilia es tu hermana, es la esposa de Cristo. Hay un ángel que me defiende, y que cortaría en un instante tu juventud si intentases cualquier violencia". El joven palidece, se irrita, grita desesperado; pero poco a poco la gracia le domina, y con la gracia la dulzura infinita de Cecilia. -"Cecilia -dice al fin-, hazme ver ese ángel, si quieres que crea en tus palabras". "Para ver ese ángel de Dios se necesita antes creer, hacerse discípulo de Cristo, bautizarse". -"Pues bien -responde Valeriano -; ahora mismo, esta misma noche; mañana será tarde". - Y con el ímpetu de la juventud y la sierpe de la duda en el alma, deja en la habitación a su esposa y camina envuelto en el silencio de la noche en busca del pontífice Urbano. Poco a poco, una fuerza desconocida va dominando su alma. Empieza a comprender.
VI. DOS CORONAS DE ROSAS Y LIRIOS
Unas horas más tarde volvía vestido con la túnica blanca de los neófitos. Prosternada en tierra, Cecilia está absorta en oración; una luz deslumbrante la rodea y un ángel de inefable belleza flota sobre ella, sosteniendo dos coronas de rosas y de lirios, con que adorna las sienes de los dos esposos. Al bautismo de Valeriano siguió el de su hermano Tiburcio y poco después, los dos esposos daban su sangre por la fe. Reinaba entonces en Roma el emperador Aurelio, hombre honrado, corazón bueno y compasivo, que se rebela contra los juegos sangrientos del anfiteatro; pero cruel con los cristianos. En su persecución sufrieron Tiburcio y algún tiempo después, la virgen Cecilia.
VII. EL MARTIRIO CRUEL
Tras los intentos de ahogarle en el hipocausto, el líctor blandió la espada y la dejó caer tres veces sobre el cuello de Cecilia, pero con tan mala suerte, que quedó envuelta en su propia sangre luchando agónica con la muerte. Tres días después iba a recibir el galardón de su heroísmo. Los cristianos recogieron el cuerpo de la mártir y respetuosamente lo encerraron en un arca de ciprés, sin cambiar la actitud que tenía al morir. Así se encontró catorce siglos más tarde, en 1599, según el testimonio del mismo Cardenal Baronio.
VIII. TESTIMONIO DE CARDENAL BARONIO
"Yo vi el arca, que se encerró en el sarcófago de mármol -dice el cardenal Baronio- y dentro, el cuerpo venerable de Cecilia. A sus pies estaban los paños empapados en sangre, y aún podía distinguirse el color verde del vestido, tejido en seda y oro, a pesar de los destrozos que el tiempo había hecho en él. Podía verse, con admiración, que este cuerpo no estaba extendido como los de los muertos en sus tumbas. Estaba la castísima virgen recostada sobre el lado derecho, unidas sus rodillas con modestia, ofreciendo el aspecto de alguien que duerme, e inspirando tal respeto, que nadie se atrevió a levantar la túnica que cubría el cuerpo virginal. Sus brazos estaban extendidos en la dirección del cuerpo, y el rostro un poco inclinado hacia la tierra, como si quisiese guardar el secreto del último suspiro. Sentíamonos todos poseídos de una veneración inefable, y nos parecía como si el esposo vigilase el sueño de su esposa, repitiendo las palabras del Cantar: “No despertéis a la amada hasta que ella quiera". Aunque la relación parece fruto de la fantasía, los mártires Valeriano y Tiburcio, sepultados en las catacumbas de Pretextato, son históricamente ciertos. Después del proceso, referido por el autor de la Passio, Cecilia, condenada a ser decapitada, recibió tres poderosos tajos del verdugo, sin que su cabeza cayese cortada: Había pedido y obtenido la gracia de volver a ver al papa Urbano antes de morir. En la espera de esta visita ella continuó durante tres días profesando la fe. No pudiendo hablar, expresó con los dedos el credo en Dios uno y trino. Y con este gesto la esculpió Maderno en su célebre, bellísima e impresionante imagen de mármol.
IX. PATRONA DE LA MUSICA
Cecilia, virgen clarísima, Lirio del cielo llega escoltada por la gloria divina con música y cantos, al banquete nupcial, en palabras de la narración de la Passio: Cantantibus organis, Caecilia, in corde suo, soli Domino decantabat, dicens: - Fiat cor et corpus meum immaculatum ut non confundar -, "Mientras tocaba el órgano, Cecilia cantaba salmos al Señor". A su Señor, a su Esposo: "Que mi corazón y mi cuerpo permanezcan inmaculados, para que no quede confundida". Sus oraciones fueron escuchadas y fue martirizada. Este relato escrito de las Actas de la mártir se grabó en mosaicos, y se decoró een frescos y miniaturas.
X. LOS PINTORES Y POETAS
En el siglo XVI y siguientes su posición como patrona de la música fue creciendo. Y los artistas la representaron tocando el órgano, o junto a él, en numerosas pinturas, destacando las de Rafael, Rubens y Pousin. Así la celebraron los pintores, los músicos y los poetas, Dryden, Pope, Purcell y Händel. El Movimiento Ceciliano alemán del siglo XIX la tomó como Patrona para la reforma de la música litúrgica, que culminó en el Motu Proprio de San Pio X, en 1903.
XI. CECILIA CANTA EN EL CIELO
Podemos imaginarnos a Cecilia cantando gozosa en el cielo, pidiendo al Señor que nosotros seamos dignos de cantar las alabanzas de Dios por las maravillas que obra en el mundo, unidos a su alma, limpia y enamorada. Dice santo Tomás en la 2a-2ae q. 91 a. 1 resp sobre el Canto Litúrgico, que tanto cuanto asciende el hombre a Dios por la divina alabanza, se aleja de lo que va contra Dios. El hombre asciende a Dios por medio de la divina alabanza, que le eleva alejándolo de lo que se opone a Dios, el egoismo y la soberbia, y lo convierte en hombre interior. La alabanza exterior de la boca ayuda a motivar el amor interior del que alaba. La alabanza exterior de los labios contribuye a aumentar el amor del que alaba, como lo había experimentado muy bien San Agustín viviendo la experiencia de la Iglesia que canta. La melodía divina con su fuerza transformante, lo había conducido al camino de su conversión. Confiesa el Santo que cuando oía los himos, de los salmos y de los cánticos en Milán, se sentía vivamente conmovido a la voz de tu Iglesia, que le impulsaba suavemente. Aquellas voces se mantenían en mis oídos y destilaban la verdad en mi corazón; encendían en mí sentimientos de piedad; entretanto derramaba lágrimas que me hacían bien (Conf. IX 6-14). En la Iglesia de Cristo, que es hogar de gozo, el canto es esperanza en acto porque es plegaria. Por lo tanto dedicarse a cantar a Dios y a escuchar la música sagrada es preparse para orar con mayor esperanza y a vivir la vida de Dios en nuestro santuario interior que desborda en la sociedad como anuncio del Reino de Cristo.
XII. LAS IMAGENES DE LA PATRONA DE LA MUSICA
A partir del Siglo XVI, la iconografía la representa llena de alegría por la presencia del Señor tocando instrumentos musicales, la lira, la cítara, el órgano, el clavicordio, el arpa, el violín, el violoncelo, y rodeada de ángeles cantando. Así la representan en el Louvre, Domenichino, Guido Reni, Rubens y Pierre Mignard. Desde la Catedral de Palermo a la Pinacoteca de Dresde, la figura de la mártir romana, personifica el espíritu del canto y de la música sacra, y sale de los límites de la música italiana para inspirar la música y la pintura europeas y el arte internacional ya que el arte no tiene fronteras, como no lo tiene el bien, ni la verdad ni la belleza, que viven en Dios y son participados por los hombres, que habiendo saboreado un retazo de hermosura, se enamoran de la plenitud de la belleza de Cristo Pantocrator. Porque la belleza, la verdad y el bien convergen y conducen a los hombres a reencontrarse con Dios.
XIII. LA PEDAGOGIA DEL ARTE
En la Pinacoteca de Bolonia se puede admirar un cuadro de Rafael que representa a Cecila, junto a instrumentos musicales, absorta en las armonías celestes. La Vida divina trinitaria, el Paraíso, la Comunión de los Santos son luz, armonía y color, santidad, que es belleza, magnificencia y esplendor. Ese es el ministerio de la liturgia y el magisterio del arte, ayudarnos a comprender mejor, a orar y a elevar nuestra mente a la armonía del Paraiso, al que estamos llamados. Los templos no son museos refinados, sino auxilios para afianzar nuestra fe y caminos de conversión interior. La música y el canto sagrado, las expresiones artíticas de la arquitectura, las pinturas, las imágenes, vienen a ser como sacramentales, para que los hombres, dotados de sentidos, se abran a su vocación de santidad, atraidos y fascinados por el aroma de los nardos de los santos, y por la blancura lilial de la Patrona de la Música CECILIA, Coeli-lilia, que en castellano significa Lirio del Cielo.
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La gran devoción popular hacia la virgen y mártir romana hizo que el nuevo calendario litúrgico conservara su memoria, a pesar de que faltan documentos históricos anteriores al siglo VI. Esta devoción y el mismo patrocinio de Santa Cecilia sobre la música sagrada se deben efectivamente al relato de su martirio, titulado Pasión, fechado después del año 486. En ella la fundadora del “título” de la basílica de Santa Cecilia en Trastévere es identificada con una santa homónima, enterrada en las catacumbas de San Calixto y que habría sufrido el martirio durante el imperio de Alejandro Severo, hacia el 230.
En la Liturgia de las Horas se lee: “El culto de Santa Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida en Roma una basílica en el siglo V, se difundió ampliamente a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo”.
Cecilia, noble y rica, iba todos los días a la Misa celebrada por el Papa Urbano en las catacumbas próximas a la Vía Apia, y una multitud de pobres la esperaban porque conocían su generosidad. En el día de su boda con Valeriano, mientras el órgano tocaba, ella cantaba en su corazón: “solamente para el Señor” (de este pasaje de su Pasión tuvo origen el patrocinio de Cecilia sobre la música sagrada); después, llegada la noche, la joven le dijo a Valeriano: “Ninguna mano profana puede tocarme, porque un ángel me protege. Si tú me respetas, él te amará, como me ama a mí”.
Al contrariado esposo no le quedó otro remedio que seguir el consejo de Cecilia, hacerse instruir y bautizar por el Papa Urbano y después compartir el mismo ideal de pureza de la esposa, recibiendo en recompensa su misma gloria: la palma del martirio, al que por gracia divina se asoció también el hermano de Valeriano, Tiburcio.
Aunque el relato del martirio parece fruto de una piadosa fantasía, históricamente es cierto que Valeriano y Tiburcio fueron mártires y que fueron enterrados en las catacumbas de Pretestato. Después del proceso, narrado con abundancia de detalles por el autor de la Pasión, Cecilia fue condenada a la decapitación, pero los tres poderosos golpes del verdugo no lograron cortarle la cabeza: esto se debió a que, según el relato, Cecilia había pedido al Señor la gracia de ver al Papa Urbano antes de morir.
En espera de esta visita, Cecilia pasó tres días en agonía, profesando su fe. No pudiendo decir ni una palabra, expresó con los dedos su credo en Dios uno y trino.