23 jun 2018

Santo Evangelio 23 de junio 2018


Día litúrgico: Sábado XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 6,24-34): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 

»Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».


«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura»

P. Jacques PHILIPPE 
(Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy el Evangelio habla claramente de vivir el “momento presente”: no darle vueltas al pasado, sino abandonarse en Dios y su misericordia. No atormentarse por el mañana, sino confiarlo a su providencia. Santa Teresita del Niño Jesús afirmaba: «Sólo me guía el abandono, ¡no tengo otra brújula!».

La preocupación jamás ha resuelto ningún problema. Lo que resuelve problemas es la confianza, la fe. «Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6,30), dice Jesús.

La vida no es por sí misma demasiado problemática, es el hombre quien carece de fe… La existencia no siempre es fácil. A veces es pesada; con frecuencia nos sentimos heridos y escandalizados por lo que sucede en nuestra vida o en la de los demás. Pero afrontemos todo esto con fe e intentemos vivir, día tras día, con la confianza en que Dios cumplirá sus promesas. La fe nos llevará a la salvación. 

«No os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mt 6,34). ¿Qué quiere decir esto? Hoy, busca vivir de manera justa, según la lógica del Reino, en la confianza, la sencillez, la búsqueda de Dios, el abandono. Y Dios se ocupará del resto…

Día a día. Es muy importante. Lo que nos agota a menudo son todas esas vueltas al pasado y el miedo al futuro; mientras que cuando vivimos en el momento presente, de manera misteriosa, encontramos la fuerza. Lo que tengo que vivir hoy, tengo la gracia para vivirlo. Si mañana debo hacer frente a situaciones más difíciles, Dios incrementará su gracia. La gracia de Dios se da al momento, día a día. Vivir el momento presente supone aceptar la debilidad: renunciar a rehacer el pasado o dominar el futuro, contentarse con el presente.

Salmo 123 Nuestro auxilio es el nombre del Señor

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Salmo 123

Nuestro auxilio es el nombre del Señor  



Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte 
-que lo diga Israel-, 
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, 
cuando nos asaltaban los hombres, 
nos habrían tragado vivos: 
tanto ardía su ira contra nosotros. 

Nos habrían arrollado las aguas, 
llegándonos el torrente hasta el cuello; 
nos habrían llegado hasta el cuello 
las aguas espumantes. 

Bendito el Señor, que no nos entregó 
en presa a sus dientes; 
hemos salvado la vida, como un pájaro 
de la trampa del cazador: 
la trampa se rompió, y escapamos. 

Nuestro auxilio es el nombre del Señor, 
que hizo el cielo y la tierra. 

22 jun 2018

Santo Evangelio 22 de junio 2018


Día litúrgico: Viernes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. 

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».


«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés 
(Tarragona, España)

Hoy, el Señor nos dice que «la lámpara del cuerpo es el ojo» (Mt 6,22). Santo Tomás de Aquino entiende que con esto —al hablar del ojo— Jesús se refiere a la intención del hombre. Cuando la intención es recta, lúcida, encaminada a Dios, todas nuestras acciones son brillantes, resplandecientes; pero cuando la intención no es recta, ¡que grande es la oscuridad! (cf. Mt 6, 23).

Nuestra intención puede ser poco recta por malicia, por maldad, pero más frecuentemente lo es por falta de sensatez. Vivimos como si hubiésemos venido al mundo para amontonar riquezas y no tenemos en la cabeza ningún otro pensamiento. Ganar dinero, comprar, disponer, tener. Queremos despertar la admiración de los otros o tal vez la envidia. Nos engañamos, sufrimos, nos cargamos de preocupaciones y de disgustos y no encontramos la felicidad que deseamos. Jesús nos hace otra propuesta: «Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Seamos sinceros con nosotros mismos, ¿en qué empleamos nuestros esfuerzos, cuáles son nuestros afanes? Ciertamente, es propio del buen cristiano estudiar y trabajar honradamente para abrirse paso en el mundo, para sacar adelante la familia, asegurar el futuro de los suyos y la tranquilidad de la vejez, trabajar también por el deseo de ayudar a los otros... Sí, todo esto es propio de un buen cristiano. Pero si aquello que tú buscas es tener más y más, poniendo el corazón en estas riquezas, olvidándote de las buenas acciones, olvidándote de que en este mundo estamos de paso, que nuestra vida es una sombra que pasa, ¿no es cierto que —entonces— tenemos el ojo oscurecido? Y si el sentido común se enturbia, «¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,23).

Salmo 122 El Señor, esperanza del pueblo

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Salmo 122

El Señor, esperanza del pueblo


A ti levanto mis ojos, 
a ti que habitas en el cielo. 

Como están los ojos de los esclavos 
fijos en las manos de sus señores, 
como están los ojos de la esclava 
fijos en las manos de su señora, 
así están nuestros ojos 
en el Señor, Dios nuestro, 
esperando su misericordia. 

Misericordia, Señor, misericordia, 
que estamos saciados de desprecios; 
nuestra alma está saciada 
del sarcasmo de los satisfechos, 
del desprecio de los orgullosos

21 jun 2018

Santo Evangelio 21 de junio 2018


Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»

Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach 
(Vilamarí, Girona, España)

Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.

Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.

Salmo 121 La ciudad santa de Jerusalén

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Salmo 121

La ciudad santa de Jerusalén



¡Qué alegría cuando me dijeron: 
"Vamos a la casa del Señor"! 
Ya están pisando nuestros pies 
tus umbrales, Jerusalén. 

Jerusalén está fundada 
como ciudad bien compacta. 
Allá suben las tribus, 
las tribus del Señor, 

según la costumbre de Israel, 
a celebrar el nombre del Señor; 
en ella están los tribunales de justicia, 
en el palacio de David. 

Desead la paz a Jerusalén: 
"Vivan seguros los que te aman, 
haya paz dentro de tus muros, 
seguridad en tus palacios". 

Por mis hermanos y compañeros, 
voy a decir: "La paz contigo". 
Por la casa del Señor, nuestro Dios, 
te deseo todo bien.

20 jun 2018

Santo Evangelio 20 de junio 2018


Día litúrgico: Miércoles XI del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).

La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.

Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra acción.

Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San Gregorio Magno).

Salmo 120 El guardián del pueblo

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Salmo 120

El guardián del pueblo



Levanto mis ojos a los montes: 
¿de dónde me vendrá el auxilio? 
El auxilio me viene del Señor, 
que hizo el cielo y la tierra. 

No permitirá que resbale tu pie, 
tu guardián no duerme; 
no duerme ni reposa 
el guardián de Israel. 

El Señor te aguarda a su sombra, 
está a tu derecha; 
de día el sol no te hará daño, 
ni la luna de noche. 

El Señor te guarda de todo mal, 
él guarda tu alma; 
el Señor guarda tus entradas y salidas, 
ahora y por siempre. 

19 jun 2018

Santo Evangelio 19 de junio 2018


Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu 
(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos? ¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?

Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...

Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.

Salmo 119 Deseo de la paz

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Salmo 119

Deseo de la paz



En mi aflicción llamé al Señor, 
y El me respondió. 
Líbrame, Señor, de los labios mentirosos, 
de la lengua traidora. 

¿Qué te va a dar o mandarte Dios, 
lengua traidora? 
Flechas de arquero, 
afiladas con ascuas de retama. 

¡Ay de mí, desterrado en Masac, 
acampado en Cadar! 
Demasiado llevo viviendo 
con los que odian la paz; 
cuando yo digo: "Paz", 
ellos dicen: "Guerra".

18 jun 2018

Santo Evangelio 18 de junio 2018


Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».


«Pues yo os digo: no resistáis al mal»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos enseña que el odio se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la Cruz, intercedió por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».

Salmo 118 Meditación sobre la palabra de Dios revelada en la ley

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Salmo 118

Meditación sobre la palabra de Dios revelada en la ley



Dichoso el que, con vida intachable, 
camina en la voluntad del Señor; 
dichoso el que, guardando sus preceptos, 
lo busca de todo corazón; 
el que, sin cometer iniquidad, 
anda por sus senderos. 

Tú promulgas tus decretos 
para que se observen exactamente. 
Ojalá esté firme mi camino, 
para cumplir tus consignas; 
entonces no sentiré vergüenza 
al mirar tus mandatos. 

Te alabaré con sincero corazón 
cuando aprenda tus justos mandamientos. 
Quiero guardar tus leyes exactamente, 
tú, no me abandones. 



¿Cómo podrá un joven andar honestamente? 
Cumpliendo tus palabras. 

Te busco de todo corazón, 
no consientas que me desvíe de tus mandamientos. 
En mi corazón escondo tus consignas, 
así no pecaré contra ti. 

Bendito eres, Señor, 
enséñame tus leyes. 
Mis labios van enumerando 
los mandamientos de tu boca; 
mi alegría es el camino de tus preceptos, 
más que todas las riquezas. 

Medito tus decretos, 
y me fijo en tus sendas; 
tu voluntad es mi delicia, 
no olvidaré tus palabras.

17 jun 2018

Santo Evangelio 17 de junio 2018


Día litúrgico: Domingo XI (B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.


«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra»

Fr. Faust BAILO 
(Toronto, Canadá)

Hoy, Jesús nos ofrece dos imágenes de gran intensidad espiritual: la parábola del crecimiento de la semilla y la parábola del grano de mostaza. Son imágenes de la vida ordinaria que resultaban familiares a los hombres y mujeres que le escuchan, acostumbrados como estaban a sembrar, regar y cosechar. Jesús utiliza algo que les era conocido —la agricultura— para ilustrarles sobre algo que no les era tan conocido: el Reino de Dios.

Efectivamente, el Señor les revela algo de su reino espiritual. En la primera parábola les dice: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra» (Mc 4,26). E introduce la segunda diciendo: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios (…)? Es como un grano de mostaza» (Mc 4,30).

La mayor parte de nosotros tenemos ya poco en común con los hombres y mujeres del tiempo de Jesús y, sin embargo, estas parábolas siguen resonando en nuestras mentes modernas, porque detrás del sembrar la semilla, del regar y cosechar, intuimos lo que Jesús nos está diciendo: Dios ha injertado algo divino en nuestros corazones humanos.

¿Qué es el Reino de Dios? «Es Jesús mismo», nos recuerda Benedicto XVI. Y nuestra alma «es el lugar esencial donde se encuentra el Reino de Dios». ¡Dios quiere vivir y crecer en nuestro interior! Busquemos la sabiduría de Dios y obedezcamos sus insinuaciones interiores; si lo hacemos, entonces nuestra vida adquirirá una fuerza e intensidad difíciles de imaginar. 

Si correspondemos pacientemente a su gracia, su vida divina crecerá en nuestra alma como la semilla crece en el campo, tal como el místico medieval Meister Eckhart expresó bellamente: «La semilla de Dios está en nosotros. Si el agricultor es inteligente y trabajador, crecerá para ser Dios, cuya semilla es; sus frutos serán de la naturaleza de Dios. La semilla de la pera se vuelve árbol de pera; la semilla de la nuez, árbol de nuez; la semilla de Dios se vuelve Dios».

Confiar en Dios, plantando semillas de vida

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CONFIAR EN DIOS, PLANTANDO SEMILLAS DE VIDA

Por Gabriel González del Estal

1.- El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. Estas dos parábolas con las que compara hoy el reino de Dios el evangelista Marcos nos hablan de la necesaria confianza en Dios, nos dicen que los educadores cristianos debemos ser humildes; necesitamos la gracia de Dios para que nuestras pobres palabras y acciones desarrollen toda la fuerza de santidad que sólo Dios puede dar a la semilla. Nuestra naturaleza humana es débil e imperfecta, tiene tendencias pecaminosas que nosotros sólo podemos enderezar y controlar con la gracia de Dios. Dios quiere que la semilla que nosotros plantamos, nuestras palabras, nuestros gestos, dé fruto, pero el fruto de la semilla no depende sólo de nosotros, es la fuerza de Dios la que debe darle el incremento necesario. San Pablo lo tuvo siempre muy claro: nosotros podemos plantar y regar, pero el incremento sólo puede darlo Dios. Por eso, debemos siempre confiar en Dios. La humildad y la confianza en Dios deben ir siempre unidas, porque ni la humildad, ni la confianza en Dios pueden dispensarnos del trabajo de sembrar la semilla. Si el sembrador no siembra, no puede crecer la semilla. La semilla que nosotros plantamos puede ser la más pequeña de las semillas, como el grano de mostaza, pero la fuerza de Dios puede hacer que esta pequeña semilla con la gracia de Dios crezca y, como nos dice el evangelista, se haga más alta que las demás hortalizas. El cristiano, el discípulo de Cristo debe ser una persona humilde, esforzada, y con una gran confianza en Dios en todo lo que habla y en todo lo que dice. Sólo así estaremos colaborando en la construcción del reino de Dios.

2.- Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes. El profeta Ezequiel habla a un pueblo que está en el exilio; no tiene ni rey, ni Templo, ni sacerdocio; tiene pocos motivos para la esperanza. En estas circunstancias, el profeta les dice que será el mismo Dios el que hará de este pueblo desterrado y desesperanzado un pueblo libre y poderoso. Nosotros, los cristianos de este siglo XXI, podemos aplicarnos este texto cuando las circunstancias personales, religiosas, sociales y políticas nos sean adversas. Dios no nos va a abandonar nunca, sólo quiere que nosotros, impulsados por nuestra esperanza cristiana, trabajemos por nuestra parte para vencer todas las dificultades que tenemos. Nuestra confianza en Dios no nos dispensa de trabajar personal y colectivamente para vencer todas las dificultades que tenemos. “A Dios rogando y con el mazo dando”, siempre con humildad y fortaleza. Y, si ponemos mucho amor en todo lo que hacemos, seguro que nuestros esfuerzos, con la gracia de Dios tendrán éxito.

3.- Hermanos: siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. San Pablo habla a una comunidad cristiana que espera ver pronto física y personalmente, en la segunda venida, a un Cristo triunfante. Pero, mientras tanto, esta comunidad vive un tanto desorientada y desesperanzada. El apóstol les dice que comprende su situación, porque él sabe lo difícil que es vivir guiados sólo por la fe, sin la ayuda de una visión corporal en lo que creen. Y es que vivir sólo guiados por la fe, sin apoyos físicos y corporales, no resulta fácil. Por eso hay muchos que no creen, al estilo de santo Tomás, pensando que sólo podemos creer firmemente en lo que vemos y podemos comprobar físicamente. Es la gran tentación y el gran problema de todas las religiones: creer sin ver. Pero la realidad es que todas las personas religiosas tenemos que aceptar, hoy y siempre, este problema; creer espiritualmente, sin ver físicamente. Las realidades espirituales no se pueden ver con ojos corporales. Por eso, el mismo san Pablo les dice a los Corintios que él “prefiere desterrarse del cuerpo y vivir junto al Señor”. Bien, nosotros no tenemos que compartir necesariamente estos deseos urgentes por morir que tenía san Pablo. Aceptemos, mientras vivimos aquí, corporalmente, vivir sólo guiados por la fe, con humildad y fuerza interior. Y pedir todos los días al Señor que aumente nuestra fe.