2 abr 2025

Santo Evangelio 2 de Abril 202

  


Texto del Evangelio (Jn 5,17-30):

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios.

Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

»En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado».



«En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna»


Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas

(Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos habla de la respuesta que Jesús dio a algunos que veían mal que Él hubiese curado a un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas críticas para manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del sábado. Unas palabras que serán motivo de la sentencia condenatoria el día del juicio en casa de Caifás. En efecto, cuando Jesús se reconoció Hijo de Dios, el gran sacerdote exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué os parece?» (Mt 26,65).

Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre marcando una distinción: la Paternidad de Dios es diferente si se trata de Cristo o de los hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían muy bien: no era Hijo de Dios como los otros, sino que la filiación que reclama para Él mismo es una filiación natural. Jesús afirma que su naturaleza y la del Padre son iguales, aun siendo personas distintas. Manifiesta de esta manera su divinidad. Es éste un fragmento del Evangelio muy interesante de cara a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad.

Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial referencia a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en Él: escuchar y creer a Jesús es tener ya la vida eterna (cf. Jn 5,24). Ciertamente, no es todavía la vida definitiva, pero ya es participar de la promesa. Conviene que lo tengamos muy presente, y que hagamos el esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo que realmente es: la Palabra de Dios que salva. La lectura y la meditación del Evangelio ha de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que nos abren las puertas de la vida eterna. En fin, como enseñaba san Efrén, la Palabra de Dios es una fuente inagotable de vida.


Clica en la imagen para rezar a JESÚS SACRAMENTADO

 


Jaculatoria

 


DEL BIEN DE LA CARIDAD

 


De los sermones de san León Magno, papa

(Sermón 10 sobre la Cuaresma, 3-5: PL 54, 299-301)

DEL BIEN DE LA CARIDAD


Dice el Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de su corazón; si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo, y, a fin de hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una misericordia perseverante. Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no admite verse encerrada por ningún término. Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la caridad —por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello—, quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma santificados deben poner especial empeño en conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.

Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar ofrendas de misericordia, para conceder, por nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros.

La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los pobres y los impedidos por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede faltar materia para la largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da. Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén

1 abr 2025

Santo Evangelo 1 de Abril 2025

  


Texto del Evangelio (Jn 5,1-3.5-16):

 Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». Él le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’». Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.



«Jesús, viéndole tendido (...), le dice: ‘¿Quieres curarte?’»


Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch

(Salt, Girona, España)

Hoy, san Juan nos habla de la escena de la piscina de Betsaida. Parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3). Jesús se dejó caer por allí.

¡Es curioso!: Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a la gente, allí está Él. Los fariseos, en cambio, sólo pensaban en si era sábado. Su mala fe mataba el espíritu. La mala baba del pecado goteaba de sus ojos. No hay peor sordo que el que no quiere entender.

El protagonista del milagro llevaba treinta y ocho años de invalidez. «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6), le dice Jesús. Hacía tiempo que luchaba en el vacío porque no había encontrado a Jesús. Por fin, había encontrado al Hombre. Los cinco pórticos de la piscina de Betsaida retumbaron cuando se oyó la voz del Maestro: «Levántate, toma tu camilla y anda» (Jn 5,8). Fue cuestión de un instante.

La voz de Cristo es la voz de Dios. Todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo. En el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.

El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.


Clica en la imagen para rezar a JESÚS SACRAMENTADO

 


Jaculatoria

 


CRISTO ES NUESTRO SUMO SACERDOTE, NUESTRA PROPICIACIÓN


 De las homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro del Levítico

(Homilía 9, 5. 10: PG 12, 515. 523)

CRISTO ES NUESTRO SUMO SACERDOTE, NUESTRA PROPICIACIÓN


Una vez al año, el sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se hallan el propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar del incienso, en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote. Si pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año con el pueblo, aquel año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos que, en este año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario, es decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió hasta el trono del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder por cuantos creen en él. Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a reconciliar a los hombres con el Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Y, de manera semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo llegue a su fin. Dice el precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente. Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados. No pases por alto el detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene de oriente, pues de allí proviene el hombre cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz del día, para que no andes nunca en tinieblas ni en ellas aquel día supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la paz.

31 mar 2025

Santo Evangelio 31 de Marzo 2025

 



 Texto del Evangelio (Jn 4,43-54):

 En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.



«Jesús partió de Samaría para Galilea»


Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero

(Viladecans, Barcelona, España)

Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde había realizado el conocido milagro de la conversión del agua en vino. Ahora, en esta ocasión, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Aunque el primero fue espectacular, éste es —sin duda— más valioso, porque no es algo material lo que se soluciona con el milagro, sino que se trata de la vida de una persona.

Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: «Le dice el funcionario: ‘Señor, baja antes que se muera mi hijo’. Jesús le dice: ‘Vete, que tu hijo vive’» (Jn 4,49.50).

Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Cáritas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.

Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro.

La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar».


Clica en la imagen para rezar a JESÚS SACRAMENTADO

 


Jaculatoria

 


CRISTO ES EL CAMINO HACIA LA LUZ, LA VERDAD Y LA VIDA

 


De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

(Tratado 34, 8-9: CCL 36, 315-316)

CRISTO ES EL CAMINO HACIA LA LUZ, LA VERDAD Y LA VIDA


El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una cosa y nos prometió otra. Hagamos lo que nos mandó y, de esta forma, no desearemos de manera insolente lo que nos prometió; no sea que tenga que decirnos el día del juicio: «¿Hiciste lo que mandé, para poder pedirme ahora lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Pediste un consejo de vida. ¿De qué vida sino de aquella de la que se dijo: En ti está la fuente de la vida? Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor; desatemos aquellas ataduras que nos impiden seguirlo. Pero ¿quién será capaz de desatar tales nudos, si no nos ayuda aquel mismo a quien se dijo: Rompiste mis cadenas? El mismo de quien en otro salmo se afirma: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. ¿Y en pos de qué corren los liberados y los puestos en pie, sino de la luz de la que han oído: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas? Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria la saliva de Cristo mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que el Señor nos ilumine. Mezcló saliva con tierra; por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: La verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verlo cara a cara, pues también esto se nos promete. Porque, ¿quién se atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Lo veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Y Juan añade en su carta: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Ésta es una gran promesa. Si lo amas, síguelo. «Yo lo amo —me dices—, pero ¿por qué camino lo sigo?» Si el Señor, tu Dios, te hubiese dicho: «Yo soy la verdad y la vida», y tú deseases la verdad y anhelaras la vida, sin duda que hubieras preguntado por el camino para alcanzarlas, y te estarías diciendo: «Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida; ojalá mi alma tuviera la posibilidad de llegar hasta ellas.» ¿Quieres saber por dónde has de ir? Oye que el Señor dice primero: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te dijo por donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el camino? A la verdad y a la vida. Primero dijo por donde tenías que ir, y luego a donde. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Permaneciendo junto al Padre, es la verdad y la vida; al vestirse de carne, se hace camino. No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido, si es que en verdad te despierta; levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no puedes, porque te duelen los pies. Y ¿por qué te duelen los pies?; ¿acaso porque anduvieron por caminos tortuosos, bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos —dices—, pero no puedo ver el camino.» Piensa que también iluminó a los ciegos.

30 mar 2025

Santo Evangelio 30 de Marzo 2025

 



 Texto del Evangelio (Lc 15,1-3.11-32):

 En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’»

.


«Padre, pequé contra el cielo y ante ti»


Rev. D. Joan Ant. MATEO i García

(Tremp, Lleida, España)

Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.

Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.

Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo).

Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto y resucitado— su misericordia.

San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!

Clica en la imagen para rezar a JESÚS SACRAMENTADO

 


Jaculatoria

 


SIRVAMOS A CRISTO EN LOS POBRES

 


De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo

(Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 38. 40: PG 35, 910)

SIRVAMOS A CRISTO EN LOS POBRES


Dichosos los misericordiosos —dice la Escritura—, porque ellos alcanzarán misericordia. No es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dice el salmo: Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo:Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte la limosna —dice el Apóstol— que lo haga con agrado; pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que, cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admirable. Un espléndido premio. Escucha: Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa solamente, como algunos, no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo, ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos, antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos tabernáculos, por el mismo Cristo, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.