14 dic 2013

Santo Evangelio 14 de Diciembre de 2014



Día litúrgico: Sábado II de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 17,10-13): Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.


Comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Sant Boi de Llobregat, Barcelona, España)
Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron

Hoy, Jesús conversa con los discípulos cuando baja de la montaña, donde han vivido la Transfiguración. El Señor no ha acogido la propuesta de Pedro de quedarse, y baja respondiendo a las preguntas de los discípulos. Éstos, que acaban de participar brevemente de la gloria de Dios, están sorprendidos y no entienden que ya haya llegado el Mesías sin que antes haya venido el profeta Elías a prepararlo todo.

Resulta que la preparación ya ha sido realizada. «Os digo, sin embargo, Elías vino ya» (Mt 17,12): Juan Bautista ha preparado el camino. Pero los hombres del mundo no reconocen a los hombres de Dios, ni los profetas del mundo reconocen a los profetas de Dios, ni los prepotentes de la Tierra reconocen la divinidad de Jesucristo.

Es necesaria una mirada nueva y un corazón nuevo para reconocer los caminos de Dios y para responder con generosidad y alegría a la llamada exigente de sus enviados. No todos están dispuestos a entenderlo y, menos, a vivirlo. Es más, nuestras vidas y nuestros proyectos pueden estar oponiéndose a la voluntad del Señor. Una oposición que puede convertirse, incluso, en lucha y rechazo de nuestro Padre del Cielo.

Necesitamos descubrir el intenso amor que guía los designios de Dios hacia nosotros y, si somos consecuentes con la fe y la moral que Jesús nos revela, no han de extrañarnos los malos tratos, las difamaciones y las persecuciones. Ya que estar en el buen camino no nos evita las dificultades de la vida y Él, a pesar del sufrimiento, nos enseña a continuar.

A la Madre de Jesús, Reina de los Apóstoles, le pedimos que interceda para que a nadie le falten amigos que, como los profetas, le anuncien la Buena Nueva de la salvación que nos trae el nacimiento de Jesucristo. Tenemos la misión, tú y yo, de que esta Navidad sea vivida más cristianamente por las personas que encontraremos en nuestro camino.

San Juan de la Cruz.- 14 de Diciembre


14 DICIEMBRE

SAN JUAN DE LA CRUZ
(+ 1591)


En medio de la Moraña avilesa se encuentra Fontiveros. Está en el centro de un triángulo histórico que forman Avila, Arévalo y Madrigal. Allí nació Juan de Yepes en el año de 1542. Sus padres, Gonzalo y Catalina, eran unos pobres pañeros del lugar. La vida fue difícil para él desde el comienzo. El padre murió pronto, y la viuda hubo de pasar estrecheces enormes para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Luis murió también de pocos años. Y el éxodo de la familia se impuso inevitable para buscar alguna solución. Catalina pidió ayuda a los parientes de su difunto esposo por tierras toledanas. Después se estableció en Arévalo, donde siguió trabajando en su antiguo oficio. Mas tarde se trasladó a Medina del Campo.

Medina está también en la llanada de Castilla. Tierra dura y sufrida. Apta para el soñar, para la poesía, para el vuelo místico... Pero Medina era entonces el centro comercial de Castilla. Ferias y mercados, artesanía y movimiento. Allí Juan ensayará numerosos oficios manuales, que no le gustan, aunque no sea inútil para los mismos. Pero su afición serán los estudios. Su madre le envía al colegio de la Doctrina que hay en Medina, como en casi todas las ciudades castellanas. Y entra de acólito en las agustinas de la Magdalena. Asi tuvo ocasión de conocerle don Alonso Alvarez de Toledo, que le ofrece una colocación en el hospital de la Concepción y costearle los estudios para que sea sacerdote. En 1551 han fundado en Medina un colegio los padres de la Compañía. En él estudiará Humanidades, bajo la dirección de Juan Bonifacio, S.J. el más cé'ebre de los humanistas de la todavía entonces joven institución.

Para los estudios Juan resulta muy 'agudo", y su espiritu de trabajo es admirable. Pero todo aquel esfuerzo no va a terminar en la clericatura esperada por su protector, don Alonso, y por su buena madre. Juan se siente llamado a la vida religiosa. Y escoge la Orden del Carmen, la Orden de María, donde pide el hábito en 1563. Se llamará en adelante Juan de Santa María.

Dado su talento y su virtud, fue pronto destinado al colegio de San Andrés, que la Orden tiene en Salamanca junto a la famosa Universidad. De 1564 al 1567 estudiará en ella Artes, y en el curso siguiente (1567-68) está matriculado en Teología.

Salamanca vive entonces en todo su esplendor magisterial: Mancio, Guevara, Gallo, Crajal, Luis de León.... entre otros. Fray Juan fue en su colegio "prefecto de estudiantes", que indica su aprovechamiento y la estima que le acompaña entre los demás.

Fue en 1567 cuando se ordena de misa, y viene a Medina para celebrar la primera junto a su pobre madre y su hermano Francisco. Y es entonces cuando tiene lugar un encuentro providencial e inesperado. En Medina acaba de fundar su segundo "palomarcito de la Virgen" la madre Teresa. Tiene, además, 'patentes" del general de la Orden para fundar dos monasterios de frailes reformados. Y se ha puesto al habla con fray Antonio de Heredia, prior de los carmelitas de Medina. El está decidido a comenzar. Y por él viene en conocimiento de fray Juan. Porque fray Juan desea pasar a la Cartuja, hambriento de penitencia y soledad. Fue allí, en las casas de Blas de Medina (en ellas habita de momento la madre), donde tiene lugar la entrevista, trascendental para siempre en la historia de la espiritualidad. La madre Teresa convence a fray Juan para que se una a la reforma de los frailes, para que salve el espíritu del Carmelo, amenazado por los hombres y los tiempos; esa empresa espiritual que ella lleva adelante por encargo del cielo. Aquel día, en la recreación de las mojitas, la madre ha comentado alborozada: "¡Ya tengo fraile y medio para empezar!"... El medio fraile era una alusión a la pequeña estatura de fray Juan.

Después de su curso de Teología en Salamanca, todo se precipita ya. Estamos en 1568. Va con la madre a la fundación de monjas en Valladolid, para luego instalarse en Duruelo, a finales del año. Duruelo es una alquería en tierras de Avila que han regalado a la madre Teresa, perdida entre encinares y campos de trigo. Allí se inaugura la vida descalza entre los carmelitas. Fue el 28 de noviembre de aquel año. Durante año y medio Juan (desde ahora de la Cruz) vivirá su ilusión más pura hecha realidad en aquel rincón, único en el mundo. Austeridad, alegría, silencio... Los alcores, los espinos de las veredas, los caminos blancos entre tierras pardas, la fuente, la casita que recuerda al portal de Belén... Todo es "música callada", es "soledad sonora". Todo es paz...

Pero dura poco: año y medio no más. En seguida la expansión de la reforma carmelita le arrastra en su trajín. Fue algo inevitable. Y que proporcionó al Santo contemplativo una serie de sufrimientos y trabajos que hicieron honor a su apellido monacal.

Mancera, Pastrana, el colegio de estudios de Alcalá, reclaman en poco tiempo la presencia del fraile de Fontiveros. El da comienzo a todas esas casas de formación, pues en la obra teresiana él es providencialmente el que va sembrando en ellas el ideal de perfección carmelita que lleva en el alma, y que en parte recibió de Santa Teresa.

Desde 1572 a 1577 fray Juan es confesor de la Encarnación de Avila. El visitador apostólico, Pedro Fernández, O. P., ha llevado de priora a aquel monasterio importante de monjas carmelitas a la madre Teresa, y ésta consigue del visitador que ponga allí confesores descalzos que la ayuden a tonificar aquel monasterio. En una casita próxima al convento pasará nuestro Santo, junto con un compañero, casi cinco años confesando, dirigiendo religiosas y gentes de Avila. Fue un campo de experiencias espléndido. Sobre todo, porque durante largas temporadas la primera penitente y dirigida es la madre priora, Santa Teresa de Jesús. Allí va madurando el alma y el magisterio del futuro doctor. El germen de muchas de sus doctrinas y de sus obras allí se ha incubado. Frente a los muros roqueros de Avila, en esa tierra alta y celtíbera que desafía de siglos los soles y los vientos...

Pero la obra teresiana es una obra de Dios, y, por tanto, ha de ser una obra sellada por la cruz. La persecución por parte de los padres calzados tenía que estallar. Y fue a caer sobre los representantes más destacados de la reforma, como es natural. Ya en 1576 fue sacado violentamente fray Juan de su casita de la Encarnación. Pero le devuelve a ella una orden del nuncio. En la noche del 2 de diciembre de 1577 fue apresado definitivamente. En seguida es llevado al convento carmelita de Toledo. Fueron nueve meses de durísima prisión. Su historia se ha recordado infinidad de veces. No hace falta repetirla. Las costumbres de la época explican los detalles externos. Pero aquellos nueve meses tienen una historia interna, que ha querido trazar la providencia de Dios. Son meses de cruz, de Getsemani, de noche... Pero son de una fecundidad maravillosa. El alma del santico de fray Juan madura allí bajo los soles abrasados de las gracias divinas. Y aquella vida llameante se traduce en versos, en planes de escritos, en experiencia gustosa y sabia de la obra de Dios en las almas que a Él se entregan. Mediado agosto de 1578 logra escapar de su cárcel. Fue un gesto dramático, en que intervienen Dios y la audacia y confianza de fray Juan. Pero de la prisión toledana él lleva consigo, grabados en el alma, sus poemas y su firmeza diamantina, que tendrá que utilizar en lo que le quede de vida, siempre orientada hacia Dios.

Porque hasta su muerte la vida de fray Juan será en el fondo ya la misma. Por una parte, dentro de la reforma, estará siempre comisionado en tareas de formación y dirección de frailes y monjas. En seguida recorreremos todos esos encargos que tuvo. Por otra, ocupará puestos de gobierno en un plano secundario siempre, ya que los primeros títulos los detentarán Gracián y Doria, cuyos nombres y actuación llenan dolorosamente los lustros iniciales de la reforma teresiana. Juan no ha recibido del cielo la misión de la lucha externa en primer lugar. Él sera el hombre escondido que mantiene la brasa pura y que en las contiendas de familia pone la nota de elevación y de equilibrio, que faltó tantas veces a los demás. La misma Santa, tan penetrante e intuitiva, se ha dado perfecta cuenta de ese papel que correspondía a su ''senequita . Para la empresa exterior cuenta apenas con él. Pero para la obra secreta y misteriosa de la formación espiritual de sus hijas tiene plena confianza en su padre Juan, en aquel "santico de fray Juan", cuyos ''huesecilcos harán milagros", "hombre celestial y divino. . ., (que ) no he hallado en toda Castilla otro como él, ni que tanto fervore en el camino del cielo..." Y no es que la pslcologla sobrenatural de la madre coincida en todo con la de Fray Juan. No, son en parte distintas. Pero se saben respetar y completar a su manera. Lo que seguramente no llegó a conocer Santa Teresa en toda su hondura fue la riqueza doctrinal de aquella alma y que su Influencia iba a ser, a lo largo de los siglos, de una trascendencia sin comparación posible en la espiritualidad cristiana universal. Al menos no tenemos indicio de una tal visión profética teresiana. A pesar de las luces naturales y sobrenaturales de que estuvo egregiamente dotada, el abismo que tenía que medir ¡era tan grande!

Desde Toledo fray Juan de la Cruz fue enviado de superior al convento del Calvario, en la serranía de Jaén. Tuvieron los descalzos una especie de capítulo en Almodóvar del Campo, al que asiste nuestro Santo. Y allí fue nombrado para aquella soledad de Sierra Morena. Fueron meses felices, de paz recogida y callada, de oración y cultivo de almas selectas, de contemplación y éxtasis. Reviven los dias de Duruelo otra vez. Desde el Calvario atiende a las carmelitas de Beas de Segura. Va con frecuencia a confesarlas, a proporcionarles sus primeros escritos espirituales, que se van perfilando ante aquellas almas deseosas y espléndidas. Entre ellas está por priora Ana de Jesús, que quedará de por vida tan vinculada a los avatares sanjuanistas. ¡Magnifico campo de experiencias para el santo doctor!

El 13 de junio de 1579 partía para Baeza a fundar allí un colegio de estudios para sus frailes. Baeza es la principal Universidad de Andalucia, surgida al calor del espiritu de Juan de Avila. Y la casa de los descalzos carmelitas encuentra allí acogimiento cordial y fervoroso.

Como rector de Baeza, asiste el Santo al capítulo de separación de la reforma que ha lugar en Alcalá a primeros de marzo de 1581. Allí fue elegido tercer definidor, continuando a la vez su rectorado en Baeza. En seguida será trasladado de prior al convento de los Mártires. en Granada, donde permanecerá hasta finales de 1588. Fueron estos años fecundos, en su tarea de escritor sobre todo. Aquel lugar incomparable era a propósito para hacer producir a su pluma hecha llama. El paisaje de la sierra y de la vega, la luz, el aire, el perfume, la música enredada en el viento..., todo le sirvió para terminar de poner colorido y armonía a sus poemas y para redactar serenamente después sus comentarios.

Ya durante este periodo de su vida los viajes se fueron multiplicando cada vez más. Viajes a Caravaca, a Avila para ultimar con la madre Teresa la fundación de monjas de Granada, viajes a los capítulos, que se suceden. En el de 1585 de Pastrana fue nombrado vicario provincial de Andalucia. Tuvo como consecuencia que aumentar sus actividades externas. Todo ello violentaria, sin duda, sus aspiraciones más profundas, pero la cruz de Cristo era el apellido que sellaba su vida. En 1586, fundación de descalzos en Cordoba; traslado de casa de las descalzas de Sevilla, reunión del definitorio en Madrid y fundación en la Corte de las descalzas con Ana de Jesús al frente de las mismas, fundación de descalzos en Mancha Real, preparación de la de Bujalance, etc., etc. Caminos, ventas, quebraderos de cabeza... En el capitulo de Valladolid de 1587 cesa de vicario provincial y vuelve a ser prior de Granada. Fue otro breve espacio de tiempo que pudo gozar de aquel retiro. Pudo así continuar sus quehaceres de director de almas y sus actividades literarias, siempre interrumpidas. Pero no duró mucho su quietud granadina.

En 1588 tenía lugar en Madrid el capitulo general para poner en vigor un breve de Sixto V, por el cual se organizaba de manera nueva y especial la reforma del Carmen. Era obra del padre Doria, vicario de la misma, que aquí fue electo vicario general, ya casi independiente del general de la Orden. Seis consiliarios le ayudarían en el gobierno. Y uno de ellos fue San Juan de la Cruz. Para residencia permanente del vicario general y sus consiliarios se escogió el convento de Segovia. Allí residirá casi tres años nuestro Santo, que fue, además, nombrado prior de la casa de Segovia, ya que el vicario por sus viajes inherentes al cargo estaba mucho ausente.

Tres años en la paz de Segovia. Para despachar asuntos como consiliario, para consolidar aquella fundación, para dirigir almas (Ias carmelitas, sacerdotes, seglares), para contemplar..., en aquella soledad de junto al Eresma, frente a las torres y los muros de la vieja ciudad. Noches estrelladas de Castilla, murmullo apagado de sus campos inmensos, rumor de las aguas hondas del río..., mientras en las cuevas naturales de la huerta conventual fray Juan vive intensa su vida interior, hecha de "nadas" y de unión con el "Todo".

Un día la imagen doliente de Jesús le ha preguntado que qué quería en recompensa de su amor puro y exclusivo, y Juan de la Cruz ha respondido generosamente: "Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos", Su oración iba a ser oída abundosamente.

En 1591 el capítulo le deja sin oficio y le arrincona como a "un trapo viejo de cocina". Fray Juan ha llegado a ser persona poco grata para el padre Nicolás Doria. Y es que nuestro Santo es la misma sencillez y sinceridad. Sabe obedecer fidelisimamente como el que más, pero sabe decir su parecer con toda llaneza cuando lléga el caso. En varios procedimientos de la marcha de la consulta no ha estado de acuerdo... Ahora hay un choque fuerte entre las monjas y los frailes a causa de la manera de organizar el gobierno de aquellas. Se sospecha que Juan está de parte de las mismas. Y se le elimina con toda facilidad y sangre fría. Es más, oficiosamente se comienza un proceso contra él, que, según la intención del que lo ejecutaba, debería terminar con la expulsión del Santo de la Orden.

Fray Juan pidió retirarse al conventito de La Peñuela, en la serranía de Jaén. Entretanto se aclaraba o no si marchaba a las Indias, para las que se había ofrecido a ir, quitándose así del medio para no ser estorbo. Pero para ese largo viaje ya no hubo lugar.

En La Peñuela vive unos cortos meses. Debió de llegar en julio de 1591. De nuevo, la soledad, el silencio, la oración recoleta y sabrosa. Por fuera... Ia reforma padece, agitada por los procedimientos del padre Doria y sus incondicionales. En los conventos teresianos andaluces el proceso contra el santito de fray Juan se realiza turbando a las almas. Él ora, y sufre, y calla... "... De lo que a mí me toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mi me da." "Hija mía: Ya sabrá los muchos trabajos que padecemos. Dios lo permite para gloria de sus escogidos. En silencio y esperanza será nuestra fortaleza." "... Y me hallo muy bien, gloria al Señor, y estoy bueno, que la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo, aunque el alma muy pobre anda." "Esta mañana habemos ya venido de coger nuestros garbanzos, y así las mañanas; otro día los trillaremos: es lindo manosear estas criaturas mudas, mejor que no ser manoseados de las vivas..." "Mañana me voy a Ubeda a curar de unas calenturillas, que, como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan, paréceme habré menester de ayuda de medicina. pero con intento de volverme luego aquí, que, cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien." Este último párrafo es de 21 de septiembre. Pocos días quedaban para la eternidad...

Ha escogido el convento de Ubeda porque en el de Baeza es más conocido y estimado. En el camino, ¡un penoso caminar enfermo!, le acompaña un lego. Y un episodio sencillo nos da esa nota humana que duerme siempre escondida en el alma de los santos. Su inapetencia le hace tener antojo de unos espárragos. No es tiempo de ellos. Pero, providencialmente, los encuentran los viajeros, como respuesta celestial a la humilde debilidad del frailecito

En Ubeda, unos dias largos, de más de dos meses, para acabar de consumarse la unión en la cruz. Una erisipela en una pierna, que poco a poco fue intoxicando todo el cuerpo. La septicemia se fue apoderando de todo él y manifestándose en tumores cada vez más impresionantes. La medicación y la cirugía se emplearon sin reparos, según lo exigía la altura de los tiempos. El prior de !a casa le trató con frialdad e inconsideración. Todo fue sufrimiento. "¡Me estoy consumiendo en dolores!" ''¡Más paciencia, más amor y mas dolor!", exclamará otras veces. Así hasta el 13 de diciembre. Esa noche agonizó santamente, dulcemente... Al filo de la media noche, desde ''el estercolero del desprecio", se fue a cantar los maitines al cielo, como él mismo repitió ese día antes de morir. Llovía copiosamente por las calles de la ciudad moruna, donde apenas era conocido el santo del Carmelo. Sin embargo, pronto se llenó el convento de gentes que querían venerar su cadáver. Y el prior mandó abrir todas las puertas para que todos le pudieran ver. Y abiertas quedaron para siempre. Y la ínterminable procesión de sus devotos, de sus discípulos, de sus admiradores, sigue acercándose a sus reliquias; reliquias de su vida y de su pluma, reliquias vivas de su eterna lección.

Recordemos brevemente sus obras literarias. Ellas le valieron en 1926 el titulo de doctor de la iglesia. (Había sido canonizado en 1726.)

Las obras mayores están provocadas por varios poemas, maravillosos poemas, que le han colocado en la cumbre del lirismo en general: poesía pura, simbólica y ardiente, cuyo misterio permanece inexplicable a pesar de su sencillez humana y de los antecedentes literarios, bíblicos y extrabíblicos que se la quieran encontrar.

Las obras que en prosa interpretan a aquellos poemas son bien conocidas: Subida del Monte Carmelo, Noche oscura del alma (estas dos forman parte de un todo, que quedó, en definitiva, sin terminar), Cantico espiritual y Llama de amor viva. A lo largo de aquellas el itinerario que el alma recorre es claro y certero. Negación y purificación de sus desórdenes bajo todos los aspectos. "Nada. nada, nada... Ni eso ni esotro..." Para entregarce al Señor a través de los actos de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que van cristificando más al alma y apretando así la mistica union. Unión en que el Dios-amor se apodera más y más del alma, que queda en Dios perdida, endiosada en su Dios.

Otros cuantos poemas, unos pocos avisos: "dichos de luz y amor": un puñado de cartas..., nos quedan también como partículas benditas, caídas de su mesa. Todo ello, riquísimo y sublime. Todo ello ha servido de manjar desde hace tres siglos a los espíritus mejores. Su gloria y magisterio se acrecen con el tiempo cada día más.

Juan de la Cruz es el doctor místico por antonomasia de la Iglesia, el representante principal de su mística en el mundo, la figura más egregia de la cultura hispana y una de las principales de la cultura universal.

BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE




Juan de la Cruz, San

Autor: Archidiócesis de Madrid

Doctor de la Iglesia

Ávila y concretamente Fontiveros fue su patria chica. Luego lo será Castilla y de modo principal Andalucía la tierra de sus amores.

Se llamó Juan Yepes. Nació en 1542 del matrimonio que formaban Gonzalo y Catalina; eran pañeros y vivían pobres. Su padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Fue inevitable el éxodo cuando se vio que no llegaba la esperada ayuda de los parientes toledanos; Catalina y sus tres hijos marcharon primero a Arévalo y luego a Medina del Campo que es el centro comercial de Castilla. Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro; pero a Juan no le van las manualidades y muestra afición al estudio.

Entra en el Colegio de la Doctrina, siendo acólito de las Agustinas de la Magdalena, donde le conoció don Alonso Álvarez de Toledo quien lo colocó en el hospital de la Concepción y le costea los estudios para sacerdote. Los jesuitas fundan en 1551 su colegio y allí estudió Humanidades. Se distinguió como un discípulo agudo.

Juan eligió la Orden del Carmen; tomó su hábito en 1563 y desde entonces se llamó Juan de Santo Matía; estudia Artes y Teología en la universidad de Salamanca como alumno del colegio que su Orden tiene en la ciudad. El esplendor del claustro es notorio: Mancio, Guevara, Gallo, Luis de León enseñan en ese momento.

En 1567 lo ordenaron sacerdote. Entonces tiene lugar el encuentro fortuito con la madre Teresa en las casas de Blas Medina. Ella ha venido a fundar su segundo "palomarcico", como le gustaba de llamar a sus conventos carmelitas reformados; trae también con ella facultades del General para fundar dos monasterios de frailes reformados y llegó a convencer a Juan para unirlo a la reforma que intentaba salvar el espíritu del Carmelo amenazado por los hombres y por los tiempos. Llegó a exclamar con gozo Teresa ante sus monjas que para empezar la reforma de los frailes ya contaba con "fraile y medio" haciendo con gracia referencia a la corta estatura de Juan; el otro fraile, o fraile entero, era el prior de los carmelitas de Medina, fray Antonio de Heredia.

Inicia su vida de carmelita descalzo en Duruelo y ahora cambia de nombre, adoptando el de Juan de la Cruz. Pasa año y medio de austeridad, alegría, oración y silencio en casa pobre entre las encinas. Luego, la expansión es inevitable; reclaman su presencia en Mancera, Pastrana y el colegio de estudios de Alcalá; ha comenzado la siembra del espíritu carmelitano.

La monja Teresa quiere y busca confesores doctos para sus monjas; ahora dispone de confesores descalzos que entienden -porque lo viven- el mismo espíritu. Por cinco años es Juan el confesor del convento de la Encarnación de Ávila. La confianza que la reformadora tiene en el reformador -aunque posiblemente no llegó a conocer toda la hondura de su alma- se verá de manifiesto en las expresiones que emplea para referirse a él; le llamará "senequita" para referirse a su ciencia, "santico de fray Juan" al hablar de su santidad, previendo que "sus huesecicos harán milagros".

No podía faltar la cruz; llegó del costado que menos cabía esperarla. Fueron los hermanos calzados los que lo tomaron preso, lo llevan preso a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión. Es la hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual del hombre de Dios expresado en sus poemas. Logra escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz.

En los oficios de dirección siempre aparece Juan de la Cruz como un segundón; serán los padres Gracián y Doria quienes se encarguen de la organización, Juan llevará la doctrina y cuidará del espíritu.

Se le ve presente en la serranía de Jaén, confesor de las monjas en Beas de Segura, donde se encuentra la religiosa Ana de Jesús. Después en Baeza; funda el colegio para la formación intelectual de sus frailes junto a la principal universidad andaluza. Y en Granada, en el convento de los Mártires, continuará su trabajo de escritor. En 1586 funda los descalzos de Córdoba, como los de Mancha Real.

Consiliario del padre Doria, en Segovia, por tres años. ¡Cómo no recordar su deseo-exponente de amor rendido- ante la contemplación de un Cristo doliente! "Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos".

En 1591 la presencia de fray Juan de la Cruz empieza a ser non grata ante el padre Doria. La realidad es que está quedando arrinconado y hasta llega a tramarse su expulsión del Carmelo.

Marcha a la serranía de Jaén, en la Peñuela, para no estorbar y se plantea la posibilidad de marchar a las Indias; allí estará más lejos. Es otro tiempo de oración solitaria y sabrosa. La reforma carmelitana vive agitada por el modo de proceder de Doria; a Juan le toca orar, sufrir y callar. Quizá tenga Dios otros planes sobre él y está preparándolo para una etapa mejor.

Aquella inapetencia tan grande provocada por las calenturas persistentes provocó un mimo de Dios haciendo que aparecieran espárragos cuando no era su tiempo para calmar el antojadizo deseo de aquel fraile que iba de camino, sin fuerzas y medio muerto de cansancio, buscando un médico.

Pasó dos meses en Úbeda. No acertó el galeno. Se presentó la erisipela en una pierna; luego vino la septicemia. Y en medio andaban los frailes con frialdad y era notoria la falta de consideración por parte del superior de la casa. Hasta que llegó el 13 de diciembre, cuando era de noche, que marchó al cielo desde el "estercolero del desprecio". Llovía.

Al final de este resumen-recuerdo de un fraile místico que supo y quiso aprovechar el mal para sacar bien, el desprecio de los hombres para hacerse más apreciado de Dios, y el mismo lenguaje para expresar lo inefable de la misteriosa intimidad con Dios con lírica palabra estremecida, pienso que será buen momento para hacer mención de algunas de las obras que le han hecho figura de la cultura hispana del siglo XVI. Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma que bien pueden considerarse tanto una obra como dos; el Cántico espiritual, Llama de amor viva y algunos poemas y avisos.

Lo canonizaron en 1726. Pío XI lo hizo doctor de la Iglesia en 1926. Su gran conocedor y admirador Juan Pablo II, lo nombró patrono de los poetas

Un fraile de cuerpo entero.

13 dic 2013

Santo Evangelio 13 de Diciembre de 2013

Día litúrgico: Viernes II de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 11,13-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
¿Con quién compararé a esta generación?

Hoy debiéramos removernos ante el suspiro del Señor: «Con quién compararé a esta generación?» (Mt 11,16). A Jesús le aturde nuestro corazón, demasiadas veces inconformista y desagradecido. Nunca estamos contentos; siempre nos quejamos. Incluso nos atrevemos a acusarle y a echarle la culpa de lo que nos incomoda. 

Pero «la Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19): basta contemplar el misterio de la Navidad. ¿Y nosotros?; ¿cómo es nuestra fe? ¿No será que con esas quejas tratamos de encubrir la ausencia de nuestra respuesta? ¡Buena pregunta para el tiempo de Adviento!

Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre —particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera, fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).

¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. San Juan Bautista nos recomendaba "menguarnos". Y la Iglesia nos lo recuerda cada vez que llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder entender y acoger al "Pequeño Dios". Él se nos presenta en la humildad de los pañales: ¡nunca antes se había predicado un "Dios-con-pañales"! Ridícula imagen damos a la vista de Dios cuando los hombres pretendemos encubrirnos con excusas y falsas justificaciones. Ya en los albores de la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y…, habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual. 

Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de Belén no vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a cargar sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a tener miedo?; ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante ese "Pequeño-Dios"? «La señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad» (Benedicto XVI).


Comentario: Rev. D. Pere GRAU i Andreu (Les Planes, Barcelona, España)
La Sabiduría se ha acreditado por sus obras

Hoy reparamos en que muy frecuentemente hemos de ir a entierros. Pero... pocas veces pensamos en nuestro propio funeral. Viene a ser como una jugada del subconsciente que pospone sine die la propia muerte.

La misma contemplación del ritmo de la naturaleza que nos rodea nos recuerda también este hecho. Deducimos que —en cierto modo— no estamos tan distantes de una planta, de un ser vivo... Estamos sometidos, tanto si nos gusta como si no, a la misma ley natural de las criaturas que nos rodean. Con la diferencia, ¡importante!, del origen de nuestra vida, de la vida a imagen y semejanza de Dios, con proyección de eternidad.

Todo el Adviento está informado por esta idea. El Señor llega con gran esplendor a visitar a su pueblo, con la paz, comunicándole la vida eterna. Es un toque de alerta: «La Sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11,19). ¡Tengamos una actitud receptiva ante el Señor!

«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Mc 1,3), se anunciaba en la dominica II de Adviento (ciclo B). ¡Vigilad con las conductas sociales!, nos viene a decir hoy. Es como si dijera: «No pongáis trabas a la comunicación amorosa de Dios».

Hemos de pulir nuestro carácter. Hemos de reconstruir nuestra manera de hacer. Todo aquello que, en definitiva, falsea nuestra responsabilidad: el orgullo, la ambición, la venganza, la dureza de corazón, etc. Aquellas actitudes que nos hacen como dioses del poder en el mundo, sin querer reconocer que no somos los amos del mundo. Somos una pequeñez dentro de la extensa historia de la Humanidad.

Los discípulos de Juan experimentaban la purificación de sus errores. Nosotros, los discípulos de Jesús, nuestro Amigo, podemos vivir la insuperable experiencia de la purificación de todo aquello que es pecado, con esperanza de vida eterna: ¡otra Navidad!

Renovemos nuestro diálogo con Él. Hagamos nuestra oración de esperanza y amor, sin hacer caso del ruido mundanal que nos envuelve.

Santa Lucia, 13 de Diciembre

13 de diciembre

SANTA LUCÍA
(c. 300)

Lucía significa "la luminosa . Su fiesta cae oportunamente en los días más cortos del año. Y la vemos surgir con su lámpara encendida, dispuesta a recibir al Esposo. Porque estamos en Adviento, tiempo de expectación, cuando las tinieblas nos anuncian el gozo de una gran luz. Entonces Lucía, como un presagio, nos alumbra.

Quizá por eso los artistas la pintaron llevando en una bandeja sus propios ojos. Este hecho, que no tiene confirmación histórica, parece más bien una sugerencia de la luminosidad que emana de su propio nombre. Y por eso la invocan los invidentes, tanto si son materiales las tinieblas que rodean sus ojos como si se trata de esa obscuridad en que las pasiones anegan el alma en la selva obscura sin salida. Dante colocó en La Divina Comedia a Lucía a la izquierda del Precursor, en uno de los puestos avanzados del paraíso.

El nombre de Santa Lucía figura en el canon de la misa junto al de Santa Agueda, otra virgen siciliana. Los mártires de esta isla gozaron en Roma de mucha popularidad, tal vez porque la colonia siciliana era tan influyente en la ciudad de las siete colinas, que llegó a dar, con San Agatón, un Papa siciliano a la Iglesia. Santa Lucía tuvo dedicados en la Urbe hasta una veintena de santuarios y es, con Inés, Cecilia y Agueda, una de las cuatro santas que gozan de oficio litúrgico propio.

Un oficio calcado en las actas apócrifas de su martirio, pero lleno de encanto y delicadeza. Es el destino de los santos populares, que la leyenda les envolvió con su ropaje postizo. Pero no seamos hipercriticos: bajo los retoques puede encontrarse una buena pintura. Aquí las actas han adornado dos o tres hechos incontrovertibles: la existencia de Santa Lucía, el lugar de su martirio y la antigüedad de su culto.

Por cierto que acerca de este tenemos un documento auténtico precioso. El 22 de junio de 1894 se descubrió en la catacumba de San Giovanni, la más importante de Siracusa, cercana a la que conservó el cuerpo de Santa Lucía, una inscripción de fines del siglo IV que nos prueba que era celebrado ya el día de su martirio. Fue una cristiana la que compuso esta inscripción tan tierna: "Euskia, la irreprochable, vivió santa y pura alrededor de quince años: murió en la fiesta de mi Santa Lucía, la cual no puede ser alabada como merece".

Ahora podemos utilizar los datos de la leyenda a falta de documentación más segura. Según ésta, Santa Lucía nació en Siracusa, de padres ricos y nobles, que tenían la superior riqueza de la fe, y en ella educaron a su hija. No sabemos el nombre del padre, que debió de morir siendo ella niña. La madre se llamaba Eutiquia, y, demasiado deseosa del porvenir de su hija, la prometió en matrimonio a un joven pagano.

No podían agradar a nuestra Santa tales nupcias, pero a la imposición exterior apenas podía oponer más que una firme y silenciosa fidelidad a sus convicciones íntimas y a la gracia que le había impulsado a consagrarse plenamente a Jesucristo.

Y Dios, que no abandona a quienes desean permanecerle fieles, intervino pronto con su misteriosa providencia. Eutiquia enfermó gravemente. Con este sufrimiento ínterceptaba Dios sus planes terrenos para hacerle comprender cuán distintos eran los designios de su voluntad.

Momentáneamente, el interés de la propia curación se antepuso en Eutiquia a todo otro afán. Lucía que, por su gran pureza de corazón, era capaz de ver más claros los designios de Dios, aceptó con sumisión este sufrimiento. Y con firme esperanza y abnegación se entregó al cuidado de su madre enferma.

Pero sus desvelos y los remedios que intentaron no dieron resultado alguno, porque Dios reservaba la curación para otra circunstancia que sería decisiva en sus vidas.

En Catania, distante tres leguas de Siracusa, se veneraba a Santa Agueda, martirizada en tiempos del emperador Decio. Junto a su sepulcro se sucedían las curaciones de los cuerpos y las conversiones de las almas.

Lucía y su madre decidieron trasladarse allí, con la esperanza de que la intercesión de la Santa les alcanzaría la deseada salud.

Ya en Catania, y estando en la iglesia, oyeron leer el pasaje evangélico de la mujer que, después de doce años de padecer tenaz enfermedad, había sido curada con sólo tocar la orla del vestido de Jesús. Lucía, sumamente conmovida por la coincidencia de la lectura evangélica, quiso continuar un rato la oración. Postradas ante el sepulcro de Santa Agueda, prolongaron con fe y confianza sus súplicas. Presa de fatiga, cayó Lucía en un profundo sueño, y en este momento ocurrió la aparición a que alude el oficio de la Santa: la virgen Agueda se presentó a Lucía y, con rostro sereno y alegre, le dijo:

"Lucía, queridísima hermana, ¿por qué pides por intercesión de otra lo que tú misma, por la fe que tienes en Jesucristo, puedes obtener para tu madre? Has de saber que tu fe le ha alcanzado la salud y que, así como Jesucristo ha hecho célebre a la ciudad de Catania por consideración a mí, de la misma manera hará célebre y gloriosa a la ciudad de Siracusa por causa tuya, porque le has preparado una agradable morada en tu corazón virginal".

Al oír estas pallabras Lucía se despertó. Su corazón, lleno de júbilo y fortalecido con las palabras de la virgen Agueda, no fue capaz de callar por más tiempo sus deseos. Y allí lo reveló todo a su madre.

Eutiquia, conmovida también por el milagro recién obrado en su cuerpo enfermo, contagióse por la intensa caridad de su hija y comprendió mejor dónde se hallaban realmente la riqueza y la dicha verdadera, y decidió seguirla en su camino de desprendimiento, Y, de regreso a Siracusa, pusieron por obra su determinación, empezando a distribuir sus bienes a los pobres.

Esta actitud las delató como cristianas. El joven pagano elegido anteriormente por Eutiquia para su hija, desconcertado e irritado por una conducta que no era capaz de comprender, la denunció como cristiana al prefecto de la ciudad.

Esto bastó para que Lucía fuera detenida. Había llegado la hora tremenda y solemne de confesar ante los hombres su fe en Jesucristo; de demostrar, aun entre los tormentos y la muerte, el amor que le profesaba en su corazón.

Casi todos los juicios sufridos por los primeros mártires tenían parecido preliminar: un diálogo en el que se procuraba convencerlos con razones. Este diálogo era la ocasión de que el mártir, con la asistencia dei Espíritu Santo, hiciera una verdadera apología de su fe, demostrando la verdad y santidad de la doctrina cristiana. El que se celebraran públicamente les daba un singular valor de testimonio y era motivo de nuevas conversiones y de nuevos martirios.

Se entabló, pues, el primer diálogo entre el prefecto Pascasio y Lucía. La dialéctica del prefecto se estrellaba contra la segura firmeza con que la virgen cristiana defendía su fe. Hasta que, agotados los argumentos pacíficos y exasperado el juez, amenazó:

—Tus palabras se acabarán cuando pasemos a los tormentos.

—A los siervos de Dios—respondió Lucía—no les pueden faltar las palabras, ya que les tiene dicho Nuestro Señor Jesucristo: "Cuando seáis llevados ante los gobernadores y reyes, no os preocupe cómo hablaréis, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo el que hable en vosotros".

—¿Crees, pues, que el Espíritu Santo está en ti y que es él quien tu inspira lo que dices?

Ante aquel auditorio pagano la Santa proclama sin miedo el grande e íntimo misterio de la fe.

—Lo que yo creo es que los que viven piadosa y castamente son templos del Espíritu Santo.

Pascasio, sin comprender todo el alcance de estas palabras, le dice:

—Pues yo te haré conducir a un lugar infame para que te abandone el Espíritu Santo.

Con sublime serenidad la virgen responde:

—Si por fuerza mandas que mi cuerpo sea profanado, mi castidad será honrada con doble corona.

Pero Dios no permitió esta profanación. Y cuando los verdugos quisieron arrastrarla, una fuerza superior la retuvo inmóvil. Todo fue inútil. La fragilidad de la Santa, sostenida por la gracia de Dios, resulta más potente que los esfuerzos reunidos de aquellos hombres habituados al uso de la fuerza. El Espiritu Santo defendía con este maravilloso prodigio la pureza absoluta de aquel cuerpo virginal, animado por un alma santísima, que era realmente su morada y su templo.

Ante tal fracaso decidió el juez ensayar un tormento distinto y mandó que allí mismo se la cubriera de pez y resina y fuera rodeada de una gran hoguera.

No temía la Santa la muerte entre las llamas; pero, conociendo que aún no había llegado el momento de dar su vida por Jesucristo, anunció un nuevo prodigio con estas palabras:

—He rogado a mi Señor Jesucristo a fin de que no me dominase este fuego, y he conseguido un aplazamiento a mi martirio.

Desapareció envuelta en las llamas, y, al apagarse éstas, se pudo comprobar que Dios había realizado lo que Lucia predijera: el fuego no le había causado el menor daño.

La conmoción de la muchedumbre fue enorme. En muchos de aquellos paganos se exacerbó el odio, pero en otros empezó en aquel instante el misterioso germinar de la fe. Para Pascasio la gracia fue inútil. Endurecido en su malicia, permaneció cerrado tenazmente al testimonio de fortaleza y santidad de la joven cristiana.

Se acercaba para Lucia el final de su combate. Con gran paciencia se dispuso a soportar los últimos tormentos a que el prefecto mandó que se la sometiera. Y Dios ya no intervino para impedirlos, porque era su voluntad concederle la gracia del martirio. Al fin, atravesada su garganta por la espada, entregó su espíritu al Señor: Era el 13 de diciembre del año 300 de la era cristiana.

Su vida pura y humilde, su caridad y fervor, su entrega plena al servicio de Jesucristo, habían sido premiados con la palma suprema de la virginidad y del martirio. Como discípula verdadera de Jesucristo, llegaba a la gloria del Padre por el mismo camino que su Maestro: camino de sacrificio y obediencia hasta la muerte, que lleva a la resurrección y a la vida eterna.

MATILDE GAVARRÓN

12 dic 2013

Santo Evangelio 12 de Diciembre de 2013

Día litúrgico: Jueves II deAdviento

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».


Comentario: Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents (Terrassa, Barcelona, España)
El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan

Hoy, el Evangelio nos habla de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías, aquel que ha venido a preparar los caminos del Señor. También a nosotros nos acompañará desde hoy hasta el día dieciséis, día en el que acaba la primera parte del Adviento.

Juan es un hombre firme, que sabe lo que cuestan las cosas, es consciente de que hay que luchar para mejorar y para ser santo, y por eso Jesús exclama: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Los “violentos” son los que se hacen violencia a sí mismos: —¿Me esfuerzo para creerme que el Señor me ama? ¿Me sacrifico para ser “pequeño”? ¿Me esfuerzo para ser consciente y vivir como un hijo del Padre?

Santa Teresita de Lisieux se refiere también a estas palabras de Jesús diciendo algo que nos puede ayudar en nuestra conversación personal e íntima con Jesús: «Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te acompañaré hasta que me muera. Sé que el atleta, una vez en el estadio, se desprende de todo para correr. ¡Saboread, mundanos, vuestra angustia y pena, y los frutos amargos de vuestra vanidad; yo, feliz, obtendré de la pobreza las palmas del triunfo». —Y yo, ¿por qué me quejo enseguida cuando noto que me falta alguna cosa que considero necesaria? ¡Ojalá que en todos los aspectos de mi vida lo viera todo tan claro como la Doctora!

De un modo enigmático Jesús nos dice también hoy: «Juan es Elías (...). El que tenga oídos que oiga» (Mt 11,14-15). ¿Qué quiere decir? Quiere aclararnos que Juan era verdaderamente su precursor, el que llevó a término la misma misión que Elías, conforme a la creencia que existía en aquel entonces de que el profeta Elías tenía que volver antes que el Mesías.

Nuestra Señora de Guadalupe México, 12 de Diciembre

12 DICIEMBRE

NUESTRA SEÑORA
DE GUADALUPE, DE MÉJICO

En diciembre de 1531, diez años después de tomada la ciudad de Méjico por Cortés. caminando el indito Juan Diego por el rumbo del Tepeyac—colina que queda al norte de la metrópoli—, oyó que le llamaban dulcemente. Era una hermosísima Señora, que le habló con palabras de excepcional ternura v delicadeza; que le dijo: "Yo soy la siempre virgen Santa María Madre del verdadero Dios, por quien se vive", y le pidió que fuera al obispo (Zumárraga) para contarle cómo ella deseaba que allí se le alzara un templo. El obispo, con muy católica prudencia, le respondió que pidiera a la Señora alguna prueba de su mensaje. Obtúvola Juan Diego: unas rosas y otras flores que en pleno invierno y en la cumbre estéril cortó él por mandato de la Señora y recogió en su tilma o ayate—suerte de capa de tela burda que, atada al cuello, usaban los indios más humildes—; y, al extender ante el obispo Zumárraga la tilma, cayeron las flores y apareció en ella pintada la imagen de la Virgen.

Ese mismo ayate es el que se venera en nuestra basílica de Gaudalupe. Sus dos piezas están unidas verticalmente al centro por una tosca costura: lo menos adecuado y elegible humanamente para pintar una efigie de tan benigna y encantadora suavidad, que por cierto mal puede apreciarse en las múltiples copias que corren por el mundo. Lo mejor es, modernamente, la directa fotografía a colores. Técnicos en ésta y otras novísimas especialidades afines han estudiado con asombro, en nuestros días, la pintura original, como antaño la estudiaron el célebre pintor Miguel Cabrera o el cauteloso investigador Bartalache.

Un contemporáneo de las apariciones, don Antonio Valeriano, indio de noble ascendencia y de relevante categoría intelectual y moral, alumno fundador del colegio franciscano de Tlalateloco hacia 1533, narra el milagro según lo conocemos. Su relato, en lengua náhuatl, desígnase—como las encíclicas—por las palabras con que empieza: Nican Mopohua. El maruscrito autógrafo perteneció a don Fernando de Alba Ixtlixóchitl, pasó luego a poder del sabio Sigüenza y Góngora—quien da memorable testimonio jurado de su autenticidad—y fue reproducido en letra de molde por Lasso de la Vega en 1649, incorporándolo en el volumen náhuatl que conocemos por sus primeras palabras: Huei Tlamahuizoltica. Este volumen fue traducido en su integridad al castellano, en 1926, por don Primo Feliciano Velázquez y publicado a doble página—fotocopia de la edición azteca y versión española—por la Academia Mejicana de Santa María de Guadalupe. Hay nueva edición, de 1953, bajo el título de mi estudio Un radical problema guadalupano, donde se escudriña con rigor la autenticidad del Nican Mopohua, el más antiguo relato escrito de la "antigua, constante y universal" tradición mejicana.

Esta, lejos de obscurecerse o arrumbarse al paso del tiempo, se ha robustecido con los modernos y exigentes estudios críticos, que, sobre todo a partir del cuarto centenario (1931), han desvanecido objeciones y confirmado la historidad de lo que el pueblo mejicano viene proclamando, desde los orígenes hasta hoy, con un plebiscito impresionante.

Porque el caso de nuestra Virgen de Guadalupe es singular. En otros países católicos hay diversas advocaciones de gran devoción—digamos las Vírgenes del Pilar, o de Covadonga, o de Montserrat en España—, pero que tienen mayor o menor ímpetu y arraigo según las zonas geográficas o las inclinaciones personales; mas ninguna de ellas concentra la totalidad de la nación en unidad indivissible, y ninguna de ellas—como tampoco la de Lourdes, en Francia, por ejemplo—viene a ser el símbolo indiscutido de la patria. Y en Méjico así es. A tal punto que hasta un liberal tan notorio como don Ignacio Manuel Altamirano llegó a estampar: "El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta tierra, es seguro que habrá desaparecido no sólo la nacionalidad mejicana, sino hasta el recuerdo de los moradores de la Méjico actual".

Por otra parte, la Iglesia, siempre tan prudente y parsimoniosa en estas cuestiones, así como ha corregido o eliminado ciertas lecciones inspiradas en vetustos relatos píos, pero inseguros, ha obrado al contrario tratándose del caso del Tepeyac; y así, al aproximarse la esplendorosa coronación de nuestra Virgen en 1895, y habiéndose recibido y considerado en Roma los estudios y gestiones del grupito que a la sazón ponía en tela de juicio la historicidad del milagro, fue el sapientísimo León XIII quien concedió para nuestra fiesta del 12 de diciembre nuevo oficio litúrgico, en que se narra el prodigio "tal como nárralo la antigua y constante tradición (uti antiqua et constanti traditione mandatur); y el 12 de octubre de 1945, al celebrarse el cincuentenario de dicha coronación, fue el docto y santo Pío XII quien, hablando por radio, en lengua española, desde el Vaticano para Méjico, afirmó rotundamente el milagro: "en la tilma del pobrecito Juan Diego, pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima", y llamó a nuestra Patrona no sólo "Reina de Méjico", sino, con anchura continental sin restricción, "Emperatriz de América": de toda América.

Y ahora cabe dilucidar un problema sugeridor: el de la identidad del nombre de la Virgen de Guadalupe de Méjico y de la Virgen de Guadalupe de Extremadura.

A cuenta de ello, y por manera sumamente explicable y natural, muchos españoles y aun escritores distinguidísimos han sufrido larga confusión, entendiendo que se trata, si no de la misma cosa, al menos de una especie de prolongación o trasplante a América de la Virgen extremeña. Y, al encontrar la proliferación del nombre de Guadalupe en documentos, lugares y templos del Nuevo Mundo, han supuesto que todo toma su origen en la advocación peninsular, cuando en la enorme mayoría de los casos lo toma en la devoción mejicana

Y huelga decir que el esclarecer y precisar una distinción de orden rigurosamente histórico no implica, por el más remoto y furtivo de los asomos, la tontería pueblerina y anticatólica de poner como en pugna o emulación dos advocaciones de la mismísima Señora del cielo. Se trata sólo de que los hechos se conozcan y difundan como son.

Por lo demás, y acá de tejas abajo, tan gloriosa puede sentirse la Madre española como la Hija mejicana de aquel portento del Tepeyac, que nos dejó la única imagen en el orbe no pintada por humano pincel. Lo cual arrancó al Pontífice Benedicto XIV aquella memorable aplicación de la palabra de la Escritura: Non fecit taliter omni nationi.

Expongamos sintéticamente el fruto de una dilatada reflexión.

De venerable antigüedad, la imagen extremeña, escondida para salvarla cuando la invasión sarracena, fue encontrada a fines del siglo XIII por el pastor Gil Cordero. Ello dió origen a la fundación de la iglesia y más tarde del estupendo monasterio de Guadalupe. Una intensa devoción halló centro en aquella casa espléndida donde el arte, la ciencia y la caridad resplandecieron. Allá en vísperas de su aventura oceánica, fue Cristóbal Colón, y por la Virgen extremeña puso nombre a la isla de Guadalupe, en las Antillas. Hernán Cortés, cuando volvió a España (antes de 1531), llevó como exvoto al monasterio un alacran de oro, Y como el propio don Hernando y otros conquistadores traían en el alma y en la costumbre aquella devoción, lógico y fácil era que la hubiesen trasplantado a nuestras tierras de América. Y de hecho la trasplantaron.

Explícase así sobradamente que, desde lejos y sin particularísimo estudio del caso del Tepeyac, se haya formado y difundido en España la impresión de que la Virgen de Guadalupe mejicana es la misma Virgen de Guadalupe extremeña, o siquiera su proyección más o menos modificada. Pero no es así.

En Méjico todos sabemos cómo en 1531 la Virgen se mostró varias veces al indito Juan Diego, cómo le hizo cortar unas rosas por seña de su embajada al obispo y cómo al extender el indio su tilma ante Zumárraga, apareció misteriosamente impresa en ella la Señora del Tepeyac.

Esas apariciones y esa tilma prodigiosamente pintada no tienen la más leve relación con la preexistente imagen de Extremadura. Trátase absolutamente de otra cosa. Es un hecho distinto y nuevo, como nuevo y distinto era el hecho del descubrimiento y mestizaje de América.

Así como por su origen y su historia, también por su imagen y su culto son perfecta y radicalmete distintas la Virgen de Extremadura y la Virgen del Tepeyac.

La extremeña es una escultura: lleva al Niño en el brazo izquierdo y representa la maternidad de María; la tepeyacense es una pintura: sin Niño, las manos juntas, representa la Inmaculada Concepción. No hay en las efigies ni la más remota semejanza.

Y, en cuanto al culto, el mejicano nació y se ha engrandecido durante cuatro siglos única y precisamente al pie de la tilma del milagro, sin la más tenue conexión con la imagen de Extremadura, cuya existencia misma es evidente que ignoran millones y millones de indígenas y otros compatriotas no ilustrados que vierten su dolor y su ternura ante la Madre del Tepeyac.

Pero ¿por qué entonces, si se trata de casos tan absolutamente apartados y autónomos, ambas imágenes se designan con el mismísimo nombre de Guadalupe?

Que se llame así la de Extremadura es natural: tomó el nombre del sitio en que fue encontrada y donde se le alzó templo: Guadalupe, vocablo arábico que -siempre la divergencia entre etimologistas- significa río de luz, o río de lobos, o río encendido.

Pero ¿por qué se llama de Guadalupe la Virgen mejicana? No se nombraba así, sino Tepeyac, el sitio donde Ella apareció y donde se levantó su ermita primera. La Virgen no tomó el nombre del lugar; más tarde el lugar tomó el nombre de la Virgen.

Lo que parece insoluble y a muchos despista tiene, no obstante, un motivo muy claro y muy concreto: la Virgen misma, al mostrarse a Juan Bernardino, tío de Juan Diego le dijo: "Que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre virgen Santa María de Guadalupe".

Así consta textualmente en el Nican Mopohua la más vetusta relación del milagro, escrita no en castellano ni por un español, sino en lengua azteca y por un indio ilustre, don Antonio Valeriano. El cual, en su texto náhuatl original, incorpora en castellano las palabras Santa María de Guadalupe".

La Señora del Tepeyac quiso, pues, ser designada con el nombre de Guadalupe. ¿Por qué? Esto no lo sabemos. Pero, aunque no lo sabemos, creo que razonablemente podemos avanzar una plausible conjetura.

Podemos nosotros conjeturar que quiso la Señora darse un nombre que fuera familiar y atrayente para los españoles, sobre todo extremeños como Cortés, que consumaron la conquista, y que, al favorecer con predilección a Juan Diego, representante de los vencidos, quiso al propio tiempo atraer con dulzura a los vencedores, y a unos y a otros hermanarlos en la misma devoción. No vino Ella a abrir abismos entre vencedores y vencidos: vino a cerrarlos. Y, al sublimar con un privilegio excepcional a los postergados, halló un medio suavísimo de que a los dominadores sonara a tradición la novedad y a cosa propia y familiar la extrañeza.

Y de hecho, como históricamente consta, se dió el caso extraordinario de que, desde los años primerísimos, conquistados y conquistadores fraternizaran a los pies de la Virgen del Tepeyac. Ella, que—contra lo comúnmente repetido—no muestra fisonomía ni color de india, sino de mestiza, anunció el beso de las razas que fundaría la nacionalidad que estaba amaneciendo. Y así como juntó plásticamente en el milagro al español Zumárraga y a Juan Diego el aborigen, y así como con rosas de Castilla se estampó para siempre en el ayate sublimado del indio, quiso en todo ser nuncio. ejemplo y símbolo de la fusión amorosa que forjaría a Méjico. De la fusión amorosa que forjaría a toda Hispanoamérica y traería al mundo este coro magnifico de pueblos que hoy llamamos la Hispanidad.

Por eso, en expansión cargada de sentidos, ha rebasado las fronteras nuestra Virgen de Guadalupe.

Ella, en Méjico, se identifica con la substancia de la patria. Presidió el nacimiento de nuestra nacionalidad. Aceleró la propagación del Evangelio. Fue lábaro de nuestra independencia. Congrega en tumultuoso plebiscito a todas las almas y conquista el respeto o la ternura aun de los descreídos y renuentes. Ella ha amparado y reverdecido nuestra fe después de más de un siglo de ataques insidiosos o brutales. A ella van nuestras lágrimas, nuestras alegrías, nuestras esperanzas. Ella es emblema autóctono, negación de exotismos desintegradores, vínculo sumo de unidad nacional. En los cimientos del Tepeyac están los cimientos de la Patria.

Pero la Madre y Patrona de Méjico es también, por viva instancia de los países indoibéricos que el santo Pío X sancionó en 1910, Madre y Patrona de toda la América hispana. Pío XI, en 1935, incluye en el patronato a las islas Filipinas, hondamente vinculadas con el mundo español. Y en 1945 Pío XII la proclama a boca llena Emperatriz de América. Y—sin contar repercusiones impensadas y sorprendentes en el corazón de los Estados Unidos, y de Francia, y de otros países ilustres—en 1950 la vieja madre de la estirpe, al coronar espléndidamente en Madrid a nuestra Virgen de Guadalupe, coronó espléndidamente el ciclo de esa expansión providencial. El sentido histórico del mensaje cobró así su plenitud.

Porque Juan Diego no era sólo Juan Diego, sino la desvalida encarnación de todas las razas aborígenes. Zumárraga no era solo Zumárraga, sino la ardiente personificación de todos los evangelizadores hispanos. Y las rosas de Castilla exprimieron la policromía de sus jugos, símbolo de la savia toda de España, para embeberse en el ayate del indio, fundirse con él y estampar en sus fibras, transfiguradas y extasiadas para siempre, la imagen celeste de María. Y por eso el milagro de Santa María de Guadalupe maravillosamente simboliza, resume y señorea este humano milagro de la Hispanidad. Y ambos portentos, lejos de encerrarse en un ámbito exclusivo, se dilatan por todos los horizontes y abren los brazos en un anhelo universal—católico—de amor.

ALFONSO JUNCO

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Nuestra Señora de Guadalupe

"Hace cuatro y medio siglos que María Santísima nos hizo un don: nos visitó en una mañana inolvidable. Nuestro suelo se estremeció de respeto y de amor, el aroma de las rosas del milagro embalsamó el ambiente, las estrellas del cielo tuvieron cintilaciones misteriosas y el esplandor de la hermosura de la Virgen llenó de luz el Continente Americano. Y la voz de María, dulce como una caricia maternal, profunda como un eco de la voz divina, resonó en nuestro suelo y nos dijo palabras de amor; nos dijo "pequeñitos y delicados"; declaró que "era nuestra Madre"; nos brindó sus ternuras y su regazo, y dijo que allí, en él, viviríamos siempre, y que no necesitaríamos de otra cosa...

En aquella mañana radiante, la Patria mexicana en germen pudo decir: "¿de dónde a mí este honor y esta gloria, que la Madre de Dios venga a mí?". Y vino de una manera singular, dulce y maravillosa, Ella, la evangelizadora perfecta y la que nos trajo a Jesús, al Jesús de la Paz y al Jesús de la lucha, al Jesús del dolor y al Jesús de la gloria, y, siempre, al Jesús del Amor.

Su visita no fue fugaz; no vino y se fue, ¡se quedó con nosotros! ¿Sabemos lo que entraña el misterio de su visita? Un mensaje de amor de la Madre divina; un templo que surge por la magia de su voz celestial; una fuente de gracias copiosísimas que brota de la Colina del Tepeyac. Y estas tres cosas simbolizadas y perpetuadas en esa Imagen: que es la urna de nuestros recuerdos, el centro de nuestras esperanzas, la dicha de nuestro corazón".

(Mons. Luis Ma. Martínez).


11 dic 2013

Santo Evangelio 11 de Diciembre de 2013


Día litúrgico: Miércoles II deAdviento

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Comentario: P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)
«Mi yugo es suave y mi carga ligera»

Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se puede gozar y descansar por amor…

La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).

Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía? Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que de costumbre. 

No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en paz, abandonando todo en las manos del Señor…

Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la inquietud!


Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados (...) y hallaréis descanso

Hoy, acaba el ciclo de lecturas feriales que tienen por protagonista al profeta Isaías. Él nos hace caer en la cuenta de que la actualidad de la venida del Mesías fue anunciada proféticamente.

Esperar el retorno del Señor, su “adventus”, exige al creyente un claro propósito de no desfallecer, pase lo que pase mientras tanto. Porque no podemos ignorar que la espera no siempre resulta ligera, y se puede llegar a pensar que, de hecho, vista la propia flaqueza, no se alcanzará la perseverancia de una vida cristiana con tenacidad. La tentación del desánimo está siempre cerca de quienes somos débiles por naturaleza.

También nos puede traicionar el olvido de que el Reino se abre paso sobre todo por la voluntad de Dios, a pesar de las resistencias de quienes no tenemos una “determinada determinación”, suficientemente decidida, para buscarlo por encima de todo y con absoluta prioridad. Demasiadas veces nos lamentamos de nuestro cansancio: un poco hemos pasado cuentas y nos hemos percatado de la poquedad de los resultados conseguidos y, sin poderlo evitar, nos sale del alma una queja dirigida al Señor, más o menos explícita, como preguntándole cómo es que no nos ha ayudado suficientemente, cómo es posible que no haya reparado en el trabajo que hemos realizado. ¡He aquí nuestro pecado! Convertimos a Dios en nuestro ayudante, en lugar de comprender que la iniciativa es siempre suya y que es suyo el esfuerzo principal.

Isaías, en esta perspectiva escatológica que marca las primeras semanas del Adviento, nos recuerda cuán grande e irresistible es el poder del Santo.

En Jesucristo encontramos el cumplimiento de estas palabras del profeta. «Venid a mí (...) y hallaréis descanso» (Mt 11,28). En el Señor, en su corazón amoroso, todos encontramos el descanso necesario y la fuerza para no desfallecer y, así, poder esperarlo con una caridad renovada, mientras que nuestra alma no cesa de bendecirlo y nuestra memoria no olvida sus favores.

Santa Madre Maravillas de Jesús, Carmelita Descalza, 11 de Diciembre

Santa Madre Maravilla de Jesús, Virgen, Carmelita Descalza
Diciembre 11

Nació en Madrid el 4 de noviembre de 1891. Desde su infancia deseó consagrarse a Dios y dedicó su juventud a ayudar a los necesitados. Atraída por la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, y movida por su amor a la Virgen María, ingresó en el Carmelo de El Escorial el 12 de octubre de 1919.

En 1924 fundó un monasterio de Carmelitas Descalzas en El Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la península, junto al monumento del Corazón de Jesús, como lugar de oración y de inmolación por la Iglesia y por España.

Durante la persecución religiosa la Madre Maravillas brilló por su espíritu de reparación, fortaleza, serenidad y confianza en el Señor. Bajo el signo de la fidelidad a Santa Teresa fundó otros diez Carmelos recuperando lugares de tradición teresiano-sanjuanista. Priora durante largos años, enseñó a sus hermanas con el testimonio de sus virtudes y se distinguió por su vida mística, ardor apostólico y por la bondad unida a la firmeza ante quienes la tenían por verdadera madre. Murió en el Carmelo de La Aldehuela, el 11 de diciembre de 1974, expresando “¡Qué felicidad morir Carmelita!”.

Fue beatificada por vuestra Santidad el 10 de mayo de 1998.

Canonizada por el Papa Juan Pablo II el 4 de mayo, 2003.

10 dic 2013

Santo Evangelio 10 de Diciembre de 2013



Día litúrgico: Martes II de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».



Comentario: Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños

Hoy, Jesús nos hace saber que Dios quiere que todos los hombres se salven y que no es su voluntad «que se pierda [ni] uno solo» (Mt 18,14). Con la parábola del pastor que busca la oveja que se ha perdido, nos presenta una figura que conmovió a los primeros cristianos. En la portada del Catecismo de la Iglesia Católica está grabada esta figura de Jesús Buen Pastor, que en las catacumbas de Roma está ya presente entre las primeras imágenes del Señor.

Es tan fuerte el querer de Dios de salvarnos que, desde estas palabras hasta la donación incondicional en la Cruz, es Cristo quien nos busca a cada uno para que —libremente— volvamos a la amistad con Él.

De la misma manera que Jesús, los cristianos hemos de tener este mismo sentimiento: ¡que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad! Tal como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, «todos somos oveja y pastor». Hay personas —el propio esposo o la esposa, los hijos, los parientes, los amigos, etc.— para los cuales nosotros, quizá, seamos la única oportunidad que les pueda facilitar la recuperación de la alegría de la fe y de la vida de la gracia.

Siempre podemos dejar el noventa y nueve por ciento de las cosas que nos llevamos entre manos, para rezar y ayudar a aquella persona que tenemos cerca, que amamos y que sabemos que padece alguna necesidad en su alma.

Con nuestra oración y mortificación, y con nuestra fe amorosa, les podemos alcanzar la gracia de la conversión, como santa Mónica consiguió que su hijo Agustín se convirtiera en el “primer hombre moderno” que sabe explicar en Las confesiones cómo la gracia actuó en él hasta llegar a la santidad.

Santa Eulalia de Mérida, 10 de Diciembre


10 de Diciembre

SANTA EULALIA DE MÉRIDA
(+ c 304)


Eulalia, de esclarecido linaje por su nacimiento, "pero más todavía por la condición de su muerte", nació en Mérida, la famosa ciudad antigua de los vetones, a fines del siglo III.

En aquellos días la colonia Augusta Emérita, que debía sus nombres a los eméritos, o soldados jubilados de la guerra contra los cántabros, y a Augusto, que para ellos la fundó el año 25 antes de Jesucristo con la categoría de capital de la Lusitania, era una de las ciudades más importantes de la Península Ibérica.

Plácidamente asentada en una vega regada por el río Anas—nuestro Guadiana—, por el que subían y bajaban constantemente las naves de los mercaderes y traficantes orientales, que internaban en la Península sus mercancías a cambio de las riquezas naturales del suelo hispano, Mérida se convirtió poco a poco en una ciudad cosmopolita donde convivían y alternaban romanos y griegos, indígenas y orientales; la prosperidad y floreciente vida comercial, la grandeza y magnificencia de sus templos y edificios públicos y privados, bien le merecieron el apelativo de la Roma de España.

Pues bien: esta esclarecida ciudad romano-hispana, que debió de ser de las primeras de nuestra Península que vió brillar la luz del Evangelio, iba a inmortalizar su nombre a principios del siglo IV, al ser la patria terrena de una de las mártires más famosas del cristianismo: Eulalia.

Doce años había cumplido cuando sufrió, intrépida, su martirio. Mas ya antes había manifestado cuál era su vocación: aspirar al cielo y guardar intacta su virginidad. En efecto, contra lo que suele acontecer, desdeñó muy pronto las muñecas y otros juguetes con que suelen divertirse las niñas de poca edad: despreciaba las joyas y aderezos femeninos; era seriecita de cara, modesta en el andar, y en sus costurnbres infantiles reflejaba la gravedad de los ancianos.

Pero cuando la cruel persecución conmovió a los siervos del Señor, obligando a los cristianos a ofrecer incienso y sacrificar víctimas a los dioses, se enardeció el espíritu de Eulalia, y así, con su intrépido carácter y suspirando en su corazón por la gloria de Dios, se dispuso a desafiar las armas de los hombres,

Mas he aquí que sus padres, que conocían muy bien la animosidad de Eulalia, procuraron alejarla solícitamente de la ciudad, llevándola a una casa de campo apartada, no fuera caso que la valerosa muchacha quisiera comprar a precio de sangre su amor a la muerte.

Pero una noche, cuando por nerviosa no podía conciliar el sueño, agobiada por la triste situación de aquel retiro obligado, sin que nadie la viera, protegida por la obscuridad, abrió sigilosamente las puertas de su casa, franqueó los portones de la cerca y, fugitiva, emprendió su camino a campo traviesa. Con paso diligente recorrió en aquella obscura noche las varias millas que la separaban de la ciudad, acompañada en aquellos caminos llenos de abrojos y zarzales por una luminosa comitiva angélica, no de otro modo que el pueblo de Dios guiado por una columna de luz en el desierto.

De madrugada, antes de la salida del sol, llegó a la ciudad, y, valerosa, se presentó ante el tribunal, en medio de cuyos lictores vociferó a los magistrados: "Decidme, ¿qué furia es esa que os mueve a hacer perder las almas, a adorar a los ídolos y negar al Dios criador de todas las cosas? Si buscáis cristianos, aquí me tenéis a mí: soy enemiga de vuestros dioses y estoy dispuesta a pisotearlos; con la boca y el corazón confieso al Dios verdadero. Isis, Apolo, Venus y aun el mismo Maximiliano son nada: aquéllos porque son obra de la mano de los hombres, éste porque adora a cosas hechas con las manos. No te detengas, pues, sayón; quema, corta, divide estos mis miembros; es cosa fácil romper un vaso frágil, pero mi alma no morirá, por más acerbo que sea el dolor",

Airado sobremanera el pretor al oír tales requerimientos, ordenó furioso: "Lictor, apresa esta temeraria y cúbrela de suplicios para que así sepa que hay dioses patrios y que no es cosa baladí la autoridad del que manda", Pero inmediatamente, como volviendo sobre sí, dijo el pretor a Eulalia: "Mas, antes de que mueras, atrevida rapazuela, quiero convencerte de tu locura en lo que me es posible. Mira cuántos goces puedes disfrutar, qué honor puedes recibir de un matrimonio digno. Tu casa, deshecha en lágrimas, te reclama: gimiendo estará la angustiada nobleza de tus padres, puesto que vas a caer, tan tiernecita, en vísperas de esponsales y de bodas. ¿O es que no te importan las pompas doradas de un lecho ni el venerable amor de tus ancianos padres, a quienes con tu obstinada temeridad vas a quitar la vida? Mira, ahí están preparados los instrumentos del suplicio: o te cortarán la cabeza con la espada, o te despedazarán las fieras, o se te echará al fuego, y los tuyos te llorarán con grandes lamentos, mientras tú te revolverás entre tus propias cenizas. ¿Qué te cuesta, di, evitar todo esto? Con que toques tan sólo con la punta de tus dedos un poco de sal y un poquito de incienso, quedarás perdonada".

Pero Eulalia nada respondió, sino que, arrebatada de indignación, escupió al rostro del pretor, arrojó al suelo los ídolos que tenía delante de sí, y de un puntapié echó a rodar la torta sacrifical puesta sobre los incensarios.

Inmediatamente dos verdugos se aprestaron a desgarrar sus tiernos pechos y los garfios abrieron sus virginales costados hasta llegar a los huesos, mientras Eulalia tranquilamente contaba sus heridas.

Al contemplar aquella carnicería, Eulalia decía al Señor sin lágrimas ni sollozos: "He aquí que escriben tu nombre en mi cuerpo. ¡Cuán agradable es leer estas letras, que señalan, oh Cristo, tus victorias! La misma púrpura de mi sangre exprimida habla de tu santo nombre".

Y tan abstraída estaba la mártir en su oración, que el dolor atroz que debían causarle aquellos tormentos pasaba totalmente desapercibido, a pesar de que sus miembros, regados con tierna sangre, bañaban de continuo la piel con nuevos borboteos calientes.

Ante aquella intrepidez, los esbirros se dispusieron a aplicarla el último tormento; mas no se contentaron con propinarla azotes que la desgarraran fieramente la piel, que sería poco, sino que la aplicaron por todas partes, al estómago, a los flancos, hachones encendidos. Pero, así que la perfumada cabellera que se deslizaba ondulante por el cuello y se desparramaba suelta por los hombros para cubrir la pudibunda castidad y la gracia virginal de la mártir tocó el chisporroteo de las teas, la llama crepitante voló sobre su rostro, nutriéndose con la abundosa cabellera, y la envolvió por completo. Y la virgen, deseosa de morir, se inclinó hacia la llamarada y la sorbió con su boca,

Y, ¡oh maravilla!, he aquí que de su boca salió, rauda, una paloma más blanca que la nieve, que, hendiendo el espacio, tomó el camino de las estrellas: era el alma de Eulalia, blanca y dulce como la leche, ágil e incontaminada. Así lo vieron estupefactos y dieron de ello testimonio el verdugo y el mismo lictor al huir aterrorizados y arrepentidos. La Virgen torció delicadamente el cuello a la salida del alma; apagóse el fuego de la hoguera, y, por fin. quedaron en paz los restos exánimes de la mártir. Todo esto acaeció un día 10 de diciembre.

El cielo cuidó en seguida de velar por el tierno cuerpo de aquella virgen y rendirle las debidas honras fúnebres, porque al punto cayó una nevada que cubrió el foro, y en él el cuerpecito de Eulalia, que yacía abandonado en la helada intemperie como para protegerlo con una grácil mantilla blanca.

Tal es la primorosa descripción que nos dejó Prudencio del martirio de Eulalia de Mérida, en admirable coincidencia con las actas que sobre estas mismas hazañas escribiera un testimonio ocular. ¡Cuán distinto es el sabor y cuán lejos de la realidad histórica están otras "vidas" de la Santa emeritense!

Sigilosamente se aprestarían los cristianos de Mérida a rescatar las preciosas reliquias de aquella intrépida niña que con su muerte acababa de dar tan espléndido testimonio de la fe. Embalsamarían delicadamente su cuerpo y le darían sepultura precisamente en aquel mismo lugar donde pasada la tremenda borrasca de la persecución, se levantó una espléndida basílica, cuyo mármol bruñido -según testimonio de Prudencio, que la vió- iluminaba con cegadores resplandores sus atrios, donde los resplandecientes techos brillaba,n con áureos artesonados y los pavimentos de mármol jaspeados daban al peregrino la sensación de pasear en un prado en que se entremezclaban y combinaban las rosas con las demás flores. Y con un lirismo exultante termina el poeta su descripción: "Fuera las lágrimas dulzonas y melindrosas... Cortad, vírgenes y donceles, purpúreas amapolas, segad los encendidos azafranes: no carece de ellos el invierno fecundo, pues el aura tépida despierta los campos para llenar de flores los canastillos. Ofreced, ¡oh jóvenes!, estos presentes, que yo, en medio del corro también quiero llevar una corona en estrofas de poesía, vil y ajada, pero alegre y festiva. Así conviene venerar los huesos que yacen bajo el altar; ella mientras tanto, a los pies de Dios, ve todo esto e intercede, benévola, por nosotros".

ANGEL FÁBREGA GRAU.