BETANIA: UN AMBIENTE DE SOSIEGO Y DE PAZ
Por Antonio García-Moreno
1.- ABRE TU PUERTA. “Alzó la vista y vio tres hombres en pie, frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro..." (Gn 18, 2). Abrahán está sentado a la puerta de su tienda. Hace calor dentro y la brisa fresca de la tarde invita a sentarse al aire libre. La añosa encina de Mambré aumenta, con el rumor de sus hojas, la sensación de bienestar, el aire sereno que llena de calma y de paz el espíritu del viejo patriarca. Por el sendero pasan tres caminantes. Tienen la piel curtida por el viento caliente del mediodía, traen el aire cansino de quienes caminaron horas y horas. Sus pies resecos y polvorientos hablan de guijarros y tierra dura de mil caminos.
Abrahán se levanta y sale a su encuentro: Venid, traeré agua para vuestros pies, pan para vuestra hambre, sombra de mi encina para vuestro sol ardiente, brisa de atardecer para vuestro calor del mediodía... Hospitalidad patriarcal, acogida amable para el que va de camino, palabras blandas para el que está lejos de su patria. Hoy también pasan, delante de nuestro cómodo rincón, muchos que vienen de lejos, el aire cansado y el corazón triste y solo. Que sepamos abrir la puerta, practicar la hospitalidad, la acogida cordial de los antiguos patriarcas.
"Añadió uno: Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo...” (Gn 18, 10) Muchas veces se repite el mismo hecho. Después de haber ejercido la hospitalidad con una persona desconocida y necesitada, resultó que se trataba del rey, o del mismo Dios. A cambio de esta generosidad, de ese sacrificio de compartir el pan y el techo, se recibe un don infinitamente mayor, algo que se anhela, algo que llena de ilusión y de alegría el corazón. En el caso de Abrahán, éste recibe la promesa de que Sara, su vieja y amada esposa, tendrá un hijo. Su esterilidad y su vejez no serán obstáculos para que les nazca un niño, ese hijo nacido de la libre que tanto habían añorado.
No siempre se da el milagro de que caiga la tosca apariencia tras la que, sin duda, se esconde el Señor. Y ocurre así porque recibir al Señor no es eso lo más importante. Lo que realmente tiene valor es que uno sea capaz de abrir el corazón, de hacer sitio en su casa a quien lo necesita. Ese es el verdadero milagro, lo que Dios valora y premia con su bendición, un pago más que suficiente, para quien, por amor a Dios, abre la puerta de casa a quien está muy lejos de la suya.
MARTA Y MARÍA. "Y Marta se multiplicaba para dar abasto al servicio..." (Lc 10, 40). Hoy nos habla el Evangelio de que Jesús va a Betania y se hospeda en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. No es la única vez que entra el Señor en esta casa, como nos lo indica, por ejemplo, el evangelista san Juan. Se ve que Jesús se encontraba a gusto con aquella familia, que le ama con sencillez y generosidad. Allí había calor de hogar, un ambiente de sosiego y de paz, de dicha serena y entrañable. De ahí que podamos considerar Betania como un modelo para nuestros hogares que, según la predilección de Jesús, debería parecerse al de Nazaret. Es de gran importancia conseguir que el propio hogar tenga ese calor de familia bien avenida, que sea un lugar en el que gusta estar y vivir, un sitio para descansar y recuperar fuerzas, el rincón íntimo de nuestra vida en el que encontramos cariño y comprensión, consuelo y ánimo para la lucha y el trabajo de cada día, descanso para las fatigas que la existencia humana comporta.
Marta y María a pesar de ser hermanas eran, sin embargo, muy distintas. Marta parece nerviosa e inquieta, se preocupaba demasiado de las cosas materiales, se angustiaba porque no llegaba a lo que ella quería. Se multiplicaba para dar abasto con el servicio, dice la versión litúrgica de este pasaje de San Lucas. María por el contrario aparece tranquila y de carácter sosegado. En otro momento, mientras Marta sale deprisa al encuentro del Señor, ella se queda sentada. Sólo cuando le dicen que el Señor estaba fuera y la llamaba se levanta y acude a Jesús... Mientras Marta va de un lado para otro, María escucha arrobada las palabras del Maestro. Estas dos actitudes han quedado en la vida espiritual como modelos de la vida contemplativa y la vida activa. Incluso se ha considerado que Marta representaría el activismo, esa especie de herejía que olvida la oración y la vida interior, por atender al servicio de los hombres.
Esas dos actitudes no tienen por qué ser una dicotomía insalvable. Incluso podemos afirmar que es un ideal de vida cristiana, el conjugar esas dos facetas de la vida espiritual. Vivir una intensa vida de oración, ser contemplativos, y al mismo tiempo trabajar sin descanso por el Reino de Dios. Vivir metidos en el corazón del mundo, con el ejercicio de una profesión determinada, y al mismo tiempo estar de continuo estrechamente unidos a Dios. Puede parecer imposible, o por lo menos muy difícil, pero lo cierto es que, en definitiva, es lo que enseña la "Lumen gentium" del Vaticano II cuando habla de la unidad de vida, es decir, cuando exhorta a no vivir una vida cara a Dios y otra cara a los hombres, sino que esa vida de cada día, la que se desarrolla en una actividad cualquiera, esté siempre marcada y sostenida por una unión íntima con Dios, gracias a una vida espiritual sólida, alimentada con la oración y la mortificación, con la frecuencia de sacramentos que haga posible vivir habitualmente en gracia de Dios.