9 jul 2022

Santo Evangelio 9 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 10,24-33):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!

»No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos».



«No está el discípulo por encima del maestro»


P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP

(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre la relación maestro-discípulo: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo» (Mt 10,24). En el campo humano no es imposible que el alumno llegue a sobrepasar a quien le enseñó el abc de una disciplina. Hay en la historia ejemplos como Giotto, que se adelanta a su maestro Cimabue, o como Manzoni al abad Pieri. Pero la clave de la suma sabiduría está sólo en manos del Hombre-Dios, y todos los demás pueden participar de ella, llegando a entenderla según diversos niveles: desde el gran teólogo santo Tomás de Aquino hasta el niño que se preparara para la Primera Comunión. Podremos añadir adornos de varios estilos, pero no serán nunca nada esencial que enriquezca el valor intrínseco de la doctrina. Por el contrario, es posible que rayemos en la herejía.

Debemos tener precaución al intentar hacer mezclas que pueden distorsionar y no enriquecer para nada la substancia de la Buena Noticia. «Debemos abstenernos de los manjares, pero mucho más debemos ayunar de los errores», dice san Agustín. En cierta ocasión me pasaron un libro sobre los Ángeles Custodios en el que aparecen elementos de doctrinas esotéricas, como la metempsicosis, y una incomprensible necesidad de redención que afectaría a estos espíritus buenos y confirmados en el bien.

El Evangelio de hoy nos abre los ojos respecto al hecho ineludible de que el discípulo sea a veces incomprendido, encuentre obstáculos o hasta sea perseguido por haberse declarado seguidor de Cristo. La vida de Jesús fue un servicio ininterrumpido en defensa de la verdad. Si a Él se le apodó como “Beelzebul”, no es extraño que en disputas, en confrontaciones culturales o en los careos que vemos en televisión, nos tachen de retrógrados. La fidelidad a Cristo Maestro es el máximo reconocimiento del que podemos gloriarnos: «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32).


Reina Asunta al Cielo

 



Reina Asunta al Cielo

 

El Papa Pío XII, Pastor universal y Maestro infalible de la Santa Iglesia, el día 1°. de Noviembre de 1950, dijo: "Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la verdad, para Gloria de Dios Omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para acrecentar la Gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, PRONUNCIAMOS, DECLARAMOS Y DEFINIMOS SER DOGMA DE REVELACIÓN DIVINA QUE LA INMACULADA MADRE DE DIOS, SIEMPRE VIRGEN MARÍA, CUMPLIDO EL CURSÓ DE SU VIDA TERRENA. FUE ASUNTA EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTE".

Esta solemne definición, esperada por los fieles de todo el orbe, añade una perla más a la corona de nuestra Madre y Reina María, y constituye desde aquel día una nueva Invocación de las Letanías y por consiguiente un motivo más para estos devotos comentarios.

Un Dogma es una verdad revelada por Dios y definida como tal por la Santa Iglesia, debe ser creída con fe divina y católica, según el lenguaje de los teólogos. Por tanto, la definición dogmática de la Asunción, acto solemne del Magisterio supremo e infalible del Romano Pontífice, nos obliga a creer con acto de fe divina y católica que la Asunción forma parte del tesoro de la Revelación confiado por Dios a su Iglesia.

Pero el Papa, cuando define, no hace más que declarar lo que se contiene en la Revelación, terminada con el último de los Apóstoles. Por eso la Bula de la Asunción, antes de las palabras de la definición, expone los fundamentos teológicos del nuevo Dogma:

• Consentimiento de la Iglesia.

El primer argumento es el sentir unánime de la Iglesia, cuyo valor teológico perfila claramente el Papa con estas palabras: "Este singular consentimiento del Episcopado católico y de los fieles, al creer definible como Dogma de Fe la Asunción corporal de la Madre de Dios al cielo, manifestó por si mismo de modo cierto e infalible que tal privilegio es verdad revelada por Dios y contenida en aquel Divino depósito que Cristo confió a la Iglesia para que lo custodiase fielmente e infaliblemente lo declarase. Así pues, del consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia se deduce un argumento cierto y seguro para afirmar que la Asunción corporal de la Bienaventurada Virgen María al cielo es verdad revelada por Dios y por eso todos los fieles de la Iglesia deben creerla con firmeza.

Clausura el Santo Padre Pio XII la serie de argumentos en pro de la creencia de la Asunción, con el fundamento en la Sagrada Escritura, la cual pone a la Augusta Madre de Dios unida estrechamente a su Divino Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible imaginaria separada de Cristo, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, lo nutrió con su leche, lo llevó en sus brazos. Nuestro Redentor es Hijo de María y corno observador perfecto de la ley, no podía menos que honrar, ademas de al Padre Eterno, también a su santa Madre, pudiendo concederle el gran honor de preservarla inmune de la corrupción del sepulcro

Continua el Papa Pío XII "Por lo cual, como la gloriosa Resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María Santísima la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, porque como dice el apóstol San Pablo: "cuando este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria" (la. Cor. 15.54).

¡Oh Virgen Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra, creemos con todo el fervor de nuestra fe en tu Asunción triunfal en alma y cuerpo al cielo, donde eres aclamada Reina por todos los coros de los Angeles y por toda la legión de los Santos, nos unimos a ellos para alabar al Señor, que te ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofrecerte nuestro devoción y nuestro amor!.


 

El Señor Jesucristo es el verdadero Salomòn



  El Señor Jesucristo es el verdadero Salomòn


El templo que Salomón edificó para el Señor era tipo y figura de la futura Iglesia, que es el cuerpo del Señor, tal como dice en el Evangelio: Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días. Del mismo modo que Salomón edificó aquel templo, se edificó también un templo el verdadero Salomón, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero pacífico. Porque hay que saber que el nombre de Salomón significa «Pacífico», y el verdadero pacífico es Jesucristo, de quien dice el Apóstol: Él es nuestra paz, que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Él es el verdadero pacífico que unió en su persona, constituyéndose en piedra angular, los dos muros que provenían de partes opuestas, a saber, el pueblo de los creyentes que provenían de la circuncisión, y el pueblo de los creyentes que provenían de la gentilidad incircuncisa; de ambos pueblos hizo una sola Iglesia, de la que es piedra angular, y por esto es el verdadero pacífico.

Cristo es el verdadero Salomón, y aquel otro Salomón, hijo de David, engendrado de Betsabé, rey de Israel, era figura de este Rey pacífico. Por esto el salmo, para que pienses más bien en el nuevo Salomón, que es quien edificó la verdadera casa de Dios, empieza con estas palabras: Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa, es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero si él no construye, en vano se cansan los albañiles. ¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Por esto los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Observáis los días, los meses, las estaciones y los años; temo que hagáis vano mi trabajo entre vosotros. Como sabía que él mismo era edificado interiormente por el Señor, por esto se lamentaba por aquéllos, por el temor de haber trabajado en ellos inútilmente.

Nosotros, por tanto, os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también con nuestro esfuerzo.

De los Comentarios de san Agustín, obispo sobre los salmos.

(Salmo 126, 2: CCL 40, 1857-1858)


8 jul 2022

Santo Evagelio 8 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 10,16-23):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros.

Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre».



«Seréis odiados de todos por causa de mi nombre»


P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat

(Montserrat, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio remarca las dificultades y las contradicciones que el cristiano habrá de sufrir por causa de Cristo y de su Evangelio, y como deberá resistir y perseverar hasta el final. Jesús nos prometió: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); pero no ha prometido a los suyos un camino fácil, todo lo contrario, les dijo: «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Mt 10,22).

La Iglesia y el mundo son dos realidades de “difícil” convivencia. El mundo, que la Iglesia ha de convertir a Jesucristo, no es una realidad neutra, como si fuera cera virgen que sólo espera el sello que le dé forma. Esto habría sido así solamente si no hubiese habido una historia de pecado entre la creación del hombre y su redención. El mundo, como estructura apartada de Dios, obedece a otro señor, que el Evangelio de san Juan denomina como “el señor de este mundo”, el enemigo del alma, al cual el cristiano ha hecho juramento —en el día de su bautismo— de desobediencia, de plantarle cara, para pertenecer sólo al Señor y a la Madre Iglesia que le ha engendrado en Jesucristo.

Pero el bautizado continúa viviendo en este mundo y no en otro, no renuncia a la ciudadanía de este mundo ni le niega su honesta aportación para sostenerlo y para mejorarlo; los deberes de ciudadanía cívica son también deberes cristianos; pagar los impuestos es un deber de justicia para el cristiano. Jesús dijo que sus seguidores estamos en el mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn 17,14-15). No pertenecemos al mundo incondicionalmente, sólo pertenecemos del todo a Jesucristo y a la Iglesia, verdadera patria espiritual, que está aquí en la tierra y que traspasa la barrera del espacio y del tiempo para desembarcarnos en la patria definitiva del cielo.

Esta doble ciudadanía choca indefectiblemente con las fuerzas del pecado y del dominio que mueven los mecanismos mundanos. Repasando la historia de la Iglesia, Newman decía que «la persecución es la marca de la Iglesia y quizá la más duradera de todas».


Reina concebida sin mancha de pecado original



 Reina concebida sin mancha de pecado original


El título que vamos a comentar es muy glorioso para la Virgen María.

Fue el gesto sabio y providente del gran Pontífice Pío IX quien el 8 de Diciembre de 1854, la insertó en el sagrado tesoro de la fe católica por el Dogma de la Inmaculada Concepción.

Este singular privilegio de haber sido preservada de la culpa original, coloca a la Virgen junto al eterno Hijo de Dios, con un linaje de gloria que es el mayor que puede concebirse,

Para comprender este artículo de nuestra fe, hemos de remontarnos a la cuna del género humano cuando el pecado despojó a los primeros seres humanos de la gracia de Dios, de los dones sobrenaturales que Dios les había otorgado y de la justicia original.

La justicia original consistía en un conocimiento más perfecto de Dios y de si mismos, en la sujeción de la razón y de la voluntad a la ley Divina, en la inmortalidad del cuerpo y en la exención del dolor y de la fatiga. Todo esto se perdió por el pecado original.

Por este pecado tenemos necesidad de la redención de Jesucristo y de la gracia de Dios, gracia que nos sitúa en un estado, bajo muchos aspectos mejor que aquel del cual caímos, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". (Rom. 5.20).

Argumentos que prueban la Inmaculada Concepción de María.

Para fortalecer nuestra fe es suficiente la voz infalible de la Iglesia, pero para mayor gloria de Dios y de María Santísima, examinaremos los principales argumentos en los que se funda el Dogma de la Inmaculada Concepción.

La Sagrada Escritura:

De un privilegio tan excelso de María, nos dio el mismo Dios claro testimonio cuando prometió al futuro Redentor y afirmaba, dirigiéndose al demonio: "pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, ella aplastará tu cabeza,"

María Santísima y su Divino Hijo tendrán los dos las mismas enemistades con el demonio, con el pecado, por consiguiente María será concebida como concebirá Ella a Jesús, en la enemistad del mal, o sea sin pecado.

• La tradición:

En las obras de los santos Padres y de los escritores eclesiásticos, se encuentran varias frases que expresan la pureza Inmaculada de María Santísima.

• La razón:

Dios es santidad Infinita, esencial, absoluta. Dios no puede habitar donde no brilla la santidad más perfecta y más pura. Esta es la razón por la cual María fue preservada del pecado original, porque Dios pudo consentir que Ella fuera pobre, ignorada, y aun despreciada a los ojos del mundo, pero no pudo permitir que fuera ni un solo instante esclava del pecado. El Altísimo santificó su tabernáculo.

Porque María estaba destinada a ser Madre de Dios, fue preservada del pecado original, así lo exigía la santidad de Cristo, el honor de Dios, el atributo necesario de su santidad.

Otra prueba de la Inmaculada Concepción de María puede deducirse de su oficio de Corredentora de la humanidad. No queremos significar con esto que la Obra Redentora de Jesucristo y la de su Madre deban situarse en un mismo plano de igualdad; Ella cooperó al gran rescate como y cuanto pudo hacerlo una criatura, según la ordenación divina. El Hijo de Dios, queriendo redimir a la humanidad, se hizo hombre en el seno purísimo de María, que fue el instrumento, el medio por el cual El asumió nuestra naturaleza. María Santísima concurrió de hecho, especialmente en el Calvario a la Oblación de Jesús. En este sentido la llamamos Corredentora.

He aquí como la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la revelación y también la razón iluminada por la fe demuestran la verdad de la Inmaculada Concepción de María y cuan justamente la Iglesia Católica honra y saluda a la Virgen como Reina concebida sin mancha del pecado original.

¡Virgen Inmaculada. Madre de Dios y Madre nuestra. purifica nuestros corazones y prepáralos para recibir a Jesucristo, el Cordero Inmaculado, en el Sacramento del Amor!.

NOTA.- Con la verdad católica sobre el pecado original, queda abatido el primer fundamento de todas las herejías antiguas y modernas, las cuales niegan ESTA VERDAD,

Es evidente que si no existió el pecado original, es inútil la Redención de Cristo. inútil la Iglesia fundada por El, inútil la Jerarquía, etc. La solemne definición del Dogma de la Inmaculada Concepción de María aplasta todos los errores contra la fe y contribuye poderosamente a la exaltación de la FE CATÓLICA.


 

Salmo 120 - EL GUARDIÁN DEL PUEBLO.



 Salmo 120 - EL GUARDIÁN DEL PUEBLO.


Levanto mis ojos a los montes:

¿de dónde me vendrá el auxilio?

El auxilio me viene del Señor,

que hizo el cielo y la tierra.


No permitirá que resbale tu pie,

tu guardián no duerme;

no duerme ni reposa

el guardián de Israel.


El Señor te guarda a su sombra,

está a tu derecha;

de día el sol no te hará daño,

ni la luna de noche.


El Señor te guarda de todo mal,

él guarda tu alma;

el Señor guarda tus entradas y salidas,

ahora y por siempre.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

7 jul 2022

Santo Evangelio 7 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 10,7-15):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad».



«Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca»


Rev. D. Antonio BORDAS i Belmonte

(L’Ametlla de Mar, Tarragona, España)

Hoy, el texto del Evangelio nos invita a evangelizar; nos dice: «Predicad» (cf. Mt 10,7). El anuncio es la buena nueva de Jesús, que intenta hablarnos del reino de Dios, que Él es nuestro salvador, enviado por el Padre al mundo y, por este motivo, el único que nos puede renovar desde dentro y cambiar la sociedad en la que vivimos.

Jesús anunciaba que «el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). Él era el anunciador del reino de Dios que se hacía presente entre los hombres y mujeres en la medida en que el bien avanzaba y retrocedía el mal.

Jesús quiere la salvación del hombre total, en su cuerpo y en su espíritu; más aun, ante el enigma que preocupa a la humanidad, que es la muerte, Jesús propone la resurrección. Quien vive muerto por el pecado, cuando recupera la gracia, experimenta una nueva vida. Éste es un gran misterio que comenzamos a experimentar a partir de nuestro bautismo: ¡los cristianos estamos llamados a la resurrección!

Una muestra de cómo el Papa Francisco busca el bien del hombre: «Esta “cultura del descarte” nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. ¡El alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre!».

Jesús nos dice que seamos siempre portadores de paz. Cuando los sacerdotes llevamos la Comunión a un enfermo decimos: «¡La paz del Señor sea en esta casa!». Y la paz de Cristo permanece ahí, si hay personas dignas de ella. Para recibir los dones del reino de Dios se necesita una buena disposición interior. Por otro lado, también vemos cómo mucha gente pone excusas para no recibir el Evangelio.

Nosotros tenemos un gran cometido entre los hombres, y es que no podemos dejar de anunciar el Evangelio después de haber creído, porque vivimos de él y queremos que otros también lo vivan.

Reina de todos los Santos



 Reina de todos los Santos


No se piense que es superfluo este titulo, otorgado ya a María al recordar las varias clases de santos, ni se crea que la Iglesia haga aquí un recapitulación de los títulos precedentes. Esta Invocación nos parece fundada sobre dos justas razones:

1. Que María es canal de toda santidad. Que entre todas las criaturas, Ella fue el modelo más perfecto de santidad.

La primera de estas razones ha sido extensamente explicada en el decurso de estas meditaciones:

María es el canal por el cual Dios, autor y fuente de toda gracia, hace llegar hasta nosotros la virtud y la santidad. En el cuerpo místico de Jesucristo, Ella hace, por decirlo así, el oficio de cuello: transmite a la Cabeza las súplicas de los miembros y desde la Cabeza hace llegar a todo el cuerpo (místico) aquellas gracias por las cuales crece toda virtud, toda perfección y santidad.

Ilustraremos aquí la segunda razón: María, modelo de santidad para todos, especialmente para la mujer.

Dios es la santidad primera, la santidad por esencia, a esta divina santidad y perfección debemos conformar necesariamente la nuestra. La santidad divina aparece infinitamente lejana, en una luz inaccesible ... pero Dios nos la hizo accesible en su Unigénito Hijo, Jesucristo, dice San Pablo: "Dios nos eligió en Cristo, antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante El y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza y gloria de su gracia". (Ef. 1: 4-6).

El hombre, elevado por la misericordia Divina al estado sobrenatural y constituido hijo de Dios, tiene en Jesucristo el espejo de la perfección divina, pero los rayos que emanan de Jesucristo son todavía demasiado brillantes para la dignidad humana; la suya es una santidad increada, infinita.

Es cierto que El practicó las virtudes sencillas permitidas al hombre, como la humildad, la paciencia, la obediencia, etc., pero el modo y la perfección como las vivió son infinitamente superiores a las fuerzas humanas, aunque estén apoyadas por la gracia.

Para allanarnos el camino de la santidad, Dios nos propuso en nuestra Señora un modelo de santidad creada, una luz más suave a nuestros débiles ojos, un modelo, el más cercano a la santidad infinita, que nos animara a imitarla.

Ella poseyó sin duda una perfección y una santidad sobrehumanas, pero una santidad creada, unida a aquella perfección a la que no llegará jamás ninguna criatura; se acerca y toca los confines del infinito. La santidad de María es solo inferior a la santidad de Dios. María espejo, ejemplo y modelo perfecto de santidad, es lo que nos propone la Iglesia cuando la invoca como Reina de los santos.

María Santísima modelo de la mujer cristiana.

Quien conozca la importancia moral de la mujer en el mundo no podrá menos de admirar la Providencia de Dios por haber preparado en la Virgen Madre, el modelo singular de la perfección femenina.

La mujer constituye la mitad del género humano, y es ella la que forma y educa a la otra mitad. La mujer que usa rectamente de los preciosos atractivos de naturaleza y de gracia con los cuales Dios la ha enriquecido, tiene un ascendente bienhechor sobre su esposo y un influjo poderoso y decisivo sobre el carácter y la conciencia de los hijos.

Más profunda y más grande es la influencia social de la mujer - madre. Los principios de la educación maternal permanecen imborrables; aún cuando en medio del torbellino de las pasiones y de la vida el sello de la mano materna permanezca obscurecido y sepultado bajo las ruinas de los vicios, tarde o temprano sale de nuevo y conduce a !os extraviados al buen sendero, como bajo las ruinas sembradas por los vándalos o bajo la capa del olvido, reaparece la belleza artística de los antiguos monumentos. Se puede decir que la sociedad es como quiere la mujer.

En la antigüedad, la mujer no contaba para nada en la sociedad, era esclava de las pasiones del hombre y la mitad del linaje humano era para la otra mitad fomento y causa de corrupción.

El hombre y la mujer tenían extrema necesidad de un remedio poderoso que los sanara, que los hiciera en verdad virtuosos y santos. Este poderoso remedio fue ofrecido por Jesucristo, por su religión, por su moral y por su gracia.

El decreto de Cristo devolvió al matrimonio su unidad natural y su indisolubilidad y lo elevó a la dignidad de Sacramento. El ejemplo de Cristo y de la Inmaculada Virgen María: he allí la medicina que restauró al hombre y ennobleció a la mujer.

María Santísima es el modelo perfecto de la mujer, esposa y madre.

• ESPOSA.- María Santísima fue perfecta, santa y amorosa esposa de San José, en Ella las virtudes humanas eran sobrenaturales (esposa del Espíritu Santo), pero tomando en cuenta el ser de esposas y esposos terrenales aplicaremos de la la. Carta a los Corintios (cfr. Cap. 7).

La esposa debe tener un verdadero amor de caridad al esposo que supone, entre otras cosas:

• Paciencia ... perseverando con constancia en aquel o aquellos buenos ideales que resulta difícil alcanzar por diferencia en: educación, criterio, opiniones y hasta de valores ... y por medio de oración, de amor manifestado y evitando discusiones, tratar de convencer al esposo del bien que se persigue.

• Ser servicial - atenderlo con alegría, prontitud y lo mejor posible, no dejándose llevar por los errores actuales, que, promoviendo la liberación de la mujer pretenden, entre otras cosas, que la mujer no debe atender al esposo.

• No ser jactanciosa - no alabarse a sí misma, ni cansar al esposo con comentarios inútiles.

• No ser engreída - no le presuma de su valer (imaginario o real) haciéndolo sentir inferior.

• Ser decorosa - respetuosa de los gustos y aficiones del esposo, así como de sus familiares y amigos.

• No olvide la esposa que LA CARIDAD ES COMPRENSIVA Y MISERICORDIOSA, QUE ESPERA SIN LÍMITES Y PERDONA SIEMPRE. MADRE - Oficio y dignidad principal de la mujer es la maternidad, que le impone sagrados deberes (no olvidarlo nunca ya que actualmente se combate mucho esta gran dignidad de la maternidad).

El primero de estos deberes es el de aceptar de Dios y con gratitud aquellos hijos que quiera confiarle. Hoy la mujer mundana desea ser esposa pero rehuye el honor de la maternidad. El ritmo regulado de la vida de familia no le agrada; fatigarse para construir, piedra sobre piedra el edificio de la educación de sus hijos, es una empresa que no quiere asumir. Hoy la maternidad se limita lo más posible y aun cuando se acepte, no se le considera con alegría, sino más bien como un paréntesis doloroso en el movimiento acelerado de la vida moderna que ofrece a la mujer otros atractivos.

La maternidad que se sacrifica y que en el plan de la Providencia debería colocar a la mujer en lugar muy alto, es hoy abiertamente rechazada como algo que no corresponde a esta época, corno la supervivencia de una mentalidad superada. Y es que fuera del clima verdaderamente espiritual del cristianismo, hoy la maternidad es una función mecánica, determinada por el egoísmo.

Toda esposa cristiana, ante el dulce sacrificio de la maternidad, aun en medio de las angustias y de las dificultades de nuestros tiempos, debe repetir la palabra de nuestra Señora: "FIAT" ... HÁGASE.

El Papa Pío XI, al recibir en una ocasión a unas madres italianas les dijo: "La primera gloria de la Virgen Santísima es que es Madre de Dios y Madre nuestra. Ustedes tienen en su activo el ser madres tantas veces cuantos son los hijos que la Providencia les ha dado y confiado ... hasta entregarles tantas vidas y tantas almas ... ustedes deben confiar en El como El ha confiado en ustedes"

Otro deber de la madre es la educación cristiana de sus hijos. No debe olvidar que tienen necesidad de una educación paciente y constante, hecha de instrucción, corrección, vigilancia y de buen ejemplo.

¡Virgen Santa, excelsa Reina de todos los santos, tú que en el estado de Esposa y de Madre diste tan altos ejemplos de perfección, santifica a la mujer y con ella a la familia y a la sociedad.

 

El Templo de Dios es Santo, y ese Templo sois vosotros

 


El Templo de Dios es Santo, y ese Templo sois vosotros


Yo y el Padre vendremos a fijar en él nuestra morada. Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que ilumina a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere sin embargo ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza.

Él salió del seno de la Virgen como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe de la tierra. Reciben esta luz los que desean la claridad del resplandor sin fin, aquella claridad que no interrumpe noche alguna. En efecto, a este sol que vemos cada día suceden las tinieblas de la noche; en cambio, el sol de justicia nunca se Del Comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo ciento dieciocho.

(Núms. 12, 13-14: CSEL 62, 258-259)

Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. Nuestra puerta es la fe, la cual, si es resistente, defiende toda la casa. Por esta puerta entra Cristo. Por esto dice la Iglesia en el Cantar de los cantares: La voz de mi amado llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía! Que está mi cabeza cubierta de rocío, y mis cabellos de la escarcha de la noche.

Considera cuándo es principalmente que llama a tu puerta el Verbo de Dios, siendo así que su cabeza está cubierta del rocío de la noche. El se digna visitar a los que están tentados o atribulados, para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación. Su cabeza, por tanto, se cubre de rocío o de escarcha cuando su cuerpo está en dificultades. Entonces, pues, es cuando hay que estar en vela, no sea que cuando venga el Esposo se vea obligado a retirarse. Porque si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin haber llamado; pero si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta.

Hay, pues, una puerta en nuestra alma, hay en nosotros aquellas puertas de las que dice el salmo: ¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria. Si quieres alzar los dinteles de tu fe, entrará a ti el Rey de la gloria, llevando consigo el triunfo de su pasión. También el triunfo tiene sus puertas, pues leemos en el salmo lo que dice el Señor Jesús por boca del salmista: Abridme las puertas del triunfo.

Del Comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo ciento dieciocho.

(Núms. 12, 13-14: CSEL 62, 258-259)


6 jul 2022

Santo Evangelio 6 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 10,1-7):

 En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».



«Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca»


Rev. D. Fernando PERALES i Madueño

(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos en misión: «A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones» (Mt 10,5). Los doce discípulos forman el “Colegio Apostólico”, es decir “misionero”; la Iglesia, en su peregrinación terrena, es una comunidad misionera, pues tiene su origen en el cumplimiento de la misión del Hijo y del Espíritu Santo según los designios de Dios Padre. Lo mismo que Pedro y los demás Apóstoles constituyen un solo Colegio Apostólico por institución del Señor, así el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, forman un todo sobre el que recae el deber de anunciar el Evangelio por toda la tierra.

Entre los discípulos enviados en misión encontramos a aquellos a los que Cristo les ha conferido un lugar destacado y una mayor responsabilidad, como Pedro; y a otros como Tadeo, del que casi no tenemos noticias; ahora bien, los evangelios nos comunican la Buena Nueva, no están hechos para satisfacer la curiosidad. Nosotros, por nuestra parte, debemos orar por todos los obispos, por los célebres y por los no tan famosos, y vivir en comunión con ellos: «Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de los ancianos como a los Apóstoles» (San Ignacio de Antioquía). Jesús no buscó personas instruidas, sino simplemente disponibles, capaces de seguirle hasta el final. Esto me enseña que yo, como cristiano, también debo sentirme responsable de una parte de la obra de la salvación de Jesús. ¿Alejo el mal?, ¿ayudo a mis hermanos?

Como la obra está en sus inicios, Jesús se apresura a dar una consigna de limitación: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,5-6). Hoy hay que hacer lo que se pueda, con la certeza de que Dios llamará a todos los paganos y samaritanos en otra fase del trabajo misionero.


Reina de las Vírgenes

 



Reina de las Vírgenes


La Iglesia, no satisfecha con haber invocado a María con el título de Santa Virgen de las Vírgenes, la invoca como Reina de todos aquellos y aquellas que profesan la virginidad, para hacernos conocer y apreciar las grandes ventajas que aporta a la Iglesia ese estado, que inició Aquella que es llamada por antonomasia la Santísima Virgen.

• Ella fue la primera en profesar solemnemente la virginidad, que antes era considerada como ignominiosa entre las mujeres hebreas.

• Elevo esta virtud a la más alta cumbre de perfección posible a la criatura.

• Fue la suya una virginidad singular y única, asociada por prodigio Divino a la maternidad.

• Pero hay otra razón y es ésta: María es honrada con el título de Reina de las Vírgenes, porque el ejemplo y protección de Ella inspiran y proporcionan amor a la virginidad, guardan y conservan esta noble virtud. El ejemplo y la protección de esta Reina sor admirablemente fecundos en la Iglesia.

El mundo, que no entiende la divina sublimidad del amor, acusa al celibato y a la virginidad de egoísmo y de esterilidad. Ante esta calumnia, que los millones de niños y niñas que pueblan las escuelas, los orfanatos y los colegios informen al mundo lo que han recibido de los Religiosos y las Religiosas, y que en algunos casos no reciben de sus mismos padres: lo mismo los jóvenes y las jóvenes que en centros de formación juvenil han recibido una instrucción religiosa que les ayuda a regir su vida en una forma sobrenatural y noble. Los ancianos impotentes, los enfermos de toda edad, los que llenan los asilos, entre lágrimas de gratitud, muestren al mundo a las mujeres consagradas a Dios que bajo el velo de la cofia sienten arder la llama del amor de Dios y tienen para ellos la inagotable caridad de la palabra evangélica y de las obras de misericordia.

Con esto, la sabiduría inspirada de la Iglesia muestra al mundo cuán fecunda es la santa virginidad.

¡Oh Virgen Santísima, Reina de los Vírgenes! Te pedimos para todos los fieles nos alcances la gracia de la castidad, conveniente a cada estado de vida y la PUREZA del alma. Ayúdanos a cuidar nuestros sentidos, nuestro corazón y nuestra mente de todo cuanto pueda mancharnos.


 

La Sabiduria de Dios nos mezcló su vino y puso su Mesa

 


La Sabiduria de Dios nos mezcló su vino y puso su Mesa


La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte visible y en parte invisible.

Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.

Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos.

Ha mezclado el vino en la copa y ha puesto la mesa. Y en el hombre que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.

Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual, como en una copa, por el misterio de la encarnación tuvo lugar una mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos: «El insensato, que venga a mí. El insensato, que piensa en su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas.»

Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: «Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación.»

Del Comentario de Procopio de Gaza, obispo, sobre el libro de los Proverbios.

(Cap. 9: PG 87, 1, 1299-1303)

5 jul 2022

Santo Evangelio 5 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 9,32-38):

 En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».



«Rogad (...) al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies»


Rev. D. Joan SOLÀ i Triadú

(Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos habla de la curación de un endemoniado mudo que provoca diferentes reacciones en los fariseos y en la multitud. Mientras que los fariseos, ante la evidencia de un prodigio innegable, lo atribuyen a poderes diabólicos —«Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mt 9,34)—, la multitud se maravilla: «Jamás se vio cosa igual en Israel» (Mt 9,33). San Juan Crisóstomo, comentando este pasaje, dice: «Lo que en verdad molestaba a los fariseos era que consideraran a Jesús como superior a todos, no sólo a los que entonces existían, sino a todos los que habían existido anteriormente».

A Jesús no le preocupaba la animadversión de los fariseos, Él continuaba fiel a su misión. Es más, Jesús, ante la evidencia de que los guías de Israel, en vez de cuidar y apacentar el rebaño, lo que hacían era descarriarlo, se apiadó de aquellas multitudes cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor. Que las multitudes desean y agradecen una buena guía quedó comprobado en las visitas pastorales de San Juan Pablo II a tantos países del mundo. ¡Cuántas multitudes reunidas a su alrededor! ¡Cómo escuchaban su palabra, sobre todo los jóvenes! Y eso que el Papa no rebajaba el Evangelio, sino que lo predicaba con todas sus exigencias.

Todos nosotros, «si fuéramos consecuentes con nuestra fe, —dice san Josemaría Escrivá— al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que animaron al de Jesucristo», lo cual nos conduciría a una generosa tarea apostólica. Pero es evidente la desproporción que existe entre las multitudes que esperan la predicación de la Buena Nueva del Reino y la escasez de obreros. La solución nos la da Jesús al final del Evangelio: rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a sus campos (cf. Mt 9,38).


Reina de los confesores

 


Reina de los confesores


En el lenguaje litúrgico de la Iglesia, se llaman Confesores a todos los Santos que no fueron mártires.

Confesores = cristianos que profesan públicamente la Fe en Jesucristo y por ella están prontos a dar la vida. Confiesan la Fe por su testimonio de vida cristiana

Mártires = personas que padecen muerte por amor de Jesucristo y en defensa de la fe y de la religión. Mueren en defensa de la Fe y de la religión

Es necesaria una gracia especial de Dios para soportar el martirio, sin embargo, no se requiere menos gracia de Dios para sobrellevar una heroica santidad sin el martirio.

El mérito que se alcanza con el martirio es de ordinario en muy breve tiempo y para obtener el mérito sin el martirio requiere un tiempo bastante largo. El martirio, perfecto acto de amor y de fortaleza, suple las demás virtudes que podrían faltar o podrían ser imperfectas. En cambio, fuera del martirio se necesita mayor perfección de las Virtudes Teologales y Morales; esto se consigue a través de una vida entera de lucha contra el pecado, contra el mal y de sacrificio continuo. De tal manera que la vida de un santo puede llamarse un continuo martirio.

Los santos CONFESORES, tuvieron que superar toda clase de dificultades y practicar las virtudes en grado heroico.

María es la primera, la más perfecta y la más santa de todos esos héroes de virtud y santidad, por eso la Iglesia la proclama REINA DE LOS CONFESORES.

Los de fuera, lo quieran o no, son hermanos nuestros

 


Los de fuera, lo quieran o no, son hermanos nuestros


Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad, no sólo para con vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que nosotros, pero están divididos de su cuerpo. Deploremos, hermanos, su suerte, sabiendo que se trata de nuestros hermanos. Lo quieran o no, son hermanos nuestros. Dejarían de serlo si dejaran de decir: Padre nuestro.

Dijo de algunos el profeta: A los que os dicen: «No sois hermanos nuestros», decidles: «Sois hermanos nuestros.» Atended a quiénes se refería al decir esto. ¿Por ventura a los paganos? No, porque, según el modo de hablar de las Escrituras y de la Iglesia, no los llamamos hermanos. ¿Por ventura a los judíos, que no creyeron en Cristo?

Leed los escritos del Apóstol y veréis que cuando dice «hermanos» sin más, se refiere únicamente a los cristianos: Y tú, ¿cómo juzgas a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Y dice también en otro lugar: Vosotros hacéis injusticias y despojáis, y esto con hermanos. Esos, pues, que dicen: «No sois hermanos nuestros», nos llaman paganos. Por esto quieren bautizarnos de nuevo, pues dicen que nosotros no tenemos lo que ellos dan. Por esto es lógico su error, al negar que nosotros somos sus hermanos. Mas, ¿por qué nos dijo el profeta: Decidles: «Sois hermanos nuestros», sino porque admitimos como bueno su bautismo y por esto no lo repetimos? Ellos, al no admitir nuestro bautismo, niegan que seamos hermanos suyos; en cambio nosotros, que no repetimos su bautismo, porque lo reconocemos igual al nuestro, les decimos: Sois hermanos nuestros.

Si ellos nos dicen: «¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis?», les respondemos: Sois hermanos nuestros. Si dicen: «Apartaos de nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros», nosotros sí que tenemos que ver con ellos: si reconocemos al mismo Cristo, debemos estar unidos en un mismo cuerpo y bajo una misma cabeza.

Os conjuramos, pues, hermanos, por las entrañas de caridad, con cuya leche nos nutrimos, con cuyo pan nos fortalecemos, os conjuramos por Cristo nuestro Señor, por su mansedumbre, a que usemos con ellos de una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que reflexionen y se den cuenta que no tienen en absoluto nada que decir contra la verdad; lo único que les queda es la enfermedad de su animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree. Oremos por los débiles, por los que juzgan según la carne, por los que obran de un modo puramente humano, que son, sin embargo, hermanos nuestros, pues celebran los mismos sacramentos que nosotros, aunque no con nosotros, que responden un mismo Amén que nosotros, aunque no con nosotros; prodigad ante Dios por ellos lo más entrañable de vuestra caridad.

De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos

(Salmo 32, 29: CCL 38, 272-273)

4 jul 2022

Santo Evangelio 4 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Mt 9,18-26):

 En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.



«Tu fe te ha salvado»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a admirar dos magníficas manifestaciones de fe. Tan magníficas que merecieron conmover el corazón de Jesucristo y provocar —inmediatamente— su respuesta. ¡El Señor no se deja ganar en generosidad!

«Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá» (Mt 9,18). Casi podríamos decir que con fe firme “obligamos” a Dios. A Él le gusta esta especie de obligación. El otro testimonio de fe del Evangelio de hoy también es impresionante: «Con sólo tocar su manto, me salvaré» (Mt 9,22).

Se podría afirmar que Dios, incluso, se deja “manipular” de buen grado por nuestra buena fe. Lo que no admite es que le tentemos por desconfianza. Éste fue el caso de Zacarías, quien pidió una prueba al arcángel Gabriel: «Zacarías dijo al ángel: ‘¿En qué lo conoceré?’» (Lc 1,18). El Arcángel no se arredró ni un pelo: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios (...). Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lc 1,19-20). Y así fue.

Es Él mismo quien quiere “obligarse” y “atarse” con nuestra fe: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). Él es nuestro Padre y no quiere negar nada de lo que conviene a sus hijos.

Pero es necesario manifestarle confiadamente nuestras peticiones; la confianza y connaturalizar con Dios requieren trato: para confiar en alguien le hemos de conocer; y para conocerle hay que tratarle. Así, «la fe hace brotar la oración, y la oración —en cuanto brota— alcanza la firmeza de la fe» (San Agustín). No olvidemos la alabanza que mereció Santa María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).


Reina de los mártires

 


REINA DE LOS MÁRTIRES


Cuando la adversidad se abate sobre una familia, hay un corazón que tiene el privilegio de sufrir más que los demás y de recibir en sí el dolor de todos: es el corazón de la madre.

Así en la inmensa familia humana, María tuvo este privilegio de sentir en su corazón los dolores de todos sus hijos, los padecimientos de todos los mártires y los tormentos del Rey de los Mártires. Por este privilegio, Ella ha obtenido el amor de los hombres. Por eso la Iglesia la invoca con el título de Reina de los Mártires.

El Profeta Jeremías había predicho que los dolores de esta Virgen serían los más atroces después de los de Jesucristo, los más crueles soportados por una sencilla criatura con el auxilio de la gracia Divina. Sus dolores han sido comparados con el mar: "inmenso como el mar es tu dolor", no que el mar sea la justa medida de este dolor, sino porque, así como las aguas del mar superan sin comparación todas las que están esparcidas sobre la tierra, así los dolores de María son incomparablemente mayores que los de las demás criaturas.

Fijaremos la atención, al considerar los dolores de María, en su extensión y duración y en su gravedad, intensidad y amargura.

No se crea que los dolores de María duraron solamente aquellas tres horas que al pie de la Cruz estuvo presente en el agonía y muerte de su Hijo, o el día que duró su santa Pasión; sus dolores fueron continuos durante treinta años. Desde el momento en que fue Madre, destinada a padecer con su Hijo su Pasión y su Muerte vino a ser al mismo tiempo madre de dolor. Dotada, como estaba, de espíritu profético y con el conocimiento que tenía de las Sagradas Escrituras, conoció la amargura de la cruel pasión y muerte de Jesús, por eso empezó a experimentar aquella serie de angustias y dolores indecibles que tendrían fin hasta la Resurrección de Cristo.

Con la profecía de Simeón: "una espada traspasará tu alma", María sintió desde ese día la herida que se clavó profundamente en su corazón, hasta rasgar la última de sus fibras.

El Niño crecía bajo la mirada de la Madre y Ella pensaba en las humillaciones y en las heridas de aquel rostro Divino que soportaría el beso de Judas, la bofetada del criado y los salivazos de los judíos; cuando su mano delicada acariciaba la cabeza, las manos o los pies del Niño, la visión de la corona de espinas y de los clavos le producía una gran angustia.

Aquella carne inmaculada que María vestía con tanto cariño y respeto, sería desgarrada por los azotes y cubierta con la púrpura de la sangre.

La Sabiduría Divina de Jesús que en la intimidad de Nazaret descubría a la Madre los secretos celestiales, habría de ser un día objeto de publica burla. ¡Oh dolores, oh martirio de la Madre!.

Ella sintió especialmente los siete dolores que la Iglesia recuerda el 15 de Septiembre:

1. La predicción del anciano Simeón, cuando María y José presentaron en el Templo a Jesús.

2. La huida y el destierro a Egipto, después de la persecución de Herodes.

3. La pérdida de Jesús, enseñando en el Templo de Jerusalén.

4. El encuentro de Jesús y María en el camino del Calvario.

5. La crucifixión, agonía y muerte de Jesús.

6. El descendimiento de la Cruz del Cuerpo del Hijo.

7. La sepultura de Jesús.

Nos detendremos solamente a contemplar a María Dolorosa en su martirio al pie de la Cruz, viviendo la agonía y muerte de su Divino Hijo.

Estos dolores fueron de 4 clases:

a) dolores del pecado

b) dolores de la naturaleza

c) dolores de la gracia y

d) dolores divinos.

a) Los dolores del pecado.

Ninguna criatura puede tener tal conocimiento y dolor del pecado que alcance a igualar su gravedad; para concebir un dolor adecuado, sería preciso conocer perfectamente el Bien infinito del cual nos priva, comprender la esencia de Dios, los atributos divinos, el daño infinito que es perderlo eternamente. Sólo Dios, que se iguala y comprende a sí mismo, conoce todo esto.

Sólo Jesucristo, porque es Dios, conoce a su Padre celestial, su esencia, sus perfecciones, su amor Infinito y Eterno y el mal que ocasiona separarse de El; sólo Jesús tuvo un adecuado e infinito dolor de la culpa mortal, como sólo El pudo expiada adecuadamente.

Después de Jesucristo, fue María la que experimentó el más perfecto y más intenso dolor por el pecado, porque Ella mucho más que cualquier mente humana y angélica, estuvo dotada del más elevado y sublime conocimiento de Dios, de su Infinito amor y de la gravedad del pecado que separa de Dios.

Ella, en el Calvario, asistió como espectadora, testigo y participante a la muerte del Redentor. La Virgen, espejo perfecto que captaba los rayos enfocados de amor y de dolor que partían del Corazón de Jesús agonizante sentía el vivo reflejo, que la sumergía en el mar de un dolor casi infinito.

Esta es la primera fuente de los Dolores de María Santísima: LOS DOLORES POR EL PECADO.

b) Dolores de la naturaleza.

Para conocerlos de algún modo, consideremos que María es mujer y es madre, madre de un Amantísimo Hijo, a quien no puede socorrer.

Ella no fue una mujer sino la MUJER por excelencia, perfecta, preservada de las heridas y de las sombras del pecado, en Ella todo era sublime, aun el amor maternal que el Espíritu Santo infundió en su corazón, en el instante de la Encarnación del Verbo. El amor de María superó al amor maternal de naturaleza.

No teniendo Jesús un padre terrenal que compartiese el dolor maternal, en el corazón de María se unieron y fundieron los dolores de la madre y del padre. Todo el tributo del dolor que dimana de la naturaleza era ofrecido por Ella al Mártir Divino, porque María lo amaba con el tierno amor de madre y a la vez con el fuerte amor de padre.

No se piense que el martirio de María no era tan intenso por su fortaleza sobrehumana: no olvidemos que la fortaleza del alma, hace que se soporten los dolores, pero no quita que se sientan.

Ella contempla el cuerpo lacerado y las manos y los pies atravesados por los clavos y la cabeza en la que se hunden las espinas y no le está permitido aliviar ni su cuerpo ni su cabeza: oye las blasfemias del ladrón y los insultos de los que le crucifican, los gritos de los enemigos y no puede repararlos con una palabra de respeto, de consuelo, de amor: resuena en el corazón de la Madre el grito de Jesús "tengo sed" y no puede aliviarle con un sorbo de agua y ve como le dan a beber hiel y vinagre. Exhala el Hijo el último suspiro y no le está permitido a la Madre endulzar la amarga agonía y recoger el último aliento. Se lamenta Jesús de ser abandonado por su Padre y la Madre debe también dejarlo como abandonado y sin auxilio.

Desolada y privada de todo consuelo debía ser la muerte de Jesús y desolada y privada de todo consuelo debía ser también la pasión de María Santísima.

c) Dolores de la gracia.

Los dolores de la gracia y los dolores divinos, que nuestro pobre entendimiento no puede penetrar, fueron para Ella los más duros y crueles.

El dolor deriva del amor, un amor humano, un amor de naturaleza, produce un dolor humano; un dolor natural, un amor de gracia, un amor divino causa un dolor del mismo linaje, un dolor de gracia y divino; cuanto más fuerte es el amor, tanto más fuerte será el dolor.

La naturaleza nos hace hombres, la gracia y el amor divino nos hacen santos. Si la Virgen María, modelo perfecto de mujer y de madre experimentó los más fuertes y agudos dolores de la naturaleza, Ella, a su vez, modelo de perfección sobrenatural y de santidad, debió experimentar los más agudos y fuertes dolores de la gracia y los sufrimientos divinos.

Para penetrar esta verdad pensemos: ¿cuál es el efecto de la gracia sobre nosotros? Una elevación del alma sobre la naturaleza; una unión, una amistad con Dios, una cierta comunicación que Dios nos otorga, por la cual somos hechos partícipes de la naturaleza divina. Esta es precisamente la esencia de la santidad.

Esta relación sobrenatural fue perfectísima entre Jesucristo y su Santísima Madre, no solo por vía natural, sino más aún por razón de gracia. Ella fue más feliz por haber llevado a Dios en su corazón que en su seno, como respondió Jesús a la mujer que ensalzaba la maternidad natural de la Virgen: "más bien son bienaventurados aquellos que oyen la palabra de Dios y la guardan".

Cristo fue Rey de los Mártires y María fue Reina de los Mártires porque experimentó todas las penas del amado Jesús.

d) Dolores divinos.

• Es artículo de nuestra fe que el Padre Eterno es el Padre de Jesús; que Jesús Dios y Hombre es el Hijo de Dios Padre: que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y que es el Amor Increado ... el amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

• También es artículo de fe que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, porque es Madre de Aquel en el que la naturaleza Divina y la naturaleza humana se hallan unidas hipostáticamente, esto es en unidad de PERSONA.

• Qué en la Cruz murió este Dios Hombre, este Hijo del Padre Eterno y de María Virgen, para redimirnos. Esto constituye un tercer artículo de fe.

En la muerte de un hijo debe sentir, y siente extremo dolor, no solo la madre, sino también el padre, es esto ley inexorable de nuestra naturaleza humana.

Pero Dios Padre no puede sufrir, porque la naturaleza Divina es inmutable y Dios no puede ni por un momento perder su felicidad ... es decir no puede sufrir.

La Madre de Cristo debía experimentar, en la muerte del Hijo, todo el dolor, aun aquel que en los casos ordinarios habría experimentado el Padre; la totalidad de esta divina aflicción, íntegra e indivisa. recayó sobre el corazón afligido de María. Tan inmenso dolor soportó la Madre que la omnipotencia de Dios la tuvo que sostener para que no muriera con Jesús en el Calvario.

¡Oh Reina de los mártires, que con constancia tan heroica y divina soportaste aquellos prolongados y atroces dolores que en la muerte de tu Hijo, la naturaleza y la gracia, los pecadores y Dios acumularon sobre tu amoroso corazón de Madre, alcánzanos fortaleza para aceptar la voluntad divina y bendecir al Señor que con misericordia nos visita en el dolor, y que con él nos purifica y quiere hacernos dignos del gozo eterno.

Mi sacrificio es un Espíritu quebrantado

 


Mi sacrificio es un Espíritu quebrantado


Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así cómo nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Por tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa esto que podrás aplacar a Dios sin ninguna oblación? ¿Qué dice el salmo? Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa y verás que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te enseña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofrecían víctimas de sus rebaños, y éste era su sacrificio. Los sacrificios no te satisfacen, pero quieres otra clase de sacrificios.

Si te ofreciera un holocausto —dice—, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sacrificios? De ningún modo. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.

Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.

De los Sermones de san Agustín, obispo.

(Sermón 19, 2-3: CCL 41, 252-254)

3 jul 2022

Santo Evangelio 3 de Julio 2022

  


Texto del Evangelio (Lc 10,1-12.17-20):

 En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.

»Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: ‘Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios’. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo».

Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».



«¡Poneos en camino!»


+ Dr. Josef ARQUER

(Berlin, Alemania)

Hoy, nos fijamos en algunos que, entre la multitud, han procurado acercarse a Jesucristo, que está hablando mientras contempla los campos rebosantes de espigas: «La mies es mucha, pero los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). De repente, fija su mirada en ellos y va señalando a unos cuantos, uno a uno: tú, y tú, y tú. Hasta setenta y dos...

Asombrados, le oyen decir que vayan, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde Él irá. Quizá alguno habrá respondido: —Pero, Señor, ¡si yo sólo he venido para oírte, porque es tan bello lo que dices!

El Señor les pone en guardia contra los peligros que les acecharán. «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos». Y utilizando imágenes de costumbre en las parábolas, añade: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10,3-4). Interpretando el lenguaje expresivo de Jesús: —Dejad de lado medios humanos. Yo os envío y esto basta. Aun sintiéndoos lejos, seguís cerca, yo os acompaño.

A diferencia de los Doce, llamados por el Señor para que permanezcan junto a Él, los setenta y dos regresarán luego a sus familias y a su trabajo. Y vivirán allí lo que habían descubierto junto a Jesús: dar testimonio, cada uno en su sitio, simplemente ayudando a quienes nos rodean a que se acerquen a Jesucristo.

La aventura acaba bien: «Los setenta y dos volvieron muy contentos» (Lc 10,17). Sentados en torno a Jesucristo, le debieron contar las experiencias de aquel par de días en que descubrieron la belleza de ser testigos.

Al considerar hoy aquel lejano episodio, vemos que no es puro recuerdo histórico. Nos damos por aludidos: podemos sentirnos junto al Cristo presente en la Iglesia y adorarle en la Eucaristía. Y el Papa Francisco nos anima a «llevar a Jesucristo al hombre, y conducirlo al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre».

Salmo 33 II

 


Salmo 33 II


Venid, hijos, escuchadme:

os instruiré en el temor del Señor;

¿hay alguien que ame la vida

y desee días de prosperidad?


Guarda tu lengua del mal,

tus labios de la falsedad;

apártate del mal, obra el bien,

busca la paz y corre tras ella.


Los ojos del Señor miran a los justos,

sus oídos escuchan sus gritos;

pero el Señor se enfrenta con los malhechores,

para borrar de la tierra su memoria.


Cuando uno grita, el Señor lo escucha

y lo libra de sus angustias;

el Señor está cerca de los atribulados,

salva a los abatidos.


Aunque el justo sufra muchos males,

de todos lo libra el Señor;

él cuida de todos sus huesos,

y ni uno solo se quebrará.


La maldad da muerte al malvado,

y los que odian al justo serán castigados.

El Señor redime a sus siervos,

no será castigado quien se acoge a él.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.