Verdades de la fe católica - TEMA 16
Esta obra intenta explicar de una manera clara, ágil y sencilla diferentes temas relacionados con la fe, cada uno de ellos ha sido fundamentado al máximo en las dos fuentes de la Revelación Divina: la Santa Biblia y la Sagrada Tradiciòn.
Autor: Guido A. Rojas Zambrano | Fuente: ApologeticaCatolica.org
LOS SANTOS Y LAS RELIQUIAS EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS
I. EL LLAMADO A LA SANTIDAD
Cuántas veces los hermanos separados nos han acusado a los católicos de acudir a los santos para pedir un favor o milagro del cielo, sin tener en cuenta que solamente Jesucristo es el único mediador ante el Padre (1Timoteo 2,5), al igual que el Espíritu Santo (Romanos 8,26-27). No obstante, la palabra de Dios nos dice que todas las personas están llamadas a la santidad (Levítico 19,2; 1Tesalonisenses 5,23), a la perfección cristiana (Mateo 5,48), Dios siempre está al lado de los hombres justos (Génesis 26,23-24; 28,15; Deuteronomio 31;6.8; Josué 1,5; Jeremías 1,7-8), "la luz brilla para el hombre bueno" (Salmo 97,11), "el Altísimo cuida de ellos" (Sabiduría 5,15), "sin la santidad, nadie podrá ver al Señor" (Hebreos 12,14).
II. LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Los Libros Sagrados narran varios ejemplos de hombres y mujeres que llevaron una vida virtuosa; desde el justo Abel (Hebreos 11,4); pasando por su descendiente Enoc quien "vivió de acuerdo con la voluntad de Dios" (Génesis 5,22), Noé hombre bueno que siempre obedecía al Creador (Génesis 6,9; 7,1); el patriarca Abraham, padre de los creyentes para los judíos, cristianos y musulmanes (Romanos 4,11; Gálatas 3,8-9); llamado el "amigo de Dios" (2Crónicas 20,7), porque "Dios lo aceptó como justo" (Génesis 15,6); su sobrino Lot, hombre santo que vivía en medio de gente malvada (2Pedro 2,7-8); José, el hijo de Jacob, vendido por sus hermanos por envidia, Dios siempre estaba con él (Hechos 7,9).
El santo Job, "que vivía una vida recta y sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios" (1,1), modelo de obediencia y sufrimiento (Santiago 5,11), y quien no pecó de palabra en su desgracia (Job 2,10); Moisés, el gran caudillo y legislador del pueblo hebreo, "era el hombre más humilde del mundo"(Números 12,3); tenía el privilegio de hablar con el Todopoderoso "cara a cara" (Éxodo 33,11), como si lo viera (Hebreos 11,27); su discípulo Josué, "siervo del Señor"(24,29); Rahab, la prostituta que Dios aceptó como justa por sus hechos (Santiago 2,25); Rut, "una mujer ejemplar" (3,11). De los jueces se menciona que el espíritu de Dios estaba sobre Gedeón (Jueces 6,12.34), "hombre fuerte y valiente".
También se encontraba Sansón consagrado como nazareno para que empezara a liberar a su pueblo de los filisteos (Jueces 13,5); de él dice la Escritura que "el niño crecía, y el Señor lo bendecía" (Jueces 13,24). En cuanto a los profetas se halla Samuel, consagrado al servicio del templo, y considerado por todo Israel como "verdadero profeta del Señor" (1Samuel 3,20); el rey David, quien a pesar de su debilidad humana (2Samuel 12,7-9), cumplió con los mandamientos y las leyes divinas (1Reyes 11,34); Eliseo, "santo profeta de Dios" (2Reyes 4,9); Jeremías, destinado por el Altísimo desde antes que naciera para que fuera "profeta de las naciones" (1,5).
III. LOS SANTOS DEL NUEVO TESTAMENTO
En la nueva alianza se menciona a José, padre adoptivo de Jesús, un "hombre justo" (Mateo 1,19); y su esposa, la bendita virgen María (Lucas 1,28.42); al igual que el sacerdote Zacarías y su mujer Isabel (pariente de María), otro matrimonio espejo de santidad (Lucas 1, 6). En el templo de Jerusalén vivían dos santos místicos y ascetas; Simeón "un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la liberación de Israel" (2,25); y Ana "que hablaba en nombre de Dios...nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones" (36-37).
Otro era Juan Bautista, el último de los profetas; quien era grande delante de Dios y estaba lleno del Espíritu Santo desde antes que viniera al mundo (1,15). El apóstol Natanael, verdadero israelita en quien no había engaño (Juan 1,47); el discípulo "José, llamado Barsabás, y llamado también justo" (Hechos 1,23); el diácono Esteban, "hombre lleno de fe y del espíritu Santo" (Hechos 6,5); Tabita "esta mujer pasaba su vida haciendo el bien y ayudando a los necesitados" (Hechos 9,36); el capitán Cornelio, un hombre justo, que adoraba a Dios (Hechos 10,22); Ananías, "piadoso y obediente a la ley de Moisés" (Hechos 22,12); entre muchos otros personajes (Hebreos 11,1-38).
IV. EL PODER DE LA ORACIÓN
El seguimiento del Señor va acompañado de grandes privilegios, porque Dios escucha la plegaria de los justos (1Pedro 3,12; Job 42,8; Salmo 34,15.17; Proverbios 15,29); como la súplica de Zacarías que es recompensada con el nacimiento de su hijo Juan Bautista, y eso que él y su mujer eran ya de edad avanzada (Lucas 1,13.18).
Jesucristo nos invita a pedir siempre por nuestras necesidades (Lucas 11,9-13); hay que hacer oración unos por otros (Santiago 5,16; Hebreos 13,18-19). San Pablo anima en sus cartas a los hermanos a pedir por él (Romanos 15,30; Efesios 6,19; Filipenses 1,19), "por todo el pueblo de Dios" (Efesios 6,18; 2Corintios 1,11; Colosenses 4,3); el mismo los encomienda en sus oraciones (Efesios 1,16; Filipenses 1,4; Colosenses 1,3-9; 1Tesalonisenses 1,2; 3,10), invita a los fieles a rogar por toda la humanidad (1Timoteo 2,1-2). Los 24 ancianos y los ángeles suben ante el trono celestial las plegarias de todos los que pertenecen al pueblo de Dios (Apocalipsis 5,8; 8,3).
Asimismo, encontramos casos de intercesión ante el Señor, como Abraham que pide detener el castigo contra Sodoma y Gomorra (Génesis 18,20-33), y por la salud de Abimelec (Génesis 20,17); Lot ruega ante los ángeles para que no destruyan la ciudad de Zoar (Génesis 19,20-21); Moisés clama por el faraón de Egipto (Éxodo 8,28-29; 9,29-33), y por los pecados del pueblo elegido (Éxodo 32,9-13, 30-32; Números 11,2; 14,11-19; 16,20-22); el rey David intercede para que no se castigue a los hebreos (2Samuel 24,17), y para que la peste se retire de Israel (24-25).
Nehemías hace oración por los israelitas (1,6.11); la plegaria fervorosa del profeta Elías hace desaparecer y aparecer la lluvia en su Nación (Santiago 5,17-18); el profeta Jeremías ya muerto hace oración por el pueblo y la ciudad santa (2Macabeos 15,14); María pide a Jesús en las bodas de Caná por el vino (Juan 2,3); un alto oficial del rey por la curación de su hijo enfermo (Juan 4,46-51); un capitán romano por su criado paralítico (Mateo 8,5-7); Jairo, el jefe de los judíos, para que resucitara a su hija (Mateo 9,18); la mujer cananea por su hija endemoniada (Mateo 15,21-22); el rico Epulón intercede por sus hermanos ante el padre Abraham (Lucas 16,27-28); María, la esposa de Zebedeo, por sus hijos Santiago (el mayor) y Juan (el discípulo amado) (Mateo 20,20-21); Marta y María Magdalena por su hermano muerto Lázaro (Juan 11, 20-21.32); y el apóstol Pablo por los navegantes en peligro (Hechos 27,23-24).
V. LAS RELIQUIAS SAGRADAS
Para la Iglesia Católica existe además una veneración a las "reliquias", que son restos humanos y vestimentas de los santos, ornamentos del culto sagrado y objetos de piedad; muchos de los cuales con poderes milagrosos por parte de Dios. Como el callado del patriarca Jacob (Hebreos 11,21); los restos mortales de José que fueron llevados desde Egipto hasta Siquem , para que fueran sepultados en la Tierra Prometida (Génesis 50,25; Éxodo 13,19; Josué 24,32; Hebreos 11,22).
A Moisés el Padre Eterno le promete que con su vara hará cosas asombrosas (Éxodo 4,17), como sucedió ante los ojos del faraón Ramsés II (Éxodo 7,9-12), con las plagas de Egipto (Éxodo capítulos 7-8), cuando abrió en dos el mar rojo (Éxodo 14,16), cuando hizo brotar agua de las rocas en el desierto del Sinaí (Éxodo 17,5-6), y en la guerra contra los amalecitas (Éxodo 17,9); Dios hace retoñar el bastón de Aarón, para que lo colocaran dentro del cofre sagrado (Números 17,7-10); la capa del profeta Elías abrió en dos oportunidades el río Jordán (2Reyes 2,8.13-14); en cierta ocasión unos israelitas estaban enterrando a un hombre, arrojándolo a la tumba de Eliseo, pero tan pronto el cadáver rozó los huesos del profeta, resucitó y se puso de pie (2Reyes 13,20-21).
En la vida pública de Cristo, una mujer que desde hacía doce años estaba enferma con derrames de sangre, se curó instantáneamente al tocarle el borde de su túnica (Mateo 9,20-22), también sucedió lo mismo con los enfermos de Genesaret (Mateo 14,34-36). Por su parte, "Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocadas por sus cuerpo eran llevados a los enfermos, y éstos se curaban de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos" (Hechos 19,11-12).