16 feb 2013

Santo Evangelio 16 de Febrero de 2013






Autor: Cristian González | Fuente: Catholic.net
Vocación de Leví
Lucas 5, 27-32. Cuaresma. No tengamos miedo de ser cristianos, de seguir a Cristo, de convertirnos, de manifestar nuestra fe.


Del santo Evangelio según san Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo salió Jesús y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?» Les respondió Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

Oración introductoria 

Señor, no dejes de sorprenderme y hacer diferente cada uno de mis días. Concédeme iniciar esta oración con la completa disposición de escuchar tu voz y seguirte con el ánimo de desprenderme de mí mismo.

Petición

Dios mío, Tú me conoces y sabes qué fácilmente juzgo a los demás y cómo me cuesta perdonar, ayúdame a ser más misericordioso.

Meditación del Papa

Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan el médico, y no los sanos. Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el "sacramento universal de salvación" que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo. Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la "Iglesia". Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia. (Benedicto XVI, 22 de septiembre de 2011).

Reflexión

Dos versículos del evangelio son capaces de transmitirnos algo tan complejo como es el llamado de Dios a un alma y su respuesta. Jesús se acerca a un hombre, Leví (o Mateo), y le dice una palabra: "Sígueme". Él se levantó y le siguió. Es claro que Cristo no usa muchas palabras cuando desea que un hombre lo deje todo y le siga. Es la voz de su alma, de su mirada, de su amor, ... la que mueve los corazones.

Jesucristo nos habla a nosotros en la oración, y también nos dice pocas palabras. Son pocos los casos en que Cristo se presenta en persona y habla a un hombre. Es en el diálogo interior, en la escucha del alma, en la reflexión y meditación del evangelio, en la contemplación de la Eucaristía, donde Dios pronuncia su palabra milagrosa: "sígueme".

No tengamos miedo a dar la misma respuesta de Mateo. Él era un publicano y, para los judíos de su tiempo, un pecador. Sigamos su ejemplo de conversión y abramos la puerta de nuestra casa, de nuestro corazón, a un gran banquete con Nuestro Señor. Un banquete en el que sin duda gozaremos de su presencia, a pesar de lo que digan los demás. No tengamos miedo de ser cristianos, de seguir a Cristo, de convertirnos, de manifestar nuestra fe; y gozaremos así de la felicidad que Jesucristo nos proporciona. Una felicidad como la de Mateo.

Propósito

Hacer una oración especial de agradecimiento a Dios por haberme llamado a su Iglesia.

Diálogo con Cristo

Señor, permite que nunca discrimine ni considere a nadie indigno, más bien, que busque construir puentes, principalmente con mis actitudes ante los demás, para acercar a todos a la experiencia de tu amor. No puedo conformarme con vivir para mí mismo y para mis cosas. Dame la generosidad para entregarme incansablemente y hacer todo el bien que esté a mi alcance.

Salmo 42 - DESEO DEL TEMPLO.




Salmo 42 - DESEO DEL TEMPLO.

Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Señor, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

María y la fe de una mamá






Autor: Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
María y la fe de una mamá
Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro.


Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues… que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído…

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín… y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

La Chispa de Dios


. LA CHISPA DE DIOS 
Cuenta una leyenda que al terminar Dios la creación del mundo decidió dejar una chispa de su ser en la humanidad, pero quería dejarla en un lugar difícil de encontrarla, ya que el ser humano valora muy poco todo aquello que encuentra con facilidad.

Reunido al "Gran Consejo Celeste", sus miembros comenzaron a aconsejarle: Tenéis que esconder la chispa sobre lo más alto de la tierra, o en la mayor profundidad posible, o en el medio de los océanos. A cada propuesta respondía negativamente Dios, ya que estaba seguro que en esos lugares el ser humano, con su espíritu aventurero, con la tecnología y con su aguda inteligencia sería capaz de descubrirla.

Pero a Dios se le ocurrió un lugar seguro: "Voy a esconder mi chispa divina en el lugar más inaccesible de cuantos ustedes y el ser humano puedan imaginar. En un lugar de muy difícil acceso. Voy a esconderla... en lo más profundo de la persona".

Padre Eusebio Gómez Navarro. O.C.D. 

15 feb 2013



VEN Y ADÓRALE

Santo Evangelio 15 de Febrero de 2013



Autor: Carlos Alcántara | Fuente: Catholic.net
Sobre el ayuno de los discípulos
Mateo 9, 14-15. Cuaresma. Ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión.


Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-15

En aquellos días se acercan a Jesús los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. 

Oración introductoria 

Señor, dame la gracia de caminar esta Cuaresma por la senda de una fe viva, operante y luminosa que me permita iluminar todos los acontecimientos de mi vida con tu luz, y me ayude a ser fiel y perseverante en mis propósito de acompañarte en la cruz con amor y generosidad.

Petición

Señor, dame la gracia de renunciar, por amor, a algo lícito y placentero, para que este sacrificio sea el medio para reparar y purificarme de mis debilidades.

Meditación del Papa

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención. Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Beato Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios. Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. (Benedicto XVI, 3 de febrero de 2009).

Reflexión

Cuando un católico está limpio en su alma no puede quedarse dentro de las cuatro paredes de su egoísmo. La misma misión “Id y proclamad” impulsa al alma a buscar y a recorrer esos caminos de santidad que Cristo nos ha enviado.

Sin embargo, no por ello las tendencias del hombre viejo dejan de mostrarse. Tal vez, eso sí, podremos ver con mayor claridad cuáles son, cómo se manifiestan en nuestra vida y así podremos poner los medios para vencerlos.

Entre esos medios hay dos tan asequibles como sencillos, y no por ello ineficaces: la oración confiada y humilde y el ayuno. Este último no es tanto externo, muy útil por cierto, sino más bien el interno: el ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión. Este ayuno del cuál nos habla Cristo es alimentado por la generosidad de un corazón grande y capaz de seguir aquellos caminos que la voluntad de Dios le indica. Uno de los cuáles es el gran precepto del amor.

Propósito

Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!

Diálogo con Cristo

Señor, dame el gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es el medio que me acerca a Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la cruz para salvarme, yo, para corresponderte, quiero ayunar más de mí mismo y de mis cosas, no quiero escatimar nada para colaborar contigo en la salvación de los hombres mis hermanos. ¿De qué quieres que me desprenda el día de hoy?
Autor: Carlos Alcántara | Fuente: Catholic.net
Sobre el ayuno de los discípulos
Mateo 9, 14-15. Cuaresma. Ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión.


Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-15

En aquellos días se acercan a Jesús los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. 

Oración introductoria 

Señor, dame la gracia de caminar esta Cuaresma por la senda de una fe viva, operante y luminosa que me permita iluminar todos los acontecimientos de mi vida con tu luz, y me ayude a ser fiel y perseverante en mis propósito de acompañarte en la cruz con amor y generosidad.

Petición

Señor, dame la gracia de renunciar, por amor, a algo lícito y placentero, para que este sacrificio sea el medio para reparar y purificarme de mis debilidades.

Meditación del Papa

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención. Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Beato Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios. Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. (Benedicto XVI, 3 de febrero de 2009).

Reflexión

Cuando un católico está limpio en su alma no puede quedarse dentro de las cuatro paredes de su egoísmo. La misma misión “Id y proclamad” impulsa al alma a buscar y a recorrer esos caminos de santidad que Cristo nos ha enviado.

Sin embargo, no por ello las tendencias del hombre viejo dejan de mostrarse. Tal vez, eso sí, podremos ver con mayor claridad cuáles son, cómo se manifiestan en nuestra vida y así podremos poner los medios para vencerlos.

Entre esos medios hay dos tan asequibles como sencillos, y no por ello ineficaces: la oración confiada y humilde y el ayuno. Este último no es tanto externo, muy útil por cierto, sino más bien el interno: el ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión. Este ayuno del cuál nos habla Cristo es alimentado por la generosidad de un corazón grande y capaz de seguir aquellos caminos que la voluntad de Dios le indica. Uno de los cuáles es el gran precepto del amor.

Propósito

Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!

Diálogo con Cristo

Señor, dame el gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es el medio que me acerca a Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la cruz para salvarme, yo, para corresponderte, quiero ayunar más de mí mismo y de mis cosas, no quiero escatimar nada para colaborar contigo en la salvación de los hombres mis hermanos. ¿De qué quieres que me desprenda el día de hoy?

María, Tesoro de Dios







María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar

San Alfonso Mª Ligorio

Sentido del pecado y remordimiento



Autor: P. Dr. Miguel Ángel Fuentes | Fuente: I.V.E.
Sentido del pecado y remordimiento
Es el juicio de la conciencia por el cual juzgamos como ofensa a Dios.


«Al dirigir nuestra mirada ahora al mundo contemporáneo, debemos constatar que en él la conciencia del pecado se ha debilitado notablemente... Es preciso hacer que la conciencia recupere el sentido de Dios, de su misericordia y de la gratuidad de sus dones, para que pueda reconocer la gravedad del pecado, que pone al hombre contra su Creador...

A mediados del siglo pasado, Manzoni nos dejó una fina descripción psicológica del problema del pecado en su caracterización del Ignominato, el "Caballero sin Nombre" de I promessi sposi, esa hermosa novela en que el gran autor italiano recrea una vieja historia del siglo XVI: "Hacía ya algún tiempo que sus fechorías le causaban, si no remordimientos, al menos cierta desazón importuna. Las muchas que conservaba aglomeradas en su memoria, más bien que en su conciencia, se le presentaban vivamente al cometer una nueva maldad, pareciéndole harto incómodo su recuerdo, y abrumándolo su excesivo número, como si cada una agravase sobre su corazón el peso de las anteriores.

Empezaba ya a sentir otra vez aquella repugnancia que experimentó al cometer los primeros delitos, y que vencida después, había dejado de importunarlo por espacio de muchos años. Pero si en los primeros tiempos la idea de un porvenir indefinido y de una vida larga y vigorosa llenaban su ánimo de una confianza irreflexiva, ahora por el contrario, la consideración de lo futuro era la que le presentaba más desagradable lo pasado. ¡Envejecer!... ¡Morir!... ¿Y luego? ¡Cosa admirable! La imagen de la muerte, que en un peligro inmediato, delante de un enemigo, aumentaba el ánimo de aquel hombre, añadiendo el valor a la ira, la misma imagen ofreciéndosele durante el silencio de la noche, en la seguridad de su castillo, le causaba una extraordinaria consternación, porque no era un riesgo que provenía de otro hombre también mortal, ni una muerte que pudiera repelerse con mejores armas y brazos más vigorosos, sino que venía por sí sola, estaba dentro de sí mismo, y aun cuando tal vez se hallase lejana, se acercaba por momentos paso a paso: y cuanto más se esforzaba la imaginación por alejarla, se aproximaba más y más cada día. En los primeros años, los ejemplares sobrado frecuentes, y el espectáculo incesante, digámoslo así, de violencias, venganzas y asesinatos, inspirándole una atroz emulación, le servían al mismo tiempo de disculpa, y aun de autoridad para adormecer los clamores de su conciencia; pero ahora se despertaba en él de cuando en cuando la idea confusa, aunque terrible, de un juicio individual y de una razón independiente del ejemplo.

Por otra parte, el haberse distinguido de la turba de los malhechores, siendo solo en su especie, excitaba en su espíritu la idea de un espantoso aislamiento.

Representábase también la idea de Dios, aquel Dios de quien desde tiempo muy antiguo no pensaba ni en negar ni en reconocer, ocupado únicamente en vivir como si no existiera. Y ahora en ciertas ocasiones de abatimiento, sin causa de terror conocido, sin fundamento, le parecía que en su interior le gritaba: Yo existo.

En el fervor juvenil de sus pasiones, la ley que había oído anunciar a nombre de ese mismo Dios, la hubiera juzgado aborrecible; pero ahora, cuando la memoria se la recordaba, su razón la admitía, a pesar suyo, como cosa practicable y aun obligatoria. Sin embargo, lejos de traslucir ni en obras ni en palabras algo de esta nueva inquietud, la ocultaba cuidadosamente, y disfrazándola con las apariencias de una más intensa y profunda ferocidad, trataba por este medio de ocultársela a sí mismo o de disiparla. Envidiando (ya que no le era dado aniquilarlos ni olvidarlos) aquellos tiempos en que solía cometer maldades sin remordimientos, y sin más cuidado que el de su feliz éxito, hacía los mayores esfuerzos a fin de que volviesen, y de robustecer de nuevo aquella antigua voluntad resuelta, orgullosa, imperturbable, persuadiéndose a sí mismo que era todavía el hombre de entonces" .

Encontramos en este relato lo que llamamos sentido del pecado, conciencia obtusa, remordimiento de las faltas pasadas, angustia moral, etc. Quiero considerar algunos aspectos de estos temas.

El sentido del pecado es el juicio de la conciencia por el cual juzgamos como ofensa a Dios los actos que se oponen a la ley moral; el sentimiento de culpabilidad es el pesar por ser los autores de tal transgresión; se presenta a menudo como remordimiento de conciencia.

La conciencia es un juicio de la razón por el que aplicamos nuestro conocimiento moral a los actos particulares; nos acompaña a lo largo de todo nuestro obrar propiamente humano. Ordinariamente actúa antes de que obremos (conciencia "antecedente") mostrándonos la bondad o malicia de los actos que se nos presentan como posibles de realizar (es decir, la moralidad de nuestros planes, proyectos, tentaciones, deseos) y consecuentemente juzga que debemos realizar tal o cual porque es obligatorio para nosotros, o que debemos abstenernos de tal otro porque pesa una prohibición sobre él, etc. Luego sigue actuando mientras obramos (conciencia "concomitante"); aquí actúa como testigo de nuestro buen o mal proceder según que estemos actuando a favor o en contra de nuestros juicios de conciencia.
Finalmente la conciencia sigue actuando después de realizados los actos (conciencia "consiguiente") tranquilizándonos y aprobándonos si hemos obrado bien; reprendiéndonos si hemos actuado mal.


1. El sentido del pecado

El "sentido del pecado" es la sensibilidad ante el pecado, es decir, la adecuada y delicada percepción del pecado y se sitúa en los tres momentos de la conciencia. El sentimiento de culpabilidad se sitúa en la conciencia concomitante (cuando la conciencia nos reprocha lo que estamos realizando) y sobre todo en la conciencia consiguiente (como tormento por el mal que hemos cometido); en menor grado se verifica en la conciencia antecedente, mientras estamos analizando la posibilidad de realizar acciones que nuestra conciencia nos reprocha.

Tanto el sentido del pecado como el sentido de la culpabilidad admiten diversos grados, según el tipo de conciencia:

1º Hay personas que tienen una percepción clara del pecado, de su gravedad, de sus consecuencias; y, consecuentemente, tienen un sentimiento normal, realista, de su responsabilidad y culpabilidad.

2º Otros parecen ciegos ante la realidad del pecado; consecuentemente parecen insensibles ante sus faltas y crímenes. Se habla generalmente de conciencia "cauterizada", y suele darse en quienes se han habituado y se aferran pertinazmente a sus pecados.

3º Algunos, por el contrario, sufren con una conciencia escrupulosa y angustiada, tal vez por faltas que no existen o al menos por pecados que no tienen la gravedad que ellos les asignan.

4º Finalmente, otros tienen lo que se llama una conciencia "farisaica", que se turba ante actos objetivamente insignificantes, pero se hacen los ciegos ante sus propios grandes crímenes. Así los fariseos del Evangelio que se escandalizaron porque Jesucristo transgredía el descanso sabático para curar enfermos, pero fueron insensibles al juicio inicuo y cargado de injusticias al que ellos mismos sometieron al Señor.

En la génesis de las diversas modalidades de conciencia y de sentido de culpabilidad, juegan como importantes factores (aunque no sean totalmente condicionantes) la civilización en que se vive, la educación recibida, la religión que se profesa, los hábitos buenos o malos contraídos voluntariamente.

El sentido del pecado manifiesta en cierta medida nuestro "sentido de la realidad", porque expresa que vemos las cosas tal como son, y en este caso, los actos deformes como deformes. Guarda cierta analogía con el sentido del humor; nos causa hilaridad lo que resulta extravagante o fuera de lugar, lo ridículo; esto supone que tenemos ciertos parámetros de la realidad, comparados con los cuales tal o cual cosa resulta desproporcionada; una nariz demasiado grande o demasiado chica nos causa gracia, porque al mirar el tamaño de una cara, espontáneamente nos damos cuenta de las dimensiones que tendría que tener una nariz para que resulte armónica en ella. Análogamente, el sentido del pecado se da en quien es capaz de percibir que una acción desfigura la norma moral (no ya estética, como en el caso del humor) a cuya medida debería corresponder. Así, cuando una persona normal percibe la "injusticia" con la que está tratando a un inocente al que le castiga sin que haya cometido delito alguno, percibe antes cómo y cuál debería ser el acto con que debería realmente tratarlo.

Se dice, incluso, que esta conciencia moral tiene una base fisiológica (hablan por eso de "conciencia biológica"). Según esto, nuestro cuerpo responde con cierto "bienestar" cuando es usado según sus fines propios, mientras que produce una depresión incluso biológica cuando es usado contra su propia naturaleza; por ejemplo, cuando se practica la anticoncepción, o en los intentos de suicidio, y especialmente en el aborto.

Ahora bien, como la conciencia moral se limita a manifestar una norma moral que es superior a ella (por lo que se trata de algo subordinado y relativo) resulta ser el portavoz de esa norma (la ley natural y la ley positiva conocida por nosotros) y de su autor. Como el autor de la ley natural y de la ley divina positiva es Dios, la conciencia es la voz de Dios: "La conciencia, dice el Concilio Vaticano II, es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella". John Henry Newman, escribía al Duque de Norfolk en una célebre carta: "La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo".

Sin embargo, lo que caracteriza al hombre moderno es la pérdida del sentido del pecado, como decía el Papa Pío XII: "El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado". Juan Pablo II ha escrito en la Exhortación Reconciliatio et poenitentia que el hombre contemporáneo vive "bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia". ¿Cuál es la causa? Esta hay que buscarla en la pérdida del sentido de Dios, es decir, "la progresiva ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios". Perdido el sentido de Dios, la sensibilidad ante la ofensa de Dios se amortigua y pierde –valga la redundancia del término– "sentido". Las responsabilidades de este oscurecimiento pesan tanto sobre las ideologías reinantes en el mundo intelectual de los últimos siglos (psicologismo, sociologismo, historicismo ético, antropologismo cultural, etc.) cuanto a verdaderas desviaciones dentro del campo eclesial como ha sido, dice el Papa Juan Pablo II, el combatir la exageración de ver pecado en todo con la exageración de no verlo en ninguna parte, el predicar un amor de Dios incompatible con el castigo por el pecado, el hablar de un respeto por la conciencia que suprimiría el deber de decir la verdad, el ofuscar el sentido y el valor del sacramento de la confesión o darle sólo un significado comunitario, el negar que cada uno pueda conocer en el fondo su realidad pecadora, como afirma, por ejemplo, Rahner: "Jamás sabemos con última seguridad si somos realmente pecadores".

Hay que ver en todo esto una auténtica cadena que amenaza con atenazar al hombre: la violación sistemática de la ley moral amortigua la percepción de Dios (autor de la ley moral); la disminución del sentido de Dios apaga el sentido del pecado y por causa de esto las violaciones se hacen cada vez más crueles e insensibles. "Cuando se pierde el sentido de Dios, dice el Papa, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado... La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida". Y más adelante: "Una vez excluida la referencia a Dios, no sorprende que el sentido de todas las cosas resulte profundamente deformado... En realidad, viviendo ‘como si Dios no existiera’, el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser".

Explica el Papa: "El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo... La sexualidad se despersonaliza e instrumentaliza... La procreación se convierte en el enemigo a evitar en la práctica de la sexualidad... Las relaciones interpersonales experimentan un grave empobrecimiento. Los primeros que sufren sus consecuencias negativas son la mujer, el niño, el enfermo o el que sufre y el anciano... Es la supremacía del más fuerte sobre el más débil". Por eso el Papa ha advertido seriamente contra esta tendencia: "El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre".

Esta pérdida del sentido del pecado engendra lo que hoy se denomina "cultura de la muerte". "Lamentablemente, dice el Papa con palabras duras, una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la carta a los Romanos; está formada de hombres que aprisionan la verdad en la injusticia (Ro 1,18): habiendo renegado de Dios y creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de Él, se ofuscaron en sus razonamientos de modo que su insensato corazón se entenebreció (1,21); jactándose de sabios se volvieron estúpidos (1,22), se hicieron autores de obras dignas de muerte y no solamente las practican sino que aprueban a los que las cometen (1,32). Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6,22-23), llama al mal bien y al bien mal (Is 5,20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral".

En otro documento ha escrito: "La pérdida del sentido del pecado es una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista... Pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria".

Sin embargo, "no se puede eliminar complemente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, [así] tampoco se borra jamás completamente el sentido del pecado". Si no se puede borrar totalmente el sentido de Dios, entonces éste se hace presente de otra manera: el hombre puede sentirse huérfano de un Dios que no percibe por sus pecados; o bien mirará a Dios como el enemigo de su conciencia pecadora, es decir, pasa a tener un "sentido amenazador" de la Justicia divina.


2. El sentimiento de culpabilidad y el remordimiento de la conciencia

El sentimiento de culpabilidad consiste en la conciencia de que ha sido quebrado el orden moral y de que nosotros somos los responsables de tal quebrantamiento; el remordimiento es el pesar y la angustia que acompañan ordinariamente tal conciencia y recuerdo. A él se refiere el torturado Macbeth de Shakespeare, cuando dice que "nuestros actos son lecciones sanguinarias que, una vez aprendidas, vuelven a atormentar a quien las ha inventado. Y una justicia imperturbable acerca a nuestros labios, una vez y otra, la mezcla emponzoñada de nuestro propio cáliz". Puede presentarse como dolor, como intranquilidad o como angustia por lo sucedido; no tanto por las consecuencias que pueden seguirse sino por el hecho mismo de cuanto ha sucedido y que no debía suceder y no hubiera sucedido a no ser porque con nuestros actos libres lo hemos realizado. El remordimiento o sentimiento de culpabilidad es una realidad a la que toda persona se enfrenta. El signo más claro de esta verdad es el hecho de que han tenido que buscarle una explicación incluso quienes no creen en el pecado, ni en la validez de las normas morales, ni en Dios; como Freud, Marx, todas las escuelas filosóficas y psicoanalistas ateas, etc.

Si hemos dicho antes que la conciencia es la voz de Dios, entonces debemos añadir que también el remordimiento es, de algún modo, un llamamiento de Dios al pecador, una gracia iluminativa; cuya privación en las conciencias, que se llaman cauterizadas (las que dicen no sentir remordimiento) es ya un temible castigo. "En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal –enseñaba San Ignacio en el Libro de sus Ejercicios– ... el buen espíritu usa... punzándoles y remordiéndoles las conciencias por la sindéresis de la razón". Este llamamiento de Dios tiene algo de trágico pero también mucho de misericordioso, como se manifiesta en algunos episodios bíblicos. Caín después de matar a Abel exclama: Grande e insoportable es mi pecado (Gn 4,3-16); Judas grita su pecado diciendo: Pequé entregando sangre inocente (Mt 27,3-10). "No hay cosa que más apesgue [agobie] el alma –predica San Juan de Ávila– que tener un pecado en el ánima, agravada la conciencia con remordimiento, y con sentimiento, que te digas tú a ti mismo, viéndote perdido por el pecado: ¡Oh pecador! Malo vas, infierno tienes, perdido te has; justicia tiene Dios, que te condenará por lo que has hecho contra Él. ¿Cómo te puedes sufrir a ti mismo? ¿Cómo cabes en ti? ¿Cómo no revientas?".

Sin embargo, no en todos los que son agitados por el remordimiento éste se desarrolla de la misma manera. En algunos es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión. Tal es el remordimiento fructuoso que Jesús nos describe en la parábola del "hijo pródigo" (Lc 15,11-32). Para otros es motivo de desesperación que puede terminar incluso en el suicidio; ya señalaba Newman: "El remordimiento no es arrepentimiento". El remordimiento no acompañado de la humildad afirma la voluntad del pecador en el orgullo del pecado, por lo que resulta estéril, más aún, agrava la situación. Pero en quien reconoce humildemente su propia responsabilidad, el remordimiento es el primer paso para la contrición.

El sentimiento de culpabilidad puede ser, pues, proporcionado al acto del pecado (sentimiento "justo") o desproporcionado al acto. El sentimiento normal de culpabilidad brota únicamente del pecado personal y ayuda al sujeto a ser perfectamente consciente de su pecado y a dolerse de su acción; de modo consecuente, le ayuda a arrepentirse (pasado), purificarse mediante la confesión (presente) y enmendarse y cambiar de vida si es necesario (futuro). Al ser normal desaparece de suyo al extinguirse la culpa con el perdón sacramental, aunque puede perdurar el dolor intenso de la ofensa hecha a Dios. Puede sentirse la culpa real y normal, aun angustiosamente, cuando el amor a Dios es grande y lo fue también la falta; pero, obtenido el perdón, la posible angustia de la culpa tiende a desaparecer.

El segundo caso es un sentimiento anormal. Como anormal admite dos variantes. La primera es el sentimiento exagerado de culpabilidad; éste puede proceder de una falta real cuyo remordimiento perdura largamente después de haber sido perdonado el pecado, o también de faltas inexistentes. Se trata de un remordimiento amargo, que hunde muchas veces a la persona en estados auténticamente depresivos. En realidad, podemos encontrar aquí lo que algunos llaman "hipermoralismo", es decir, la exacerbación de los sentimientos morales del deber, de la culpabilidad y del remordimiento; y el "dismoralismo", o sea, la exacerbación más aguda que la anterior pero transportada a una zona no ética (es una conciencia de la culpabilidad o del deber con ocasión de hechos que de suyo carecen de carácter moral; es el caso típico de los escrúpulos enfermizos).

Encontramos rasgos de sentimientos enfermizos en gran parte de la literatura contemporánea afectada de cierto morbo existencialista. Ejemplos tenemos en Kafka para quien el hombre es prisionero de sus pecados, o en Graham Green quien, dominado por una verdadera obsesión por el mal, hace proclamar a uno de sus personajes que no hay inocentes ni siquiera entre los niños. Jean Guitton ha hecho notar a este respecto que así como hacia 1880 una encuesta sobre este tema entre los literatos podría haberse resumido en la fórmula "incluso los culpables son inocentes", en torno a la mitad del siglo XX, en cambio, el resultado sería: "hasta los inocentes son culpables". Este sentimiento, especialmente si se trata de pecados no perdonados por la confesión sacramental, si no procede de un natural enfermizo, al menos puede causar un estado enfermizo. Estas personas se sienten perseguidas por la ansiedad, viven en constante tensión y pueden llegar a experimentar una especie de locura persecutoria. Shakespear bosquejó la silueta de este sentimiento en la figura de Lady Macbeth atormentada en sueños por sus crímenes y por sus manos ensangrentadas: "La mancha sigue aquí –exclama entre sueños y sonambulismo mirando sus manos–. ¡Aléjate, mancha maldita! ¡Fuera, he dicho!... ¡Cómo! ¿Es que nunca van a estar limpias estas manos?... ¡Hasta aquí llega el hedor de sangre! ¡Todos los aromas de Arabia no podrían perfumar mis manos!". El gran dramaturgo pone en boca de su galeno: "Más que de médico, de sacerdote está necesitada". El mismo Macbeth, viendo la turbación que va llevando a su esposa a la locura, increpa al médico: "¡Cúrala [de sus visiones nocturnas]! ¿Es que no puedes aliviar a un espíritu enfermo, arrancar los pesares arraigados en la memoria, borrar las inquietudes grabadas en el cerebro y, con dulce antídoto de olvido, vaciar el pecho de materia peligrosa que pesa sobre el corazón?".

A veces toma la forma patológica de angustia existencial. Un ejemplo de esta personalidad la hallamos en las descripciones que de Lutero dan algunos de sus íntimos. Melanchton, por ejemplo, cuenta que el Reformador frecuentemente era víctima de "ataques angustiosos". "Él mismo –dice su compañero de la Protesta– me ha contado, y muchas personas saben, que estos terrores le sobrecogían muy a menudo, cuando pensaba en la cólera de Dios o cuando recordaba ejemplos patentes de su justicia vengadora y ello con tal violencia que poníase a punto de morir". Una vez, al oír en el coro del convento la lectura del evangelio del poseso, cayó convulsivamente gritando: "¡Yo no soy! ¡Yo no soy [poseso]!". Parece que tuvo frecuentes angustias por causa de la predestinación y una verdadera "manía del diablo" u obsesión diabólica.

El segundo caso es el del sentimiento de culpabilidad demasiado débil, el que se encuentra en personas de espíritu obtuso; y como tal puede considerarse, dice Bless, "como fenómeno de degeneración" (de hecho se verifica en muchos psicópatas criminales que toman una actitud de indiferencia cínica ante sus actos). Esta actitud se relaciona mucho con las personalidades psicóticas que presentan precisamente una frialdad afectiva muy típica. Son más o menos insensibles al dolor ajeno y aun al propio. El caso extremo es el perverso, quien carece de conmiseración y puede llegar a causar daño sólo para divertirse. "Hay personas que sin salirse de los parámetros de la normalidad, acusan una estructura de la personalidad en la que despuntan tendencias psicóticas, por ejemplo, ésta de la insensibilidad. Gente dura, sin vibración afectiva social (subrayamos ‘afectiva’ porque pueden ser superficialmente extrovertidos, sociables y divertidos). Dicho déficit afectivo influye, por supuesto, en la esfera moral".

En este campo podemos encontrarnos con diversas desviaciones éticas como el "amoralismo", que consiste en la carencia de sentimientos morales de culpabilidad, deber y remordimiento; el "hipomoralismo", que es algo semejante al amoralismo, pero en tono rebajado; y el "inmoralismo", que añade al amoralismo cierto egocentrismo exacerbado que puede conducir a acciones delictivas e incluso al crimen.

Este sentimiento es hoy "culturalmente masivo", propio de una "cultura de la muerte". Ésta, por lógica interna y para mantenerse, necesita crear una conciencia común que se ajuste a sus principios, y tal es la conciencia "cauterizada". Esta conciencia se manifiesta y se alimenta en la sistemática violación de la ley moral respecto de los valores más fundamentales y sagrados, como, por ejemplo, la vida humana en sus estadios más inocentes y desamparados. Hay que tener en cuenta que se da una interacción entre factores psicológicos y morales: "lo que debe haberse producido en la generalidad de los casos de cegueras y sorderas [morales] es un proceso interactivo de factores psicológicos y morales. Una conciencia encallecida en el mal ya no percibe el bien".

Aquí puede verificarse el efecto feed-back o "rulos de retro-alimentación", es decir: ante el horror natural que causa el cometer un grave delito, la conciencia trata de buscar justificativos o atenuantes para realizarlo; esta amortiguación del sentido moral que es resultado del esfuerzo psicológico por silenciar la voz de la conciencia va creando una psicología dura, que va progresivamente insensibilizándose, la cual va tornando al sujeto potencialmente capaz de cometer delitos cada vez más graves. Tiene mucho que iluminar aquí la doctrina de los hábitos, aplicada al terreno del hábito malo o vicio: los vicios corrompen en cierta medida la disposición de la voluntad respecto de su fin, haciéndole tender connaturalmente a los fines malos; esta tendencia hacia los fines viciosos es la base a partir de la cual el sujeto elabora sus juicios electivos, proponiendo como máximamente elegible (es decir, bueno y conveniente para él) tal fin que, en realidad, es un mal con apariencias de bien. Los vicios, por tanto, terminan "condicionando" en cierta medida nuestros juicios apreciativos sobre la realidad. Esto no es más que la confirmación del dicho popular: "vive como piensas o terminarás pensando como vives".

Así como, según dijimos antes, no puede perderse totalmente el sentido de Dios, tampoco se borra totalmente el sentimiento de culpabilidad. Pero surgirán inevitablemente quienes traten de explicarlo de alguna manera que permita eludir la responsabilidad de los actos realizados.

Freud, por ejemplo, lo reduce a un impulso interior inconsciente, puramente natural, cuyo origen confiesa desconocer; para él se trata de un miedo, una simple fobia sin contenido moral alguno y sin fundamento bien conocido. Para Sartre, el sentido de culpa es efecto de la mirada reprochadora de los demás sobre nuestros actos, confundiendo así el sentimiento de culpa con la vergüenza de verse descubiertos por el prójimo. Lutero consideraba que era una mala pasada de esa "mala bestia" que es nuestra conciencia, enemiga implacable que se esfuerza por convencernos de pecado; para Marx es una alienación de la sociedad capitalista y para Nietzsche se trata de una enfermedad que nos contagia la sociedad por lo cual exige del "superhombre" creado por su imaginación el mantenerse al margen de toda moral, de toda regla, de todo escrúpulo y de toda sensibilidad ante el mal causado por sus propias acciones. Podríamos seguir la lista. Todos ellos tienen en común el querer diluir la realidad del pecado y solucionar los remordimientos con una "explicación-terapéutica" ya apelen al historicismo, a la sociología, al psicoanálisis o al antropocentrismo cultural. A la postre obtienen idénticos resultados: sólo han conseguido crear un monstruo insensible ante el dolor ajeno, resentido y endurecido en sus vicios, apático ante su destino eterno, explotador de la debilidad ajena... en fin, creaturas de barro a las que han convencido de ser "semidioses paganos" y que, como tales hacen su historia marcados por la tragedia de la profunda amargura y desesperación causada por el fracaso de los principios amorales que profesan... ¡Y pensar que una lágrima bien derramada puede purificar tanta miseria!


3. El sentido del perdón

La sana conciencia de la transgresión y el remordimiento posterior no serían una gracia de Dios si no llevaran a experimentar el misterio del perdón divino. Sin duda... es grande el misterio de la piedad, dice San Pablo (1 Tim 3,15). Hay dos expresiones de San Juan que deben complementarse entre sí para que nuestra visión del pecado no reste tullida. La primera dice: Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros (1 Jn 1,8); la segunda es cuanto el mismo Apóstol añade a continuación: Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad (1 Jn 1,9). Más adelante él mismo dice: Si nuestro corazón nos reprocha algo, Dios es más grande que nuestro corazón (1 Jn 3,20).

El verdadero sentido del pecado, así como el sano remordimiento, deben llevarnos a reconocer nuestro pecado y a reconocernos pecadores (responsables de nuestros delitos); como exclama David: Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre ante mí; cometí la maldad que aborreces (Sl 51,5ss). Jesús hace decir al hijo pródigo arrepentido: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti (Lc 15,18.21).

Cuando el remordimiento viene de Dios, junto con él, Dios muestra el remedio, es decir la vía para borrar el pecado que lo causa. El remordimiento sano, aun pudiendo llegar a la angustia, no va contra la esperanza (esperanza informe); el pecador sabe qué tiene que hacer para acabar con su estado y tormento. Sólo cuando rechaza esta luz sobrenatural se cierra totalmente sobre sí mismo. Pero Dios es infinitamente poderoso para borrar todos los pecados de los hombres y ofrece su perdón: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán (Is 1,18). Por boca de Ezequiel dice Dios: ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh– y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18,23). Y más adelante lo repite nuevamente: Diles: Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva. Convertíos, convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? (Ez 33,11).

El sentimiento de culpa equilibrado es el que pasa de la autocondenación por el mal cometido al arrepentimiento y del arrepentimiento al pedido sincero de perdón; es decir, el remordimiento auténtico es el que termina destruyendo el pecado y salvando al pecador.

En definitiva, podemos redondear lo dicho con las palabras del Santo Padre: "Restablecer el sentido justo del pecado, ha dicho Juan Pablo II, es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablece únicamente con una clara llamada a los principios inderogables de la razón y de la fe que la doctrina moral de la Iglesia ha sostenido siempre

LECTURA BREVE Is 53, 11b-12


LECTURA BREVE Is 53, 11b-12

Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre, porque se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores; él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.

14 feb 2013

Ante Jesús Sacramentado






AL AMOR DE LOS AMORES JESÚS SACRAMENTADO
ORACIÓN DE SANTA TERESA DE LISIEUX

Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado. Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mi. Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles; y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena convertida. Mira y escucha los extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y a la Samaritana. Déjame reclinar mi cabeza en tu sagrado pecho como a tu discípulo amado San Juan. Deseo vivir contigo, porque eres vida y amor.

Por sólo tus amores, Jesús, mi bien amado, en Ti mi vida puse, mi gloria y porvenir. Y ya que para el mundo soy una flor marchita, no tengo más anhelo que, amándote, morir.

DESDE MI CRUZ A TU DOLEDAD





DESDE MI CRUZ A TU DOLEDAD

Te escribo desde mi cruz a tu soledad, a ti, que tantas veces me miraste sin verme y me oíste sin escucharme.

A ti, que tantas veces me prometiste seguirme de cerca y sin saber por qué te distanciaste de las huellas que dejé en el mundo para que no te perdieras.

A ti, que no siempre crees que te estoy contigo, que me buscas sin hallarme y a veces pierdes la fe en encontrarme, a ti, que a veces piensas que soy un recuerdo y no comprendes que estoy vivo.

Yo soy el principio y el fin, soy el camino para no desviarte, la verdad para que no equivoques y la vida para no morir.

Yo fui libre hasta el fin, tuve un ideal claro y lo defendí con mi sangre para salvarte.

Sé que quizás tu vida te parezca pobre a los ojos del mundo, pero yo sé que tienes mucho para dar y estoy seguro que dentro de tu corazón hay un tesoro escondido: conócete a ti mismo y me harás un lugar a mí.

Sí supieras cuánto hace que golpeo las puertas de tu corazón y no recibo respuesta.

A veces también me duele que me ignores y me condenes como Pílatos, otras que me niegues como Pedro y otras que me traiciones como Judas.

Y hoy, te pido paciencia para tus padres, amor para tu pareja, responsabilidad para con tus hijos, tolerancia para los ancianos, comprensión para todos tus hermanos, compasión para el que sufre, servicio para todos.

Quisiera no volver verte egoísta, orgulloso, rebelde, disconforme, pesimista.

Desearía que tu vida fuera alegre, siempre joven y cristiano.

Cada vez que aflojes, búscame y me encontrarás; cada vez que te sientas cansado, háblame, cuéntame.

Cada vez que creas que no sirves para nada no te deprimas, no te creas poca cosa, no olvides que yo necesité un asno para entrar en Jerusalen y necesito de tu pequeñez para entrar en el alma de tu prójimo.

No te canses de pedirme que yo no me cansaré de darte, no te canses de seguirme que yo no me cansaré de acompañarte, nunca te dejaré solo.

Aquí a tu lado me tienes, estoy para ayudarte.

Te quiero mucho: JESUS.

Segunda Estación JESÚS CARGA CON LA CRUZ





Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

El gozo de estar junto a tí


Jesús Eucaristía:
Venir a Visitarte, me colma el alma e alegría
inmensa, porque es venir a conversar con el
Amigo, porque es venir y colmarse de luz, de
paz y de un gozo que no me cabe en el alma.

Venir a visitarte, y postrarme a tus pies
es para mí causa de inmensa honra, pues me
siento más favorecido que si uno de los grandes
de este mundo me concediera audiencia y me
otorgara toda clase de favores.

Y es natural que mi alma se dilate en ese gozo
santo, al sentirme cerca de tí, Jesús Eucaristía,
al experimentar que bondadosamente me amas y que
te agrada que venga a visitarte.

¡Que gozo! ¡Que alegría! ¡ Que inmenso júbilo
poder estar aquí en tu presencia! Jesús Eucaristía.

Es el gozo de quien sabe que está junto a su
Redentor, cerca de Aquel que todo lo puede, todo
lo sabe y que desea curar nuestros males, aliviar
nuestras heridas y derramar su consuelo divino en
nuestros corazones.

Es un gozo que supera toda alegría humana, porque
simplemente es el gozo de Dios, que se comunica
con plenitud a nuestras almas.

¡Gracias, Jesús Eucaristía! Mil gracias por
concederme esta alegría íntima y profunda de
vivir estos momentos de oración cerca de Tí,
bajo el influjo de tu amor misericordioso que
nos ama, nos purifica y nos santifica.

¡Un momento cerca de tí, vale más que miles de
años lejos de tu santificadora presencia.

¡Te amo, Jesús Eucaristía! y gracias por permitirme
vivir estos momentos cerca de tí.

Amén.Jesús Eucaristía:
Venir a Visitarte, me colma el alma e alegría
inmensa, porque es venir a conversar con el
Amigo, porque es venir y colmarse de luz, de
paz y de un gozo que no me cabe en el alma.

Venir a visitarte, y postrarme a tus pies
es para mí causa de inmensa honra, pues me
siento más favorecido que si uno de los grandes
de este mundo me concediera audiencia y me
otorgara toda clase de favores.

Y es natural que mi alma se dilate en ese gozo
santo, al sentirme cerca de tí, Jesús Eucaristía,
al experimentar que bondadosamente me amas y que
te agrada que venga a visitarte.

¡Que gozo! ¡Que alegría! ¡ Que inmenso júbilo
poder estar aquí en tu presencia! Jesús Eucaristía.

Es el gozo de quien sabe que está junto a su
Redentor, cerca de Aquel que todo lo puede, todo
lo sabe y que desea curar nuestros males, aliviar
nuestras heridas y derramar su consuelo divino en
nuestros corazones.

Es un gozo que supera toda alegría humana, porque
simplemente es el gozo de Dios, que se comunica
con plenitud a nuestras almas.

¡Gracias, Jesús Eucaristía! Mil gracias por
concederme esta alegría íntima y profunda de
vivir estos momentos de oración cerca de Tí,
bajo el influjo de tu amor misericordioso que
nos ama, nos purifica y nos santifica.

¡Un momento cerca de tí, vale más que miles de
años lejos de tu santificadora presencia.

¡Te amo, Jesús Eucaristía! y gracias por permitirme
vivir estos momentos cerca de tí.

Amén.


Santo Evangelio 14 de Febrero de 2013



Autor: Miguel Esponda | Fuente: Catholic.net
Si alguno quiere venir en pos de mí
Lucas 9, 22-25. Cuaresma. Bueno es aquel que no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante él mismo, sino que deja que se transparente Dios.


Del santo evangelio según san Lucas 9, 22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día". Decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?".

Oración introductoria

Jesús, se nota que lo que tú querías no era -ni ha sido nunca- ganarte un buen número de seguidores que quisieran ir en pos de ti para hacer milagros, o para adquirir mucha fama entre la gente, o incluso para vivir un evangelio diseñado a su comodidad. Por eso, desde que predicaste tu mensaje, dejaste bien claro que implicaba necesariamente la cruz, renunciar a sí mismo, perder la vida por ti. Ese es el camino para seguirte, para acercarnos al misterio tan gigante de tu persona y para encontrar en ti la verdadera vida.

Petición

Jesús mío, dame mucha fe y amor para llevar la cruz que tú me has dado, pues es el camino por donde has querido que te encuentre y llegue hasta ti.

Meditación del Papa 

Es necesario recordar siempre las palabras del concilio Vaticano II: "De nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del mundo nuevo" [...] El Evangelio es la mayor fuerza de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología. Las primeras generaciones cristianas lo llamaban más bien el "camino", es decir, la manera de vivir que Cristo practicó en primer lugar y que nos invita a seguir. A la ciudad "de la paz" se llega por este camino, que es el camino de la caridad en la verdad, sabiendo bien -como también nos recuerda el Concilio- que "no hay que buscar esta caridad sólo en las grandes cosas, sino especialmente en las circunstancias ordinarias de la vida" y que, siguiendo el ejemplo de Cristo, "debemos cargar también la cruz que la carne y el mundo imponen sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia." (Benedicto XVI, 8 de mayo de 2011).

Reflexión 

El camino que Cristo propone es difícil. Pero ¿qué es aquello que ha movido a tantos hombres y mujeres a seguir a alguien que predica todo lo contrario que el mundo de hoy ofrece? Es cierto, que hay algo de locura en esto. Una locura que experimentan sólo quienes han conocido a Cristo y, por consiguiente, le han experimentado vivo y enérgicamente atractivo. Por algo el Papa Juan Pablo II gritaba con ardor en sus labios: "¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! ¿Qué teméis? Tened confianza en él. Arriesgaos a seguirlo. Esto exige, evidentemente, que salgáis de vosotros mismos, de vuestros razonamientos, de vuestra «prudencia», de vuestra indiferencia, de vuestra suficiencia, de vuestras costumbres no cristianas que quizá habéis adquirido. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad."

Propósito

Sobrellevaré con gozo las contrariedades y dificultades que forman mi cruz de este día.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, estoy dispuesto a seguirte por este camino hermosísimo de ser cristiano. Ante todo lo que tú has hecho por mí, no encuentro otro camino para corresponderte que rendirme a tus pies para aprender de ti, para vivir lo que tú viviste. Sé que este camino entraña abnegación y sacrificio, y será fecundo sin comparaciones si busco encontrarte.

"Pon amor donde no hay amor, y sacarás amor" (San Juan de la Cruz).

Via Crucis 1ª Estación








Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


13 feb 2013

Ante Jesús Sacramentado





Te doy gracias Señor
Padre Santo, 
Dios Todopoderoso y eterno
porque aunque soy un siervo pecador
y sin mérito alguno,
has querido alimentarme 
misericordiosamente 
con el cuerpo y la sangre 
de tu hijo Nuestro Señor 
Jesucristo.

Que esta sagrada comunión
no vaya a ser para mi 
ocasión de castigo 
sino causa de 
perdón y salvación.

Que sea para mi armadura 
de fe, escudo de buena voluntad;
que me libre de todos mis vicios
y me ayude a superar 
mis pasionres desordenadas; 
que aumente mi caridad 
y mi paciencia 
mi obediencia y humildad,
y mi capacidad para hacer el bien.

Que sea defensa inexpungable
contra todos mis enemigos,
visibles e invisibles;
y guía de todos 
mis impulsos y deseos

Que me una más intimamente a ti,
único y verdadero Dios
y me conduzca con seguridad 
al banquete del cielo,
donde tu, con tu hijo
y el Espíritu Santo, 
eres luz verdadera,
satisfacción cumplida
gozo perdurable
y felicidad perfecta.

Por Cristo, Nuestro Señor

Amén

Miércoles de Ceniza






 » Cuaresma
Miércoles de Ceniza

2.4KCon la imposición de las cenizas, se inicia una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús. 

Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "metanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.

La sugestiva ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.

Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.


Tradición

En la Iglesia primitiva, variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto sólo daba por resultado 36 días de ayuno (ya que se excluyen los domingos). En el siglo VII se agregaron cuatro días antes del primer domingo de Cuaresma estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto.

Era práctica común en Roma que los penitentes comenzaran su penitencia pública el primer día de Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el Jueves antes de la Pascua. Cuando estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X), el inicio de la temporada penitencial de la Cuaresma fué simbolizada colocando ceniza en las cabezas de toda la congregación.

Hoy en día en la Iglesia, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos previo. Esta tradición de la Iglesia ha quedado como un simple servicio en algunas Iglesias protestantes como la anglicana y la luterana. La Iglesia Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes anterior y no celebra el Miércoles de Ceniza.


Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

Santo Evangelio 13 de Febrero de 2013





Autor: Alejandro Carrión | Fuente: Catholic.net
Tu Padre que está en lo secreto
Mateo: 6, 1-6 16-18. Miércoles de Ceniza. Es en la oración donde gozamos de la presencia de Dios y descubrimos la grandeza de su amor.



Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 1-6 16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tenga cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vaya a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te compensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, si no tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará»

Oración introductoria

Padre mío, vengo a encontrarme en este momento contigo. Vengo como un niño a ponerse en los brazos de su padre. Vengo a dejar de lado las preocupaciones de la vida para entrar a lo oculto de mi corazón donde Tú has querido quedarte. Pongo toda mi confianza en tu amor y misericordia. Inicio esta Cuaresma con un deseo sincero de crecer en la fe y en el amor, preparándome con decisión y generosidad en celebrar los misterios de tu pasión, muerte y resurrección.

Petición

Concédeme la gracia de aprender a vivir sólo para ti, para que todos los momentos de mi día, el trabajo, el estudio, mi mis quehaceres del hogar las viva por amor a ti.

Meditación del Papa

Con una expresión que es típica en la liturgia, la Iglesia llama al período en el que hemos entrado hoy, “Cuaresma”, es decir, un tiempo de cuarenta días y, con una clara referencia a la sagrada escritura, nos introduce en un contexto espiritual específico. Cuarenta es, de hecho, el número simbólico con el que el Antiguo y el Nuevo Testamento representan los aspectos más destacados de la experiencia de fe del Pueblo de Dios. Es una cifra que expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al Señor, de la conciencia de que Dios es fiel a sus promesas. Este número no es un tiempo cronológico exacto, dividido por la suma de los días. Más bien indica una perseverancia paciente, una larga prueba, un periodo suficiente para ver las obras de Dios, un tiempo en el que es necesario decidirse y asumir las propias responsabilidades, sin dilaciones adicionales. Es el tiempo de las decisiones maduras. (Benedicto XVI, 22 de febrero de 2012

Reflexión 

La base de toda vida espiritual sólida es la oración. Es en la oración donde gozamos de la presencia de Dios y descubrimos la grandeza de su amor. Es allí donde adquieren sentido nuestras alegrías y nuestras tristezas. Pero la oración nunca se queda en vernos a nosotros, sino que nos lleva a contemplar las necesidades de los demás como las necesidades de Dios mismo.

Propósito

Cumplir, por amor a Cristo, con el ayuno prescrito para el día de hoy.

Diálogo con Cristo

Señor, inicio esta Cuaresma con mucho entusiasmo y mucho amor, te agradezco el gran don de la oración. Gracias por que me quieres tanto que te has quedado en lo escondido, en el fondo de mi corazón, para hacerme compañía. Gracias por que me haces escuchar tu voz; porque me muestras tu amorosa voluntad, único camino en el que encuentro la verdadera felicidad.

La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre (San Agustín)

LECTURA BREVE Dt 7, 6. 8-9






LECTURA BREVE Dt 7, 6. 8-9

El Señor, tu Dios, te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Por el amor que os tiene y por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto. Así conocerás que el Señor, tu Dios, es el Dios verdadero, el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor, por mil generaciones, con los que lo aman y guardan sus preceptos.

Himno: CUANDO VUELTO HACIA TI DE MI PECADO







Himno: CUANDO VUELTO HACIA TI DE MI PECADO.

Cuando vuelto hacia ti de mi pecado
iba pensando en confesar sincero
el dolor desgarrado y verdadero
del delito de haberte abandonado;

cuando pobre volvime a ti humillado,
me ofrecí como inmundo pordiosero;
cuando, temiendo tu mirar severo,
bajé los ojos, me sentí abrazado.

Sentí mis labios por tu amor sellados
y ahogarse entre tus lágrimas divinas
la triste confesión de mis pecados.

Llenóse el alma en luces matutinas,
y, viendo ya mis males perdonados,
quise para mi frente tus espinas. Amén.

Salmo 50 - CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO




Salmo 50 - CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací, 
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén