28 sept 2013

El dolor es un reloj



El dolor es un reloj

La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento es una: el amor. 
Autor: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma | Fuente: Catholic.net

El dolor es un reloj. Es algo lleno de ingenio que sirve para partir el tiempo en una enormidad de trozos pequeños, muy pequeños. Es algo realmente útil, porque con sus dos agujas divide las horas de alegría y las de abatimiento. El dolor puede ser muy perjudicial, si no se vive bien. El dolor es mágico, porque una hora puede transformarse en sesenta minutos de aflicción o en segundos de dicha. 

Examinemos algunos relojes que han dado la hora correctamente. Algunos, al inicio, se retrasaron. Pero después han funcionado con la fidelidad del cuarzo. No podría valorar el precio de estos quilates... 

Recuerdo el testimonio del doctor Vallejo-Nágera. Le habían diagnosticado una úlcera de duodeno. Le hicieron volver todos los lunes. Después de una revisión más profunda, le dijeron:-Tienes un cáncer de la cabeza del páncreas-. 
-¿Es operable?
-Por la metástasis en el hígado no lo juzgamos conveniente.
-¿Y quimioterapia?
-Lo hemos consultado y no hay ninguna adecuada.
¿Entonces?
-Esto puede durar unos meses... Podrás llevar una vida de cierta actividad en este tiempo.

Días después mandaron el expediente a Houston, para mayor tranquilidad. No había nada que hacer. Juan Antonio continúo su vida normal, pero en otra dimensión. Hacía menos cosas, pero mejor, con más gravedad. 

Un periodista y amigo suyo recogió el siguiente testimonio: "Religiosamente estaba un poco descuidado. Tenía una buena formación, pero con una práctica moderada. Y, sin embargo, sin ningún mérito por mi parte. Al oír eso del cáncer me vino instantáneamente una gran serenidad y pensé: Dios mío, muchas gracias, me has mantenido hasta los sesenta y tres años con una vida sumamente agradable; he tenido ocasión de situar a mis hijos; ya está casada la menor; no me queda nada importante en la vida por resolver y has hecho el favor de avisarme". 

Otro reloj. Es el caso de "Lolo". ¿Quién sabe si en unos años no lo invocaremos como San Lolo Garrido? Su historia es muy luminosa. A los 22 años, recién terminados sus estudios de magisterio, una enfermedad comenzó a paralizar su cuerpo. Sus días transcurrían en una silla de ruedas. Le entró una fiebre literaria: leía libros y devoraba artículos. Escribió. Cuando se le paralizó la mano derecha, aprendió a escribir con la izquierda. Al perder incluso la sensibilidad en ésta, pidió que la amarraran una pluma a su mano insensible con una cuerdita. Quería seguir escribiendo. Lolo no perdía el buen humor: "Señor, ahí tienes mi pila de revistas. Y si no te valen, que los ángeles las vendan como papel de envolver".

Luego la enfermedad le llegó a los ojos. Al quedar ciego, grababa sus libros. En los últimos 10 años de su vida publicó nueve libros. Su testimonio constituye un canto a la dignidad del dolor y del sufrimiento. Estoy seguro que estas palabras le acompañaron en la cabecera de su lecho de dolor e iluminaban más su alma que las miradas de los visitantes. Estas frases bien valen un marco o una estatua: "¡Señor, líbrame de esta tentación de apreciar el tiempo de la enfermedad como un período estéril y sin valor! Una vida de enfermo no es una vida fracasada. Aceptar mi enfermedad, ofreceros alegremente mi sufrimiento, esto no demanda más que un momento".

La silla de ruedas, la cama. El misterio de encontrarse con uno mismo. El dolor, la enfermedad valen no tanto por lo que quitan, sino por lo que dan.

El dolor es un misterio, como la misma vida de las personas. Nunca lograremos explicarnos totalmente a nosotros mismos, nunca nos comprenderemos. La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento no es una respuesta abstracta. Yo sólo encuentro una: el amor.

No cabe duda de que la enfermedad y el sufrimiento siguen siendo un límite y una prueba para la mente humana, algo así como un tapón para el corazón. Sin embargo, quienes lo han vivido han aumentado su estatura humana.

Todos sufrimos y de muy diversas maneras. La enfermedad y las dolencias se compran en cualquier rincón de nuestro mundo. Uno sufrirá un infarto, otro un cáncer. A alguna la nostalgia y el desaliento le enredarán entre sus telarañas. Los que sigamos, nos haremos viejos. Nos dolerá la espalda, perderemos la memoria... Pero la paz y la vida están seguros. Un Hombre ha roto la piedra del sepulcro y ha dado sentido a la vida. Desde ese momento se han sincronizado todos los "relojes".

Santo Evangelio 28 de Septiembre de 2013



Día litúrgico: Sábado XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres

Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).

Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.

Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.

San Simón de Rojas, 28 de Septiembre



28 de Septiembre

SAN SIMÓN DE ROJAS

(† 1624)


El Valladolid de 1552 fue el lugar del nacimiento del Beato. Allí, joven, vistió el hábito trinitario, al que se acogió con decidida vocación en el convento de la Orden. Este fue su primer peldaño en la escala hacia la santidad, si bien es verdad que su virtud se había delineado ya en aquellas sus aspiraciones en la adolescencia y en la niñez. Pero el anhelo de santidad cobra cuerpo cuando, joven, con plena responsabilidad, con valentía varonil, dispuesto a arrostrar y superar dificultades y contratiempos, se consagra a Dios en votos perpetuos, consagra su oblación en la primera misa y la reitera cada mañana en Ia subida diaria al altar del Señor que alegra su juventud, que es tanto como alegrar y sostener aquel primer y florido ofrecimiento de sus mejores años.

 Versado en esta asignatura de la santidad, nada bueno ni grande extraña en él: cargos de responsabilidad superior en la Orden; correrías sin cuento en los puestos designados por la obediencia; apostolados ininterrumpidos dondequiera que la gloria de Dios o el bien del prójimo le colocaban. ¿Cómo nos va a extrañar nada de ello? ¿Cómo extrañarnos por sus milagros? Ni precisamos contarlos, tantos como se cuentan en sus biografías: si Dios estaba con él y con él guardaba Dios aquella amistad perfecta, lo extraño hubiera sido la apatía en el servicio del Señor, la indiferencia ante la indigencia del prójimo; extraño hubiera resultado que el Señor de los cielos no le hubiese ayudado con el milagro en todas aquellas coyunturas en que se ventilaba un mayor rendimiento de la gloria de Dios o un mejor remedio de apuros humanos.

 Nada extraño se nos hace que, versado muy altamente en la práctica de las virtudes, pusiese su vista en él el rey Felipe III al objeto de que la compañía del Beato le resultase sedante piadoso entre los graves asuntos del reino y para que orientase la conciencia del futuro Felipe IV. Se explica su permanencia junto a los reyes y príncipes, y se explica el difícil equilibrio que supo guardar entre validos y palaciegos. Comprendemos, dada su virtud y santidad, se prestase a enjugar las lágrimas del de Lerma, caído en desgracia; supiese frenar la vanagloria del de Osuna, encumbrado, y consiguiese de don Rodrigo Calderón la aceptación resignada de la muerte en el cadalso ignominioso.

 Todo, todo: milagros; difíciles y acertados asesoramientos; apostolados incansables e ininterrumpidos —el centro y sur de España fueron testigos de ellos—; conversiones de duros pecadores; lucro abundante de almas para Cristo... Todo se explica y comprende a la luz de la lámpara de santidad que brillaba en su persona. Todo es el resultante de su virtud eximia; de su trato de intimidad con Dios, que da omnipotencia al brazo humano y sagacidad superior a la inteligencia creada.

 De por fuerza, el demonio le había de distinguir con preferencia particular de enemigo de talla excepcional y había de retarlo de continuo a singular batalla. Tampoco nos resulta extraño que demonio, mundo y carne se aliasen contra él, para contra el proceder en acción mancomunada: la tentación carnal, la intriga política, la sorna palaciega..., toda la gama de resortes de que el infierno dispone, se volcaron contra el Beato. Encontramos lógico este esfuerzo infernal. Pero siguió nuestro Beato firme en su "todo lo puedo en Aquel que me conforta", y —lo dijimos— acertó con el bálsamo bendito que fortalece a los atletas de Cristo, restaña las heridas de gloriosas pasadas batallas y proporciona armas eficaces para las venideras.

 "Hay demonios que no se lanzan sino con la oración y el ayuno", nos advirtió nuestro Señor Jesucristo; y a fe que nuestro Beato supo esgrimir con destreza estas armas"; fueron ásperos, muy ásperos, sus sacrificios, rígidas hasta el extremo sus penitencias; fue su cuerpo con frecuencia castigado por los duros golpes del cilicio, manejado por sus propios hermanos en religión, a quien él mismo impuso en virtud de obediencia aquella obligación. Fue rigurosa su observancia de la regla, austera su vida; su humildad le hizo sentirse gran pecador e indigno de los episcopados que se le ofrecieron. Su fuego de amor de Dios y del prójimo le llevó a la más exacta y rígida interpretación del mandamiento máximo de Dios, entendiendo en toda su precisión el amor de Dios como santidad, y el amor del prójimo como apostolado en toda la extensión e intensidad que entenderse pueda y en toda la infatigabilidad que el organismo humano se pueda permitir. Fue eximia su castidad, garantizada con protección especial de María.

 Conversión de los pecadores, santificación mayor de los justos; redención purificativa de las almas del purgatorio: he aquí el tríptico apostólico de Simón de Rojas.

 Unos pocos, muy pocos, libros, encontramos en su biblioteca, la de su celda conventual, donde la cama era un mueble de lujo inservible —dormía en el suelo—: las obras de Santo Tomás, las de San Bernardo, santo de su especial devoción; el libro de Tomás de Kempis y su devocionario. No es dato pequeño: "non multa sed multum", nos legaron los antiguos: no muchas cosas, sino mucho; y de los libros reza el otro refrán de que hay que temer al hombre de un libro.

 Merece especial mención su acendrada devoción a María, devoción que he llamado arriba bálsamo que prepara eficazmente para la victoria, dulcifica las heridas, hace intrépida e invencible la virtud apostólica y fácil la misma santidad.

 Reza que te reza siempre a María: ¿Qué importa la calle pública o la soledad? ¿Qué la intriga o la paz? ¿Qué la dificultad o el riesgo? ¿Qué el sudor o la fatiga? ¿Qué suponen las asechanzas humanas, la tentación diabólica o la prueba divina? No pasa de ser todo un crisol en que probar la excelsitud del tesoro de virtud que acaparaba. Si omnipotente fue para todo con la gracia, todo le resultó suave y fácil con María. Ni esto está en contradicción con las asperezas que he señalado de sus penitencias: éstas fueron el camino para llegar a la Madre y para en estrecha unión con Ella mantenerse; éstas fueron el castigo a su cuerpo para completar en él lo que falta a la redención de Cristo, a fin de llevar su fruto salvador a otros.

 Ave María; Ave María: cientos, cientos de veces cada día estas dos palabras estuvieron en su boca. Ni tenía otro saludo, ni otro pensamiento anidaba; ni otro anhelo suspiraba que la idea y el nombre de María. Propagar a todos la devoción a la Virgen fue su empeño mayor y más decidido: "Mi mayor afán es fundar la Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María", dijo un día el Beato al rey de España: "Préstele Su Majestad su anuencia y apoyo y haga la merced de escribir al Papa para que la apruebe y bendiga". Con fecha 27 de noviembre de 1601 quedó solemnemente fundada en Madrid la Congregación del Ave María, que tan grande y fructífero historial nos había de legar.

 Simón de Rojas fue quien consiguió introducir el Oficio del Dulce Nombre de María, que había de rezarse primero en la Orden trinitaria, y que se extendió después a toda la Iglesia católica.

 Discurrió su vida por esta trayectoria del acercamiento a Dios por medio de María, hasta que un 29 de septiembre, el del año 1624, cambió su lugar de residencia y, dejando en la tierra su cuerpo, fue su alma a habitar en el cielo.

 Con su cuerpo quedó aquí el grato recuerdo de sus grandes hechos y virtudes; quedó su Orden trinitaria benemérita; quedaron los por él beneficiados testigos de su carrera en el mundo; se elevaron al Santo Padre de Roma continuadas peticiones y el día 13 de mayo de 1766 quedó Simón de Rojas proclamado Beato por el papa Clemente XIII.

 Tratado de la oración y sus grandezas: éste es el libro que nos ha quedado del Beato; escribió mucho más, pero no ha llegado a nosotros.

 Visitó Simón de Rojas a Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes; y en la Santa piensa el lector cuando repasa el Tratado del Beato; piensa en ella sobre todo el lector cuando ve al Beato explayarse en los altos conceptos de meditación y contemplación; cuando escribe el Beato sobre la oración, "universal escuela en la cual se enseña y aprende toda virtud y bondad".

 Además de en Santa Teresa piensa el lector, con el libro del Beato Simón de Rojas en la mano, en San Juan de la Cruz, contemporáneo también del Beato; piensa en el Beato Juan de Avila, que, a la distancia de unos pocos años, le había precedido en su apostolado por Andalucía. Cuando en el Beato Simón de Rojas se leen aquellas páginas sobre el amor divino "que dilata y ensancha el corazón" y sobre "cómo toda criatura nos enseña a amar", salta a la memoria el recuerdo de San Francisco de Asís, tan observador de la naturaleza y fino cantador de ella. Cuando se medita sobre el amor de nuestro Beato a los hombres, piensa el lector en San Juan de la Cruz, que moría cuando nacía aquél.

 AGUSTÍN ARBELOA EGÜES

En el mundo.. el dolor del hombre


En el mundo.. el dolor del hombre


Jesús, te quedaste en la Eucaristía, ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net




Hoy hay sombras en la Capilla...quizá sea porque está atardeciendo...

Tu, Jesús, estás como siempre, silencioso en tu eterna espera....pero tienes el oído atento para todo el que llega, para todo el que te quiere decir algo....penas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas....Tu corazón abierto está para quién a ti llega....y yo se que te quedaste ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

En muchas ocasiones este dolor es provocado por el hombre mismo: terrorismo, rencores, odios, venganzas, ambiciones, ansias de poder con el juego sucio y mal intencionado que no se detiene ante nada y llega hasta el crimen... niños que desean vivir y nunca lo harán. Siembra de dolores que parecería no tener límites...

Pero también el hombre sufre por enfermedades incurables y por cataclismos de la naturaleza: terremotos, tifones, lluvias torrenciales que desbordan ríos y rompen presas, fuegos que empiezan por una chispa y se incrementan destruyendo todo lo que alcanza y esto podría ser una lista interminable de dolor y de muerte que constantemente vemos que hay sobre la tierra.

Y el hombre, todos nosotros, Señor, nos preguntamos ¿por qué?

Y esta es una pregunta difícil de contestar...

En silencio te miro Jesús, cierro los ojos y espero...

Pienso en este Planeta donde vivimos... él es como es....tiene nieves que se desploman y forman aludes, tiene lluvias que desbordan ríos, tienen vientos que por circunstancias atmosféricas se convierten en ciclones, tiene movimientos telúricos de acomodación de su corteza terrestre que a veces son sismos catastróficos y mortales, tiene volcanes que están activos y de hecho han llegado a hacer erupción destruyendo a ciudades enteras.

En ese vaivén de acontecimientos vivimos desde que apareció el hombre sobre el planeta Tierra y sabemos que nuestra existencia está sobre la fragilidad de lo que es hoy y mañana no.

Pero para todos los sufrimientos hay una luz en el túnel negro y angustiante del dolor... y tu, mi Señor, me lo estás diciendo: Esa luz está en el misterio de tu Cruz. Tu Cruz permanecerá mientras el mundo gire.

¿Podrías tu Señor, digamos justificarte ante la Historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa "historia" TU CRUZ?

Tu, además de ser Omnipotente, infinitamente Sabio, infinitamente Justo, no eres el Absoluto y Poderoso que está "fuera del mundo" y al que por lo tanto le es indiferente el sufrimiento humano porque eres... AMOR.

Y por "ese " AMOR, te pones, en libre elección, al servicio de las criaturas.

Si en la historia de la humanidad está presente el sufrimiento, entiendo entonces por qué tu omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz.

Mi amado Jesús Sacramentado, El escándalo de tu Cruz - decía el Papa Juan Pablo II en su maravilloso libro "En el umbral de la esperanza"- sigue siendo la clave para la interpretación del GRAN MISTERIO DEL SUFRIMIENTO, que permanece de modo tan integral a la historia del hombre

Ya ha caído la noche. Yo te miro, Tu me miras.... siento la humedad de las lágrimas en los ojos cuando te digo:

Gracias, Señor, por esa Cruz... por tu cruz, que nos redime y que nos da la fuerza para seguir...

¡AUNQUE EL DOLOR NOS ALCANCE!

27 sept 2013

Santo Evangelio 27 de Septiembre de 2013



Día litúrgico: Viernes XXV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».


Comentario: Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?

San Vicente Paul


27 de septiembre


SAN VICENTE DE PAUL

(†  1660)
 

Es el comienzo del siglo XVII en Francia, donde ha de actuar Vicente de Paúl, un hervidero de ideas, de pasiones religiosas y políticas, de ensayos doctrinales y organizados. El cardenal Bérulle introduce en Francia las carmelitas, funda la Congregación del Oratorio para formar una selección de sacerdotes, y "naturaliza" en Francia las corrientes místicas de Alemania, España e Italia. San Francisco de Sales pone al alcance de todos la "vida devota", ensalza las vías del amor de Dios e intenta la primera Institución de religiosas visitadoras fuera del claustro, que no consigue llevar a efecto. Vicente de Paúl aprovechará estas dos corrientes, mística y de acción, para renovar la teología de Jesucristo en el pobre y fundar el apostolado secular de la caridad, sin caer en el utópico quietismo de Fenelón, ni en el duro jansenismo, ni en el racionalismo cartesiano, sistemas que se fraguan en pleno siglo de San Vicente, y de los que él queda incontaminado.

 Esta empresa no es para un hombre solo. Vicente de Paúl se sitúa entre sus contemporáneos, colabora con todos, recoge ideas y orientaciones en un ambiente de restauración espiritual que se ha consolidado en Trento: inspira a muchos, como gran director de almas; se rodea de asociaciones religiosas a las que da vida y continuidad, se apoya en los grandes para servir a los humildes. La poderosa familia de los Gondí, el poder casi absoluto de Richelieu, por medio de la sobrina duquesa de Ayguillon, dama de la Caridad, la española reina Ana de Austria, el mismo Mazarino y casi toda la nobleza giran en torno de este padre de los pobres y defensor de la Iglesia. Olier, fundador de San Sulpicio; Rancé, reformador de la Trapa; Bossuet, que pronunciará en 1659 el famoso sermón "de la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia", y casi todos los grandes hombres de ese siglo y de los siguientes, se benefician de la suave influencia de Vicente, La preparación para esta misión grandiosa es larga y difícil. La acción de Dios en este hombre y la respuesta generosa forman una experiencia vital aleccionadora. Nace probablemente en las Landas en 1581, pero su ascendencia inmediata es española, como se ha comprobado en una larga búsqueda en los archivos de la región oscense de La Litera, que nos dan una abundante genealogía de los apellidos Paúl y Moras, apellidos paterno y materno. Las migraciones eran muy frecuentes, y Ranquines, que es el lugar en que se sitúa su nacimiento, significa la "casa del cojo". Es el apelativo recibido al ocuparla el padre, que tenía ese defecto, y del que un día se llegó a avergonzar el hijo, estudiante en los franciscanos de Dax. Vicente llevará a todas sus empresas las características del aldeano, mezcla de aragonés y francés, en su tesón indomable, en su prudente lentitud, en su trabajo silencioso, de labrador que abre el surco y esconde su semilla con esperanza. Ya es un signo providencial que, en su origen, una en si a dos pueblos tan diversos y encontrados a lo largo de estos siglos.

 El niño Vicente, tercero de los seis hermanos, guarda durante un tiempo el pequeño rebaño de su casa. En muchas ocasiones se humillará ante los grandes manifestando este su oficio de la infancia. Por tradición local nos consta su devoción mariana y su pronta caridad.

 Sus estudios continúan sin desmayo, primero en la universidad de Tolosa, después en la de Zaragoza, como atestigua su primer biógrafo Abelly y una tradición ininterrumpida en España. Más tarde propondrá como modelos a las universidades españolas y a sus teólogos, tan fieles a la Iglesia.

 Recibe el sacerdocio el 20 de septiembre de 1600 y dice su primera misa en una capilla de la Virgen, cerca de Bucet, sin la presencia de su padre, que había fallecido hacía dos años. Allí y en Tolosa se ayudó para los estudios con un pequeño pensionado de estudiantes que él cuidaba. Hasta 1605 prosigue sus estudios, que alterna con la enseñanza y un viaje a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas.

 El Señor purifica a su elegido, que por entonces buscaba cargos y honores eclesiásticos, con tres pruebas: El cautiverio en Túnez, cuando iba en busca de una herencia, y que duró casi tres años de continuos sufrimientos (1605-1607); la injusta acusación de robo al volver de Roma, donde esperó inútilmente una buena colocación del vicelegado Montorio, a quien había enseñado las curiosidades de alquimia que había aprendido en el cautiverio (1608); y la terrible tentación contra la fe que aceptó sobre su alma para que se viera libre de ella un doctor amigo suyo. De esta "noche obscura" sale cuando, a los treinta años, pensaba pasar el resto de su vida en un modesto retiro, amargado por los desengaños humanos, según escribe, en la única carta que se conserva, a su buena madre. Cae a los pies de un crucifijo, se consagra a la caridad para toda la vida y la luz renace en su espíritu.

 Este voto de servir a los pobres es la clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad. Para terminar la purificación de sus aspiraciones terrenas y quitar los impedimentos de su actuación sacerdotal se retira una temporada al naciente Oratorio de Bérulle, se pone incondicionalmente bajo la obediencia de este gran mentor de almas, que le ha de conducir hasta que se ponga bajo la dirección del doctor Duval, piadoso catedrático de la Sorbona. Unos ejercicios en la cartuja de Valprofonde le libran de una tentación que tenía en sus ministerios, y una mortificación constante le hace cambiar el "humor negro" de su temperamento por una amabilidad semejante a la de San Francisco de Sales, con quien sostiene relaciones íntimas, cuyos libros lee ávidamente y del que recibirá más tarde la dirección de las Hijas de la Visitación.

 Las experiencias apostólicas de estos años (1609-1626) le van marcando suavemente el camino definitivo de su vocación. Animado de una ferviente caridad, hace de capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois, visita y sirve personalmente a los pobres enfermos en el hospital de la Caridad, que, en los arrabales de París, dirigían los hermanos de San Juan de Dios, y entrega a esta institución 15.000 libras que le habían donado.

 Por dos veces es párroco del campo. En Clichy, cerca de París, donde se siente feliz, reedifica la iglesia que perdura hasta hoy. Ya en pleno París, establece la comunión mensual e intenta un pequeño seminario (1612).

 En Chatillon les Dombes, en la frontera de Saboya, restaura espiritualmente la parroquia deshecha por la herejía y el abandono. Ante un caso de miseria familiar establece la Cofradía de la Caridad con un reglamento que aun hoy está en vigor. Es la primera cofradía de caridad para que las señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). En ambas parroquias, que dejó por obediencia a Bérulle, tiene como sucesores a dos fervorosos vicarios: el señor Portail, en Clichy, que más tarde será su compañero de Misión, y el señor Girad.

 DENTRO DE LA CASA DE LOS GONDÍ.- Es Bérulle quien trae y lleva al señor Vicente y quien determina que sea el preceptor de los hijos de esta noble familia que llevaba lo que hoy se llama el ejército del mar, y en el orden eclesiástico gobernó durante mucho tiempo la diócesis de París hasta llegar al inquieto cardenal de Retz. En los extensos dominios rurales de los Gondí ejerce su ministerio con los pobres campesinos y funda las cofradías de la Caridad —de mujeres, de hombres y mixtas—, siempre ayudado de la marquesa, cuya alma dirige espiritualmente. Llega a dominar en tal modo en sus almas que esta familia será, con la de Richelieu, el apoyo que la Providencia le depara para sus obras.

 Se siente excesivamente incómodo en los palacios y cree que no cumple su voto de servir a los pobres. Por eso huye a Chatillon. Pero Bérulle le hace volver. Vicente reclama libertad de acción en los 8.000 colonos de las tierras. Allí encuentra al anciano que por vergüenza no ha hecho buenas confesiones y está en peligro de condenación, al hereje que no cree en la Iglesia porque no atiende a las gentes del campo, al sacerdote que no sabe la fórmula de la absolución. Voces de Dios que mueven al Santo y a la marquesa para fundar una comunidad de sacerdotes que recorra los campos misionando, en ayuda de los párrocos. Al señor Vicente se unen el tímido señor Portail y otros varios. Reciben una ayuda económica y un colegio, el de los Buenos Hijos, donde nace humildemente la comunidad de sacerdotes seculares de la Misión, que es aprobada en 1626 por el arzobispo de París y en 1632 por el papa Urbano VIII, sin carácter de religiosos.

 En estos seis años el Santo ha recorrido todos los dominios misionando y fundando Caridades, ha sido nombrado capellán de las galeras reales y ha procurado misiones y ayuda material a los forzados del remo, creando un hospital para ellos; se ha hecho cargo de la dirección espiritual de las Salesas, de acuerdo con la madre Chantal, ha tomado la dirección de su gran colaboradora Santa Luisa de Marillac, y ha quedado en libertad de movimientos por haber fallecido la marquesa y haber tomado la decisión de hacerse sacerdote del Oratorio el señor Gondí.

 En 1626 a los treinta y cinco años, San Vicente está plenamente centrado en su vocación. Bérulle no ha visto claro el Instituto de las misiones, pero Roma lo aprueba, gracias al tesón del Santo, que ve el abandono del campo como una de las miserias mayores de la Iglesia. El sacerdote no está cuidado de las almas como prescribía el concilio de Trento. Su santificación era muy deficiente. Vicente ha meditado mucho, ha observado todos los movimientos místicos y apostólicos, ha trabajado con santa ilusión y ha sufrido crisis interiores fructíferas. Para la restauración del clero establece los ejercicios de ordenandos por espacio de diez días, en los que se une la parte ascética con la pastoral. Son cursillos intensivos que suplen algo la falta de seminarios. El obispo de Beauvais, el cardenal de París y más tarde la Santa Sede los declara obligatorios para todos los que hayan de recibir las órdenes sagradas. De aquí brotan las conferencias ascético-pastorales (los martes para sacerdotes y los jueves para seminaristas). De su seno nacen los misioneros de las ciudades unidos a los misioneros de los campos, que había fundado y que trabajaban en hermandad con un reglamento preciso y sabio (1631).

 Se ha trasladado con sus misioneros a la gran abadía de San Lázaro, que será el centro regenerador del clero y del pueblo con los ejercicios en tanda dados gratuitamente. Richelieu, que ha tomado las riendas de la nación en 1624, pide a San Vicente los mejores hombres para ponerlos al frente de las diócesis; pero falta el remedio definitivo, los seminarios tridentinos, que no acaban de realizarse. El Santo hace la distinción de mayores y menores, reconoce que es muy difícil reformar al clero de edad y establece su primer ensayo para jóvenes con vocación en el colegio de los Buenos Hijos. Forma el seminario mayor de San Lázaro con ayuda de Richelieu (1642). Orienta a Olier en sus planes del seminario de San Sulpicio y trata de colaborar con el difícil señor Bourdoise, que ha establecido el seminario parroquial comunitario. En 1647 sus misioneros dirigen siete seminarios y el Santo confiesa que "Dios bendice su obra" y que las misiones piden como complemento ayudar a la Iglesia en la formación del clero.

Las Cofradías de la Caridad pasan a la ciudad en sus incipientes suburbios. Luisa de Marillac ha salido de su ensimismamiento escrupuloso por obra de la gracia y de su firme director, y es llevada a la acción caritativa por campos y ciudades como una maternal inspectora de las Caridades, y de las escuelas rurales que el Santo funda como fruto permanente de las Misiones en las parroquias. Da reglamentos adaptados a las necesidades de la ciudad y organiza totalmente la caridad en la ciudad de Beauvais, como antes (1621) lo había realizado en Majon.

El servicio personal al necesitado exige una vocación especial y las Caridades se resentían por falta de personal. El Señor vino en ayuda de su siervo. Un día que había misionado un pueblecito cercano a París, una joven pastora, Margarita Naseau, que había aprendido a leer por su cuenta, se presentó al Santo para servir a los pobres. Es la primera hija de la Caridad. Margarita murió al poco tiempo víctima de la caridad, asistiendo a un apestado. Buen cimiento para la magna obra vicenciana de la hija de la Caridad, la "religiosa" sin claustro que asiste al pobre a domicilio en unión de las damas de la Caridad, enseña en las escuelas del pueblo donde no hay maestro, llega a los campos de batalla, ya en los tiempos del Santo, para atender a los heridos, cuida de los niños expósitos, obra ardua que sacó a flote San Vicente frente a todos los prejuicios de las damas de la Caridad; que acoge en sus casas a las mujeres ejercitantes, a las que el Santo señala como libro de meditación el Memorial del padre Granada; que se hace cargo del Hospital General de París y del Asilo del Nombre de Jesús construido por el Santo con un donativo de 100.000 libras (1642), a las que lleva por las regiones destrozadas por las guerras y hasta Polonia a servir, no a los grandes, aunque sean protectores, como la reina de Polonia, sino a los humildes.

SAN VICENTE DEFENSOR DE LA IGLESIA.- Es un título que le cae muy bien en un siglo de errores y herejías. Primeramente en el Consejo de Conciencia (1647-1652), donde se trata de la elección de obispos. ¡Qué labor más dura para evitar la subida de ministros indignos y promover la de los mejores! Aquí se fraguó la renovación del alto clero de Francia, que había de luchar con el error, con la corrupción y, más tarde, con el galicanismo ya latente en el reinado de Luis XIV. El Santo aceptó este puesto delicadísimo para el bien del clero y de los religiosos (en cuya reforma tomó parte muy activa) y para el bien de los pobres. Trabajaba en ello con la reina española Ana de Austria y se enfrentaba con Mazarino para evitar el favoritismo en los cargos.

El jansenismo, con la herejía de las dos cabezas, la lucha contra la frecuente comunión y la falsa mística de Port-Royal son el viento helado que sopla fuertemente sobre la vida católica en Francia, y desde ella en otras naciones de Europa. Vicente, que es amigo del abate Saint Cyran, de Arnauld y del monasterio de Port-Royal, se ve en una difícil tesitura; pero su fe, inquebrantable y luminosa, su prudencia admirable y siempre su tesón humano y sobrenatural, le hacen el principal campeón contra el jansenismo, aunque todavía se silencia en algunas historias de la Iglesia de este período. En la vida del Santo editada por la B. A. C., el libro VI está dedicado a esta actuación de San Vicente (pp.512-591), donde, con documentación de primera mano, se manifiesta que él aunó a la mayoría de los obispos contra la herejía, alentó a los teólogos que la Sorbona envió a Roma, escribió cartas al Papa incluso e hizo la refutación doctrinal y práctica del jansenismo con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma. No es posible entrar en detalles en esta breve biografía.

Dilatando los espacios de la Iglesia el señor Vicente es padre de misioneros de fieles y de infieles. Establece misioneros en Túnez y Argel para ayudar espiritualmente a los esclavos y promover su rescate (1645). Envía a Irlanda, perseguida en su catolicismo por Cromwell, a sus misioneros que sostienen la fe de los fieles, "Siente una devoción especial en propagar la Iglesia en países de infieles por las pérdidas que sufre en Europa" (1646), como Santa Teresa de Jesús, aunque "mujer y ruin". Manda y sostiene continuas expediciones, devoradas muchas veces por la peste, de misioneros a Madagascar (1648). Promueve las misiones en Arabia; hace que las damas de la Caridad de la Corte sufraguen los gastos de las misiones anticipándose a la obra de Paulina Jaricot.

PADRE DE LA PATRIA.- Las guerras de la Fronda, parlamentaria (1648-49), y de los príncipes (1650-1653) destruyen la vida de París y de sus alrededores y se unen a la de los Treinta Años, que no termina hasta la desgraciada paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1658), con el triunfo político de los protestantes traído por la ambición nacionalista de Richelieu y de Luis XIV, Es un panorama desolador que la pluma se resiste a describir. En esta hora es San Vicente el que moviliza todas sus fuerzas —misioneros, damas e hijas de la Caridad— y se aúna con la Compañía secreta del Santísimo Sacramento y con todas las Ordenes religiosas para aliviar el desastre material y moral de Francia. Recoge millones de libras haciendo la primera campaña nacional de caridad, editando los relatos de las miserias y de los medios necesarios, creando almacenes en París, dando misiones a los refugiados en su casa central de San Lázaro, buscando refugio para las religiosas y para los pobres vergonzantes, lo mismo que para los nobles huidos de Irlanda, creando para eso las conferencias de la caridad de hombres con el barón de Renty al frente. No es extraña la admiración de todos por el Santo y sus huestes, que le proclamaban oficialmente "Padre de la Patria".

Su labor pacificadora es audaz. Por tres veces habla con la reina para que prescinda de su funesto ministro Mazarino, y se atreve a decírselo al mismo interesado el 11 de septiembre de 1652: "Que el rey entre con voluntad de apaciguar los ánimos y todo quede tranquilo. No obstante, es preferible que el primer ministro se quede cierto tiempo fuera". El joven rey entró el 21 de octubre y proclamó la amnistía general. Pocos meses después volvía Mazarino, que pagó la carta del señor Vicente con retirarle del Consejo de Conciencia, que hoy diríamos Ministerio de Cultos.

De 1650 a 1660 San Vicente dirige todas sus obras en pleno rendimiento desde el sencillo aposento del cuartel general de San Lázaro, luchando a la vez contra el jansenismo, organizando las dos comunidades de misioneros e hijas de la Caridad, hasta que su modo secular de vida en común sea aprobado por Alejandro VII (1655). Recibe con inmenso gozo la bula que condena al jansenismo. Funda el asilo-taller para ancianos, comenta las reglas que ha dado a los misioneros y a las hijas de la Caridad, proyecta establecer a los misioneros en Toledo de acuerdo con el cardenal Moscoso y Sandoval (1657), dicta de continuo cartas a sus dos secretarios, reúne en su casa central a los Consejos de las obras, orienta a los que de toda Francia acuden a pedirle consejo y hasta proyecta con el caballero Paúl la liberación de todos los esclavos de Argel, el paso de sus misioneros al Canadá, etc.

EN LA SANTIDAD HA LLEGADO A CUMBRES INSOSPECHADAS.- Su caridad es una llama que incendia a todos los que le rodean. "No es suficiente —exclama— que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama." "Hemos sido elegidos como instrumentos de Dios, de su inmensa y paternal caridad, que quiere ver establecida en todas las almas." El Santo proclama a todo el mundo: "Las cosas de Dios se hacen por sí mismas, y la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso sin adelantarle ni retrasarse". "Dios es amor y quiere que se vaya a Él por amor." Vicente, que tiene las manos llenas de obras e instituciones, que se duerme de fatiga, dice a su fiel e inquieta colaboradora que "es preciso honrar el descanso de Dios" y que "debemos honrar particularmente a su Divino Maestro en la moderación de su obrar". "¡Qué dicha —dice— no querer más que lo que Dios quiere, y no hacer sino lo que la Providencia presenta, y no tener nada más que lo que Dios nos ha dado!"

La mística de la acción apostólica y la unión fraterna de todos en Cristo y en el Padre Celestial: Este es el mensaje que San Vicente proyecta a todos los siglos como un eco potente del Evangelio y de la Iglesia, desde su sillón, donde muere plácidamente en las primeras horas del 27 de septiembre de 1660, bendiciendo, como Patriarca de la Caridad, a todas las instituciones que habrán de irradiar de su orientación y cuyo patrocinio universal le confió la Iglesia con fiesta especial el 20 de diciembre.

VEREMUNDO PARDO, C. M.

26 sept 2013

En el mundo.. el dolor del hombre



En el mundo.. el dolor del hombre


Jesús, te quedaste en la Eucaristía, ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay! 
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net



Hoy hay sombras en la Capilla...quizá sea porque está atardeciendo...

Tu, Jesús, estás como siempre, silencioso en tu eterna espera....pero tienes el oído atento para todo el que llega, para todo el que te quiere decir algo....penas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas....Tu corazón abierto está para quién a ti llega....y yo se que te quedaste ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

En muchas ocasiones este dolor es provocado por el hombre mismo: terrorismo, rencores, odios, venganzas, ambiciones, ansias de poder con el juego sucio y mal intencionado que no se detiene ante nada y llega hasta el crimen... niños que desean vivir y nunca lo harán. Siembra de dolores que parecería no tener límites...

Pero también el hombre sufre por enfermedades incurables y por cataclismos de la naturaleza: terremotos, tifones, lluvias torrenciales que desbordan ríos y rompen presas, fuegos que empiezan por una chispa y se incrementan destruyendo todo lo que alcanza y esto podría ser una lista interminable de dolor y de muerte que constantemente vemos que hay sobre la tierra.

Y el hombre, todos nosotros, Señor, nos preguntamos ¿por qué?

Y esta es una pregunta difícil de contestar...

En silencio te miro Jesús, cierro los ojos y espero...

Pienso en este Planeta donde vivimos... él es como es....tiene nieves que se desploman y forman aludes, tiene lluvias que desbordan ríos, tienen vientos que por circunstancias atmosféricas se convierten en ciclones, tiene movimientos telúricos de acomodación de su corteza terrestre que a veces son sismos catastróficos y mortales, tiene volcanes que están activos y de hecho han llegado a hacer erupción destruyendo a ciudades enteras.

En ese vaivén de acontecimientos vivimos desde que apareció el hombre sobre el planeta Tierra y sabemos que nuestra existencia está sobre la fragilidad de lo que es hoy y mañana no. 

Pero para todos los sufrimientos hay una luz en el túnel negro y angustiante del dolor... y tu, mi Señor, me lo estás diciendo: Esa luz está en el misterio de tu Cruz. Tu Cruz permanecerá mientras el mundo gire. 

¿Podrías tu Señor, digamos justificarte ante la Historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa "historia" TU CRUZ?

Tu, además de ser Omnipotente, infinitamente Sabio, infinitamente Justo, no eres el Absoluto y Poderoso que está "fuera del mundo" y al que por lo tanto le es indiferente el sufrimiento humano porque eres... AMOR.

Y por "ese " AMOR, te pones, en libre elección, al servicio de las criaturas.

Si en la historia de la humanidad está presente el sufrimiento, entiendo entonces por qué tu omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz. 

Mi amado Jesús Sacramentado, El escándalo de tu Cruz - decía el Papa Juan Pablo II en su maravilloso libro "En el umbral de la esperanza"- sigue siendo la clave para la interpretación del GRAN MISTERIO DEL SUFRIMIENTO, que permanece de modo tan integral a la historia del hombre

Ya ha caído la noche. Yo te miro, Tu me miras.... siento la humedad de las lágrimas en los ojos cuando te digo: 

Gracias, Señor, por esa Cruz... por tu cruz, que nos redime y que nos da la fuerza para seguir...

¡AUNQUE EL DOLOR NOS ALCANCE! 

Santo Evangelio 26 de Septiembre de 2013




Día litúrgico: Jueves XXV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.


Comentario: Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD (Cataño, Puerto Rico)
Buscaba verle

Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.

Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas. 

En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia. 

Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!

Santos Cosme y Damián 26 de Septiembre


26 de Septiembre

SANTOS COSME Y DAMIÁN

 (c. 300)


Con los santos populares de los primeros siglos la leyenda ha hecho estragos. De tal manera ha embrollado sus vidas, que ahora nos resulta poco menos que imposible desenmarañar la madeja.

 Si fueron santos que, además, tuvieron mucho culto, que vieron surgir en honor suyo numerosas iglesias, que favorecieron con el beneficio de sus milagros a los fieles que se encomendaban a ellos, entonces la cosa se complica, hasta el punto de que podamos encontrarlos sufriendo el martirio en poblaciones distantes o hallar sus cuerpos enterrados en santuarios diferentes.

 Todo se comprende partiendo de la devoción popular, que pedía detalles, anécdotas, referencias concretas, y si eran prodigiosas, mejor.

 Y nunca faltaban quienes se prestasen a saciar este ansia de noticias. No con mala intención, sino simplemente para glorificar al santo bendito. Eran tiempos en que el concepto de lo histórico no tenía un significado tan riguroso como en nuestros días.

 Por eso, al comenzar la semblanza de San Cosme y San Damián habremos de desbrozar primero el terreno para quedarnos con el hecho cierto de su existencia, atestiguado por la enorme extensión de su culto, que alcanzó de Oriente a Occidente,

 Lo que refieren las gesta Cosmae et Damiani merece poco crédito. Queden como ejemplo típico de leyendas hagiográficas, a las que el padre Delehaye dio hace ya años el golpe de muerte. Es verdad que todavía las recoge el segundo nocturno de maitines de su oficio litúrgico. Eso quiere decir únicamente la penosa tarea que tiene delante la Comisión Histórica de la Sagrada Congregación de Ritos antes de proceder a una reforma del breviario. Actualmente .nos sirven de resumen de las pasadas tradiciones, a través de las cuales se percibe lo fabuloso. Veamos lo que dice el martirologio romano de estos Santos:

 "En Egea, ciudad del Asia Menor, los dos santos hermanos Cosme y Damián, que en la persecución de Diocleciano sufrieron diversos tormentos, pues como hubiesen sido cargados de cadenas, arrojados a la cárcel, pasados por el agua y por el fuego, crucificados y por fin asaeteados, sin experimentar daño alguno gracias al auxilio divino, acabaron siendo decapitados hacia el año 300".

 Las lecciones del oficio dicen además que "eran médicos muy distinguidos, que tanto como por sus conocimientos en medicina curaban con la virtud de Cristo, aun aquellas enfermedades que se consideraban incurables".

 La tradición constante los designa con el calificativo agua y por el fuego, crucificados y por fin asaeteados, sin exigir honores por sus servicios.

 Pero aquí surge otra vez la duda: ¿fueron médicos en el sentido profesional de la palabra, o fueron más bien médicos sobrenaturales en virtud de las sanaciones milagrosas debidas a su intercesión después de muertos?

 Esto segundo parece más probable y contribuyó eficazmente a la asombrosa propagación de su culto. Ya San Gregorio de Tours, en su libro De gloria martyrium, escribe:

 "Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente".

 A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Cyro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí. Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia. En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.

 En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente.

 En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano.

 Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.

 Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII.

 El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.

 Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.

 Tan magnífico desarrollo alcanzó su culto, por influjo sobre todo de los bizantinos, que, además de esta fecha del 27 de septiembre, se les asignó por obra del papa Gregorio II la estación coincidente con el jueves de la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la fecha exacta de la mitad de este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a numerosa asistencia de fieles, que acudían a los celestiales médicos para implorar la salud de alma y cuerpo. Caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta, secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus en el introito y ofertorio y estando destinada la lectura evangélica a narrar la curación de la suegra de San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que obró el Señor en Cafarnaúm aquel mismo día, así como la liberación de muchos posesos. Esta escena de compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma, en el santuario de los anárgiros, con los prodigios que realizaban entre los enfermos que se encomendaban a ellos.

 El texto de la misa que acabamos de referir, cuyas oraciones son del sacramentario Gelasiano, debió de ser el empleado en la dedicación de la iglesia de los gloriosos taumaturgos, como lo abona la lectura de la epístola, tomada de Jeremías, en que se reprende la actitud de los judíos, que sólo veían en su templo de Jerusalén una gloria nacional, sin percibir que la presencia divina se hace más cercana para aquellos que cumplen los mandamientos y practican sobre todo la caridad con el prójimo. Esta misa debió de ser la usada primitivamente el 27 de septiembre, transferida después a la estación cuaresmal del jueves de la tercera semana. La actual para hoy tiene también muy en cuenta el poder milagroso de los dos hermanos, pues la lectura del evangelio nos presenta a Cristo rodeado de las turbas, "que querían tocarle, porque salía de Él una virtud que curaba a todos". A pesar de la restauración un tanto "bárbara" que llevó a cabo el papa Barberini, Urbano VIII, en 1631, la iglesia de San Cosme y San Damián en el Foro es una de las más hermosas de Roma. En la actualidad es título cardenalicio. En el ábside, un antiguo mosaico de fondo obscuro con nubes rojas nos presenta a Cristo "con unos ojos grandes, que miran a todas, partes", como dice el epitafio de Abercio, llenando con su presencia toda la sala de la asamblea. A uno y otro lado están los hermanos médicos, prontos a escuchar las súplicas de sus devotos.

 Cabría preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no obran las maravillas de las antiguas edades? Tal vez la contestación podría formularse a través de otra pregunta: ¿Por qué hoy no nos encomendamos a ellos con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros?

 También podría entrar en la providencia divina el reservar cada época a determinados santos, y así tenemos que en el sepulcro del monje Charbel Makhlouf, muerto en 1898, vecino libanés de los médicos sirios, parecen renovarse los prodigios que de éstos nos refieren los historiadores.

 Pero lo que conviene es que no se apague la fe, que la mano del Señor "no se ha contraído". Y si San Cosme y San Damián continúan siendo patronos de médicos y farmacéuticos, bien podemos seguirles invocando con una oración como ésta, de la antigua liturgia hispana: "¡Oh Dios, nuestro médico y remediador eterno, que hiciste a Cosme y Damián inquebrantables en su fe, invencibles en su heroísmo, para llevar salud por sus heridas a las dolencias humanas haz que por ellos sea curada nuestra enfermedad, y que por ellos también la curación sea sin recaída".

 CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

25 sept 2013

¿Eres un cristiano sin resurrección?



¿Eres un cristiano sin resurrección?

Homilía del Papa en la Casa de Santa Marta. 10 septiembre 2013
Autor: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va


Los cristianos están llamados a anunciar a Jesús sin temor, sin vergüenza y sin triunfalismo. El Papa subrayó el riesgo de convertirse en cristianos sin Resurrección e insistió en que Cristo es siempre el centro y la esperanza de nuestra vida. 

Jesús es el Vencedor, Aquel que ha vencido sobre la muerte y el pecado. El Papa Francisco ha desarrollado su homilía reflexionando sobre las palabras sobre Jesús en la Carta de San Pablo a los Colosenses. A todos nosotros, ha dicho el Papa, San Pablo aconseja caminar con Jesús "porque Él ha vencido, caminar en Él enraizados y edificados sobre Él, sobre esta victoria, firmes en la fe". Este es el punto clave, recalcó el Papa: "¡Jesús ha resucitado!". Pero, continuó, no es siempre fácil entenderlo. El Papa recordó, por ejemplo, que cuando San Pablo se dirigió a los griegos en Atenas fue escuchado con interés hasta que habló de Resurrección. "Esto nos asusta, mejor dejémoslo allí". 

Un episodio que también hoy nos cuestiona:

"Hay tantos cristianos sin Resurrección, cristianos sin Cristo Resucitado: acompañan a Jesús hasta la tumba, lloran, lo quieren tanto, pero hasta allí. Pensando a esta actitud de los cristianos sin Cristo Resucitado, yo he encontrado tres, pero son tantos: los temerosos, los cristianos temerosos; los vergonzosos, aquellos que tienen vergüenza; y los triunfalistas. Estos tres ¡no se han encontrado con Cristo Resucitado! Los temerosos: son aquellos de la mañana de la Resurrección, aquellos de Emaús... se van, tienen miedo". 

Los Apóstoles, recordó el Papa, se cierran en el Cenáculo por temor. "Los temerosos - advirtió - son así: temen pensar en la Resurrección". Es como, observó, si permaneciesen "en la primera parte de la partitura", "tenemos temor del Resucitado". Hay también cristianos vergonzosos. "Confesar que Cristo ha resucitado - constató - da un poco de vergüenza en este mundo" que "va tan adelante en las ciencias". A estos cristianos, dijo, Pablo pide prestar atención que ninguno los engañe con la filosofía y con los trucos vacíos inspirados en la tradición humana. Estos, dijo, "tienen vergüenza" de decir que "Cristo, con su carne, con sus heridas ha resucitado". Existe finalmente el grupo de cristianos que "en su íntimo no creen en el Resucitado y quieren hacer una resurrección más majestuosa de aquella" verdadera. Son los cristianos "triunfalistas":

"No conocen la palabra "triunfo", solo dicen "triunfalismo", porque tienen como un complejo de inferioridad y quieren hacer... Cuando observamos a estos cristianos, con tantas actitudes triunfalistas, en su vida, en sus discursos y en su pastoral, en la Liturgia, tantas cosas así, es porque en los más íntimo no creen profundamente en el Resucitado. Y Él es el Vencedor, el Resucitado. Ha vencido. Por esto, sin temor, sin miedo, sin triunfalismo, simplemente mirando al Señor Resucitado, su belleza, también meter el dedo en las heridas y la mano en el costado". 

Este - agregó - es el mensaje que Pablo nos da hoy: Cristo "es todo", es la totalidad y la esperanza, "porque es el Esposo, el Vencedor". El Evangelio de hoy, continuó, nos muestra una muchedumbre de gente que va a escuchar a Jesús y también hay tantos enfermos que tratan de tocarlo, porque de Él "brotaba una fuerza que curaba a todos":

"¡Nuestra fe, la fe en el Resucitado: aquello vence el mundo! Vayamos hacia Él y dejémonos, como estos enfermos, tocar por Él, por su fuerza, porque Él carne y hueso, no es una idea espiritual que pasa... Él está vivo. Ha Resucitado. Y así ha vencido el mundo. Que el Señor nos dé la gracia de entender y vivir estas cosas". 

Santo Evangelio 25 de Septiembre de 2013


Día litúrgico: Miércoles XXV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.


Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades

Hoy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, éstos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.

El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquélla que nunca se ha de marchitar.

Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como ha escrito Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».

Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.

San Cleofás, 25 de Septiembre


25 de Septiembre

San Cleofás

Archidiócesis de Madrid


Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús y la otra en San Juan cuando habla de una "María, la mujer de Cleofás" que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde en que fue crucificado y moría Jesús. Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía haber bastantes en Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía ser un cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que hoy narramos. 

Es la alborada del Domingo. Unas mujeres enamoradas de Jesús quieren envolver en lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cadáver que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando lo pusieron en el sepulcro. En aquel momento hubo tanto... tanto dolor y tan poco tiempo que la noche se echaba encima y solo pudieron improvisar. Hoy, pensaban, con la luminosidad del día, podremos demostrar con obras el amor que le tuvimos sin miedo a que sea un obstáculo el tiempo; sí, hoy será distinto. 

El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles avisan que está vivo el muerto. Las mujeres, locas de alegría, nerviosas, corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden creer ese inusitado acaecimiento. 

La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados. Como los hombres también lloran, aún mantienen sus ojos la hinchazón y rojez de abundantes lágrimas derramadas a moco tendido no hace mucho tiempo, quizá cuando se despidieron de sus compañeros. Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho. Son tantos años juntos, tantas ilusiones truncadas, tantas promesas secas, tantas alegrías cegadas... hasta los proyectos del Reino se esfumaron con los clavos, la cruz y la lanza. Con Jesús muerto mal se anda. 

Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían "ofuscada la mirada". Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les recordó que ya estaba previsto por los profetas. 

Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: "Quédate con nosotros, que el día ya declina". El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En este instante le reconocieron. 

Ahora, desandar lo andado para decirle a los hermanos que las mujeres mañaneras tenían razón no es pesado, es alegría; avanzan en la noche tan seguros como a pleno día porque lucen mucho las estrellas, los pasos se han tornado ágiles y firmes, el corazón late con fuerza, el gozo se ha hecho vida. Notan la vehemencia de decir pronto a los otros que Jesús sí es el Mesías. Con Jesús Vivo bien se camina. 


24 sept 2013

Dios, farolas y estrellas




Dios, farolas y estrellas

Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Una farola humilde, pequeña, luminosa. Las estrellas no pueden competir con ella. ¿Por qué? Porque la luz cercana es capaz de eclipsar astros potentes que envían inmensos rayos de luz desde muy lejos, a muchos millones de kilómetros de distancia.

Así ocurre también con la luz de Dios si la convertimos en algo lejano, casi invisible. Preferimos una farola cercana a ese rayo de esperanza que vino al mundo para iluminar a cada hombre. Preferimos un juego, un placer, un rato de sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo para escuchar la voz de un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.

¿Por qué hemos dejado que Dios se "eclipse" ante tantas farolas de la vida moderna? ¿Por qué no permitimos que su luz llegue a nuestros corazones? ¿Por qué no lo escuchamos en su Hijo Jesucristo?

Para ver estrellas maravillosas hay que alejarse de aquellas farolas que impiden ver las hermosuras de nuestro cielo. Para escuchar a Dios hemos de apartarnos de hábitos de pecado, de apegos a bienes materiales o espirituales, para lanzarnos a la aventura de la escucha de la Palabra.

Dios es mucho más potente que las estrellas, que las farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y confuso. Si damos un paso decidido hacia espacios nuevos, dejaremos que la Luz brille en los corazones. Entonces sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad inigualable: la que nace cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados por un Padre bueno.

Preguntas o comentarios al autor
P. Fernando Pascual LC

Santo Evangelio 24 de septiembre de 2013



Día litúrgico: Martes XXIV del tiempo ordinario

Santoral 24 de Septiembre: La Virgen de la Merced

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».


Comentario: Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé (Lleida, España)
Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.

Nuestra Señora de la Merced.- 24 de Septiembre



24 de septiembre

NUESTRA SEÑORA

 SANTA MARIA DE LA MERCED



El nombre de Santa María de la Merced sonó por vez primera a orillas del Mediterráneo, en el siglo XIII.

 Eran siglos de fe y de lucha. El sur y el levante de nuestra Patria estaban en poder de los árabes. Las aguas del mar Mediterráneo estaban infestadas de corsarios turcos y sarracenos, que lo mismo abordaban a los barcos, que desembarcaban en las cestas y entraban a sangre y fuego por campos y caseríos, reduciendo a ceniza los pueblos y cautivando a sus habitantes.

 La esclavitud llegó a ser un hecho real, político, social y económico, surgido de las guerras, del corso y de la enemistad religiosa entre cristianos y mahometanos. Cuando Alfonso el Sabio dio la definición de los cautivos, dijo que eran "aquellos que caen en prisión de omes de otra creencia".

 La esclavitud era un viejo abuso en la sociedad. Los apóstoles, y especialmente San Pablo, se enfrentaron con ella. Para debelarla, o paliarla, se habían hecho esfuerzos generosos, una veces aislada y personalmente, otras colectivamente, por medio de cofradías, hermandades y órdenes religiosas, e incluso se acudió a las gestiones diplomáticas entre los Estados.

 Pero el mal era tan profundo que se requerían modos nuevos y gentes nuevas para esta campaña de la libertad. Las oraciones subían al cielo con clamores de esperanza y no eran los cautivos los últimos en implorar el auxilio de la Providencia, por medio de la Virgen Santísima.

 Por otro lado, almas tan generosas y caritativas como San Pedro Nolasco, a quien se llamó el Cónsul de la Libertad, no podían contemplar dicha calamidad social sin sufrir en su corazón y sin echarse a los pies de María, para pedirle el remedio corporal y espiritual de aquellos cautivos.

 Y, como la caridad es activa, no se limitó sólo a la oración, sino que, impulsado por aliento celestial, vendió cuanto poseía y, valiéndose de su condición de mercader, empezó a tratar en la compra y el rescate de los cautivos, iniciando de este modo su obra redentora. El favor divino incrementó su empresa.

 Muy pronto un grupo de jóvenes escogidos por su nobleza y por su fe se unieron a esta labor. Dentro de la misma corte real de Aragón prendió el chispazo de la caridad y se dieron ánimos a la noble conducta de estos misioneros de la libertad y, en especial, a su capitán y mentor, el nunca desmayado Nolasco.

 Una noche, la que va del 1 al 2 de agosto de 1218, hallándose Pedro Nolasco en oración, se le apareció la Santísima Virgen rodeada de ángeles y radiante de gloria, y no sólo le animó en sus intentos, sino que le declaró la histórica revelación de su misión mercedaria, y tal revelación fue la siguiente:

 "Que la obra de redimir cautivos, a la cual él se dedicaba, era muy agradable a Dios, y para perseverar en ella y engrandecerla y perpetuarla le transmitía el mandato de fundación de una Orden religiosa, cuyos miembros imitaran a su Hijo, Jesucristo, redimiendo a los cristianos cautivos de infieles, dándose a sí en prenda, si fuera menester, para completar la obra de libertad encomendada."

 Desapareció la Santísima Virgen y quedó Nolasco arrobado en la fruición de la gloria de Dios, que se había acercado a él con la embajada de María. Si grande era su gozo, mayor era su humildad, creyéndose indigno de aquella celestial visita.

 Disputan los autores si la visión de la Santísima Virgen fue material y corpórea, en que los sentidos percibiesen y distinguiesen con claridad, o bien fue visión interna o espiritual, como un rayo de luz fulgente venido de Dios.

 Dentro de las tradiciones mercedarias se repite más la palabra descensión que la de visión. Y el papa Pío VI, el 2 de agosto de 1794, permitió usar el término descensión en el introito y en el prefacio de la misa que celebra la Orden el 24 de septiembre y todos los sábados del año en honor de la excelsa Reina de los cielos y Madre de la Orden mercedaria.

 Con esta aparición, la Virgen vino a dar realidad a las ardientes aspiraciones de Nolasco, que no eran otras que la redención y salvación de los cautivos. Ese hecho maravilloso fijó para siempre el rumbo de su vida, selló con carácter específico su santidad y lo confirmó en el ejercicio de la caridad, que más tarde lo convertiría en héroe de esta virtud.

 A las muchas glorias literarias, históricas, políticas, militares y civiles de que goza la ciudad de Barcelona, suma con especial blasón la de haber sido escogida por la Virgen para lugar de su aparición, como antes se apareciera en Zaragoza, como luego lo haría en Lourdes, en Fátima y en otros puntos.

 Diez días más tarde San Pedro Nolasco se decidió a cumplir el mandato divino, alentado y apoyado por el rey don Jaime el Conquistador y por el consejero real San Raimundo de Peñafort. A tal efecto, el día 10 de agosto de 1218, fiesta de San Lorenzo, ante el altar de Santa Eulalia de la iglesia catedral de Barcelona, el obispo de la misma, don Berenguer de Palóu, vistió canónicamente el hábito blanco al Santo y algunos de los jóvenes que con él trabajaban y quedó fundada la Orden de la Merced.

 La Virgen sonrió desde el cielo, alegrado su corazón de Madre y de Corredentora con esta fundación mercedaria. Vio realizado su fiat creador. Desde entonces María quedó constituida en madre especial de los nuevos frailes y de sus hermanos los cautivos y reinaría poderosa para siempre en el corazón de cuantos la invocan con el título de la Merced.

 Durante el siglo XIII se llamó a la nueva Orden de la Merced o de Santa Eulalia, de Santa María de la Merced, o de la Misericordia de los Cautivos, y actualmente se le dice de la Merced o de las Mercedes. La palabra merced quiso decir durante la Edad Media misericordia, gracia, limosna, caridad. En este sentido pudo escribir Alfonso el Sabio: "Sacar a los omes de captivo es cosa que place mucho a Dios, porque es obra de merced".

 La Virgen de la Merced, al fundar su Orden, echó los cimientos de una obra en alto grado humanitaria y social. Por ella vino la redención, la esperanza y la libertad. Por amor de ella, la caridad se hizo sangre, sacrificio y martirio. Con su apoyo se llevaron a cabo los mayores heroísmos.

 Pero, entiéndase bien, la teoría y el hecho de la redención mercedaria, lo mismo en las directrices de la Virgen que en la actuación de Nolasco y los primeros frailes, que en la tradición de la Orden, no era simple, neta y material redención de los cuerpos, sino una redención deifica y misionera.

 Quien así entendiera la historia de la Merced se quedaría lamiendo la cáscara, sin gustar el fruto. El redentor mercedario era un sembrador de Cristo entre fieles e infieles, buscaba almas para Cristo, reintegraba a los perdidos, sostenía a los flacos, prevenía de la apostasía, combatía al Corán, era apóstol integral y hacía un cuarto voto de quedar en rehenes por los cautivos y dar su vida por ellos, si menester fuese, pero no por un interesado juego comercial, sino cuando peligraba su fe.

 Por esta redención total, con la primacía del espíritu, fue por lo que hubo tantos mártires mercedarios. Y bajo este aspecto se ha de entender la historia de las redenciones mercedarias.

 A lo largo de los siglos, la Orden de la Merced ejecutó centenares de redenciones colectivas, unas anónimas y olvidadas, otras conocidas y perfectamente documentadas. El número de los redimidos estuvo sujeto a mil azares y condiciones de tipo social, económico, político y hasta bélico. Hubo redención en que los frailes de María de la Merced arrancaron de la esclavitud a más de cuatrocientas personas entre clérigos, mujeres, niños, soldados y hombres de diversa edad.

 Cada redención suponía tres etapas: la de preparación, la ejecutiva y la vuelta al hogar.

 Antes de pasar al Africa para redimir, era menester recaudar limosnas, predicar por los pueblos, anunciar las redenciones y reunir los caudales de los conventos, en donde, a veces, hasta los cálices se vendieron para hacer con sus precios caridad. Mientras tanto eran nombrados los redentores, cuya elección recaía siempre en frailes dotados de virtud, ciencia y un espíritu inabordable al cansancio y al desaliento.

 Su primera diligencia al llegar a Fez, Tetuán, Argel u otro lugar de redención era visitar los baños donde habitaban los tristes cautivos. Empezaba la oferta y la demanda. El mercedario llevaba la visita de la Virgen, consolaba, animaba, oía penas, repartía esperanzas y rompía grillos. En no pocas ocasiones se quedó en rehenes, sufrió el martirio, conoció el propio cautiverio y llegó a la muerte violenta por el odio que los mahometanos tenían a la religión cristiana.

 Los sufrimientos de San Pedro Nolasco, el apaleamiento y el candado de San Ramón Nonato, la crucifixión de San Serapio, la horca de San Pedro Armengol, que la Virgen milagrosamente suspendió; la decapitación de San Pedro Pascual y la innumerable historia de víctimas mercedarias son el fleco de sangre y el honor de las redenciones.

 Cuando los navíos fletados volvían con su preciosa carga de personas rescatadas a un puerto español, francés o italiano, el recibimiento era cordial, espontáneo y apoteósico. Salían a los muelles las comunidades, los consejos, el pueblo todo. El estandarte de la redención, las cadenas mostradas como exvotos, los andrajos de los cautivos, los cantos de libertad, las lágrimas de unos y otros, eran como un himno colosal y fervoroso a la gran Redentora, a María de la Merced, cuya imagen no faltaba nunca en la procesión que con este motivo se organizaba.

 Las constituciones de la Orden de la Merced, previendo la situación precaria de los redimidos, mandaban que se les cuidase, alojase, alimentase, vistiese y regalase, y que se les proveyera de viático, para que volvieran con decencia y alegría a sus hogares.

 Necesariamente el nombre de Santa María de la Merced sonaba en los caminos, en las posadas, sobre los puentes y en las montañas; en el alma y en los corazones; en las iglesias y en los hogares. La colosal labor de la Orden de la Merced venía a ser un ejercicio obediente de la voluntad de Cristo, manifestada por la voz de María. Y hacia ella volaban las oraciones, la gratitud y la alabanza.

 El culto público de la Virgen de la Merced puede decirse que comenzó a tributársele desde la primera iglesia que los mercedarios tuvieron en 1249, Se sabe que en 1259 su devoción estaba muy extendida por toda Cataluña, como lo demuestran exvotos, legados y documentos de aquella época. Muy pronto se la veneró en toda la península española, en Francia y en Italia, y al advenir los tiempos de los descubrimientos de América, los mercedarios la llevaron a las nuevas tierras, en donde perdura su devoción con caracteres multitudinarios, pues es la patrona de iglesias, de pueblos, de obispados y de naciones.

 En el año 1255 existía ya la Cofradía de la Merced, con el doble objeto de dar culto a María y ofrecer colaboración a los redentores mercedarios. En 1265 aparecieron las primeras monjas mercedarias con Santa María de Cervellón. En ambos casos el escapulario que vestían era el que, según tradición, entregó o señaló la Virgen a San Pedro Nolasco.

 Fue voluntad de Dios que todo lo tuviésemos por María. La Orden de la Merced aplicó esta teoría tanto en su régimen interior como en su proyección externa. Conocer, amar y servir a María es la medula y el vivir del espíritu mercedario. Y en este afán de honrarla logró que su misa y oficio de rito doble fuese extendido a la Iglesia universal por el pontífice Inocencio XII, en el año 1696.

 La Virgen de la Merced contribuyó a fortalecer la nacionalidad e independencia española; contribuyó al triunfo y esplendor del catolicismo en nuestra Patria; coadyudó al progreso y libertad de las sociedades en lucha con el Islam; colaboró al bienestar y alegría de miles de familias, que pudieron abrazar de nuevo a sus miembros arrancados de la dura esclavitud.

 En el museo de Valencia hay un cuadro de Vicente López en el que varias figuras anhelantes vuelven su rostro a la Virgen de la Merced, como diciendo: Vida, dulzura, esperanza nuestra, a ti llamamos...; mientras la Virgen abre sus brazos y extiende su manto en ademán de amor y protección, reflejando su dulce título de Santa María de la Merced.

 GUMERSINDO PLACER LÓPEZ, O. de M.