28 jun 2019

Aprenda del fracaso

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Aprenda del fracaso

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


Todos hemos experimentado fracasos en nuestra vida familiar, en los estudios, en el trabajo o los negocios, en la formación de nuestros hijos, en nuestra relación con Dios y cuando nos enfrentamos con nuestras propias debilidades y pecados. La mayoría de las veces logramos nuestros objetivos y sentimos gran satisfacción, pero otras veces nuestra experiencia es muy distinta. Piense por un momento en el fracaso del Hijo de Dios. Jesús fue abandonado por sus discípulos, burlado y ultrajado por sus enemigos y finalmente colgado en una cruz como si fuera un criminal. Se ha detenido a pensar que, desde el punto de vista humano, el fracaso de Jesús fue increíblemente grande y desastroso. Pero, ¿cuál fue el resultado de ese fracaso, de esa muerte? Sencillamente, Cristo Jesús murió en la cruz para salvarnos de la muerte, para abrirnos las puertas del cielo y para que resucitáramos con El a la vida eterna. ¡Dios transformó el fracaso de su Hijo en una gran victoria! 

Esta es la mayor lección de nuestra vida. No pueden haber triunfos sin fracasos. Por eso decimos que no hay Domingo de Resurrección sin Viernes Santo. No puede haber gloria sin cruz. Nuestra mayor gloria no consiste en nunca caer sino en levantarnos cada vez que caigamos. 

El fracaso se debe ver como lo que es: un maestro que nos enseña nuestras debilidades y nos indica lo que tenemos que hacer para perfeccionarnos, al igual que cualquier campeón en alguna disciplina deportiva. Los fracasos nos conservan humanos, humildes y nos ayudan a entender que, en verdad, no somos Dios sino simples criaturas. Sólo hay un Dios que es perfecto y santo. El hombre sabio e inteligente acepta la derrota como la lección más valiosa. En cambio, los orgullosos y altaneros nunca aprenden de sus fallas porque no las admiten. 

El fracaso es la escuela del éxito. Una cosa es fracasar en la vida y otra es ser un fracasado. El hombre que no hace nada, que no se propone metas ni lucha por lo que quiere no puede sentir que ha fallado porque simplemente no ha intentado siquiera hacer algo. Sin embargo, es un fracasado total porque el éxito real está en la lucha. Si el fallo ha sido por intentar alcanzar metas elevadas y grandes, ¡bendito sea el fracaso! Eso le hará pensar que tiene metas y razones concretas por que vivir y luchar. 

Cualquiera que sean las circunstancias en la vida, un fracaso no es el fin de la jornada sino solamente un paso a lo largo del camino. Cuando cometa un error, sienta cierta cólera, pero no en contra de usted ni contra nadie, sino contra el obstáculo que se le presentó y no pudo superar. Haga que esa cólera se convierta en agresividad positiva. Lo importante es la actitud, la forma de enfrentarse a los problemas y obstáculos, el ver los errores como lecciones y como escalones para la superación. Si usted es una persona positiva, logrará que cada fracaso se convierta en uno de los grandes bloques que van dando forma a la estructura de su vida. 

Si alguna vez la derrota toca a la puerta de su vida, su tarea va a consistir en no rendirse nunca sino en levantarse y continuar enforzándose para aprender de sus errores y vencer. Toda derrota es una bendición en cierto modo, pues la vida no consiste en una sola oportunidad sino en muchas. Estudie cuidadosamente y analice las razones por las que fracasa y así aprenderá a tener éxito. La derrota es un acompañante cotidiano que nos hace volver a evaluar nuestras metas para decidir si son auténticas y si vale la pena el esfuerzo de seguir luchando por ellas. 

Usted debe aprender a superarse y crecer, porque una cosa es que fracase en algo en la vida y otra es que sea un fracasado. No permita que un fracaso destruya su entusiasmo e iniciativa y acabe con su voluntad para luchar. Comience cada día con un pensamiento motivador. Piense que usted va a llevar a cabo todo lo que pueda proponerse ese día y que Dios lo acompañará a realizarlo. El Señor transformará sus posibles fracasos en grandes éxitos. 

Dios nos ama profundamente con un amor que hace surgir lo mejor de nosotros. El no nos abandona cuando fallamos sino que está siempre con nosotros para que no nos desanimemos. Con Dios podemos cambiar nuestra debilidad en fortaleza porque El nos ama, aún y a pesar de lo que hemos hecho. Esto es algo verdaderamente maravilloso que nunca debemos olvidar para conservarlo siempre en nuestra mente y nuestro corazón. Recuerde que CON DIOS, SOMOS . . . ¡INVENCIBLES! 



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