6 ene 2020

Epifanía: Dios revela quién es



EPIFANÍA: DIOS REVELA QUIÉN ES

Por Frabcisco Javier Colomina Campos

Celebramos hoy un día entrañable para todos nosotros, especialmente para los más pequeños. Es el día de los Reyes Magos. Esta fiesta de hoy se llama la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación. Dios revela quién es. Se dice que hay tres epifanías a lo largo del año: la del día de hoy, la del Bautismo del Señor que celebraremos el domingo próximo, y la de las bodas de Caná. En cada uno de estos momentos Cristo reveló su gloria, manifestó quién es.

1. Dios manifiesta su gloria. En estas fiestas de Navidad contemplamos a Dios que ha nacido en Belén, y ese niño pequeño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, es la manifestación de la gloria de Dios. Parece algo inverosímil: que el poder y la gloria de Dios, creador de todo y Señor del mundo entero, se manifieste en la pequeñez de un niño recién nacido e indefenso. Sin embargo, así es como actúa Dios, y así lo creyeron aquellos sabios venidos de Oriente, que reconocieron en aquel niño al mismo Dios hecho hombre. Desde antiguo Dios se manifestaba en signos imponentes: una columna de fuego, una zarza que arde sin consumirse… Dios hablaba a través de los profetas. Sin embargo ahora Dios ha querido mostrarse en persona, hecho hombre. En ese niño pequeño, indefenso, nacido para nuestra salvación, vemos el poder de Dios que viene a salvarnos mediante su entrega por amor a nosotros. Ésta es la manifestación del mismo Dios.

2. Dios se revela a todos los pueblos de la tierra. Esta manifestación que hoy celebramos no es sólo para unos cuantos hombres, los pastores, el pueblo de Israel o los sacerdotes. Dios se manifiesta a todos los pueblos de la tierra. Así lo ha querido Dios. Lo anuncia ya en la primera lectura de hoy el profeta Isaías, que anima a Jerusalén a levantarse pues sobre la ciudad brilla la gloria de Dios que atrae a todos los pueblos de la tierra. Pablo nos dice en la segunda lectura de la carta a los Efesios que también los gentiles, aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel, son coherederos de la salvación que Dios ha traído en su nacimiento. Pero especialmente en este día reconocemos esta salvación universal para todos los pueblos al encontrar a aquellos Magos venidos de Oriente. Desde los confines del mundo vienen a adorar al Niño Dios, se postran ante Él y le ofrecen sus dones. En la tradición cristiana ha quedado esto reflejado en los tres Reyes Magos, representados cada uno de una raza distinta. Así es como nuestra fe, a lo largo de la historia, ha comprendido la manifestación de la gloria de Dios para todos los hombres de la tierra.

3. Y postrándose lo adoraron. Aquellos Magos se postraron ante el Niño Jesús y le ofrecieron regalos, cumpliendo así la profecía de Isaías de la primera lectura: oro, incienso y mirra. Hemos de fijarnos hoy en esa imagen de los Magos adorando a un niño. ¿Quién iba a ser capaz de reconocer en un niño recién nacido a todo un Dios? Sin embargo aquellos sabios, guiados por una estrella, habían dejado su tierra buscando hacia dónde les conducía el astro. Llegaron a Belén y allí encontraron al niño, lo adoraron, lo reconocieron como Señor y Mesías. Los regalos que nos dice el Evangelio de hoy que ofrecieron al niño son signos que nos hablan de Cristo: oro es lo que se les ofrecía a los reyes, por lo tanto reconocen a Jesús como rey del mundo; incienso es lo que se ofrecía en el templo a Dios, por lo que reconocen que ese niño es Dios verdadero; y mirra es el ungüento con el que preparaban los cuerpos de los muertos para su sepultura, por lo que reconocen que ese Dios verdadero se ha hecho hombre y anuncian ya con este signo la muerte en cruz de Jesús.

Como aquellos Magos, hoy también nosotros nos acercamos de nuevo al portal de Belén, vemos en ese niño la gloria que Dios manifiesta para todos los hombres, y también nosotros nos postramos y lo adoramos. Este es un día de dar y recibir regalos. El mejor regalo que nosotros hemos recibido nunca es el regalo de la salvación que Dios nos trae. Presentémosle nosotros a Cristo nuestros regalos, que no son oro, incienso y mirra, sino nuestro propio corazón. Entreguemos hoy a Dios nuestra vida, ofrezcámonos a nosotros mismos, adorémosle de verdad, pues Cristo es el Señor del mundo que manifiesta su gloria y su poder en un niño recién nacido.

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