15 dic 2019

Preguntemos a Jesús



PREGUNTEMOS A JESÚS

Por Ángel Gómez Escorial

1.- El Evangelio de este Tercer Domingo de Adviento plantea uno de los aspectos más difíciles de todo el relato de la Buena Nueva. Juan, el Bautista, hace preguntar a Jesús por la autenticidad de la misión como Mesías. El tema contrasta con las afirmaciones inequívocas que Juan ha hecho del mismo Cristo. El Bautista ya está en prisión y, probablemente, a pesar de su austeridad y de su escasa búsqueda de satisfacciones, siente la incertidumbre ante que no sea ese el camino de ambos: de Jesús y el suyo, el más adecuado. No es difícil imaginar la inquietud que sufre Juan cuando envía a sus discípulos con tal embajada. Quien había anunciado hasta el heroísmo la llegada del Salvador, duda en los últimos momentos. No es raro porque la psicología humana vive y lucha en un mundo de realidades inseguras y de creencias sometidas, siempre, a la duda. Ahí es donde hace falta el apoyo del Señor para no perder el camino.

2.- En la vida de los creyentes existen esos periodos de duda permanente, de vacilación. Parece como si Dios nos hubiese abandonado, aunque también ocurre que nosotros mismos somos capaces de crear unas expectativas que nada tienen que ver con el camino trazado por Dios. Sea como sea, con momentos terribles. Y dicha situación nos sirve para presentar aquí el frecuente camino de discrepancia que parece inundar todo el ambiente cristiano en muchas ocasiones. No es bastante con las separaciones, cismas o lejanías entre los seguidores de Cristo. En el mismo seno de la Iglesia Católica acontecen esas continuas acciones de discrepancia que, en la mayoría de los casos, no sirven para mucho. ¿Podría Dios librarnos de ellas y conseguir que el Espíritu Santo velase, siempre, por nuestra unidad de criterio? ¿Es eso lo deseable? No. Parece que no. En el trasfondo de cada discrepancia aflora la libertad de cada uno para pensar y opinar. Y Dios nos ha creado libres, aunque a veces reneguemos de esa libertad por lo costosa que es para nosotros ante, precisamente, esas posibilidades de cambios.

3.- Y ante la duda, ¿qué hacer? Pues lo mismo que hizo el Bautista: preguntar a Jesús. Y ante eso, sin duda, llegará la respuesta. Hay que aceptar la discrepancia, pero no hay que sacarla del ámbito de nuestra fe, ni tampoco intentar que nuestras posiciones sean las que ganen. Hay una necesidad permanente de conversar con el Señor --eso es la oración-- y ante lo que pedimos siempre nos llegará respuesta. Es necesario tener abiertos los ojos del corazón para recibir y discernir esa respuesta. En cualquiera de los casos, una nueva duda traerá otra petición de conocimiento a Dios y así sucesivamente. No hay más camino que el de la oración como posición final de nuestras dudas. Ciertamente, que será necesario estudiar y documentarse y, por supuesto, meditar en los caminos ya trazados por el Magisterio de la Iglesia.

4.- La experiencia demuestra que las convicciones humanas, sociales, históricas o ambientales influyen a veces más que las estrictamente religiosas. Hay una tendencia muy actual a valorar las posiciones en la Iglesia como progresistas o conservadoras. Y, en realidad, ambas definiciones suelen ser utilizadas como arma arrojadiza. Hay un ejemplo muy extendido en algunos medios de comunicación al referirse al actual Pontífice y tildarle de muy progresista. No es aceptable la idea de que Francisco sea un Papa revolucionario, pues es, a su vez, muy de los tiempos contemporáneos, muy de lo que la gente espera ahora de la Iglesia. Y unos temas pueden ser muy conservadores y otros. muy progresistas.

5.- El Evangelio habla de vida, paz, pacíficos, amor a los enemigos, humildad, mansedumbre y todo eso es lo contrario a la justicia inapelable, al castigo ejemplar, a soluciones últimas. Se supone que si nosotros somos buenos, nuestros enemigos serán los malos, los asesinos, los desalmados, los que merecen la pena de muerte. Y si les amamos, tenemos que perdonarles. Además solo Dios es propietario de la vida y eso afecta a todos los casos de destrucción de la misma, no hay diferencias particulares. La guerra --que tampoco es justificable-- solo puede estar permitida por la defensa propia. La pena de muerte planteada en el interior de un conflicto bélico llega –si es correctamente administrada— tras un juicio y es ese un acto de reflexión –en el tiempo y en la valoración del delito— en el que los hombres buscan una decisión justa. La única decisión justa respecto a la destrucción de la vida solo está en las manos de Dios. El seguimiento del Evangelio tiende a producir un posicionamiento de la conciencia que repudia toda violencia, incluso que la pudiera justificarse por hechos lícitos. Y esa paz y mansedumbre ha de marcar también los comportamientos sociales y políticos.

6.- Es sabido que la Iglesia condenó a Galileo por sus teorías ciertas sobre la obvia –hoy— redondez de la Tierra. Y Santa Teresa dijo que se sentía satisfecha por morir en el seno de la Iglesia. La frase contiene la idea de que, a pesar de su santidad, era fácil que la apartasen de la misma. Pero ahí está el límite. Antes de salir de la Comunión, de la opción a recibir “legalmente” los sacramentos, es mejor callarse. Aplicar un principio de humildad basado en que la verdad prevalecerá finalmente en el seno de la Iglesia por la presencia continuada del Espíritu. La dificultad aparece, no obstante, en la capacidad actual para difundir mensajes en medios masivos --como Internet--, los cuales pueden producir dudas o escandalizar. Eso es muy digno de tenerse en cuenta y, además, obrar en consecuencia.

7.- La Comunión de los Santos, la condición de la Iglesia como cuerpo del que Cristo es la cabeza nos va a ayudar. No estamos solos. Y una misteriosa relación superior entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo nos apoya. En estos tiempos, necesitamos, asimismo, presentar a nuestra Iglesia como un camino actual, fuerte y sincero que pone en lo más alto el amor a Dios sobre todas las cosas y desde ese mismo amor irradia la ternura --en forma de servicio-- dirigida a nuestros hermanos. Sabemos, además, que Jesús quiere que todos los hombres se conviertan, pero para conseguirlo hay que llegar a ellos. Juan, el Bautista, tuvo dudas. Nosotros, hombres de hoy, también. Pero la respuesta de Jesús llegará enseguida. Y, sobre todo, en estos días del Adviento.

8.- Pablo pide paciencia a los creyentes. Es una virtud difícil. El hombre tiene instinto de superviviente y siempre está intentado cambiar, para su provecho, el curso de las cosas. En muchos casos eso será una acción interesante y, en otras, un auténtico suplicio. La serenidad de esperar no parece que sea una virtud muy extendida. Pero, sin embargo, es necesaria. Los momentos de duda e inquietud --los modernos agobios, el estrés, el bombardeo de noticias, etc.-- producen mucha ansiedad. Y la ansiedad es mala consejera. Jesús nos pide serenidad cuando dice "que cada día tiene su afán" e Ignacio de Loyola habla de que "en tiempo de desolación no hacer mudanza. Seria, precisamente, el santo fundador de la Compañía de Jesús, quien mejor iba a definir –en sus "Ejercicios Espirituales"— esas variaciones internas dentro de la vida espiritual. La "consolación" y la "desolación" definen momentos muy habituales del devenir religioso y condensan tantos cambios internos de carácter que, incluso, producen estupor. Pues, frente a esos cambios, hemos de ejercitar la paciencia, el comportamiento pacifico ante los avatares de la vida.

Qué la oración constante y humilde nos guíe. Ella nos ayudará a entender al camino para no estar diariamente preguntándole a Jesús si Él es el Mesías.

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