13 may 2019

La valentía de anunciar el Evangelio


LA VALENTIA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO

Por José María Martín OSA

1.- No fue fácil coger el testigo de Jesús en el anuncio del Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran que, aunque el anuncio de la salvación ofrecida en Jesucristo a los judíos y a los gentiles se apoya en la misma Escritura, los judíos reaccionan desfavorablemente y promueven incesantes persecuciones en todas partes. La mayoría de los judíos se guían por la justicia de la ley y consideran una blasfemia lo que Pablo les anuncia sobre la gracia. Su segregacionismo religioso se llena de celos ante la generosa acogida que otorgan los gentiles a la nueva fe. No son capaces de reconocer la salvación de Jesucristo, que se ofrece a través de los apóstoles, los pastores que Dios envía para guiar a su pueblo. Hoy día tampoco es fácil ser testigo de Jesús en un mundo descristianizado e indiferente. Pero hacen falta pastores más que nunca que sean valientes y se comprometan en la tarea.

2.- No nos anunciamos a nosotros mismos. En las catacumbas los cristianos representaron a Jesús como el Pastor que lleva sobre su hombro a la oveja perdida. Los ministros –servidores-- de la Iglesia asumieron este título de Jesús, entendiendo su misión como una prolongación de la de Jesucristo. El báculo del obispo se asemeja al cayado que utilizan los pastores para guiar con cariño y amor a sus ovejas. ¿Lo perciben así hoy día los cristianos? El pastor va por delante marcando el camino, acompañando, soportando fríos y calores, superando todos los contratiempos. Nunca debemos olvidar que Jesucristo es el auténtico Buen Pastor, al cual todos seguimos. No nos anunciamos a nosotros mismos, ni vamos por libre, somos enviados por Dios y por la comunidad a anunciar la Buena Noticia. No sembremos discordia o división por nuestros personalismos mal entendidos. Por eso nos recuerda San Agustín en el comentario a este evangelio: “Estén todos en el único pastor, anuncien todos la única voz del pastor, de modo que la oigan las ovejas y sigan a su pastor, no a éste o al otro, sino al único. Anuncien en él todos una sola voz; no tengan diversas voces. Os ruego, hermanos, que anunciéis todos lo mismo y no haya entre vosotros cismas (1 Cor 1,10). Oigan las ovejas esta voz liberada de todo cisma, expurgada de toda herejía, y sigan a su pastor que dice: Las ovejas que son mías, oyen mi voz y me siguen”.

3.- Distinguir los buenos y malos pastores La imagen que utiliza Jesús es muy sugestiva, aunque en una sociedad urbana como la nuestra quizá pase desapercibida y no tiene un significado tan rico como lo tenía en la civilización rural. Puede que alguno piense que la actitud que debemos tomar es la del “borreguismo”. Pero nada de esto quiere decir Jesús. Él siempre invita a seguirle, nunca obliga a nadie, sino simplemente respeta nuestra libertad. Si el buen pastor cuida de sus ovejas, debemos plantearnos esta pregunta: ¿nos dejamos guiar por el auténtico Pastor, o nos dejamos seducir por otras voces que nos engañan y se aprovechan de nosotros? ¿A quién seguimos?, ¿cómo distinguir al buen del mal pastor? Por sus obras, es decir por su entrega los conoceremos. Observemos qué es lo que buscan los pastores, veamos cómo sirven a los más necesitados, miremos su entrega y su generosidad, examinemos si su vida es consecuente con lo que predican.

4.- “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”. Hoy se celebra la LVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones cuyo tema es “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”. El Papa Francisco, recordando sus palabras en la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá, reflexiona en esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones sobre cómo la llamada del Señor “nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él”. Francisco señala que la vocación comporta “promesa” y el “riesgo”. Esto puede observarse contemplando la escena evangélica de la llamada de los primeros discípulos en el lago de Galilea. “La llamada del Señor –asegura el Papa– no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una ‘jaula’ o un peso que se nos carga encima”. Por el contrario, es la “iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos”.

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