24 feb 2019

Otra vez Dios se acercó al hombre

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OTRA VEZ DIOS SE ACERCÓ AL HOMBRE…

Por Antonio García-Moreno

1.- "Nosotros que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial " (1 Co 15, 49) La misericordia de Dios prevalece sobre la miseria del hombre. En medio de aquella maldición resuenan palabras de esperanza iluminada. Llegará el día en que caiga el muro de separación que el hombre ha levantado con su rebeldía. Es cierto que pasarían muchos años, siglos y siglos de expectación y de anhelo. Pero al fin llegó el que tenía que venir. El otro Adán, el hombre nuevo que con su obediencia repararía con creces los daños que ocasionó la desobediencia del viejo Adán.

2.- Otra vez Dios se acercó al hombre, de nuevo le acarició, con sus divinas manos, le habló con tonos de paterno amor. Nunca estuvo el Señor tan cerca, nunca fue tan fácil acudir a él, nunca se mostró su cariño de forma tan sorprendente. Y si las consecuencias del pecado de Adán fueron nefastas, las de la muerte de Cristo fueron maravillosas: hombre redimido, hombre elevado hasta la categoría de hijo de Dios, hombre destinado a la gloria inmarcesible de una dicha sin fin. En verdad que el poder y el amor de Dios fue mayor al redimir que al crear, en verdad que el perdón rebasó con mucho al castigo. Ojalá seamos conscientes de nuestra propia dignidad, esa que Cristo nos ha conseguido al precio de su sangre.

3.- "Amad a vuestros enemigos..." (Lc 6, 27) El premio que Dios promete a quienes sean fieles a sus preceptos rebasa con mucho a cuanto el hombre puede desear. Una vida eterna sin sombra de dolor o de tristeza, una felicidad inefable y siempre duradera. Por eso también sus exigencias rebasan en ocasiones las inclinaciones naturales y congénitas del hombre. Lo cual no quiere decir que pida cosas imposibles. Si así fuera, ningún hombre podría cumplir con la ley divina, por muy grandes y ciertas que fueran las promesas. El Evangelio es arduo de cumplir, pero no imposible. Jesús no ha disimulado jamás las dificultades que lleva consigo el seguirle; al contrario, casi podríamos decir que las ha exagerado en cierto modo. Por otra parte, Él nos ha prometido su ayuda a la hora de la dificultad. De hecho muchos han conseguido la victoria definitiva, a pesar de su debilidad y de sus miserias, tan patentes y graves como las de cualquier hombre.

De todos modos, hay que reconocer que las exigencias del Evangelio suponen esfuerzo y lucha, esa violencia contra uno mismo de la que habla el Señor cuando afirma que sólo los "violentos" entrarán en ese Reino, el de Dios, que padece violencia. En efecto, lo que nos enseña el pasaje evangélico de hoy, supone violentarse a sí mismo. El hombre tiende a querer a los que le quieren y a odiar a los que le odian. Sin embargo, Jesús nos dice que hemos de amar a nuestros enemigos, hacer bien a los que incluso nos odian, hablar bien de los que nos maldicen y orar por los que nos desprecian o injurian. Es más, si es preciso, hay que poner la mejilla izquierda cuando te han pegado en la derecha, y dar la túnica a quien se ha llevado el manto.

Sin duda que son palabras hiperbólicas que encierran un espíritu, más que una casuística detallada. De hecho cuando Jesús en la Pasión recibe una bofetada, no sólo no pone la otra mejilla sino que protesta, serenamente, eso sí, de aquel atropello injusto. Sin embargo, en esa ocasión el Señor no se resiste, se entrega a sus enemigos y les deja hacer con él lo que les parece: una parodia infame y cruel, tejida de espinas y golpes, de insultos y vejaciones. Antes de ese momento, Jesús había huido de sus enemigos, o los había vencido sólo con la majestad de su porte. Cuando llega la hora de entregarse, según la voluntad del Padre, él suplica y llora, suda sangre ante el peligro que se avecina, pero finalmente se entrega con decisión y generosidad. Así nos redime y, al mismo tiempo, nos explica con su ejemplo cuál es el sentido profundo de sus palabras.

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