15 feb 2018

El Espíritu Santo empujó a Jesús hacia el desierto

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EL ESPÍRITU SANTO "EMPUJÓ" A JESÚS HACIA EL DESIERTO

Por Antonio García-Moreno

1.- EL ARCO IRIS.- El diluvio había desolado la tierra. Las aguas cayeron sin parar un momento. Poco a poco el nivel de los ríos y de los mares creció hasta borrar los perfiles geográficos de la tierra. Dios se había arrepentido de crear al hombre. La maldad humana había llegado a tal extremo, que el corazón del Creador se había llenado de tristeza.

 Pero Noé era bueno y Dios se fijó en él, y a él le confía la tragedia que se avecinaba: "Veo llegado el fin de toda la carne, porque la tierra está toda llena de iniquidad por causa de los hombres. He aquí que voy a exterminarlos a todos ellos juntamente con la tierra". Y la palabra de Dios se cumple, y todo animal viviente, todo hombre y toda planta se ahogan bajo las aguas del diluvio.

Pero al final aquello pasó y nuevamente pacta Dios con el hombre. Ahora será Noé el que recibirá el perdón y la promesa. Una vez más, Dios se nos presenta incapaz de aniquilar para siempre al hombre sobre la tierra... Corazón de Dios, siempre dispuesto al perdón. Corazón de Dios, incapacitado para el rencor y para el odio. Haz que en medio de este mundo que se colma, también hoy, de pecados, haya muchos hombres como Noé, hombres justos y buenos que te ganen el corazón hasta conseguir tu perdón y tu paz.

Una señal que indicará la benevolencia entrañable de Yahvé, un signo que recordará a los hombres la infinita misericordia del Señor, un símbolo cósmico que encerrará en sí el profundo amor de Dios para con los hombres. Y sobre los cielos, atravesando las nubes, el arco iris se extiende luminoso, ornando con su suave policromía de sol irisado el aire húmedo de la atmósfera.

Dios promete a Noé no exterminar al hombre. Pacta con él una alianza de paz, comprometiéndose a no anegar nunca más la tierra con el torrente de sus aguas. Bajo palabra de Dios, el diluvio no volverá a inundar más a la tierra.

Gracias, Señor, por tu misericordia, por tu promesa, por tu perdón. Y que, cuando el clamor de los pecados del hombre malo llegue a Ti, te fijes en los hombres que son justos y buenos en tu presencia, y no descargues la fuerza de tu brazo airado sobre este nuestro pobre y viejo, caduco mundo. Que nunca se repita una matanza a nivel cósmico, que esas amenazas de horrendas guerras bacteriológicas o atómicas se queden sólo en nubes grises de tormenta. Y que sobre ellas, finalmente, tu arco iris de paz y de perdón brille con su colorido suave de uno al otro confín de nuestro mar y en nuestra tierra.

2.- SECUNDAR AL ESPÍRITU.- Dice el Evangelio que el Espíritu Santo "empujó" a Jesús hacia el desierto. Otros traducen el original griego por "impulsó". De todas formas lo que hay que destacar es que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, actúa en el principio de la vida pública de Cristo, lo mismo que actuó en la Encarnación del Hijo de Dios y actuará más tarde en Pentecostés, cuando la Iglesia empiece su decisiva singladura. Y lo mismo que María secundó con docilidad la acción del Espíritu con un "fíat", un hágase, sin condiciones, así se dejó llevar Jesús en el comienzo de su ministerio, y la Iglesia en los principios de su historia.

El Espíritu Santo habita en nuestro interior, haciendo de nuestro cuerpo un templo sagrado. Él difunde en nuestros corazones el amor y la fe que nos hace exclamar llenos de esperanza: Abbá, Padre. También nos impulsa a querer a todos los hombres como hermanos, nos empuja con mociones internas, con buenos propósitos, con nobles sugerencias... Ojalá seamos dóciles a sus entrañables llamadas y secundemos su acción con una entrega generosa y firme.

Jesús se retira al desierto, al monte llamado de la Cuarentena. Región de vegetación escasa y tierra pedregosa, terreno desértico propio para alimañas. Lugar de silencio y de austeridad donde el Señor se prepara con el ayuno y la oración, para la más grande empresa jamás soñada, la salvación definitiva, íntegra y eterna del hombre. Su conducta, lo mismo que sus palabras, son una enseñanza que nos interpela a quienes le tenemos como Maestro, una llamada clara y urgente para que también nosotros vivamos estos cuarenta días de la Cuaresma en un clima de penitencia y de oración. Busquemos un rato cada día para retirarnos a la soledad íntima de nuestra alma, y escuchemos en silencio las palabras de Dios. Mortifiquemos también nuestros sentidos, cumpliendo con buen espíritu las prácticas penitenciales que la Iglesia nos señala.

Dice el texto sagrado que después de aquellos días, los ángeles le servían. Aquí, lo mismo que en Getsemaní, los ángeles asisten al Señor. Son sus grandes colaboradores. Toda la vida de Jesús está caracterizada por la intervención angélica, sobre todo en los momentos difíciles, como son los de la infancia y los que precedieron y siguieron a la muerte de Jesús. Lo mismo ocurría en los primeros momentos de la Iglesia, según nos narran los Hechos de los Apóstoles. Hoy también los ángeles siguen presentes entre nosotros actuando en silencio y con eficacia. Contemos siempre con su asistencia, de modo particular en los momentos de dificultad, seguros de que no nos fallarán.

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