16 dic 2018

Razones para la alegría

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RAZONES PARA LA ALEGRIA

Por José María Martín OSA

1.- ¡Gritad jubilosos! Hoy es el domingo "Gaudete", domingo de la alegría. ¿Cuál es el motivo de nuestra alegría? Pablo en la carta a los Filipenses nos da la respuesta: "El Señor está cerca". Y el salmo nos invita a la confianza y a evitar el temor porque el Señor es "nuestra salvación. La alegría que sentimos se fundamenta en nuestra esperanza de que otro mundo va a nacer porque Jesús va a hacer posible lo imposible. Su mensaje es de reconciliación y de paz, un regalo de Dios que nos ama hasta el punto de compartir nuestra suerte y hacerse uno de nosotros para elevarnos hacia Él. Dejemos la tristeza y las caras largas y escuchemos el consejo del Apóstol: "Estad siempre alegres"

2.- Razones para la alegría. Es el título de un libro de José Luis Martín Descalzo lleno de diversión y consejos para afrontar la vida con “alegría”; no hay como afrontarla con sentido del humor. Cristianos, ¿qué habéis hecho del gozo que os dieron hace 2000 años? J. L. Martín Descalzo escribió muchas de sus mejores páginas durante la enfermedad que padeció durante muchos años. Hoy su testimonio y su obra siguen vivos. A José Luis Martín Descalzo, al que yo un día visité en su casa como vecino que era de mi comunidad, se le ocurrían unas cuantas “razones para la alegría”,

– Valorar y reforzar las fuerzas positivas de nuestra alma. Descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos. No tener que esperar a encontramos con un ciego para enterarnos de lo hermosos e importantes que son nuestros ojos. No necesitar conocer a un sordo para descubrir la maravilla de oír.

– Asumir después serenamente las partes negativas o deficitarias de nuestra existencia. No magnificar las pequeñas cosas que nos faltan. No sufrir por temores o sueños de posibles desgracias que probablemente nunca nos llegarán.

– Vivir abiertos hacia el prójimo. Pensar que es preferible que nos engañen cuatro o cinco veces en la vida que pasarnos la vida desconfiando de los demás. Pero buscar también en todos más lo que nos une que lo que nos separa, más aquello en lo que coincidimos que en lo que discrepamos. Ceder siempre que no se trate de valores esenciales.

– Tener un gran ideal, algo que centre nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías.

– Creer descaradamente en el bien. Tener confianza en que a la larga -y a veces muy a la larga- terminará siempre por imponerse. No angustiarse si otros avanzan aparentemente más deprisa por caminos torcidos. Creer en la también lenta eficacia del amor. Saber esperar.

– En el amor, preocuparse más por amar que por ser amados. Tener el alma siempre joven y, por tanto, siempre abierta a nuevas experiencias. Estar siempre dispuestos a revisar nuestras propias ideas, pero no cambiar fácilmente de ellas.

– Elegir, si se puede, un trabajo que nos guste. Y si esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos, encontrando en él sus aspectos positivos.

– Revisar constantemente nuestras escalas de valores. Cuidar de que el dinero no se apodera de nuestro corazón, pues es un ídolo difícil de arrancar de 61 cuando nos ha hecho sus esclavos. Descubrir que la amistad, la belleza de la naturaleza, los placeres artísticos y muchos otros valores son infinitamente más rentables que lo crematístico.

– Descubrir que Dios es alegre, que una religiosidad que atenaza o estrecha el alma no puede ser la verdadera, porque Dios o es el Dios de la vida o es un ídolo.

– Procurar sonreír con ganas o sin ellas. Estar seguros de que el hombre es capaz de superar muchos dolores, mucho más de lo que el mismo hombre sospecha.

3- Dios es alegría. Dios no quiere la tristeza, Dios es optimista, Dios es posibilidad de todo lo bueno, Dios es omnipotencia para hacer el bien. ¿Quién puede estar triste con la presencia de un Dios que lo llena todo? La alegría equivale a la paz de Dios. En medio de la crisis saber que Dios tiene la clave de la historia en su mano y sabrá sacar a flote toda esa tremenda situación, nos da paz. Y así dice San Pablo: "que ella custodie vuestros corazones, y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". No es una alegría de mundo, de placeres, las falsas alegrías que los hombres llaman felicidad y que no son más que amargura y zozobra. La alegría auténtica es la que produce paz de Dios en el corazón. Alegría que se puede tener aun en medio de las tribulaciones, porque es una alegría que dimana de la redención. No es conformismo porque el conformismo tampoco es alegría. La alegría debe dar ánimo y debe de ser impulso de acción en el hombre

3.- Necesidad de conversión. El camino por donde podemos adquirir esa alegre liberación que debe disfrutar ya todo cristiano no es otro que la conversión. Conversión hacia Dios ¿Qué hacemos?, le preguntaba la gente a Juan Bautista. Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene y el que tenga comida, haga lo mismo". Se le acercan de todos los ambientes y Juan a nadie rechaza Y así iba señalando a cada categoría sus propios deberes, la conversión. Al hombre que de veras se convertía le llevaba a las aguas del Jordán y le bautizaba. Era un signo de purificación pero que expresaba una actitud interior. Si un hombre no quería dejar sus malos caminos no podía bautizarse. Juan Bautista, pues, predicaba y bautizaba, daba un signo de conversión. Llama Juan a todos y les exigía un compromiso personal de justicia. Sólo tiene que purificarse un hombre cuando se arrepiente y busca los caminos de la justicia. No bastan mensajes y proclamas de buena voluntad. Juan sólo bautizaba a los hombres que de verdad habían roto con el pasado. La conversión lleva a compartir: el que tenga dos túnicas, debe dar al que no tiene; y el que tiene que comida, debe compartirla. Esto es una sociedad solidaria, es la que la Iglesia promueve, preocupada por dar a todos lo necesario. No podemos aceptar ciegamente la diferencia nacida del dinero o de la fuerza. Dios quiere que compartamos el bien que ha dado para todos. La conversión será duradera y profunda si somos capaces de criticar nuestra falsa manera de contemplar el mundo y los hombres. Una característica de la conversión de Juan es que no sólo es personal sino que va buscando una renovación social.

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