7 oct 2018

Para poner a prueba a Jesús

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PARA PONER A PRUEBA A JESÚS…

Por Francisco Javier Colomina Campos

“El amor hace de los dos una sola carne”

En su camino hacia Jerusalén, mientras que va instruyendo a sus discípulos, Jesús se encuentra con unos fariseos que le hacen una pregunta para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Esta cuestión está de actualidad, en este mundo en el que la dignidad del sacramento del matrimonio está tan desacreditada. Es importante recordar una vez más lo que responde Jesús ante esta espinosa cuestión que le plantean los fariseos.

1. Los fariseos plantean a Jesús la pregunta acerca del divorcio, no con la intención de conocer lo que piensa Jesús, sino más bien con la intención de ponerlo a prueba, como apunta el mismo evangelista. La pregunta tiene una segunda intención, pues lo que esperaban los fariseos era que Jesús contradijese la ley de Moisés, para así tener de qué acusarlo. Y es que la ley de Moisés permitía a un hombre divorciarse de su mujer con tan sólo presentar un acta de divorcio, un simple papel. Hay que destacar que esta prerrogativa no estaba permitida a las mujeres, sino tan sólo a los varones. Jesús, con su respuesta, no busca contradecir la ley de Moisés, sino llegar al origen de las cosas. Por eso hace referencia al libro del Génesis, que escuchamos en la primera lectura, en el que dice que el hombre y la mujer fueron creados con la misma dignidad, haciendo notar así que la ley de divorcio establecida en la ley de Moisés era en sí misma injusta, al dar este derecho sólo a los varones, siendo así contraria a la voluntad de Dios que creó con igual dignidad al hombre y a la mujer. Al mismo tiempo, Jesús pone el centro no en el derecho o no a divorciarse, sino en el amor, que es el centro de la ley de Dios. Y es que Dios ha creado al hombre y a la mujer para que se amen, hasta el punto de ser los dos una sola carne. Jesús añade al libro del Génesis: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Jesús enuncia así la dignidad del matrimonio, que no es un mero contrato entre dos personas, sino que Dios une a un hombre y a una mujer que se aman, una unión que nadie puede romper. Jesús va más allá de una ley meramente humana y busca el sentido mismo de las cosas tal como Dios las ha creado. El matrimonio, la unión entre un hombre y una mujer, que es algo natural e intrínseco a la naturaleza humana, ha sido así elevado por Jesús a la dignidad de sacramento, constituyendo una unidad indestructible.

2. Jesús, el Hijo de Dios, al que la carta a los Hebreos presenta como el santificador mediante su sufrimiento y su muerte, es quien ha elevado a la dignidad de sacramento el matrimonio. Cristo, como leemos en la segunda lectura de este domingo, nos salva a través del sufrimiento y de la muerte en cruz. El autor de la carta a los Hebreos responde a la pregunta de por qué Jesús nos salva por medio del sufrimiento y de la muerte: Dios lo había juzgado conveniente. Así, se presenta a Jesús como el Siervo de Yahvé, como el justo que es capaz de dar la vida por nosotros. Cristo Jesús ama tanto a su Iglesia que por ella padece y entrega la vida hasta la muerte. El amor de Dios es un amor generoso, de entrega, de oblación. Este mismo amor es el que pide Jesús en el matrimonio, pues el hombre y la mujer se entregan mutuamente, el uno al otro, de igual modo. Cuando ese amor matrimonial entre un hombre y una mujer es así, auténtico, como el de Dios, ya no cabe la posibilidad de romperlo, pues no pasa nunca el amor que es auténtico. Sin embargo, cuando el amor en el matrimonio es un amor egoísta, interesado, que sólo busca al otro como un bien para mí y no como alguien a quien entrego toda mi vida, no podemos entender la verdad del matrimonio tal como Dios lo quiere, y por eso no se entiende el matrimonio como algo que no se puede romper. Cuando la unión entre un hombre y una mujer están fundamentadas en la roca firme del amor de Dios vivido y entregado mutuamente, esta unión es tan fuerte que nada la puede romper.

3. Después de la enseñanza de Jesús sobre del matrimonio, aparecen en el Evangelio unos niños que quieren acercarse a Jesús. Los discípulos les regañan, no quieren que vengan a molestar al Maestro cuando está enseñando. Sin embargo Jesús, al ver la actitud de sus discípulos, se enfada y les dice: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Al final del Evangelio de hoy se nos propone el ejemplo de los niños, que contrarresta la actitud maliciosa de los fariseos. Aquellos niños, que son apartados por los discípulos de la presencia de Jesús, son el modelo que Jesús nos propone a nosotros: hay que hacerse como niños. Los niños no tienen nada que esconder, no vienen con doblez de intención, y tampoco tienen nada que ofrecer. Sin embargo quieren acercarse a Jesús, desean verle, estar a su lado. Así nos pide Jesús que aceptemos el Reino de Dios, como un don que no merecemos.

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