1 oct 2017

VALEN LAS OBRAS Y NO LAS PALABRAS



VALEN LAS OBRAS Y NO LAS PALABRAS

Por Antonio García-Moreno

1.- HIPÓTESIS.- "Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere." (Ez 18, 26). Ezequiel propone una hipótesis. Y la propone de parte de Dios. Tan de parte de Dios que sus palabras son palabras divinas. Por eso hay que recibirlas con especial atención, conscientes de su gran importancia... Dice que si un hombre justo se aparta del camino recto y muere, quedará muerto por la maldad que cometió.

Del lado que el árbol caiga, de ese lado quedará caído para siempre. El que es bueno y deja de serlo, será condenado. Es necesario, por tanto, ser constantes en nuestro caminar por los caminos de Dios. Jesús nos dirá que es preciso velar siempre. Pone la comparación del robo nocturno que no ocurriría si el amo de la casa velase mejor por sus bienes.

No podemos confiarnos ni un solo momento. Tenemos que vivir preocupados por agradar al Señor, siempre. Guardando con empeño sus mandamientos. Y si alguna vez fallamos, rectificar inmediatamente. Pedir enseguida perdón en el sacramento de la Penitencia. Que para eso lo ha instituido el Señor, para que podamos vivir siempre en su gracia, sin permitir que pase ni un solo momento sin su amor.

"Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida" (Ez 18, 27). Esto es lo realmente importante para nosotros: el saber que Dios nos perdona siempre que volvamos a Él. Sólo es necesario reconocer el mal que se hizo, arrepentirse de haberlo hecho y pedirle su perdón. Y entonces todo se olvida, entonces Dios nos vuelve a abrazar como a hijos suyos.

Si el malvado recapacita y se convierte de sus delitos, ciertamente vivirá y no morirá... De este modo la liturgia, con esta primera lectura del profeta Ezequiel, una vez más recalca la infinita capacidad de perdón que Dios tiene. Así se deja bien patente que mientras hay vida hay esperanza, por muy perdido que todo nos parezca. Ojalá que esto nos haga volver los ojos a nuestro Padre Dios. Para pedirle perdón, para rogarle que tenga piedad de nosotros, para decirle que se acuerde de su misericordia sin límites.

2.- OBRAS SON AMORES.- "Él le contestó: Voy, señor, pero no fue" (Mt 21, 30). Prometer es fácil, o comprometerse con alguien. A veces hasta bajo palabra de honor, o incluso bajo juramento. Mientras que se trata sólo de hablar, solemos decir que haríamos tal o cual cosa, o que nunca haremos esto o aquello. Pero cuando llega la hora de actuar, la cosa es muy distinta. Entonces la realidad se impone y se elude el sacrificio, se olvidan las promesas o se niegan los compromisos contraídos.

El Señor nos enseña en esta parábola que lo que en definitiva vale son las obras y no las palabras, los hechos y no las promesas. Sería interesante oír lo que dijimos en un momento dado cuando llega la hora de actuar. Veríamos, con rubor, cuán lejos estaban las palabras de lo que luego estaríamos dispuestos a hacer.

Jesús habla aquí a los sumos sacerdotes y a los ancianos de Israel, es decir, a lo más selecto de la sociedad de su tiempo, tanto en el plano religioso como en el civil. Pensemos, pues así es, que sus palabras nos alcanzan también a nosotros, pertenezcamos al nivel social que pertenezcamos. En definitiva también nosotros pensamos que basta con hablar y prometer, o estamos convencidos, como ellos, de que somos mejores que los demás, persuadidos de que no haríamos lo que otros hacen.

Os aseguro, dice Jesús, que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos. Estas palabras debieron herir profundamente a sus oyentes, la élite de Israel. También a nosotros nos escuecen. Pero así es... Porque esa pobre gente, tan despreciada, se sabe pecadora, y quizá se duela de serlo, aunque siga siéndolo por vicio, o por la dificultad que supone dejar esa situación. Y en muchos casos, su dolor y pesar les lleva a cambiar de vida, y como la Magdalena llegan a querer con locura al Señor, que tanto les ha perdonado. Mientras el que se cree justo, o simplemente regular, vive de manera mediocre, sin grandes inquietudes por mejorar, amando con languidez y tibieza al Señor.

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