8 mar 2017

¿Quién puede tolerar este lenguaje?


¿Quién puede tolerar este lenguaje?


Pidamos a Jesús que nos aumente la fe para que valoremos la eucaristía, como el sacramento más admirable que tenemos.

Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 


Después de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: "Dura es esta doctrina: ¿Quién puede escucharla?". Jesús, conociendo interiormente que sus discípulos murmuraban sobre esto, les dijo: "¿Esto os escandaliza? ¿Y si viereis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que vivifica; la carne para nada aprovecha. Las palabras que Yo os he dicho, son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros quienes no creen". Jesús, en efecto, sabía desde el principio, quiénes eran los que creían, y quién lo había de entregar. Y agregó: "He ahí por qué os he dicho que ninguno puede venir a Mí, si esto no le es dado por el Padre". Desde aquel momento muchos de sus discípulos volvieron atrás y dejaron de andar con Él. Entonces Jesús dijo a los Doce: "¿Queréis iros también vosotros?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabra de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios". Jn 6, 60-69


Oye, Señor, ¿todavía sigues con tu discurso sobre el Pan de vida? Eres un poco machacón, ¿no crees? ¿Tan hambrientos nos ves? Te haces un poco reiterativo, ¿sabes?

Sí, nos contesta Cristo. Os hablo de la eucaristía porque es lo único que necesitáis en el camino de vuestra vida para seguir adelante sin desfallecer como le aconteció a Elías... y porque con la eucaristía vengo a satisfaceros vuestras ansias y hambres profundos.


No sé si ustedes se acuerdan por qué cayeron Adán y Eva en el paraíso, cuando la serpiente les tentó con el fruto prohibido. La serpiente, es decir, Satanás les dijo: “Seréis como dioses”. Y ante esta propuesta los dos cayeron: quisieron ser como dioses; es decir, tener toda la verdad, ser felices, tener la bondad completa.

A satisfacer está necesidad profunda vino la eucaristía: ser como dioses. Sí, no te asustes.

¿A quién recibimos cuando comulgamos? A Dios. Por tanto, Dios nos asimila a Él, dice San Agustín. Y quién comulga en cierto sentido es como Dios, tiene a Dios en el alma.

Los paganos, griegos y romanos, a la hora de sus comidas sacrificiales, colocaban en la mesa, junto a las carnes de los animales sacrificados, las estatuillas de sus dioses patrios, domésticos y nacionales; los romanos, colocaban a sus dioses lares y penates, los dioses del hogar. Estaban convencidos de que así se ganaban a estos invitados de piedra, madera, metal, barro, etc... y estos paganos intimaban y entraban en comunión, en cierto sentido, con la divinidad.

A esto viene la eucaristía: a lograr la intimidad con Dios, a entrar en comunión profunda con Dios, en diálogo con Él... a llegar a tener el mismo pensar, sentir y querer que Dios, y participar de su vida.

Los primeros cristianos de la Iglesia de Corinto tuvieron el problema de los ídolos o carnes de los animales sacrificados a Venus, a Júpiter, etc... con los que organizaban sus banquetes sacrificiales. San Pablo les dijo: “No comáis, pues los que comen de las víctimas sacrificadas a los ídolos, quedan unidos a ese ídolo” (1 Cor 10). Comerlas era comulgar.

¿Ahora entendemos por qué Jesús viene y nos dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”? Es decir, el que come el Cuerpo de Cristo se hace uno con Él. Él nos asimila. Ya no somos nosotros por un lado y Cristo por otro. Es Cristo quien vive en nosotros.
“El que come mi Carne y bebe mi Sangre”.
Esto les sonó repugnante a esos judíos de entonces. Es lo que llamamos antropofagia, teofagia, es decir, comer a un hombre, comer a Dios.

Así pensaban: “Esto es criminal”; antes habría que matarle, y de hecho le mataron. Jesús no jugaba a decirlo con metáforas, ni con símbolos: “Es mi Carne, es mi Sangre”.

¡Beber su Sangre! En la sangre estaba la vida; la sangre era la vida, la vida es cosa de Dios. ¡Ni se toca! –dice Génesis 9, 4: “yo os pediré cuenta de la sangre de cada uno de vosotros”.

Por eso, por blasfemo, se le sublevaron a Jesús.

¡Comer la carne! En cuanto lo oyeron los presentes se acordarían de una oración que rezaban mucho en el Salmo 27, 2: “Cuando se adelantan mis enemigos para devorar mi carne”. Expresión que significa “Vengarse”.

¿Ellos vengarse de Jesús? Y se le sublevaron.

Jesús les promete la vida, y la vida eterna. ¡Ahí queda eso! Pero la vida es cosa de Dios.

¿Éste se cree Dios? -se dirían- ¿Por quién te tienes?

El que se apropia un atributo de Dios es un blasfemo. Por eso se le plantaron y se le sublevaron a Jesús.

Para que te quedes tranquilo: no comulgamos al Jesús físico, de carne y hueso, de 1.82 , como mide en la Sábana Santa y quizá de 80 kilogramos de peso. No. Comulgamos al Jesús resucitado y glorioso, que misteriosamente ha querido esconderse en esas especies de pan y de vino... y ya no es pan, sino su Cuerpo; y ya no es vino, sino su Sangre.

Su presencia en las especies de pan y vino es real, pero no física sino mística, es decir, auténtica pero misteriosa, que es mucho más.

Comulgar, pues, no es ingerir unos miligramos de harina con unas gotas de vino. Nada de poderes mágicos.

Sin fe, la comunión no es nada. Con fe, la comunión es intimar con el Hijo de Dios. Intimar es identificarse el hombre con la vida y la muerte y la eternidad y la gloria del Hijo de Dios. Y entonces, identificarse es integrarse el hombre en Dios y, mediante la gracia, Dios en el hombre. ¡Qué gran misterio!

Amigos, pidamos a Cristo que nos aumente la fe en la eucaristía para que no nos escandalicemos como los primeros que oyeron a Jesús. Pidamos a Jesús que nos aumente la fe para que valoremos la eucaristía, como el sacramento más admirable que tenemos los cristianos, y no nos pase lo que a algunos cristianos, que les da igual venir o no venir a misa; comulgar o no comulgar; comulgar digna o indignamente.

Todas las ansias de felicidad, de eternidad, de protección divina, de vivir en Dios y para Dios... de vivir como Dios... todas estas ansias vienen colmadas en el eucaristía, en la comunión donde Dios entra en nosotros y nosotros en Él, y los dos somos una sola cosa... asimilándonos Él a nosotros. ¡Que gran misterio!

Creo, Señor, pero aumenta mi fe.
Creo, Señor pero quiero creer con más firmeza.
Creo, Señor, pero cura mi incredulidad. Amén.

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