7 ago 2015

Santo Evangelio 7 de agosto de 2015

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,24-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»

Palabra del Señor
José María Vegas, cmf
Cargar con la cruz y seguir caminando

Muchos son los que han pensado y siguen pensando que la actitud religiosa consiste en adoptar una actitud de pasividad y dependencia. Desde luego, esta comprensión es completamente falsa, al menos en lo que se refiere al cristianismo. Ya desde su primer germen, cuando Dios llamó a Abraham, no lo hizo para que se quedara tranquilamente en su tierra, ligado a sus raíces, sino, al contrario, para que, rompiendo con sus seguridades, se pusiera en camino y saliera hacia una tierra desconocida. Lo mismo se puede decir del momento fundacional de Israel, que es una salida hacia la libertad, pero hacia esa libertad difícil y arriesgada que adentra en el desierto. También los profetas desafían continuamente a dejar las falsas seguridades de meros cumplimientos externos. Dios nos llama a ponernos en camino, es decir, a caminar por nosotros mismos. Es verdad que se da una inicial escucha obediencial, pero a lo que nos llama el Señor con su Palabra no es a la pasividad y la dependencia, sino al dinamismo y la responsabilidad. Esas múltiples llamadas han alcanzado su plenitud en la invitación de Jesús al seguimiento. Ser cristiano es levantarse y caminar, es verdad que en seguimiento de Cristo, pero con la propia voluntad y los propios pies. Nosotros, los creyentes, somos de los que queremos irnos con Él. Pero en ocasiones, con relativa frecuencia, buscamos disculpas para abandonar la marcha. Decimos, sí, yo quisiera seguir a Jesús, pero la enfermedad, o mi pobreza, o las circunstancias que me rodean (la familia, el entorno eclesial, o social…), o mil problemas de otro tipo, me lo impiden. En definitiva, la cruz, que en cada uno tiene un rostro propio, es la excusa para pararnos, llorar nuestras penas y quedarnos al margen del camino. Jesús, maestro compasivo, es también exigente, y no aprueba que nos escondamos tras nuestras cruces. Es aquí donde su llamada se hace más perentoria: no trates de escabullirte, diciendo que sufres de mil maneras, no te quedes ahí, compadeciéndote a ti mismo, no busques, en una palabra, excusas para no amar; ya sé yo que en tu vida existe la cruz, de eso sé más que tú, así que tómala, ponte en pie y sigue adelante, sígueme, que te he amado hasta el extremo de una muerte de cruz. Renunciar a la cruz o hacer de ella una excusa, significa querer salvarse por medio de bienes que pasan y no perduran; aceptar la cruz, pero no pasivamente, sino para hacerse al camino, significa darse, perder para ganar bienes que valen más que la vida, que son más fuertes que la muerte.

Cordialmente
José María Vegas cmf

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