Qué hay detrás del descontento
Surge cuando vemos que la propia existencia es gris, monótona, aburrida. Falta el fuego del amor.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
El descontento nace por muchos motivos. A veces, por los hechos que nos rodean. Otras veces, desde nuestro propio corazón.
Los hechos son imprevisibles. El autobús llega tarde. El día que amanece sin nubes termina con un aguacero inesperado. Un amigo nos deja en la estacada. Llega la factura de la luz con cifras astronómicas.
El corazón se siente abrumado ante acontecimientos inesperados y negativos. Una extraña tristeza nos engulle poco a poco. Sentimos que el mundo es un lugar hostil, que hay enemigos agazapados detrás de cada esquina. El descontento nos domina.
Otras veces el descontento surge desde uno mismo. Los hechos siguen un curso normal, sereno, más o menos ordenado. El autobús mantiene una puntualidad exquisita. El día está sereno. El amigo nos ofrece palabras de apoyo. No hay facturas pendientes.
Sin embargo... algo dentro de uno mismo susurra que no todo va bien. ¿Es que nacimos para estar sin problemas? ¿Es que la felicidad consiste en que todo ocurra como me agrada?
El descontento interior surge, entonces, cuando vemos que la propia existencia es gris, monótona, aburrida. Falta el fuego de un amor dispuesto al sacrificio. Falta valor para enfrentarse a la injusticia. Falta ese espíritu sanamente aventurero que rompe esquemas fríos y nos impulsa a conquistas buenas, bellas, atrevidas.
No nacimos para estar tranquilos ni para ahogar ideales nobles. No subsistimos para evitar obstáculos y narcotizar la conciencia. Nuestros corazones están hechos para amores grandes.
Detrás de ese descontento que denuncia mi tibieza se esconde, respetuosamente, la voz de Dios. Espera, hoy como en tantas otras ocasiones, que abra los ojos del alma y que lea el Evangelio.
Entonces descubriré dentro de mí una invitación a destruir el egoísmo, a romper con avaricias inveteradas, a navegar por nuevos mares. Seré capaz de empezar a imitarle, manso y humilde Cordero, en el único modo de vivir con plenitud la aventura humana: dar cariñosamente la vida por los hermanos.
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