12 ene 2013

Dios es un niño grande





Dios es un niño grande


   Una madre, para dar ánimo a su hijo, lo llevó a un concierto de Pderewski. El hijo entró en el escenario y empezó a tocar el piano. Cuando las cortinas se abrieron, el niño estaba interpretando las notas de “Mambrú se fue a la guerra”. En aquel momento, el maestro hizo su entrada, fue al piano y susurró al oído del niño: “No pares, continúa tocando”. Entones Paderewski extendió su mano izquierda y empezó a llenar la parte del bajo. Luego, puso su mano derecha alrededor del niño y agregó un bello arreglo de la melodía. Fue una experiencia creativa. El Público estaba entusiasmado.

   Dios es el gran maestro que nos enseña y nos dirige con sus manos divinas. Con su presencia inunda e vida toda nuestra existencia. “El Señor exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, danza para ti con gritos de júbilo como en los días de fiesta” (So 3.17-18).

   Dios es alegre y joven. La escritura nos habla así de Dios: crea la vida “entre clamor de las estrellas del alba” (Jb 38.7), la hizo con sabiduría (Pr 8.30). Dios disfruta y no sólo en su intimidad; salta de satisfacción al ver a los suyos, a su amado pueblo: “Me regocijaré en mi pueblo” (Is 65.18).

   A nosotros, los adultos, nos cuesta mucho sonreir. Las preocupaciones nos arrancan el gozo del poder disfrutar. Necesitamos hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos (Mt 18.3). para gozar cada momento presente, para deleitarnos con todo lo bello de la vida, como si lo contempláramos por primera vez.

   El adulto ha perdido la capacidad de maravillarse, de asombrarse por los grandes y pequeños acontecimientos. El adulto ha aprendido a pensar y actuar de una forma autómata y rígida. Y ha aprendido también a preocuparse de los negocios, de lo que los demás pensarán y dirán de el. Se reciben aplausos si se actúa de acuerdo con las expectativas de los otros.

   El adulto funciona a base de normas. Se hace serio y competitivo. Ha cifrado su importancia en el trabajo duro, en la ocupación, en tener cosas. Estas son sus metas, aunque para ello tenga que dejar de sonreir, vivir amargado y , a veces, hasta enfermar. 

   Según el pasaje evangélico de Mc 10.13-16), los discípulos actúan como el “adulto” y no permiten que los niños, la alegría personificada, se acerquen a Jesús. Sin embargo, él, que era libre, acogía a los niños y destacaba su forma de actuar.

   El adulto que redescubre el niño interior aprende “lo que ha de tomarse en serio para reírse de los demás” (H. Hesse). Esto crea una armonía profunda de espíritu y de unidad con el Creador.

   Descubrir el niño interior que llevamos dentro nos puede ayudar mucho a despertar a la vida, a contemplar con sorpresa las maravillas que nos topamos cada día, a valorar más el ser que el hacer. Necesitarnos volver a la niñez para darnos más cuenta de todo, para vivir sin prisas, para invertir tiempo en el descanso y el juego. Quizá debamos orar con las manos juntas y los ojos cerrados como los niños, pidiendo al amigo que nos enseñe a disfrutar con lo que tenemos; que nos haga más plenamente conscientes de lo que vemos, tocamos, gustamos y olemos; que nos dé ojos para descubrir los grandes tesoros diarios y vivir en alegría y gratitud; que nos dé el coraje de ser nosotros mismos para no dejarnos llevar por una vida de normas ni por el qué dirán; que nos devuelva el alma de un niño para disfrutar de todo y con todo.

  Acercarnos a los niños nos puede ayudar a ser como ellos: tener sus ojos pensar como ellos, sonreir y disfrutar la vida como ellos.


Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro O.C.D

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