22 ene 2013

Benedicto XVI, Homo Dei






Autor: José de Jesús González, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
Benedicto XVI, Homo Dei
En la vida, obras e ideales del Papa Benedicto no se pueden separar Vocación-Oración, Servicio-Verdad, Identidad-Misión.


Benedicto XVI, Homo Dei



Las enseñanzas del Papa Benedicto XVI en torno al sacerdocio encierran elementos que podríamos llamar sencillos y humanos, otros divinos, misteriosos quizá.

Ciertamente en repetidas ocasiones, de diversas maneras, y ante públicos heterogéneos (párrocos, seminaristas, jóvenes, religiosos, obispos...), el Papa ha subrayado algo que seguramente lleva muy dentro de su corazón y que siempre resalta en sus intervenciones; una correlación inseparable que debe envolver la existencia de todo consagrado, pero especialmente del sacerdote: la necesidad del encuentro personal, profundo, y por tanto renovador, con Cristo, y de la identificación con su ser, pensar, sentir y vivir la Misión.

Sin duda la predicación paternal, clara y a la vez cercana, de Benedicto XVI nos ayuda a valorizar y profundizar el gran tesoro de la vocación, que siempre será un misterio de gracia y de amor. Pero es sobre todo su testimonio, su entrega incondicional al Amigo lo que realmente impulsa a quienes reciben la llamada a la generosidad y a la santidad.

Conocemos algo de la trayectoria sacerdotal del Santo Padre. Desde los comienzos de su vocación hasta el día de hoy reluce sobre todo su esfuerzo por hacer vida ese sí inicial a la invitación de Cristo. Un sí que ha ido madurando en la oración, en el trato personal, íntimo, con Cristo. Un sí que se convirtió en compromiso, pues fue pronunciado no con la boca, sino con el corazón. Un sí incondicional, respaldado por la sobreabundancia de las gracias del Señor. Un sí que, por ser sincero, salido del reconocimiento de los propios límites, lleva a un trabajo cada vez más consciente en la identificación con el Maestro.

En la vida, obras e ideales del Papa Benedicto no se pueden separar Vocación-Oración, Servicio-Verdad, Identidad-Misión. Estos binomios envuelven su vida en el día a día; más que ser una tensión que desestabiliza o crea angustias, son una armonía generadora de paz, un oasis en medio de las batallas en las que da la cara por Cristo su Señor. Esta tensión, como él mismo ha dicho, es una tensión que debe resolverse desde dentro: desde la oración.

Su lema, su escudo, sus intervenciones, sus publicaciones, su lucha continua por la verdad, no tienen otra fuente más que su gran unión con Dios, ese regalo incomparable del que todos podemos gozar. Por eso para él el sacerdote, que es todo de los hombres, debe ser un hombre de Dios. Debe hacer todo lo que esté en sus manos por encarnar en su personalidad y en todos los actos de su ministerio, ya desde el período de formación, los mismos sentimientos de Cristo, Manso y Humilde, que pasó haciendo el bien, que no vino a ser servido sino a servir, y cuyo alimento era hacer la Voluntad del Padre, una prerrogativa nutrida en la oración.

Las anécdotas que cuenta el Papa sobre el inicio de su sacerdocio son conmovedoras y al mismo tiempo sanamente inquisidoras para el hoy de nuestra entrega a Dios como cristianos o consagrados. Cuenta cómo hubo hechos que, a pesar de su sencillez, marcaron una huella indeleble en todo su futuro sacerdocio. Narra lo que experimentó cuando los nazis golpeaban a los sacerdotes antes de celebrar la misa o cuando murió su párroco mientras llevaba el viático a los enfermos. Lo que sintió el día de su primera misa, cuando él y su hermano iban bendiciendo las casas de la multitud que los festejaba. Confiesa haber tenido sentimientos de impotencia, de debilidad, de misterio, pues se preguntaba qué eran dos jóvenes sacerdotes para tanta gente, por qué ponían en ellos su felicidad y su confianza. Y Dios le respondió en su interior: no es tu persona, no son tus cualidades, no es ni siquiera la fe del pueblo, es porque yo estoy en ti. En la medida en que uno deja de ser el protagonista principal de la propia vida y acción en esa medida aparece Dios y se trasfigura en nosotros.

Actuar in persona Christi es con mucho la mayor de las gracias del sacerdocio, pero también una gran responsabilidad. Esta identidad con Cristo implica un recorrido, un camino, un andar junto a Cristo. Y esto es cada vocación sacerdotal y esto es la oración. Es un hecho que, en la medida en que damos a Cristo en el apostolado, es decir, en la medida en que nos desprendemos de nosotros mismos, en esa medida tenemos fruto. “El que permanece en mí ese da fruto abundante”(Jn 15,2) porque “no sois vosotros los que me habéis elegido”(Jn 15,16).

Desde esta perspectiva la oración encuentra un sentido trascendente para cada uno, una necesidad vital, una condición sine quam non del apostolado. Y es precisamente la oración el crucero que da armonía a la vida del sacerdote: allí se funden en la fe y la humildad las perspectivas y proyectos personales con el querer y sentir de Dios.

Las tres invitaciones del Santo Padre en este año sacerdotal: volver a la propia llamada con admiración y gratitud, reconocer la identidad de Alter Christus, y servir en la Verdad, sólo serán vida de nuestra vida si las concentramos en la oración, ese horno que funde todo, desecha la escoria de nuestra vida y hace relucir el oro brillante del que Dios nos ha formado.

Pretender realizar nuestra misión sin encarnar el ideal cristiano es una quimera, una ilusión. El Papa propone el camino de la aceptación, de la humildad y la confianza en Dios. Sólo el hombre que se sabe amado por Dios, aun reconociendo su debilidad y miseria personal, es capaz de hablar de misericordia, de amor y de paz. Sólo el hombre que hace la experiencia del amor se recrea en el servicio a los demás. Sólo quien ha vivido la belleza del servicio puede decir, como el Santo Padre: Cristo no quita nada y lo da todo. Pues no puede haber dicha más grande que la de ser un trabajador de su viña.

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