16 feb 2011

El vaso lleno

El vaso lleno



Dios nos llena, pero para renovar esta experiencia hay que darlo a los demás.
Autor: David Delgadillo

Sólo se puede llenar un vaso si está boca arriba. Se vacía cuando se bebe de él o cuando se ha derramado. Lo mismo ocurre con la vida del hombre: sólo se llena si “mira hacia arriba”, si vive con fe.


Es absurdo querer llenar un vaso que no está boca arriba; si lo intento se vaciará de nuevo. Esto sucede cuando buscamos los bienes de este mundo: las riquezas, los placeres, el ser tenido en cuenta por los demás; todo esto pasa. La fama de un futbolista estrella dura mientras todavía es joven o hasta la llegada de otro mejor; o cuando aumenta su precio como jugador, y su talento deja de brillar, entonces los aficionados se olvidan de él. El placer de unas buenas vacaciones siempre termina, como el dinero que se gasta en ellas; luego de un fin de semana hay que volver a la escuela o al trabajo. La popularidad de algunos depende muchas veces de las modas, de la ropa de tal marca, del coche que conduce, del celular... Lo que entra en el hombre que no mira a Dios lo deja vacío, porque los bienes pasajeros no nos aman como lo hace Dios. Es el hombre que se ama a sí mismo, el vaso que se refleja en su contenido derramado.

Es muy grato poder ayudar a otras personas; gustar la satisfacción de ver sonreír a un ser querido, a un amigo, a quien tiene necesidad de nuestro apoyo. Vivir la caridad y el servicio es dar de beber a los que tienen sed, compartiendo aquello que hemos recibido de Dios. Dios nos llena, pero para renovar esta experiencia hay que darlo a los demás. Entonces éste vaciarse se vuelve un momento de gratitud y esperanza en Aquel que se da constantemente, y nos llena una y otra vez.

Mirar hacia arriba es ser conscientes de la presencia de alguien superior. Vivir con fe nos permite encontrarnos con la mirada de Dios que nos ama. Sabernos hijos de Dios nos vuelve sencillos y nos permite descubrir sus dones incluso detrás de los momentos difíciles. Encontramos nuestra plenitud, el vaso queda lleno, porque con la fe nuestra vida adquiere sentido; en palabras de santa Teresa: «Sólo Dios basta».

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