5 mar 2022

Nuestra amistad con Dios

 




Nuestra amistad con Dios


Nuestro Señor, aquel que es la Palabra de Dios, primero nos ganó como siervos de Dios, mas para liberarnos después, tal como dice a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os he llamado amigos, porque todo cuanto me ha comunicado el Padre os lo he dado a conocer. Y la amistad divina es causa de inmortalidad para todos los que entran en ella.

Así, pues, en el principio Dios plasmó a Adán, no porque tuviese necesidad del hombre, sino para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de la creación de Adán, sino antes de toda creación, el que es la Palabra glorificaba a su Padre, permaneciendo en él, y él, a su vez, era glorificado por el Padre, como afirma él mismo: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese.

Y si nos mandó seguirlo no es porque necesite de nuestros servicios, sino para que nosotros alcancemos así la salvación. Seguir al Salvador, en efecto, es beneficiarse de la salvación, y seguir a la Luz es recibir la luz. Pues los que están en la luz no son los que iluminan a la luz, sino que la luz los ilumina y esclarece a ellos, ya que ellos nada le añaden, sino que son ellos los que se benefician de la luz.

Del mismo modo, el servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirlo y servirlo, sin recibir de ellos beneficio alguno, ya que es en sí mismo rico, perfecto, sin que nada le falte.

La razón, pues, por la que Dios desea que los hombres lo sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio, pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios.

En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Por esto el Señor decía a sus discípulos: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, queriendo indicar que no eran ellos los que lo glorificaban al seguirlo, sino que, siguiendo al Hijo de Dios, él los glorificaba a ellos. Por esto añade: Quiero que ellos estén conmigo allí donde yo esté, para que contemplen mi gloria.

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

(Libro 4. 13—14, 1: SC 100,534-540)

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