28 jun 2014

Santo Evangelio 28 de Junio de 2014

Día litúrgico: Sábado después del Domingo II después de Pentecostés: El Corazón Inmaculado de María

Texto del Evangelio (Lc 2,41-51): Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 


Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.


Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón

Hoy celebramos la memoria del Corazón Inmaculado de María. Un corazón sin mancha, lleno de Dios, abierto totalmente a obedecerle y escucharle. El corazón, en el lenguaje de la Biblia, se refiere a lo más profundo de la persona, de donde emanan todos sus pensamientos, palabras y obras. ¿Qué emana del corazón de María? Fe, obediencia, ternura, disponibilidad, espíritu de servicio, fortaleza, humildad, sencillez, agradecimiento, y toda una estela inacabable de virtudes.

¿Por qué? La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús: «Donde está tu tesoro allí estará tu corazón» (Mt 6,21). El tesoro de María es su Hijo, y en Él tiene puesto todo su corazón; los pensamientos, palabras y obras de María tienen como origen y como fin contemplar y agradar al Señor.

El Evangelio de hoy nos da una buena muestra de ello. Después de narrarnos la escena del niño Jesús perdido y hallado en el templo, nos dice que «su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51). San Gregorio de Nisa comenta: «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado». ¿Qué guarda María en su corazón? Desde la Encarnación hasta la Ascensión de Jesús al cielo, pasando por las horas amargas del Calvario, son tantos y tantos recuerdos meditados y profundizados: la alegría de la visita del ángel Gabriel manifestándole el designio de Dios para Ella, el primer beso y el primer abrazo a Jesús recién nacido, los primeros pasos de su Hijo en la tierra, ver cómo iba creciendo en sabiduría y en gracia, su “complicidad” en las bodas de Caná, las enseñanzas de Jesús en su predicación, el dolor salvador de la Cruz, la esperanza en el triunfo de la Resurrección... 

Pidámosle a Dios tener el gozo de amarle cada día de un modo más perfecto, con todo el corazón, como buenos hijos de la Virgen.

28 de junio San Ireneo Obispo y escritor

28 de junio

San Ireneo
Obispo y escritor
Año 203


 Jesús en la Cruz Ireneo significa: amigo de la paz. (Irene - paz).

San Ireneo es considerado como uno de los padres de la Iglesia, porque en la antigüedad con su sabiduría y sus escritos libró a la cristiandad de las dañosísimas enseñanzas de los Gnósticos, y supo detener a esta secta que amenazaba con hacer mucho mal.

En una hermosa carta San Ireneo le dice a un amigo suyo que se pasó a los gnósticos: "Te recuerdo que siendo yo un niño, allá en Asia Menor me eduqué junto al gran obispo Policarpo. Y también tú aprendiste con él, antes de pasarte a la perniciosa secta. ¡Con qué cariño recuerdo las enseñanzas de este gran sabio Policarpo! Podría señalar todavía el sitio donde se colocaba para enseñar, y su modo de andar y de accionar, y los rasgos de su fisonomía y las palabras que dirigía a la muchedumbre. Podría todavía repetir (aunque han pasado tantos años) las palabras con las cuales nos contaba como él había tratado con Juan el Evangelista y con otros que conocieron personalmente a Nuestro Señor. Y como el apóstol Juan les repetía las mismas palabras que el Redentor dijo a ellos y les contaba los hechos maravillosos que ellos presenciaron cuando vivieron junto al Hijo de Dios. Todo esto lo repetía muchas veces Policarpo y lo que él enseñaba estaba totalmente de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Yo oía todo aquello con inmensa emoción y se me quedaba grabado en el corazón y en la memoria. Y lo pienso y lo medito, y lo recuerdo, con la gracia de Dios cada día".

Y después de anotar tan hermosos recuerdos de su niñez le dice al gnóstico: "en la presencia del Señor Dios, te puedo asegurar que aquel santo anciano Policarpo, si oyera las herejías gnósticas que tú enseñas, se taparía los oídos y exclamaría: '¡Oh Dios: que cosas tan horribles me ha tocado escuchar en mi vida! ¡A que excesos de error se ha llegado en estos tiempos! ¿Por qué tengo que escuchar semejantes errores?', y saldría huyendo de aquél lugar donde se escuchan tus dañosas enseñanzas".

San Ireneo nació en el Asia Menor hacia el año 125 y como lo dice en su carta, tuvo el privilegio de ser educado por San Policarpo, un santo que fue discípulo del evangelista San Juan. Después se fue a vivir a Lyon que era la ciudad más comercial y populosa de Francia en ese tiempo.

Era el sacerdote más sabio de Lyon y por ello los católicos de esta ciudad lo enviaron a Roma como jefe de una embajada que tenía como oficio obtener que el Sumo Pontífice concediera su perdón a un grupo de cristianos que antes habían sido infieles pero que ahora querían otra vez ser fieles a la Santa Religión.

Y sucedió que mientras él estaba en Roma estalló en Lyon la terrible persecución en la cual murieron el obispo San Potino y un inmenso número de mártires. Ireneo hubiera sido también martirizado si se hubiera encontrado en esos días en Lyon. Pero cuando regresó ya se había calmado la persecución. Dios lo tenía destinado para defender con sus escritos la Santa Religión.

A su regreso a Lyon fue proclamado por el pueblo como sucesor del obispo San Potino, y se dedicó con todo su entusiasmo a enfervorizar a sus cristianos y a defenderlos de los errores de los herejes.

En su tiempo se difundió mucho una de las herejías que más daño han hecho a la religión Católica y que aún existe en muchas partes. La secta de los gnósticos. Estos enseñan un sinfín de errores y no se basan en las Sagradas Escrituras sino en doctrinas raras e inventadas por los hombres. Creen en la reencarnación y se imaginan que con la sola mente humana se logran conseguir todas las soluciones a todos los problemas, sin la necesidad de la fe y de la revelación.

San Ireneo que era un gran estudioso, se propuso analizar bien detenidamente todos los errores de los gnósticos y publicó cinco libros en los cuales los fue desenmascarando y les fue quitando su piel de oveja para que parecieran los lobos que eran. Él no atacaba con amargura, pero iba presentando lo absurdas que son las enseñanzas de los gnósticos. Se preocupaba más por convertir que por confundir y por eso era muy moderado y muy suave en sus ataques al enemigo. Pero de vez en cuando se le escapan algunas saetas como estas: "Con un poquito de ciencias raras que aprenden, los gnósticos ya se imaginan que bajaron directamente del cielo; se pavonean como gallos orgullosos y parece que estuvieran andando de gancho con los ángeles".

Los libros de Ireneo contra los gnósticos fueron traducidos a los idiomas más extendidos de ese entonces y se divulgaron por todas las iglesias y con ellos se logró detener la peligrosa secta y librar a la religión de errores sumamente dañinos.

14 años después de su primera embajada fue enviado otra vez Ireneo a Roma a pedir al Papa que quitara la excomunión a algunos cristianos que no habían querido obedecer las leyes de la Iglesia en cuanto a las fechas para la Semana Santa y Pascua. Y obtuvo el perdón del Sumo Pontífice. Por lo cual la gente decía que estaba haciendo honor a su nombre que significa: "Amigo de la paz".

No se sabe a ciencia cierta si Ireneo murió mártir o murió de muerte natural. Pero lo que sí es cierto es que sus escritos han sido siempre de gran provecho espiritual para los cristianos.

Quiera Dios, por intercesión de este santo, enviar siempre a su Iglesia Católica, escritores que defiendan la religión y animen a todos a ser mejores seguidores de Jesucristo.

Los que enseñen a otros la santidad brillaran como estrellas por toda la eternidad. (Profeta Daniel 12, 3)

27 jun 2014

Santo Evangelio 27 de Junio de 2014

Día litúrgico: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (A)

Texto del Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 

»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».


Comentario: Rev. D. Antoni DEULOFEU i González (Barcelona, España)
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso

Hoy, cuando nos encontremos cansados por el quehacer de cada día —porque todos tenemos cargas pesadas y a veces difíciles de soportar— pensemos en estas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Reposemos en Él, que es el único que nos puede descansar de todo lo que nos preocupa, y así encontrar la paz y todo el amor que no siempre nos da el mundo.

El descanso auténticamente humano necesita una dosis de “contemplación”. Si elevamos los ojos al cielo y rogamos con el corazón, y somos sencillos, seguro que encontraremos y veremos a Dios, porque allí está («Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo»: Mt 11,25). Pero no sólo está allí, encontrémosle también en el “suave yugo” de las pequeñas cosas de cada día: veámoslo en la sonrisa de aquel niño pequeño lleno de inocencia, en la mirada agradecida de aquel enfermo que hemos visitado, en los ojos de aquel pobre que nos pide nuestra ayuda, nuestra bondad…

Reposemos todo nuestro ser, y confiémonos plenamente a Dios que es nuestra única salvación y salvación del mundo. Tal como lo recomendaba Juan Pablo II, para reposar verdaderamente, nos es necesario dirigir «una mirada llena de gozosa complacencia [al trabajo bien hecho]: una mirada “contemplativa”, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo que se ha realizado» en la presencia de Dios. A Él, además, hay que dirigirle una acción de gracias: todo nos viene del Altísimo y, sin Él, nada podríamos hacer.

Precisamente, uno de los grandes peligros actuales es que «el nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que frecuentemente desemboca en el activismo, con el fácil riesgo del “hacer por hacer”. Hemos de resistir esta tentación buscando “ser” antes que “hacer” (Juan Pablo II). Porque, en realidad, como nos dice Jesús, sólo hay una cosa necesaria (cf. Lc 10,42): «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí (…) y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29).

27 de junio NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO


27 de junio

 NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO


Pocos casos hay en la historia de la Iglesia de difusión tan rápida y universal de una devoción mariana como es la del culto al famoso cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

 Era el día 23 de junio del año 1867, domínica infraoctava del Corpus, cuando, en la iglesia de padres redentoristas de Roma, el decano del Capítulo Vaticano, patriarca de Constantinopla (después cardenal), daba comienzo a la ceremonia de coronación de la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Con anterioridad, el día 12 de mayo del mismo año, habían aprobado por unanimidad los capitulares el proyecto de coronación, declarando en público decreto que dicho cuadro reunía todas las condiciones para tal honor: antiquísimo culto de más de tres siglos y fama de muy milagroso. Se señaló para la litúrgica conmemoración. de aquella fiesta la domínica que precede a la Natividad de San Juan Bautista. Hoy se celebra trasladada al 27 de junio en el calendario universal de la Iglesia.

 ¿Cuál es la historia de este cuadro, desde entonces tan celebrado en las cinco partes del mundo?

 Precisamente uno de los diputados por el Cabildo Vaticano para la coronación era Pedro Wenzel, subprefecto después del Archivo Secreto Vaticano, quien, años andando, en 1903 comunicó a un padre redentorista, investigador del origen de este cuadro por Bibliotecas y Archivos vaticanos, un interesante documento manuscrito que constituía la fuente primaria para la historia de la venerada imagen. Hallábase el documento en un códice manuscrito de Franciscus Turrigius (s. XVI), También se hallaron dos relaciones del mismo en la obra manuscrita en veintiséis grandes volúmenes de lo. Antonius Brusius (s. XVII) sobre antigüedades sacras de Roma. El documento primitivo, escrito en pergamino, fijo en una tabla, estaba colocado en el cancel que cerraba el altar mayor de la iglesia de San Mateo in Merulana. Ambos autores copiaron el original, que, por ser largo, lo resumiremos aquí.

 Un comerciante de Creta robó de una iglesia el cuadro milagroso y se dio a la mar, ocultando el cuadro entre las mercancías. Sobrevino una tempestad y todos, sin saber del cuadro, invocaban a la Virgen. Serenóse el mar y tomaron puerto. Un año después el comerciante, con el cuadro, llegaba a Roma. Enfermó el cretense y un amigo romano se lo llevó a su casa. En el trance de la muerte el cretense contó al romano el robo del cuadro, sin honor entre sus mercancías, rogándole que lo colocase en una iglesia donde se le diera culto. Lo prometió el romano. Muerto el mercader, hallaron, en efecto, el cuadro, mas la mujer del piadoso amigo persuadió a su marido a quedarse con el cuadro, reteniéndolo nueve meses. La Virgen, en una visión, dijo al romano que no hiciera tal, sino que lo colocara en lugar más decente. No obedeció. Volvió la Virgen segunda y tercera vez, amenazándole entonces con una mala muerte si no lo ponía en una iglesia. Temió el romano y rogó a su mujer que regalara el cuadro a alguna iglesia. Negóse ella con muchas razones y el marido se conformó. La Virgen volvió a hablar al romano: "Te avisé, te amenacé, no has querido obedecer. Tendrás que salir tú primero, para salir yo después en busca de lugar más honorable”. Y se murió el romano. Se apareció la Virgen a una hija suya de seis años y le dijo: "Avisa a tu madre y a tu tío, y diles que Santa María del Perpetuo Socorro quiere que la saquéis de casa si no queréis morir todos muy pronto". Contó la niña, temió la madre, que había tenido la misma visión, y se determinó a obedecer. Pero en esto una vecina, enterada de lo ocurrido, la decide con muchas y poco piadosas razones a que no lo haga. Volvió la vecina a casa, pero enfermó de peste. Entonces invocó a la Virgen y se curó. Volvió la Virgen a la niña para que dijese a su madre: que quería ser llevada a cierta iglesia llamada de San Mateo, entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Obedeció la madre y, avisando a los frailes agustinos que llevaban aquella iglesia, con acompañamiento de todo el clero Y pueblo fue trasladado el cuadro y el mismo día de la traslación hizo el primer milagro.

 La fecha de la traslación fue el 27 de marzo de 1499, reinando Alejandro VI, y la data del documento fue entre la fecha anterior y el año 1503, en que murió dicho papa. Brutius decía que la letra y el color denunciaban la fecha.

 Quedó allí la imagen durante tres siglos (1499-1798). Las tropas de Napoleón ocuparon Roma y, entre otras iglesias, derribaron la de San Mateo. Los agustinos irlandeses que la regentaban se pasaron con el cuadro a la próxima iglesia de San Eusebio y, de allí, a la de Santa María in Posterula. En el año 1855 tomaba el hábito de redentorista el joven Miguel Marchi. De niño había sido monaguillo en la casi extinta comunidad de agustinos, custodios del cuadro que ignoraban. Pero un lego, fray Agustín Orsetti, muy viejo, que había conocido el culto y los milagros de la Virgen olvidada, decía con frecuencia al monaguillo: "Sábetelo bien, Miguelito. La Virgen de San Mateo la tenemos en el oratorio. No lo olvides... ¡Era muy milagrosa!". Y no lo olvidó. Enterado el superior general de los padres redentoristas, reverendísimo padre Nicolás Maurón, se presentó con el padre Marchi a Pío IX. Le refirió el caso del milagroso cuadro, su paradero, ser voluntad de la Virgen exponerla al culto entre San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, término que coincidía precisamente con el solar de los redentoristas. Acogió Pío IX las súplicas y pocos días después, por billete escrito de propio puño, ordenó (11 de diciembre de 1865) al cardenal prefecto de la Propaganda gestionase la entrega del cuadro a los padres redentoristas. Así se hizo.

 El día 26 de abril de 1866 recorrió el cuadro de nuevo las calles de Roma. Al año siguiente, como dijimos al principio, fue coronado por el Cabildo Vaticano. Desde entonces no ha cesado su devoción de recorrer aldeas y ciudades de las cinco partes del mundo con gran fruto espiritual de conversiones.

 El cardenal Francisco Ehrle, S. I., decía a un padre redentorista: "No hay Virgen romana más documentada que la Virgen del Perpetuo Socorro".

 Descripción del cuadro.-Su tamaño es de 53 por 41,5 centímetros. Está pintado al temple y en nogal. Fue restaurado por el artista polaco Novodny en 1866. La Virgen viste túnica roja, peplos o manto azul marino con vueltas verdes y esclavina. El quecrúfalos, redecilla o pañuelo verde, le recoge el cabello. El Niño viste túnica verde con cinturón púrpura y manto marrón claro. A la derecha de la figura San Miguel, túnica jacinto, manto y paño de honor verdes. A la izquierda, San Gabriel, túnica, manto y paño de honor jacinto. Todos los personajes nimbados. Los pliegues de los paños van acusados con reflejos de oro. El fondo es oro. Los personajes llevan sus nombres en abreviaturas griegas: Jesús-Cristo, Madre de Dios, el arcángel Miguel, el arcángel Gabriel. Los trazos sobre las letras son signos ortográficos y de abreviación.

 Composición del cuadro.- No es una simple imagen o retrato de María. Es una escena, una especie de cuadro de género. Para ello no basta que haya en la escena varios personajes. Es preciso que el pedazo de vida que allí se vive encadene y relacione a los personajes unos con otros, no con inscripciones o guiones, sino con el gesto, la mirada, el sentido. Es un momento simbólico de la vida de María.

 Su momento feliz es interrumpido por una visión terrible: la Pasión, cuyos instrumentos presentan los ángeles al Niño. Este vuelve la mirada consternado hacia la aparición. Con el movimiento brusco de terror contrae el pie izquierdo y la sandalia se le desprende. Las manecitas se aferran al pulgar de la Madre. Por eso la llaman a veces los rusos la Virgen del pulgar (Taletskaia Bojia Mater). La mirada de la Virgen trasciende el cuadro y pasa al espectador.

 Escuela y fecha.- La flexibilidad de la escena denota la presencia del realismo italiano. Sin embargo, la técnica es bizantina. Su dibujo es más rígido que el de sus contemporáneos italianos, tiene más de calco que de inspiración personal. No es un cuadro hecho en Italia como sus congéneres de Cimabue, Bernabé de Módena y Botticelli. Es un cuadro bizantino con influencias italianas. La isla de Creta era entonces colonia veneciana. Un ejemplar de nuestro cuadro está firmado por Andreas Rico de Candía (s. XV). El nuestro parece más antiguo que sus similares esparcidos por Italia. Kondakof y Muratof, disintiendo a veces, convienen en la inspiración italiana y lo atribuyen a la escuela ruso-bizantina de Novgorod, entre los siglos XIV y XV. En Rusia las Metsnaia ikona (imágenes de asiento) o Poklonnaia ikona (imágenes grandes) estaban fijas en el Iconostasio. Las Vírgenes de la Pasión (nuestro cuadro) eran imágenes de la devoción íntima y se llamaban Domovaia (imagen doméstica) o Molennaia ikona (imagen pequeña).

 Los papas han tenido siempre particular devoción al cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Pío IX lo regaló a los católicos de Zitomir (Rusia), que le pedían una de las Vírgenes más veneradas en Roma. León XIII se la dio a los misioneros de la Asunción que partían para Bulgaria. San Pío X la regaló a la emperatriz abisinia Taitú. Benedicto XV la tenía sobre su trono; para el 50 aniversario de la exposición al culto del prodigioso cuadro acuñó, a sus expensas, una medalla conmemorativa con su busto y la imagen del Perpetuo Socorro. Pío XI la puso en el escudo de la misión pontificia para socorrer a los niños hambrientos de Rusia. Hoy se la considera como símbolo de enlace entre la Iglesia romana y las Iglesias orientales disidentes, para la unión. Es cosa menos que interminable enumerar las naciones y centros en que a la Virgen del Perpetuo Socorro se le tributa culto especial. Baste decir que se halla extendida su devoción por las cinco partes del mundo. Sólo destacaremos las formas más significativas de este culto.

 Existe la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de la que Pío IX quiso ser el primer archicofrade, encabezando las listas. También lo fue Alfonso XIII, cuya curación, en una gripe infantil, se atribuyó a una estampa de la Virgen colocada en su cuna. La Archicofradía tiene una sección especial: la Súplica Perpetua, por la que los socios se comprometen a orar media hora todos los meses ante el cuadro. Está también en plena vitalidad la Visita Domiciliaria por medio de capillas portátiles. En muchos países extranjeros existe la Novena Perpetua, sobre todo en los pueblos anglosajones, originaria de los Estados Unidos, que celebra una función religiosa como de media hora un día a la semana, durante todo el año. Pero esa función se repite, como en San Luis (Estados Unidos) once veces por día, para dar entrada a las oleadas de devotos. Estos, en la iglesia de Boston, no bajan de 20.000 el día semanal de la novena. El centro de Manila es asombroso. En Baclarán, barrio de la capital, se ha construido una iglesia capaz para 12.000 personas. En los días de Novena Perpetua el municipio organiza servicio especial de tranvías y autobuses, con un promedio de 60.000 asistentes en los siete ejercicios al día. El delegado apostólico, monseñor Panico, decía: “La Novena Perpetua es la gracia más grande que Dios ha dado a Filipinas después de su conversión al cristianismo". A estas Novenas Perpetuas asisten muchos no católicos. El padre Juan Herat, oblato de María Inmaculada, decía que, en su parroquia de Colombo, asistían los miércoles de la Novena 30.000 personas entre católicos, hindúes, budistas, mahometanos, parsis y protestantes. Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Alemania, Inglaterra la tienen en la mayor parte de sus iglesias. Son cientos de miles los lugares misionados adonde se ha llevado el cuadro y su devoción. Varios cientos de miles suman los ejemplares de las revistas de su nombre. Los altares erigidos en su honor son innumerables. Un cronista extranjero contaba por el año 1916 unos 1.200 altares sólo en pueblos de Andalucía. En España, además de la devoción privada que todo español conoce, tiene esta Virgen el homenaje de instituciones públicas de que es ella Patrona, así: Sanidad Militar, Colegios Médicos, Beneficencia Municipal de Madrid, en el Ministerio de la Gobernación, Asociación Mutua de Socorros, el Seguro Español, Mutualidad de Peritos del Ministerio de Agricultura, Ministerio de Hacienda. En Méjico y en las naciones de Centro y Sudamérica florece la devoción en prácticas piadosas y frutos de bendición, como en cualquier nación europea.

 No basta la distancia remota de los pueblos para limitar su devoción. A principios de siglo unos misioneros austríacos, en misión rodante por el Transiberiano, llevaron el cuadro desde Moscú a VIadivostok. En Africa lo presentan al culto los misioneros del Alto Níger (franceses), del Congo (belgas), de Africa del Sur (ingleses). También en Oceanía los misioneros de Nueva Guinea. Siete catedrales de Australia y Nueva Zelanda celebran la Novena Perpetua. En Newcastle (Oceanía) cinco estaciones radiofónicas comerciales transmiten la Novena Perpetua. En 1948 el padre Henry, oblato de María Inmaculada, llevaba el cuadro al Polo Norte, al 70º de latitud, península de Boothia.

 Como se ve, esta devoción tiene un marcado carácter universalista, con un fruto abundante de conversiones.

 RODRIGO BAYÓN, C. SS. R.

26 jun 2014

Santo Evangelio 26 de Junio de 2014

Día litúrgico: Jueves XII del tiempo ordinario

Santoral 26 de junio: San Josemaría, presbítero
Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’. 

»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

Comentario: Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu (Sant Feliu de Llobregat, España)
No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos

Hoy nos impresiona la afirmación rotunda de Jesús: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Por lo menos, esta afirmación nos pide responsabilidad en nuestra condición de cristianos, al mismo tiempo que sentimos la urgencia de dar buen testimonio de la fe.

Edificar la casa sobre roca es una imagen clara que nos invita a valorar nuestro compromiso de fe, que no puede limitarse solamente a bellas palabras, sino que debe fundamentarse en la autoridad de las obras, impregnadas de caridad. Uno de estos días de junio, la Iglesia recuerda la vida de san Pelayo, mártir de la castidad, en el umbral de la juventud. San Bernardo, al recordar la vida de Pelayo, nos dice en su tratado sobre las costumbres y ministerio de los obispos: «La castidad, por muy bella que sea, no tiene valor, ni mérito, sin la caridad. Pureza sin amor es como lámpara sin aceite; pero dice la sabiduría: ¡Qué hermosa es la sabiduría con amor! Con aquel amor del que nos habla el Apóstol: el que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera».

La palabra clara, con la fuerza de la caridad, manifiesta la autoridad de Jesús, que despertaba asombro en sus conciudadanos: «La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29). Nuestra plegaria y contemplación de hoy, debe ir acompañada por una reflexión seria: ¿cómo hablo y actúo en mi vida de cristiano? ¿Cómo concreto mi testimonio? ¿Cómo concreto el mandamiento del amor en mi vida personal, familiar, laboral, etc.? No son las palabras ni las oraciones sin compromiso las que cuentan, sino el trabajo por vivir según el Proyecto de Dios. Nuestra oración debería expresar siempre nuestro deseo de obrar el bien y una petición de ayuda, puesto que reconocemos nuestra debilidad.

-Señor, que nuestra oración esté siempre acompañada por la fuerza de la caridad.

26 de junio San Josemaría Escrivá de Balaguer,

26 de junio

San Josemaría Escrivá de Balaguer,
Fundador. Año 1975.


San Josemaría Escrivá es uno de los más populares  fundadores y apóstoles del siglo XX. Nació en Barbastro Aragón, España, de un hogar sumamente creyente y ejemplar y fundó en 1928 una de las asociaciones apostólicas más fuertes del mundo, el Opus Dei.

Desde muy pequeño tuvo una gran cualidad: su espíritu de servicio a los demás. Parecía que su oficio más agradable era poder ser útil a los demás en todo lo que le fuera posible ayudarles. La frase de Jesús que más le impresionaba era esta: "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida en redención de muchos" (Mt. 20, 28). Y le impresionaba el meditar que Jesús desde su nacimiento en el pesebre hasta su muerte en la cruz, no tuvo otro fin que el de dar gloria al Padre Dios y hacer el mayor bien a las criaturas humanas. Y él se propuso emplear también todas sus cualidades al servicio de Dios y de las personas humanas.

José María se propuso pues imitar el espíritu de servicio de Jesús, y dedicar su vida entera a lograr hacer el mayor bien posible a toda clase de gentes.

Después de obtener su doctorado en la universidad, fue ordenado de sacerdote en 1925 y se dedicó al apostolado con todas las fuerzas de su alma, tendiendo como lema aquella frase de la S. Biblia: "El sacerdote está constituido a favor de los hombres" (Hebr. 5, 1).

Su madre, Doña Dolores, le había enseñado una frase que ella repitió muchas veces y que a él le fue muy útil en el apostolado: "Para lo único que hay que tener vergüenza es para pecar". Así que al joven sacerdote no le dio jamás vergüenza hablar de Cristo y de su mensaje en todas partes y ante toda clase de personas. Y esto mismo enseñó con la palabra y el ejemplo a sus millares de discípulos de todo el mundo.

Cuando Dios encamina a una persona hacia una gran obra le concede todas las cualidades necesarias para desempeñar bien el oficio que le ha encomendado. Al Padre Escrivá le concedió un espíritu sumamente alegre y jovial que le ganaba la simpatía a todos los ambientes. Una alegría que se contagiaba a los que lo escuchaban. Lo dotó también la Divina Providencia de un corazón sumamente generoso para amar a todos. Uno de sus socios, que lo acompañó por muchos años, declaró: "Me consta que jamás Monseñor Escrivá se sintió enemigo de nadie". Quiso bien a todos y los seguía queriendo aún después de que lo trataran mal. Su única moneda de cambio con quienes se dedicaban a atacarlo, era rezar por ellos.

José María fue un instrumento en las manos de Dios, por medio del cual la Iglesia Católica logró conseguir líderes apostólicos en todos los continentes y empezó nuevas obras de apostolado en muchas naciones. Pero él siempre se consideraba un simple instrumento en manos de Dios. Ninguno de sus triunfos apostólicos lo atribuía a sus cualidades o a sus esfuerzos personales, sino todo solamente a la bendición de Dios. Recordaba la famosa frase del libro de los proverbios: "Lo que nos produce éxitos es la bendición de Dios. Nuestros afanes no le añaden nada". Sabía que cuanto mejor preparado está el instrumento (por ejemplo el pincel, con el cual le agradaba mucho compararse) mejor saldrá la obra del artista. Por eso trataba de prepararse lo mejor posible siempre, pero también estaba convencido de que sin la acción del artista, (que siempre en el apostolado es Dios) el instrumento nada logra conseguir por sí mismo.

Pero la humildad de Escrivá no era un apocamiento, un creerse sin valor o un inútil y sin cualidades (porque eso sería mentira. Y la humildad es la verdad). Su humildad no era un no atreverse a proponer nuevas iniciativas o dejar de exigir derechos que son deberes. Era un estar convencido de que se es incapaz de realizar nada valioso sin la bendición de Dios, pero a la vez una convicción de que entre más preparado y calificado esté el apóstol, mayores éxitos podrá obtener si confía plenamente en la ayuda divina.

Siendo muy joven en Logroño en pleno y terrible invierno vio sobre la nieve las huellas de unos pies de un religioso capuchino, que por amor de Dios y por salvar almas andaba descalzo sobre ese hielo tan temible. Y José María se preguntó: "Todo esto hacen los demás, y yo ¿qué voy a hacer por Cristo y por las almas?". Desde entonces se propuso gastarse y desgastarse por hacer amar más a Dios y por conseguir salvar almas.

El 2 de octubre de 1928 José María sintió que Dios le iluminaba una idea maravillosa (durante unos Ejercicios Espirituales), fundar una asociación en la cual cada persona, siguiendo sus labores ordinarias en el mundo, se dedicara a conseguir la santidad y a propagar el reino de Cristo. Y fundó entonces la famosa organización llamada Opus Dei (Obra de Dios) que ahora está extendida por todos los países del mundo. Su lema era la frase de San Pablo: "Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (1 Tes. 4, 3).

El famoso fundador repetía: "El creyente, ya sea barrendero o gerente, ya sea pobre o rico, sabio o ignorante, conseguirá su santificación y un gran puesto en el cielo si todo lo que tiene que hacer lo hace por amor de Dios y con todo el esmero que le sea posible. En el servicio de Dios no hay oficios de poca categoría. Todos son de gran categoría si se hacen por amor a Nuestro Señor".

Desde 1928 hasta su muerte en 1975, José María Escrivá dedicó todas sus energías y sus grandes cualidades y todo su tiempo, a extender y a perfeccionar la obra maravillosa que Dios le había encomendado: El Opus Dei, una asociación para llevar hacia la santidad a las personas, pero permaneciendo cada cual en su propia profesión y oficio.

Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II en Roma el 17 de mayo de 1992.

Escribió Monseñor Escrivá un librito pequeño pero hermosísimo que ha influido en millones de personas en el mundo entero. Se llama "Camino". Son mil pensamientos (numerados) acerca de los temas más importantes para conseguir la santidad. Su estilo es simpático, impactante, incisivo y muy agradable. Y como antes de escribir rezó mucho por lo que iba a redactar, las frases del libro "Camino" llegan hasta el corazón de sus lectores y lo conmueven profundamente.

He aquí algunos de esos pensamientos cortos de su libro "Camino": Acostúmbrate a decir No a lo que es malo... ¿Qué no puedes hacer más? ¿No será que no puedes hacer menos?... ¿Virtud sin orden? ¿Y a eso llamas virtud?... ¡Qué hermoso desgastar la vida por Dios y por los demás!... Tu mayor enemigo es: tu egoísmo... Si no te dominas a ti mismo, aunque seas poderoso, eres poca cosa... Al que puede ser sabio no se le perdona que no lo sea... Tu orgullo: ¿de qué?...

Dios le concedió la gracia de ser muy simpático para los universitarios, para los profesionales y para los de las clases dirigentes. Y él empleó este don tan especial para conseguir que muchísimos líderes de diversos países aprovecharan sus notables influencias en los demás para llevarles los mensajes de la Iglesia Católica y extender así nuestra Santa Religión. La simpatía personal del Padre Escrivá le atraía amigos en todas las naciones a donde llegaba su influencia y muchos de ellos ocupan ahora puestos influyentes, para gloria de Dios.

El 6 de octubre de 2002, más de 400.000 personas asisten en la plaza de san Pedro a la canonización de Josemaría Escrivá. En la homilía, Juan Pablo II señaló que el nuevo santo "comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes.

El Papa animó a los peregrinos llegados desde los cinco continentes a seguir sus huellas. "Difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu".

25 jun 2014

Cuando los padres pasan a ser hijos


Cuando los padres pasan a ser hijos



En este mundo en el que estamos viviendo…, rápidamente se están sucediendo unas transformaciones que dan lugar a la aparición de nuevos problemas, que las personas de otros siglos no tenían. Por un lado los destrozos demoniacos que están sucediendo en las familias. Por un lado, su disminución no solo en tamaño de estas, sino lo que es peor, en la disminución del número de ellas. La familia es un núcleo de amor y convivencia humana, entre personas enraizadas por lazos sanguíneos que nacen, a partir de la existencia de un matrimonio indisoluble.

La ruptura del matrimonio, el carácter soluble que ahora está tomando el matrimonio, rompe la familia, porque no son solo los cónyuges los que destrozándose se separan, sino que de paso destrozan las vidas de sus hijos y deshacen la familia. Y la base de todo se encuentra, en que muchos van al matrimonio incitados por beneficios materiales y no espirituales. La gente se casa incluso yendo a la Iglesia a espaldas del sacramento y perdiendo las gracias sacramentales, que generalmente ni saben lo que es eso ni les importa. Ellas quieren ir a a Iglesia por el traje blanco y la fiesta y a ellos lo del traje blanco, siempre les ha parecido una cosa incomprensible, sin darse cuenta del carácter simbólico que este traje representa, porque es la pureza de ella al ir l matrimonio, pero como es no está de moda ni para ella ni para él, así vamos tomando café.

La persona que nunca ha tenido ni tiene familia, es cada día más frecuente. Se trata de una persona que al carecer de vínculos familiares se encuentra sola y su soledad es una mala cosa. El ser humano es eminentemente social y con una característica muy esencial que lo define, porque Dios nos ha creado para amar y ser amado y hasta llegar a su mayoría de edad y logra encontrar, lo que se suele llamar su media naranja, se carece de familia, que es tanto como decir que carece de apoyo y amor, sobre todo el de sus padres. Si…, puede ser que tenga padres, pero estos se separaron y muchas veces los dos se casaron en segundas nupcias o sin casarse se amancebaron y el hijo se encontró a caballo de dos familias y cuando llegó a la mayoría de edad, lo más seguro es que desee formar una familia y tener lo que él no tuvo.   

 Hay otro factor de distorsión, actual, que está creando situaciones inesperadas, me refiero a la prolongación de la vida humana. En épocas siglos pasados, no muy pasados, se vivía hasta los 50 años y la muerte acaecía entre los 50 y los 60 años era lo normal, en líneas generales. El que o la que lograba llegar a los 70 años, era un caso especial, digno de comentario. Hoy en día, solo se comenta el haber rebasado los 100 años. Esto da origen en que se tenga en cuenta el estado físico del que se encuentra en la senectud, pues hay varias enfermedades que se ceban en estas edades; me refiero al alzheimer, al corazón, al cancer, y al mal de párkinson. En general,, raro es en anciano enfermo que está en su casa con su familia, si es que la tiene, lo normal es que lo hayan metido en una residencia. Claro que peor, es que  le hayan aplicado la eutanasia, lo cual solo es por ahora existente en pocos países, uno de los cuales es Holanda, donde cualquier anciano que tenga un simple catarro, se marcha corriendo a un país vecino, no vaya a ser que los médicos holandeses, aprovechen la ocasión y le liquiden

Referente a este tema he recibido unos comentarios  en portugués, firmados por Fabrício Carpinejar  y que les transcribo: "Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre. Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.

Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana todo corredor ahora ,está lejos. Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa, en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos. Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas. Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres. La primera transformación ocurre en el cuarto de baño. Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la ducha.

La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “desplazamiento de las aguas”. Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento. La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones. Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros  frustrados ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros? Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.
Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.

Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos. En el hospital, la enfermera hacía la maniobra, para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento: Deja que te ayude. Reunió fuerzas y tomó por primera a su padre en su regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso. Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable. Meciendo a su padre de un lado al otro. Acariciando a su padre. Calmado el su padre. Y decía en voz baja: ¡Estoy aquí, estoy aquí, papá! Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí".

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

fuente:http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=36019

Santo Evangelio 25 de Junio de 2014

Día litúrgico: Miércoles XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».


Comentario: + Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
Por sus frutos los reconoceréis

Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto son tan simples que parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Ésta nos enseña que hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y acaban dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y... vuelve a empezar.

¡Ah! Y lo hace, entre otras razones, porque sabe que si no da buen fruto será cortado y echado al fuego (¡el santo temor de Dios guarda la viña de las buenas vides!), y porque, conociendo la bondad de los demás a través de sus buenas obras, sabe, no sólo por experiencia individual, sino también por experiencia social, que él sólo es bueno y puede ser reconocido como tal a través de los hechos y no de las solas palabras.

No basta decir: «Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Sant 2,18).

25 de junio Próspero de Aquitania

25 de junio


Próspero de Aquitania
seglar († c. a. 455)


Si no fuera por sus escritos, todos marcados por la controversia semipelagiana, y por el testimonio del historiador Gennadio no sabríamos gran cosa de su vida que destaca por su virtud, por la perseverancia en la lucha por la ortodoxia y por el apasionamiento por la verdad.

Parece ser que era natural de Aquitania y así se añade a su nombre, como apellido, el de su patria y vió la luz a finales del siglo IV. Debió recibir una buena y sólida formación y parece ser que frecuentó la compañía de los monjes que estaban en el monasterio de san Víctor, en Marsella, al sur de Francia. Consta que nunca entró en el mundo de los clérigos, siempre permaneció en el estado seglar y hay indicios prudentes que llevan a pensar que estuvo casado; de hecho, se le atribuye el «Poema de un esposo a su esposa» en cuyo caso no habría duda sobre su estado matrimonial e incluso se le podría aplicar la profundidad de pensamiento y las claras actitudes de vida cristiana que en él aparecen, pero no puede afirmarse con total seguridad por negar algún autor de peso la autoría prosperoniana del poema.

Bien conocida es la controversia teológica suscitada en el siglo V por la desviada enseñanza de Pelagio contraria al pensar cristiano poseído pacíficamente en la Iglesia. La reacción de san Agustín -con toda clase de argumentos bíblicos y teológicos- no se hizo esperar en defensa de la fe y la sanción de los concilios de Cartago en los años 416 y 418 con la posterior aceptación del papa parecía haber solucionado para siempre el problema. Pero no fue así y es aquí donde entra en juego Próspero de Aquitania.

Los monjes de san Víctor en Marsella empiezan a inficionar las Galias con un pelagianismo camuflado que enseña el abad Casiano, escritor y teólogo, secundado por sus monjes. Dice en sus «Colaciones» que admite la doctrina contra los pelagianos expuesta por san Agustín y aprobada por los concilios y los papas, pero sostiene con sus monjes que depende del hombre la primera elección que en términos teológicos se denominará desde entonces el «initium fidei». Este es el pensamiento teológico que en el siglo XVI recibirá el nombre de semipelagianismo. Próspero detecta el mal larvado y habla, y discute, y visita, y escribe a Agustín propiciando la escritura de los tratados maduros agustinianos «Sobre el don de la perseverancia» y «De la predestinación de los santos» que escribió, ya anciano, el obispo de Hipona. Es toda una controversia de alto nivel. Como es laico y su fuerza termina en su pobre persona, no cede en la verdad teológica y marcha a Roma para implicar en la defensa de la fe al mismo papa Celestino I que era ya un hombre avezado en este tipo de discusiones y escribió a los obispos galos pidiendo sometimiento al magisterio de la Iglesia recogido de san Agustín.

Se trataba de intrincadas cuestiones que, en sus matices, son para especialistas teólogos y en las que los incautos son fácil presa al engaño. En juego está la idea de Dios y del hombre, el valor de la Redención y la necesidad de los sacramentos. No era poca cosa la que estaba sobre el tapete. Había que saber conciliar la evidencia del absoluto poder de Dios, su voluntad salvífica universal, y su absoluta libertad con la libertad del hombre que es un ser dependiente y el papel que le concierne en su propia salvación, correspondiendo personalmente a la gracia. Si se concedía excesivo protagonismo a la libertad humana se llegaba al extremo inaceptable de que el hombre puede llegar a la salvación sobrenatural por sus propias fuerzas; si, por el contrario, se acentuaba la absoluta dependencia del hombre con respecto a Dios, se hacía a Dios responsable de la condenación, cosa igualmente imposible. Llegar a la expresión técnica de la fe era cosa de preclaras inteligencias, grandes teólogos y extraordinarios santos.

Muerto Casiano y fallecido también san Agustín, no se acabó la discusión entre los seguidores del fraile y tuvo que ser el laico o seglar Próspero quien mantuviera firme y alta la bandera de la ortodoxia. Que se sepa, escribió «La vocación de todos los gentiles», «Contra el autor de las Colaciones», «Sobre la Gracia y el libre albedrío» y «De los ingratos».

Terminó sus días el seglar Próspero siendo secretario nada menos que del papa san León Magno y hasta se piensa que pudo poner su aportación en la Epístola Dogmática escrita a los Orientales para exponer magisterialmente el misterio de la Encarnación, declarando la unión Personal en Cristo contra la herejía de Nestorio y contra Eutiques y los monofisitas las dos naturalezas de Cristo.

Murió después del año 455, sin que se pueda aventurar con más exactitud la fecha de su muerte en el actual estado de investigación.

Da gusto ver en el siglo V la entrega de un laico sabio y santo responsable de su misión y puesto en la Iglesia sin renunciar al estado que Dios quiso para él. Aunque en aquella época no se hablaba aún de «promocionar al laicado», ni de «laicos comprometidos», se demuestra una vez más que, para cada uno en particular, la santidad no depende del modo de ser Iglesia en la Iglesia, sino de la fidelidad a la gracia de Dios y del esfuerzo por poner en juego todos los dones recibidos.

24 jun 2014

Santo Evangelio 24 de Junio de 2014

Día litúrgico: 24 de Junio: El Nacimiento de san Juan Bautista

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. 

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.


Comentario: Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona, España)
El niño crecía y su espíritu se fortalecía

Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.

Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).

Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.

San Juan Bautista, 24 de Junio


24 de junio

HOMILÍAS

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


 Es Primavera, y, sobre la alta serranía, Nazaret abre su caserío blanco, como lirio enorme, a la tierna caricia  del sol. Caen las aguas de nieve, con juvenil travesura,  entre las quebradas del monte. Los almendros apuntan  estremecidos sus yemas, y se percibe un murmullo caliente cuando rompen, con ímpetu, a la vida. Un perfume antiguo de hornos se mezcla a la liturgia del incienso y cubre los sembrados como una bendición anticipada. ¿Quién  oyó el cantar de las tórtolas, entre las dos luces tranquilas de la sobretarde? Pues parece que el rey Salomón, turbado de muchos amores, suspira, escondido entre el verde fresco de los jardines, su llamada impaciente: "Ya pasó el invierno, amada mía. Ven, mi paloma, que anidaste sobre las piedras, ven". Y de la corola opulenta de ese  lirio nazaretano salta la Doncella María, como un prodigio de hermosura. Hay, en el aire de oro, un reguero de palabras del Buen Dios, y la brisa pequeña simula aún el roce inocente de las alas del arcángel. Ya fue la Encarnación. Con la docilidad sencilla de una esclava creyó el fausto Mensaje. Y en el otro lirio celeste y cerrado —el seno de la siempre Virgen— se hace carne la deidad del Verbo. Pero aquel signo increíble de la prima Isabel, fértil y anciana, le empuja, con su cosquilleo femenino y curioso, hacia Ain Karim, mientras las augustas modulaciones del Magnificat se asoman a la ternura del labio. Todo su camino trasciende a un profundo misterio. Atraviesa la llanada de Esdrelón, ahora exuberante y pacífica; pero en estos mismos campos Israel cortó los laureles de sus grandes victorias y la cizaña negra de sus declinaciones. Y parece que las sombras del crepúsculo reaniman, en la soledad de sus sepulcros, a todos los viejos caudillos, que alzan sus trofeos y sus laudes al paso de la Virgen de la Promesa. Sube alegre las montañas de Samaria y percibe aún los ecos de aquellos pactos que hizo Yahvé con los patriarcas, y el recuerdo de anchas bendiciones. Y, al fin, la Judea la recibe en la solemne liturgia de su sacerdocio, y convoca a todos los profetas muertos para que se gocen en los días de la plenitud, cuando los montes destilen pura miel y se hermanen el cordero con el lobo. ¡Toda la historia del Pueblo de Dios se asoma para verla pasar, y la acompaña, cantando un salterio de amorosa bienvenida!

 Las cuatro jornadas de viaje —iba, según San Lucas, con mucha presteza, por el más corto camino— dieron en Ain Karim, donde los primos tienen una casita de recreo para los días de verano. Zacarías permanece mudo desde aquel sofoco que le produjo la presencia del arcángel Gabriel, cuando ofrecía el incienso ritual en el Santuario. Era como una llama de oro encendido que le hablaba así: "No temas, porque ya ha sido oída tu oración. Tu mujer te dará un hijo a quien pondrás de nombre Juan". Y precisamente su boca muda habla como signo visible del milagro.

 De pronto rompe, en la modorra del mediodía, una voz de saludo: "¡La paz sea con vosotros!". Y se despierta el paisaje, sobresaltado con un revuelo de palomas y un murmullo en todas las flores del huerto. Sale impaciente Zacarías, porque anda nervioso desde la visitación celeste, y se queda suspenso, con los brazos tendidos. ¿Cómo, ahora, la prima de Nazaret? Y la estrecha con enorme dulzura, porque, en el recreo del alma, presiente ya los días de salud para su pueblo, mientras por la barba temblona le caen lágrimas dulces, como las perlas que el rocío pone estas madrugadas de abril en el verdor de los campos. A las puertas de la casa aparece Isabel, radiante. ¿Porque le dan de cara los rayos del sol? No. Es toda ella un divino reverbero, llena del Santo, Espíritu, que es Luz. Está en trance, como ardiendo. Y más que hablar, grita la profecía de su saludo: "Bendita Tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Y así queda, sobre el aire inmóvil, que es más azul y más risueño, la primera avemaría de la historia, iniciada, en la eternidad, por la misma boca del Padre. Se turba la Virgen con el recibimiento de los primos, porque es muy humilde. Y entonces su palabra serena, en un susurro enamorado, prorrumpe a cantar sus alabanzas al Altísimo, porque la hizo grande con su poder y le colmó el seno de fecundidad y de maravilla. Oíd: Magnificat anima mea Dominum...

 El grupo deliciosamente enlazado de los tres busca refrigerio y reposo dentro de la casita, que tiene al mediodía tendido un parral de sombras y un encanto de aguas en los surtidores, que lloran la frescura de su luz sobre los nardos. ¿Quedó allí María hasta el nacimiento de Juan? La teología de Nuestra Señora nos lo aclara. Ved. Las gracias que acaba de recibir en la Encarnación —añadidas a las de su plenitud original— la han introducido en un orden de vida sobrenatural eminente. La hipóstasis del Verbo en su carne le confiere el título de coparental de las divinas Personas. Es realmente Hija del Padre, Madre de su Verbo y Esposa del Santo Espíritu, del Amor que la sombreaba en Nazaret. Pero no hay que olvidar la cooperación que presta María a este lujo de dones y de privilegios. En el plano de los merecimientos personales funciona sin la traba de las pasiones rebeldes que a todos los hombres nos afligen. Y, así, el Angélico nos asegura que, con la caridad, crecían en su alma, a la vez, como los cinco dedos de nuestra mano, las virtudes, dones y méritos, en una progresión incalculable. La caridad, pues, la indujo a permanecer en Ain Karim, junto a la prima necesitada, hasta el jubiloso alumbramiento del Bautista: sin que estimemos en contra las razones de un pudor fuera de tono al interpretar como ya acabados esos "cerca de tres meses” que San Lucas asigna al misterio de la Visitación de la Virgen.

 Y corre la primavera, embalsamada por los dulces coloquios de aquellas dos madres del milagro, en una íntima comunión de corazones y de ofrendas al Altísimo. ¡Cuántas veces recontaría Isabel que el niño saltó en el seno, santificado por la visita de la Doncella! Y mientras preparaban las dos los pañales del alumbramiento, el cielo se hacía blanco de tan azul y transparente; y agobiaba el aire, desde los arenales de Judá; y el equinoccio del estío venía, ardiente y solemne —el sol como una custodia de fuego—, para el desfile festival de la vida, en el triunfo del amor. Pues, con el gozo y las zozobras de vísperas, decidieron volverse a la casa solariega para que el niño, naciese dentro de la misma raíz troncal.

 "Y se cumplió el tiempo de dar a luz Isabel y tuvo un hijo. Los vecinos y los parientes conocieron que el Señor había tenido misericordia con ella y la felicitaban." Nos parece demasiado desnuda la narración que el evangelista pone a un suceso tan extraordinario. El arcángel había dicho a Zacarías: "Será para ti de mucho gozo y alegría, y los hombres se regocijarán con su nacimiento". Ain Karim es un poblado reducido, como una ancha familia, con los júbilos, las preocupaciones y las penas comunes. Pues el suceso que las gentes esperaban con angustiosa curiosidad conmovería a toda la aldea, un poco enajenada en su rutina gris. Sí. La noticia corre en la boca de las comadres, con añadiduras y aspavientos; se mandan mensajeros a las cercanías, y toda la casa desborda de familiares y de aldeanos. "¡Ya dio a luz Isabel!", y le agobian de parabienes y de sencillas ofrendas —tortas crujientes, corderos recentales, alguna que otra tela recamada de oro—, y una buenaventura común para la felicidad del recién nacido. Yo pienso que María, un poco alejada del ruidoso entusiasmo, cortaría en el huerto una brazada de rosas de sangre, para coronar, como un augurio, aquella vida pequeña que debía dar testimonio de su propio Hijo.

 El evangelista nos refiere, con más riqueza de detalles, la circuncisión, doble ceremonia que se celebraba a los ocho días del nacimiento para imponer al varón israelita el nombre y para ingresarle, con todos los deberes y derechos, religiosos y civiles, en la comunidad. Seguramente los sacerdotes, compañeros del padre, se encargarían del rito, aunque entre las clases humildes lo practicaba también el padre de la criatura. Y entonces el milagro. Aunque mudo, Zacarías comunicó de alguna manera a Isabel los detalles de la visión angélica del Templo y el dato precioso del nombre que el mensajero del Señor le traía. Por eso Lucas nos dice que la madre se adelanta y exige: "Se llamará Juan". Hubo forcejeo entre los parientes, "porque nadie hay en tu parentela que lleve ese nombre"; y, acaso, porque desearían ofrecer a Zacarías, imponiéndole el suyo, el consuelo de verse renovado en la varonía del hijo. Pero él pide las tablas enceradas y, a punzón, escribe: "Juan es su nombre". en el mismo instante se suelta su lengua, comienza a hablar rectamente, entre la maravilla de los familiares, y en grandes transportes proféticos dicta su oración del Benedictus, majestuosa, agradecida como para ser rezada, de rodillas, por la liturgia de la iglesia, pregonando todo el poder el Señor.

 Antes de los dos años es conducido el pequeño Juan al desierto, para salvarle de la degollina de Herodes. Y asombra que le dejen de por vida allí, según la tradición de los Santos Padres, porque estos hijos tardíos suelen ser mimosamente amados de los suyos. Pero Lucas es muy concreto cuando nos asegura: "Crecía y se fortalecía, en las estepas, hasta su manifestación a Israel". Los sensacionales descubrimientos del desierto de Judá en la primavera de 1947 nos aclaran esta juventud, escondida hasta ahora, en el misterio de las suposiciones gratuitas. Las excavaciones de Qumrám demuestran que allí existió un gran cenobio, donde la secta de los esenios se consagraba a una vida común de oraciones y de ayunos. Pues los padres del Bautista le entregarían a estas gentes piadosas, para defenderle de los matarifes de Herodes y para asegurar una educación fuerte entre aquellos hombres expertos y ejemplares. Tenemos razones para pensar así. Cuando le llegue el gran trance de su profetismo será fiel a la llamada. Entonces, rompiendo con la vida común monástica, será un disidente de Qumrám, pero sin despojarse de un género de vida que ha hecho, en él, naturaleza. No es ninguna coincidencia que las prácticas del "bautismo de inmersión", corrientes entre los monjes esenios, las imponga Juan a los pecadores como penitencia pública: que se defina como la "Voz que clama", porque en los días de su entrenamiento aprendió muy bien aquella primera "regla" del cenobio de Qumrám: :"Todos los que vengan de la comunidad de Israel sepan que se han separado de la ciudad de los hombres para vivir en el desierto y escuchar al Señor, como está escrito: En el desierto oíd su Voz y preparad, en las estepas, un camino para encontrarle". Casan, pues, demasiado los temas y los ritos de Qumrám con el modo y las predicaciones del Bautista.

 Pero no es un profeta del montón. Lucas le introduce en su evangelio con una solemnidad inusitada, escoltado por todas las jerarquías religiosas y civiles, reinantes entonces en Israel. Impresiona la majestad del cortejo: Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo y Lisanias, Anás y Caifás: y todos con la pompa de sus poderes imperiales, políticos y sacerdotales, para atestiguar sencillamente esto: "En el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarías". Si. Más que profeta, es el Precursor del Mesías. En el prólogo del cuarto Evangelio el otro Juan le confiere toda su excelsa dimensión teológica: "Hubo un hombre, por nombre Juan, enviado de Dios. Vino como testigo para testificar sobre la Luz, a fin de que, por él, todos creyesen; él no era la Luz, sino testigo de la Luz". Aquí el evangelista zanja, sin apelaciones, la peligrosa polémica que, a lo largo de los dos primeros siglos, inquietó la ortodoxia de las comunidades cristianas, cuando los discípulos esenios de Juan predicaban que su maestro fue la Luz verdadera y que su bautismo perdonaba los pecados en las inmersiones del río Jordán. No. Pero los elogios que tributa a su ministerio, como "testigo de la Luz", están en la misma línea eminente de aquellas palabras de Cristo: "Entre los hombres nacidos de mujer ninguno mayor que este Juan".

 Se explica el enorme impacto que su profetismo alcanza en la conciencia de Israel. Parece misterioso el declive del pueblo elegido, porque, en lo humano, sería muy difícil explicar cómo, de aquellos esplendores de la monarquía de David, ya no queda nada: vacías sus instituciones jurídicas y religiosas; el pueblo, "como ovejas que no tuvieran pastor", y todo Israel, una pequeña y difícil provincia del dominio augusto de Roma. Entonces se desatan las fugas hasta el maravillosismo —es la hora turbia de todas las extravagancias intelectuales y morales, de visiones mágicas y alucinaciones colectivas—, buscando cada hombre que su vecino le salve. Este clima psicológico explica bien el falso concepto israelita sobre el mesianismo.

 Entonces aparece Juan en su desierto y choca. Es el profeta de fuego, árido y airado, la piel batida de intemperies y de soles, una cintura de penitencia que le desgarra la carne poca, y una luz infinita en la mirada profunda e irresistible. ¡Qué duro contraste! Los rectores religiosos eran de aquella catadura aristocrática que permitió al levita y al sacerdote, pasar junto al pobre judío, robado de los ladrones en Jericó, sin oír los lamentos helados de su agonía. Los poderes civiles, envilecidos en obsequio del invasor. Y un clasismo de pena, que permitía a todos los epulones sentarse a los convites de la carne y del vino mientras los lázaros morían en la soledad de su hambre y de su lepra. ¿No ha de chocar, de imponerse, la tremenda desnudez del Bautista? Un runrún invade, desde el desierto, toda Palestina. "Yahvé se ha compadecido de su pueblo suscitando un salvador, un nuevo profeta." ¿Acaso Elías o el Ungido? Y cuando aquellas vastedades del Jordán se pueblan de patriarcas, de rameras, de soldados y de publicanos, la sinagoga de Jerusalén se ve obligada a intervenir con justas razones, porque tenía recibida del Altísimo la encomienda de guardar incólumes las prácticas de la Ley. Y como Juan predica y bautiza, el Templo manda sus embajadores para fiscalizarle.

 El diálogo que en su evangelio nos transfiere San Juan es hábil, duro, diplomático. Van a interrogar al Bautista sobre su persona, su vida, sus ministerios; pero en el paisaje de estas indagaciones la diana aterradora y verdadera es el Cristo. Juan, a quien sus jueces estiman sólo como un inculto visionario, centra con fina sabiduría el estado de la cuestión y se adelanta en la respuesta.

 “¡Yo no soy el Cristo!"

 Porque no es la Luz, tampoco es el Cristo, ni Elías, ni el profeta, ni aun un hombre, con los atributos y resortes a su personalidad correspondientes. Es sólo la Voz que clama, que flagela, que purifica, Es el Precursor.

 Cuando la embajada descubra sus vergonzosas intenciones —la competencia material de su bautismo, que resta ofrendas al gazofilacio del Templo— Juan tranquiliza sus temores, pero les envuelve en una conminación impresionante. "Yo bautizo en el agua. En medio de vosotros está quien no conocéis. El que viene después de mí, a quien no soy digno de desatar el calzado”. Y este colofón del Bautista sí da que pensar. Desconocer a Jesucristo cuando está en medio de nosotros. Ignoramos, o conocemos con enormes lagunas, las doctrinas evangélicas, el ciclo dogmático, el magisterio del Papa. Su misma Persona divina, viviente en la Eucaristía, en la miseria de los hambrientos, en la orfandad de los hogares, en las llagas de los desamparados, no nos impresionan con su mensaje, aunque nos hablen con palabras auténticas de fuego, con esa luz eterna que llevan en la frente sus enviados. Es el signo, que preside las vidas dramáticas de todos los precursores. Tienen el destino de sembrar con su sangre sin ver la granazón gozosa de las espigas ni recoger en los graneros la gloria de la sementera. Precisamente porque el Bautista es un hombre entero, veraz, fiel a su misión de adelantado, Herodes le encarcelará en aquel castillo de Maqueronte, a orillas del mar Muerto, donde él quema su vida en los altares de la lujuria más arrastrada y monstruosa. Morirá. Su cabeza sangrante sobre el disco de oro que le trae el verdugo, como último ludibrio, queda trenzada a los pies impuros de Salomé, la bailarina. Pero entonces, con la palma de su sangre, triunfa en la gloria de Dios este Juan Profeta, Precursor del Mesías, Amigo del Esposo, "el más grande entre los hombres nacidos de mujer".

 FERMIN YZURDIAGA LORCA

23 jun 2014

Santo Evangelio 23 de Junio de 2014

Día litúrgico: Lunes XII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».


Comentario: Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá

Hoy, el Evangelio me ha recordado las palabras de la Mariscala en El caballero de la Rosa, de Hug von Hofmansthal: «En el cómo está la gran diferencia». De cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en muchos aspectos de nuestra vida, sobre todo, la espiritual.

Jesús dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7,1). Pero Jesús también había dicho que hemos de corregir al hermano que está en pecado, y para eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. San Pablo mismo en sus escritos juzga a la comunidad de Corinto y san Pedro condena a Ananías y a su esposa por falsedad. A raíz de esto, san Juan Crisóstomo justifica: «Jesús no dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar, hemos de corregirlo sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino como el médico que aplica un remedio». El juicio, pues, parece que debiera hacerse sobre todo con ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.

Pero todavía más interesante es lo que dice san Agustín: «El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente (...). Pensemos, primero, si nosotros no hemos tenido algún pecado semejante; pensemos que somos hombres frágiles, y [juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros». Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos pasará, como dice el Evangelio, que con una viga en el ojo queramos sacar la brizna del ojo de nuestro hermano (cf. Mt 7,3).

Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas de los otros, casi de una manera inconsciente: de ello haremos un juicio. Pero el hecho de mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos ayudará en el cómo juzguemos: ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir alguna cosa, o para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo el mundo lo hace. Y, para acabar, sobre todo tengamos en cuenta las palabras de Jesús: «Con la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2).

23 de junio SAN JOSE CAFASSO

23 de junio

SAN JOSE CAFASSO

 (†  1860)


En la trama biográfica de San José Cafasso no se echa de ver nada deslumbrador o complicado. Nacido el 15 de enero de 1811 en el seno de una familia profundamente cristiana, en Castelnuovo d'Asti —hoy Castelnuovo Don Bosco—, pareció predestinado ya desde los primeros años al ministerio sacerdotal. Niño dócil y piadoso, aficionado cual ninguno a la casa y a la iglesia, acabó por merecer el apelativo de santetto. En su juventud mantuvo fiel sus propósitos de bondad, recogimiento y oración, conservando el fulgor de la inocencia y el vivísimo anhelo de consagrarse a Dios. Lo hizo el 1 de julio de 1827, vistiendo con grande ilusión el hábito talar. Juan Bosco, a la sazón un muchacho de doce años, le vio por primera vez aquel mismo año en ocasión de una fiesta popular: ya entonces tuvo la impresión de haber encontrado un santo. Vivaracho como era, se ofreció a acompañar al seminarista para visitar los espectáculos de la ciudad. Años más tarde resonaban todavía intactas en los oídos de Don Bosco las palabras de respuesta del ejemplar seminarista: "Querido amigo, las diversiones de los sacerdotes son las funciones de la iglesia; cuanto más devotamente se celebran tanto más gustan. Nuestras novedades son las prácticas religiosas siempre renovadas y dignas, por tanto, de frecuentarse con la mayor diligencia”. Para persuadir al joven, que no parecía del todo convencido, añadió sonriendo: "Quien abraza el estado eclesiástico se vende al Señor; de ahí que nada hay en este mundo que le atraiga si no es la mayor gloria de Dios y el bien de las almas". He ahí una respuesta que da la talla del hombre.

 Fiel a tales convicciones que inspiraban sus propósitos, pasó de los estudios de filosofía a los de teología, coronándolos finalmente con la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1833.

 Ya sacerdote, rehusando ofertas tentadoras de diversos párrocos que se lo disputaban, no satisfecho de su formación espiritual y teológica, y libre, por otra parte, de preocupaciones económicas, prefirió continuar su preparación pastoral en el "Convitto” eclesiástico de San Francisco de Asís, de Turín, fundado precisamente para esos fines el año 1817, gracias al interés y acción coordinada de dos figuras altamente representativas en el clero piamontés de aquel entonces: el siervo de Dios Pío Brunone Lanteri y el teólogo Luis María Fortunato Guala, que ocupaba a la sazón el cargo de rector.

 La divina Providencia velaba sobre sus pasos: aquel "Convitto” escogido por Cafasso como palestra de perfeccionamiento sacerdotal acabaría por ser su campo de apostolado más fecundo y el centro de su delicadísima misión hasta el fin de sus días. No tardó en destacarse a la vez que la solidez de su cultura teológica su madurez ascética. Por lo que muy pronto ocupó allí mismo la cátedra de maestro: primero como auxiliar, luego como suplente del teólogo Guala en sus clases, sobre todo de teología moral, y, finalmente, sucediéndole en su cargo de rector a su muerte, acaecida en 1848.

 Esta tarea de perfeccionamiento y renovación del joven clero piamontés constituye el más alto timbre de gloria de nuestro Santo. Labor nada fácil: resentíase aún la vida religiosa del Piamonte, en medida no despreciable, del influjo de una situación madura en la segunda mitad del siglo XVIII y cristalizada en una práctica severa en plano pastoral y sacramental, que no excluía la inspiración de corrientes jansenistas del tiempo. Dejábanse sentir a la vez tendencias regalistas de volumen no despreciable. En uno y otro campo batalló victorioso San José Cafasso en su empresa de renovación, siguiendo las huellas de sus predecesores Lanteri y Guala, a la luz de la doctrina de San Alfonso María de Ligorio. Sintetizan con exactitud y autoridad la postura de nuestro Santo las apreciaciones de Su Santidad Pío XI en ocasión del decreto De tuto para la beatificación de Cafasso el 1º de noviembre de 1924: "Bien presto logró Cafasso sentar plaza de maestro en las filas del joven clero, inflamado de caridad y radiante de sanísimas ideas, dispuesto a oponer a los males del tiempo los oportunos remedios. Contra el jansenismo alzaba un espíritu de suave confianza en la divina bondad; frente al rigorismo colocaba una actitud de justa facilidad y bondad paterna en el ejercicio del ministerio, desbancaba, en fin, el regalismo, con una dignidad soberana y una conciencia respetuosa para con las leyes justas y las autoridades legítimas, sin claudicar jamás, antes bien dominada y conducida por la perfecta observancia de les derechos de Dios y de las almas, por la devoción inviolable a la Santa Sede y al Pontífice Supremo y por el amor filial a la Santa Madre Iglesia".

 Gracias a esta labor suya nuestro Santo procuró a la Iglesia un plantel de sacerdotes que habían de fructificar presto en parroquias, seminarios, institutos religiosos, escuelas públicas, alcanzando muchos de ellos neta fama de santidad. Brilla con fulgores vivísimos la figura de San Juan Bosco, con quien Cafasso fue pródigo en extremo, pues a lo que ofrecía a los demás añadió su consejo iluminado, su palabra de aliento, su óbolo material incluso en los momentos críticos de la fundación de su obra prodigiosa.

 Pero la misión apostólica y sacerdotal de nuestro Santo no se agotaba en el recinto del "Convitto" ni en la educación del clero. Desde su morada, su actividad benéfica inspirada en un ardentísimo celo por las almas. se irradiaba en todo el ambiente circundante. San Juan Bosco destaca en la biografía de su maestro varias facetas de su múltiple actividad: padre de los pobres, consejero de los vacilantes, consolador de los enfermos, auxilio de los agonizantes, alivio de los encarcelados, salud de los condenados a muerte. Dos calificativos merecen subrayarse entre ellos.

 No había cárcel en Turín cerrada a la caridad del Santo. Amaba a los desgraciados allí recluidos y no acertaba a dejar aquellos lugares en que se le antojaba ver sufrir a Cristo más que en ningún otro. Los condenados a muerte, en particular, le requerían para tenerlo a su lado como ángel de consuelo en el momento del suplicio... Dios premió su efusión de caridad sincera: a pesar de que entre los sesenta y ocho condenados a pena capital, que a lo largo de más de veinte años hubo de asistir, encontrara auténticos monstruos de maldad, no hubo uno solo que resistiera a la gracia: todos se convirtieron, llegando en más de una ocasión a signos inequívocos de extraordinario arrepentimiento. Conocido ese misterioso influjo que ejercía para con esos pobrecitos condenados, fue muy solicitado en varias ciudades del Piamonte en ocasiones análogas. De ahí el mote popular con que se le conocía de "padre de las horcas". No deja de ser un título de gloria para quien había logrado convertir un horrible instrumento de muerte en auténtico medio de salvación y de vida eterna.

 "Consejero de los inciertos" lo apellida Don Bosco, Otros prefieren calificarlo "oráculo del laicado y del clero". Efectivamente, de todos los rincones del Piamonte corrían a él gentes de toda clase y condición, ansiosos de su consulta y su consejo. Seglares y clérigos —incluso prelados y obispos—, doctos e ignorantes, abogados, militares, nobles y plebeyos, católicos fervientes, fríos en piedad y aun alejados de la práctica religiosa..., todos le hacían compañía en la calle, le consultaban en su cuarto de estudio, se le acercaban en la iglesia en largas e interminables horas de confesonario. No rechazaba jamás a ninguno. Aunque extenuado de tanta fatiga y cargado de preocupaciones gravísimas, sabía tratar a todos con idéntica cordialidad. Y todos tenían la persuasión de recibir de sus labios una palabra que, limpia de toda pasión humana, traía consigo el sello inequívoco de la verdad divina, admirablemente ajustada a las necesidades de cada cual.

 El maestro, el consejero, el confesor, el predicador dejaba a las claras en el ejercicio de su ministerio las líneas maestras de su espiritualidad. Se la ve práctico-pastoral, sencilla y discreta, enraizada en los más sólidos y genuinos filones de la espiritualidad católica de todos los tiempos y, en particular de San Ignacio, de San Francisco de Sales, y de San Alfonso María de Ligorio. Sin cejar jamás en la tensión a metas ideales —pues sencillez para él no significa pobreza y menos aún raquitismo de vida interior—, nuestro Santo se preocupaba ante todo de asegurar a las almas lo estrictamente indispensable, es decir, el desarrollo completo de la vida cristiana, acentuando con trazos muy vivos el fin de esta vida, el valor del tiempo, la salvación del alma, la lucha contra el pecado, la necesidad de la gracia, las verdades eternas, el despego del mundo, la frecuencia de los sacramentos... Pero todo ello en un clima de bondad, de sano optimismo, de insinuante moderación. Se explica así que recalcara la facilidad de obtener la perfección a través de la práctica de las cosas pequeñas, puesta al alcance de la mano de todo el mundo; que hiciera resaltar la belleza de la religión, concebida como un ejercicio de amor hacia un Dios de bondad y de misericordia infinitas, y que, sin descuidar las verdades esenciales, pusiera el acento sobre todo en las más agradables y atrayentes y que, por ser tales, son capaces de engendrar una serena expansión del espíritu hacia su Dios. La piedad, revestida de formas simpáticas, resultaba agradable y, a su escuela, pasaba a ser una fuente perenne de alegría cristiana. Tendía directamente a la unión con Dios. Esquivaba el peligro de aquelosarse en prácticas y gestos exteriores, para insistir en la urgencia de cumplir con exactitud el propio deber entendido como servicio de Dios que ha de realizarse con intención de agradarle y procurarle mayor gloria. La misma mortificación, dirigida preferentemente al interior, más bien que al aspecto corporal, tiende a destacar la dimensión positiva que encierra la renuncia, su aspecto más amable, en cuanto que se la enfoca como liberación del amor y unificación más completa con Dios.

 Sonó para Cafasso la hora suprema el 23 de junio de 1860, sin haber alcanzado los cincuenta años, pero agotado por un incesante trabajo apostólico cuyo motor fueron los que él llamara sus tres amores: Jesús Sacramentado, María Santísima y el Papa. Fue realidad gozosa para él un presentimiento suyo consignado en su testamento espiritual:

 Non giá morte, ma dolce somno
sará perte, o anima mía, 
se morendo, t'asiste Gesú, 
se sperando t'abbraccia María.

La fama de santidad que lo acompañó durante su vida y a la hora de su muerte obtuvo presto la contraseña del milagro y más tarde la ratificación solemne de la Iglesia: el 3 de mayo de 1925 Pío XI le declaró beato; el 22 de junio de 1947 Pío XII le incluyó en el catálogo de los santos.

 GlUSEPPE USSEGLIO, S. D. B.