22 jun 2019

Santo Evangelio 22 de junio 2019



Día litúrgico: Sábado XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,24-34): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 

»Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».


«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura»

P. Jacques PHILIPPE 
(Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy el Evangelio habla claramente de vivir el “momento presente”: no darle vueltas al pasado, sino abandonarse en Dios y su misericordia. No atormentarse por el mañana, sino confiarlo a su providencia. Santa Teresita del Niño Jesús afirmaba: «Sólo me guía el abandono, ¡no tengo otra brújula!».

La preocupación jamás ha resuelto ningún problema. Lo que resuelve problemas es la confianza, la fe. «Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» (Mt 6,30), dice Jesús.

La vida no es por sí misma demasiado problemática, es el hombre quien carece de fe… La existencia no siempre es fácil. A veces es pesada; con frecuencia nos sentimos heridos y escandalizados por lo que sucede en nuestra vida o en la de los demás. Pero afrontemos todo esto con fe e intentemos vivir, día tras día, con la confianza en que Dios cumplirá sus promesas. La fe nos llevará a la salvación. 

«No os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal» (Mt 6,34). ¿Qué quiere decir esto? Hoy, busca vivir de manera justa, según la lógica del Reino, en la confianza, la sencillez, la búsqueda de Dios, el abandono. Y Dios se ocupará del resto…

Día a día. Es muy importante. Lo que nos agota a menudo son todas esas vueltas al pasado y el miedo al futuro; mientras que cuando vivimos en el momento presente, de manera misteriosa, encontramos la fuerza. Lo que tengo que vivir hoy, tengo la gracia para vivirlo. Si mañana debo hacer frente a situaciones más difíciles, Dios incrementará su gracia. La gracia de Dios se da al momento, día a día. Vivir el momento presente supone aceptar la debilidad: renunciar a rehacer el pasado o dominar el futuro, contentarse con el presente.

Algunas Actitudes para Vivir Más Feliz

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Algunas Actitudes para Vivir Más Feliz


Todos añoramos la felicidad, y ciertamente, Dios nos creó para que seamos felices. En este Mensaje al Corazón les detallaremos algunas actitudes que usted debe asumir para ser una persona feliz. 

Adquiera la virtud de la valentía para enfrentarse a los problemas.

Confíe en Dios y en usted mismo.

Luche contra el miedo pues el miedo paraliza, le quita lucidez, le hace cometer torpezas, y lo lleva a la depresión. Sea valiente y decidido; con una postura así irá eliminando los efectos devastadores del miedo... al fracaso, al rechazo, a la muerte: todo esto infecta la mente, aturde e impide ver las cosas con lucidez.

Desarrolle su capacidad de asombro, de admiración, ante las cosas pequeñas o grandes del mundo llenas de maravillas; sí usted mantiene esa actitud a todo lo hermoso le garantizamos que desaparecerán sus tristezas, sus aburrimientos y más aún, su depresión. Conviértase en un ser sensible a lo positivo. Cultive el corazón de niño que ve todo como nuevo y bello.

Lo invitamos a levantarse por las mañanas y diga a sí mismo: ¡que maravilla que sigo vivo! ¡esto es un milagro de Dios! porque es un milagro la vida. Abra las ventanas de su cuarto, observe el amanecer, el sol que despierta y que va llenando con su brillo el horizonte. Asómbrese de ver el brillo en los ojos de sus hijos, maravíllese de que Dios lo sigue amando, lo sigue perdonando, de que aquel hombre sigue luchando con su enfermedad. El mundo sigue su curso y hay mucho de bello en él.

Sea optimista, siempre espere un mañana mejor, no deje de luchar, no se desanime, no se sienta derrotado, porque es usted el que admite su derrota; mientras usted no lo haga, nadie podrá derrotarlo, sólo usted mismo.

El triunfo será suyo si persevera, alimente esa perseverancia. El triunfo aparece cuando se corre esa milla más, cuando se hace ese esfuerzo adicional que mucha gente considera inútil, como un esfuerzo sin frutos; dé usted ese paso que pocos dan. La diferencia entre el que triunfa y el que cae derrotado es ese último esfuerzo para llegar a la meta; nunca se sienta derrotado y no olvide que Dios está con usted apoyándolo en su lucha. El vencerá y con El todo lo bueno triunfará; y si su causa es noble también usted triunfará.

Nuestro Dios es el Dios de la Victoria, el Dios de la Esperanza, del fruto feliz, es el Dios del Triunfo. Repítase siempre, "venceré, venceré porque Dios está conmigo"; jamás se sienta vencido.

Cultive su lenguaje para que sea positivo; se ha demostrado psicológicamente como el lenguaje influye en los pensamientos, en la manera como se miren las cosas. Evite expresiones como: ¡que tristeza!, ¡ya no hay nada que hacer!, ¡estoy hundido!, ¡estoy vencido!, ¡esto no tiene remedio!, ¡es imposible vivir en este mundo!, ¡que mundo más desgraciado!, ¡este mundo es de los malos!, ¡hemos venido aquí sólo a sufrir!, ¡es imposible la felicidad!, Evite el lenguaje negativo porque eso lo condiciona y lo lleva a la depresión, más bien transfórmelo a lenguaje positivo.

Públicamente diga: ¡estoy muy bien!, ¡todo irá mejor!, ¡esto tiene solución!, ¡todo cambiará!, ¡seguiré luchando y venceré!, ¡nunca me daré por vencido!, ¡no estoy derrotado!, ¡Dios nunca me abandona!, El está conmigo y yo venceré. La forma en que usted se exprese condiciona sus estados de ánimo.

Recuerde cuantos momentos le parecieron a usted intolerables, que no los podía soportar, y que al pasar el tiempo y con la ayuda de Dios, de la naturaleza, de sus amigos y familia y que gracias a su voluntad, perseverancia y uso de las facultades que Dios le ha dado, pudo triunfar. Decídase a triunfar y empéñese en ello superando así los estados de depresión ya que Dios está con usted y lo capacita para el triunfo.


Recuerde siempre que ¡CON DIOS USTED ES INVENCIBL!.

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


21 jun 2019

Santo Evangelio 21 de julio 2019



Día litúrgico: Viernes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. 

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».


«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés 
(Tarragona, España)

Hoy, el Señor nos dice que «la lámpara del cuerpo es el ojo» (Mt 6,22). Santo Tomás de Aquino entiende que con esto —al hablar del ojo— Jesús se refiere a la intención del hombre. Cuando la intención es recta, lúcida, encaminada a Dios, todas nuestras acciones son brillantes, resplandecientes; pero cuando la intención no es recta, ¡que grande es la oscuridad! (cf. Mt 6, 23).

Nuestra intención puede ser poco recta por malicia, por maldad, pero más frecuentemente lo es por falta de sensatez. Vivimos como si hubiésemos venido al mundo para amontonar riquezas y no tenemos en la cabeza ningún otro pensamiento. Ganar dinero, comprar, disponer, tener. Queremos despertar la admiración de los otros o tal vez la envidia. Nos engañamos, sufrimos, nos cargamos de preocupaciones y de disgustos y no encontramos la felicidad que deseamos. Jesús nos hace otra propuesta: «Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Seamos sinceros con nosotros mismos, ¿en qué empleamos nuestros esfuerzos, cuáles son nuestros afanes? Ciertamente, es propio del buen cristiano estudiar y trabajar honradamente para abrirse paso en el mundo, para sacar adelante la familia, asegurar el futuro de los suyos y la tranquilidad de la vejez, trabajar también por el deseo de ayudar a los otros... Sí, todo esto es propio de un buen cristiano. Pero si aquello que tú buscas es tener más y más, poniendo el corazón en estas riquezas, olvidándote de las buenas acciones, olvidándote de que en este mundo estamos de paso, que nuestra vida es una sombra que pasa, ¿no es cierto que —entonces— tenemos el ojo oscurecido? Y si el sentido común se enturbia, «¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,23).

A Usted... ¿Le Importa Mucho el Qué Dirán?

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A Usted... ¿Le Importa Mucho el Qué Dirán?


Si usted está pendiente de qué dirán para hacer las cosas y si usted está esperando la aprobación de los demás para actuar, es usted un ser dependiente y probablemente muy inmaduro. Si usted está sometido a la aprobación, al veredicto de los demás para moverse por la vida, usted es un preso de la gente. Si usted vive pendiente de lo que piensen los otros para luego actuar, será siempre una persona fácilmente manipulable. Someterse al criterio de los otros es vivir sometido a los caprichos, estados de ánimo, intereses, opiniones y mil cosas más de los demás. Es entregar a otro la libertad, la iniciativa, la creatividad, en una palabra, la vida a otros. Es amarrarse de manos y pies y quedar inmóvil, paralizado en la vida. 

Usted tiene que aprender a escuchar y a buscar los sabios consejos e investigar en unos y en otros, en la experiencia de la vida, y en los libros, las pistas para caminar por la existencia. Nadie nació sabiendo. Los inteligentes, escuchan, aprenden, observan y los pasos que dan los hacen movidos por estos factores: lo que han visto, oído, aprendido, más sus pensamientos y criterios personales, su juicio crítico, su propia experiencia y lo que han sentido que Dios les ha dicho. Pero no son barcos que van a la deriva sometidos a los vientos caprichosos de los demás, de los que más grita, de los que más tienen influencia económico o de cualquier otra clase de poder. 

Quiero insistir en esto: las personas plenas, completas son las que más piensan, analizan usan su juicio crítico y buscan razones y evidencias. No se creen todo lo que los demás dicen. No aceptan cualquier "verdad" dicha. Son las que atienden argumentos y no aceptan ser manipulados ni presionados. Quieren ser convencidos. Por esto están alertas, los ojos abiertos, no dejándose llevar por pasiones momentáneas, sino viendo con más amplitud, juzgando las cosas con principios sólidos, viendo la trascendencia de los actos. Son las que buscan analizar la realidad con objetividad. Son las que actúan con cierta lentitud para analizar, convencerse y dar un paso decisivo. Pero cuando lo dan, perseveran, se mantienen firmes en su postura, aceptan todas las consecuencias de su opción. Son los que al dar la palabra la cumplen. Son los dueños de sí mismos. Valoran sus pensamientos y criterios propios. 

Estas personas actúan pensando en sus motivaciones, de acuerdo con lo que han decidido. No están interesados ni se "mueren" por conocer la opinión de los demás. No les asusta ni les acobarda el que otros difieran o no estén de acuerdo con sus actos. Tampoco se apoyan obsesivamente en los aplausos o en la aprobación de otros. Esto no es motivo para que continúen caminando. Ellos van hacia delante porque están convencidos. Ellos siguen un camino porque han visto la verdad. Son la gente madura, cuya vida es como una pieza de granito, ya que están construyendo su existencia en la solidez de la "roca" de la verdad y el análisis, del juicio crítico y de la decisión. Son los que, sepan o no, descansan en la Verdad que es Cristo, Roca eterna, Camino hacia la plenitud y hacia el Reino. 

Usted puede ser así si construye su vida en Cristo Jesús. Así vencerá la tentación de caer en la manipulación de los demás, cosa cómoda pero triste, propia de mediocres. Recuerde, con Cristo es posible porque... ¡Con El usted es…INVENCIBLE! 

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.

Sitio Web: Un mensaje al corazón
             

20 jun 2019

Santo Evangelio 20 de Junio 2019



Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».


«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»

Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach 
(Vilamarí, Girona, España)

Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Oración

MI RINCON ESPIRITUAL: Promesas del Sagrado Corazón de Jesús a sus devoto...

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

19 jun 2019

Santo Evangelio 19 de Junio 2019



Día litúrgico: Miércoles XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

»Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).

La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.

Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra acción.

Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San Gregorio Magno).

Oración


Señor Dios, que nos has creado con tu sabiduría y nos gobiernas con tu providencia, infunde en nuestras almas la claridad de tu luz, y haz que nuestra vida y nuestras acciones estén del todo consagradas a ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

18 jun 2019

Santo Evangelio 18 de Junio 2019



Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu 
(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos? ¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?

Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...

Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.

Oración

Oración al sagrado corazón de Jesús para pedir ayuda en difíciles problemas

Padre óptimo, Dios nuestro, tú has querido que los hombres trabajemos de tal modo, que, cooperando unos con otros, alcancemos éxitos cada vez mejor logrados; ayúdanos, pues, a vivir en medio de nuestros trabajos, sintiéndonos siempre hijos tuyos y hermanos de todos los hombres. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

17 jun 2019

Santo Evangelio 17 de junio 2019



Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».


«Pues yo os digo: no resistáis al mal»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos enseña que el odio se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la Cruz, intercedió por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».

Oración



Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

16 jun 2019

Santo Evangelio 16 de Junio 2019



Día litúrgico: La Santísima Trinidad (C) (Domingo siguiente a Pentecostés)

Texto del Evangelio (Jn 16,12-15): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’».


«Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa»

+ Cardenal Jorge MEJÍA Archivista y Bibliotecario de la S.R.I. 
(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».

Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.

La Trinidad como comunión de Amor

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LA TRINIDAD COMO COMUNIÓN DE AMOR

Por Gabriel Gonzalez del Estal

1: Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena. La verdad plena es el Amor. Por eso, yo creo que hoy, los cristianos preferimos referirnos más a la Trinidad, como comunión de amor, que como misterio teológico. Nos interesa hoy más la dimensión pastoral del misterio que su contenido teológico. Los misterios no se explican, se adoran. San Agustín se pasó veinte años meditando y escribiendo, interrumpidamente, sobre este misterio. Creo que hoy no hubiera actuado así, sino que hubiera preferido predicar sobre el misterio de amor que es Dios y que debemos de intentar ser todos los cristianos. Yo, que intento ser buen agustino, pienso que hoy, en nuestro trabajo pastoral, no debemos fijarnos tanto, o nada, en el misterio estrictamente teológico y debemos hablar y predicar sobre la Trinidad insistiendo en el aspecto y la dimensión pastoral y vivencial de este misterio. Porque estoy convencido que nuestra vida espiritual o es una vida trinitaria, o no es vida espiritual.

La Trinidad es antes que nada, comunicación y comunión. Una comunicación basada en el amor y una comunicación de amor. Dios es amor, nos dijo ya San Juan y repetirían después muchas veces San Agustín y otros muchos santos; el fruto del amor del Padre es el Hijo y el cordón umbilical que une al Padre con el Hijo - el Espíritu Santo - es el Amor. El misterio de la Santísima Trinidad es, pues, un misterio de Amor y así debe ser el misterio de la vida de todo y cualquier cristiano. Cuando yo amo a Dios, me comunico con Dios, comulgo con Él. Y, como cada vez que amo a Dios amo en Él al prójimo y cada vez que amo al prójimo amo a Dios en el prójimo, resulta que siempre que amo con amor cristiano estoy participando en un amor trinitario. En este sentido tiene plena validez y fuerza la conocida frase de San Agustín; ama y haz lo que quieras. Porque cuando amas a Dios y al prójimo con un amor trinitario es siempre Dios, al Dios Amor al que amas. Esto debemos realizarlo y vivirlo en nuestras relaciones de cada día: con nuestros padres y familiares, con nuestros amigos, con todas las personas con las que tratamos y convivimos, con las personas con las que nos comunicamos y con las que comulgamos. Los frutos de mi amor con el prójimo deben ser los mismos dones del Espíritu Santo, es decir, la paz, la bondad, la generosidad, el amor.

En esta fiesta de la Santísima Trinidad, nuestro propósito debe ser un propósito sencillo y nada misterioso: el propósito de amar y de dejarnos amar con el amor de Dios. Un amor de comunión que me lleve a comulgar diariamente con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (Gaudium et Spes). Así podremos celebrar dignamente la fiesta que hoy celebramos, sin perdernos ni marearnos en los oscuros senderos y laberintos del misterio teológico de la Santísima Trinidad.

2. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo que se nos ha dado. Para san Pablo, en esta su carta a los Romanos, su esperanza era fruto de la certeza que él siempre tuvo desde que se convirtió, en el amor del Padre. El Dios Amor cuando resucitó a su Hijo nos libró a nosotros de las penas del pecado y nos dio el Espíritu Santo. Nosotros, como cristianos, cuando decimos esperanza, decimos amor de Dios y certeza de nuestra salvación. Por eso, debemos vivir dando gracias a Dios continuamente porque la esperanza nos salva, en la esperanza cristiana estamos salvados. La esperanza nos salva, porque la esperanza es consecuencia necesaria del amor de Dios. Un cristiano sin esperanza no sería cristiano, porque sería un cristiano sin amor y Dios es Amor.

3. Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo… Esta <secuencia> que leemos en esta fiesta de la Santísima Trinidad, debemos rezarla los cristianos diariamente. No la comento, simplemente animo a todos los lectores de Betania a que la recen diariamente, como rezan diariamente el <Padrenuestro>. Es una secuencia que rezada con fervor llena el alma de paz, de consuelo y de amor.

Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo

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DIOS, QUE ES PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO

Por Francisco Javier Colomina Campos

Hemos vuelto de nuevo al tiempo ordinario, desde que el pasado domingo celebrábamos la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia celebra hoy, una vez que Cristo resucitado ha vuelto al Padre y desde allí nos han mandado al Espíritu Santo, tal como celebrábamos el pasado domingo, la solemnidad de la Santísima Trinidad. Hoy estamos invitados en la liturgia a acercarnos al misterio mismo de Dios,que es Padre, Hijo y Espíritu Santo

1. Dios se nos revela. En las lecturas de este domingo, Dios mismo se nos revela, y se nos revela como Trinidad, como una comunidad de personas. Dios no es un ser solitario, sino que es comunión de personas. Por eso podemos decir que Dios es amor. La teología nos enseña que la Trinidad es una comunidad de amor en la que Dios Padre es el que ama, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor mismo. No es que sean tres dioses distintos, sino que es un solo Dios en tres personas. Es el Padre, el que creó el mundo, el que escogió al pueblo de Israel en Abrahán, el que hizo la alianza con su pueblo en el Sinaí, y el que constantemente estuvo al lado de su pueblo Israel. Es el Hijo, Jesucristo, la Palabra eterna de Dios, que desde antes de la creación del mundo estaba junto a Dios, y que por medio de ella fue creado todo, que en la plenitud de los tiempos se hizo carne, bajó a la tierra y vivió como uno más de nosotros, que murió por nosotros en la cruz, que resucitó al tercer día y que subió a los cielos, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Es el Espíritu Santo, el espíritu mismo de Dios, que ya se cernía sobre las aguas en la creación del mundo, que habló por medio de los profetas, el que llenó a María en el momento de la Encarnación, el que descendió sobre Jesús en su Bautismo, el espíritu que Jesús entregó al Padre en la cruz y que después, una vez resucitado, exhaló sobre los discípulos, y finalmente el que envió el Padre junto con el Hijo desde el cielo el día de Pentecostés, el que da fuerza a la Iglesia, el que recibimos le día de nuestro bautismo y el que nos hace llamar a Dios Padre. Es un misterio que no comprendemos, pero hoy Dios se nos revela Trinidad.

2. El hombre ante el misterio de la Trinidad. Ciertamente es difícil entender este misterio, pues precisamente por eso es un misterio. Recordamos esa anécdota de san Agustín, no sabemos si real o no, que cuenta que un día estaba san Agustín, el que escribió un tratado precioso sobre este misterio de la Trinidad, paseando por la orilla de la playa. Estaba pensando en este misterio cuando se encontró un niño que estaba haciendo un hoyo en la arena de la playa. Ante la curiosidad de san Agustín que le preguntó qué estaba haciendo, el niño le respondió que quería pasar toda el agua del mar a ese pequeño hoyo que estaba haciendo en la arena. Cuando san Agustín se sonrió y le dijo que eso era imposible, ya que el mar era demasiado grande como para que cupiese en ese hoyo tan pequeño, aquel niño le respondió que del mismo modo era imposible que el misterio de Dios, que es tan grande, cupiese en la mente humana, tan pequeña. Sea cierta o no esta anécdota, creo que ilustra muy bien la grandeza del misterio de Dios y la insignificancia de nuestra inteligencia. Por mucho que queramos entenderlo, Dios es siempre más grande que nuestro entendimiento. Por ello, ante este misterio tan grande, nuestra actitud ha de ser la de alabar y dar gloria a Dios, que ha tenido a bien manifestarse a nosotros, los hombres, y que nos ha revelado su esencia: Dios es amor.

3. Jornada Pro Orantibus. Como es costumbre, en este día de la Santísima Trinidad, celebramos en la Iglesia la jornada Pro Orantibus, es decir, el día en el que recordamos a todos aquellos hombres y mujeres, monjas y monjes de clausura, que desde el silencio del claustro oran cada día por nosotros y por toda la Iglesia. Quién mejor que ellos viven cada día esta actitud de oración y de presencia ante Dios. Ellos se dedican cada día de su vida a orar, a vivir en la presencia de Dios, a contemplar su misterio. Son personas consagradas del todo a la oración. Puede que no los veamos, porque están en sus monasterios viviendo la clausura, pero sabemos bien que la Iglesia les necesita, que sus vidas son esenciales para la misión que tiene la Iglesia encomendada que es la evangelización. Igual que el cuerpo humano tiene pies para poder caminar y llegar lejos, y tiene manos para poder trabajar, y tiene oídos y ojos para escuchar y ver, pero si no tiene pulmones que recojan el oxígeno y lo distribuyan a todos los miembros del cuerpo no puede hacer nada de lo anterior, del mismo modo la Iglesia tiene catequistas, misioneros, sacerdotes, voluntarios, colaboradores que se dedican a las múltiples tareas de la evangelización y de la caridad, pero nada de esto funcionaría sin la oración de las personas consagradas que oran cada día por el pueblo de Dios. Ellos son los pulmones que oxigenan con el oxígeno de la oración a todo el cuerpo de la Iglesia. Ellos oran cada día por nosotros, y hoy, de forma especial, nosotros los recordamos y oramos por ellos.

Vamos a celebrar la Eucaristía, que es una celebración trinitaria por excelencia. Hemos comenzado la celebración en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y concluiremos con la bendición también en el nombre de la Trinidad. Pero, además, toda la celebración de la Eucaristía es una oración dirigida al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. A Dios que es comunidad amor, a Él que hoy nos revela su misterio, a Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sean dadas por siempre la alabanza, la gloria y el honor, por los siglos de los siglos. Amén.