4 ene 2020

Santo Evangelio 4 de Enero 2020



Día litúrgico: 4 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)

Texto del Evangelio (Jn 1,35-42): En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.


«‘Maestro, ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis’»

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos recuerda las circunstancias de la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Para prepararse ante la venida del Mesías, Juan y su compañero Andrés habían escuchado y seguido durante un tiempo al Bautista. Un buen día, éste señala a Jesús con el dedo, llamándolo Cordero de Dios. Inmediatamente, Juan y Andrés lo entienden: ¡el Mesías esperado es Él! Y, dejando al Bautista, empiezan a seguir a Jesús.

Jesús oye los pasos tras Él. Se gira y fija la mirada en los que le seguían. Las miradas se cruzan entre Jesús y aquellos hombres sencillos. Éstos quedan prendados. Esta mirada remueve sus corazones y sienten el deseo de estar con Él: «¿Dónde vives?» (Jn 1,38), le preguntan. «Venid y lo veréis» (Jn 1,39), les responde Jesús. Los invita a ir con Él y a mirar, contemplar.

Van, y lo contemplan escuchándolo. Y conviven con Él aquel atardecer, aquella noche. Es la hora de la intimidad y de las confidencias. La hora del amor compartido. Se quedan con Él hasta el día siguiente, cuando el sol se alza por encima del mundo.

Encendidos con la llama de aquel «Sol que viene del cielo, para iluminar a los que yacen en las tinieblas» (cf. Lc 1,78-79), marchan a irradiarlo. Enardecidos, sienten la necesidad de comunicar lo que han contemplado y vivido a los primeros que encuentran a su paso: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). Los santos también lo han hecho así. San Francisco, herido de amor, iba por las calles y plazas, por las villas y bosques gritando: «El Amor no está siendo amado».

Lo esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se aloja, estar con Él y compartir. Y, después, anunciarlo. Es el camino y el proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino.

Icono de Cristo II



Icono de Cristo II

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Zarza en la que arde, divino, tu misterio
templo de verdad reveladora
en tu imagen el cielo se atesora
y supera, del ser, el cautiverio.

Puerta del cielo en que se abre
la eternidad en el tiempo que transcurre
sacramento de la luz que se descubre
como un niño en los brazos de su madre.

Tu imagen es altar en que te entregas,
consagrada, en tu misterio, la materia
divinizada en la luz clara y eterna
que se encarna en la llama de unas velas.

Tu imagen es el cuerpo rescatado
de las fauces del mundo de los muertos
el cielo ante los ojos siempre abierto
el cuerpo del que está transfigurado.

Y es por eso que quema tu hermosura
en el icono en que arde tu Belleza
encendido en la llama y la realeza
del que desvela, radiante, tu figura.

Contemplarte es arder sin consumirse
encendido en esa llama que ilumina
en el fuego del Amor en que culmina
el culto verdadero que nos diste.

Porque en tu rostro se enciende la Belleza
que trasciende el límite y el tiempo
la gloria en que se sacia el sentimiento
y el Amor en que se entrega la pureza.


3 ene 2020

Santo Evangelio 3 de Enero 2020



Día litúrgico: 3 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)


Texto del Evangelio (Jn 1,29-34): Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».


«Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»

Rev. P. Higinio Rafael ROSOLEN IVE
(Cobourg, Ontario, Canadá)

Hoy, san Juan Bautista da testimonio sobre el Bautismo de Jesús. El Papa Francisco recordaba que «el Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia»; y agregaba: «No es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos».

Hemos escuchado los dos efectos principales del Bautismo enseñados en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1262-1266):

1º «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Un efecto del Bautismo es la purificación de los pecados, es decir, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado.

2º «Baja el Espíritu», «bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,34): el bautismo nos hace "una nueva creación", hijos adoptivos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con Él y templos del Espíritu Santo.

La Santísima Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— nos da la gracia santificante, que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo; de vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones; de crecer en el bien por medio de las virtudes morales.

Pidamos, como nos exhorta el Papa Francisco, «despertar la memoria de nuestro Bautismo», «vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia».

Icono de Cristo



Icono de Cristo 

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Tu rostro es esencial, locuaz, cercano
transparencia de un mundo que no veo
una luz en el espacio en queme muevo
la epifanía divina de lo humano.

Un rostro hecho de luz, austero y claro
profundo en su mirar y en su silencio
la mirada del cielo que contemplo,
augusto, majestuoso y soberano.

Rostro de eternidad que queda abierta
a la irrupción nupcial de mi mirada,
totalidad de donación transfigurada,
acogida del Amor que en mi despierta.

Misterio de humanidad resucitada
y anticipo del reino pregustado
el rostro del Amor crucificado
que me entrega su vida en la mirada.
.

2 ene 2020

Santo Evangelio 2 Enero 2020



Día litúrgico: 2 de Enero (Feria del tiempo de Navidad)


Texto del Evangelio (Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».

Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.


«En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí»

Mons. Romà CASANOVA i Casanova Obispo de Vic
(Barcelona, España)

Hoy, en el Evangelio de la liturgia eucarística, leemos el testimonio de Juan el Bautista. El texto que precede a estas palabras del Evangelio según san Juan es el prólogo en el que se afirma con claridad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Aquello que en el prólogo —a modo de gran obertura— se anuncia, ahora en el Evangelio, paso a paso, se manifiesta. El misterio del Verbo encarnado es misterio de salvación para la humanidad: «La gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1,17). La salvación nos viene por Jesucristo, y la fe es la respuesta a la manifestación de Cristo.

El misterio de la salvación en Cristo está siempre acompañado por el testimonio. Jesucristo mismo es el «Amén, el Testigo fiel y veraz» (Ap 3,14). Juan Bautista es quien da testimonio, con su misión y mirada de profeta: «En medio de vosotros está uno (…) que viene detrás de mí» (Jn 1,26-27). Y los Apóstoles así entienden la misión: «A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32).

La Iglesia toda ella, y por tanto todos sus miembros, tenemos la misión de ser testigos. El testimonio que nosotros traemos al mundo tiene un nombre. El Evangelio es el mismo Jesucristo. Él es la “Buena Nueva”. Y la proclamación del Evangelio a lo largo de todo el mundo hay que entenderla también en clave de testimonio que une inseparablemente el anuncio y la vida. Es conveniente recordar aquellas palabras del papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio».

Himno a la luz



Himno a la luz

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv



Luz de la mañana que te enciendes en el pecho
de los que a tu abrigo se abren a la vida,
calor del Amor infinito que al Amor convida,
aurora viva que despiertas al Amor del lecho.

Oh remolino luminoso y vivo que me envuelve,
Oh torbellino del Amor eterno en la mañana,
Oh ráfaga de cielo que penetras del alma la ventana,
Oh amor de trinidad enamorada que me enciendes.

Eterno devenir del Amor que se hace historia
e historia de un Amor que es Alianza de la vida,
vida de su luz que es manantial de la alegría
cuando su caudal enamorado inunda la memoria.

Oh cascada de luz y eternidad que el mundo llena
del Amor que es realidad de un cielo compartido.
Oh fuente divina de la luz que al pecho herido
de nostalgia de Amor y de tu paz das vida plena.

Oh luz que en el comienzo venciste en las tinieblas
el poder de la muerte que sobre el mundo se cernía
cuando en Ti la creación probó de Dios la cercanía,
burbujeante de vida nueva el seno de la tierra.

Oh divina energía de un mundo peregrino,
del universo entero mantenido en movimiento,
espíritu del Sol que fecunda el pensamiento
y acompaña al caminante confiado en su camino.

Oh luz irradiación de su bondad y su ternura,
atmósfera divina que a los ángeles encanta,
tu belleza sin igual encendió la ciudad santa
en la mirada amorosa de Aquel que la asegura.

Tú eres la santidad del cielo azul que me desborda,
el reflejo de un Amor trinitario y permanente,
el movimiento de la danza en que el amor se enciende,
la melodía en el ritmo del Amor que me transporta.

Tú eres la sonrisa de las estrellas que ilumina
en la noche la oración que el fuego eleva al cielo,
la mirada de la luna que llena de consuelo
acompaña serena su vigilia vespertina.

Eres celebración anticipada de las bodas
en que el Cordero divino desposa la materia,
redención del peso que la somete aquí en la tierra,
explosión de santidad cuando el mundo se enamora.

Eres la nueva ley que en el alma se libera,
la bienaventuranza celestial del hombre nuevo,
el soplo del Espíritu que redime al prisionero,
la santidad original que en el mundo se despliega.

Fecundidad desbordante y semilla de la gloria,
transfiguración del hombre hecho a tu imagen,
divinización del que has querido semejante,
claridad de eternidad que esclarece su memoria.

Inhabitación y hoguera del Amor primero,
fuego que va quemando las horas de la historia,
alma de la materia que te contiene y trayectoria
del pueblo que en el Amor experimenta su apogeo.

Tu nombre es para siempre resurrección y vida,
llamada primordial de santidad que se libera,
esplendor de la vedad y color de primavera,
transparencia de Dios en una historia redimida.

Oh luz que en el origen eterno de los tiempos
iluminabas la creación de Dios cuando surgía,
Oh esplendor del Creador que le hacías compañía
cuando soplaba sobre el agua, del Amor el viento.

Tú danzabas reflejada en la cresta de las olas
en el mar que a la luna su poesía regalaba,
te deslizabas en el vals de la marea enamorada
al ritmo del tiempo en que se van las horas.

Tú enciendes el brillo en los ojos de los niños
y despliegas la pureza que llama a la inocencia,
Tú recubres el orbe en un manto de clemencia
y te viertes en los rostros que sienten tu cariño.

Ante tu presencia acogedora quedarán radiantes
los que se abren al rayo sanador de tu misterio,
porque con tu presencia se termina el cautiverio
de la oscuridad y la ignorancia en sus semblantes.

Tú resplandeces en el rostro de los serafines
que se queman al fulgor de tu presencia santa
y te enciendes en los ojos que el Amor encanta
cuando te contemplan en el sol los querubines.

Oh esplendor fontal de la Jerusalén celeste
que se alegra participando de tu esencia,
resplandor de los santos que acogen tu clemencia,
vestido de los mártires vencedores de la muerte.

Oh diadema preciosa que coronas las virtudes
de aquellos que vivieron al soplo de tu brisa,
Oh corona de gloria del Amor que se eterniza
en los hombres que imitaron de Dios sus actitudes.

Surges desde el corazón primordial de la Belleza
que se entrega en el Amor esencial de las personas,
armonía de la paz sustancial en que te donas,
sabiduría del Amor que emana su pureza.

Tú habitas las entrañas de blancura de la nieve
y enciendes los cirios en la noche de tu Pascua,
te revelas en la luna recostada sobre el agua
y en el relámpago en el cielo cuando llueve.

En el mar escondes tu belleza entre las perlas
y las ostras custodian el tesoro de tu brillo,
en las flores de nácar o en el ámbar amarillo
que transparenta tu gracia, incapaz de retenerla.

Tú eres el brillo en el rostro del Padre enamorado
engendrando desde siempre la niña de sus ojos,
eres la impronta de su Amor que habita entre nosotros,
resplandor de su sustancia en Espíritu entregado.

Tú eres memoria del Hijo que en su gloria inmensa
abraza en su imagen la creación para salvarla,
eres el alma del Ángel que quiere enamorarla
y conducirla como esposa fiel a su presencia.

Tú eres el manto santo del Espíritu que engendra
la nostalgia, en el corazón, de un cielo inmenso,
eres la linfa vital de aquel Amor intenso
que en la Pascua permanente del Hijo se alimenta.

A Ti la gloria que mereces, Padre bien amado,
sol de justicia que desde siempre se renueva,
a ti el honor, Oh luz de sus ojos que nos llena
del calor y la bondad de su Espíritu entregado.



1 ene 2020

Santo Evangelio 1 de Enero 2020



Día litúrgico: 1 de Enero: Santa María, Madre de Dios (Día octavo de la octava de Navidad)

Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.


«Los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre»

Rev. D. Manel VALLS i Serra
(Barcelona, España)

Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.

“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).

Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.

Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.

María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!

El Silencio clamoroso de María



EL SILENCIO CLAMOROSO DE MARÍA

Por Antonio García.Moreno

1.- Cuando Dios habla:"El Señor habló a Moisés..." (Nm 6,22) Qué verdad es que, como dice la epístola a los Hebreos, Dios habló muchas veces y de muchas maneras a los hombres a lo largo y lo ancho de la Historia. Resulta asombroso que El se acerque hasta el hombre y le hable para comunicarle cuanto de un modo o de otro contribuye a su salvación... Algunos filósofos han dicho que Dios es un Ser tan alto y sublime que es falso que se digne intervenir en la vida de los hombres. Eso es una verdad a medias, lo cual es la peor de las mentiras.

Es verdad que Dios es sublime, trascendente, muy distinto de nosotros. Pero ello no quiere decir que se desentienda de sus criaturas, que no pueda ni quiera comunicarse con el hombre. Al contrario, precisamente por la grandeza de su amor, por la inmensidad de su sabiduría, ha querido perdonar al hombre su pecado y hacerlo hijo suyo. Y para estar muy junto a nosotros, se hecho carne en el seno de una virgen y ha nacido pequeño, para que así su cercanía sea amable y atractiva.

2.- Con la confianza y el abandono de un niño: "Así que ya no eres esclavo, sino hijo..." (Ga 4,7) El que está en pecado es un esclavo del demonio. Por eso es llamado Príncipe de este mundo, porque tiene dominio sobre quienes se apartan de Dios y de su bendita Ley, dejándose llevar de sus malas inclinaciones. Es una esclavitud a veces sutil, dando incluso la impresión de que el pecador goza de libertad absoluta, haciendo en cada momento lo que le da la gana. Pero es mentira, no hace lo que quiere sino lo que sus inclinaciones le sugieren, aunque ello sea algo que va en contra de los demás o de sí mismo.

Esa es la realidad que la experiencia nos da a conocer. Si el hombre se abandona a sus instintos, acaba convirtiéndose en un ser egoísta y cruel, que sólo busca su provecho personal e inmediato... Pero Dios ha querido que su Hijo sea hijo de mujer, para que nosotros, los nacidos de mujer, seamos hijos de Dios. Así lo atestigua en nuestro interior la fuerza del Espíritu Santo que nos impulsa de modo irresistible a decir ¡Padre!, con toda la confianza y el abandono que un niño pequeño tiene con su padre.

3.- El silencio clamoroso de María: "Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2,19) La Virgen estaba ruborizada y llena de asombro. Ella guardó silencio cuando el Arcángel le anunció de parte de Dios que sería la madre del Redentor. Ella lo creyó firmemente, pero no se atrevió a decir nada, ni siquiera a San José. Era algo tan íntimo y tan grandioso que lo guardaba celosamente en su interior, callada y serena ante el Misterio que en su seno tomaba cuerpo. Pero el Señor irá desvelando su secreto. Primero será San José quien en sueños se entera del prodigio de la Encarnación del Verbo.

Luego Isabel descubrirá que ante ella está la Madre del Mesías y la llamará bendita entre las mujeres. Más tarde serán los pastores quienes en la noche llegarán con sus ofrendas y sus cantos. Ellos contarán que los Ángeles les han anunciado el nacimiento de aquel Niño, el Rey de Israel. Luego Simeón y Ana... La Madre de Jesús callaba y lo contemplaba todo en lo más íntimo de su ser, sin encontrar palabras para expresar sus sentimientos, sin poder decir nada que expresara su entrañable y profunda dicha.

31 dic 2019

Santo Evangelio 31 de diciembre 2019



Día litúrgico: 31 de Diciembre (Día séptimo de la octava de Navidad)

Texto del Evangelio (Jn 1,1-18): En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por Él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado.


«Y la Palabra se hizo carne»

Rev. D. David COMPTE i Verdaguer
(Manlleu, Barcelona, España)

Hoy es el último día del año. Frecuentemente, una mezcla de sentimientos —incluso contradictorios— susurran en nuestros corazones en esta fecha. Es como si una muestra de los diferentes momentos vividos, y de aquellos que hubiésemos querido vivir, se hiciesen presentes en nuestra memoria. El Evangelio de hoy nos puede ayudar a decantarlos para poder comenzar el nuevo año con empuje.

«La Palabra era Dios (...). Todo se hizo por ella» (Jn 1,1.3). A la hora de hacer el balance del año, hay que tener presente que cada día vivido es un don recibido. Por eso, sea cual sea el aprovechamiento realizado, hoy hemos de agradecer cada minuto del año.

Pero el don de la vida no es completo. Estamos necesitados. Por eso, el Evangelio de hoy nos aporta una palabra clave: “acoger”. «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14). ¡Acoger a Dios mismo! Dios, haciéndose hombre, se pone a nuestro alcance. “Acoger” significa abrirle nuestras puertas, dejar que entre en nuestras vidas, en nuestros proyectos, en aquellos actos que llenan nuestras jornadas. ¿Hasta qué punto hemos acogido a Dios y le hemos permitido entrar en nosotros?

«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Acoger a Jesús quiere decir dejarse cuestionar por Él. Dejar que sus criterios den luz tanto a nuestros pensamientos más íntimos como a nuestra actuación social y laboral. ¡Que nuestras actuaciones se avengan con las suyas!

«La vida era la luz» (Jn 1,4). Pero la fe es algo más que unos criterios. Es nuestra vida injertada en la Vida. No es sólo esfuerzo —que también—. Es, sobre todo, don y gracia. Vida recibida en el seno de la Iglesia, sobre todo mediante los sacramentos. ¿Qué lugar tienen en mi vida cristiana?

«A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12). ¡Todo un proyecto apasionante para el año que vamos a estrenar!

Sagrada Familia



Sagrada Familia 

Cuando se retiraron los magos, el ángel del señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atacaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno. (Mateo 2, 13-15.19-23)

«Hombre y mujer los creó»

El domingo después de Navidad se celebra la festividad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. En la segunda lectura san Pablo dice: «Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados». En este texto se presentan las dos relaciones fundamentales que, juntas, constituyen la familia: la relación esposa-esposo y la relación padres-hijos.

De las dos relaciones la más importante es la primera, la relación de pareja, porque de ella depende en gran parte la segunda, la de los hijos. Leyendo con perspectiva moderna aquellas palabras de Pablo, de inmediato salta a la vista una dificultad. Pablo recomienda al marido que «ame» a la mujer (y esto está bien), pero después recomienda a la mujer que sea «sumisa» al marido, y esto, en una sociedad fuertemente (y justamente) consciente de la igualdad de sexos, parece inaceptable.

Sobre este punto san Pablo está, al menos en parte, condicionado por la mentalidad de su tiempo. Con todo, la solución no es eliminar de las relaciones entre marido y mujer la palabra «sumisión», sino en todo caso hacerla recíproca, como recíproco debe ser también el amor. En otras palabras: no sólo el marido debe amar a la mujer, sino que también la mujer al marido; no sólo la mujer debe ser sumisa al marido, sino también el marido a la mujer. La sumisión no es sino un aspecto y una exigencia del amor. Para quien ama, someterse al objeto del propio amor no humilla, sino que le hace feliz. Someterse significa, en este caso, no decidir solo; saber a veces renunciar al propio punto de vista. En resumen, recordar que se ha pasado a ser «cónyuges», o sea, literalmente, personas que están bajo «el mismo yugo» libremente acogido.

La Biblia plantea una relación estrecha entre ser creados «a imagen de Dios» y el hecho de ser «hombre y mujer» (v. Gn 1,27). La semejanza consiste en esto. Dios es único y solo, pero no es solitario. El amor exige comunión, intercambio interpersonal, requiere que haya un «yo» y un «tú». Por eso el Dios cristiano es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas. Precisamente en esto la pareja humana es imagen de Dios. La familia humana es reflejo de la Trinidad. Marido y mujer son, en efecto, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. Los esposos están uno ante otro como un «yo» y un «tú», y están frente a todo el resto del mundo, empezando por los propios hijos, como un «nosotros», como si se tratara de una sola persona, pero ya no singular, sino plural. «Nosotros», o sea, «tu madre y yo», «tu padre y yo». Así habló María a Jesús, después de encontrarle en el templo.

Sabemos bien que éste es el ideal y que, como en todas las cosas, la realidad es con frecuencia bastante diferente, más humilde y más compleja, a veces incluso trágica. Pero estamos tan bombardeados de casos de fracasos que a lo mejor, por una vez, no está mal volver a proponer el ideal de la pareja, primero en el plano sencillamente natural y humano, y después en el cristiano. ¡Ay de llegar a avergonzarse de los ideales en nombre de un malentendido realismo! El final de una sociedad, en este caso, estaría marcado. Los jóvenes tiene derecho a que se les transmitan, por parte de los mayores, ideales, y no sólo escepticismo y cinismo. Nada tiene la fuerza de atracción que posee el ideal.

Autor:  P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

Fidelidad es tu nombre para siempre...



Fidelidad es tu nombre para siempre... 

Himno de Laudes

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Fidelidad es tu Nombre para siempre
porque cumples en el tiempo las promesas
porque en le historia y en la vida eres sorpresa
y novedad que se despliega de repente.

En tu recuerdo vivimos nuestros días
y transcurre la labor de la jornada
esperando tu casa por morada
caminando peregrinos día a día.

Y en el momento en que la aurora se levanta
nuestro canto se eleva con las aves
vuela la mente hacia el cielo que se abre
y bendice al mundo que le canta.

Alabado seas Señor del Universo
adorado por siempre y exaltado
tu mantienes a tu pueblo esperanzado
caminando su vida hacia tu encuentro.

Pues peregrinos habitamos nuestro mundo
sabiéndonos viajeros de infinito
movidos por el soplo de tu Amor bendito
caminamos en Aquel que muestra el rumbo.

Glorificado seas Padre Santo
fuente de luz, de calor y vida nueva,
porque en tu Hijo el mundo se recrea
y en tu Espíritu te exalta con su canto.



30 dic 2019

Santo Evangelio 30 de diciembre de 2019



Día litúrgico: 30 de Diciembre (Día sexto de la octava de Navidad)

Texto del Evangelio (Lc 2,36-40): Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.



«Alababa a Dios y hablaba del Niño a todos»

Rev. D. Joaquim FLURIACH i Domínguez
(St. Esteve de P., Barcelona, España)

Hoy, José y María acaban de celebrar el rito de la presentación del primogénito, Jesús, en el Templo de Jerusalén. María y José no se ahorran nada para cumplir con detalle todo lo que la Ley prescribe, porque cumplir aquello que Dios quiere es signo de fidelidad, de amor a Dios.

Desde que su hijo —e Hijo de Dios— ha nacido, José y María experimentan maravilla tras maravilla: los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño.

Hoy aparece Ana, una señora mayor, viuda, que en un momento determinado tomó la decisión de dedicar toda su vida al Señor, con ayunos y oración. No nos equivocamos si decimos que esta mujer era una de las “vírgenes prudentes” de la parábola del Señor (cf. Mt 25,1-13): siempre velando fielmente en todo aquello que le parece que es la voluntad de Dios. Y está claro: cuando llega el momento, el Señor la encuentra a punto. Todo el tiempo que ha dedicado al Señor, aquel Niño se lo recompensa con creces. —¡Preguntadle, preguntadle a Ana si ha valido la pena tanta oración y tanto ayuno, tanta generosidad!

Dice el texto que «alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). La alegría se transforma en apostolado decidido: ella es el motivo y la raíz. El Señor es inmensamente generoso con los que son generosos con Él.

Jesús, Dios Encarnado, vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer, trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡“Santa cotidianeidad”, bendita rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada día!

El camino de Damasco

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El camino de Damasco

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Derribado quedó ante tu presencia
en el camino hacia Damasco un día
cuando tu luz totalmente lo envolvía
y cegado lo dejo su trascendencia.

Yo soy Jesús, el mismo que persigues
Aquel por quien Esteban dio su vida
el Hijo del Dios vivo al que servías
condenando a aquellos que me siguen.

Yo pata ti tengo algo preparado
llevarás a los confines de la tierra
mi Nombre que la vida misma encierra
y quedarás en el mismo consagrado.

Te mostraré el sufrimiento que te espera
qué significa conocerme y dar la vida
y aquel que a los cristianos perseguía
se vuelve apóstol de una nueva era.

Llevarás mi Nombre a las naciones
predicarás en el poder de los profetas
correrás victorioso hacia la meta
y me amarás hasta el fin sin condiciones.

29 dic 2019

Santo Evangelio 29 de diciembre 2019



Día litúrgico: La Sagrada Familia (A)

Texto del Evangelio (Mt 2,13-15.19-23): Después que se fueron los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».


«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel»

Rev. D. Joan Ant. MATEO i García
(La Fuliola, Lleida, España)

Hoy contemplamos el misterio de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios inicia su andadura entre los hombres en el seno de una familia. Es el designio del Padre. La familia será siempre el hábitat humano insustituible. Jesús tiene un padre legal que le “lleva” y una Madre que no se separa de Él. Dios se sirvió en todo momento de san José, hombre justo, esposo fiel y padre responsable para defender a la Familia de Nazaret: «El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto’» (Mt 2,13).

Hoy, más que nunca, la Iglesia está llamada a proclamar la buena noticia del Evangelio de la Familia y la vida. Hoy más que nunca, una cultura profundamente inhumana intenta imponer un anti-evangelio de confusión y de muerte. San Juan Pablo II nos lo recordaba en su exhortación Ecclesia in Europa: «La Iglesia ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia. Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo...».

«Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Herodes ataca de nuevo, pero no temamos, porque la ayuda de Dios no nos faltará. ¡Vayamos a Nazaret! Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza. El Papa nos convoca a ello: «Es preciso reafirmar dichas instituciones [el matrimonio y la familia] como provenientes de la voluntad de Dios. Además es necesario servir al Evangelio de la vida».

De nuevo, «el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel’» (Mt 2,19-20). ¡El retorno de Egipto es inminente!

La confianza de San José en Dios nos abrió las puertas de la Navidad



LA CONFIANZA DE SAN JOSÉ EN DIOS NOS ABRIÓ LAS PUERTAS DE LA NAVIDAD

Por Gabriel González del Estal

1.- José, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

Cada vez que leemos este relato evangélico, según san Mateo, nos admiramos de la conducta de san José y de la inmensa confianza que tenía en Dios. Porque confiaba en la inmensa bondad de Dios, y en la total inocencia de su mujer, María, fue capaz de decidir en contra de la ley judaica, que mandaba apedrear a las adúlteras. Dios, por supuesto, no le defraudó. Esto debe hacernos pensar a nosotros, en este cuarto domingo de Adviento, en la necesidad que tenemos nosotros, los cristianos, de confiar siempre en Dios, aunque a veces nos parezca imposible que lo que le pedimos a Dios se cumpla. Nuestra confianza en Dios, cuando le pedimos algo, no nos libra, por supuesto, de poner de nuestra parte todo lo que podamos para que se realicen nuestros deseos. A Dios rogando y con el mazo dando. Nuestra confianza en Dios, que siempre debe ser ilimitada, no nos exime nunca de hacer todo lo que podamos para que la voluntad de Dios se cumpla. Para esto también es necesario que actuemos siempre con total sinceridad y buena voluntad. No dejemos de hacer nunca un buen examen de conciencia, para descubrir la voluntad de Dios. Por naturaleza somos egoístas y es fácil que creamos siempre que la voluntad de Dios coincide con nuestra voluntad. Una madre, por ejemplo, siempre tenderá a creer que Dios siempre le concederá a sus hijos todo lo que ella le pide, porque cree que es lo mejor para ellos. Sólo Dios conoce el presente y el futuro de las personas, cosa que nosotros ignoramos. Nosotros, ni siquiera podemos estar seguros de que lo mejor para las personas que queremos es lo que creemos nosotros. Sólo Dios ve el corazón y sólo él sabe dónde está la bondad o la maldad de todas las personas, cosa que nosotros no sabemos. En fin, confiemos siempre en Dios, como hizo san José, aunque a veces no veamos motivos suficientes para creer que lo mejor puede ser algo muy distinto de lo que nosotros quisiéramos que ocurriera.

2.- En aquellos días el Señor le habló a Ajaz y le dijo: Pide un signo al Señor, tu Dios. Respondió Ajaz: No lo pido, no quiero tentar al Señor. Entonces dijo Isaías: el Señor, por su cuenta os dará un signo. Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. La exégesis bíblica nos dice que la virgen a la que se refiere el profeta Isaías en este texto no es la Virgen María, ni el niño que dio a luz no fue Jesús de Nazaret. Pero este texto, tan citado, del profeta Isaías, nos puede servir a nosotros para alegrarnos del nacimiento del niño Jesús, en el que Dios se encarnó, que nació en el portal de Belén, y que vino para salvarnos de todos nuestros pecados. Alegrémonos y demos gracias a Dios, en este cuarto domingo de Adviento, porque Dios viene en esta Navidad en la forma de un niño, pobre y humilde. Hagamos hoy nosotros el propósito de ser en nuestra vida humildes y pobres en el espíritu, estando siempre dispuestos a ofrecernos a Dios, para ayudar y salvar al prójimo de sus males, en la medida en que nosotros mejor podamos. Que nuestra familia y todas las personas con las que convivamos vean en nosotros personas humildes y generosas, con ganas de ayudar, como humildes discípulos del niño que viene esta Navidad a salvarnos a todos.

3.- Por Jesús hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles; entre ellos os encontráis también vosotros, llamados por Jesucristo. Según san Pablo, si la Iglesia de Jesús no es misionera no es Iglesia de Jesús. Todos nosotros podemos y debemos sentirnos misioneros ante las demás personas con las que convivimos, dando ejemplo de vida cristiana, sencilla, alegre, humilde y generosa, en nuestra vida diaria y, de un modo especial, en los días de esta Navidad.