Evangelio según San Mateo 22,34-40.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".
La adoración es la fuerza que lo mueve todo
REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI)
(Città del Vaticano, Vaticano)
Hoy escuchamos de Cristo el mayor y primer motivo de nuestra existencia (un motivo que se transforma en "mandamiento" para cada hombre): adorar a Dios, en un amarle con todo nuestro ser (corazón, alma y mente). El amor siempre es incondicional (sin-condiciones), pero solamente Dios merece un amor incondicional "en absoluto": nada debe anteponerse al servicio de Dios.
Tal "sometimiento" a Dios no es destructivo de la criatura, porque es algo tan amoroso como besarle ("ad-orem"=a la boca). Es lo propio del amante; es nuestra vocación. La creación —inmensa y preciosa— está de tal manera configurada que invita a esta adoración. Es la fuerza que lo mueve y ordena todo desde dentro, en el ritmo de las estrellas y en nuestra vida. El ritmo de nuestra vida sólo vibra correctamente si está imbuido por esta fuerza.
—Señor-Dios, arrodillado, te confieso y te reconozco: el hombre nunca es tan hombre como cuando —de rodillas— se rinde ante ti y te reza.
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