28 sept 2019

Santo Evangelio 28 de septiembre 2019



Día litúrgico: Sábado XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.


«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).

Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.

Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.

Viva su presente

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Viva su presente

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


¿Se ha dado cuenta usted de la cantidad de veces que ha desperdiciado sus "momentos presentes" por estar en el pasado o por tener su mente en otro lado, en otro lugar? Son estos "momentos presentes" los alimentos del alma que fortalecen nuestro ser y nos ubican en la realidad. 

La torpeza de vivir estancados en el pasado, rumiando nuestros antiguos fracasos, cultivando nuestros viejos rencores o hundiéndonos en nuestros venenosos complejos de culpa, nos roba algo grande y maravilloso: VIVIR EL PRESENTE. Y es en el presente donde está la savia de la vida, la oportunidad de enriquecernos realmente, de crecer integralmente. Esta allí la puerta que el Señor nos abre para respirar el aire puro de la verdad, la belleza, el amor, la felicidad. En esos "momentos presentes", cuando estamos en contacto con la familia, con los amigos, con el trabajo honrado, con las tareas nobles, con la naturaleza, con la presencia de Dios, es cuando podemos vivir plenamente la existencia. Quedarnos allá en el pasado, conviviendo con los fantasmas de las desgracias sucedidas, es desperdiciar la felicidad y es envolvernos en la tiniebla de lo que ya no está; pero que es trágicamente recreado por nuestra mente enferma. ¡Y cuánta gente hay así, presa de sus infortunios pasados enredándose en la telaraña absorbente de sus miserias idas! ¡Cuánta gente que no se perdonan o que están hiriendo continuamente a otros por cosas miserables sucedidas, de las que ya no se puede hacer nada para cambiarlas! 

¡Y qué decir de los que están presos en el futuro; de los eternamente preocupados; de los siempre temerosos; de los que están fabricando en sus mentes alteradas acontecimientos atroces, sucesos negativos, cosas terribles que sucederán! Esos que tienen su mirada puesta en el futuro incierto. Los que pierden "momentos presentes" maravillosos, que podrían darles mucha paz y plenitud, tranquilizar su ánimo nervioso y hacerlos ver lo hermoso que es vivir. Esos que están obsesionados con el futuro, que están esperando la visita - tarde o temprano - del ladrón de la felicidad y de la seguridad; del monstruo que los tragará. Que están siempre visualizando en la esquina de la vida - allá cuando menos lo piensen - el ataque, el asalto feroz de lo trágico, de lo desgraciado, de lo tenebroso. Esos no están viviendo; están enfermos. Se están consumiendo en la preocupación obsesiva que mina su salud mental y física. Se están perdiendo el presente. 

Por esto, a unos y a otros les decimos: ¡Viva su "momento presente"! Sumérjase con gusto, con pasión, en la realidad presente: el lado de la vida con sus rostros de niños inocentes, amigos leales, misiones importantes, trabajo cotidiano, oración sencilla, meditación, soledad, diversión, buen humor, momentos de tristeza, de dolor, de incertidumbre, de amor. Viva todo esto. Abra un espacio grande en su alma, lo más grande posible, para vivir el presente. Verá que la vida se le hace nueva, joven, siempre sorpresiva, agradable, placentera. Jesús nos dice: "Cada día tiene su afán". Y en otro texto le anuncia a Zaqueo: "Hoy quiero hospedarme en tu casa". Hoy, sí, hoy. Hoy y ahora es el momento para el encuentro con Él y con la vida. Y no se olvide, con Cristo Jesús, usted podrá vencer los fantasmas del pasado y los monstruos del futuro, porque ¡CON ÉL, USTED ES INVENCIBLE! 

27 sept 2019

Santo Evangelio 27 de septiembre 2019



Día litúrgico: Viernes XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».


«¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Rev. D. Pere OLIVA i March 
(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?

Valor al respeto

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Valor al respeto

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


Si usted quiere ser feliz, debe tener un gran respeto hacia los demás y hacia usted mismo. Ha de amar al prójimo como a usted mismo. Las personas que se estiman muy poco, sienten una baja estimación hacia los demás. Uno no lastima, hiere o ridiculiza a los demás si se respeta y se quiere a sí mismo. Detrás de una persona que constantemente ofende a otros hay un individuo, él mismo, que está continuamente despreciándose. No se acepta a sí mismo.

Si usted quiere ser feliz, debe respetarse y saber que usted tiene espíritu, alma y cuerpo. Debe tratarse bien. Por ejemplo: su cuerpo. Cuídelo. Necesita aire puro, calor del sol, descanso, limpieza, ejercicio. Y no olvide que su cuerpo es Templo del Espíritu Santo; por lo tanto, evite profanarlo con el uso de la droga, el licor como vicio y el uso descontrolado del sexo.

No se avergüence de su cuerpo. Dios lo hizo a usted realmente maravilloso. Fíjese en el funcionamiento perfecto de sus órganos: cerebro, estómago, riñones, etc. Trate bien a su cuerpo. Y cuando sienta problemas físicos, acuda a la ayuda de la medicina, que es un don de Dios para que el ser humano viva mejor.

En cuanto a su alma, cultive su mente, controle sus emociones y sentimientos y ejercite su fuerza de voluntad. Lea buenas lecturas, aprenda a meditar, a ejercitar la razón, la lógica y evite los sentimientos negativos como el odio, el rencor, la cólera, la envidia. Ejercite su fuerza de voluntad realizando grandes metas. Sepa que su alma es tan importante como su cuerpo y así como reviste con dignidad el mismo, no olvide que su alma necesita también embellecerse.

El respeto a sí mismo implica también fijarse en su espíritu. Éste es la capacidad que tenemos para abrirnos a Dios y a comunicarnos con Él. El hombre que respeta su parte espiritual es hombre de oración. Le encanta hablar con Dios y se siente a gusto con las cosas del espíritu. Orar es elevar el corazón y la mente hacia el Señor, es entregarse a Él dándole el primer lugar en nuestra vida.

Para respetarse a usted mismo debe mantener un sano equilibrio entre el espíritu, el alma y su cuerpo. Usted muestra respeto hacia usted mismo en la manera como viste, habla, juega; en la manera como se comporta con los demás. Somos el reflejo de lo que pensamos en la manera como hablamos, nos vestimos y nos comportamos con los demás.

Si una persona vive continuamente degradándose, irrespetándose irá cada vez más perdiendo el cultivo de esas tres áreas de su ser y así se manifestará públicamente, tarde o temprano. Y además terminará agrediendo, haciendo daño a los demás, de mil maneras. El que no es bueno consigo mismo, es malo con los demás.

Usted debe respetarse, quererse. Recuerde que "Dios no hace basura" y Dios lo hizo a usted. Por lo tanto, usted merece el mejor de los tratos. Estímese, ámese, deje de maltratarse y vea todo lo positivo y bueno que tiene. Dios quiere que se ame. Usted le falta el respeto a Dios despreciándose a usted mismo, porque Él es el autor de su vida. Rompa, pues, las cadenas del desprecio a sí mismo y comience a sentirse bien.

Dios hizo a alguien maravilloso que es usted. El que no se respeta a sí mismo no respetará a nadie. Y no se olvide, con DIOS USTED ES… ¡INVENCIBLE !



26 sept 2019

Santo Evangelio 26 de septiembre 2019



Día litúrgico: Jueves XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

«Buscaba verle»

Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD 
(Cataño, Puerto Rico)

Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.

Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas. 

En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia. 

Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!

Usted no es inferior a nadie

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Usted no es inferior a nadie

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


El complejo de inferioridad es un sentimiento muy triste, doloroso y trágico. Muchas personas poseen buenas cualidades, grandes atributos morales, espirituales y emocionales, tienen conocimientos y experiencias muy positivas y están capacitadas para triunfar tremendamente en un campo profesional determinado; pero padecen de un profundo y terrible complejo de inferioridad. Estas personas fracasan, no por falta de cualidades, sino por una imagen tan negativa, un concepto tan pobre de sí mismos, por un pensamiento tan triste de sus capacidades y de lo que son como personas. Sucumben catastróficamente en el fracaso por creerse inferiores. Por lo menos el 95% de las personas sienten en sus vidas algún sentimiento de inferioridad y para millones de individuos esto es una seria barrera para alcanzar la felicidad y el éxito. 

Lógicamente, todos tenemos cualidades, talentos, conocimientos y experiencias que otros no tienen. Quizás nunca podremos pintar como Picasso, cantar como Plácido Domingo o batir el record de velocidad de 500 metros. El hecho que uno no se desenvuelva con tanta habilidad como otros individuos que han sobresalido en deportes, el arte, la música o la ciencia, no significa que uno sea menos que ellos. No es saludable compararse desfavorablemente con personas que han destacado en ciertos campos ni permitir que esto le produzca sentimientos de inseguridad ni que opaque su existencia. 

El sentimiento de inferioridad origina cuando nos juzgamos y comparamos con las normas de otras personas, no con las nuestras. Hay personas que alimentan cada vez más su complejo de inferioridad al compararse a individuos que sobresalen en otros campos y, a un nivel inconsciente, tratan de ser igual a ellos. Como cada ser humano es diferente y no puede ser igual o idéntico a otro, se frustra y aparece con más crudeza el complejo de inferioridad. 

La única comparación auténticamente válida es la que uno hace con su propio ser: con sus cualidades, habilidades, tendencias, metas y valores. Debe verse tal y como tendría que ser si desarrolla al máximo lo que tiene que desarrollar y dónde puede llegar de acuerdo con lo que Dios quiere para usted, con sus metas, valores y posibilidades y para estimularse a ser mejor. Cada persona es tan digna, valiosa y estimable como cualquiera otra. Simplemente cada uno es diferente, porque nació en su propio ambiente, con influencias y tendencias distintas. No se compare con nadie y menos con personas que destacan en campos de la vida que no son necesariamente de su interés. 

Muchas personas se acomplejan, sufren de envidia y caen en una amargura terrible por tener la idea totalmente errónea de que tienen que ser como otros. Cada persona es como Dios la ha creado, única e irrepetible, diferente a cualquier otra, con sus propias cualidades, habilidades y virtudes. Es absurdo fijarse en otros para averiguar cómo tiene que ser. 

Ciertamente, en el campo en que usted se desenvuelve, sea profesional, técnico u otro, es bueno fijarse cómo actúan otros para imitar lo bueno. Investigue y tome de ejemplo técnicas, normas, métodos, ideas y consejos de otros para mejorar en su profesión u oficio; pero no caiga en la autosuficiencia de creer que es el único que sabe, el que más conoce y el más importante, sin considerar que hay otros que pueden ser iguales o mejores que usted. 

Usted es único, no es inferior ni superior a nadie; es simplemente usted, con sus propias aptitudes y debilidades. La personalidad suya no puede competir con ninguna otra personalidad, porque no existen dos personas iguales en la superficie de la tierra. Dios nunca pensó crear a todos igual en cuanto a capacidades, conocimientos, formas de pensar y actuar. No existe un modelo de hombre o mujer que sea común ni uniforme. El Señor creó a cada ser humano como un individuo único en su género, del mismo modo que hizo individual y único cada copito de nieve, cada hoja de un árbol, cada plantita de la tierra y cada flor. Dios creó a gente baja y alta, grande y pequeña, delgada y gruesa, negros, amarillos, cobrizos y blancos. Él jamás mostró preferencia por algún tipo, tamaño, semblante o color determinado y ama por igual a todas las personas, aunque sean diferentes. 

Un complejo de inferioridad lleva al desastre. Cada vez que uno se compara con otra persona, real o ficticia y no logra hacer las cosas igual, creerá que no vale, que es tonto y bruto. Es absurdo y ridículo compararse o medirse con otras personas. Usted es único y maravilloso, como ninguna otra persona en la tierra. Aunque no destaque tanto en algunos campos, no significa que es inferior a nadie. 

El Dr. Norton Williams, un célebre psiquiatra, expresó que la ansiedad del hombre moderno y sus sentimientos de inseguridad tienen origen en la carencia de fe en sí mismo y que la seguridad interior sólo puede hallarse al encontrar dentro de sí esa individualidad única y distinta, la cual es afín a la idea de haber sido creado a la imagen de Dios. 

Cada uno está mandado por el Señor a reafirmar con valor, tenacidad, orgullo y fe lo hermosa, maravillosa y grandiosa que es su personalidad y luchar contra sus sentimientos y complejos de inferioridad. Esto no constituye soberbia, sino andar con la verdad, la que nos hará libres, dice nuestro Señor Jesucristo. Si usted quiere ser feliz, ámese, valórese, quiérase, respétese; nunca se compare ni se sienta inferior a nadie ni se acompleje. No mida a nadie por su condición social, económica o por el color de su piel ni se le ocurra jamás pensar que usted es menos que otra persona, porque tiene menos. 

Sacúdase de una vez por todas de ese complejo de inferioridad que le impide realizar en su vida las metas y valores que usted siente y que debe cumplir. A Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Señor maravilloso, no le importó llevar siempre la misma túnica, el mismo manto. Jesucristo jamás bajó la cabeza ante algún tipo de poder ni se avergonzó por su origen humilde ni porque le llamaran carpintero o hijo de un carpintero; porque conocía perfectamente bien su dignidad y su valor. 

Jesucristo, el Señor, es Hijo de Dios en el sentido pleno, pero usted también es hijo de Dios en Cristo, hecho a Su imagen y semejanza y templo del Espíritu Santo. Usted es una persona maravillosa, fantástica, única, original e increíble, como ninguna otra que haya existido en la faz de la tierra. Despierte, abra sus ojos y aprenda de una vez por todas a desterrar ese sentimiento de inferioridad que es tan trágico y lamentable. Si usted se acerca al Señor y lo busca, Él puede ayudarlo a cambiar. Él puede hacer maravillas en su vida y ayudarle a eliminar su sentimiento o complejo de inferioridad. Con Él usted vence cualquier cosa, porque con Dios, usted es... ¡INVENCIBLE! 

                       

25 sept 2019

Santo Evangelio 25 septiembre 2019



Día litúrgico: Miércoles XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.


«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades»

Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala 
(Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)

Hoy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, éstos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.

El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquella que nunca se ha de marchitar.

Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como ha escrito San Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».

Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.

¿Tiene sentido el sufrimiento?

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¿Tiene sentido el sufrimiento?

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


Mucha gente se lamenta de no encontrar un sentido a su sufrimiento. "¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para que me suceda esto? La vida me está tratando verdaderamente mal. ¿Para qué vivirla así? Esto es realmente absurdo". Pues bien, mientras no le encuentre sentido a la vida, al amor, a la alegría, a la tristeza, al dolor, al sufrimiento y a la misma muerte, no podrá encontrar la paz. Y usted necesita la paz.

Veamos: Los seres humanos tenemos varias tendencias fundamentales, entre ellas está la de encontrar la verdad, explicarnos las cosas de la vida y, por lo tanto, darle un sentido a la existencia. Cuando una persona no le encuentra respuestas a los interrogantes vitales, se sumerge en un abismo de angustia, desesperación y se siente invadido por las náuseas del absurdo. Por lo tanto, ¡déle un sentido a su vida!

¿Tiene sentido el sufrimiento? Sí lo tiene. Si usted ama, tendrá que sacrificarse por la gente que ama. Esto es sufrimiento. Y vale la pena. Si tiene que emprender un camino de superación profesional, tendrá que sacrificarse (dejar diversiones y muchas otras cosas buenas por el fin que persigue). Y vale la pena el sacrificio. Si ha cometido errores en el campo de la moral, de las relaciones interpersonales o en el de su trabajo, vendrá el sufrimiento. Esto es bueno y no se asuste. Remordimiento de conciencia, dolor por haber fallado, arrepentimiento, deseo de cambiar y una cierta sana ira contra sus actitudes negativas; todo esto es bueno. Impulsa al cambio. Ve usted, tiene sentido sufrir. Sin el sufrimiento, con una conciencia amoral, con una indiferencia enfermiza a lo relacionado con el bien y el mal, termina usted en la "calle de la vida", consumiéndose en el pecado, destruyendo su existencia y la de otros.

Creo yo que el sufrimiento es un buen termómetro para medir la calidad de su amor. La persona que más ama, se entrega y, por lo tanto, "muere" a su egoísmo, comodidad y aun a su derecho de mantener más ingresos, salud, descanso y otras cosas buenas. El caso más claro: Jesús que dio hasta la vida por usted y por todos nosotros. Y el caso de aquella mujer, por ejemplo, que levantó de la nada a siete hijos y les dio comida, ropa, educación y que a consecuencia de lavar y planchar ropa ajena a lo largo de muchos años, sufrió de una artritis espantosa que la deformó físicamente. En los últimos años de su vida sus hijos, ya trabajando, le pudieron dar una casita. Y en su lecho de muerte exclamaba que ni la casita ni nada de este mundo le daba más alegría que haber levantado a sus hijos y verlos hechos unos profesionales. Esto es amor. Y su amor la hizo abrazar el sufrimiento para realizarlo plenamente. Valió la pena sufrir.

Cuando el sufrimiento proviene de enfermedades, accidentes, calumnias, engaños, aunque son situaciones no buscadas por usted, tiene sentido ese dolor. Si lo ofrece al Señor por la purificación de sus pecados, por la salvación de la humanidad (Pablo habla de completar la pasión de Cristo) y lo aprovecha para madurar más en valentía, aplomo, control de sí mismo y le enseña a ser realista (la vida se compone de alegrías y dolores); tiene sentido el sufrimiento. Lo hizo realizarse más. Y esto no es masoquismo. Es sacarle algo positivo a todo, aun a lo más negativo. Pero sólo con el Señor podrá usted resistir las pruebas de la vida y salir adelante, pase lo que pase, porque ¡CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE!



24 sept 2019

Santo Evangelio 24 de septiembre 2019



Día litúrgico: Martes XXV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».


«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»

Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé 
(Lleida, España)

Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.

Silencio por favor

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Silencio por favor

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


En este Mensaje al Corazón en el día de hoy le decimos: "Silencio por favor". Sí, silencio por favor, porque necesitamos el silencio para vivir.

En nuestra sociedad moderna el ruido se ha convertido en una parte esencial de la vida. El ruido aparece en todas partes: en las industrias, en las fábricas, en el tráfico, en la televisión, en la radio, en las grabadoras, etc. También el ruido está en nuestras conversaciones. Hablamos con voz muy alta, decimos demasiadas cosas, muchas veces sin pensarlas, hablamos por hablar y decimos muy poco. Hay ruido en nuestro corazón, sí, ¡hay mucho ruido! Estamos almacenando el ruido de la calle, el ruido de nuestro pasado, de nuestras angustias, de nuestros odios, de chismes, de malas noticias, de pesimismos, derrotas y amarguras.

Hay ruido por todas partes y nos angustia, nos pone nerviosos y nos desespera. ¿Por qué no hacemos silencio? Sabemos que no se pueden parar las fábricas, tampoco se puede detener el tráfico, aunque sí se pueden crear campañas que aminoren el ruido excesivo como: no tocar la bocina en ciertas zonas, poner aparatos especiales que suavicen el ruido de los motores en las fábricas, etc.

Hoy quisiéramos decirle que usted puede hacer más silencio, aún con el ruido exterior que existe. ¿Cómo? Racionalice el uso de los aparatos tales como la radio, la televisión, las grabadoras, etc. Tenga en su casa un oasis de paz, un cuarto donde se respete el silencio o haga que en su hogar existan momentos de silencio que todos los miembros de la familia respeten. Lo cierto es que necesitamos el silencio para vivir; nos estamos neurotizando tremendamente por el exceso de ruido. El ruido nos va enloqueciendo, nos va acelerando emocional y mentalmente, nos va haciendo más violentos.

Vivimos en una sociedad demasiado ruidosa. No hay tiempo para la meditación; ahogamos el silencio a base de ruidos y así, ¿quién puede contemplar el misterio del ser humano? Nos encanta el ruido, porque nos aliena y nos impide pensar más. Se necesita el silencio para poder contemplar el misterio que somos cada uno de nosotros. Necesitamos callar y callar el ambiente, sumergirnos en nuestro interior y preguntarnos cada uno: ¿quién soy?, ¿a dónde voy?,¿qué estoy haciendo con mi vida?, ¿me estoy realizando?, ¿qué defectos tengo?, ¿qué traumas me condicionan?, ¿qué complejos me aturden?, ¿qué cosas me obsesionan? Preguntarme, responderme, oírme, saber de mis necesidades más ocultas, hacerme caso, tomarme en cuenta, saber que vivo, que existo, saber que antes no fui y que ahora soy, porque Dios me dio la vida y que algún día no seré aquí en la tierra, aunque siempre seré en la eternidad.

Si hiciéramos más silencio en la vida oiríamos tanto, escucharíamos los mensajes más fuertes, los clamores más inimaginables; oiríamos la voz de la historia que nos llama a actuar. En el silencio nos convertiríamos en redentores de esta humanidad y brindaríamos a los que nos necesitan, algo o mucho, todo depende de nuestra fortaleza, de nuestro amor y de nuestro silencio. En el silencio nos convertiríamos en buenos alumnos, aprenderíamos tanto de la historia que es maestra y nos convertiríamos en maestros también, porque le diríamos a otros lo que hemos oído.

En los hospitales generalmente hay letreros que dicen: "Silencio por favor". ¿Por qué? Porque los enfermos necesitan descanso, ya que es necesario para su recuperación. Pero hay muchos más enfermos fuera que dentro de los hospitales, sobre todo enfermos emocionales y puede ser el caso suyo. Gente que es víctima de la tensión, de las prisas, de las preocupaciones, de las angustias de la vida diaria y entre las cosas que necesitan está el silencio. No hacer mucho ruido, no alborotar más sus cabezas y sus corazones con un exceso de chismes, gritos, quejas, conversaciones sin sentido. Necesitamos todos un poco más de silencio, menos recargo de ideas inservibles y destructivas que se nos van metiendo día y noche. ¿Por qué no le pierde el miedo al silencio y comienza a fabricar su hora de silencio en donde se sentirá más persona? ¿Por qué no detiene un poco el ruido que lo ahoga y se sumerge en el silencio y en la soledad un poquito cada día, para encontrarse más con Dios y con usted mismo todos los días? Usted puede tener sus momentos de silencio. Apartarse un rato del ruido; retirarse un momento y hacer silencio. ¿Y por qué no en el templo, en nuestros templos que muchas veces, por desgracia, están vacíos? Podría ir usted un rato y encontrarse con el Señor.

¡Un poco más de silencio por favor! Silencio para que seamos mejores. No se olvide que si usted se encuentra con el Señor en el silencio crecerá más en santidad y recuerde: ¡CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE!

23 sept 2019

Santo Evangelio 23 de septiembre 2019



Día litúrgico: Lunes XXV del tiempo ordinario

Ver santoral 23 de Septiembre: San Pío de Pietrelcina, religioso

Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».


«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz»

+ Rev. D. Joaquim FONT i Gassol 
(Igualada, Barcelona, España)

Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.

¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).

Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.

En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).

Signos de la inmadurez

7 indiscutibles señales de que eres una persona inmadura


Signos de la inmadurez

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.


Para llegar a la madurez es preciso haber desarrollado la facultad de hacerse responsable de la propia vida, independiente de los demás, sea papá, mamá u otras personas. Muchos padres, especialmente las mamás, cultivan intensamente el espíritu de dependencia en los hijos, cuando más bien deben modelar su autonomía. El ser humano depende de la familia mientras va creciendo, pero, en la misma medida, va adquiriendo independencia y criterios, valores y principios propios. Lógicamente que nadie es totalmente independiente, pues todos estamos muy relacionados con los demás. Pero debemos siempre conservar nuestra forma propia de ver la vida y de pensar, cultivar y defender nuestros valores y creencias. 

Para ser una persona madura y exitosa, hay que adaptarse a los cambios que ocurren en la vida, aquellos sucesos negativos que siempre han de llegar y que son parte de la vida. Algunas veces, la vida nos ofrece situaciones crueles, de las que parece que nunca podremos salir. Sin embargo, no aceptar la realidad y adaptarse lleva a cultivar una serie de emociones que engendran enfermedad. La adaptabilidad y la flexibilidad implican una clase muy preciosa de madurez que puede evitar un trastorno mental. La persona inmadura se encuentra permanentemente en medio de conflictos, porque rechaza todo lo negativo en vez de enfrentar aquellas cosas que sencillamente ocurren, luchar para solucionarlas y aceptar lo inevitable. 

Hay casos clarísimos de inmadurez en la esposa que consulta a cada momento a su mamá lo que debe hacer o no hacer en su matrimonio. La continua intervención de la madre en el matrimonio irrita al marido, la relación se deteriora y todos sufren enfermedades de origen emotivo provocadas por esta dependencia. 

Otro signo de inmadurez es la actitud infantil, terrible y nefasta del egoísmo y la rivalidad que muchas personas, tristemente, siguen cultivando aún a sus 30, 40 o 50 años. Resulta sumamente difícil convivir con personas así, porque tienen un espíritu de rivalidad exacerbada y se comparan continuamente en celosa competencia con los demás y nunca se libran de ser personas desgraciadas. Son personas ególatras que están siempre exhibiendo sus dotes y cualidades haciendo ver, con razón o sin ella, que son más que otros. Les domina constantemente la envidia, el orgullo herido y la hostilidad contra sus semejantes y contra sí mismos. Son capaces, por su egolatría, de hacer daño a otros, porque han crecido más que ellos llegando hasta a avasallar, atropellar o pisotear con tal de subir. 

Levantar la voz para gritar, buscar pleitos y ofender son señales claras de inmadurez. Hay demasiada gente extremadamente agresiva, porque en el fondo son como niños que se sienten débiles, dependientes e inseguros. Los estados infantiles son formas groseras de inmadurez, signos de debilidad, pruebas evidentes de miedo y fracaso. Muchos individuos llegan a la edad adulta, pero siguen siendo niños que no salen jamás de esa fase de agresividad hostil y manifiestan su inmadurez con crueldad, cólera y odio, que demuestran debilidad. En cambio, la amabilidad, el afecto, el amor y la buena voluntad son prueba de fortaleza y madurez. 

La madurez trae consigo la hermosa preocupación de alegrar la vida de las demás personas. La persona que llega a la madurez prefiere dar, más que recibir. De esta manera, sus horizontes y perspectivas se ensanchan, porque la persona madura no vive en un reducido encierro, tratando a tientas de agarrar lo que sea posible en sus oscuros límites. Más bien, camina a la luz del sol por el mundo inmenso, encontrando a otras personas a las que pueda dar, ofrecer y servir. Es triste estar siempre recibiendo, porque jamás se experimenta la dicha indescriptible que proporciona el dar. 

¿Es usted maduro o inmaduro? Hágase un examen de conciencia para comprobar si usted está cultivando algunos de estos signos de inmadurez. Es importante que usted examine bien estos aspectos de su personalidad, pues le pueden estar ocasionando serios problemas en su vida, en su relación con sus seres queridos y con otras personas. Queremos que usted sea una persona mucho mejor y luchamos para conseguir eso para todos. Con la ayuda del Señor se pueden superar muchas cosas en nuestra vida que no están del todo bien. En la medida en que usted se sienta bien con usted mismo, se sentirá mejor y más feliz en su relación con las personas que lo rodean, que lo aman y desean lo mejor para usted. Con el Señor sí se puede, porque con Él podemos vencer todo lo que venga en la vida y superar la inmadurez. Con Dios, en verdad, seremos. . . ¡INVENCIBLES!

22 sept 2019

Santo Evangelio 22 de septiembre 2019



Día litúrgico: Domingo XXV (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 16,1-13): En aquel tiempo, Jesús decía también a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’. 

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. El le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».


«No podéis servir a Dios y al dinero»

Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach 
(Vilamarí, Girona, España)

Hoy el Evangelio nos presenta la figura del administrador infiel: un hombre que se aprovechaba del oficio para robar a su amo. Era un simple administrador, y actuaba como el amo. Conviene que tengamos presente:

1) Los bienes materiales son realidades buenas, porque han salido de las manos de Dios. Por tanto, los hemos de amar.

2) Pero no los podemos “adorar” como si fuesen Dios y el fin de nuestra existencia; hemos de estar desprendidos de ellos. Las riquezas son para servir a Dios y a nuestros hermanos los hombres; no han de servir para destronar a Dios de nuestro corazón y de nuestras obras: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

3) No somos los amos de los bienes materiales, sino simples administradores; por tanto, no solamente los hemos de conservar, sino también hacerlos producir al máximo, dentro de nuestras posibilidades. La parábola de los talentos lo enseña claramente (cf. Mt 25,14-30).

4) No podemos caer en la avaricia; hemos de practicar la liberalidad, que es una virtud cristiana que hemos de vivir todos, los ricos y los pobres, cada uno según sus circunstancias. ¡Hemos de dar a los otros!

¿Y si ya tengo suficientes bienes para cubrir mis gastos? Sí; también te has de esforzar por multiplicarlos y poder dar más (parroquia, diócesis, Cáritas, apostolado). Recuerda las palabras de san Ambrosio: «No es una parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das ya le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, y no solamente para los ricos».

¿Eres un egoísta que sólo piensa en acumular bienes materiales para ti, como el administrador del Evangelio, mintiendo, robando, practicando la cicatería y la dureza de corazón, que te impiden conmoverte ante las necesidades de los otros? ¿No piensas frecuentemente en las palabras de san Pablo: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7)? ¡Sé generoso!