CRISTO HA RESUCITADO: HECHO HISTÓRICO QUE SE MANTIENE EN TODA VIGENCIA
Por Antonio García-Moreno
1.- PASÓ HACIENDO EL BIEN.- "... a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo..." (Hch 10, 38) La unción y el poder son propios del Rey de Israel. Jesús es por ello el nuevo Rey de la casa de David. Los reyes anteriores a Él habían recibido una unción efímera, un óleo caduco y carente de poder. Reyes que iban sucediéndose unos a otros sin más trascendencia. Hombres débiles, víctimas de intrigas y pasiones, con un final trágico o feliz, pero siempre sepultados en la historia y en el olvido.
En Jesús la unción ha sido diversa y el final muy distinto. Cuando todo parecía haber terminado, entonces era cuando todo empezaba. Los apóstoles pensaron que la cruz, la muerte vergonzosa en el madero, era el final. Les parecía que el telón había caído de modo definitivo, borrando para siempre el nombre de Jesús sobre la tierra. Pero no era así, el telón se ha rasgado para no bajar ni subir más. Y al descubierto ha dejado, envuelto en un, el vencedor de la invencible muerte, exaltado sobre toda la creación, dueño y Señor del universo. Rey de reyes, alfa y omega, principio y fin. Jesucristo ayer y hoy y para siempre.
2.- "...que pasó haciendo el bien..." (Hch 10, 38). Jesús pasó por nuestros polvorientos caminos. Y su paso llenó de paz y de alegría nuestros paisajes. Una primavera eterna se inicia con Él y tiñe de verdor y fragancia nuestros campos. La muerte y el pecado habían ensombrecido el horizonte del hombre, sembrando en su corazón la angustia y el temor, la incertidumbre ante el más allá. Nos llenaba de zozobra la idea de un final definitivo, el hundirnos en las sombras y el silencio para siempre. Nos dolía la separación de nuestros seres queridos. Sufríamos al pensar que todo terminaba en una fosa, quedando sólo la espera muda y fría de un cuerpo muerto comido de gordos gusanos.
Sin embargo, después del triunfo de Jesucristo, la vida de un cristiano no es así. Para el que cree en Cristo la muerte no es más que un mal sueño, una pesadilla, unas lágrimas y suspiros, quizás, que dan paso a la esperanza y a la paz... Jesús ha resucitado, y con Él resucitaremos todos. Así es. Si no lo fuera, nuestra fe sería algo vacío, nuestra vida tremendamente desgraciada, algo sin sentido. Pero no, Cristo ha resucitado y ha sido ensalzado hasta la diestra del Padre, donde está para interceder por nosotros. Por eso hay que alegrarse hasta cantar de gozo en este tiempo pascual, dejar cauce libre a la alegría que estalla en mil aleluyas porque Jesucristo ha instaurado el Reino de la Vida.
3.- ESTE ES EL DÍA.- "Dad gracias al Señor...” (Sal 118, 1).- Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su mise-discordia. Si damos las gracias por el más mínimo detalle de deferencia hacia nosotros, cómo no hemos de dar las gracias a este Dios y Señor nuestro que tantos beneficios nos otorgan continuamente, a este Padre bueno que tan a menudo perdona nuestras infidelidades, nuestras faltas y pecados. Tanto hemos recibido, tanta comprensión y tanto cariño nos ha mostrado que bien podemos afirmar sin la menor duda que es bueno, que eterna es su misericordia hacia esta nuestra "eterna" debilidad y malicia.
"La diestra del Señor es poderosa -dice el salmo de hoy-, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor... Esta exclamación esperanzadora hemos de hacerla nuestra y afirmar gozosos que también nosotros viviremos para proclamar el poder imponente del Altísimo, su amor inefable. Y así, aunque el peso de nuestros pecados nos llene de pesar y de temor, tengamos una gran fe en Jesús que ha triunfado, y nos hace triunfar a nosotros, sobre la muerte y sobre el pecado.
4.- "Este es el día en que actuó el Señor" (Sal 118, 24) Han pasado los días tristes de la Pasión, están lejos ya los momentos amargos del Getsemaní y de la flagelación. Entonces Jesús se dejó atar, se entregó al traidor sin la más mínima resistencia. Maniatado y silencioso soportó el dolor y la burla de sus enemigos. Pero ahora esa pasividad ha cesado. Este es el día en que actuó el Señor, el día en que rompió con violencia y para siempre las cadenas de la muerte, cuando removió la losa de granito que tapaba la tumba, cuando arrancó de entre las garras de Satanás a su víctima -el hombre-, de sus mentiras y de sus engaños.
El Cordero salvó al rebaño/ Cristo inocente reconcilia/ al Padre Dios y al que hizo el daño. / Muerte y vida trabaron duelo/ y muerto el dueño de la vida/ gobierna, vivo, tierra y cielo¬.../ Vive el Señor, que es mi esperanza. / En Galilea veréis su gloria. / Cristo, sabemos que estás vivo. / Rey vencedor, certeza nuestra, / mira a tu Iglesia compasivo. Amén. Aleluya.
5.- PISTA DE LANZAMIENTO.- "Ya que habéis resucitado con Cristo...” (Col 3, 1)Cristo ha resucitado. Un hecho histórico que se mantiene en toda la vigencia de su autenticidad, a pesar de los múltiples ataques que ha venido recibiendo a lo largo de todos los siglos. Ya desde el principio, cuando apenas si se había realizado el prodigio inefable de la victoria de Cristo sobre la muerte. Cuando los soldados comunican a los enemigos de Cristo la noticia, surge pronto la mentira y la falsa acusación, la patraña. Diréis -adoctrinan a los soldados- que cuando estabais dormidos vinieron los discípulos de Cristo y robaron su cuerpo. San Agustín se reirá después de semejante ocurrencia, y piensa en la estupidez que supone buscarse unos testigos que duermen cuando se lleva a cabo el hecho de que dan testimonio.
Cristo ha resucitado. Y nosotros, los que creemos en Él y le amamos, también hemos resucitado. Hemos despertado del sueño de la muerte que es la vida humana, hemos comenzado, aunque parcialmente aún, la grandiosa aventura de vivir la vida misma de Dios, la vida que dura siempre. Y por eso hemos de vivir proyectados hacia lo alto, pisando en la tierra, pero aspirando a las cumbres del cielo.
6.- "Porque habéis muerto…" (Col 3, 3).- Sí, pisar la tierra para lanzarse al cielo. Esta tierra ha de ser para nosotros como una pista de lanzamiento, el lugar donde tomamos velocidad para despegar y elevarnos a las alturas inconmensurables de los cielos nuevos... Parece una paradoja, una contradicción, un absurdo. San Pablo nos habla de haber resucitado y a renglón seguido nos dice que hemos muerto. Y añade que nuestra vida está en Cristo escondida en Dios. Y cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos, juntamente con Él, en la gloria.
No hay paradoja, no hay contradicción ni absurdo. Porque se trata de morir a todo lo que nos aleja del bien. Es como un cortar amarras y levar anclas, un prescindir de todo lo que supone una rémora, abandonar cuanto nos impida vivir la vida nueva que Cristo nos da. Se trata de una tarea de toda la vida, porque durante toda la vida habrá algo que nos tire hacia abajo, algo que sea un impedimento para el alto vuelo a que estamos llamados.