21 dic 2013

Carta la Niño Dios




Carta al Niño Dios
Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero. 
Autor: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oracion.com

Querido Niño Jesús:

Te tengo aquí presente en este rato de adoración. Pienso en ti y te pienso. Sí, parece lo mismo pero en realidad no lo es. Muchas veces pienso en ti, me acuerdo de ti, pero no te pienso. Es como decir que falta algo de camino para que de mi mente llegues a mi corazón. Bueno, en realidad estoy enamorado de ti, pero mucho menos de lo que tú lo estás de mí. Y ese es el camino que quiero recorrer. En el fondo tú ya estás en mi corazón y yo, quizás, ni siquiera he llegado al mío porque me falta tanto amor.

Te agradezco

Hoy quiero agradecerte este esfuerzo de salir de tu cielo para venir a nuestra tierra, a mi tierra de cada día. Tanto tiempo peregrinos en busca de la Tierra Prometida y ahora en ti descubro esa promesa, ese amor, esa ternura: Dios con nosotros, Dios conmigo, Dios para mí, en una cueva, en Belén.

Te tengo en la Eucaristía. Te miro y me miras. No sé quién tiene más admiración, si yo de ti o tú de mí. Me amas y te amo. Naciste ya hecho Eucaristía, hecho pan para comerte, tanta fue tu ternura. Naciste en Belén, que quiere decir "Casa del Pan". Y con razón María te quería comer a besos. Eucaristía anticipada por aquella que te dio la vida.

¿Qué me dices, qué te digo?

Esto es lo que me dices hoy: hay que dar la vida, hacerse alimento para los demás. Cada día dejarse comer, ser Eucaristía para los hombres mis hermanos, tus hermanos. En tu cueva encuentro el ejemplo para lograrlo: la humildad del lugar, el silencio de la noche, la pobreza que elegiste, la mejor compañía: María y José. ¡Qué bien se está aquí contigo! Es una auténtica transfiguración: tu gloria se dibuja en tu pequeñez, tu amor en la sencillez y tu fuerza en tu debilidad. Tres virtudes que deben resonar en mi vida pero la verdad, ¡qué pronto se me olvidan!

Por eso quiero mirarte y aprender de ti como un espejo de amor. Que tu sonrisa me haga sonreír. Que tu sueño me dé paz, que tu silencio me haga aprender a escuchar.

Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero. Suena egoísta pero es que necesito verte, tocarte, olerte y besarte. Eres carne de mi carne, uno como yo, ¡eres real! Quiero que esta experiencia me acompañe durante el día. ¡He tocado, he visto, he abrazado el Verbo de Dios! ¡Ha dormido en mis brazos y ha llorado junto a mí y por mí!

Ser consuelo de tu corazón es mi mayor deseo. Verte dormir mi mayor paz. Ojalá pudiese vivir mi sacerdocio consolándote y diciéndote: "descansa, ahora me toca a mí". Pero en el fondo sé que tu corazón siempre está velando y soy yo el que es cuidado por ti. Al menos déjame intentarlo, déjame ser consuelo para tu corazón.

¿Qué te puedo regalar?

Con la emoción de verte entre nosotros, Jesús, no te he traído un regalo. ¡Qué despiste! Otros llegarán al rato con regalos preciosos del lejano oriente o con humildes ofrendas de pastor. Y yo, ¿qué te puedo regalar? Mi vida es tuya, ya lo sabes. Te la entregué hace más de 20 años. Soy pobre, aunque no tanto como tú. Algo debe quedarme, seguramente mi corazón te puede ofrecer un mayor amor, un esfuerzo más delicado en mi servicio, un desprendimiento más generoso cada día para encontrarme contigo, superando cansancio, tristeza, miedos y apegos. Sí, creo que este será mi regalo. Te dejaré aquí mi corazón para que te dé calor, te consuele, te entretenga y te alegre. Así cada día tendré que volver temprano en la mañana para alimentarme de tu amor, de tu mirada y de tu bondad. Con tu corazón en el mío caminaré más rápido, haré más bien al mundo, me amaré mejor y amaré a más personas.

Nos unimos en la Eucaristía

La Eucaristía que celebro cada día será nuestro encuentro, nuestro regalo, nuestro alimento y nuestro recuerdo. Nos uniremos y ya no tendremos dos corazones, sino que el mío se fundirá en el tuyo, mi voluntad en la tuya, mi mirada la de tus ojos, mi ternura la de tu amor.

Belén, casa del Pan, cueva silenciosa del milagro de Dios entre los hombres. Eucaristía anticipada hecha vida, ternura y gozo. En tu humilde morada dejo mi corazón en el pesebre.

Despedida

Me retiro antes de que lleguen los pastores. Me voy sin mi corazón pero sí con el tuyo. Qué gran regalo he recibido a cambio de lo poco que te dejo. Tu amor en mi pecho y el mío en tu pesebre. Descansa, duerme tranquilo. Mañana regreso de nuevo. Tu sacerdote por siempre, P. Guillermo Serra, L.C.

NB: no pienses que no me he dado cuenta, ¡tienes la madre más hermosa del mundo!





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Santo Evangelio 21 de Diciembre de 2013


Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 21 de Diciembre


Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».


Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
¡Feliz la que ha creído!

Hoy, el texto del Evangelio corresponde al segundo misterio de gozo: la «Visitación de María a su prima Isabel». ¡Es realmente un misterio! ¡Una silenciosa explosión de un gozo profundo como nunca la historia nos había narrado! Es el gozo de María, que acaba de ser madre, por obra y gracia del Espíritu Santo. La palabra latina “gaudium” expresa un gozo profundo, íntimo, que no estalla por fuera. A pesar de eso, las montañas de Judá se cubrieron de gozo. María exultaba como una madre que acaba de saber que espera un hijo. ¡Y qué Hijo! Un Hijo que peregrinaba, ya antes de nacer, por senderos pedregosos que conducían hasta Ain Karen, arropado en el corazón y en los brazos de María.

Gozo en el alma y en el rostro de Isabel, y en el niño que salta de alegría dentro de sus entrañas. Las palabras de la prima de María traspasarán los tiempos: «¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» (cf. Lc 1,42). El rezo del Rosario, como fuente de gozo, es una de las nuevas perspectivas descubiertas por Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre El Rosario de la Virgen María. 

La alegría es inseparable de la fe. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). La alegría de Dios y de María se ha esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que haya una solución de continuidad entre una cosa y otra.


San Anastasio. 21 de Diciembre de 2013

San Atanasio

 San AtanasioAtanasio, nombre que significa "inmortal", nació en Egipto, en la ciudad de Alejandría, en el año 295. Llegado a la adolescencia, estudió derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a un yermo para llevar una vida solitaria y allí hizo amistad con los ermitaños del desierto; cuando volvió a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de Dios.

Era la época en que Arrio, clérigo de Alejandría, confundía a los fieles con su interpretación herética de que Cristo no era Dios por naturaleza.

Para considerar esta cuestión se celebró un concilio (el primero de los ecuménicos) en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría, y con su doctrina, ingenio y valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes y al mismo Arrio en las disputas que tuvo con él.

Cinco meses después de terminado el concilio con la condenación de Arrio, murió san Alejandro, y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no dejaron de perseguirlo y apelaron a todos los medios para echarlo de la ciudad e incluso de Oriente.

Fue desterrado cinco veces y cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo en el seno de la Iglesia a Arrio, excomulgado por el concilio de Nicea y pertinaz a la herejía, Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.

Durante dos años permaneció Atanasio en esta ciudad, al cabo de los cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría entre el júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía la lucha contra los  arrianos y por segunda vez, en 342, tuvo que emprender el camino del destierro que lo condujo a Roma.

Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero llegó a tanto el encono de sus adversarios, que enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede.

San Atanasio es el prototipo de la fortaleza cristiana. Falleció el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras, muy estimadas, por las cuales ha merecido el honroso título de doctor de la Iglesia. 

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Fiesta de María Reparadora. Santos: Félix, Flaminia, Saturnino, Germán, Celestino, Exuperio, Ciriaco, Teódulo, Florencio, Eugenio, Longinos, Zoe, mártires; Antonino Pierozzi, confesor; Daniel, monje

20 dic 2013

Santo Evangelio 20 de Diciembre de 2013

Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 20 de Diciembre

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.


Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra

Hoy contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación. Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María que es la escogida para traer al Salvador al mundo. Tal como el Señor suele actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros—, pasa de la manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin espectáculo.

El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde, sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida.

De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide —escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes».

Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: —¿Qué espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de la respuesta que demos!

Santo Domingo de Silos, 20 de Diciembre



Santo Domingo de Silos, Abad
Diciembre 20

Su vida la escribió con devoción precisa un monje contemporáneo llamado Grimaldo, que además fue religioso de su casa. Lo que se describe en latín decadente de última hora fue luego puesto en el balbuciente romance de lengua castellana por Gonzalo de Berceo ya en el siglo XIII.

Nace alboreando el siglo XI en Cañas, cerca de Nájera, en el reino de Navarra; no se sabe si de cuna noble o del pueblo llano, ni si rico o pobre. Sí se le conoce pastoreando cuando niño y dado a compartir comida y leche de oveja con los viandantes. Es apacible de carácter y muestra cierta inclinación al estudio; quizá por eso sus padres le orientan hacia la clerecía que es, en su tiempo, un modo de conseguir honores y riquezas, casi tanto como las armas, aunque él piensa más en su santificación y en la gloria de Dios que en los triunfos humanos.

El obispo lo ordena sacerdote. Pero Domingo Manso llega a sentirse indigno y nota pavor porque es duro y muy difícil vivir en solitario tan sublime ministerio. Después de año y medio se retira. Ya no hay eremitas; la quintaesencia se busca en los monasterios. Entra en el antiguo y observante cenobio de San Millán de la Cogolla, tomando el hábito negro de San Benito. Recibe y da ejemplo.

Encargado del priorato de Santa María, lo rehace.

Los monjes de San Millán vuelven los ojos a él y le piden sea su prior. Pasa de "pastorcillo" a "pastor". Y mientras cumple este encargo, el rey don García de Navarra, duro de carácter y tenaz, conocido como "el de Nájera", le pide los tesoros del cenobio; pero da con un compatriota que también lleva en la sangre lo que dan la tierra y la época en cuanto se refiere a tozudez y firmeza. Pone cara al rey y defiende lo que es patrimonio de su casa y de su iglesia. Esta actitud le valió el destierro voluntario a las tierras de Castilla donde reina el hermano de don García.

El bondadoso rey Fernando, le encomienda poner en pie el monasterio —por entonces en ruinas— de San Sebastián de Silos que fundó o restauró Fernán González en el 909 y que sobrevive casi deshabitado. Fue una obra gigantesca que en España ayuda a la configuración de la gran Castilla en cuanto llega a convertirse en un foco civilizador en el lugar por donde poco

antes andaban los sarracenos. Llegan más y más gentes al calor del monasterio. Entre el ruido de los martillos de canteros, las sierras de carpinteros, los cinceles de los escultores, los cencerros de las vacas y las esquilas de las mulas, también suenan las campanas que llaman a Vísperas, a Misa y a los rezos. Con ello, se escucha la alabanza de los monjes que va aprendiendo el pueblo. Las tierras son bien labradas y hay horno de pan dispuesto. Ovejas y bueyes pastan por los amplios campos llanos. Se va haciendo arte al terminar las obras con esmero. Y el estudio de los monjes requiere libros que se guardan como tesoro sin precio.

Murió el santo abad —"Abad de santa vida, de bondad acabado", según escribe su cantor— que supo vivir de oración y penitencia el 20 de diciembre del año 1073 dejándole al monasterio de Silos su nombre como título.

19 dic 2013

Santo Evangelio. 19 de Diciembre de 2013

Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 19 de Diciembre

Texto del Evangelio (Lc 1,5-25): Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad. 

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». 

Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo». 

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».
Comentario: Rev. D. Ignasi FUSTER i Camp (La Llagosta, Barcelona, España)
El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo’

Hoy, el ángel Gabriel anuncia al sacerdote Zacarías el nacimiento “sobrenatural” de Juan el Bautista, que preparará la misión del Mesías. Dios, en su amorosa providencia, prepara el nacimiento de Jesús con el nacimiento de Juan, el Bautista. Aunque Isabel sea estéril, no importa. Dios quiere hacer el milagro por amor a nosotros, sus criaturas.

Pero Zacarías no manifiesta en el momento oportuno la visión sobrenatural de la fe: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad» (Lc 1,18). Tiene una mirada excesivamente humana. Le falta la docilidad confiada en los planes de Dios, que siempre son más grandes que los nuestros: ¡en este caso, ni más ni menos que la Encarnación del Hijo de Dios para la salvación del género humano! El ángel encuentra a Zacarías como “despistado”, lento para las cosas de Dios, como estando en “fuera de juego”.

Cuando ya faltan pocos días para la Navidad, conviene que el Ángel del Señor nos encuentre preparados, como María. Es necesario tratar de mantener la presencia de Dios a lo largo del día, intensificar nuestro amor a Jesucristo en nuestro tiempos de oración, recibir con mucha devoción la Sagrada Comunión: ¡porque Jesús nace y viene a nosotros! Y que no nos falte la visión sobrenatural en todos los quehaceres de nuestra vida. Hemos de poner visión sobrenatural en nuestro trabajo profesional, en nuestros estudios, en nuestros apostolados, incluso en los contratiempos de la jornada. ¡Nada escapa a la providencia divina! Con la certeza y la alegría de saber que nosotros colaboramos con los ángeles y con el Señor en los planes amorosos y salvadores de Dios.

Beato Urbano V, Papa, 19 de Diciembre



19 de diciembre

BEATO URBANO V, PAPA
(+ 1370)

El 28 de septiembre de 1362 un nuevo Papa sube a ocupar el trono pontificio de Aviñón, vacante desde hacía dos semanas por la muerte de Inocencio Vl. Aunque su elección fuese inesperada, por no ser del conclave ni siquiera cardenal, peca de exagerado el Petrarca cuando dirigiéndose al nuevo Pontífice, le dice lisonjeramente: "Santo Padre, estad persuadido de que ni un solo cardenal había antes pensado elegiros Papa. Dios sólo os ha elegido poniendo vuestro nombre en sus bocas". A la verdad, Guillermo Grimoardo (que así se llamaba el sucesor dé Inocencio VI ) era harto conocido para que los cardenales del conclave pusiesen los ojos en él. Su personalidad se había ya destacado anteriormente en variadas actuaciones y en cometidos de envergadura.

De ilustre familia provenzal, se había dado a conocer como buen expositor de Graciano en las cátedras de cánones de Montpellier y Aviñón; más tarde, cambiando la toga por la cogulla benedictina, llegó a ser abad de los monasterios de San Germán de Auxerre y de San Víctor de Marsella. Profesor renombrado y monje austero, poseía dotes de hábil diplomático. Precisamente al tiempo de su elección se hallaba en Nápoles en calidad de legado pontificio, aun sin pertenecer al Sacro Colegio.

Al subir a la Cátedra de San Pedro, toma el nombre de Urbano V. Un hombre del temple de Urbano era lo que necesitaba en aquellos momentos la Iglesia universal y la misma Curia pontificia de Aviñón. ¡Aviñón! Abrid cualquier libro de historia, y encontraréis el nombre de esta ciudad, en el siglo XIV, unido indefectiblemente al de la cautividad babilónica. Así de aciago y calamitoso se nos presenta el largo período en que la sede de los papas se fijó fuera de Roma, allende los Alpes. Los indignados acentos de Dante y de Petrarca, así como la voz inflamada de Catalina de Sena, se han perpetuado, más que en la literatura, en la conciencia de todos los cristianos. Hay en estas declamaciones, es verdad, mucho de exagerado, mucho de fantasía, no poco de miras nacionalistas, y también en más de un caso, bastante de resentimientos personales. Ello no obstante, la serena imparcialidad que la distancia de los tiempos permite nunca podrá llegar a eliminar enteramente los obscuros trazos con que la historia describe el fastuoso lujo de la corte pontificia: la exorbitante tributación eclesiástica; la arbitraria provisión de beneficios y prebendas; las exacciones ilegales y el soborno de los oficiales de la Cámara pontificia, y, en fin, la consiguiente relajación general de las costumbres. Insignes historiadores del Papado conceden todavía mucho crédito a las tremendas descripciones que nos han dejado de la corte de Aviñón el fraile español Alvaro Pelayo, el más intrépido defensor de la autoridad pontificia en el siglo XIV. Los abusos de todo género brotaban y se extendían, como saramajos, a orillas del Ródano. Para extirparlos no bastaron los buenos deseos y aun los iniciales intentos de algunos de los papas anteriores. La reforma eficaz estaba reservada a Urbano V. Como en los tiempos de San Gregorio Magno y del papa Hildebrando, una vez más la austeridad benedictina iba a levantar el esplendor de la tiara. No es mera casualidad que fuera este papa quien dió a la tiara la forma definitiva actual, añadiendo la última de las tres coronas. El primer cuidado de Urbano—escribe Hergenröther—fue organizar la corte pontificia de manera que fuese modelo de vida cristiana, cortando de raíz no pocos abusos. Trató de dar los cargos eclesiásticos a personas dignas, desplegó gran severidad contra los simoníacos y los agraciados con varios beneficios, renovó las leyes sobre la celebración de sínodos provinciales y opuso a las demasías de los reyes una defensa enérgica de los derechos de la Iglesia. Expulsó de Aviñón a todas las personas ociosas, reduciendo así notablemente la ingente burocracia pontificia; a los que poseían algún beneficio les obligaba inexorablemente a la residencia en el mismo. Aunque blando y bondadoso, Urbano mantenía con firmeza sus propósitos en todo lo que consideraba justo. Desde sus primeras actuaciones fue tenido por todos como el verdadero Pastor de la cristiandad. Petrarca, su grande admirador, alaba en estos términos su acción reformadora: "Tú obras perfectamente, Santo Padre; ¿qué sucedería si los marineros abandonaran el remo y las velas y anduvieran ociosos en derredor del timón para estorbar al piloto con su charla? ¿No es escandaloso que gentes sin mérito se llenen de riquezas, mientras los pobres sacerdotes, que tienen mayores merecimientos que ellos, mueren de hambre?"

Al lado de la reforma de costumbres preocupa también a Urbano la elevación del nivel cultural del pueblo. En los albores del humanismo, el antiguo profesor de cánones no escatima medios para promover las ciencias y crear nuevos centros de estudios. A ruegos del rey de Polonia erigió la Universidad de Cracovia, autorizándola para enseñar todas las ciencias, a excepción de la teología: en la Universidad de Montpellier fundó un colegio de médicos, dotando con sus propias rentas a doce estudiantes y sufragando los gastos de otros innumerables alumnos en diversos colegios.

El celoso Vicario de Jesucristo no podía contentarse con apacentar solamente al pueblo cristiano. La universalidad de la Iglesia que gobernaba le hacia cobrar conciencia de las ovejas que todavía vagaban errantes fuera del redil o gemían oprimidas bajo los enemigos de la fe cristiana. La evangelización de los infieles y la reunión de una Cruzada: he ahí dos nuevos anhelos que abrasaban el corazón del papa benedictino. Ante la amenaza, nunca decreciente, de los turcos, y a ruegos de Pedro I de Lusignán, rey de Chipre, Urbano V concibió ya en los primeros meses de su pontificado el plan de una nueva Cruzada; él mismo se encarga de predicarla; tenía ya nombrado legado pontificio de la expedición, y los reyes de Francia y de Dinamarca prometieron tomar parte en ella; pero, al fin, la Cruzada no se realiza. Hay que tener en cuenta que el tiempo no corre en vano y que la fe viva que puso en pie de guerra a los cruzados se había extinguido con San Luis hacía cabalmente un siglo.

Mejor efecto tuvieron los impulsos misionales de Urbano V. Sus miras se dirigen a las regiones orientales del debilitado imperio bizantino, Se ocultaban en estos planes, indudablemente, las nunca amortiguadas aspiraciones de la Cruzada. Cruzada, si no de conquista, sí, al menos, de defensa. Urbano V. a la vista del fracasado intento de una Cruzada europea, se dió cuenta de que era necesario formar alrededor del imperio de Oriente, que se arruinaba, una barrera de corazones católicos para defenderlo, o, por lo menos, para oponerse a las invasiones del islamismo. Las Ordenes mendicantes prestaron a Urbano una ayuda eficaz. Después de haber establecido la jerarquía católica en Bulgaria, en Bosnia, en Moldavia, el Papa envió a Albania cuatro obispos franciscanos con la misión de recorrer el pequeño Estado y de aumentar el número de los católicos. Por su mandato, veinticinco frailes menores recorrieron Valdaquia y Lituania, haciendo muchos prosélitos; veinticuatro religiosos de la misma Orden fueron a Georgia a unirse con el obispo de Milevi. Pero la misión más famosa de todas las del pontificado de Urbano V fue la enviada a los mongoles, integrada asimismo por religiosos franciscanos.

Urbano V puede ser considerado, por la labor misional promovida, como el mejor precursor de la moderna época misional de la Iglesia, mientras que por la reforma eclesiástica realizada se debe colocar al lado de Gregorio VII. Pero no hemos consignado todavía el acontecimiento más trascendental de su pontificado, merced al cual puede parangonarse con los mejores papas de todos los siglos, con Inocencio III por ejemplo. La vuelta a Roma, Urbano llevaba desde mucho tiempo atrás este sueño fijo en la mente y en el corazón. Al recibir en Italia la noticia de la muerte de Inocencio VI, dicen que exclamó: " ¡Si yo pudiese ver un Papa que pensase seriamente volver a Roma, me moriría contento al día siguiente de la elección!" Este anhelante suspiro estaba de continuo pendiente también en los labios de la mayor parte de los cristianos. Hay que darse cuenta de que lo que más reprobaba la cristiandad en la corte de Aviñón no eran tanto los conocidos abusos de los que, en mayor o menor escala, se registraron más de una vez casos en la corte de Roma, sino más bien la absoluta sumisión a la política francesa que los Romanos Pontífices venían profesando, o al menos aparentaban profesar, ante toda la cristiandad desde hacía más de medio siglo. La pérdida de la independencia territorial llevaba consigo indefectiblemente la crisis de la autoridad pontificia con relación a las demás naciones cristianas. Es el caso de Inglaterra, que por estar enzarzada con Francia en la desoladora guerra de los Cien Años, se niega a rendir a la Santa Sede el tributo de vasallaje, como feudataria que era de la misma. ¿Y a qué insistir en el hecho de que fue durante el destierro de Aviñón, y en tiempo del cisma que le sigue, cuando comenzaron a pulular las grandes corrientes antipontificias de Marsilio de Padua y Juan de Jandún, de Wiclef y Has, precursores del futuro protestantismo?

La Santa Sede, si quería salvar su ecumenismo contra las nacientes herejías y frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna unos partidarios politicos suplantaban a sus rivales, sin otras miras que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por idénticos o parecidos motivos. En Aviñón, los cardenales y demás oficiales de la Curia, en su mayoría, franceses; la vida, francesa, como el país. ¡Cuántos papas anteriores habían tenido que desistir de sus piadosos intentos de retorno ante estas barreras infranqueables! ¿Habría de acontecer quizá otro tanto a Urbano V después de haber anunciado en 1366 su firme resolución de regresar a Roma dentro del año siguiente? ¡Quién lo podia decir! Lo cierto es que aquellos meses que siguieron a la noticia fueron de intensa conmoción en toda la cristiandad. De todas partes surgen voces clamorosas, unas para animar al Papa al retorno, otras para hacerle desistir de semejante empeño. Entre estas últimas suenan persistentes y unánimes las de los cardenales franceses, a las que se suman los artificiosos discursos del enviado especial del rey de Francia. Por el contrario, los alentadores consejos de Carlos IV de Alemania, del Petrarca, de Santa Catalina de Sena, de fray Juan, infante de Aragón, recogían el eco fiel de las demás naciones cristianas. Pero por encima de todo estaba la voluntad inflexible, austera, del Pontífice. Fue signo siempre de los próceres de la humanidad ver claro en las grandes encrucijadas de la historia y decidirse sin titubeos por la única trayectoria certera.

El 19 de mayo de 1367 zarpaba del puerto de Marsella una galera, con el Papa a bordo, rumbo a las playas de Italia. Los cardenales, en mayoría, y los domésticos formaban la pequeña comitiva de Urbano. Mientras la embarcación surca las aguas del Mediterráneo, oigamos el saludo alborozado de un gran italiano: "Santo Padre, Israel ha salido finalmente de Egipto, la casa de Jacob no se halla ya en medio de un pueblo bárbaro. Los ángeles se regocijan en el cielo, y en la tierra resuena en la boca de los hombres el eco de sus cánticos de alegría. Bendito sea el día en que has abierto tus ojos a la luz, en que has aparecido como una fausta estrella en el mundo. Sólo ahora me pareces el verdadero Papa, el sucesor de Pedro, el Vicario de Jesucristo. En pocos días habrás rectificado la injusticia de cinco de tus predecesores durante sesenta años. Pero ahora restableces la pureza antigua de la Iglesia, para que, nuevamente rejuvenecida por tu celo, vuelva a parecer a toda la Humanidad venerable como en otros tiempos". En estas frases encendidas del Petrarca estaba contenido el sentimiento de todos los cristianos.

El 9 de junio Urbano V llegó a Viterbo, donde se detuvo durante la estación calurosa. Aquí recibió la visita del cardenal español Gil de Albornoz, hombre extraordinario, mitad guerrero y mitad eclesiástico, el cual hizo pasar por delante de la morada del Pontífice, para justificarse de falsas acusaciones, un carro tirado por cuatro bueyes, cargado de llaves de ciudades y fortalezas que él mismo habia tomado para restablecer el gobierno pontificio. El 16 de octubre de 1367 Urbano V, entre el júbilo de la población, hacía su entrada en Roma; el primer Papa que volvió a ver la Ciudad Eterna desde hacia sesenta y tres años.

El aspecto de la capital del orbe católico era por demás desolador: calles y plazas, obstruidas por los escombros; las iglesias principales y el mismo palacio de los papas yacían medio derruidos. "La experiencia de dos generaciones habia enseñado que, en caso de necesidad, los papas podían carecer de Roma, pero Roma no podía pasarse sin los papas." Urbano se estableció en el Vaticano, pobremente adecentado, que será en adelante la residencia habitual de los papas; y en seguida comenzó a desplegar su actividad de reformador y reconstructor de la ciudad. Paulatinamente las cosas iban tomando nuevo aspecto. Roma volvía de nuevo a ser, en realidad, el centro del mundo, y de todas partes confluían a ella huéspedes ilustres. En 1368 el emperador Carlos IV se postraba ante el sepulcro de San Pedro y ratificaba públicamente los pactos de mutua amistad entre el Imperio de Occidente y la Iglesia; en prueba de esta amistad el Papa coronó solemnemente a la esposa del emperador. Desfilaron también por Roma la reina Juana de Nápoles, el rey de Chipre y el emperador de Bizancio, Juan Paleólogo, quien prestó solemne homenaje al Papa como al único Jefe supremo de la verdadera Iglesia.

Todo, en fin, inducía a creer que Urbano V se hallaba en la cumbre de su gloria y de sus éxitos; pero en realidad no era así. El austero Pontífice, que había sabido mantenerse tercamente inflexible ante las voces de sirena que se alzaban junto al Ródano, se siente ahora desfallecer; ¿quién dijo que los santos y los héroes no saben inclinarse, a veces, ante el desaliento? Una sublevación popular en Viterbo había producido en el papa Urbano una profunda impresión; aparte de esto, nunca había gozado de seguridad entre la movediza gente italiana; la nostalgia de su país nativo fue apoderándose poco a poco de su ánimo. En mayo de 1370 hizo pública en Montefiascope su resolución de regresar a Aviñón. ¿Había en este cambio una abierta concesión a los meros sentimientos humanos o existía, por el contrario, en el ánimo del Pontífice una superior convicción de que no era del agrado de Dios su permanencia en Italia? Sea de ello lo que fuere, suyas son estas palabras, dirigidas a unos emisarios romanos en vísperas de su partida: "El Espíritu Santo me trajo a Roma y ahora me conduce lejos por el honor de la Iglesia".

Con el dolor de todos los amigos del Primado, Urbano regresó a Aviñón, para morir allí a los dos meses de su llegada, el 19 de diciembre de 1370, como se lo había pronosticado la virgen sueca Santa Brígida.

Si en algo había cedido a la humana debilidad, Urbano borró con el arrepentimiento su falta.

Murió no en el palacio pontificio, sino en una humilde casa particular, vestido con el hábito benedictino, que no había dejado nunca. Inmediatamente después de su muerte comenzó a tributársele culto en muchos lugares, y la Iglesia le venera hoy como beato.

ISAAC VÁZQUEZ, O, F. M.

Beato Urbano V

"Mas que a cualquiera otra ciudad tú estás unido a Roma" le escribía Francisco Petrarca al benedictino francés Guillermo de Grimoardo, elegido al solio pontificio el 28 de septiembre de 1362, a pesar de no ser ni cardenal ni obispo. Había nacido en el castillo de Grisac, en Languedoc, en 1310, de noble familia; muy joven entró donde los benedictinos del priorato de Chirac, en donde recibió una sólida cultura. Se doctoró en derecho canónico y civil, y luego enseñó en Montpellier, Tolosa y Aviñón, antes de recibir de la Curia pontificia varios cargos come delegado en Milán y en Nápoles a donde le llegó el nombramiento como sumo pontífice.

Fue consagrado obispo en Aviñón y ese mismo día, 6 de noviembre de 1362, era coronado Papa con el nombre de Urbano V. Las esperanzas de un regreso del Papa a Roma de la que muchos cristianos llamaban la "esclavitud babilonia" parecieron realizarse inmediatamente. La citada carta de Petrarca es un eco de esta vivísima esperanza. Este Papa activísimo y piadoso demostró inmediatamente cualidades de hombre de gobierno y mano firme en la conducción de la barca de Pedro, en una época tan difícil para la vida interna de la Iglesia.

No subió sólo metafóricamente sobre la "barca". Cinco años después de su elevación al solio pontificio, y precisamente el 30 de abril de 1367, se embarcaba con toda la Curia en una verdadera flota de galeras, y se dirigía a Roma. Después de una escala en Génova y otra en Viterbo, el Papa podía finalmente volver a poner pie en la Ciudad Eterna, el 16 de septiembre del mismo año, en donde fue recibido por el pueblo con mucha fiesta. Pocos días después, Roma "estaba totalmente llena de obras" como escribía Coluccio Salutati. Pero más que a la restauración de las cosas materiales el santo pontífice se preocupó por la reconstrucción espiritual de la Iglesia, promoviendo la unidad entre los cristianos, que pareció llevarse a cabo con la unión de la Iglesia griega a la latina en 1369.

Infortunadamente la pacificación de los ánimos en los Estados pontificios duró poco, y el 7 de abril de 1370 Urbano V dejaba nuevamente a Roma para regresar a Aviñón, a pesar de las súplicas y las exhortaciones de muchos, entre otros de Santa Brígida que lo alcanzó en cercanías del lago de Bolsena, y le predijo que moriría muy pronto si regresaba a Aviñón. En efecto, murió el 19 de Diciembre de ese mismo año. Esta nueva decisión, debida a situaciones particulares históricas, no empaña los grandes méritos de su pontificado, que duró ocho años, al que se le atribuye una eficaz reforma de las costumbres y un incremento particular de la doctrina cristiana y de los estudios en general.

18 dic 2013

Santo Evangelio 18 de Diciembre de 2013


Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 18 de Diciembre

Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer

Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a considerar el maravilloso ejemplo de san José. Él fue extraordinariamente sacrificado y delicado con su prometida María.

No hay duda de que ambos eran personas excelentes, enamorados entre ellos como ninguna otra pareja. Pero, a la vez, hay que reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por circunstancias muy exigentes.

Ha escrito el Papa Juan Pablo II que «el cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado la “iniciativa”: para venir a este mundo no ha esperado a que hiciésemos méritos. Con todo, Él propone su iniciativa, no la impone: casi —diríamos— nos pide “permiso”. A Santa María se le propuso —¡no se le impuso!— la vocación de Madre de Dios: «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).

Pero Dios no solamente nos pide permiso, sino también contribución con sus planes, y contribución heroica. Y así fue en el caso de María y José. En concreto, el Niño Jesús necesitó unos padres. Más aún: necesitó el heroísmo de sus padres, que tuvieron que esforzarse mucho para defender la vida del “pequeño Redentor”.

Lo que es muy bonito es que María reveló muy pocos detalles de su alumbramiento: un hecho tan emblemático es relatado con sólo dos versículos (cf. Lc 2,6-7). En cambio, fue más explícita al hablar de la delicadeza que su esposo José tuvo con Ella. El hecho fue que «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,19), y por no correr el riesgo de infamarla, José hubiera preferido desaparecer discretamente y renunciar a su amor (circunstancia que le desfavorecía socialmente). Así, antes de que hubiese sido promulgada la ley de la caridad, san José ya la practicó: María (y el trato justo con ella) fue su ley.

San Malaquías, Profeta Antiguo Testamento, 18 de Diciembre


San Malaquías, Profeta Antiguo Testamento,

Diciembre 18

Oriundo de Sofa, en Palestina, vivió en el siglo V antes de Cristo.

Perteneció a la tribu de Zabulón y fue el último de los doce profetas menores.

Desarrolló su actividad entre los años 450 y 455 antes de Cristo, después del destierro de Babilonia, anunció el gran día del Señor y su venida en el templo, y la oblación pura que siempre y en todo lugar se le ofrecería.

Los Padres de la Iglesia ven en las profesías de Malaquías el preanuncio del sacrificio de la misa y la llegada del precursor de Jesús: “He aquí que yo envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí”

17 dic 2013

Santo Evangelio 17 de Diciembre de 2013


Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 17 de Diciembre

Texto del Evangelio (Mt 1,1-17): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David. 

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia. 

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.


Comentario: Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez (Sitges, Barcelona, España)
Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham

Hoy, en la liturgia de la misa leemos la genealogía de Jesús, y viene al pensamiento una frase que se repite en los ambientes rurales catalanes: «De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso, para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala fama de sus antepasados. Es lo que sucede con el «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).

San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia. Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al venir a este mundo, asume también un pasado familiar.

Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo, si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución (Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y sobre todo las figuras de José y María, «de la que nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16).

En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

San Lázaro, 17 de Diciembre

17 de diciembre

SAN LÁZARO
Amigo de Jesús


De dos fuentes de información disponemos para trazar la semblanza de San Lázaro: el santo Evangelio y algunas actas de carácter legendario. De entre los evangelistas es San Juan el que más se ha ocupado de nuestro Santo, y, si bien no es pródigo en describirnos demasiadas facetas del mismo, nos proporciona algunos trazos que por sí solos enmarcan los hechos más salientes de su vida.

Era Lázaro un judío de buena posición social, perteneciente a una familia muy conocida en toda Palestina y muy relacionado con familias distinguidas de Jerusalén. Vivía en Betania, pequeña aldea situada a quince estadios de Jerusalén, junto al camino que unía la capital teocrática con el valle del Jordán. La familia componíase de tres miembros: Lázaro y sus dos hermanas, Marta y María. Nunca se habla de sus padres ni de otros familiares, señal de que aquellos habían pasado a mejor vida y de que los tres hermanos vivían solos en la casa. De vez en cuando se aumentaba la familia con la llegada de Cristo y de sus apóstoles, que encontraban en casa de Lázaro amplio y cariñoso acogimiento. En sus viajes de Jericó a Jerusalén pasaba Jesús junto a Betania y no dejaba nunca de entrar a saludar a su familia amiga. Otras veces, cansado de luchar en Jerusalén contra los escribas y fariseos, tomaba al anochecer el camino de Betania y descansaba allí de sus fatigas apostólicas. No era Lázaro el jefe de familia, o, al menos, no era él el encargado de obsequiar a los visitantes y de llevar el peso de la casa. Estas funciones de amo y dueño de casa las ejercía su hermana Marta, acaso porque Lázaro fuera mucho más joven que ella o porque la enfermedad le imposibilitaba ejercerlas por sí mismo. Entre la familia de Lázaro y Jesús existía una amistad sincera y profunda. No especifican los evangelistas en qué radicaba esta confraternidad, pero una piadosa tradición afirma que ello se debía a que Lázaro llevaba una vida profundamente religiosa, ajustando su conducta a las prescripciones de la ley mosaica, de manera que podían aplicársele las palabras que pronunció Cristo a propósito de Natanael: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay dolo (Jn 1,47). Apenas hubo oído hablar del Salvador y le hubo visto, se prendó del mismo, convirtiéndose en su verdadero discípulo. Tanto Lázaro como sus hermanas formaban parte, muy probablemente, de un grupo de piadosos israelitas que esperaban la redención de Israel. Eran muchos los que anhelaban oír la voz del Mesías, tantas veces preanunciado por los profetas, para deshacerse de la antigua ley, desfigurada por los fariseos, y abrazar !a ley de gracia. Es también posible que la familia de Lázaro formara parte del movimiento religioso capitaneado por un grupo monástico residente en la región de Qumrán, al noroeste del mar Muerto, que se obligaba, entre otras cosas, a ejercer la hospitalidad.

El mejor elogio que puede hacerse de Lázaro lo hallamos en una frase que nos ha legado el evangelista San Juan al relatar las incidencias de la enfermedad de Lázaro. Afirma el evangelista que, habiendo enfermado Lázaro, sus hermanas enviaron un recado a Jesús, diciéndole: Señor, el que amas está enfermo (Jn 11,3).

La mencionada frase entraña un profundo contenido. El amor que sentía Jesús hacia Lázaro está patente en las pocas palabras que pronuncia. No es posible que el divino Maestro tuviese predilección por él si no hubiese atesorado Lázaro en su corazón el fascinante talismán de la santidad. Entre Jesus y las almas podría establecerse este paralelismo: Jesús ama a las almas en la medida que éstas atesoran más grados de perfección, de tal manera que a mayor santidad, más predilección por parte de Cristo.

El amor que Jesús profesaba a Lázaro aparece visiblemente en el diálogo mantenido entre Él y las hermanas del Santo. Informado el Maestro de la enfermedad que aquejaba a Lázaro por los mensajeros que le mandaron Marta y María, no partió inmediatamente a la cabecera del enfermo, sino que, como afirma San Juan, permaneció en el lugar en que se hallaba dos días más, pasados los cuales dijo a los discípulos: Vamos otra vez a Judea (Jn 11,7). Enterada Marta de que Jesús estaba por llegar, voló a su encuentro, se arrodilló a sus pies y, anegada en lágrimas, le dijo:

—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que cuanto pidieras a Dios te lo concederá.

Respondióle Jesús:

—Tu hermano resucitará.

—Sé—dícele Marta—que resucitará en la resurrección en el ultimo día.

Jesús dijo entonces:

—Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí aun cuando hubiera muerto, vivirá, y quien vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?

—Sí, Señor—dijo Marta—; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que viene al mundo.

Y dicho esto se fue a llamar a su hermana, diciéndole secretamente:

—Está aquí el Maestro y te llama.

Apenas María oyó estas palabras, se levantó apresurademente, abandonando a los asistentes, y, rápida como el entusiasmo de su corazon, salió al encuentro del Maestro. Los judíos que estaban con ella, viendo que María se levantaba y salía de prisa, la siguieron creyendo que iba a la tumba para llorar allí. Cuando María llegó a donde estaba Jesús, viéndole, postróse a sus pies, diciendo:

—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.

Jesús, al ver llorar a María y a los judíos, se estremeció en su espíritu y se conturbó.

—¿Dónde lo habéis puesto?—dijo.

Contestáronle:

—Señor, ven y velo.

Y Jesús lloró. Y, al presenciar los judíos cómo gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, exclamaron:

—¡Cómo le amaba!

Jesús, frente a la tumba de Lázaro, se estremece y llora. Las lágrimas son palabras del corazón. Manda Jesús que se quite la losa del sepulcro y con voz fuerte exclama: Lázaro sal fuera. Salió el muerto atado de pies y manos y el rostro envuelto en un sudario. El Dominador de la muerte, ante la estupefacción de los presentes, añadió: Soltadle y dejadle ir (Jn 11,17-44). Las delicadas manos de sus dos hermanas apresúranse a cumplir el mandato de Cristo, soltando las trabas que oprimían el cuerpo redivivo del que hacía cuatro días que había muerto.

El milagro tuvo gran resonancia; el nombre de Lázaro corría de boca en boca y su persona habíase convertido en signo de contradicción. "De la misma manera que el sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la ablanda, así este gran milagro de nuestro Señor endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros para la fe" (Fulton Sheen). El pueblo sencillo acudía a Betania llevado por la curiosidad de ver a un ser redivivo, saludar a la familia y congratularse con ella del gran milagro que en su favor había obrado Cristo. "Muchos de los judíos que habían venido a María y vieron lo que había hecho (Jesús) creyeron en El" (Jn 11,45). Debió convertirse Betania en meta de peregrinaciones, porque, según el Evangelio, una gran muchedumbre de judíos supo que Jesús estaba allí, y vinieron no sólo por Jesús, sino por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos (Jn. 12,9). Para los que le habían visto muerto y cerrado durante cuatro días en el sepulcro, era Lázaro una prueba irrefutable del poder taumatúrgico de Cristo.

Lo comprendieron así los príncipes de los sacerdotes, los cuales, alarmados por el número creciente de conversiones, resolvieron matar a Lázaro. Pero aún más: viendo que Jesús multiplicaba sus milagros y temiendo que todos creyeran en Él, reuniéronse en consejo y determinaron hacerle morir. Como no había llegado todavía su hora, Jesús ya no andaba en público entre los judíos, antes se retiró a una región próxima al desierto de Judá, donde moró con sus discípulos. En Jerusalén se le buscaba afanosamente, preguntando si subiría a la fiesta de la Pascua. Muchos temían que Jesus no asistiría a la misma, pues los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que, si alguno supiese dónde estaba, lo indicase, a fin de echarle mano (Jn 11,57). Buscaban los hombres la manera de dar muerte al que era la resurrección y la vida, creyendo que de ellos dependía el momento y el día de su ejecución. Sin embargo, al prenderle (Mt 26,53-56), hízoles saber Cristo que se entregaba voluntariamente en sus manos y que ofrecía su vida para la redención del mundo porque era ésta la voluntad del Padre celestial. La resurrección de Lázaro fue lo que selló su muerte. Puesto que una piedra acababa de ser quitada de su sepulcro y Lázaro era llamado para que volviera a la vida. Caifás, en representación de las autoridades, profetizó que Jesús había de morir por el pueblo, y no solo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios (Jn 11,51-52).

La resurrección de Lázaro puso en ridículo a las autoridades judías. Todas sus acusaciones contra Jesús se derrumbaban estrepitosamente. Los hechos eran patentes: un hombre había muerto y Jesús lo resucitó al cabo de cuatro días. ¿Habéis oído cosa semejante? No se atrevieron las autoridades a negar la veracidad del hecho; no podían, porque muchos hombres de Jerusalén y Betania habían sido testigos oculares de los acontecimientos, siguieron el curso de la enfermedad de Lázaro, le vieron morir, asistieron a la conducción de su cadáver y divisaron el movimiento de la piedra, que, girando sobre sí misma, cerró la boca del sepulcro. Al cuarto día, cuando el cadáver presentaba señales evidentes de putrefacción—Ya hiede, decía su hermana Marta—, la voz imperiosa de Cristo le grita: Lázaro, sal fuera. Lo que no hicieron entonces los enemigos de Jesús, lo han intentado sus sucesores, los racionalistas modernos. Para Paulus, Lázaro sufrió un síncope; creyéndole muerto, lo llevaron al sepulcro. Al llegar Cristo y mandar abrirlo, una ráfaga de aire fresco penetró en la caverna, reanimando al que equivocadamente habían dado por muerto. Renán propone otra explicación no menos grotesca: cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro estaba curado; pero sus dos hermanas, ruborizadas por haber molestado a Jesús al haberle obligado a venir, quisieron reparar la falta proporcionándole la ocasión de obrar un milagro. Prestóse Lázaro a dejarse vendar brazos y piernas, envolver su cabeza con un sudario y tenderse como un muerto en el sepulcro de familia. No tuvo Cristo gran trabajo en reanimar al que estaba realmente vivo. Otros racionalistas eliminan el milagro recurriendo a la tesis de la alegoría: descartada la realidad histórica del milagro, dicen, la resurrección de Lázaro no es otra cosa que una composición literaria, o sea, un símbolo que pretende desarrollar el conocido tema, tan del agrado de Cristo, y que enuncia el evangelio de San Juan con las palabras Yo soy la resurrección y 1a vida (Jn 11,25). Para ellos la tesis crea el hecho.

Después de su resurrección llevó Lázaro una vida normal. Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos (lo. 12,1). La familia amiga le dispuso una cena, en la cual Marta servía, y Lázaro era de los que estaban a la mesa con Él. Los judíos se enteraron que Cristo estaba en Betania y fueron allí. Al día siguiente continuaba en Jerusalén el entusiasmo por Jesús. Le rendía testimonio la muchedumbre que estaba con Él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y le resucitó de entre los muertos. Por esto le salió al encuentro la multitud, porque habían oído que había hecho este milagro. Entre tanto los fariseos se decían: Ya veis que no adelantams nada, ya veis que todo el mundo se va en pos de El (Jn. 12,17-19). Esto último cabe decir de las hipótesis que los racionalistas han forjado para eliminar el milagro de la resurrección de Lázaro. Una hipótesis sucede a otra, sin que el pueblo se entere de su existencia. El alma popular, limpia del orgullo intelectual, sigue creyendo en la realidad del milagro y abriga la persuasión de que todo lo puede Aquel que es la resurrección y la vida. Sabe que Cristo vino al mundo para que todos tengan vida, y la tengan abundante (Jn 10,10). A Lázaro, junto con la vida del alma, devolvió Cristo la vida del cuerpo.

La historia deja a Lázaro en el convite con que obsequió a su celestial bienhechor y amigo Jesús y no vuelve a ocuparse jamás de él. La leyenda nos dice que, con ocasión de un levantamiento contra los cristianos, Lázaro y sus dos hermanas marcharon a la ciudad de Jaffa. Allí fueron apresados, y, con el fin de que pereciesen ahogados en las aguas del mar, los enemigos les obligaron a entrar en un navío viejo y averiado, creyendo en su inminente naufragio. Pero quiso Dios que, tras una venturosa travesía, llegaran a las costas del sur de Francia y desembarcaran felizmente en Marsella. Lazaro púsose inmediatamente a predicar las doctrinas de Jesús con tanta viveza y persuasión, que sus palabras calaban en lo intimo de las almas, siendo muchos los que abrazaban la doctrina de Cristo. La fama de su predicación y el número de conversiones alarmaron a las autoridades, que desencadenaron contra el Santo y sus seguidores una violenta persecución. Marsella era considerada en aquel entonces como el emporio del saber humano, debido, sin duda, a la célebre Academia allí establecida, y que era frecuentada por lo más selecto de la ciudad, de los alrededores y hasta de la misma Roma.

Las autoridades apresaron al Santo y le invitaron con palabras halagadoras a que ofreciese incienso a los ídolos. Respondióles con entereza que profesaba las doctrinas de Jesucristo, con el que había convivido y con el que le había ligado Intima amistad. "Si no adoras a nuestros dioses—dijole el prefecto—, perderán la vida en medio de horribles tormentos." Contestóle el Santo: "Bien sabes tú que tan sólo puedo ofrecer sacrificios al Dios verdadero y que tus dioses no merecen tales ofrendas. Y, en cuanto a tus amenazas, dígote que no puede acontecerme cosa más placentera, dulce y gloriosa que dar la vida por Aquel que me la devolvió después de haberla perdido y que se dignó morir por mí para que yo pueda sobrevivir eternamente". Indignado y lleno de rabia ante tan heroica respuesta, dió la orden de que le despedazasen con látigos, lo que se cumplió con tan inhumana crueldad que su cuerpo manaba sangre por todas partes. Después de esta dolorosa tortura, sigue diciendo una de las actas del glorioso mártir, se le arrastró cruelmente por toda la ciudad y se le encerró posteriormente en una prisión muy obscura, esperando a que se repusiese de sus heridas para someterle a nuevos suplicios. El Señor le visitó en su lúgubre calabozo, le fortificó para la hora del último combate, prometiéndole hacerle partícipe en el cielo de las delicias de que gozan los apóstoles. El prefecto invitóle de nuevo a abjurar de su fe; pero inútilmente. Viendo que nada ni nadie era capaz de doblegar el ánimo de Lázaro, mandó el prefecto que aquél fuera atado a un poste y atravesado por una lluvia de flechas. Como el Santo vivía aún, le aplicaron a las heridas planchas de hierro candente. En medio de este pavoroso suplicio sonreía el mártir, gozoso de sufrir por amor de su amigo Jesús. El juez puso término a su vida cortándole la cabeza.

La tradición señala dos sepulcros del Santo: uno en Betania y otro en Marsella. Del sepulcro de Betania habla Origenes (185-254). Consta de un vestíbulo de tres metros de ancho, desde donde se baja, por una escalera estrecha, a un rellano cuadrado y con una anchura de dos metros. Era éste el lugar donde reposó cuatro días el cuerpo difunto de Lázaro. El vestíbulo en el cual se colocó Cristo y desde donde imperó a Lázaro que saliera fuera, fue convertido en capilla, como atestiguan los pequeños ábsides y altares que han aparecido después de unas excavaciones arqueológicas. Según antiguos peregrinos, la misma cámara sepulcral fue revestida de mármol y convertida en capilla. Con la invasión de los árabes, el lugar fue profanado. A fines del siglo XVI transformaron las ruinas de la iglesia antigua en mezquita y prohibieron a los católicos acercarse al sepulcro de Lázaro. Más tarde los franciscanos, custodios de Tierra Santa, consiguieron, mediante una gruesa cantidad de dinero, abrir otro acceso al sepulcro. Desde entonces el peregrino que desea visitar tan augusto lugar se ve en la precisión de bajar veinticuatro gradas de una estrecha y desgastada escalera para llegar al mencionado vestíbulo. Modernamente, la Custodia de Tierra Santa ha levantado sobre el lugar una devota iglesia, que evoca maravillosamente la escena de Cristo, vencedor de la muerte, llamando a su amigo Lázaro y deshaciéndole las ataduras con que le habían aprisionado al morir. ¡Qué bien suenan allí aquellas consoladoras palabras del relato evangélico: "Señor, el que amas está enfermo"; "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre"; "¡Cómo le amaba!". Que este amor nos tenga Cristo al bajar nosotros al sepulcro, lo que sería prenda de vida eterna.

LADISLAO GUIM CASTRO, O. F. M.

16 dic 2013

Santo Evangelio 16 de Diciembre de 2013

Día litúrgico: Lunes III de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 21,23-27): En aquel tiempo, Jesús entró en el templo. Mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?». Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?». Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’ , nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Y si decimos: ‘De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta». Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos». Y Él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».


Comentario: Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)
¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?

Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar dos aspectos de la personalidad de Jesús: la astucia y la autoridad. Fijémonos, primero, en la astucia: Él conoce profundamente el corazón del hombre, conoce el interior de cada persona que se le acerca. Y, cuando los sumos sacerdotes y los notables del pueblo se dirigen a Él para preguntarle, con malicia: «Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23), Jesús, que conoce su falsedad, les responde con otra pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Ellos no saben qué contestarle, ya que si dicen que venía de Dios, entrarían en contradicción con ellos mismos por no haberle creído, y si dicen que venía de los hombres se pondrían en contra del pueblo, que lo tenía por profeta. Se encuentran en un callejón sin salida. Astutamente, Jesús con una simple pregunta ha denunciado su hipocresía; les ha dado la verdad. Y la verdad siempre es incómoda, te hace tambalear.

También nosotros estamos llamados a tener la astucia de Jesús, para hacer tambalear a la mentira. Tantas veces los hijos de las tinieblas usan toda su astucia para conseguir más dinero, más poder y más prestigio; mientras que los hijos de la luz parece que tengamos la astucia y la imaginación un poco adormecidas. Del mismo modo que un hombre del mundo utiliza la imaginación al servicio de sus intereses, los cristianos hemos de emplear nuestros talentos al servicio de Dios y del Evangelio. Por ejemplo: cuando uno se encuentra ante una persona que habla mal de la Iglesia (cosa que pasa con frecuencia), ¿con qué astucia sabemos responder a la crítica negativa? O bien, en un ambiente de trabajo, con un compañero que sólo vive para él mismo y “pasa de todos”, ¿con qué astucia sabremos devolver bien por mal? Si le amamos, como Jesús, nuestra presencia le será muy “incómoda”.

Jesús ejercía su autoridad gracias al profundo conocimiento que tenía de las personas y de las situaciones. También nosotros estamos llamados a tener esta autoridad. Es un don que nos viene de lo alto. Cuanto más nos ejerzamos en poner las cosas en su sitio —las pequeñas cosas de cada día—, mejor sabremos orientar a las personas y las situaciones, gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Santa Adelaida, viuda, 16 de Diciembre

16 de Diciembre

Santa Adelaida
Viuda
Año 999


Adela o Adelaida, es un nombre alemán que significa: "de noble familia". A esta santa le decían también Alicia.

Santa Adelaida fue la esposa del Emperador Otón el Grande.

Era hija del rey Rodolfo de Borgoña, el cual murió cuando ella tenía 6 años. Muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey de Italia. Su hija Emma llegó a ser reina de Francia.

Su primer esposo, Lotario, murió también muy joven, parece que envenenado por los que deseaban quitarle su reino, quedando Adelaida viuda de sólo 19 años, con su hijita Emma todavía muy pequeñita. El usurpador Berengario la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y títulos, porque ella no quiso casarse con el hijo del tal Berengario. Su capellán se quedaba admirado porque Adelaida no se quejaba ni protestaba y seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura. Todo lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios y para su bien. Le robaron sus vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le dieron unos harapos como de pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses dedicada a la oración. Los carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene esta reina. ¡No grita, no se desespera, no insulta. Sólo reza y sonríe en medio de sus lágrimas!".

Y mientras tanto su capellán, el Padre Martín, consiguió un plano del castillo donde ella estaba prisionera, abrió un túnel y llegando hasta su celda la sacó hacia el lago cercano donde la esperaba una barca, en la cual se la llevó hacia le libertad haciéndola llegar hasta el Castillo de Canossa, donde se refugió. Pero Berengario atacó aquel castillo y Adelaida envió unos embajadores a Otón de Alemania pidiéndole su ayuda. Otón llegó con su ejército, derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina.

Otón se enamoró de Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella aconsejada por el Padre Martín, acepto este matrimonio y así llegó a ser la mujer del más importante mandatario de su tiempo. Los dos se fueron a Roma y allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y a Adelaida como emperatriz.

Otón el grande reinó durante 36 años. Mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar templos y a ayudar a misioneros, religiosos y predicadores.

Al morir su esposo Otón I, le sucedió en el trono el hijo de Adelaida, Otón II, pero este se casó con una princesa de Constantinopla, la cual era dominante y orgullosa y le exigió que tenía que alejar del palacio a Adelaida. Otón aceptó semejante infamia y echó de su casa a su propia madre. Ella se fue a un castillo pero pidió la ayuda de San Mayolo, abad de Cluny, el cual habló de tal manera a Otón que lo convenció que nadie mejor lo podía aconsejar y acompañar que su santa madre. Y así el emperador llamó otra vez a Adelaida y le pidió perdón y la recibió de nuevo en el palacio imperial.

Otón II murió en una guerra y su viuda la princesa de Constantinopla se apoderó del mando y trató duramente a Adelaida. Ella decía: "Solo en la religión puedo encontrar consuelo para tantas pérdidas y desventuras". En medio de sus penas encontraba fuerzas y paz en la oración. A quienes le trataban mal les correspondía tratándoles con bondad y mansedumbre.

Una extraña enfermedad acabó con la vida de la princesa de Constantinopla y Adelaida quedó como regente, encargada del gobierno de la nación, mientras su nieto Otón III llegaba a la mayoría de edad. Fue para sus súbditos una madre bondadosa. Ignoraba el odio y no guardaba resentimientos con nadie. Supo dirigir el gobierno del país alemán con bondad y mucha compresión, ganándose el cariño de las gentes.

Fundó varios monasterios de religiosos y se preocupó por la evangelización de los que todavía no conocían la religión católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados.

Su director espiritual en ese tiempo fue San Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de bondad". Santa Adelaida tuvo una gran suerte, y fue que durante toda su vida se encontró con formidables directores espirituales que la guiaron sabiamente hacia la santidad: el Padre Martín, San Adalberto, San Mayolo y San Odilón. En la vida de nuestra santa sí que se cumplió lo que dice la S. Biblia: "Encontrar un buen amigo es mejor que encontrarse un buen tesoro. Quien pide un consejo a los que son verdaderamente sabios, llegan con mucha mayor facilidad al éxito".

Cuando su hijo Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí pasó sus últimos días dedicada a la oración y a meditar en las verdades eternas.

Murió el 16 de diciembre del año 999 y aunque las ingratitudes y persecuciones le hicieron sufrir mucho durante toda su vida, al morir se había ganado la estima y el amor de toda su nación.