17 oct 2015

Santo Evangelio 17 de Octubre 2015


Día litúrgico: Sábado XXVIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 12,8-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.

»Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir».

«El que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él»
Fr. Alexis MANIRAGABA 
(Ruhengeri, Ruanda)

Hoy, el Señor despierta nuestra fe y esperanza en El. Jesús nos anticipa que tendremos que comparecer ante el ejército celestial para ser examinados. Y aquel que se haya pronunciado a favor de Jesús adhiriéndose a su misión «también el Hijo del hombre se declarará por él» (Lc 12,8). Dicha confesión pública se realiza en palabras, en actos y durante toda la vida.

Esta interpelación a la confesión es todavía más necesaria y urgente en nuestros tiempos, en los que hay gente que no quiere escuchar la voz de Dios ni seguir su camino de vida. Sin embargo, la confesión de nuestra fe tendrá un fuerte seguimiento. Por tanto, no seamos confesores ni por miedo de un castigo —que será más severo para los apóstatas— ni por la abundante recompensa reservada a los fieles. Nuestro testimonio es necesario y urgente para la vida del mundo, y Dios mismo nos lo pide, tal como dijo san Juan Crisóstomo: «Dios no se contenta con la fe interior; Él pide la confesión exterior y pública, y nos mueve así a una confianza y a un amor más grandes». 

Nuestra confesión es sostenida por la fuerza y la garantía de su Espíritu que está activo dentro de nosotros y que nos defiende. El reconocimiento de Jesucristo ante sus ángeles es de vital importancia ya que este hecho nos permitirá verle cara a cara, vivir con Él y ser inundados de su luz. A la vez, lo contrario no será otra cosa que sufrir y perder la vida, quedar privado de la luz y desposeído de todos los bienes. Pidamos, pues, la gracia de evitar toda negación ni que sea por miedo al suplicio o por ignorancia; por las herejías, por la fe estéril y por la falta de responsabilidad; o porque queramos evitar el martirio. Seamos fuertes; ¡el Espíritu Santo está con nosotros! Y «con el Espíritu Santo está siempre María (…) y Ella ha hecho posible la explosión misionera producida en Pentecostés» (Papa Francisco).


«El Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»
+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas 
(Barcelona, España)
 

Hoy resuenan otra vez las palabras de Jesús invitándonos a reconocerlo ante los hombres. «Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12,8). Estamos en un tiempo en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a los creyentes a manifestar su fe únicamente en el ámbito privado. Cuando un cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa..., dice alguna cosa públicamente, aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente porque viene de quien viene, como si nosotros no tuviésemos derecho —¡como todo el mundo!— a decir lo que pensamos. Por más que les incomode, no podemos dejar de anunciar el Evangelio. En todo caso, «el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12,12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo remataba afirmando que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les inspira como doctor aquello que han de decir».

Los ataques que nos hacen tienen una gravedad distinta, porque no es lo mismo decir mal de un miembro de la Iglesia (a veces con razón, por nuestras deficiencias), que atacar a Jesucristo (si lo ven únicamente en su dimensión humana), o injuriar al Espíritu Santo, ya sea blasfemando, ya sea negando la existencia y los atributos de Dios.

Por lo que se refiere al perdón de la injuria, incluso cuando el pecado es leve, es necesaria una actitud previa que es el arrepentimiento. Si no hay arrepentimiento, el perdón es inviable, el puente está roto por un lado. Por esto, Jesús dice que hay pecados que ni Dios perdonará, si no hay por parte del pecador la actitud humilde de reconocer su pecado (cf. Lc 12,10).

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San Ignacio de Antioquia, 17 Octubre

17 de Octubre
HOMILÍAS
LECTIO DIVINA

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA
(† 107)

Si pudiera hablarse de patronazgos en el martirio o se tratara de elegir un modelo perfecto, como símbolo del testimonio máximo del cristiano, habría que proponer para ocuparlo a San Ignacio de Antioquía. Su amable figura, amasada de dulzura, de mística y de valentía que desconoce el miedo al dolor y a la muerte, resplandece, desde los tiempos apostólicos, como un faro y una invitación a cuantos tienen que sufrir por ser fieles a Jesucristo. Su estampa está envuelta en luz celestial, no por lo extraordinario de los milagros o de cualquiera forma de prodigios, sino por la sobrenatural sencillez de su conducta, moviéndose totalmente en el mundo de la fe, desde el cual adquiere una lógica incontrastable lo que, a nuestros ojos humanos, parecen aterradoras perspectivas de dolor.

Además de esto, San Ignacio es, sin pretenderlo, el cantor de su propio martirio. Sus cartas apasionadas. de estilo único, siguen vivas, estremeciendo al lector, que percibe en ellas el rugido de las fieras, el zarpazo sangrante, el crujir de los huesos triturados, todo el horror del circo romano, en el que perecían las primicias del cristianismo, convertidas en simiente de sangre, cuya espléndida cosecha recogió la historia. Pero estos horrores pierden en San Ignacio sus tonos repulsivos, para convertirse en canto de gloria. No es la muerte cruel, sino el martirio por Jesucristo; no es el sufrimiento, sino la ofrenda de una hostia pacífica. lo que allí se retrata. La crueldad queda sepultada en la caridad, la muerte es entrada triunfal en la vida eterna, la ignominia de la condenación queda convertida en apoteosis de inmortalidad. Las cartas del santo obispo de Antioquía. que hoy nos conmueven ciertamente constituyeron, para los cristianos de los siglos de persecución, para aquellos que se sabían destinados a la muerte violenta, una arenga de combate, una fuente pura de fortaleza y de esperanza, porque en ellas estaba presente la eternidad, iluminando el tránsito tenebroso de esta vida hacia la otra.

Ignacio lleva como sobrenombre Theophoros, portador de Dios. El Martyrium que relata su vida atribuye al santo obispo, al presentarse voluntariamente en Antioquía a Trajano, orgulloso por su triunfo militar sobre los dacios, el siguiente diálogo, que, si históricamente no parece genuino, refleja la verdad de su vida. Trajano le pregunta:

- ¿Quién eres tú, demonio mísero, que tanto empeño pones en transgredir mis órdenes y persuades a otros a transgredirías, para que míseramente perezcan?

Respondió Ignacio:

- Nadie puede llamar demonio mísero al portador de Dios, siendo así que los demonios huyen de los siervos de Dios. Mas, si por ser yo aborrecible a los demonios, me llamas malo contra ellos, estoy conforme contigo, pues teniendo a Cristo, rey celeste, conmigo, deshago todas las asechanzas de los demonios,

Dijo Trajano:

- ¿Quién es el Theophoros o portador de Dios?

Respondió Ignacio:

El que tiene a Cristo en su pecho...

Nada sabemos con certeza de los primeros años de Ignacio. La leyenda, sin embargo, aureolando su figura, vio en él aquel niño que cuenta San Mateo: "En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién será el más grande en el reino de los cielos? Sí, llamando a sí a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os mudáis haciéndoos como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos, y el que por mí recibiere a un niño como éste, a mí me recibe; y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mi, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaron al fondo del mar" (Mt. 18,1-6).

San Juan Crisóstomo, que cantó en Antioquía las glorías del mártir, ante sus reliquias, afirma que convivió con los apóstoles. Tampoco esto parece cierto. Pero nada estorba la rigurosa crítica histórica a la realidad espiritual de nuestro Santo: su fe sencilla y vigorosa es la fe de niño que el Evangelio exige para el seguidor de Cristo, y el alma de San Ignacio es apostólica en la máxima pureza primera, bebida en la fuente fresca de Pentecostés El evangelista San Juan, el ap6stol de la caridad, y San Pablo, el batallador ardiente de Jesucristo, se aúnan en el espíritu que llenó el alma de San Ignacio. Sus cartas están dictadas como glosa y fruto de ambas doctrinas entrelazadas. El amor joanístico inspira su holocausto de hostia viva. Cristo y su Iglesia constituyen el leitmotiv de sus exhortaciones a los cristianos, a quienes dirige sus cartas.

La fe en San Ignacio es completa, con formulaciones de un credo que preludia ya el símbolo de Nicea: Así, pues, cerrad vuestros oídos, escribe a los trallenses, cuandoquiera se os hable fuera de Jesucristo, que es del linaje de David e hijo de María; que nació verdaderamente y comió y bebió: fue verdaderamente perseguido bajo Poncio Pilato y verdaderamente crucificado y muerto, a la vista de los moradores del cielo y de la tierra y del infierno. El cual verdaderamente también resucitó de entre los muertos por virtud de su Padre, quien, a semejanza suya, nos resucitará también a nosotros que creemos en Él. Sí, su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos la vida verdadera" (Trall. IX).

Sus cartas pueden considerarse como la "segunda formulación doctrinal cristiana"; en ellas se refleja lo que pensaban los cristianos de la segunda generación. la inmediatamente posterior a los apóstoles. Hay en ellas toda la doctrina evangélica y paulina, elaborada, profundamente compartida y aceptada, matizada ante los ataques de las primeras desviaciones heréticas. deseosas de romper la unidad, tanto jerárquica como doctrinal. La semejanza de doctrina no es tanto una repetición de textos cuanto un espíritu idéntico, del cual brotan las fórmulas sin citas, pero con la coincidencia exacta de quien vive en el alma la misma fe y las mismas verdades, todas emanadas de la misma fuente, Jesucristo.

Por eso, el pensamiento de San Ignacio está centrado en la unión con Cristo dentro de la Iglesia: "Como el amor no me consiente callar acerca de vosotros, de ahí que he determinado exhortaros a que corráis a una hacia el pensamiento de Dios. Y, en efecto, al modo de Jesucristo, vida nuestra inseparable, es el pensamiento del Padre, así los obispos, establecidos por los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo" (Eph. III,3).

El es el inventor de la palabra católica aplicada a la Iglesia. "En las cartas de Ignacio - escribe Grandmaison - se enlaza por primera vez el epíteto glorioso de católica al nombre de la Iglesia: "Donde apareciere el obispo, allí está también la muchedumbre, al modo que, donde estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia Católica" (Smyrn. VIII,2). De esta manera, el obispo encarna su iglesia particular, absolutamente como la gran Iglesia es la encarnación continuada del Hijo de Dios. ¿No creeríamos estar leyendo uno de los campeones de la unidad eclesiástica de nuestro tiempo, a un Adán Moehle, un Jaime Ralmes, un Eduardo Pie?" (Jésus Chist II p.634).

Nos demuestra así San Ignacio que en su tiempo, fines del siglo I, la estructura y él pensamiento sobre la Iglesia es completo y maduro. Obispos, presbíteros y diáconos constituyen la jerarquía tripartita, sobre la cual se apoya toda la realidad del cristianismo. Es preciso permanecer unidos a esta jerarquía para vivir dentro del espíritu de Cristo. "Por consiguiente7 a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, hecho como estaba una cosa con Él - nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles -; así vosotros nada hagáis tampoco sin contar con vuestro obispo y los ancianos; ni tratéis de colorear como laudable nada que hagáis a vuestras solas, sino reunidos en común; haya una oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha, que es Jesucristo, mejor que el cual nada existe" (Mag. VII,1). Sin esta jerarquía no existe la Iglesia: "Por vuestra parte, escribe a los trallenses, todos habéis también de respetar a los diáconos como a Jesucristo. Lo mismo digo del obispo, que es figura del Padre, y de los ancianos (presbíteros), que representan el senado de Dios y la alianza o colegio de los apóstoles. Quitados éstos, no hay nombre de Iglesia" (Trall III,1).

Ignorarnos los años que rigió la iglesia de Antioquía, como segundo sucesor de San Pedro, lo mismo que los motivos concretos que provocaron su detención y condenación a muerte, Nerón había puesto a los cristianos fuera de la ley. Cualquier delación o el capricho de un gobernador bastaba para hacerles sufrir el rigor de la persecución: la acusación de ser cristiano era suficiente para ello. Plinio el Joven, gobernador, por aquellos años, de Bitinia, escribía a su amo Trajano: "A los que fueron delatados les interrogué si eran cristianos; si confesaban que sí, los sometía a nuevo interrogatorio, con amenaza de suplicio. A los que aun así perseveraban los mande ejecutar".

San Ignacio fue detenido y condenado a ser devorado por las fieras en Roma. Oída la sentencia, el Santo contesta: Te doy gracias, Señor, porque te dignaste honrarme con perfecta caridad para contigo, atándome, juntamente con tu, apóstol Pablo, con cadenas de hierro..." (Mart. II,8). No hay en esta actitud nada parecido al orgullo del revolucionario o al tesón del rebelde. No existe la menor partícula de protesta contra los poderes temporales, ni siquiera contra las leyes. La disposición del mártir cristiano es algo inédito y único en la historia. Es la serenidad y el valor mantenidos por una visión sobrenatural interna, en la conciencia de cumplir una misión: la de ser testigos – eso significa mártir - de Jesucristo, haciéndose semejantes a Él en su sacrificio. Así lo afirma nuestro obispo escribiendo a los fieles de Efeso: "Apenas os enterasteis de que venía yo, desde la Siria, cargado de cadenas, por el nombre común y nuestra común esperanza. confiando que, por vuestras oraciones, lograré luchar en Roma contra las fieras para poder de ese modo ser discípulo, os apresurasteis a salirme a ver". (Eph.I,1).

Desde el momento de su detención, podemos seguir paso a paso los de San Ignacio, gracias a la preciosa colección de sus siete cartas auténticas, escritas durante su peregrinación encadenada. Con Zósimo y Rufo, otros dos cristianos condenados como él, y custodiados por un pelotón de soldados, embarcan en Seleucia, puerto de Antioquía, para arribar a las costas de Cilicia o Panfilia, siguiendo desde allí el viaje por tierra. Estos ásperos caminos del Asia Menor, pocos años antes recorridos por San Pablo, haciendo sementera de cristiandades, serían para San Ignacio nuevas pruebas de su ansiada semejanza con el gran Apóstol. Las fervorosas comunidades de aquellas tierras convierten el viaje en ronda triunfal de admiración y de caridad.

Al llegar a Esmirna, toda la comunidad cristiana, presidida por su obispo San Policarpo, discípulo personal de San Juan Evangelista, sale a recibirle y le rinde homenaje como si fuera el mismo Jesucristo. Por este recibimiento les escribirá más tarde: "Yo glorifico a Jesucristo. Dios, que es quien hasta tal punto os ha hecho sabios; pues muy bien me di cuenta de cuán apercibidos estáis de fe inconmovible,

bien así como si estuvierais clavados, en carne y en espíritu, sobre la cruz de Jesucristo, y qué afianzados en la caridad por la sangre del mismo Cristo. Y es que os vi llenos de certidumbre en lo tocante a nuestro Señor" (Esm. I). Otras comunidades vienen a saludarle y ayudarle con máxima caridad. Algunas de ellas quedan enriquecidas con sus cartas: Efeso, Trales, Magnesia. Desde el mismo Esmirna las escribe, junto Con la enviada a los fieles de Roma. Esta carta, documento único e impresionante de la literatura universal, merece mención aparte.

Tuvo San Ignacio conocimiento de que los romanos trataban de interponer toda su influencia para salvarle la vida y se alarma profundamente, porque esa caridad es apartarle de su martirio, de su anhelada nieta. Para conjurar esta posibilidad escribe la famosa carta, Renán mismo se vio obligado a escribir: "La más viva fe, la sed ardiente de la muerte, no han inspirado jamás acentos tan apasionados. El entusiasmo de los mártires, que fue, por espacio de doscientos años, el espíritu dominante del cristianismo, ha recibido del autor de esta pieza extraordinaria su expresión más exaltada" (Les Huangiles, p.489, cit. por Daniel Ruiz Bueno, Los Padres apostólicos: BAC, p.425). Seria necesario transcribir la carta entera, pero, no siendo posible, unos párrafos darán idea de su altura celestial.

Después de saludar a la iglesia de Roma, testimoniando su jerarquía, al decirla que "preside en la capital del territorio de los romanos y puesta a la cabeza de la caridad", títulos preciosos para probar que la iglesia de Roma era considerada ya como cabeza de la cristiandad, dice: "Por fin, a fuerza de oraciones a Dios, he alcanzado ver vuestros rostros divinos, y de suerte lo he alcanzado, que se me concede más de lo que pedía". En efecto, encadenado por Jesucristo, tengo esperanza de iros a saludar, si fuere voluntad del Señor hacerme la gracia de llegar hasta el fin. Porque los comienzos, cierto, bien puestos están, como yo logré gracia para alcanzar sin impedimento la herencia que me toca. Y es que temo justamente vuestra caridad, no sea ella la que me perjudique. Porque a vosotros, a la verdad, cosa fácil es hacer lo que pretendéis; a mí, en cambio, sí vosotros no tenéis consideración conmigo, me va a ser difícil alcanzar a Dios... El hecho es que ni yo tendré jamás ocasión semejante de alcanzar a Dios, ni vosotros, con sólo que calléis, podéis poner vuestra firma en obra más bella. Porque, si vosotros calláis respecto de mí, yo me convertiré en palabra de Dios; mas, si os dejáis llevar del amor a mi carne, seré otra vez una mera voz humana. No me procuréis otra cosa fuera de permitirme inmolar por Dios, mientras hay todavía un altar preparado, a fin de que, formando un coro por la caridad, cantéis al Padre por medio de Jesucristo, por haber hecho Dios la gracia al obispo de Siria de llegar hasta Occidente después de haberle mandado llamar de Oriente. ¡Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, trasponga en Dios, a fin de que en Él yo amanezca!

"Por lo que a mí toca, escribo a todas las iglesias, y a todas las encarezco que yo estoy pronto a morir de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Yo os lo suplico: no mostréis para conmigo una benevolencia inoportuna. Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo. Halagad más bien a las fieras, para que se conviertan en sepulcro mío y no dejen rastro de mi cuerpo, con lo que, después de mi muerte, no seré molesto a nadie. Cuando el mundo no vea ya ni mi cuerpo, entonces seré verdadero discípulo de Jesucristo. Suplicad a Cristo por mí, para que por esos instrumentos logre ser sacrificio para Dios. No os doy mandatos como Pedro y Pablo. Ellos fueron apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte: ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un esclavo. Mas si lograre sufrir el martirio, quedará liberto de Jesucristo y resucitará libre en ti. Y ahora es cuando aprendo, encadenado como estoy, a no tener deseo alguno.

"Desde Siria a Roma vengo luchando ya con las fieras, por tierra y por mar, de noche y de día, atado que voy a diez leopardos. es decir, un pelotón de soldados, que. hasta con los beneficios que se les hacen, se vuelven peores. Ahora que, en sus malos tratos, aprendo yo a ser mejor discípulo del Señor, aunque no por esto me tengo por justificado.

"¡Ojalá goce yo de las fieras que están para mi destinadas y que hago votos por que se muestren veloces conmigo! Yo mismo las azuzaré para que me devoren rápidamente, y no como algunos, a quienes, amedrentadas, no osaron tocar. Y si ellas no quisieren al que de grado se les ofrece, yo mismo las forzaré. Perdonadme, yo sé lo que me Conviene, Ahora empiezo a ser discípulo. Que ninguna cosa, visible ni invisible, se me oponga, por envidia, a que yo alcance a Jesucristo. Fuego y cruz, y manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos, descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a condición sólo de que yo alcance a Jesucristo.

"Porque ahora os escribo vivo con ansias de morir. Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia; sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo me está diciendo: "Ven al Padre". No siento placer por la comida corruptible ni me atraen los deleites de esta vida. El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, del linaje de David; su sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible."

¿Qué se puede añadir a estas expresiones sublimes? Cualquier glosa las empobrecería: son para meditar en silencio, con sobrecogida consideración de lo que es el amor sobrenatural llevado hasta las cumbres de la mística más pura.

Partiendo de Esmirna, toca en Alejandría de Troas, desde donde escribe a los filadelfios, a los esmirniotas y a Policarpo, su obispo. Sigue su viaje, parándose también en Filípos; atraviesan Macedonia. Vuelven a embarcar en Dirraquio, rodean el sur de Italia, desembarcando en Ostia.

En Roma tocaban a su fin unas fiestas nunca vistas, para conmemorar el triunfo de Trajano sobre los dacios en el año 106. Duraron ciento veintitrés días y en ellas murieron diez mil gladiadores y doce mil fieras. El 18 de diciembre del año siguiente, 107, fueron arrojados a las fieras Zósimo y Rufo, los dos compañeros de San Ignacio, y a los dos días siguientes, el 20 de dicho mes, el santo obispo de Antioquía.

Sus pocas reliquias corporales fueron enviadas a Antioquía. Pero sus verdaderas reliquias inmortales fueron sus cartas, de las cuales escribe el P, J. Huby: "Ignacio, entregado a las fieras bajo Trajano, es el tipo del pontífice entusiasta y el modelo del mártir Es la realización viva de las palabras apostólicas: Vivo, pero no vivo yo, Sino que es Cristo quien vive en mí... Deseo ser disuelto y estar con Cristo. Sus acentos no conmovieron a la Iglesia menos que los de San Pablo, y en ciertas frases, mil veces citadas, parece estar concentrado todo el espíritu de los mártires" (Chrístus p. 1031-32).

CÉSAR VACA O. S. A.



16 oct 2015

San Gerardo Mayela, 16 Octubre



Gerardo Mayela, Santo
Patrono de las parturientas, 16 octubre

Por: Catholic.net | Fuente: Corazones.org


Gerardo quiere decir: "Valiente para la defensa" (Del alemán: Ger: defensa, ard: valiente) 

Uno de los santos más populares de Italia meridional.

Pío IX calificó a San Gerardo de "perfecto modelo de los hermanos legos", y León XIII dijo que había sido "uno de los jóvenes más angelicales que Dios haya dado a los hombres por modelo". En sus veintinueve años de vida, el santo llegó a ser el más famoso taumaturgo del siglo XVIII. 

Nació en Muro, a setenta kilómetros de Nápoles. Su madre, después de la muerte de Gerardo, dio este testimonio: "Mi hijo sólo era feliz cuando se hallaba arrodillado en la iglesia, ante el Santísimo Sacramento. Con frecuencia entraba a orar y olvidaba hasta la hora de comer. En casa oraba todo el tiempo. Verdaderamente, había nacido para el cielo".

Cuando Gerardo tenía diez años, su confesor le dió permiso de comulgar cada tercer día; como era una época en la que la influencia del jansenismo todavía se dejaba sentir, ello demuestra que el confesor de Gerardo le consideraba como un niño excepcionalmente dotado para la piedad. A la muerte de su padre, Gerardo debió abandonar la escuela y entró a trabajar como aprendiz de sastre en el taller de Martín Pannuto, hombre muy bueno, que le comprendía y apreciaba. En cambio, uno de los empleados era un hombre muy brusco que solía maltratar a Gerardo y más se enfurecía por la paciencia con que soportaba sus majaderías.

Una vez aprendido su oficio a la perfección, Gerardo pidió ser admitido en el convento de los capuchinos de Muro, donde su tío era fraile; pero fue rechazado a causa de su juventud y de su condición delicada. Entonces entró a trabajar como criado en la casa del obispo de Lacedogna. 

Humanamente hablando, fue una mala elección, ya que el prelado era un hombre de carácter irascible, que trató al joven con gran rudeza. A pesar de ello, Gerardo le sirvió fielmente y sin una queja, hasta que murió el obispo en 1745. 

Entonces, Gerardo volvió a Muro y abrió una sastrería por su cuenta. Vivía con su madre y sus tres hermanas. Solía dar a su madre una tercera parte de lo que ganaba; el otro tercio lo repartía entre los pobres y el resto lo empleaba en pagar misas por las almas del purgatorio. Pasaba muchas horas de la noche orando en la catedral y se disciplinaba severamente.

Cuando tenía ventitrés años, los padres de la congregación del Santísimo Redentor, recientemente fundada, predicaron una misión en Muro. El joven les rogó que le admitiesen como hermano lego, pero su aspecto enfermizo no le ayudaba, y su madre y sus hermanas no tenían ningún deseo de verle partir. Sin embargo,Gerardo insistió y, finalmente, el P. Cafaro le envió a la casa de Deliceto, donde él era superior, con un mensaje que decía: "Os envío a este hermanito inútil". Pero, cuando el P. Cafaro volvió a su casa, cayó inmediatamente en la cuenta de su error y le concedió el hábito. Los hermanos de Gerardo, al verle trabajar con gran ardor, puntualidad y humildad en la sacristía y en el huerto, solían decir: "O es un loco o es un santo". El fundador de la congregación, San Alfonso de Ligorio, comprendió que era un santo y le acortó el periodo de noviciado. El hermano Gerardo hizo la profesión en 1752. A los votos acostumbrados añadió el de hacer siempre lo que fuese, a su juicio, más agradable a Dios. El P. Tannoia, autor de las biografías de San Alfonso y de San Gerardo, que había sido curado por la intercesión de este último cuenta que un día, cuando el santo era novicio, le vio orando ante el tabernáculo; súbitamente Gerardo gritó: "Señor, dejame que me vaya, te ruego, pues tengo mucho que hacer". Sin duda a ésta una de las anécdotas más conmovedoras de toda la hagiología.

Durante los tres años que vivió después de hacer la profesión, el santo trabajó como sastre y enfermero de la comunidad; solía también pedir limosna de puerta en puerta, y los padres gustaban de llevarle consigo a sus misiones y retiros, porque poseía el don de leer en las almas. Se cuentan más de veinte ejemplos de casos en los que el santo convirtió a los pecadores, poniéndoles de manifiesto su oculta maldad. Los fenómenos sobrenaturales abundaban en la vida del hermanito. Se cuenta que en una ocasión fue arrebatado en el aire y recorrió así más de medio kilómetro; se menciona también el fenómeno de "bilocación" y se dice que poseía los dones de profecía, de ciencia infusa y de dominio sobre los animales. La única voz que conseguía arrancarle de sus éxtasis era la de la obediencia. Hallándose en Nápoles, presenció el asesinato del arcipreste de Muro en el preciso momento en que tenía lugar a setenta kilómetros de distancia. Por otra parte, en más de una ocasión leyó el pensamiento de personas ausentes.

Tan profundamente supo leer el pensamiento del secretario del arzobispo de Conza, que éste cambió de vida y se reconcilió con su esposa, de suerte que toda Roma habló del milagro. Pero los hechos más extraordinarios en la vida de San Gerardo están relacionados con la bilocación. Se cuenta que asistió a un enfermo en una cabaña de Caposele y que, al mismo tiempo, estuvo charlando con un amigo en el monasterio de la misma población. Una vez, su superior fue a buscarle en su celda y no le encontró ahí. Entonces se dirigió a la capilla, donde le halló en oración: "¿Dónde estabais hace un instante?", le preguntó. "En mi celda", replicó el hermanito. "Imposible, pues yo mismo fui dos veces a buscaros". Entonces Gerardo se vio obligado a confesar que, como estaba en retiro, había pedido a Dios que le hiciese invisible para que le dejasen orar en paz. El superior le dijo: "Bien, por esta vez os perdono, pero no volváis a pedir eso a Dios".

Sin embargo, Gerardo no fue canonizado por sus milagros, ya que éstos eran simplemente un efecto de su santidad, y Dios podía haber dispuesto que el santo no hiciese milagro alguno sin que ello modificase en un ápice la bondad, caridad y devoción que alabaron en el joven Pío IX y León XIII. Uno de los resultados más sorprendente de su fama de santidad fue el de que sus superiores le permitieron encargarse de la dirección de varias comunidades de religiosas, lo que no acostumbran hacer los hermanos legos. San Gerardo hablaba en particular con cada religiosa y solía darles conferencias a través de la reja del recibidor. Además, aconsejaba por carta a varios sacerdotes, religiosos y superiores. Se conservan todavía algunas de sus cartas. No hay en ellas nada de extraordinario: en una expone simplemente el deber de todo cristiano de servir a Dios según su propia vocación; en otras, incita a la bondad a una superiora, exhorta a la vigilancia a una novicia, tranquiliza a un párroco y predica a todos la conformidad con la voluntad divina. En 1753, los estudiantes de teología de Deliceto hicieron una peregrinación al santuario de San Miguel, en Monte Gárgano. Aunque no tenía más que unas cuantas monedas para cubrir los gastos del viaje, se sentían seguros, porque el hermano Gerardo iba con ellos. Y, en efecto, el santo se las arregló para que no les faltase nada en los nueve días que duró la peregrinación, que fue una verdadera sucesión de milagros. Exactamente un año más tarde, San Gerardo sufrió una de las pruebas más terribles de su vida. Una joven de vida licenciosa, llamda Neria Caggiano, a quien el santo había ayudado, le acusó de haberla solicitado. San Alfonso mandó llamar inmediatamente al hermano a Nocera. Pensando que su voto de perfección le obligaba a no defenderse, Gerardo guardó silencio; con eso no hizo sino meter en aprietos a su superior, quien no podía creerle culpable. San Alfonso le prohibió durante algunas semanas recibir comunión y hablar con los extraños. San Gerardo respondió tranquilamente: "Dios, que está en el cielo, no dejará de defenderme". Al cabo de unas cuantas semanas, Neria y su cómplice confesaron que habían calumniado al hermanito. San Alfonso preguntó a su súbdito por qué no se había defendido y éste replicó: "Padre, ¿acaso no tenemos una regla que nos prohibe disculparnos?" (Naturalmente la regla no estaba hecha para aplicarse a esos casos). Poco después, el santo acompañó al P. Mangotta a Nápoles, donde el pueblo asedió, día y noche, la casa de los redentoristas para ver al famoso taumaturgo. Finalmente, al cabo de cuatro meses, los superiores se vieron obligados a enviar al hermano Gerardo a la casa de Caposele, donde fue nombrado portero.

Era ese un oficio que agradaba especialmente al joven. El P. Tannoia escribió: "En esa época, nuestra casa estuvo asediada por los mendigos. El hermano Gerardo veía por ellos como lo hubiese hecho una madre. Tenía el arte de contentar a todos, y la necedad y malicia de algunos de los pedigueños jamás le hicieron perder la paciencia. "Durante el crudo invierno de aquel año, doscientoas personas, entre hombres, mujeres y niños, acudieron diariamente a la casa de los redentoristas, y el santo portero les proveyó de comida, ropa y combustible, sin que nadie supiese de dónde los sacaba.

Según el libro de Sálesman, mientras ejercía como portero, un día el padre ecónomo lo regañó porque había repartido entre los mendigos todo lo que los religiosos tenían para comer en la despensa. Pero al llegar el padre ecónomo a la despensa la encontró otra vez llena.

En la primavera del año siguiente fue nuevamente a Nápoles. A su paso por Calitri, de donde el P. Mangotta era originario, el pueblo le atribuyó varios milagros. Cuando volvió a Caposele, los superiores le encargaron de la supervisión de los edificios que se estaban construyendo. Cierto viernes, cuando no había en la casa un sólo céntimo para pagar a los trabajadores, las oraciónes del santo hermanito movieron a un bienhechor inesperado a regalar lo suficiente para salir del apuro. San Gerardo pasó el verano pidiendo limosna para la construcción. Pero el calor del sur de Italia acabó con su salud y, en los meses de julio y agosto, el santo se debilitó rápidamente. Tuvo que pasar una semana en cama en Ovieto, donde curó a otro hermano lego que había ido a asistirle y había caído enfermo. Llegó a Caposele casi a rastras. En septiembre, pudo abandonar el lecho unos cuentos días, pero volvió a caer. Sus últimas semanas fueron una mezcla de sufrimientos físicos y éxtasis, cuando sus dones de profecía y ciencia infusa alcanzaron un grado extraordinario. Murió en la fecha y hora que había predicho, poco antes de la media noche del 15 de octubre de 1755. Fue canonizado en 1904.

A comienzos de 1800, casi cincuenta años después de su muerte, un médico de Grassano declaraba: "Desde hace muchos años no ejerzo la profesión de médico. La ejerce por mí Fray Gerardo": este médico tomaba tan en serio el patrocinio de Gerardo, proclamado beato sólo en 1893, quien en vez de recetar medicinas prefería dejar a sus pacientes una medalla del buen religioso. Y el biógrafo Tannoia, en la Vida escrita hacia 1806, declaraba: "Fray Gerardo es protector especial de las parturientas y en Foggia no hay ninguna mujer que vaya a dar a luz que no tenga la imagen del Santo y no invoque su patrocinio". Singular "revancha del Santo" por los sufrimientos que le causaron las calumnias de una mujer, una ex-monja, a quien le creyeron fácilmente los superiores de Gerardo.

En realidad san Gerardo, que en el lecho de su muerte pudo confesar que no sabía lo que era una tentación impura, tenía de la mujer un concepto muy elevado: veía, efectivamente, en toda mujer una imagen de María, "alabanza perenne de la Santísima Trinidad". Eran los impulsos místicos de un alma sencilla, pero llena de ardor espiritual. Exclamaba con frecuencia: "Mi querido Dios; mi Espíritu Santo", pues sentía en su intimidad la bondad y el amor infinito de Dios. 

BIBLIOGRAFÍA
Butler, Vida de los Santos, Vol IV
Sálesman, P. Eliécer; Vidas de Santos - # 4 
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Dia

Santo Evangelio 16 de Octubre 2015


Día litúrgico: Viernes XXVIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 12,1-7): En aquel tiempo, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos».

«Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía»
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP 
(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Señor nos invita a reflexionar sobre un tipo de mala levadura que no fermenta el pan, sino solamente lo engrandece en apariencia, dejándolo crudo e incapaz de nutrir: «Guardaos de la levadura de los fariseos» (Lc 12,1). Se llama hipocresía y es solamente apariencia de bien, máscara hecha con trapos multicolores y llamativos, pero que esconden vicios y deformidades morales, infecciones del espíritu y microbios que ensucian el pensamiento y, en consecuencia, la propia existencia.

Por eso, Jesús advierte de tener cuidado con esos usurpadores que, al predicar con los malos ejemplos y con el brillo de palabras mentirosas, intentan sembrar alrededor la infección. Recuerdo que un periodista —brillante por su estilo y profesor de filosofía— quiso afrontar el tema de la postura de la Iglesia católica frente a la cuestión del pretendido “matrimonio” entre homosexuales. Y con paso alegre y una sarta de sofismas grandes como elefantes, intentó contradecir las sanas razones que el Magisterio expuso en uno de sus recientes documentos. He aquí un fariseo de nuestros días que, después de haberse declarado bautizado y creyente, se aleja con desenvoltura del pensamiento de la Iglesia y del espíritu del Cristo, pretendiendo pasar por maestro, acompañante y guía de los fieles.

Pasando a otro tema, el Maestro recomienda distinguir entre temor y temor: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más» (Lc 12,4), que serían los perseguidores de la idea cristiana, que matan a decenas a los fieles en tiempo de “caza al hombre” o de vez en cuando a testigos singulares de Jesucristo.

Miedo absolutamente diverso y motivado es el de poder perder el cuerpo y el alma, y esto está en las manos del Juez divino; no que el alma muera (sería una suerte para el pecador), sino que guste una amargura que se la puede llamar “mortal” en el sentido de absoluta e interminable. «Si eliges vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Dado que aquí no puedes elegir el no morir, mientras vives elige el no morir eternamente» (San Agustín).

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15 oct 2015

Santo Evangelio 15 de Octubre 2015

Día litúrgico: Jueves XXVIII del tiempo ordinario

Santoral 15 de Octubre: Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Texto del Evangelio (Lc 11,47-54): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán’, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido».

Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.

«¡(...) edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron!»
Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz 
(El Montanyà, Barcelona, España)

Hoy, se nos plantea el sentido, aceptación y trato dado a los profetas: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49). Son personas de cualquier condición social o religiosa, que han recibido el mensaje divino y se han impregnado de él; impulsados por el Espíritu, lo expresan con signos o palabras comprensibles para su tiempo. Es un mensaje transmitido mediante discursos, nunca halagadores, o acciones, casi siempre difíciles de aceptar. Una característica de la profecía es su incomodidad. El don resulta molesto para quien lo recibe, pues le escuece internamente, y es incómodo para su entorno, que hoy, gracias a Internet o los satélites, puede extenderse a todo el mundo.

Los contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo calumnian, lo desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de erigirle el sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta. No faltan actualmente profetas que gozan de fama universal. La Madre Teresa, Juan XXIII, Monseñor Romero... ¿Nos acordamos de lo que reclamaban y nos exigían?, ¿ponemos en práctica lo que nos hicieron ver? A nuestra generación se le pedirá cuentas de la capa de ozono que ha destruido, de la desertización que nuestro despilfarro de agua ha causado, pero también del ostracismo al que hemos reducido a nuestros profetas.

Todavía hay personas que se reservan para ellas el “derecho de saber en exclusiva”, que lo comparten —en el mejor de los casos— con los suyos, con aquellos que les permiten continuar aupados en sus éxitos y su fama. Personas que cierran el paso a los que intentan entrar en los ámbitos del conocimiento, no sea que tal vez sepan tanto como ellos y los adelanten: «¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido» (Lc 11,52).

Ahora, como en tiempos de Jesús, muchos analizan frases y estudian textos para desacreditar a los que incomodan con sus palabras: ¿es éste nuestro proceder? «No hay cosa más peligrosa que juzgar las cosas de Dios con los discursos humanos» (San Juan Crisóstomo).

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Santa Teresa de Jesús 15 Octubre



SANTA TERESA DE JESÚS

(+ 1582)

¿Qué tiene esta mujer que, cuando nos vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo ascensional de su espíritu hacia las cumbres del amor divino? Con razon fundada pudo decir Herranz Estables que "a Santa Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su grandeza excede de tal suerte nuestra capacidad que la desborda, y, como los centros excesivamente luminosos mirados de hito en hito, deslumbra y ciega".

Teresa de Cepeda nace en Avila, el 28 de marzo de 1515. En el admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos refiere cómo fueron sus primeros años en el seno de su hidalga familia. Sabemos, además, por testimonio de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda era una joven agradable, bella, destinada a triunfar en los estrados del mundo, y, como ella confiesa, amiga de engalanarse y leer libros de caballería; y aún más, son sus palabras, "enemiguísima de ser monja" (Vida, II, 8). Pero el Señor, que la había creado para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir que se adocenara con el roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó a forjarse a sí misma. Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó, al fin, a tomar el hábito de carmelita en la Encarnación de Avila. "Cuando salí de casa de mi padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el sentimiento cuando me muera" (Vida, IV, 1).

¡Qué emoción tiene, al llegar este punto, ese capítulo octavo del Libro de la Vida, en que ella relata los terminos por los que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho! Teresa de Jesús, ya monja, quería conciliar lo inconciliable, vida de regalo con vida de oración, afición de Dios y afición de criaturas, que, como más tarde diría San Juan de la Cruz, no pueden caber en una persona a la vez, porque son contrarios, y como contrarios se repelen.

Nuestro Señor, que vigilaba a esta alma, no había ya de tardar en rendirla por entero a su dominio. Y acaeciole a Teresa que, cierto día que entró en el oratorio, vió una imagen que habían traído a guardar allí. Era de Cristo, nos dice ella, muy llagado, un lastimoso y tierno Ecce Homo. Al verle Teresa se turbó en su ser, porque representaba muy a lo vivo todo lo que el Señor había padecido por nosotros. "Arrojéme cabe Él—nos cuenta—con grandísimo derramamiento de lágrimas" (Vida, IX, 1). ¿Cómo no había de ser así, si aquel corazón generoso, magnánimo de Teresa estaba destinado a encender en su fuego, a través de los siglos, a miles y miles de almas en el amor de Cristo?

Y ya, desde este trance, el espiritu de Teresa es un volcán en ebullición, desbordante de plenitud y de fuerza. Su alma, guiada por Jesucristo, entra a velas desplegadas por el cauce de la oración mental. ¿Qué es la oración para Teresa? ¿Será un alambicamiento de razones y conceptos, al estilo de los ingenios de aquel siglo? No; mucho más sencillo: "No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (Vida, VIII, 5 ). En ese "tratar de amistad" vendrán a resolverse todos los grados de oración que su alma y su pluma recorran, hasta las últimas "moradas", hasta el "convite perdurable" que San Juan de la Cruz pone en la cima del "Monte Carmelo". ¿Y quién no se siente con fuerzas para emprender el camino de la oración mental? Teresa esgrimirá el argumento definitivo para alentar a los irresolutos: "A los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de trabajo, da gusto para que con él se pasen los trabajos" (Vida, VIII, 8).

Esta es la oración de Santa Teresa, elevada, cordial, enderezada al amor, porque, son sus palabras, "el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho" (Fund., V, 2 ) . ¿Quién se imagina que el fruto de la oración son los gustos y consolaciones del espíritu? En otro lugar nos avisará Santa Teresa que "no está el amor de Dios en tener lágrimas..., sino en servir con juticia y fortaleza de ánima y humildad" (Vida, XI, 13).

Es el año 1562. Teresa de Jesús, monja de la Encarnación de Avila, siente dentro de si la primera sugestión del Señor que ha de impulsarla a la gran aventura de la reforma carmelitana. ¿Por qué no volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Y, desde este punto, Teresa de Jesús pone a contribución todas sus fuerzas en la magna empresa. Ella ha comprendido muy bien el mandato del Señor y el sentido de aquellas palabras del salmista: "obra virilmente", y se lanza con denuedo a la lucha.

Una marea de contradicciones va a oponerre al tesón de su ánimo esforzarlo. No importa. Ella seguirá adelante, porque es el mismo Jesucristo quien le dirá en los mornentos críticos: "Ahora, Teresa, ten fuerte" (Fund.. XXXI, 26). No importa el parecer contrario de algunos letrados, la incomprensión de sus confesores, el aborrecimiento, incluso, de sus hermanas en religión, todo un mundo que se levanta para cerrarle el paso. No importa. Es Santa Teresa la que escribe para ejemplo de los siglos venideros esta sentencia bellísima: "Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran" (Conceptos, III, 7).

Espoleada por esta convicción, Teresa de Jesús vence todos los obstáculos y sale, por fin, de la Encarnación para fundar, en la misma Avila, el primer palomar de carmelitas descalzas. Se llamará "San José", pues de San José es ella rendida devota. ¿Sabéis cuál es el ajuar que de la Encarnación lleva a la nueva casa, y del que deja recibo firmado? Consiste en una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado.

"Andaban los tiempos recios" (Vida, XXXIII, 5), cuenta la fundadora. Las ofensas que de los luteranos recibía el Señor en el Santísimo Sacramento le impelían a levantar monasterios donde el Señor fuese servido con perfección. Y así, desprovista de recursos, "sin ninguna blanca" (Vida, XXXIII, 12: Fund., III, 2), como ella dice donosamente, fiada sólo en la Providencia y en el amor de Cristo que se le muestra en la oración, funda e irán surgiendo como llamaradas de fe que suben hasta el cielo los conventos de Medina del Campo. Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. "Para esto es la oración, hijas mías —apunta la madre Teresa a sus descalzas—: de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras" (Moradas, séptima, IV, 6). Paralelamente, su encuentro con San Juan de la Cruz, a quien gana para la reforma del Carmelo, señala un jalón trascendental en la historia de la espiritualidad. Estas dos almas gigantes se comprenden en seguida, las dos que, más tarde, habrán de ser los reyes de la teología mística, gloria de España.

Teresa de Jesús desarrolla una actividad enorme, asombrosa, tan asombrosa como lo variado de su personalidad. No hav más que asomarse a la fronda de su incomparable epistolario—-cuatrocientas treinta y siete cartas se conservan—para calibrar el talento y fortaleza excepcionales de esta mujer, que, en un milagro de diplomacia y de capacidad de trabajo, lleva sobre sus frágiles hombros el peso y la responsabilidad de un negocio tan vasto y dilatado como es el de la incipiente reforma del Carmelo.

Su diligencia se extiende a los detalles más nimios. A sí misma se llama "baratona y negociadora" (Epíst., I, p.52 ), porque llega hasta entender en contratos de compraventa y a discutir con oficiales y maestros de obras.

Por pura obediencia, sólo por pura obediencia, escribe libros capitales de oración, ella, que, de si misma, dice "cada día me espanta más el poco talento que tengo en todo" (Fund., XXIX, 24 ). Y, mientras escribe páginas inimitabies, confiesa—y no podemos por menos de leer estas palabras con honda emoción—: "me estorbo de hilar por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones" (Vida, X, 7). Sus obras quedan ya para siempre como monumentos de espiritualidad y bien decir. El castellano de Santa Teresa es unico. En opinión de Menéndez Pidal, "su lenguaje es todo amor; es un lenguaje emocional que se deleita en todo lo que contempla, sean las más altas cosas divinas, sean las más pequeñas humanas: su estilo no es más que el abrirse la flor de su alma con el calor amoroso y derramar su perfume femenino de encanto incomparable".

Santa Teresa de Jesús, remontada a la última morada de la unión con Dios, posee, además, un agudisimo sentido de la realidad, el ángulo de visión castellano, certero, que taladra la corteza de las cosas y personas, calando en su íntimo trasfondo. En relación con el ejercicio de la presencia de Dios, adoctrina a sus monjas de esta guisa: 'Entended que, si es en la cocina. entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior" (Fund., V. 8).

¡Ay la gracia y donaire de la madre Teresa! En cierta ocasión, escribiendo al jesuita padre Ordóñez acerca de la fundación de Medina, dice estas palabras textuales: "Tengo experiencia de lo que son muchas mujeres juntas: ¡Dios nos libre!" (Epíst., I, p. 109). Otra vez, en carta a ia priora de Sevilla, refiriéndose al padre Gracián, oráculo de la Santa y puntal de la descalcez: "Viene bueno y gordo, bendito sea Dios" (Epist., Il, 87). Y en otro lugar, quejándose de algún padre visitador, cargante en demasía, escribe a Gracián: "Crea que no sufre nuestra regla personas pesadas, que ella lo es harto" (Epist., I, 358). Con sobrado motivo el salero de la fundadora ha quedado entre el pueblo español como algo proverbial e irrepetible.

Teresa de Jesús ya ha consumado su tarea. El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes, le viene la hora del tránsito. Su organismo virginal, de por vida asendereado por múltiples padecimientos, ya no rinde más. "¡Oh Señor mío y Esposo mío—le oyen suspirar sus monjas—, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo de caminar!..." Muere, como los héroes, en olor de muchedumbre, porque muchedumbre fueron en España los testigos de sus proezas y bizarrías, desde Felipe II y el duque de Alba hasta mozos de mulas, posaderos y trajinantes. Asimismo la trataron, asegurando su alma, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara, San Juan de Avila y teólogos eminentes como Báñez.

"Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra—escribiría años después la egregia pluma de fray Luis de León—, más agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros..." Cuatro siglos más tarde, sin perder un ápice de su vigencia, muy bien podemos hacer nuestras las palabras del in signe agustino.

El cuerpo de Santa Teresa y su corazón transverberado se guardan celosamente en Alba. No hay más que decir para entender que, por derecho propio e inalienable, señala Alba de Tormes una de las cimas más altas y fragantes de la geografía espiritual de España.

PABLO BILBAO ARÍSTEGUI

14 oct 2015

Santo Evangelio 14 de Octubre 2015


Día litúrgico: Miércoles XXVIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 11,42-46): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!». Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!». Pero Él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!».

«Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello»
Rev. D. Joaquim FONT i Gassol 
(Igualada, Barcelona, España)

Hoy vemos cómo el Divino Maestro nos da algunas lecciones: entre ellas, nos habla de los diezmos y también de la coherencia que han de tener los educadores (padres, maestros y todo cristiano apóstol). En el Evangelio según san Lucas de la Misa de hoy, la enseñanza aparece de manera más sintética, pero en los pasajes paralelos de Mateo (23,1ss.) es bastante extensa y concreta. Todo el pensamiento del Señor concluye en que el alma de nuestra actividad han de ser la justicia, la caridad, la misericordia y la fidelidad (cf. Lc 11,42).

Los diezmos en el Antiguo Testamento y nuestra actual colaboración con la Iglesia, según las leyes y las costumbres, van en la misma línea. Pero dar valor de ley obligatoria a cosas pequeñas —como lo hacían los Maestros de la Ley— es exagerado y fatigoso: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!» (Lc 11,46). 

Es verdad que las personas que afinan tienen delicadezas de generosidad. Hemos tenido vivencias recientes de personas que de la cosecha traen para la Iglesia —para el culto y para los pobres— el 10% (el diezmo); otros que reservan la primera flor (las primicias), el mejor fruto de su huerto; o bien vienen a ofrecer el mismo importe que han gastado en el viaje de descanso o de vacaciones; otros traen el producto preferido de su trabajo, todo ello con este mismo fin. Se adivina ahí asimilado el espíritu del Santo Evangelio. El amor es ingenioso; de las cosas pequeñas obtiene alegrías y méritos ante Dios.

El buen pastor pasa al frente del rebaño. Los buenos padres son modelo: el ejemplo arrastra. Los buenos educadores se esfuerzan en vivir las virtudes que enseñan. Esto es la coherencia. No solamente con un dedo, sino de lleno: Vida de Sagrario, devoción a la Virgen, pequeños servicios en el hogar, difundir buen humor cristiano... «Las almas grandes tienen muy en cuenta las cosas pequeñas» (San Josemaría).

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San Calixto I, papa, 14 Octubre

14 de octubre
 SAN CALlXTO I
(+ 222)


El papa San Calixto es, indudablemente, uno de los Romanos Pontífices que más sobresalieron a fines del siglo Il y principios del Ill, en un tiempo en que multitud de corrientes más o menos peligrosas trataban de desviar a la Iglesia del verdadero camino de la ortodoxia y del justo medio de la disciplina eclesiástica. Por desgracia, la mayor parte de las noticias que sobre él poseemos nos han sido transmitidas por su apasionado enemigo y contrincante, San Hipólito. Sin embargo, combinando estas noticias con las que nos transmiten el Líber Pontificalis (o historia oficial de los Papas) y otras fuentes, podemos estar bastante seguros de la objetividad de nuestra información.

Según el Líber Pontificalis, Calixto nació en Roma, y su padre, llamado Domicio, residía en el barrio denominado Ravennatio. Era de condición esclavo; mas, dotado, como estaba, de extraordinarias cualidades, supo levantarse poco a poco hasta llegar a ser obispo de Roma, rigiendo con notable acierto a la Iglesia durante los cinco años que duró su pontificado (217-222).

De su actuación durante los primeros años de su vida nos comunica Hipólito algunos datos, que justamente podemos poner en duda, pues, siendo Hipólito tan apasionado, y tratando de denigrar en lo posible a Calixto, pudo inventar, o al menos exagerar, las noticias que sobre la vida de Calixto conocía. Ante todo, se compl,ace en ponderar su condición de esclavo. Según él, en efecto, era esclavo de un cristiano, llamado Carpóforo, y, habiendo dado pruebas de sus cualidades naturales, su amo puso toda su confianza en él y le encargó de algunos asuntos comerciales o financieros de particular importancia. El resultado fue que, habiendo perdido él gran cantidad de dinero, se encontró en grande apuro frente a su amo Carpóforo. Naturalmente, Hipólito supone que esto sucedió por malversación o mala administración de Calixto; pero no existe ningún Indicio que lo confirme; antes, por toda su conducta posterior, debemos más bien admitir que las pérdidas sufridas no se debieron a ninguna causa deshonrosa para Calixto.

Perseguido, pues, por su amo, logró Calixto escapar de Roma; pero fue alcanzado en Porto cuando intentaba huir por mar, y poco después se le impuso un denigrante castigo, propio de esclavos, obligándole a mover la rueda de un molino. Pero entretanto, como insistieran los acreedores para que se le pusiera en libertad, con la esperanza de poder recobrar sus pérdidas, hizo Carpóforo que le levantaran el castigo, y así intentó Calixto entablar negocios en una sinagoga de judíos; pero, temiendo éstos ser envueltos en sus engaños, reales o supuestos, le llevaron ante el prefecto de Roma, el cual le hizo azotar y le sentenció luego a ser deportado a las minas de Cerdeña.

Dejando a un lado, como sospechoso, todo lo que signifique mala conducta en Calixto, podemos afirmar, en conclusión, que durante estos años, como sucedía a las veces con los esclavos que se mostraban particularmente inteligentes y bien dotados, le encomendó su amo Carpóforo algún asunto delicado, y, habiendo salido mal, fuera de quien fuera la culpa, fue castigado a las minas de Cerdeña.

Y aquí comienza una nueva etapa en la vida del esclavo Calixto. Como en Cerdeña se encontraban multitud de cristianos condenados a los trabajos forzados de las minas, Calixto fue considerado como uno de ellos. Por esto, cuando, por el año 190, Marcia, la favorita del emperador Cómmodo, que era de corazón cristiana, obtuvo la libertad para los cristianos castigados en las minas de Cerdeña, vencidas algunas dificultades, consiguió también ser librado Calixto, y, al ser conducido a Roma, recibió la orden del papa Víctor (189-199) de permanecer en Ancio.

No se sabe con toda seguridad si ya desde un principio, siendo esclavo del cristiano Carpóforo, era cristiano, o si abrazó después el cristianismo, tal vez por el contacto con los deportados de Cerdeña. En todo caso, desde este momento aparece como cristiano, a las órdenes de los Romanos Pontífices. Tampoco aparece cuándo dejó de ser esclavo, recobrando públicamente su libertad. Si es que en realidad fue esclavo, como lo afirma Hipólito, a partir de su vuelta de Cerdeña, se presenta como cualquier otro hombre libre, desarrollando una actividad cada vez más intensa. Tampoco conocemos el motivo por el que el papa Víctor, al volver Calixto de Cerdeña hacia el año 190 ó 191, le ordenó que se retirara a Ancio. De hecho, allí se detuvo Calixto hasta el principio del pontificado de San Ceferino (199-217), aprovechando este tiempo de retiro para intensificar más y más su formación religiosa, preparándose para los grandes problemas para los que le destinaba la Providencia.

El papa Ceferino fue quien puso finalmente a Calixto en situación de poder realizar una obra positiva en beneficio de la Iglesia y dar claras pruebas de sus extraordinarias cualidades. Efectivamente, conociendo sus dotes naturales y los inagotables recursos de su ingenio, apenas elevado al Solio pontificio llamó a Calixto a Roma y le encargó de la catacumba de la vía Appia, que posteriormente recibió el nombre de San Calixto. Entonces, según suponen algunos, recibió oficialmentie la libertad, entregándose con toda su alma a la organización y embellecimiento de aquella catacumba, lo que constituye la primera de las importantes obras en que intervino este gran Papa.

Su principal empeño consistió en unificar las diversas partes iniciales, como eran la cripta de Lucina y otras existentes en sus proximidades, dando a todo el conjunto una extensión mayor y convirtiéndolo en el principal cementerio cristiano. Sobre todo, fue obra suya el destinar una de las partes principales de esta catacumba para sepultura de los Papas. Es lo que, desde entonces, se designó como Cripta de los Papas, donde fueron sepultados, durante todo el siglo III, todos los Romanos Pontífices, excepto Cornelio y el mismo Calixto. No es, pues, de maravillar que posteriormente este cementerio o catacumba fuera designado como cementerio o Catatumba de San Calixto. De hecho fue el primero que pasó a ser plena propiedad de la Iglesia. El mismo papa San Ceferino ordenó de diácono a Calixto y le tomó como su principal auxiliar y secretario.

Teniendo, pues, presentes las extraordinarias dotes personales de Calixto, a la muerte de San Ceferino, el año 217, fue elevado al Solio pontificio como su sucesor. Y, por cierto, las circunstancias eran bien difíciles para la Iglesia, por lo cual constituye un mérito muy especial de San Calixto el haber resuelto, con su autoridad pontificia, algunos problemas sumamente agitados durante su pontificado.

Dos fueron las cuestiones, a cuál más importante, en las que intervino el nuevo Papa, a las que va unido su nombre en la historia de la Iglesia: la cuestión dogmática sobre la Trinidad, representada por el sabelianismo, que afirmaba una unidad exagerada en la esencia divina y destruía la distinción de personas, y la cuestión del rigorismo exagerado de los montanistas o los defensores de Tertuliano. En ambos problemas tomó Calixto importantes decisiones, que marcaron el punto medio de la verdadera ortodoxia católica. Pero también en ambas cuestiones se aprovecha su rival Hipólito para calumniarlo y desacreditarlo ante la Iglesia universal.

Por lo que se refiere al problema del sabelianismo, es bien conocido el hecho de que, a fines del siglo II y principios del III, los discípulos de Noeto y Práxeas, y sobre todo Sabelio, defendían obstinadamente la teoría de la absoluta unidad de la substancia o esencia divina, de tal manera que no admitían en la Trinidad otra distinción que la meramente modal. Así, según Sabelio, el Hijo y el Espíritu Santo no eran más que diversas modalidades o, como él decía gráficamente, diversos rostros (prósopa) de la, esencia divina, con lo cual destruía por completo la Trinidad. Frente a un error tan craso y estridente levantáronse en Africa Tertuliano y en Roma Hipólito; pero, a! refutar éste aquellos errores, insistía de tal modo en la distinción del Hijo respecto del Padre, que parecía hablar de dos dioses o dos divinidades. Por eso los sabelianos le echaban en cara que, al quererlos refutar a ellos, defendía un biteísmo igualmente reprensible.

Así se explica que durante el pontificado del papa San Ceferino había reinado gran confusión en esta materia. Por esto se vió Calixto obligado a intervenir con decisión; pero en su impugnación del sabelianismo tomaba el término medio de la ortodoxia, sin aceptar la doctrina de Hipólito. Por esto, con su acostumbrado apasionamiento, le acusa éste de defender la doctrina sabeliana. En realidad no fue así, sino que rechazaba por un lado a Sabelio y por otro a Hipólito, sin determinar explícitamente en qué consistía la verdadera doctrina. Por esto Hipólito se levantó contra Calixto como antipapa y luchó tenazmente contra él: pero al fin, desterrado él mismo por la fe cristiana, reconoció su error, se reconcilió con el sucesor de San Calixto y murió mártir.

Entretanto San Calixto, bien informado de la peligrosa propaganda de los sabelianos, llamados también monarquianos o modelistas, lanzó la excomunión contra Sabelio y sus partidarios, pero al mismo tiempo, sin condenar propiamente a Hipólito, rechazó las teorías que tendían a subordinar al Logos, es decir, a Cristo, a Dios, con lo cual favorecían cierto dualismo en la divinidad, y juntamente se exponían al peligro de un verdadero subordinacianismo que niega la igualdad del Hijo con el Padre y, por consiguiente, su divinidad. Precisamente de esta tendencia se derivó despues el arrianismo.

Con semejante visión certera de las cosas, y con idéntica prudencia y energía, el papa San Calixto intervino en las cuestiones disciplinares y prácticas, suscitadas en este tiempo por el rigorismo de los montanistas, a los que se juntó luego el fogoso Tertuliano desde Cartago. Efectivamente, esta secta de fanáticos y rigoristas, capitaneada por Montano desde mediados del siglo II, so pretexto de aspirar a la mayor perfección y pureza de los cristianos ante la próxima venida o parusía del Señor, defendían el principio de que los que cometían ciertos pecados mayores, llamados capitales (apostasía, homicidio, fornicación o adulterio), no podían obtener perdón y por lo mismo dejaban de pertenecer a la Iglesia, pues estos pecados eran imperdonables, ya que la Iglesia no tenía poder para perdonarlos.

Pues bien: estos y semejantes principios rigoristas, que, por una parte, por su apariencia de mayor perfección, fascinaban a muchos incautos, y por otra eran fatales para la verdadera doctrina cristiana, adquirieron gran extensión e intensificaron su propaganda a principios del siglo lll, en que, con su apasionada y arrolladora elocuencia, se puso de su parte el gran escritor Tertuliano. Por esto el papa San Calixto se vió obligado a intervenir en favor de la misericordia de Dios para con los pecadores y del poder de la Iglesia de perdonar los pecados. Precisamente en este punto su contrincante y mortal enemigo Hipólito acusa a Calixto de un laxismo exagerado, llegando a lanzar contra él la calumnia de que admitía sin distinción a todos los tránsfugas de las sectas; que admitía entre los clérigos o los bígamos o casados por segunda vez, a los fornicarios, etc.

Despojando estas acusaciones de todo que es evidentemente exagerado y calumnioso, la realidad era que San Calixto trató de oponerse con toda energía a aquella corriente de extremado rigorismo que todo lo invadía, propugnando con decisión los principios de la verdadera misericordia e indulgencia cristiana. En la práctica defendió con todo empeño la doctrina ortodoxa, tan claramente expresada en el Evangelio, sobre el poder de la Iglesia de atar y desatar, es decir, conceder o no conceder el perdón de todos los pecados sin excepción, y, por consiguiente, estableció el principio de admitir a penitencia a los reos de apostasía o de pecados contra la carne que, verdaderamente arrepentidos y cumplidas las condiciones impuestas, acudieran en demanda de absolución.

Contra esta práctica, establecida, o mejor dicho, renovada por el papa Calixto, se levantó Tertuliano con su acostumbrada vehemencia, designándola como "decreto perentorio" del Papa, por el que se perdonaba a todos los adúlteros y fornicarios, En realidad, esto era sacar de quicio las cosas. No consta que Calixto publicara ningún edicto propiamente tal. Pero, fuera lo que fuera, lo que ordenó y la manera como creyó conveniente restablecer la práctica cristiana, en realidad, la disciplina que estableció, era la que respondía a la verdadera doctrina de la Iglesia. Por otra parte, al restablecer esta práctica, Calixto insistió siempre en que era la observada por la Iglesia desde un principio.

Tal fue, en conjunto, la actuación del gran papa San Calixto. El Líber Pontificalis le atribuye un decreto sobre el ayuno, pero no tenemos noticias ulteriores que confirmen o aclaren esta disposición pontificia. Su gloria descansa, por tanto, en el hecho de que, siendo un simple esclavo de nacimiento, por sus propios méritos se elevó a los más encumbrados cargos y aun al mismo Pontificado, y, además, en su extraordinario acierto en la organización de la catacumba que por lo mismo es conocida como de San Calixto, y en haber defendido el dogma católico frente a los sabelianos antitrinitarios, y la disciplina cristiana del perdón de los pecados contra el rigorismo montanista y de Tertuliano.

Dios premió los grandes méritos que había contraído con su iglesia concediéndole el honor de la palma del martirio, si bien no tenemos noticias ciertas sobre él. De hecho, la tradición, desde la más remota antigüedad, lo venera como mártir. Murió probablemente durante el reinado del emperador Alejandro Severo (222,235), el año 222; pues, aunque este emperador no persiguió a los cristianos, pudo originarse su martirio por algún arrebato popular promovido por los fanáticos paganos.

En torno a su muerte existen algunas tradiciones o leyendas antiguas que han dado ocasión a algunos monumentos, todavía existentes en nuestros días. Las actas de su martirio, compuestas en el siglo Vll, transmiten la leyenda de que, por efecto de la furia popular, fue arrojado por una ventana a un pozo en el Trastevere y su cuerpo sepultado con todo secreto en el vecino cementerio de Calepodio. Tal vez esto explique el hecho sorprendente de que el papa Calixto no fuera sepultado en el cementerio de su nombre, cuya "cripta de los Papas" él mismo había preparado y donde fueron enterrados los demás Romanos Pontífices del siglo III. Los cristianos, en medio de la revuelta producida con su martirio, lo enterraron en el lugar más próximo.

Muy pronto se levantó la preciosa Basílica de Santa María in Trastevere, iuxta Calixtum, atribuida al papa Julio I (337,352). Según De Rossi, es el primer ejemplo de una basílica construida junto al sepulcro de un mártir. La memoria de este Papa se conserva asimismo en aquel lugar por el Palacio de San Calixto.

BERNARDINO LLORCA, S. I.


Nació en Roma en uno de los barrios pobres. Fue esclavo y como tal, pasó una dura juventud y mocedad. Recorrió varios lugares donde llevó una vida muy dura. Una vez puesto en libertad se retiró cerca de Roma a una especie de desierto y allí pasó unos diez años entregado al estudio y a la meditación.

Maduró Calixto durante aquellos años y su nombre empezó a sonar entre los ambientes cristianos. Llegó hasta los oídos del Papa San Ceferino, quien le llamó a su presencia Quedó prendado de aquellas cualidades que aparecían visiblemente en aquel hombre maduro y conocedor profundo de la fe cristiana.

Reconociendo estas cualidades y su gran ingenio, le encomendó la ampliación y construcción en la Vía Appia del Cementerio o Catacumbas que después y para siempre llevarían su nombre.

Los cristianos de su tiempo reconocieron las ilustres cualidades que adornaban al diácono Calixto y no sólo en cuestiones financieras o de construcción de catacumbas, sino en el terreno de la ciencia, de prudencia, de piedad y de dotes de gobierno. Por ello al morir el Papa Ceferino pusieron los ojos en Calixto y lo eligieron para sucederle como Obispo de Roma y Sumo Pontífice.

Algunas herejías empezaban a pulular por aquel entonces y contra ellas luchó con valentía el nuevo Papa. Las dos principales eran éstas:

El "SABELIANISMO" que casi no ponía distinción entre las Personas de la Santísima Trinidad, con confusiones que rayaban en la herejía y los "MONTANISTAS" que eran los que defendían un rigorismo exagerado de costumbres y, sobre todo, con los que habían sido algo débiles durante las persecuciones y ahora querían volver, arrepentidos, a la Iglesia Católica. San Calixto siempre quiso ser más padre que juez. Más defensor que condenador. Esto le atrajo muchos insultos y contradicciones, pero siempre los soportó con gran entereza y gran caridad.

San Calixto estaba convencido de una verdad sobre todo: la bondad de Dios y su gran misericordia para con los pecadores arrepentidos. Tertuliano y sus secuaces se levantaron contra el Papa y le hicieron sufrir muchísimo, hasta que fue coronada su preciosa vida con la palma del martirio, que recibió probablemente el año 222.

13 oct 2015

Santo Evangelio 13 de Octubre 2015



Día litúrgico: Martes XXVIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 11,37-41): En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros».

«Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros»
Rev. D. Pedro IGLESIAS Martínez 
(Rubí, Barcelona, España)

Hoy, el evangelista sitúa a Jesús en un banquete: «Un fariseo le rogó que fuera a comer con él» (Lc 11,37). ¡En buena hora tuvo tal ocurrencia! ¡Qué cara debió poner el anfitrión cuando el invitado se saltó la norma ritual de lavarse (que no era un precepto de la Ley, sino de la tradición de los antiguos rabinos) y además les censuró contundentemente a él y a su grupo social!. El fariseo no acertó en el día, y el comportamiento de Jesús, como diríamos hoy, no fue “políticamente correcto”.

Los evangelios nos muestran que al Señor le importaba poco el “qué dirán” y lo “políticamente correcto”; por eso, pese a quien pese, ambas cosas no deben ser norma de actuación de quien se considere cristiano. Jesús condena claramente la actuación propia de la doble moral, la hipocresía que busca la conveniencia o el engaño: «Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad» (Lc 11,39). Como siempre, la Palabra de Dios nos interpela sobre usos y costumbres de nuestra vida cotidiana, en la que acabamos convirtiendo en “valores” patrañas que intentan disimular los pecados de soberbia, egoísmo y orgullo, en un intento de “globalizar” la moral en lo políticamente correcto, para no desentonar y no quedar marginados, sin que importe el precio a pagar, ni como ennegrezcamos nuestra alma, pues, a fin de cuentas, todo el mundo lo hace.

Decía san Basilio que «de nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás». Si somos testigos de Cristo, hemos de saber que la verdad siempre es y será verdad, aunque lluevan chuzos. Esta es nuestra misión en medio de los hombres con quienes compartimos la vida, procurando mantenernos limpios según el modelo de hombre que Dios nos revela en Cristo. La limpieza del espíritu pasa por encima de las formas sociales y, si en algún momento nos surge la duda, recordemos que los limpios de corazón verán a Dios. Que cada uno elija el objetivo de su mirada para toda la eternidad.

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