26 jul 2025

Santo Evangelio 26 de julio 2025

  


Texto del Evangelio (Mt 13,24-30):

 En aquel tiempo, Jesús propuso a las gentes otra parábola, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’. Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto’. Dícenle los siervos: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’. Díceles: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero’».



«Dejad que ambos crezcan juntos»


Rev. D. Manuel SÁNCHEZ Sánchez

(Sevilla, España)

Hoy consideramos una parábola que es ocasión para referirse a la vida de la comunidad en la que se mezclan, continuamente, el bien y el mal, el Evangelio y el pecado. La actitud lógica sería acabar con esta situación, tal como lo pretenden los criados: «¿Quieres que vayamos a recogerla?» (Mt 13,28). Pero la paciencia de Dios es infinita, espera hasta el último momento —como un padre bueno— la posibilidad del cambio: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega» (Mt 13,30).

Una realidad ambigua y mediocre, pero en ella crece el Reino. Se trata de sentirnos llamados a descubrir las señales del Reino de Dios para potenciarlo. Y, por otro lado, no favorecer nada que ayude a contentarnos en la mediocridad. No obstante, el hecho de vivir en una mezcla de bien y mal no debe impedir el avanzar en nuestra vida espiritual; lo contrario sería convertir nuestro trigo en cizaña. «Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13,27). Es imposible crecer de otro modo, ni podemos buscar el Reino en ningún otro lugar que en esta sociedad en la que estamos. Nuestra tarea será hacer que nazca el Reino de Dios.

El Evangelio nos llama a no dar crédito a los “puros”, a superar los aspectos de puritanismo y de intolerancia que puedan haber en la comunidad cristiana. Fácilmente se dan actitudes de este tipo en todos los colectivos, por sanos que intenten ser. Encarados a un ideal, todos tenemos la tentación de pensar que unos ya lo hemos alcanzado, y que otros están lejos. Jesús constata que todos estamos en camino, absolutamente todos.

Vigilemos para no dejar que el maligno se cuele en nuestras vidas, cosa que ocurre cuando nos acomodamos al mundo. Decía santa Ángela de la Cruz que «no hay que dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera de hacer las cosas, que son un tesoro escondido; son las que nos abrirán las puertas del cielo». Que la Santísima Virgen María nos conceda acomodarnos sólo al amor.

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Jaculatoria

 




25 jul 2025

Santo Evangelio 25 de julio 2025

  


Texto del Evangelio (Mt 20,20-28):

 En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».



«¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?»


Mons. Octavio RUIZ Arenas Secretario del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización

(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, el episodio que nos narra este fragmento del Evangelio nos pone frente a una situación que ocurre con mucha frecuencia en las distintas comunidades cristianas. En efecto, Juan y Santiago han sido muy generosos al abandonar su casa y sus redes para seguir a Jesús. Han escuchado que el Señor anuncia un Reino y que ofrece la vida eterna, pero no logran entender todavía la nueva dimensión que presenta el Señor y, por ello, su madre va a pedir algo bueno, pero que se queda en las simples aspiraciones humanas: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino» (Mt 20,21).

De igual manera, nosotros escuchamos y seguimos al Señor, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, pero no siempre logramos entender a cabalidad su mensaje y nos dejamos llevar por intereses personales o ambiciones dentro de la Iglesia. Se nos olvida que al aceptar al Señor, tenemos que entregarnos con confianza y de manera plena a Él, que no podemos pensar en obtener la gloria sin haber aceptado la cruz.

La respuesta que les da Jesús pone precisamente el acento en este aspecto: para participar de su Reino, lo que importa es aceptar beber de su misma «copa» (cf. Mt 20,22), es decir, estar dispuestos a entregar nuestra vida por amor a Dios y dedicarnos al servicio de nuestros hermanos, con la misma actitud de misericordia que tuvo Jesús. El Papa Francisco, en su primera homilía, recalcaba que para seguir a Jesús hay que caminar con la cruz, pues «cuando caminamos sin la cruz, cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor».

Seguir a Jesús exige, por consiguiente, gran humildad de nuestra parte. A partir del bautismo hemos sido llamados a ser testigos suyos para transformar el mundo. Pero esta transformación sólo la lograremos si somos capaces de ser servidores de los demás, con un espíritu de gran generosidad y entrega, pero siempre llenos de gozo por estar siguiendo y haciendo presente al Señor.

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Jaculatoria

 


CATEQUESIS DE LOS RITOS QUE SIGUEN AL BAUTISMO



 Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios

(Núms. 29-30. 34-35. 37. 42: SC 25 bis, 172-178)

CATEQUESIS DE LOS RITOS QUE SIGUEN AL BAUTISMO


Al salir de la piscina bautismal, fuiste al sacerdote. Considera lo que vino a continuación. Es lo que dice el salmista: Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón. Es el ungüento del que dice el Cantar de los cantares: Tu nombre es como un bálsamo fragante, y de ti se enamoran las doncellas. ¡Cuántas son hoy las almas renovadas que, llenas de amor a ti, Señor Jesús, te dicen: Arrástranos tras de ti; correremos tras el olor de tus vestidos, atraídas por el olor de tu   esurrección! Esfuérzate en penetrar el significado de este rito, porque el sabio lleva los ojos en la cara. Este ungüento va bajando por la barba, esto es, por tu juventud renovada, y por la barba de Aarón, porque te convierte en raza elegida, sacerdotal, preciosa. Todos, en efecto, somos ungidos por la gracia del Espíritu para ser miembros del reino de Dios y formar parte de su sacerdocio. Después de esto, recibiste la vestidura blanca, como señal de que te habías despojado de la envoltura del pecado y te habías vestido con la casta ropa de la inocencia, de conformidad con lo que dice el salmista: Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. En efecto, tanto la ley antigua como el Evangelio aluden a la limpieza espiritual del que ha sido bautizado: la ley antigua, porque Moisés roció con la sangre del cordero, sirviéndose de un ramo de hisopo; el Evangelio, porque las vestiduras de Cristo eran blancas como la nieve, cuando mostró la gloria de su resurrección. Aquel a quien se le perdonan los pecados queda más blanco que la nieve. Por esto, dice el Señor por boca de Isaías: Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

La Iglesia, engalanada con estas vestiduras, gracias al baño del segundo nacimiento, dice con palabras del Cantar de los cantares: Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén. Morena por la fragilidad de su condición humana, hermosa por la gracia; morena porque consta de hombres pecadores, hermosa por el sacramento de la fe. Las muchachas de Jerusalén, estupefactas al ver estas vestiduras, dicen: "¿Quién es ésta que sube resplandeciente de blancura? Antes era morena, ¿de dónde esta repentina blancura?" Y Cristo, al contemplar a su Iglesia con blancas vestiduras -él, que por su amor tomó un traje sucio, como dice el libro del profeta Zacarías-, al contemplar el alma limpia y lavada por el baño de regeneración, dice: ¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas, bajo cuya apariencia bajó del cielo el Espíritu Santo. Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo, el Señor, te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol.


24 jul 2025

Santo Evangelio 24 de julio 2025

 



 Texto del Evangelio (Mt 13,10-17):

 En aquel tiempo, acercándose los discípulos dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’.

»¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».



«¡... dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!»


Rev. D. Manel MALLOL Pratginestós

(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, recordamos la "alabanza" dirigida por Jesús a quienes se agrupaban junto a Él: «¡dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» (Mt 13,16). Y nos preguntamos: ¿Van dirigidas también a nosotros estas palabras de Jesús, o son únicamente para quienes lo vieron y escucharon directamente? Parece que los dichosos son ellos, pues tuvieron la suerte de convivir con Jesús, de permanecer física y sensiblemente a su lado. Mientras que nosotros nos contaríamos más bien entre los justos y profetas -¡sin ser justos ni profetas!- que habríamos querido ver y oír.

No olvidemos, sin embargo, que el Señor se refiere a los justos y profetas anteriores a su venida, a su revelación: «Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron» (Mt 13,17). Con Él llega la plenitud de los tiempos, y nosotros estamos en esta plenitud, estamos ya en el tiempo de Cristo, en el tiempo de la salvación. Es verdad que no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero sí le hemos conocido y le conocemos. Y no hemos escuchado su voz con nuestros oídos, pero sí que hemos escuchado y escuchamos sus palabras. El conocimiento que la fe nos da, aunque no es sensible, es un auténtico conocimiento, nos pone en contacto con la verdad y, por eso, nos da la felicidad y la alegría.

Agradezcamos nuestra fe cristiana, estemos contentos de ella. Intentemos que nuestro trato con Jesús sea cercano y no lejano, tal como le trataban aquellos discípulos que estaban junto a Él, que le vieron y oyeron. No miremos a Jesús yendo del presente al pasado, sino del presente al presente, estemos realmente en su tiempo, un tiempo que no acaba. La oración -hablar con Dios- y la Eucaristía -recibirle- nos aseguran esta proximidad con Él y nos hacen realmente dichosos al mirarlo con ojos y oídos de fe. «Recibe, pues, la imagen de Dios que perdiste por tus malas obras» (San Agustín).


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LA MUJER TEMEROSA DEL SEÑOR

 


Del libro de los Proverbios 31, 10-31

LA MUJER TEMEROSA DEL SEÑOR


Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida.

Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Es como nave mercante que importa el grano de lejos. Todavía de noche se levanta para dar la comida a los criados.

Examina un terreno y lo compra, con lo que ganan sus manos planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Le saca gusto a su tarea y aun de noche no se apaga su lámpara. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca.

Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Si nieva, no teme por la servidumbre, porque todos los criados llevan trajes forrados. Confecciona mantas para su uso, se viste de lino y de holanda. En la plaza su marido es respetado, cuando se sienta entre los jefes de la ciudad. Teje sábanas y las vende, provee de cinturones a los comerciantes.

Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad. Vigila la conducta de sus criados, no come su pan de balde.

Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza: «Muchas mujeres reunieron riquezas, pero tú las ganas a todas.» Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza

23 jul 2025

Santo Evangelio 23 de julio 2025

  


Texto del Evangelio (Mt 13,1-9):

 En aquel tiempo, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga».



«Una vez salió un sembrador a sembrar»


P. Julio César RAMOS González SDB

(Mendoza, Argentina)

Hoy, Jesús —en la pluma de Mateo— comienza a introducirnos en los misterios del Reino, a través de esta forma tan característica de presentarnos su dinámica por medio de parábolas.

La semilla es la palabra proclamada, y el sembrador es Él mismo. Éste no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la mejor de las cosechas. Él ha venido para que todos «tengan vida y la tenga en abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no escatima en desparramar puñados generosos de semillas, sea «a lo largo del camino» (Mt 13,4), como en «el pedregal» (v. 5), o «entre abrojos» (v. 7), y finalmente «en tierra buena» (v. 8).

Así, las semillas arrojadas por generosos puños producen el porcentaje de rendimiento que las posibilidades “toponímicas” les permiten. El Concilio Vaticano II nos dice: «La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).

«Los que escuchan con fe», nos dice el Concilio. Tú estás habituado a escucharla, tal vez a leerla, y quizá a meditarla. Según la profundidad de tu audición en la fe, será la posibilidad de rendimiento en los frutos. Aunque éstos vienen, en cierta forma, garantizados por la potencia vital de la Palabra-semilla, no es menor la responsabilidad que te cabe en la atenta audición de la misma. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).

Pide hoy al Señor el ansia del profeta: «Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos» (Jr 15,16).


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De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios

 


De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios

(Homilía 25,1-2. 4-5: PL ?6,1189-1193)

ARDÍA EN DESEOS DE CRISTO, A QUIEN PENSABA QUE SE LO HABÍAN LLEVADO


María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade, a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿Por qué lloras? ¿a quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús le dice: "¡María!" Después de haberla llamado con el nombre genérico de "mujer", sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:

"Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial.

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: "Rabboni", es decir: "Maestro", ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

22 jul 2025

Jaculatoria

 


Santo Evangelio 22 de Julio 2025

 



 Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18):

 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.



«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy celebramos con gozo a santa María Magdalena. ¡Con gozo y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien podría ser el nuestro. La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy lejos… En efecto, en el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”. Aquella mañana, Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella también era hija de Dios.

En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve” también al Padre, al Señor.

Por otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la Biblia llama conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto). ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un paso reiterado en nuestras vidas?

En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes para su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe, porque ni escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de san Juan aparece claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…)». En aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor (le basta escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. «En la mañana de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18)» (Papa Francisco).

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De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios



De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios

(Caps. 6,1-9,2: Funk 1,195-199)

UNA SOLA ORACIÓN Y UNA SOLA ESPERANZA EN LA CARIDAD Y EN LA SANTA ALEGRÍA


Como en las personas de vuestra comunidad, que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos se manifestó en estos últimos tiempos. Así pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.

Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él -nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles-, así también vosotros, nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto. No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo. Por eso, justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había enviado.

Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el Domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su Maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.

21 jul 2025

Santo Evangelio 21 de Julio 2025

 



 Texto del Evangelio (Mt 12,38-42):

 En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».



«Maestro, queremos ver una señal hecha por ti»


P. Joel PIRES Teixeira

(Faro, Portugal)

Hoy, Jesús es puesto a prueba por «algunos escribas y fariseos» (Mt 12,38; cf. Mc 10,12), que se sienten amenazados por la persona de Jesús, no por razones de fe, sino de poder. Con miedo a perder su poder, procuran desacreditar a Jesús, provocándolo. Estos “algunos” muchas veces somos nosotros mismos, cuando nos dejamos llevar por nuestros egoísmos e intereses individuales. O también cuando miramos a la Iglesia como una realidad meramente humana y no como un proyecto del amor de Dios hacia cada uno de nosotros.

La respuesta de Jesús es clara: «Ninguna señal les será dada» (cf. Mt 12,39), no por miedo, sino para enfatizar y recordar que las “señales” son la relación de comunicación y amor entre Dios y la humanidad; no se trata de una relación de intereses y poderes individuales. Jesús recuerda que hay muchas señales dadas por Dios; y que no es provocándole o chantajeándole como se consigue llegar a Él.

Jesús es la señal más grande. En este día la Palabra es una invitación para que cada uno de nosotros comprenda, con humildad, que sólo un corazón convertido, vuelto hacia Dios, puede acoger, interpretar y ver esta señal que es Jesús. La humildad es la realidad que nos acerca no solamente a Dios, sino también a la humanidad. Por la humildad reconocemos nuestras limitaciones y virtudes, pero sobre todo vemos a los otros como hermanos y a Dios como Padre.

Como nos recordaba el Papa Francisco, «¡El Señor es verdaderamente paciente con nosotros! No se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos». Por eso, a pesar de nuestras faltas y provocaciones, el Señor está con los brazos abiertos para acoger y recomenzar. Procuremos, por tanto, que nuestra vida, y hoy en particular, esta palabra se haga realidad en nosotros. La alegría del cristiano está en ser reconocido por el amor que se ve en su vida, amor que brota de Jesús.

20 jul 2025

Santo Evangelio 20 de Julio 2025

 



 Texto del Evangelio (Lc 10,38-42):

 En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».



«Hay necesidad (...) de una sola [cosa]»


Rev. D. Bernat GIMENO i Capín

(Barcelona, España)

Hoy vemos a un Jesús tan divino como humano: está cansado del viaje y se deja acoger por esta familia que tanto ama, en Betania. Aprovechará la ocasión para hacernos saber qué es “lo más importante”.

En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.

A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.

Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.

Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de san Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).


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Jaculatoria

 


Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios

 


Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios

(Núms. 52-54. 58: SC 25 bis, 186-188. 190)

ESTE SACRAMENTO QUE RECIBES SE REALIZA POR LA PALABRA DE CRISTO


Vemos que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún hacemos cálculos sobre los efectos de la bendición proferida en nombre de Dios. Si la bendición de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la misma consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y Salvador en persona? Porque este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. Y, si la palabra de Elías tuvo tanto poder que hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo para cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas las cosas, leemos que él lo dijo, y existieron, él lo mandó, y surgieron. Por tanto, si la palabra de Cristo pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que ya existe? Mayor poder supone dar el ser a lo que no existe que dar un nuevo ser a lo que ya existe. Mas, ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo que aconteció en su propia persona, y los misterios de su encarnación nos servirán de base para afirmar la verdad del misterio. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden natural. Y lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne. El mismo Señor Jesús afirma: Esto es mi cuerpo. Antes de las palabras de la bendición celestial, otra es la realidad que se nombra; después de la consagración, es significado el cuerpo de Cristo. Lo mismo podemos decir de su sangre: Antes de la consagración, otro es el nombre que recibe; después de la consagración, es llamada sangre. Y tú dices: "Amén", que equivale a decir: "Así es". Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente. Por esto, la Iglesia, contemplando la grandeza del don divino, exhorta a sus hijos y miembros de su familia a que acudan a los sacramentos, diciendo: Comed, mis familiares, bebed y embriagaos, hermanos míos. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis amigos. Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña en otro lugar el Espíritu Santo por boca del salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. En este sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un alimento material, sino espiritual. Por ello, dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura del mismo; que nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual, y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, el cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es un cuerpo espiritual y divino, ya que Cristo es espíritu, tal como leemos: El espíritu ante nuestra faz, Cristo, el Señor. Y en la carta de Pedro leemos también: Cristo murió por vosotros. Finalmente, este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida alegra el corazón del hombre, como recuerda el salmista.