23 nov 2019

Santo Evangelio 23 de Noviembre 2019



Día litúrgico: Sábado XXXIII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer». 

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven». 

Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.


«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Rev. D. Ramon CORTS i Blay 
(Barcelona, España)

Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).

Tu Espíritu de Amor...



Tu Espíritu de Amor...

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Tu Espíritu de Amor, tu don divino,
sólo pido, Señor que me posea
aquel Soplo que todo lo recrea
Aquel que me acompaña en el camino.

Sólo pido Señor tu Santo fuego
la llama de bondad que me enamora
el torrente que todo lo devora
el hálito de Amor en el que espero.

Sólo pido Señor tener tu llama
arder en el fulgor que el mundo crea
quemarme en el Amor que me renueva
fundirme en la presencia que me ama.

Sólo piso Jesús su santo vuelo
el soplo de tu brisa en mi desierto
sin Él sólo hay dolor, todo está muerto
tu Soplo es el Amor que tanto anhelo.

Sólo pido Señor tu llama viva
la miel de tu panal, tener tu gozo
sólo pido el aliento del Esposo
Aquel a quien entrego mi alma y vida.


22 nov 2019

Santo Evangelio 22 de noviembre 2019




Día litúrgico: Viernes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.


«Mi casa será casa de oración»

P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat 
(Montserrat, Barcelona, España)

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» («Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.



Tú en mi y yo en Ti



Tú en mi y yo en Ti

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Tú en mi y yo en Ti,
unión de Amor y soledad vivida
te elijo para mí
alma fiel y cautiva
te elijo para darte mi agua viva.

Unión de amor en mí
entrega de la paz definitiva
por siempre te elegí
paloma embellecida
en la luz que en mi hoguera está encendida.

Camina en mi pasión
peregrina mi senda en Amor puro
se encienda en ti mi canción
Yo soy tu puerto seguro
navega aunque te cubra un cielo oscuro.

Yo soy tu consolación,
tu senda, tu camino y derrotero
entrega sin condición
que te lleva al mundo entero
anuncio del Amor en que me entrego.

Camina en mi salvación
mi Palabra en tu sed se hace presencia
pongo en tus labios la unción
la fuente de mi clemencia
el bálsamo que sana tu indigencia.

21 nov 2019

Santo Evangelio 21 de Noviembre 2019



Día litúrgico: Jueves XXXIII del tiempo ordinario

21 de Noviembre: La Presentación de la Santísima Virgen María

Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

«¡Si (...) tú conocieras en este día el mensaje de paz!»

Rev. D. Blas RUIZ i López 
(Ascó, Tarragona, España)

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.

Tu cuerpo flagelado


Tu cuerpo flagelado

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Tu cuerpo flagelado,
deshecho y mal herido,
el cuerpo de un Amor que se ha hecho entrega,
el cuerpo torturado
del hombre envilecido
que asume la miseria y la supera.

La sangre de tus venas
es sangre de una aurora
que nace en la pasión que la contiene
y rompe las cadenas
del tiempo que devora
del hombre que en tu casa se mantiene.

Cordero inmaculado
que entregas sin medida
la vida en que renuevo mi inocencia
tu cuerpo torturado
es pan que da la vida
es pascua que se vuelve permanencia.

Te entregas para darme
la vida que no pasa,
tu Espíritu de paz y de consuelo
te entregas por salvarme
llevándome a tu casa
al banquete, anticipo de tu cielo.




20 nov 2019

Santo Evangelio 20 de noviembre 2019



Día litúrgico: Miércoles XXXIII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’. 

»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.

»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’».

Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.

«Negociad hasta que vuelva»

P. Pere SUÑER i Puig SJ 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.

El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).

Tengo sed de adoración

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Tengo sed de adoración

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Tengo sed de adoración
de la luz que ilumina el rostro Santo
sumergirme en oración
y fundirme con el canto
del jilguero que envuelves con tu manto.

Ser humilde postración
a tus pies, Dios bendito, estar tendido,
ser alma de la canción
que te ofrezco confundido
en humo del incienso que he ofrecido.

Dame tú la devoción
que se encienda mi espíritu en el frío
y te ofrezca su emoción
con la alabanza del río
que se encuentra en tu pecho sumergido.

Dame Tú la santa unción
del fuego que devora en el encuentro
y se encienda en tu pasión
la hoguera que arde en el centro 
del himno que se inmola en su lamento.

Escucha mi petición
Señor que en el altar me has regalado
la fuente de salvación
Santo Cordero inmolado
dejándome, a tus pies, enamorado.






19 nov 2019

Santo Evangelio 19 de noviembre 2019



Día litúrgico: Martes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. 

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».


«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»

Rev. D. Enric RIBAS i Baciana 
(Barcelona, España)

Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: «Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5).

Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado. Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con Él y de invitarle a entrar en mi interior, para que Él pueda decir también de mí: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10).

Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.

Decía san Máximo: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Que Él me ayude hoy a hacerlo realidad.

Te alabo y te bendigo



Te alabo y te bendigo

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv



Te alabo y te bendigo
Señor de mi pobreza
de mi servicio indigno y cotidiano
del tiempo en que te sigo
teniendo mi riqueza
en las obras que brotan de tus manos.

Te alabo y te bendigo
Señor de mi esperanza
por todo tu cuidado en mi desvelo
estás siempre conmigo
te entrego mi alabanza
eres mi luz, mi bien y mi consuelo.

Te alabo y te bendigo
por la misericordia
con que tu mano firme me sostiene
yo quiero estar contigo
grabarte en mi memoria
tan sólo tu mirada me conviene.

Te alabo y te bendigo
Señor de mis auroras
amparo de mis noche y tormentas
mi beatitud y abrigo
Oh sol que me enamoras
de Ti mi vida sólo se alimenta.

18 nov 2019

Santo Evangelio 18 de noviembre 2019



Día litúrgico: Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.


«Tu fe te ha salvado»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).

A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”, querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 18,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.

Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y... Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.

Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto de Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!

«El Reino de Dios está cerca»

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«El Reino de Dios está cerca»

+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas 
(Barcelona, España)

Hoy Jesús nos invita a mirar cómo brota la higuera, símbolo de la Iglesia que se renueva periódicamente gracias a aquella fuerza interior que Dios le comunica (recordemos la alegoría de la vid y los sarmientos, cf. Jn 15): «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,29-30).

El discurso escatológico que leemos en estos días, sigue un estilo profético que distorsiona deliberadamente la cronología, de manera que pone en el mismo plano acontecimientos que han de suceder en momentos diversos. El hecho de que en el fragmento escogido para la liturgia de hoy tengamos un ámbito muy reducido, nos da pie a pensar que tendríamos que entender lo que se nos dice como algo dirigido a nosotros, aquí y ahora: «No pasará esta generación hasta que todo esto suceda» (Lc 21,32). En efecto, Orígenes comenta: «Todo esto puede suceder en cada uno de nosotros; en nosotros puede quedar destruida la muerte, definitiva enemiga nuestra».

Yo quisiera hablar hoy como los profetas: estamos a punto de contemplar un gran brote en la Iglesia. Ved los signos de los tiempos (cf. Mt 16,3). Pronto ocurrirán cosas muy importantes. No tengáis miedo. Permaneced en vuestro sitio. Sembrad con entusiasmo. Después podréis recoger hermosas gavillas (cf. Sal 126,6). Es verdad que el hombre enemigo continuará sembrando cizaña. El mal no quedará separado hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,30). Pero el Reino de Dios ya está aquí entre nosotros. Y se abre paso, aunque con mucho esfuerzo (cf. Mt 11,12).

El Papa San Juan Pablo II nos lo decía al inicio del tercer milenio: «Duc in altum» (cf. Lc 5,4). A veces tenemos la sensación de no hacer nada provechoso, o incluso de retroceder. Pero estas impresiones pesimistas proceden de cálculos demasiado humanos, o de la mala imagen que malévolamente difunden de nosotros algunos medios de comunicación. La realidad escondida, que no hace ruido, es el trabajo constante realizado por todos con la fuerza que nos da el Espíritu Santo.

17 nov 2019

Santo Evangelio 17 de noviembre 2019



Día litúrgico: Domingo XXXIII (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,5-19): En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». 

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». 

Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».


«Mirad, no os dejéis engañar»

+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach 
(Vilamarí, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos habla de la última venida del Hijo del hombre. Se acerca el final del año litúrgico y la Iglesia nos presenta la parusía, y al mismo tiempo quiere que pensemos en nuestras postrimerías: muerte, juicio, infierno o cielo. El fin de un viaje condiciona su realización. Si quieres ir al infierno, te podrás comportar de una manera determinada de acuerdo con el término de tu viaje. Si escoges el cielo, habrás de ser coherente con la Gloria que quieres conquistar. Siempre, libremente. Al infierno no va nadie por la fuerza; ni al cielo, tampoco. Dios es justo y da a cada uno lo que se ha ganado, ni más ni menos. No castiga ni premia arbitrariamente, movido por simpatías o antipatías. Respeta nuestra libertad. Sin embargo, hay que tener presente que al salir de este mundo la libertad ya no podrá escoger. El árbol permanecerá tendido por el lado en que haya caído.

«Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección» (Catecismo de la Iglesia n. 1033).

¿Te imaginas la grandiosidad del espectáculo? Los hombres y las mujeres de todas las razas y de todos los tiempos, con nuestro cuerpo resucitado y nuestra alma compareceremos delante de Jesucristo, que presidirá el acto con gran poder y majestad. Vendrá a juzgarnos en presencia de todo el mundo. Si la entrada no fuera gratuita, valdría la pena... Entonces se sabrá la verdad de todos nuestros actos interiores y exteriores. Entonces veremos de quién son los dineros, los hijos, los libros, los proyectos y las demás cosas: «No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Día de alegría y de gloria para unos; día de tristeza y de vergüenza para otros. Lo que no quieras que aparezca públicamente, ahora te es posible eliminarlo con una confesión bien hecha. No puedes improvisar un acto tan solemne y comprometedor. Jesús nos lo advierte: «Mirad, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). ¿Estás preparado ahora?

Mensaje de esperanza

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MENSAJE DE ESPERANZA

Por José María Martín, OSA

1.-- Personas esperanzadas y esperanzadoras. La palabra de Dios nos habla del final de los tiempos con una literatura apocalíptica, que no hay que entender al pie de la letra. Tanto el evangelio como la primera lectura del profeta Malaquías nos hablan de catástrofe, enfrentamientos, divisiones, guerra y destrucción. Sin embargo, lo importante es el mensaje final en ambas lecturas: "iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas", "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". Es un mensaje de esperanza, el juicio será para la salvación, no para la condenación. Ya está demasiado lleno el mundo de agoreros, el cristiano tiene que ser portador de esperanza y perseverar confiando, siempre en el Señor. Y mientras tanto, no quedarse con los brazos cruzados, esperando el fin del mundo como les ocurría a los fieles de la iglesia de Tesalónica. Pablo les insta a trabajar para ganarse el pan de cada día. Es así como Dios nos quiere, como personas esperanzadas y esperanzadoras, consciente de su misión de transformar este mundo hasta convertirlo en el auténtico Reino de Dios.

2.-- "En espíritu y en verdad". Para los judíos del tiempo de Jesús el Templo de Jerusalén representaba la seguridad. Con tal de cumplir las leyes y acudir al Templo se "justificaban" ante Dios. Era para ellos el fundamento de su práctica religiosa. Jesús se atreve a decir que no quedará de él piedra sobre piedra. Cuando Lucas escribe su evangelio ya se ha producido la destrucción del Templo de Jerusalén. Fue el emperador Tito quien ordenó que fuera arrasado en el año 70. Por tanto, lo que se narra como algo apocalíptico, como algo que va a suceder, en realidad ya se ha producido. Pero lo importante es la enseñanza que quiere dar el evangelista. El Templo no es lo importante, tampoco el mero cumplimiento de la ley, pues Jesús predicó que no es Jerusalén ni en Garizín donde debemos dar culto a Dios, sino "en espíritu y en verdad". En nuestra religión cristiana también nos hemos montado "otros templos", otras normas que nos "aseguran la salvación". Es más fácil pedir que te digan qué es lo que tienes que cumplir y asegurar así la salvación, que identificarse con Cristo, dejar que Él te transforme y estar dispuesto a seguirle con todas las consecuencias. Lo primero no cuestiona tu vida, lo segundo transforma tu vida y te convierte en hombre nuevo. La fe es una aventura arriesgada y emocionante, no es un cumplimiento cómodo y seguro de normas sin implicación de tu persona.

3- ¿Cuál es la clave de tu vida cristiana? En clave "religiosa" se llega a la religión por tradición o herencia; en clave de "fe", se llega por decisión personal y libre. La religión puede convertirse en una forma de pensar que acomodo a mi vida, o bien es una forma de vivir que me compromete. En clave religiosa la referencia soy yo y mis necesidades; en clave de fe la referencia es Jesús y estoy dispuesto a hacer su voluntad. Las verdades pueden convertirse en simples doctrinas que hay que saber, sin embargo para el seguidor de Jesús la única verdad es Jesús y la escucha de su Palabra. Puedo ser un cristiano que considera el culto como un conjunto de ritos a los que hay que asistir, o por el contrario para mí el culto es la celebración gozosa de la experiencia de Jesús en mi vida. Puedo considerar la Ley como un conjunto de normas que hay que cumplir, o darme cuenta de que la auténtica Ley del cristiano es vivir en el amor. La Iglesia puede ser para mí una institución jurídica, o más bien una comunidad de hermanos. ¿Es para ti la fe un seguro de vida, o es un regalo, un don gratuito de Dios que celebras con entusiasmo? Pregúntate: ¿en qué clave se sitúa tu vida cristiana, en la "religiosa", o en la de la "fe"?