Los intereses de Cristo
Podemos resumir los intereses de nuestro Señor Jesucristo en dos: el celo por Su Padre celestial y el amor por las almas.
Por: Padre Sergio Larumbe | Fuente: Catholic.net
Cristo se encarnó por mí
Jesús nos pertenece. Él mismo se encarnó y nació por nosotros y se dignó ponerse a nuestra disposición: Él mismo dijo Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt. 9,13). Y nos ama con un amor que no hay lengua que pueda expresar. Cristo vino a dar la vida por nosotros: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Nada nos ha negado Jesús. Ahora debemos preguntarnos ¿qué hemos hecho por quien tanto trabajó en nuestro provecho? Amor con amor se paga.
Podemos resumir los intereses de nuestro Señor Jesucristo en dos: el celo por Su Padre celestial y el amor por las almas.
El Celo por el Padre
El celo por el Padre: Tenemos el claro ejemplo de la expulsión de los mercaderes del templo: Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará (Jn. 2,15-17). Además Cristo siempre hablaba del Padre. Era su tema central.
Amor por las almas
Tenía un gran interés y deseo por llevarlas al Padre y como fruto de su pasión tenía un deseo de que no ofendan a Dios con sus faltas. De hecho no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos, como se dice en el evangelio de San Juan: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13) y Cristo la dio cuando todavía nosotros éramos enemigos suyos: Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! (Rm. 5,10).
Su gran Interés
Por eso que su gran interés es que evitemos todo pecado para así llevarnos al Padre: Este es otro de los grandes intereses de Jesús. Todo pecado que evitemos, aunque sólo sea venial, es una grande obra para los intereses de Jesús. Nos convenceremos de ello recordando que si con una leve mentira pudiésemos cerrar para siempre el infierno, salvando todas las almas que hay en él, acabar con el purgatorio y hacer que todo el humano linaje se igualase en santidad a San Pedro y San Pablo, todavía no nos sería lícito cometer bajo ningún concepto esa ligera falta; pues más perdería la gloria de Dios con dicha culpa liviana, que cuanto pudiese ganar en la justificación y salvación de todo el universo mundo. ¡Que obra, pues, tan grande no será para los intereses de Jesús impedir un solo pecado mortal! Y cuán fácil cosa es evitarle! Si cada noche, antes de acostarnos, suplicásemos a nuestra dulcísima Señora tuviese la dignación de ofrecer a Dios la Preciosísima Sangre de su hijo para estorbar en cualquier parte del mundo, durante la noche, un solo pecado mortal, y renovásemos luego por la mañana la misma súplica por todas las horas del día, seguramente una ofrenda hecha por semejantes manos, obtendría la gracia deseada. Cada uno podría probablemente evitar así todos los años setecientos treinta pecados mortales; y si mil de nosotros hiciésemos iguales ofrecimientos, y perseverásemos en ellos por veinte años, lo cual sería fácil y nos colmaría al propio tiempo de inefables méritos, ascendería la suma de culpas graves que impidiésemos a más de catorce millones. Si suponemos ahora que todos los miembros de la Confraternidad practicásemos lo mismo, tendríamos entonces que multiplicar la suma anterior por cuarenta; y La omisión de quinientos sesenta millones de pecados mortales sería la ofrenda anual de nuestra Confraternidad a la Pasión de Nuestro Señor. En igual proporción prosperarían los intereses de Jesús, y cuán dichosos, inmensamente dichosos, no seríamos entonces nosotros. Aumentamos igualmente el fruto de la Pasión de nuestro Redentor adorable cada vez que conseguimos, llegue uno al Tribunal de la Penitencia a confesar sus culpas, aunque no sean sino veniales: aumentamos ese mismo fruto bendito con todo acto de contrición que hagan los hombres por mediación nuestra, y con cada plegaria que dirijamos a Dios para alcanzarles la gracia de obtenerla: nos da idéntico resultado toda ligera mortificación o penitencia que inspiremos a los demás. Y todo esfuerzo de nuestra parte para fomentar la Comunión frecuente entre nuestros hermanos: y cuando inducimos al pueblo a tomar parte en la devoción a la Pasión de Nuestro Señor, a leer o meditar sobre ella, ¿qué otra cosa estamos haciendo sino acrecentar los intereses de Jesús? Cierta persona aseguraba, y si la memoria no me es infiel, era Alberto Magno, que una sola lágrima derramada sobre los sufrimientos de Nuestro Señor tenía más mérito delante de los divinos ojos que un año entero de ayunos a pan y agua. ¡Cuál no será, pues, el valor de hacer que los demás giman con nosotros por la Pasión de Jesús, y cuánto mayor el lograr de ellos que reciten una corta oración! ¡Oh dulce Jesús mío! ¡Y cómo es que somos tan fríos y duros! ¡Enciende, pues, en nosotros el sagrado fuego que viniste a encender sobre la tierra!
Cristo me amó y se entregó por mí
No debemos dudar nunca que somos objeto del amor de Dios, somos uno de sus mayores intereses ¿No vino al mundo acaso por nosotros? ¿Cuáles son mis dudas sobre el amor de Dios hacia mi persona? ¿Qué no hizo Cristo por salvarme, y qué no seguirá haciendo? No puedo dudar de su amor, no puedo hacerme merecedor de aquel reproche hecho a san Pedro cuando después de caminar por las aguas se empezó a hundir por desconfiado: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt. 14,31).